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ORACIONES A CRISTO
PABLO VI
FE EN CRISTO
A Cristo le dirigimos
la profesión de fe de Pedro:
“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.
Como Pedro le decimos también:
“Señor, ¿a quién iremos?
Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
Hacemos nuestro el grito de arrepentimiento
y de confesión sincera de Pedro:
“Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te amamos”.
Es la misma confesión
que proclama la Iglesia,
que fue ya la de Pedro
y que Tú mismo, Señor,
fundaste sobre esta misma piedra,
siendo por ello tu Iglesia.
Señor,
esta profesión es la de tu entera Iglesia,
la que Tú quieres y forjas
una, santa, católica y apostólica.
Amén.
Audiencia general, miércoles 30 de octubre de 1968
CRISTO, TE NECESITAMOS
Cristo, nuestro único Mediador,
te necesitamos
para entrar en comunión con Dios Padre,
para llegar a ser contigo,
que eres su Hijo único y Señor nuestro,
sus hijos adoptivos,
para ser regenerados en el Espíritu Santo.
Te necesitamos,
oh único verdadero Maestro
de las verdades recónditas e indispensables
de la vida,
para conocer nuestro ser,
nuestro destino
y el camino para alcanzarlo.
Te necesitamos,
oh Redentor nuestro,
para descubrir nuestra miseria moral
y para sanarla;
para tener el concepto del bien y del mal
y la esperanza de la santidad;
para llorar nuestros pecados
y alcanzar su perdón.
Te necesitamos,
oh Hermano primogénito del género humano,
para encontrar las razones verdaderas
de la fraternidad entre los hombres,
los fundamentos de la justicia,
los tesoros de la caridad
y el supremo bien de la paz.
Te necesitamos,
oh gran Paciente de nuestros dolores,
para conocer el sentido de nuestro sufrimiento
y para darle
un valor de expiación y de redención.
Te necesitamos,
oh Cristo, oh Señor, oh Dios con nosotros,
para aprender el amor verdadero
y para andar alegremente,
Donde Tú no estás,
hay confusión, odio, pecado;
Tú eres la Vida,
Tú eres el Maestro,
el Amigo.
Tú eres el Buen Pastor,
el fundamento de la paz.
Tú eres la esperanza del mundo.
el honor
Y al propio tiempo,
Señor Jesús, Tú eres
el manantial de todas nuestras venturas.
Tú eres el principio
de nuestra vida espiritual y moral.
Tú dices lo que hay que hacer
y das la fuerza, la gracia para hacerlo.
Tú reflejas tu imagen,
es más, tu presencia en cada alma
Cristo Señor,
Tú eres la revelación cierta de Dios,
el único puente entre nosotros y ese océano de vida
que es la Divinidad, la Trinidad Santísima
por la que hemos sido creados
y a la que estamos destinados.
Estás presente:
por eso yo te busco,
y te encuentro y te adoro y te amo.
El misterio se torna luz, se torna fuerza.
Eres Tú el que te comunicas a mi alma.
Eres tú a quien he recibido
tantas veces en los Sacramentos.
Tú has grabado en mi alma
la robustez de la vida cristiana.
Tú eres, también para mí, el pan de vida.
Creemos en el amor,
creemos en tu bondad,
creemos que eres nuestro Salvador,
que Tú puedes lo que a los demás les resulta
cerrado, irrealizable.
Haz, oh Señor,
que nunca seamos insensibles
a tu llamada reveladora,
a tu evangelio,
misterio, fuerza y alegría de nuestro destino verdadero.
Haz, oh Señor,
que entendamos la dignidad
y el compromiso de nuestra sencilla
y misteriosa vida cristiana.
Haz, oh Señor,
que, discípulos y seguidores tuyos,
nos rindamos libre y dócilmente
al misterio de la unidad
que es tu Iglesia,
la que vive de tu verdad y de tu caridad.
Haz, oh Señor,
que tu Espíritu informe
y transforme nuestra vida
y nos regale la alegría de la sincera fraternidad,
la virtud del servicio generoso
y el ansia del apostolado.
Haz, oh Señor,
que nuestro amor a todos los hermanos en Cristo
sea cada vez más ardiente y entregado
para colaborar con ellos, con creciente intensidad,
en la edificación del Reino de Dios.
Haz todavía, oh Señor,
que sepamos unir mejor nuestras fuerzas
a las de todos los hombres de buena voluntad,
Roma, Tercer Congreso mundial del Apostolado de los Laicos, 14 de septiembre de 1967
En este mundo
tan inteligente
pero tan profano, y tan ciego a menudo,
tan sordo a tus designios.
