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28 de octubre de 2008 (7 días después de nacer Ignacio)

NUESTRO HIJO IGNACIO

Los planes de los hombres

Toda la familia habíamos vivido con una ilusión muy especial la venida de nuestro
quinto hijo. Éramos conocedores que esa experiencia tan maravillosa de alumbrar una
nueva criatura podría no volver a repetirse, muy a mi pesar, que insistía que en casa
siempre debía haber un niño menor de 5 años.

Vivimos muy intensamente todo, tanto el lugar y momento de la concepción, en pleno


invierno entre esas montañas del Pirineo donde nacieron muchos de los abuelos
paternos de Ignacio, como todos esos detalles y preparativos que a mi mujer le gusta
cuidar con tanto esmero y mucho tiempo de antelación.

Para ir entrenándole en lo intenso que puede llegar a ser vivir en nuestra familia,
decidimos ir en Semana Santa, con sólo 2 meses de embarazo y en plena época de
vómitos y molestias de mi mujer, al Valle de Mena, cerca de Bilbao, con el movimiento
Familia Misionera, donde pudimos vivir la fe en familia de forma preciosa. Durante
esos días Dios nos regaló la posibilidad de dar nuestro cariño y nuestro testimonio de
fe a las gentes de varios pueblos muy alejados de muchas cosas. Dormimos sin
calefacción, nos duchamos con agua fría, nos ejercitamos en la obediencia y en el
dejarnos llevar por otros, nos nevó, renunciamos a nuestras vacaciones
convencionales, pero recibimos tanto a cambio…

Nos imaginábamos, ya poniéndole cara gracias a las nuevas tecnologías y a las


ecografías 4D, a un chaval atlético y lleno de energía como sus hermanos, que correría
y treparía por los mismos lugares que hoy frecuentamos nosotros. Y por encima de
todo, ese sería nuestro mejor regalo hacia él, se trataría de un chaval que formaríamos
cristianamente, y que le educaríamos y amaríamos como estamos intentando hacer
con sus hermanos.

Por otra parte, andaba yo inquieto trasmitiéndole al Señor que sentía que me estaba
dando fuerzas especiales, que me sentía joven, y que el corazón me vibraba desde
hacía tiempo en el empeño de hacer algo grande en el próximo horizonte de mi vida.
Cuando compartí este sentimiento con una persona muy querida, me contestó que si
me parecía proyecto pequeño ser padre de familia con 5 hijos.

Pero yo seguía diseñando en mi mente grandes proyectos, grandes fundaciones,


misiones que no acaba de dar forma. Un día leí sobre una familia que era feliz después
de adoptar un niño con dificultades, y lo comenté en casa. Mi Director Espiritual me
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decía que debía ser sencillo, que mi deseo de ser feliz y de hacer felices a los demás
seguramente debía realizarse con los más cercanos. Pero seguía dándole vueltas a mi
proyecto maravilloso, pues sabía que en el fondo, algún día, Dios lo haría realidad…

Los planes de Dios

A las 12 de la noche del 21 de octubre de 2008, decidimos salir para la Clínica, pues las
contracciones eran ya cada 5 minutos, y desde mi óptica de “padre experto” ello era
motivo más que suficiente para salir corriendo de casa. En aquella noche todo
trascurriría de modo “misterioso”: acababa de diluviar, las calles estaban desiertas,
todo estaba en silencio, yo sentía una paz que no me cuadraba con el estar a punto de
ser padre. Y mi mujer era la persona más alegre de la tierra.

En Urgencias pareciera que todo estaba dispuesto para que Ignacio se sintiera un ser
muy especial incluso antes de nacer. El anestesista y la comadrona daban la impresión
que no tenían otra cosa que hacer en este mundo que atender nuestro parto con todo
el calor humano que les salía de su ser. Empezaron a explorar a la incipiente madre y
me pidieron que saliera de la habitación, por lo que empecé a deambular por los
pasillos de la Clínica. Acabé en la Capilla, y esa paz que sentía desde que salimos de
casa se hizo inmensa. En definitiva, lo que yo creía con mis ojos humanos que era una
noche misteriosa estaba empezando a darme cuenta que en realidad era una noche
llena del Misterio de Dios, cuyos planes tantas veces no coinciden con los planes de los
hombres.

La comadrona dijo que era un bebé precioso y lo abrigó con unas toallas. Esperaba yo
en un rincón del quirófano a que llegara el pediatra mientras el ginecólogo atendía a la
madre. Llegó y me dijo en pocos instantes en voz baja que “era Down”.

La fortaleza del Espíritu Santo

Sentí la gracia de Dios en ese preciso momento, lo que no es otra cosa, tal como se lo
he intentado explicar después a mis amigos y familiares no creyentes, que sentir el
amor, el verdadero y auténtico amor de quién confío más.

Me giré a mirar a mi mujer. Y le dije a la distancia que nuestro hijo “era Down”, pero
no me oyó. Lo repetí, y entonces giraron la cabeza ella y el ginecólogo a la vez para
mirarme. En ese instante, mientras le miraba a ella, percibí el inmenso cariño que
siento por mi mujer, y entonces sentí muchísima pena y dolor de tener que darle
semejante sorpresa. Vi en una película muy rápida todas las ilusiones, alegrías y planes
que se había hecho con este niño, y cómo, de repente, se iba a dar cuenta que las
cosas eran diferentes a como habíamos planeado. Me acerqué a ella, la abracé, la
besé, y le dije: “Cariño, este hijo nos va a dar la felicidad plena a toda la familia por el
resto de nuestros días”.

