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Universidad Nacional del Litoral

Facultad de Humanidades y Ciencias

Licenciatura en Ciencia Política

Trabajo final

“El después de los partidos de masas: identidades y financiamiento


político”

Seminario de Problemas Políticos Argentinos del Siglo XX

Docentes: Bartolacci, Franco – Morresi, Sergio

Alumno: Visintin, Ignacio

2018
Índice

Contenido
Introducción ....................................................................................................................................... 3
Partidos: definición y tipología ........................................................................................................ 4
Los partidos y sus lazos identitarios con la sociedad ................................................................. 7
La democracia de audiencias en Argentina ................................................................................. 9
Mayores necesidades de financiación ........................................................................................ 10
Conclusión ....................................................................................................................................... 14
Bibliografía ....................................................................................................................................... 17
Introducción
Resulta difícil poder definir con claridad qué es un partido político. Existen una
gran cantidad y diversidad de organizaciones o agrupaciones que son
consideradas y que se auto-conciben como partidos políticos, por lo que se hace
complejo llegar a una definición que no sea vaga. Tampoco es sencillo poder
definirlos tomando como base sus funciones: por ejemplo, agregar y canalizar
demandas e intereses, formar y seleccionar candidatos, diseñar políticas públicas,
etc. ¿Por qué? Porque los partidos políticos no pueden ser diferenciados por
desarrollar ninguna de ellas en particular; existen otros actores que también
pueden llevar adelante estas tareas. La especificidad de los partidos políticos,
siguiendo a Panebianco, se encuentra en la realización de todas estas actividades
tomadas conjuntamente. De esta forma, al resultar conflictivo acordar criterios a
partir de los cuales delimitar la noción de <partidos>, las consideraciones que
tengamos acerca de los mismos serán más bien consecuencia de la manera en la
que “elegimos” definirlos.

Los partidos ya no son lo que solían ser. Hoy por hoy se constituyen como
instrumentos de competencia electoral antes que como elementos de agregación y
canalización de demandas e intereses. Anteriormente, aparecían como los
principales organizadores de la vida política; este papel en la actualidad se
encuentra diluido: están dejando de ser la expresión de identidades políticas y sus
estructuras cuentan con un sustento social cada vez más reducido frente al cual
adquieren cierta independencia. De esta manera, los lazos de identificación de la
sociedad con los partidos son cada vez más laxos y esporádicos.

Por ello puede entenderse la fuerte fluctuación del voto y la gran volatilidad del
electorado: gran parte de éste no se encuentra identificado con un partido
específico sino que su decisión se determina por diferentes factores, como por
ejemplo la imagen de los candidatos y su discurso, la evaluación de la gestión de
gobierno, las cuestiones en juego en cada ocasión, entre otros.

A su vez, la política contemporánea está enmarcada en los medios de


comunicación y está sumamente influida por la opinión pública. El alejamiento de
los partidos con respecto a sus bases, y el impedimento de que los recursos de los
afiliados resulten suficientes para cubrir los grandes costos políticos actuales,
resultan en un acercamiento a los grupos de interés y en la necesidad de apoyo
por parte de fondos estatales para lograr la supervivencia y establecerse como
organizaciones competitivas en el plano electoral.

Basándonos en estas dos aristas, los lazos de identidad y la financiación política,


buscaremos emprender un desarrollo que nos permita analizar lo sucedido tras la
transformación de los partidos de masas en sus tipologías más actuales.

Partidos: definición y tipología


Realizando una recapitulación de la vasta teoría expuesta hasta el momento, el
origen de los partidos, siguiendo a Duverger (1957), aparece ligado a la extensión
del sufragio popular y al origen de los grupos parlamentarios y los comités
electorales. Si buscamos desarrollar una tipología de los partidos políticos
comenzaríamos entonces con los partidos burgueses, de notables o de élites.
Éstos descansaban en comités descentralizados, estaban fundamentalmente
orientados a las elecciones, buscaban convocar personalidades de renombre,
otorgaban una importancia muy secundaria a la ideología y contaban con una
estructura administrativa embrionaria. Se enmarcaban en el régimen censitario
que perduró hasta finales de s. XIX. De esta manera se trataba de un sistema
oligárquico en el que no existían límites precisos entre el Estado y la sociedad
civil.