¡Tú, salvación!
¡Tú, alegría del género humano!
Si tenemos hambre,
Tú, oh Cristo, eres el pan de la vida.
Si padecemos sed, eres la fuente del agua viva.
Si necesitamos ver o entender,
Tú, oh Cristo, eres la luz del mundo.
Si deseamos la justicia o la libertad,
Tú, oh Cristo, eres el gran pobre,
el libertador de las cadenas
que hacen al hombre esclavo de la idolatría,
de las riquezas o del orgullo.
Si tenemos necesidad de amor,
Tú, oh Cristo, eres el supremo dador y avivador
de la caridad hacia los hombres y entre los hombres.
Si tenemos necesidad de vida,
Tú, oh Cristo, eres el principio de la vida que no conoce la muerte.
Señor, no te conocemos.
Nuestro propósito se expresa en un deseo
que anticipa su cumplimiento más allá del tiempo.
Queremos verte, oh Jesús.
¡Jesucristo, yo te anuncio!
Tú eres el principio y el fin; el Alfa y la Omega;
Tú eres el rey del mundo nuevo,
Tú eres el secreto de la historia,
Tú eres la clave de nuestros destinos.
Tú eres el mediador, el puente entre el cielo y la tierra.
Tú eres por excelencia el Hijo del hombre
porque Tú eres el Hijo de Dios, eterno e infinito.
Tú eres el hijo de María,
la bendita entre todas las mujeres,
tu madre en la carne y madre nuestra
en la participación del Espíritu en el Cuerpo místico.
CREEMOS EN CRISTO
Creemos en Ti,
oh Señor nuestro Jesucristo,
Hijo de Dios.
Fuiste sepultado
y por tu propio poder
resucitaste al tercer día
elevándonos con tu Resurrección
a la participación de la vida divina.
Subiste al cielo
y vendrás de nuevo gloriosamente
Es la lámpara central
para nuestra vida.
Tengámosla encendida
para que la luz, la bondad, el gozo,
oh Jesús que vienes a nosotros,
penetre nuestras almas y nuestras casas.
Amor y fidelidad
no a una Iglesia abstracta o utópica,
sino a tu Iglesia
que peregrina entre los avatares de la historia,
a tu Iglesia, comunidad de personas
con sus riquezas interiores,
con su santidad,
pero también con el peso de sus limites
y con la carga arriesgada de su libertad.
ANHELO DE CRISTO
Tú, oh Cristo, aclaras nuestra vida,
las sendas de nuestro camino en el tiempo,
las cosas y los hechos que nos rodean.
Nosotros proclamamos
que tu venida hasta nosotros,
oh Cristo, es nuestra ventura
y nuestra dicha.
Sólo tu Nacimiento
puede hacer feliz al mundo.
Tú eres, Cristo,
nuestra felicidad y nuestra paz
porque Tú eres nuestro Salvador.
JUNTO AL NACIMIENTO
Eres tú todavía, Jesús Niño,
quien nos invita a la fiesta de hoy.
Nacido por nosotros, entregado a nosotros.
Tu presencia en el tiempo
es para ofrecer a cada uno de nosotros
la ventura y la alegría de estar junto a Ti,
de poder decirte: eres para mí, eres mío.
Tú eres el esperado por los siglos.
Tú el esperado por esta generación.
Tú eres la clave de toda la historia pasada y futura.
LUZ DE REDENCIÓN
Cristo, Tú eres para todos.
Para todos los hombres.
Para todos los tiempos.
Para todas las naciones.
Tu venida al mundo
es la salvación:
tu nombre, Jesús,
quiere decir Salvador.
EL MISTERIO DE LA NAVIDAD
Ha nacido el Salvador.
Ha nacido el Mesías, Cristo Señor.
El Salvador, el Mesías, el Jesús de Belén,
es el Verbo de Dios hecho hombre.
Caigamos de rodillas.
La maravilla no tiene límites.
La adoración no entraña humildad suficiente.
El gozo no tiene palabras colmadas.
Se ha abierto el cielo de par en par.
Se ha manifestado el misterio
de la vida interior de Dios.
La humildad trascendental de Dios
se ha revelado con toda fecundidad.
Creemos en el amor,
en tu bondad.
Creemos que eres nuestro Salvador.
Abrigamos un solo deseo:
permanecer unidos a Ti
como cristianos no de nombre,
sino de íntima convicción.
