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La preparación
Las preces al pie del Altar tienen por finalidad purificar el alma, tanto del Sacerdote como de los
fieles, y hacerlos entrar en oración.Estas preces comienzan por la Señal de la Cruz y el versículo “Me
acercaré al Altar de Dios, al Dios que llena de alegría mi juventud”, del Salmo 42, por el cual
ponemos toda nuestra confianza en Dios. Este Salmo se omite en las Misas de Difuntos y en el Tiempo
litúrgico de Pasión.
Inmediatamente después del Salmo 42, el sacerdote, profunda y humildemente inclinado delante de
Dios, confiesa que es hombre frágil y pecador, recitando el Confiteor.
Siguiendo el ejemplo del Sacerdote, todos y cada uno de los asistentes se confiesan pecadores delante
de Dios y de los hombres, recitando la misma fórmula de confesión.
El Confíteor es un Sacramental que perdona los pecados veniales de quienes lo rezan con verdadero
dolor de sus pecados:
Confiteor Deo omnipotenti, Beatæ Mariæ semper Virgini, Beato Michaeli Archangelo, Beato
Ioanni Baptistæ, Sanctis Apostolis Petro et Paulo, omnibus Sanctis, et tibi Pater; quia peccavi
nimis cogitatione, verbo et opere; mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa. Ideo precor
Beatam Mariam semper Virginem, Beatum Michaelem Archangelum, Beatum Ioannem
Baptistam, Sanctos Apostolos Petrum et Paulum, omnes Sanctos, et te Pater, orare pro me ad
Dominum, Deum nostrum.
Quien se hallare en pecado mortal, es necesario que haga un acto de contrición lo más perfecto
posible, con la intención de confesarse en cuanto pueda.
Al llegar al Altar, lo primero que hace el sacerdote es besarlo, como señal de respeto y de amor a
Jesucristo, representado por el Ara, así como para venerar las reliquias de los Santos, que se
encuentran en ella, y pedir una vez más el perdón de los pecados en consideración a los méritos de
los Santos.
Al beso del Altar sigue el Introito, que quiere decir entrada. Se trata de un canto procesional, que
antiguamente era más largo y se entonaba cuando el oficiante con sus ministros se dirigían al Altar
para celebrar los divinos misterios.
Se reza del lado de la Epístola del Altar. El Sacerdote, al empezar el Introito, hace la Señal de la Cruz
sobre sí mismo. En las Misas de Difuntos, en lugar de signarse a sí mismo, da la bendición sobre el
Misal para significar que va a implorar, como gracia especial, la misericordia de Dios sobre las Almas
de los Fieles Difuntos.
Cuando tiene lugar, inmediatamente después del Kyrie sigue el Gloria in excelsis Deo, cántico de
alabanza a la Santísima Trinidad, continuación y ampliación del Canto de los Ángeles el día de
Navidad.
Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonæ voluntatis. Laudamus Te, Benedicimus Te,
Adoramus Te, Glorificamus Te. Gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam, Domine Deus,
Rex cælestis, Deus Pater omnipotens. Domine fili unigenite, Iesu Christe, Domine Deus, Agnus Dei,
Filius Patris, Qui tollis peccata mundi, miserere nobis. Qui tollis peccata mundi, suscipe
deprecationem nostram. Qui sedes ad dexteram Patris, miserere nobis. Quoniam tu solus sanctus, Tu
solus Dominus, Tu solus Altissimus, Iesu Christe, Cum Sancto Spiritu in gloria Dei Patris. Amen.
Se lo omite en las Misas de Difuntos, durante el Adviento, Septuagésima, Cuaresma y en las ferias
durante el año.
Después del Gloria, el sacerdote besa el Altar, se vuelve hacia los fieles, dice con las manos
extendidas Dominus vobiscum
Va hacia el Misal, dice Oremus, y reza la oración llamada Colecta, que significa reunida, porque ella
compendia y resume todos los votos y deseos de los fieles.
Esta lectura se le llama Epístola porque los pasajes de la Biblia más leídos en este momento son las
Epístolas o Cartas de San Pablo. A la Epístola le sigue el rezo del Gradual. Consta de una Antífona
y de un Versículo. Su finalidad es mover a devoción a los fieles comentando con palabras de la
Sagrada Escritura la lectura de la Epístola. A continuación se reza el Aleluya, palabra hebrea que
significa alabad a Dios.
Se reza siempre después del Gradual, excepto durante la Septuagésima y la Cuaresma, en que se
reemplaza por el Tracto. Se llama Canto Aleluyático al versículo que casi siempre acompaña al
Aleluya. Durante la Pascua se cambia el Gradual por el doble Aleluya.
