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Este último aspecto plantea una situación compleja ya que la persona que
dirige no debería pretender simplemente conseguir los objetivos que se
establecieron para toda la organización, sino también potenciar los objetivos
particulares de las personas que colaboran con ella, y los del grupo, en su
conjunto. Como consecuencia, la tarea de quienes dirigen debería valorarse no
únicamente por el hecho de haber conseguido los objetivos de la organización,
sino también por la medida en que su influencia contribuya a modificar las
actitudes y las conductas de las personas colaboradoras y a satisfacer sus
aspiraciones de desarrollo personal y profesional.
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Tomado de Antúnez, S. (2002). La Acción Directiva en las Instituciones Escolares. Barcelona:
ICE- Horsori
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Todas estas relaciones interpersonales tienen que ver con diversas formas de
ejercicio de la autoridad. Las posibilidades que tiene un directivo escolar para
motivar, convencer a los demás e influir sobre ellos modificando sus conductas
en relación a los objetivos de trabajo, se basan en gran parte la autoridad
percibida por él mismo –así como por el grupo- y en la autoridad y el poder
efectivamente existentes. Dicho de otra manera: para influir en la conducta
de los miembros de la comunidad educativa se necesita una autoridad en
la que apoyarse.
Ahora bien, ¿de dónde proviene esa autoridad?, ¿de qué instrumentos
disponen las personas que dirigen para influir en las demás?
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sea, de cómo se llame, de cómo sea y de lo que proponga, ya que, de hecho,
no le obedecen a ella sino al cargo que representa. En organizaciones en las
que ésta es la única fuente visible de autoridad podrían llegar a obedecerse
incluso órdenes que todo el mundo reconoce desacertadas o malvadas.
Vemos, pues, que la autoridad por la posición le viene dada al individuo, por
una ley, por una disposición superior, o por factores culturales como podría ser
una fuerte tradición o una arraigada costumbre. Podríamos encontrar un
ejemplo en el caso de un docente que recibe una instrucción o una solicitud de
un compañero de su centro y, a la vez, un requerimiento idéntico que procede
de la inspectora de su zona escolar. Si ante el compañero responde de manera
pasiva y a la inspectora le responde de forma diligente, una de las razones
podría ser porque atribuye a ésta una capacidad de influencia mayor,
simplemente por razón del cargo que tiene, tradicionalmente asociado a
autoridad y a la posibilidad de recibir de él sanciones positivas o negativas. Se
trata de un poder, en muchos casos, puramente simbólico. Veamos otro
ejemplo.
Imaginemos que usted está conduciendo un automóvil por una avenida y que,
sin darse cuenta, está aumentando la velocidad de la marcha. De tal manera
que, sin advertirlo, está circulando a 110 km/hora cuando la velocidad máxima
permitida es de 80. De repente, mira por el espejo retrovisor y comprueba que
justo detrás de usted circula un vehículo de la policía de tráfico. Con toda
rapidez dirige su mirada al indicador de velocidad y… ¿qué hace usted
inmediatamente? Reducir la marcha, frenar, ¡claro! ¿Es necesario que alguien
le dé una orden para que lo haga?, ¿es preciso que le recuerden expresamente
la necesidad de reducir la velocidad y le adviertan del riesgo físico (y de pagar
una fuerte multa) que corre si no lo hace? Usted ha “obedecido” a un vehículo
que está pintado de una determinada manera sin plantearse siquiera quiénes
son las personas que lo conducen. Podría tratarse de unos malhechores que lo
robaron y vienen de cometer un delito. ¿A quién obedeció pues, sino a un
símbolo?
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La autoridad personal. Está relacionada con determinados rasgos de la
personalidad o características de quienes dirigen. El hecho de tener un carácter
peculiar, habilidades comunicativas, una determinada presencia física, poseer
carisma o condiciones de liderazgo son elementos que conforman, entre otros,
esta fuente de autoridad. La poseen las personas que conocen muy bien las
necesidades y preocupaciones de los individuos de su grupo y saben sintonizar
con ellas. Se trata de personas que suelen preocuparse por la vida afectiva de
sus colaboradores y capaces de arrastrar a los demás en torno a unas ideas a
través de aquel conocimiento, o, también, por obrar de forma ejemplar ante
ellos.