Por la comunicación
de la palabra
pasa el pensamiento divino,
pasas Tú, oh Verbo,
Hijo de Dios hecho hombre.
“VIENES A NOSOTROS”
La Navidad es la fiesta de tu llegada, oh Cristo, Verbo de Dios hecho hombre entre nosotros
los hombres.
Es la celebración del gran viaje que Tú,
Hijo de Dios, emprendiste para acercarte a nosotros.
Tú, oh Jesús,
eres el Hombre que lleva dentro de sí
la inmensidad del cielo,
eres el Hijo de Dios hecho hombre,
eres el milagro que cruza
por los senderos de nuestra tierra,
eres, en verdad, el Único, el Bueno, el Santo.
PASIÓN
Tu pasión, oh Cristo, ¿se engarza
sólo como un número más en la serie infinita
de los dolores humanos
o tiene una relación especial con tales dolores?
Tu pasión, Señor,
se renueva,
se repite,
se reproduce,
y no sólo en cada uno de los que te siguen,
sino en la Iglesia entera
considerada como comunidad,
como entramado de tus miembros, oh Cristo,
como vida tuya prolongada en la historia.
EL DRAMA DE LA CRUZ
Nosotros creemos que con este tu drama, oh Cristo, no ha ocurrido solamente un episodio de
dolor o de deshonra, sino que ha sucedido algo mucho más profundo.
Diríase que ahí, precisamente,
donde se encuentran los brazos de tu cruz,
residen
las grandes líneas
de los destinos humanos.
Hay una ley de justicia
que desde las profundidades de Dios
cae sobre Ti, oh Cristo víctima;
hay como una condena que desde los abismos
del mal
te obliga a morir.
LA CONDENA
Tu rostro, Señor,
está serio y tranquilo;
pero ¡qué violencia padece tu corazón!
Primera estación
Enséñame, oh Señor,
la virtud de la aceptación,
la fuerza de una sabia pasividad,
el valor del abandono total
al cumplimiento de tus designios divinos,
aunque vinieran dictados,
bien por la iniquidad humana,
bien por la ciega desventura.
Segunda estación
Gracias, oh Señor,
por esta tu piadosa solidaridad
con nuestra miseria;
gracias, oh Señor,
por haber trocado esta debilidad
en una fuente de expiación y de salud.
Tercera estación
Cuarta estación
Así, al menos,
querrías ser ayudado
no sólo con la aceptación forzada
de la cruz,
sino con la comprensión también
del vínculo que ella establece
entre Ti, Redentor, y el secuaz redimido.
Quinta estación
Gracias, oh Señor,
por habernos confiado tu afligida figura,
abriendo así la contemplación
de tu bienaventurada y beatificante pasión.
Sexta estación
Estás solo:
el que sufre está solo,
el dolor es incomunicable,
especialmente tu dolor, oh Cristo.
Séptima estación
Tú revelas la permanente
e indefectible vigilancia
de la mente divina,
precisamente cuando el orden parece transgredido
e inexistente.
Octava estación
Novena estación
Sólo tu conciencia,
santuario de una pena infinita
y de una infinita fortaleza,
te sirve de refugio:
por eso rechazas, oh Jesús,
la bebida soporífera que te presentan
piedad que no te es otorgada,
mientras en el fondo de la humillación,
de la vergüenza, del dolor, apuras
escarnio para los humanos,
oh Salvador, tu cáliz sin nombre.
Décima estación
Diré humildemente:
“En verdad, Tú eres el Hijo de Dios”;
Ten piedad de mí.
Duodécima estación
Dame, oh Señor,
la devoción a tu pasión;
hazme entendedor de la Cruz;
deja que una saludable conmoción
me haga partícipe del drama
de la muerte redentora
del Verbo encarnado.
Decimotercera estación
Decimocuarta estación
RESURREXIT
Tú, Jesús, con la resurrección
has completado la expiación del pecado;
hemos de aclamarte Redentor nuestro.
¡Aleluya!
El grito es hoy plegaria.
Tú eres el Señor.
“Señor mío y Dios mío”.
Nosotros vemos en Ti
al Verbo de Dios hecho hombre,
al gran Hermano y Amigo de todo momento,
al Maestro de la Verdad
que da sentido, valor y destino a la vida,
a nuestro Salvador y Redentor,
al Mesías verdadero, nacido, muerto y resucitado por nosotros.
Tu resurrección es el vértice
para la verdadera,
fraterna y fecunda unidad
de la familia humana.