En el marco de la extensión del sufragio y la posterior implantación del sufragio


universal, aparecen los partidos de masas o partidos de integración social
(Neumann). Éstos abarcan masas numerosas, poseen una estructura
administrativa importante, otorgan un papel relevante a la doctrina y buscan
avanzar cada vez más sobre la vida cotidiana de los individuos en el terreno
económico, social y familiar. De esta manera, “se ha dicho bromeando que su
organización iba “desde la cuna hasta la tumba”, desde las asociaciones para
cuidar a los niños de los trabajadores hasta las sociedades crematorias para los
ateos.” (Neumann, 1956; 404-405). Además, los militantes poseen deberes mucho
mayores a los existentes en el formato de partido anterior. Estos partidos se erigen
en representativos de segmentos de la sociedad civil y, siguiendo a Katz y Mair
(2004), actuaron como puente, nexo o vínculo entre Estado y sociedad.

Los partidos de masas surgieron en un periodo de profundas diferencias sociales.


Sin embargo, con el tiempo éstas se fueron diluyendo y los partidos comenzaron a
intentar cautivar a clases y grupos heterogéneos. Así, aparecen los “partidos de
todo el mundo” (Kirchheimer), “profesional-electoral” (Panebianco) o “atrapatodo”
(catch-all-party), los cuales sacrificaron una penetración ideológica más profunda
por una difusión y un éxito electoral más amplio y más rápido. Entonces, la
aparición de estos partidos se da en el marco de una “fase de desideologización”
(Kirchheimer, 1980). Los votos son agrupados en función de intereses antes que
de identidades, y la relación entre partidos y sociedad se encuentra más
debilitada. Nuevamente siguiendo a Katz y Mair, los partidos aparecen como
“intermediarios” entre Estado y sociedad, existiendo la posibilidad de que posean
intereses distintos a los de estos últimos dos actores.

Además, los autores señalan un desplazamiento de los partidos que lleva a


alejarlos cada vez más de la sociedad civil para encontrarlos anclados en el
Estado, hasta el punto de ser absorbidos por este último.

Así, añaden a la clasificación una nueva categoría: la de <partido cartel>. Se


produce de esta manera una “interpenetración” entre los partidos y el Estado. Los
partidos se convierten en una suerte de agencia semi-estatal sostenidos por los
recursos del Estado, siendo mínima la competencia que se establece entre los
mismos.

No debemos olvidar de mencionar que, así como existen diferentes tipos de


partidos, también existen diversos modelos de representación política. Siguiendo a
Manin (1992), podemos identificar los siguientes:

a) Parlamentarismo: son candidatos individuales los que se proponen para ocupar


los puestos del gobierno, y obtienen votos como resultado de relaciones
personales que poseen con el reducido electorado. Se seleccionan como
representantes a notables de la misma comunidad geográfica o de intereses que,
al ser electos, votan con libertad de conciencia y según su propio juicio las
cuestiones en deliberación. Gracias a ello, el Parlamento se erige plenamente
como un “órgano deliberador”, donde se busca generar o construir un consenso a
partir del intercambio de argumentos. Las decisiones se toman al interior de esta
institución. El tipo de partido que se enmarca dentro de esta clasificación es el
partido de notables o de élite.

b) Democracia de partidos: con la extensión del sufragio y la consecuente


ampliación del electorado, aparecen los partidos como estructuras necesarias para
contener y movilizar estas nuevas masas de personas incorporadas al sistema
democrático. El electorado opta por representantes que participan y pertenecen a
estructuras partidarias. Así, se vota más por un partido que por un tipo de
representación individual. En general, los partidos tienen una base clasista en
consecuencia a la estructura social imperante, siendo reflejo de las profundas
divisiones de clases características de la sociedad industrial.

