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VOX POPULI
La risa colectiva difícil de evitar, cierto es puede leerse como una risa nerviosa, esa
que se desata sola cuando nos vemos frente a un peligro incierto: es un efecto tramposo
más de la presencia fantasmal del fascismo, el hecho de que pensemos que vamos
ganando mientras nos reímos de quienes lo proclaman. No deja de ser una anécdota
más que Coque Malla trolease a VOX descubriéndoles que la canción que habían
utilizado se refería a la cocaína y al amor homosexual: el eco de dicho troleo, más de 80
mil veces compartido y más de 2 millones de veces reproducido en Facebook, indica
algo más que nuestras ganas de reírnos del fascismo. Lo hemos repetido en campaña:
VOX, una panda de frikis a caballo, “¿qué pretenden conquistar así?”, pues de
momento la capacidad de decidir quién gobierna en la región más poblada del país. En
este caso la risa, como decía Bergson, “por muy espontánea que se la crea, oculta un
prejuicio de asociación y hasta de complicidad con otros rientes efectivos o
imaginarios”. Nos reímos y compartimos el chascarrillo del cantante para definirnos
“nosotros” frente a “ellos”: pero tras la risa hay también algo de miedo, no a ellos
individualmente sino como “colectivo político”, y por desgracia hay implícita también
una afirmación que desde luego retroalimenta el mismo fascismo que creíamos
combatir, y que en cierto modo nos asemeja a él. Eso de que existe un “nosotros”, y que
existe un “ellos”.
Pero todo eso, la risa y las etiquetas, no pasa de ser un narcótico, por necesario que sea:
en realidad no tenemos ni idea de si lo de VOX en Andalucía se va a quedar en eso
(que no es poco) o si será el comienzo de un movimiento de masas parecido al que ha
hecho a Trump presidente o el que acaba de hacer ganar las elecciones a Bolsonaro,
cabeza visible del fantasma en Brasil. Nuestro Trump autóctono, un tal Abascal, es un
tipo que presume de llevar siempre una pistola encima: como en el resto de casos, su
fascismo radica principalmente en la promesa de solucionar problemas muy complejos
(crisis económica, criminalidad, flujos migratorios...) con soluciones simples. Lo que
Propuesta para publicar en CONTEXTO
Javier Cigüela Sola
Barcelona, 3 de Diciembre de 2018
quiere decir, en este caso: con violencia. El núcleo propagandístico tiene que ver con la
política del miedo, muy efectiva en tiempos de sentimentalismo y emotividad; en
tiempos, en fin, de precariedad, otro alimento del miedo. La inmigración es uno de los
temas estrella: ¿la real? No, por supuesto, o solo un poquito, aderezada con la
imaginaria. Como a todo buen populismo, a VOX la realidad le da igual, en eso son a
su manera hegelianos, y por eso Abascal es capaz de decir en la misma entrevista que
la inmigración ilegal es un problema masivo y que hay una “clara intención de llamar”
a ella, incluso de financiarla, que son los inmigrantes quienes roban a las abuelas, y
renglón seguido decir que no tiene ningún dato que lo avale y que es una convicción
que sale “de la observación de las noticias” (El mundo, 14 Oct. 2018).
Por otro lado, la risa es útil y necesaria, pero no puede ser el único método desde el
que abordemos el problema de la extrema derecha: es necesario recuperar aquello que
quiere destruir, y no es otra cosa que la existencia de una realidad objetiva y
comprobable capaz de desenmascarar la post-verdad como pura y simple mentira.
¿Qué puede ser más efectivo para desenmascarar a VOX, decirles a sus simpatizantes
que cantan a la homosexualidad y partirnos de risa, o discutir entre todos (no sólo
contra ellos) si la presencia mediática que tiene la inmigración africana se corresponde
con los datos, según los cuales en los últimos 8 años ha bajado en número, y en la
actualidad no supera el 2% de la población? ¿Reírnos de la bandera que portan, o
discutir el modo en que la criminalidad se está politizando asquerosamente, en un país
con una de las tasas de delincuencia más bajas del mundo? ¿qué es más efectivo en la
lucha contra el nacionalpopulismo, centrar el debate y la política exclusivamente en la
lucha de identidades polarizadas, o dar una respuesta real al hecho de que el fenómeno
mismo es una reacción contra una precariedad vital y económica que en el fondo casi
todos sufrimos? ¿qué preferimos, fingir que se trata de viejos estúpidos, o asumir el
hecho de que entre esa gente habrá quien tenga sus razones (erróneas o no) para
pensar como piensa, y que sólo tomándolos en serio podremos dejar de alimentar
nuestra propia visión supremacista de que son una “pobre gente” a la que hay que de-
construir y aleccionar? Por volver, en fin, a Deleuze y Guattari, la pregunta hoy ya no
puede ser sólo ¿por qué las masas desean el fascismo? Si no, ¿qué hay de eso que llamamos
fascismo en el corazón mismo de lo que llamamos democracia? Dicho de otro modo: ¿qué hay
de nosotros en la caricatura?