Tu resurrección, oh Cristo,
es el faro de la unidad espiritual y moral de la humanidad,
Unidad de los hombres con Dios,
reconciliados con Él mediante ese prodigio
de misericordia y de amor
que es la redención que Tú, oh Cristo,
nos ofreces.
Unidad de los hombres entre ellos mismos
como unidos a Ti, único Maestro,
y capaces de un amor superior.
Tu resurrección es la victoria posible
de la unidad en el amor y en la justicia,
en la libertad y en el progreso;
es la primavera eterna de la historia,
florecida este año también
sobre la tierra fecundada con tu sangre,
oh Señor.
ESPERANZA CRISTIANA
Se abrió por fin el Reino de los cielos.
Tú, oh Cristo, solo, eres el primero
en entrar gloriosamente.
Tú despliegas ya en el cielo
toda la majestad de tu ser.
Tú has consumado
la “purificación de los pecados”
y nos has regalado la comunión con el Padre
en el Espíritu Santo.
Te damos gracias,
Señor, por habernos permitido ver
cómo se intensifican y se ahondan
las relaciones entre los cristianos.
PAN DE VIDA
Jesús, Tú te haces nuestro.
Tiras de nosotros hacia Ti presente,
presente de forma milagrosa.
Tú estás presente, como el singular peregrino
de Emaús,
que da alcance, se acerca, acompaña,
adoctrina y conforta
a los desconsolados caminantes
en la tarde de las esperanzas perdidas.
Tú estás presente en el silencio y en la pasividad
de las especies sacramentales,
como si quisieras al mismo tiempo velar
y desvelar cuanto se refiere a Ti,
de tal forma que sólo quien cree comprenda
y sólo el que ama
pueda recibirte plenamente.
Tiras de nosotros hacia Ti, oh Paciente;
paciente en la obligación de Ti mismo
por la salvación de los demás,
por el alimento a los demás entregado;
paciente en la manifestación del cuerpo
separado de la sangre,
paciente hasta el extremo
del dolor,
de la deshonra y del abandono,
de la angustia y de la muerte.
Así, en la medida de la pena
se manifiesta la dimensión de la culpa
y del amor,
de la culpa humana y del amor tuyo.
CRISTO Y LA IGLESIA
¡Oh divino Redentor,
que has amado a la Iglesia
y por ella te has entregado a Ti mismo,
para santificarla
y hacerla comparecer ante Ti
resplandeciente de gloria,
haz que brille sobre ella tu rostro santo!
Y nos acercaremos a Ti
y te pediremos perdón por todos nuestros errores.
Te confesaremos esa fe nuestra,
que inspira y hace invencible el Padre,
te confesaremos nuestro humilde y total amor:
“Tú sabes que yo te amo”.
Te ofrecemos tu Iglesia,
la que está edificada sobre la piedra por Ti elegida,
la que Tú consolidaste y pusiste por cimiento
de tu misterioso edificio.
Te imploraremos que nos concedas la fortuna
de reunimos en ella a todos, como hermanos en Cristo,
incluidos los que están todavía en sus umbrales,
y todas las gentes,
también las que son hostiles y lejanas;
te lo pedimos por la unidad perfecta de tu misma Iglesia
y por nuestra paz.
Oh Señor,
dales un corazón puro,
capaz de amarte a Ti solo
con la plenitud,
con el gozo,
con la hondura que sólo Tú sabes dar
cuando eres el único,
el total objeto de amor
de un corazón humano.
Un corazón puro
que no conozca el mal
sino para identificarlo,
combatirlo y ahuyentarlo;
un corazón puro
como el de un niño,
capaz de entusiasmarse
y de temblar.
Oh Señor,
dales un corazón grande,
abierto a tus pensamientos
y cerrado a cualquier ambición mezquina
y a toda miserable rivalidad humana.
Un corazón grande,
capaz de igualarse al tuyo
y de albergar las proporciones de la Iglesia,
las proporciones del mundo,
capaz de amar a todos, de servir a todos
y de ser intérprete de todos.
Señor,
ruega, como lo has prometido,
al Padre,
para que por tu mediación
nos envíe el Espíritu Santo,
Espíritu de verdad y de fortaleza,
Espíritu de consolación,
que haga abierto, bueno y eficaz
nuestro testimonio.
Asístenos, Señor,
para unificarnos en Ti y hacernos capaces,
mediante tu gracia, de transmitir al mundo
tu paz y tu salvación.
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