Los representantes votan a partir de las decisiones tomadas al interior de los


partidos; son dependientes de estas estructuras ya que ellas fueron sus catapultas
a las posiciones de poder. Por ello el Parlamento ya no puede verse como un
órgano deliberativo, sino como una instancia en la que se formalizan decisiones
que se han tomado con anterioridad por fuera de esta institución. En general, la
división de la opinión pública es coincidente con las divisiones electorales, y por lo
tanto con las divisiones estructurales de la sociedad. El tipo de partido que mejor
se enmarca dentro de esta clasificación es el partido de masas.

c) Democracia de audiencia: los resultados electorales se caracterizan por una


gran fluctuación, independientemente de las condiciones socioeconómicas y
culturales de los electores. Ello se debe a la disolución de las identidades
partidarias, lo cual produce que adquiera protagonismo la “individualidad de los
candidatos”. Así se da un proceso de personalización de la política, donde la
personalidad y los atributos de los candidatos priman por sobre la difusión de
programas políticos y por sobre el partido mismo. Así, éste termina
transformándose en un simple instrumento para acceder al poder.

Los liderazgos personalistas adquieren preeminencia gracias a los medios


masivos de comunicación, mostrando los candidatos un alto perfil mediático. Las
propuestas lanzadas por los candidatos suelen ser vagas y generales y se prestan
a interpretaciones diversas, por lo cual existe cierta libertad de acción a la hora de
gestionar. La opinión pública adquiere una influencia enorme en la determinación
de candidaturas y políticas. Podríamos encasillar en esta forma de gobierno
representativo a los partidos atrapatodo y a los partidos cartel.

Los partidos y sus lazos identitarios con la sociedad


Al principio de la exposición señalamos el debilitamiento de los lazos entre los
partidos y la sociedad, el cual fue acentuándose en la descripción que realizamos
acerca del paso del partido de masa al partido profesional-electoral, y de la
democracia de partidos a una de audiencia. Si buscamos reforzar teóricamente
esta declinación podemos introducir una suerte de explicación sociológica del
fenómeno en cuestión, al presentar elementos relacionados con el cambio de la
modernidad a la posmodernidad. En él, muchas de las formas que las principales
instituciones (entre ellas, los partidos políticos) poseían para estructurar la
sociedad se vieron profundamente modificadas.

En general podemos decir que la primera representación que se nos viene a la


mente cuando oímos el término <partido> es la de una organización con una
estructura sólida y asentada, territorialmente implantada y consolidada, que se
orienta según premisas ideológicas bien definidas que sirven como base para
elaborar un programa de políticas públicas. A su vez, también nos imaginamos
que poseen una estable base electoral nítidamente delimitada en sus contornos
sociales. Así, en síntesis, lo que nos imaginamos es un tipo particular de partido
político: el partido de masas.

Los partidos de masas representaban a segmentos específicos de la sociedad


civil: como consecuencia de la estructura social imperante, los partidos de masas
eran el reflejo de las profundas divisiones de clase propias de la sociedad
industrial. En este marco, debemos recordar la caracterización que Beck daba a la
modernidad de este tipo de sociedad: la primera modernidad se basaba en
“identidades colectivas dadas”, estando de esta forma el individuo determinado por
“(…) la situación en la que se encuentra; una situación que no puede elegir, sino
que es preexistente a él” (Beck, 2002:17). De esta manera, la constitución de la
identidad estaba íntimamente vinculada a la posición que los individuos ocupaban
en la estructura de clases. Y al contar los partidos con una base clasista, podemos
afirmar que entre la sociedad y los partidos existían fuertes lazos de identidad.

