Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Documento complementario Nº 1
En realidad, me parece que esta pregunta encubre una confusión entre los modelos de
evaluación, las funciones y los momentos.
- Conocer la situación cognitiva de los alumnos antes de iniciar o rectificar una secuencia
de enseñanza (función diagnóstica);
- Conocer el desarrollo del proceso cognitivo de los alumnos para facilitar su progresión o
reorientación (función formativa);
Estas tres funciones pueden ser utilizadas a los largo de todo el proceso de aprendizaje:
al inicio, durante su desarrollo y al momento en que se ha estimado su finalización. Estos
son los momentos en que pueden aplicarse las instancias de evaluación.
Ahora bien, mientras que el Modelo de ECP reconoce la necesidad de articular las tres
funciones de la evaluación (incluida la función sumativa, por la que se valoran los
resultados), aplicadas conjunta o separadamente en los diferentes momentos del
proceso de aprendizaje; el Modelo de ECR reconoce como única función de la evaluación
a la sumativa, omitiendo sistemáticamente la utilización de las dos restantes.
Antes de responder a esta pregunta, es preciso aclarar algunas cuestiones relativas a los
sujetos de evaluación.
Así como en un Modelo de Acción Didáctica o Paradigma Didáctico hay tres elementos
que definen la relación didáctica y que son el docente, el alumno y el objeto de
conocimiento; en la evaluación hay tres elementos que definen la relación
evaluativa:
- el que evalúa (sujeto de la evaluación) y toma las decisiones respecto a qué, cómo,
cuándo y para qué evaluar;
• En el Modelo de ECP, se admiten los tres tipos de relación. Aquí hay que señalar
que, en el caso de una instancia en la que se utiliza la función sumativa, la relación más
indicada es la heteroevaluación, puesto que corresponde al docente acreditar la
adquisición de los resultados esperados para el aprendizaje.
- Que existen resultados que necesariamente debe obtener el alumno y que no dependen
de los intereses y necesidades propias de su subjetividad, sino que se corresponden con
las decisiones curriculares que adopta el docente;
- Que la estructuración del aprendizaje puede ser valorada desde el exterior (por otro
sujeto distinto de él mismo) y en función de parámetros que también les son ajenos.
¡Y, según hemos visto, ninguna de estas dos características pertenecen al modelo de
acción didáctica autoestructurante ! Por lo tanto, no puede afirmarse que desde el
Paidocentrismo deba sostenerse el Modelo de Evaluación Centrado en el
Proceso.
Esta hipótesis pareciera sostener que: cuando el docente enseña, el alumno no construye
el aprendizaje e, inversamente, cuando el alumno construye el aprendizaje el docente se
abstiene de enseñar.
Pero una condición necesaria no es una condición suficiente. Para que, a partir de la
utilización de estrategias participativas pueda instalarse la función formativa de la
evaluación, tienen que agregarse dos factores insoslayables:
Por lo tanto, la estrategia didáctica elegida por el docente puede ser muy participativa,
ser pertinente y gozar de una calidad técnica intachable. Pero si la intencionalidad de
evaluar formativamente no está en la base de la elección, no puede afirmarse que esté
siendo utilizada en el marco de un Modelo de ECP.
Pero hay situaciones que, sin haber sido planificadas como instancias de evaluación,
ofrecen información que el docente no tenía pensado recoger y que, sin embargo, le
permiten tomar decisiones valiosísimas sobre la marcha del aprendizaje. En estas
situaciones se instala, sin que el docente lo haya previsto, la función formativa (o
diagnóstica), se recoge la información, se toman decisiones y se reconduce el proceso de
enseñanza y de aprendizaje. Son situaciones que no han sido preparadas a priori con
la forma de una evaluación (porque no era esa la finalidad didáctica del docente) y por
eso son no formales. Pero, en el marco del Modelo de ECP, son las situaciones cuyo
peso relativo es más importante cuando se utiliza, especialmente, la función formativa de
la evaluación.
Por lo tanto, frente a una tarea determinada, dos alumnos pueden proponer respuestas o
soluciones muy diferentes porque los significados que le dan a esa tarea difieren (los
modos y contenidos del aprender son distintos, aunque pueden resultar igualmente
válidos).
Ahora bien, ¿de estas producciones posibles, cuál era la esperada por el docente? ¿cuál
de las alternativas es la producción esperada?.
Por lo tanto, en el Modelo de ECP, el alumno tiene que dar las respuestas esperadas por
el docente, en el sentido de que su producción debe ajustarse a la consigna. Pero esta
respuesta debe requerir una elaboración personal por parte del alumno.
Hipótesis Mientras que en el Modelo de ECR, hay una norma ideal que refleja
lo que el alumno debió aprender, en el Modelo de ECP hay tantos
criterios de evaluación como relaciones de evaluación se
establezcan.
Esta hipótesis está relacionada con la cuestión anterior, con lo que se entiende por
"producción esperada".
En el Modelo de ECR, para cada aprendizaje hay una única producción posible,
independientemente de las variables contextuales (nivel de enseñanza, materia en la que
se enseña, grupo clase, marco curricular, intencionalidad didáctica del docente, momento
del proceso, etc.). Y esta única producción posible es la esperada porque coincide
con la que ha sido enseñada y tal cual como fue enseñada (estímulo condicionado -
respuesta condicionada). Esta respuesta, es la misma en todas las situaciones de
enseñanza y de aprendizaje. Por eso se plantea como una norma ideal, abstracta,
válida para cualquier contexto.