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esa autoridad la poseen las personas que se encuentran en el lugar oportuno y
en el momento adecuado. Determinados momentos, situaciones, coyunturas y
ocurrencias pueden convertir a un individuo en persona con una capacidad de
influencia transitoria sobre los demás que se mantendrá mientras aquellos
factores circunstanciales le sigan siendo favorables.
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Las cuatro primeras fuentes de autoridad que hemos ido enumerando
constituyen otras tantas columnas en las que se sustenta la acción directiva.
Razonablemente, tratar de reforzarlas, debería ser una preocupación constante
de las personas que dirigen. La finalidad de esa tarea no debería consistir tanto
en un afán de notoriedad o un ansia desmedida de perpetuarse en el cargo
sino una sana intención de promover mejores prácticas educativas a través de
procesos de dirección más adecuados y justos.
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otras prácticas que se relacionen con actividades que estén más a nuestro
alcance, que sean coherentes siempre con los principios democráticos y que, si
es posible, nos proporcionen resultados más útiles a corto plazo. Vamos a
centrarnos en la autoridad que llamamos de experto y en la de oportunidad.
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ACTIVIDAD NÚM. 1. LA AUTORIDAD DE EXPERTO
La credibilidad es una cualidad que debería acompañar siempre a un directivo escolar que
pretenda desarrollar su cometido eficazmente. Las personas solemos depositar nuestra
confianza en quienes demuestran laboriosidad en sus prácticas profesionales y, sobre
todo, conocimiento destacado respecto a su trabajo; en quienes, en suma, poseen lo que
convinimos en llamar autoridad de experto.
Las evidencias nos demuestran que los directivos eficaces ponen gran interés en
formarse, en actualizarse con relación con los temas que afectan directamente a su
trabajo. Sería deseable que usted compartiese con ellos ese interés.
PROPUESTA:
Enumere 5 acciones concretas que usted podría llevar a cabo con el fin de
aumentar su autoridad de experto. Deben ser iniciativas que dependan
exclusivamente de usted y, en su caso, de su Equipo Directivo 2 .
1ª
2ª
3ª
4ª
5ª
Compare sus respuestas con las que le proponemos al final del módulo en el
apartado “Pautas para la revisión de las actividades”
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No incluya, pues, en su lista propuestas como “Participar en actividades de formación
permanente convocadas por el Ministerio, la Universidad o la entidad titular (en el caso
de instituciones privadas)” ya que la posibilidad de hacerlo no depende sólo de usted, sino
de que esas instituciones y organismos las organicen y convoquen.
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¿Qué hacer, finalmente, para aumentar la autoridad por la oportunidad? Pues,
ante todo, mantener una continua actitud de diagnóstico y de análisis.
Preocuparse por conocer qué está pasando en el centro escolar y, sobre todo,
analizar las causas de por qué ocurre nos sugerirá procedimientos de
actuación adecuados y oportunos.
Sin duda los miembros del equipo son personas que poseen capacidades diferentes en
relación con el desempeño de las tareas que les son propias y, a la vez, diferencias
entre cada uno de ellos en relación al grado de autoridad de experto y al poder
carismático o personal que poseen. Se trata de otorgar un protagonismo diferente a
cada miembro del equipo según los casos, en función de lo que pretende conseguirse
en cada momento.
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circunstancias que presente la propuesta quien tenga más carisma personal ya que
probablemente será capaz de entusiasmar e involucrar más fácilmente. En cambio, una
vez puesta en marcha la experiencia, tal vez no convenga que acompañe su desarrollo
y guíe al grupo la misma persona –creíble por su calidez y liderazgo afectivo-, sino otro
miembro del equipo, creíble por la sólida formación que posee, por las aportaciones
técnicas que es capaz de hacer en relación a lo que se está desarrollando, ya que, tal
vez, sea la ayuda y el “motor” más adecuado y creíble que el grupo necesita en ese
momento.
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