Todo esto cambia al ingresar en la segunda modernidad. Siguiendo a nuestro


autor, en ella se produce una “desincrustación de los modos de vida de la
sociedad industrial”. Por ello, como consecuencia, se produce el declive de las
clases sociales y los individuos pasan a convertirse en el “agente de su propia
identidad”. La constitución de la personalidad flexible no es resultado de la
identificación con los roles o posiciones en la estructura de clase; ésta ya no
determina la manera en que el individuo experimenta el mundo: es él mismo quien
tiene que construir esta representación. Ello produce cambios enormes y
profundos en las instituciones y en las relaciones del individuo con la sociedad.
Entonces, es así que “(…) el lugar asignado a la política y a los partidos comenzó
a desdibujarse en sintonía con la pérdida de significación de los conflictos
derivados de la sociedad industrial, de la ideología como instancia portadora de
una concepción global de sociedad y de cambio y de los actores que expresaban
esta realidad político – social” (Azardún, pág. 12).

En este nuevo marco, los resultados electorales se caracterizan por una gran
fluctuación, siendo independientes de las condiciones socioeconómicas y
culturales de los electores. De esta manera comienzan a vislumbrarse las
características ya mencionadas acerca de la democracia de audiencias, donde la
personalización de la política y la videopolítica predominan como elementos que
signan la actividad política actual.
La democracia de audiencias en Argentina
Si buscamos realizar una conexión entre lo expuesto y lo que sucede en el caso
argentino podemos acudir a Inés Pousadela, quien comenta que “(…) la dinámica
de la democracia de partidos terminó de instalarse en la Argentina precisamente
en la época en que, como modelo de representación política, comenzaba su crisis
secular en el mundo occidental” (Pousadela, 122:2004). Así, recién con el regreso
a la democracia en nuestro país los partidos se establecieron como los principales
actores en la arena política.

Argentina no quedó exenta de las transformaciones que se vinieron dando en el


mundo occidental, manifestándose en el país también fenómenos como el
crecimiento de la apatía y del desinterés de la ciudadanía por los asuntos públicos,
la personalización de los liderazgos, la centralidad que adquirieron los medios de
comunicación en la exposición de la política y la adaptación de los partidos, sobre
todo de los partidos tradicionales (PJ y UCR) a los cambios que se fueron
produciendo.

Es por ello que, con el readvenimiento de la democracia, tanto el PJ como la UCR


consolidaron sus características como partidos de masas. Sin embargo, no
pudieron hacer caso omiso a lo que estaba sucediendo en Occidente, y ambos
partidos comenzaron un “(…) proceso de fuerte debilitamiento en cuanto a sus
ejes de diferenciación políticos e ideológicos, notándose a su vez una evolución
organizativa en los mismos” (Azardún, pág. 32). Además, cada vez contaban con
más dificultades para movilizar a sus adherentes de manera masiva. De esta
manera, se constituyeron centralmente como máquinas electorales, y la figura del
candidato se estableció como la referencia clave del proceso político,
personalizándose el actor hacia por quien parte de la sociedad puede encontrarse
representada, al menos momentáneamente. La opinión pública y las encuestas,
que dan a luz sus visiones de la realidad, también adquirieron un rol central a la
hora de definir candidaturas, tipos de discurso y políticas a implementar.

Como consecuencia, muchos de los ciudadanos ya no se apoyan sobre lazos


identitarios significativos y su decisión gira en torno a nuevos factores que hemos
mencionado con anterioridad. Así, puede reconocerse una marcada fluctuación en
el comportamiento del electorado, lo cual es una fuente importante para el
nacimiento de nuevas fuerzas políticas que también adquieren los rasgos de
máquinas electorales. No obstante, este carácter fluctuante debe ser considerado
como un arma de doble filo: las nuevas agrupaciones son altamente propensas a
conocer el fracaso ante un “cambio de humor” en el electorado flotante. No por
nada se habla que en nuestro país existe un cada vez más poblado “cementerio
de terceras fuerzas”.

El tipo de representación política que predomina es así “personalista y


massmediático”, inmerso en un contexto que incluye una alta volatilidad electoral,
identidades políticas laxas y esporádicas, y donde los medios de comunicación
masivos adquieren una centralidad fundamental en lo ateniente a la comunicación
política.