Ver texto del Gradual (Tracto) y del Aleluya en el propio del día.
Algunas Fiestas tienen una Secuencia, es decir, una prolongación del Aleluya, una especie de himno
sagrado en que se canta el misterio que se celebra. Solamente seis Misas en el año eclesiástico tienen
Secuencia: la de Pascua de resurrección, la de Pentecostés, la de Corpus Christi, las dos de los Dolores
de María, y la de Difuntos.
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LA MISA SACRIFICIAL
Después de la cuales el sacerdote reza en voz baja la oración llamada Secreta, que al igual que la
Colecta y la Postcomunión es una de las oraciones principales del Propio de la Misa.
Esta oración es precedida por el Orate, frates
Esta oración se dice en voz baja porque acercándose el momento solemne del Sacrificio, la Iglesia ha
entrado ya en un profundo recogimiento y su voz no es percibida sino de Dios.
Casi todas las oraciones llamadas Secretas, se reducen a pedir a Dios que se digne recibir
favorablemente los dones que están sobre el Altar, y que por su bondad y gracia nos ponga en estado
de serle nosotros mismos presentados como una hostia agradable a sus divinos ojos.
Empieza la segunda parte de la Misa Sacrificial con el Prefacio, magnífico himno de acción de
gracias que sirve de introducción al Canon.
Tres partes podemos distinguir en el Prefacio: la introducción, el cuerpo y el Sanctus.
El cuerpo del Prefacio es la parte variable del mismo en la que se hace mención de los diferentes
misterios del Año Litúrgico, tomándolos como un motivo especial de alabanza y de acción de gracias.
Actualmente el Misal Romano tiene quince Prefacios: Navidad, Epifanía, Cuaresma, Pasión, Pascua,
Ascensión, Pentecostés, Santísima Trinidad (que se usa en todos los domingos libres), Cristo Rey,
Sagrado Corazón, Santísima Virgen, San José, Apóstoles, Difuntos, y uno Común.
El Prefacio termina con el Sanctus, que es el himno del Cielo, en que se alaban la grandeza y poder:
Sanctus, Sanctus, Sanctus Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt cæli el terra gloria tua. Hosanna in
excelsis. Benedictus qui venit in Nomine Domini. Hosanna in excelsis.
Se toca la campanilla a la hora del Sanctus para indicar que el Sacerdote entra en la parte más solemne
y sagrada del Sacrificio. Inmediatamente después del Sanctus comienza el Canon, palabra que viene
del griego y significa Regla, norma fija y casi invariable que debe seguirse para ofrecer el Santo
Sacrificio. Se le ha llamado también la Acción, esto es, el Misterio de la Acción Santísima.
La primera parte del Canon comprende cinco oraciones que nos preparan a la Consagración.
Aprovechemos el Memento de los vivos para insertar nuestras intenciones. Al pronunciar la
oración Han igitur, el sacerdote extiende sus manos sobre la Hostia y el Cáliz, como en otro tiempo
lo hacía el Sumo Sacerdote sobre la víctima que era inmolada en expiación de los pecados del pueblo.
Jesucristo se sustituye en lugar nuestro, tomando sobre Sí el peso de nuestros pecados y lavándolos
en su Sangre
Sigue la doble Consagración, que es el momento más solemne del Santo Sacrificio.
Esta acción en la Santa Misa tiene un carácter presente y real, no solamente conmemorativo e
histórico. Por las palabras de la Consagración, que el Sacerdote dice en Persona de Cristo, toda la
substancia del pan se convierte en toda la substancia del Cuerpo de Cristo. En la Hostia consagrada
está verdadera, real y substancialmente presente Jesucristo, con su Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad.
Del pan, después de la Consagración, quedan únicamente las especies o apariencias: color, forma,
tamaño, sabor, olor y peso.
Procede inmediatamente a la Consagración del vino, que está en el Cáliz. Por ella se obra la
transubstanciación del vino, y en el Cáliz está la Sangre de Jesús, Sangre que ha sellado la Nueva y
Eterna Alianza entre Dios y los hombres.
Junto con su Sangre Preciosísima está su Cuerpo, Alma y Divinidad. Al igual que con la Hostia Santa,
el sacerdote adora la Preciosísima Sangre, eleva el Cáliz para que los fieles hagan otro tanto, y lo
deposita sobre el Altar, adorando nuevamente el precio de nuestra Redención.
