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Lago Rosario
Sierra Colorada
La leyenda
del Chepeitoro
A modo de prólogo...
El presente material reúne las voces de distintas
generaciones del Pueblo Mapuche-Tehuelche de Chubut.
Autoridades:
LUIS ZAFFARONI
Ministro de Educación
Equipo de realización:
ALEJANDRO RAÚL HIAYES
Subsecretario de Coordinación
MODALIDAD EDUCACIÓN
Técnica Operativa
INTERCULTURAL Y BILINGÜE (EIB)
del Sistema Educativo
Ministerio de Educación Provincia del Chubut
SAIDA INÉS PAREDES
Coordinadora Provincial de Educación
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Subsecretaria de Planeamiento Intercultural y Bilingüe (EIB)
para la Promoción de la Igualdad Mst. Isabel María Álvarez
y la Calidad Educativa
Consultora en Lengua
DIEGO JAVIER PUNTA y Cultura Mapuche
Subsecretario de Recursos, Luciana Martha Jaramillo
Apoyo y Servicios Auxiliares
Diseñadora Gráfica
Mariana Lorena Villamea
Lago Rosario
Sierra Colorada
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2012
Leyenda
del Chepeitoro Don Albar
Artesano cu
ltor de instru
in o
Transcripción del cuaderno musicales m mentos
apuche
de Don Albarino Cheuquehuala
– Año 1998 – LAGO ROSARIO
Nos contaba mi papá antes de su muerte cuando yo tenía muy pocos años de edad todavía,
que nuestro lago, donde actualmente vivimos, no era grande ni largo como es hoy día. Más
bien era una pequeña laguna donde se encuentra hoy una isla.
A él le contó una ancianita de muchos años de edad que esa parte donde se encuentra esta isla,
era un valle grande y de muy buena pastura donde existían muchos animales ariscos o baguales
-como les llamaban- y, donde grupos de mapuches de distintos lugares venían a “bagualiar”
antes que empezara el invierno para proveerse de abundante carne que preparaban como
charqui para que aguante hasta la primavera. Para esto siempre venían en el grupo mujeres
y jóvenes muy gauchos, para enlazar caballos, correr y bolear a los baguales.
Por lo general, se quedaban durante un mes o más en este lugar en donde hacían su descanso y,
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el día antes de hacer la cacería, tenían por costumbre hacer una rogativa o ngillatun. En el lugar,
tenían una piedra -que hoy no se ve- en la que, luego de hacer la rogativa, recibían señales, si
les iba a ir bien o mal. Fue esta vez donde no obtuvieron señal alguna en esta piedra. Muchas
veces que habían venido siempre tuvieron suerte, les daba mostración de sangre o grasa,
color del pelaje o algo así. En el grupo venía un tehuelchito joven de veintitrés o veinticuatro
años, con nombre desconocido, muy gaucho, muy hábil jinete para enlazar y bolear y muy
bien montado. Y salieron nomás si bien con pocas esperanzas pero decididos que tenían que
encontrar algo pero fue imposible.
El primer día no encontraron nada, el se- buenos jinetes con buenos “pingos”, no
gundo tampoco y, ya un poco decaídos lo perdían de vista hasta que, de tanto
por la mala suerte, volvieron a salir por perseguirlo uno logró enlazarlo; pero su
tercera vez -muy temprano como de cos- lazo no pudo aguantar los tirones y como
tumbre- y entonces sí encontraron rastros ya estaban todos rodeándole no faltó otro
o rastrilladas que llegaban a la laguna ya que lo enlace de vuelta pero el animal con
referida y se perdían allí. Sin tener idea de mucha fuerza lo arrastraba, caballo y jinete
qué había pasado siguieron su búsqueda a la vez. Hubo que poner otro lazo pero no
andando y andando por los chepelales, podían. Con la fuerza que tenía, no lo podían
montes y pantanos que rodeaban la lagu- detener. Fue ahí cuando hizo su aparición el
na. De tanto andar buscando encontraron Tehuelchito, demostrando su habilidad, su
un rastro grande, de un sólo animal pero “pingo”, su lazo y su coraje. Pero el toro, al
que iba en sentido contrario a la laguna, verse más enlazado, se embraveció mucho
más bien hacia la cordillera pero no lle- más y, entre disparadas y embestidas pa-
gaba a subir y, de tanto y tanto “campiar” ra todos lados, logra voltear al caballo del
y “rastriar” ayudados por los perros pu- Tehuelchito dándole muerte a los dos
dieron encontrarlo muy escondido bajo mientras los demás seguían en su lucha
los chepelales. Se avisaron entre ellos pa- desesperados para que aquel animal no
ra poder atraparlo pero, el animal, al ser se llegue a ir y así, poder tener carne para
encontrado trató de disparar. Lo vieron comer. Y lograron su objetivo: mataron al
correr. Era un animal grandote. Un toro toro, lo carnearon y acarrearon la carne a
de un color muy raro con sus buenas los campamentos. Es ahí cuando vino lo
“astaduras”; ligero al disparar pero ellos, dramático: los asados no se cocinaban por
más vueltas y vueltas que les daban. Resultó vez por orden de nuestro Dios poderoso. Pe-
ser que este animal no era un animal común ro se pueden ver las altas cordilleras alrede-
sino que era un animal del agua, el famoso dor del lago y una parte de aquel hermoso
“Chepeitoro” nombre que desconoce mucha valle hoy con muchos pantanos y “ñirenta-
de nuestra gente. les” e imaginar dónde estará sepultado el
Hoy día la laguna no existe. Con el correr valiente Tehuelchito junto a sus prendas o
de los años fue creciendo lo que es hoy un su caballo. Termina aquí esta historia ma-
hermoso lago. También ha quedado para puche que contaba mi viejito padre Don
el recuerdo la pequeña isla y, quizás, a mil Domingo Cheuquehuala Ñanco, historia que
metros, mirando al sur y hacia la izquierda no se puede calcular por años, relatos re-
estará la piedra escondida bajo el agua, tal feridos a nuestro Lago Rosario, Chubut.
Llegó a estos lugares un forastero llamado Antonio Paillama. Tenía más o menos
unos 45 años. Él fue un antiguo policía que solía contar que había recorrido todos
los lugares de la zona porque era militar; un hombre con mucho conocimiento.
Un día llegó a la casa de la familia Cheuquehuala porque eran conocidos del sur
y se quedó a vivir acá en el lago y, como había sido militar sabía hacer notas de
cualquier motivo y pedido y, cuando alguien necesitaba hacer un reclamo todo
lo que pedía tenía pronta solución Por ejemplo, elevó una nota para sacar a los
gendarmes de la escuela en donde se habían ubicado. Solía decir que la escuela
no era lugar para ellos y que no tenían que estar ahí..
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por catálogo a la “Casa Arias” de Buenos
Aires. Pidió máquinas de coser a la seño-
ra Eva Duarte de Perón y así muchas
cosas más. Don Paillama vivió muchos
años por acá. Se había hecho una casita
de pura piedra para él sólo en donde es
ahora “Los corrales”. Sabía contar que
era de Junín de los Andes. Ya grande
se fue a Sierra Colorada a trabajar en
el carbón y a sacar leña. Después, se le
Elia Namuncurá
dio por irse a Trevelin en donde Kimche de Lago Rosario
vivió hasta el final de su vida.
Foto: Sergio Caviglia
Del álbum “Retratos de nuestros abuelos”
Fotografías estenopeicas
Lago Rosario
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