La gran heterogeneidad de grupos y de demandas dificulta enormemente su


representación política. Es por ello que en muchas ocasiones la ciudadanía apela
a grupos de interés, movimientos sociales u ONG’s, situadas en el seno de la
sociedad civil, para encontrar un canal de representación acorde con sus
exigencias. Es con el establecimiento del neoliberalismo en nuestro país que se
debilitaron las formas institucionales de representación tradicionales, apoyadas
principalmente en sindicatos y partidos políticos.

Más allá de todo, los partidos políticos siguen constituyendo un elemento clave de
la vida política al ser el principal vehículo de la competencia electoral. Lo que ha
desaparecido son los partidos bajo la forma en que los conocíamos: como los
principales organizadores del universo político y como la expresión de identidades
permanentes.

Mayores necesidades de financiación


En los tradicionales partidos de masas, las cuotas de los afiliados y diversas
contribuciones eran suficientes para que las diferentes organizaciones pudieran
desarrollar su multiplicidad de actividades. Sin embargo, con la introducción del
mundo de la política en los medios de comunicación, particularmente durante
períodos electorales, se hace necesario recurrir a otras fuentes de financiamiento.

Al multiplicarse las necesidades de financiación se han establecido, tanto en el


resto del mundo occidental como en nuestro país, sistemas de financiamiento
mixtos (público y privado) que garantizan la supervivencia de los partidos.

Podemos reconocer que la financiación pública de los partidos es sumamente


importante al menos por tres motivos: primero, aumenta las posibilidades de un
sistema con mayor transparencia, al conocerse explícitamente las sumas de
dinero otorgadas por parte del Estado; segundo, resulta en sistemas democráticos
más inclusivos que brindan mayores oportunidades para los partidos más
pequeños, estableciendo una suerte de competencia política más equitativa; y
tercero, permite a los partidos actuar en un marco de mayor independencia al no
depender primordialmente de los recursos brindados por los poderosos grupos de
interés. Es así que “los políticos se vuelven menos receptivos y responsables ante
los votantes cuando están demasiado vinculados a los financistas, y la igualdad en
la competencia política se desvirtúa si el acceso a los fondos se convierte en un
factor determinante” (Ohman, 2015:2). Los financiadores pueden ejercer presión
frente a los partidos para colocar en los gabinetes a representantes de estos
grupos, para conseguir licitaciones que resulten en ganancias económicas
sustantivas o para la implementación de determinadas políticas que los beneficien.
De esta manera, la financiación pública es una manera de combatir la corrupción
derivada de lazos clientelísticos constituidos entre grupos económicos y
funcionarios públicos.

Transportándonos al caso argentino, la incursión de los partidos en la llamada


democracia de audiencias comenzó a desarrollarse a partir de 1989. Es así que
desde esa época comenzó a imperar la política enmarcada en los medios de
comunicación, la publicidad, las encuestas y el marketing político. Desde los ’80
en adelante, en paralelo a la consolidación de las instituciones, hubo un
crecimiento de las demandas por mayor transparencia. Con la reforma del ’94 se
refuerza “(…) la asignación de aportes permanentes, al constitucionalizar a los
partidos y reconocerlos expresamente como «instituciones fundamentales del
sistema democrático», disponiendo además —en el artículo 38.°— que «el Estado
contribuye al sostenimiento económico de sus actividades y de la capacitación de
sus dirigentes»” (Ferreira Rubio, 102:2012). Sin embargo, es recién en el contexto
de la crisis del 2001 cuando se construye una legislación más rigurosa en torno al
financiamiento de los partidos políticos. Este tipo de reformas institucionales
estaban mayormente ligadas a apaciguar los cuestionamientos sobre la
transparencia y a discutir el gasto o los costos de la política, aunque dejaban de
lado estrategias destinadas a mejorar la representación.