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El ginecólogo se acercó a decirme que hacía más de 3 años que no tenía un caso de
Síndrome de Down.

Me mareé un poco, de lo cual me alegré después mucho para que nadie se pudiera
pensar que me las estaba dando de héroe, y así pudiera resultar creíble el hecho de
que, tras la primera reacción humana llena de sorpresa ante los planes de Dios, la
fortaleza del Espíritu Santo puede actuar en el hombre.

Me acompañaron a quitarme la bata el doctor, la comadrona y las enfermeras en un


cuartito muy pequeño en el que, tras recobrar el pulso, pude manifestarles, ya con
mucha claridad, que veía en lo ocurrido un regalo muy especial del Señor.

Y entonces disfrutamos de las 2 horas más hermosas de nuestro matrimonio,


experiencia de amor que le deseo a cualquier ser humano: nos quedamos solos en la
habitación, a Ignacio se lo llevaron a la incubadora, los médicos se fueron a descansar,
todo el mundo dormía menos nosotros dos. Fue precioso experimentar el uno con el
otro nuestra gran sorpresa. Mi mujer lloró intensamente y yo reconozco que no estaba
en otra cosa que darle mi cariño. Entonces la gracia de Dios nos empezó a llenar de
una forma increíble, de tal forma que poco a poco fuimos percibiendo que había
elegido a nuestro hogar y nuestra familia como el mejor sitio para que Ignacio viviera y
fuera amado y cuidado. A partir de abrir nuestro corazón de ese modo, todo empezó a
ser de una belleza inenarrable, es más, desde que ha nacido Ignacio han pasado tantas
cosas hermosas que no dejamos de imaginarnos con gran alegría el horizonte de
felicidad tan gigantesco que nos espera.

Cuando les conté a nuestros hijos cómo era Ignacio y lo felices que nos había hecho a
sus padres, nuestra hija mayor, de 14 años, afirmó antes de echarse a llorar: “papá,
quiero que las cosas sean tal como han sido, ya no quiero que sean de otra forma”.

Realmente fue un milagro y un don que nos asistiera a todos tan rápidamente la
fortaleza del Espíritu Santo, pues ¿cómo de otro modo hubiésemos podido sobrellevar
una sorpresa así? El nos entregó a Ignacio en su mano generosa, y nosotros fuimos
capaces de entregar la nuestra y aceptar el regalo. Como nuestra reacción fue tan
pronta, gracias al don recibido, nos pudimos dar cuenta que de alguna forma llegamos
casi a rozar nuestras manos con las del Señor…

Una nueva misión en nuestras vidas

Animados de saber que Ignacio ha venido acompañado de Jesucristo, quien ha venido


con su maleta para instalarse para siempre en nuestro hogar, hemos concebido
claramente que el regalo de Ignacio, por lo inmenso, no puede ser exclusivo de
nosotros, ni siquiera de nuestra familia en un amplio sentido, por lo que nos hemos
propuesto animar a todas las gentes que nos quieren o simplemente están cercanas,

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que Ignacio se convierta en algo especial en sus vidas (y así será, tal como me decía un
amigo de la infancia, “como un imán en un saco de alfileres”).

Me contaba una amiga nuestra, tras ver lo que ha ocurrido estos días pasados, que ella
y su marido venían observando cómo Dios había estado preparando nuestro
matrimonio y nuestra familia para esto desde hacía mucho tiempo, lo que nos ha
hecho ver que “nuestra nueva misión” en realidad empezó ya hace algún tiempo.

Le mandé al ginecólogo el mensaje de que necesitaba charlar con él, pero que no
quería hablar de medicina. Al acabar me ofrecí, si alguna vez surgiera la ocasión, a dar
testimonio a algún padre o madre que se planteen abortar en el futuro, y poder
explicarles con el mayor cariño del mundo que se puede ser feliz “con un hijo Down”.
Es más, nos encantaría compartir con esas personas el hecho de que la verdadera
felicidad está siempre, siempre, siempre asociada a la entrega a los demás, lo que
conlleva sufrimiento y sacrificio.

Ignacio es nuestra oración permanente

Creo que a todas las personas que se nos han acercado estos días de un modo u otro
os hemos trasmitido que estéis tranquilos por nosotros, que no os preocupéis, que
tenemos en quien confiar, que Dios nos venía preparando desde hacía años para esto,
y que nos ha dado la gracia de haber sabido aceptar su regalo casi desde el instante de
su llegada. Todo está siendo tan especial, estamos tan emocionados con el Señor, el
cual ha tenido tanta ternura con nosotros…

Casi sin darnos cuenta hemos estado en continua oración con Dios desde que nació
Ignacio. Sentimos ahora que Ignacio es y será siempre nuestra oración permanente
con el Señor, ya que en realidad ha sido a través suyo que Jesús se ha instalado en
nuestro hogar. ¿A un niño capaz de todo ello le llamamos “un niño discapacitado”?

En nuestra oración “únicamente” le estamos pidiendo al Señor que nos conceda


durante el resto de nuestros días paz y sosiego en todas las tareas que nos
encomienda. La verdad es que la pasada noche, nuestra primera noche en casa con
Ignacio, hemos sentido que se duerme muy en paz bajo su mismo techo, y que en
cierta forma, él es nuestro auténtico “seguro de felicidad”.

Bueno, así se hizo realidad mi gran proyecto y nuestro sueño de tener siempre un niño
en casa menor de 5 años.

¿Veis que bien hace todo el Señor? Es que nos ama.

Con todo el cariño,

El padre de Ignacio.

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