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TEXTO A

En el estudio de una familia, de un grupo de seres vivos, creo que el medio social
tiene [...] una importancia fundamental. Un día la psicología nos explicará sin duda el
mecanismo del pensamiento y de las pasiones; sabremos cómo funciona la máquina
individual del hombre, cómo piensa, cómo ama, cómo va de la razón a la pasión y a la
locura; pero estos fenómenos, estos hechos de los mecanismos de los órganos que actúan
bajo la influencia del medio exterior, no se producen aisladamente, en el vacío. El hombre
no está solo, vive en una sociedad, en un medio social y, por tanto, para nosotros,
novelistas, este medio social modifica ininterrumpidamente los fenómenos.
Pero nuestro gran estudio radica aquí, en el trabajo recíproco de la sociedad sobre
el individuo y del individuo sobre la sociedad. Para el fisiólogo, el medio exterior y el
medio interior son puramente químicos y físicos, hecho que le permite hallar las leyes
fácilmente.
Nosotros no podemos demostrar que el medio social no es más que químico o
físico. Lo es seguramente o, más bien, es el producto variable de un grupo de seres vivos
que están absolutamente sometidos a las leyes físicas o químicas que regulan tanto los
cuerpos vivos como inanimados. En consecuencia, veremos que se puede actuar sobre el
medio social, actuando sobre los fenómenos de los cuales llegamos a ser señores dentro
del hombre.
Émile Zola, La novela experimental

a. ¿Qué disciplinas científicas mencionan Zola en este texto? Según él, ¿qué estudian?
b. Desde el punto de vista de Zola, ¿cuál es el objeto de estudio de los novelistas?
c. Según este autor, algún día conoceremos perfectamente cómo funciona el interior del
ser humano. ¿De qué forma influirá este conocimiento en el estudio del comportamiento
social?
d. De las características que hemos visto que presentaba el Naturalismo, ¿cuáles crees
que se exponen en este texto?

TEXTO B

Cuando llegaba tarde por la noche, no se atrevía a despertarla. La lámpara de


porcelana proyectaba en el hecho un redondel de claridad temblorosa, y las cortinillas
corridas de la cuna la convertían en una especie de cabañita blanca que se curvaba en la
penumbra, junto a la cama de ellos. Charles las miraba a ambas. Creía percibir la tenue
respiración de su hijita. Ya empezaba a crecer y a cada cambio de estacón daría un estirón
nuevo. Le parecía verla ya a la vuelta de la escuela por las tardes, tan contenta, con el
blusón manchado de tinta y el cabás en la mano. Luego la mandarían interna a algún
colegio. Claro que eso costaba mucho, no sabía de dónde iban a sacar el dinero. Se
quedaba cavilando un rato. Podían arrendar alguna granjita de los contornos y ocuparse
él de explotarla por la mañana, antes de la visita a sus enfermos Lo que le produjera de
renta lo metería en una cartilla de ahorros, o compraría acciones de lo que fuera, eso daba
igual. Y además su clientela para entonces habría ido en aumento, había que contar con
eso. Porque quería que Berthe se educara como una señorita, que desarrollara su talento,
que aprendiera a tocar bien el piano. ¡Y qué guapa sería a los quince años, cuando llevara
en verano grandes sombreros de paja como los que llevaba su padre y se pareciera a ella!
Seguro que vistas juntas de lejos, cualquiera las podría tomar por hermanas. Le parecía
verla con ellos al anochecer, haciendo labor a la luz de la lámpara. Le bordaría zapatillas,
se ocuparía de las faenas de la casa y la llenaría toda con su encanto y su alegría. Luego,
por último, habría que pensar en casarla; le buscarían a un chico bueno y de posición
desahogada que la haría feliz para el resto de su vida.
Gustave Flaubert, Madame Bovary

TEXTO C

Al día siguiente se despertó tarde, después de un sueño intranquilo que no le había


procurado descanso alguno. Se despertó de pésimo humor y paseó por su buhardilla una
mirada hostil. La habitación no tenía más de seis pasos de largo y ofrecía el aspecto más
miserable, con su papel amarillo y polvoriento, despegado a trozos, y tan baja de techo,
que un hombre que rebasara solo en unos centímetros la estatura media no habría estado
allí a sus anchas, pues le habría concebido el temor de dar con la cabeza en el techo. Los
muebles estaban en armonía con el local. Consistían entres sillas viejas, más o menos
cojas; una mesa pintada, que estaba en un rincón y sobre la cual se veían, como tirados
algunos cuadernos y libros tan cubiertos de polvo que bastaba verlos para deducir que no
los habían tocado hacía mucho tiempo y, en fin, un largo y extraño diván que ocupaba
casi toda la longitud y la mitad de la anchura de la pieza y que estaba tapizado de una
indiana hecha jirones. Este era el lecho de Raskolnikof, que solía acostarse
completamente vestido y sin más mantas que su vieja capa de estudiante. Como almohada
utilizaba un pequeño cojín, bajo el cual colocaba, para hacerlo un poco más alto, toda su
ropa blanca, tanto la limpia como la sucia. Ante el diván, había una mesita.
No era difícil imaginar una pobreza mayor y un mayor abandono; pero
Raskolnikof, dado su estado de espíritu, se sentía feliz en aquel antro. Se había aislado de
todo el mundo y vivía como una tortuga en su concha. La simple presencia de la sirvienta
de la casa, que de vez en cuando echaba a su habitación una ojeada, le ponía fuera de sí.
Así suele ocurrir a los enfermos mentales dominados por ideas fijas.
Dostoyevski, Crimen y castigo

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