Al ser nuestro sistema de financiamiento partidario mixto, los partidos se nutren de


fuentes tanto públicas como privadas para obtener fondos. A partir del
financiamiento público, se contribuye al “normal funcionamiento” de los partidos
políticos, permitiéndoles desenvolverse libremente, formar y capacitar a sus
dirigentes, y llevar a cabo campañas en épocas electorales. A su vez, los partidos
pueden complementar estos ingresos con otros de carácter privado, a partir de
aportes realizados por afiliados, personas físicas y personas jurídicas (estas
últimas no pueden aportar para gastos de campañas). Los diversos montos
obtenidos a través de ambas fuentes de financiación están regulados por la ley;
sin embargo, en la práctica podemos percibir un sistema que continúa “invitando a
la trampa”.

Para atender a esta cuestión podemos centrarnos específicamente en las


campañas electorales, ya que publicitar candidatos y colocarlos en la agenda
requiere de importantes esfuerzos, especialmente económicos. Es así que realizar
una campaña electoral competitiva implica grandes sumas de dinero. Los límites
impuestos para desarrollar una campaña no se condicen con los números reales
necesarios para llevarla a cabo. Por ello, en general todos los partidos políticos
optan por “dibujar” las cifras empleadas a modo de adaptarse a las exigencias
regulatorias. A su vez, estos métodos evasivos terminan siendo avalados por
controles extremadamente laxos, permisivos y lentos.
Siguiendo el manual sobre financiamiento político elaborado por el Instituto
Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA Internacional),
existe una brecha enorme entre las robustas normativas legales presentes en
América Latina y la forma en que se aplican en la realidad práctica de nuestras
democracias. Podemos añadir a esta afirmación lo expuesto por el CIPPEC, quien
informa que en Argentina existen “fuertes indicios de que la mayor parte del gasto
de los partidos y las campañas ocurre informalmente, ya sea en forma de aportes
y gastos no declarados o del abuso de recursos públicos con fines partidistas”
(Page y Mignone, 1:2017).

Aquí radica la importancia del financiamiento público de la política: hemos dicho


que el mismo permite (parcialmente) combatir prácticas corruptas e informales.
Ahora bien, podemos identificar un nuevo problema cuando ocurre cierta
injerencia estatal en la distribución de recursos para fines partidarios y/o
electorales. Si consideramos como condición que para ser elegido un candidato
debe ser conocido, resulta claro que aquellas agrupaciones que cuenten con
mayor caudal económico obtendrán una ventaja por sobre aquellas que carecen
de medios suficientes. De esta manera, lo ideal sería crear un escenario en el cual
las diferentes fuerzas puedan difundir de manera igual sus plataformas y
candidatos. En este sentido, la ley 26.571 (2009) apuntaba a la consecución de
una mayor transparencia y equidad en las campañas políticas. El Estado aparece
como garante de espacios de publicidad en medios (50% por igual y 50% de forma
proporcional en base a los últimos resultados electorales), prohibiendo a su vez la
contratación privada de estos espacios durante la campaña electoral. Sin
embargo, hay que tomar con recaudos esta mayor paridad en anuncios
audiovisuales. Según Scherlis, la medida en cuestión resulta en una especie de
“cepo” para los opositores que cuentan con recursos económicos para la compra
de espacios. Más aun teniendo en cuenta las cuantiosas sumas que los
oficialismos destinan a la pauta oficial. Desde este punto de vista, esta prohibición
inclina el campo de juego en favor de los oficialismos al funcionar como un “techo”
para aquellas agrupaciones que cuentan con los recursos suficientes para
aparecer en medios audiovisuales.
Siguiendo con la cuestión de los recursos públicos, podemos preguntarnos: ¿por
qué se dice en general que “la cancha está inclinada”? Porque los partidos
gobernantes utilizan las estructuras del Estado prácticamente como recursos
partidarios para su subsistencia y reproducción: “desde la utilización de la
secretaría de medios como agencia de propaganda del gobierno (quizá lo más
visible) hasta el uso de cada oficina pública como un centro para el sostenimiento
de las diversas facciones, hoy una parte importantísima del Estado está fusionada
o es directamente parte del partido oficial. Algo similar ocurre en los gobiernos
provinciales. En este marco, la competencia inter-partidaria resulta un campo
inclinado. Emparejarlo requiere una profunda reforma político-administrativa que
tienda a poner límites a la colonización y saqueo del Estado” (Scherlis, 201:2011).