En la doble Consagración del pan y del vino está la esencia del Sacrificio de la Misa. Jesús acaba de
inmolarse sacramentalmente en el Altar, renovando incruentamente su Sacrificio de la Cruz.
Siguen otras cinco oraciones muy hermosas por las cuales se ofrece la divina Víctima.
Aprovechemos el Memento de los difuntos para rezar por el descanso eterno del alma de nuestros
difuntos y por la de aquellos por los que nos han pedido que recemos.
Concluye el Canon por una magnífica Doxología, el Per Ipsum…
Por Él mismo, y con Él mismo, y en Él mismo, a Ti, Dios Padre todopoderoso, en unidad del Espíritu
Santo te sea dada toda honra y gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
Comienza ahora la preparación para la Comunión.
La primera oración escogida por la Iglesia es el Pater Noster, oración perfecta que encierra en sí todas
las peticiones que podemos hacer a Dios en la Comunión.
Sigue al Pater Noster la oración Líbera nos…, que es el desarrollo de la última petición del Pater
Noster:
Te rogamos, Señor, nos libres de todos los males pasados, presentes y venideros; y por la intercesión
de la bienaventurada y gloriosa siempre Virgen Madre de Dios, María, con tus bienaventurados
Apóstoles Pedro y Pablo, y Andrés, y todos los Santos danos propicio la paz en nuestros días, para
que ayudados con el auxilio de tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado, y seguros de toda
perturbación.
Llegamos a la triple invocación Agnus Dei, en la que con fervorosa insistencia pedimos al Señor tenga
misericordia de nosotros y nos conceda la Paz que encierra todos los dones.
La Comunión Espiritual consiste en desear con fe y con amor recibir a Nuestro Señor en el
Sacramento de la Eucaristía.
Se diferencia de la Comunión Sacramental en que en esta última se recibe la Hostia consagrada, es
decir, el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
En cambio, la Comunión Espiritual es un acto de deseo de recibir la Sagrada Eucaristía.
Fórmula de San Alfonso María de Ligorio
Creo, Jesús mío, que estáis realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros en mi alma. Pero como ahora no puedo recibiros
sacramentado, venid a lo menos espiritualmente a mi corazón.
Como si ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno todo a Vos. No permitáis, Señor, que jamás me
separe de Vos. Amén.
Después de la Post Comunión sigue la conclusión de la Misa que consta de tres partes: despedida,
bendición y último evangelio.
El sacerdote, terminada la Post Comunión, vuelve al medio del Altar lo besa y vuelto hacia la
Asamblea la saluda por última vez con el Dominus vobiscum y, una vez recibida la respuesta
acostumbrada, dice Ite, Missa est.
Se dice como despedida solamente en las Misas en que se reza el Gloria in excelsis; en las que no lo
tienen, la despedida es Benedicamus Domino (Bendigamos al Señor).
La respuesta de la Asamblea es la misma, Deo gratias.
En las Misas de Difuntos se dice, en vez de la despedida, Requiescant in pace (descansen en paz)”.
Y los fieles responden: Amen.
Terminada la despedida, el sacerdote reza una última oración, en la cual pide a la Santísima Trinidad
acepte con agrado el Sacrificio que acaba de ofrecerse y a la vez, por medio de esta oración, invita a
los asistentes a que examinen su conciencia sobre la manera con que han participado en el Sacrificio.
Luego bendice a los presentes diciendo: Os bendiga Dios Todopoderoso, Padre e Hijo y Espíritu
Santo.
En la Bendición de Dios se cifra la gracia del Santo Sacrificio. Debemos recibirla con muy grande
espíritu de fe.
Pidamos a nuestro Ángel de la Guarda nos alcance esta bendición.
La Santa Misa termina con la lectura del Último Evangelio, que expresa la idea de la grandeza y
excelsitud de Jesucristo.
En algunos casos, se toma como Último Evangelio el de la Misa de la cual se hace conmemoración.
Terminado el Último Evangelio, el sacerdote, arrodillado en la última grada del Altar, reza
las Preces pidiendo la libertad y triunfo de la Iglesia y la conversión de los pecadores.
Salve, Regina, Mater misericordiae;
Vita dulcendo et spes nostra, salve.
Ad te clamamus, exules, filii Evae.
Ad te suspiramus, gementes et flentes
in hac lacrimarum valle.
Eia ergo advocata nostra,
illos tuos misericordes oculos ad nos converte.
Et Iesum, benedictus fructus ventris tui,
nobis post hoc exsilium ostende.
O clemens, O pia, O dulcis Virgo Maria.