De ello puede desprenderse la necesidad de establecer leyes efectivas que


examinen el uso y abuso de la pauta oficial, así como la distribución de recursos
estatales al interior de los partidos que ocupan las posiciones de gobierno en las
diferentes escalas territoriales. También es necesaria la intervención de órganos
de control diligentes, e independientes de las cúpulas de poder de turno. Sin
embargo, sin una férrea voluntad política que acompañe este proceso, que dé
lugar y establezca las condiciones para la puesta en marcha de un marco de
competencia leal y equilibrada, la existencia de múltiples y robustas leyes no
cambiarán el sistema existente, que en la actualidad está muy lejos de ser
transparente y que pocos esfuerzos realiza para garantizar la igualdad de
oportunidades entre los diferentes contendientes.

Conclusión
En el presente informe intentamos examinar qué sucedió luego de la evolución de
los partidos de masas a sus formas más actuales, particularmente apoyándonos
sobre dos elementos: las identidades y el financiamiento político. Es así que
fuimos desarrollando características de ambos aspectos a nivel general, para
luego presentar el impacto que los cambios tuvieron en el mundo político de
nuestro país.
Esta mencionada evolución, junto con el paso de la democracia de partidos a la
llamada democracia de audiencias, sucedió aproximadamente a partir de 1989.
Estos cambios produjeron un quiebre en dos sentidos. Por un lado, los principales
partidos argentinos se convirtieron en verdaderas máquinas electorales dejando
atrás muchos de los rasgos constitutivos de los partidos de masas. De esta
manera, múltiples ciudadanos ya no se encuentran conectados con los partidos en
base a fuertes lazos identitarios; más bien coquetean con ellos durante cortos
lapsos de tiempo apoyándose en diferentes elementos como la imagen de los
candidatos y su discurso, la evaluación de la gestión de gobierno y las cuestiones
en juego en cada ocasión, entre otros. Ello facilita la aparición de nuevos partidos
al existir un amplio electorado independiente disponible para ser seducido. Sin
embargo, estas identidades laxas y esporádicas también son la fuente de
debilidad de las nuevas fuerzas: así como posibilitan su éxito repentino, también
son el motivo de su defunción política.

Por otro lado, la centralidad adquirida por los medios de comunicación en lo


respectivo a la comunicación política produjo que los gastos asumidos por los
partidos aumentasen exponencialmente. Muchas veces al necesitar grandes
sumas monetarias, los diferentes partidos y políticos apelan a fuentes informales
de financiamiento, ingresando en un círculo vicioso de corrupción. Vimos que el
financiamiento público de los partidos, en parte, ayuda a combatir este tipo de
prácticas que se producen fuera de los marcos establecidos por la ley. Sin
embargo, en nuestro país esta “salida” puede acarrear otro tipo de problemáticas
como la que presentamos particularmente: el efecto de cancha inclinada.

Es así que los partidos políticos siguen constituyendo un elemento importante en


los sistemas democráticos, aunque en la actualidad destaquen principalmente
como instrumentos de competencia electoral. En nuestro país, esta competencia
en muchas ocasiones no es competitiva. Si esperamos que se produzca en las
mayores condiciones de igualdad posibles, resulta condición necesaria e
indispensable el compromiso de la clase política. Pero como en las diferentes
escalas de gobierno existe una apropiación de los recursos estatales para
beneficio de las agrupaciones gobernantes, se torna prácticamente imposible la
consecución del mencionado objetivo. Es por ello que, centralmente, el problema
radica en una cuestión de cultura, idiosincrasia y valores políticos.
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