Hay un factor que incide de manera determinante en los criterios de evaluación y que es
ignorado en el Modelo de ECR: el momento del proceso. Si trabajamos sobre un
contenido durante, por ejemplo tres clases, seguramente en la primer clase podremos
pedir un tipo de producción determinada (y la valoraremos según unos criterios precisos)
y en la última clase esperaremos una producción muy diferente de la primera (y
tendremos otros criterios para valorarla). Aquí se ve como los criterios de evaluación
responden a un momento determinado del proceso y son producto de una relación de
evaluación con finalidades concretas (diagnóstica en la primera clase y sumativa en la
tercera).
Los criterios de evaluación diagnóstica y/o formativa pueden ser individuales, grupales o
generales. Es decir que pueden establecerse para cada alumno en particular, para un
grupo de alumnos dentro de la clase o en general para toda la clase. Y esto es así porque
son criterios que están destinados a servir de guía para valorar información relacionada
con la marcha del proceso de enseñanza y de aprendizaje. Y como este proceso puede
tomar caminos diferentes según los individuos que lo transiten, los criterios pueden
variar y adaptarse a la realidad particular de cada alumno o grupo de alumnos.
En cambio, los criterios de evaluación sumativa son los que han de guiar la valoración de
los resultados del aprendizaje. Y estos resultados -al menos los relacionados con los
estándares mínimos necesarios para aprobar una instancia de evaluación- son esperados
en igual medida para todos los alumnos del grupo clase. Por lo tanto, los criterios de
evaluación sumativa deben establecerse de manera general, para todos los alumnos de
la clase, asegurando la equidad e igualdad de oportunidades en relación a la aprobación
de la instancia de evaluación.
La pregunta refiere a una cuestión central en el conjunto de las decisiones que adopta
el evaluador a la hora de evaluar: ¿qué es lo evaluable? ¿qué es lo que se puede
evaluar? ¿cuáles de los desempeños de los alumnos pueden ser objeto de
evaluación?
Como norma general hemos de decir que es evaluable todo desempeño observable.
Y, como contrapartida, sostendremos que aquello que no se puede observar, no se podrá
evaluar. Hay procesos y adquisiciones que se producen durante el aprendizaje y que nos
son directamente observables, pero se nos hacen "visibles" a través de manifestaciones
que nos sirven de indicadores que confirman su existencia.
Es decir que, por observación directa o por vía indirecta, el aprendizaje evaluable es
aquel que se nos manifiesta a través de indicadores concretos y observables. Por lo
tanto, será objeto de evaluación todo aquel aprendizaje que pueda ser observado por el
evaluador.
Pero nuestro análisis quedaría incompleto si no abordamos una segunda cuestión central.
Evaluar sumativamente implica establecer un estándar de logro mínimo para todos los
aprendizajes que se pretende que los alumnos adquieran. En el caso del aprendizaje de
contenidos actitudinales, habría que determinar cuáles actitudes y en qué grado esas
actitudes deberán ser adquiridas por los alumnos para que el docente pueda proceder a
la acreditación de tales aprendizajes como "logrados". Y, en el marco de la función
sumativa, estos aprendizajes, al menos en su expresión mínima, deberán ser exigibles
para todos los alumnos, de manera general.
Ahora bien, la pregunta es ¿se puede exigir de manera general y uniforme la adquisición
de actitudes que comprometen el campo emocional, axiológico, cultural y social de un
alumno? Y, como contrapartida, ¿se puede sancionar o castigar con una calificación
insuficiente al alumno que no logra la adquisición de ciertas actitudes porque éstas no
encuentran raíces en la subjetividad del alumno? Y, desde otra perspectiva ¿es justo
premiar con una calificación satisfactoria a los alumnos que, por su propio bagaje
personal, familiar o social, pueden adquirir fácilmente o ya haber adquirido las actitudes
que les estamos pidiendo que aprendan?
Así como podemos afirmar con toda seguridad que el aprendizaje de contenidos
actitudinales puede y debe ser objeto de evaluación diagnóstica y/o formativa, debemos
reconocer que la evaluación sumativa de estos aprendizajes es una cuestión muy
delicada, con muchas aristas que la condicionan y que debe ser analizada en profundidad
antes de tomar una posición a favor o en contra.
Cuestión ¿Hay que tener en cuenta el proceso que realizó el alumno para
realizar la valoración de los resultados?
Para darle un marco más concreto a esta pregunta, puede formularse de manera más
corriente: "¿A la hora de poner la nota final, debo tener en cuenta el rendimiento que el
alumno ha tenido durante el cursado de la materia? ¿Debo tomar en consideración el
esfuerzo realizado, la dedicación y perseverancia en el estudio, el compromiso con la
materia, etc.? ¿O sólo debe valorarse el resultado obtenido sin tener en cuenta el proceso
por el que a él se ha llegado?"
estilos, nos resultan fáciles ciertas habilidades y tenemos serias dificultades para
lograr otras, nos agradan ciertos campos del saber y rechazamos otros... Somos
diferentes y, por lo tanto aprendemos diferente. No todos llegamos a los mismos
resultados utilizando los mismos caminos. Mientras que algunos alumnos
necesitan de un estudio perseverante para rendir bien un final, a otros les
conviene hacer un estudio intensivo pocos días antes de presentarse. Algunos
alumnos necesitan participar activamente en la clase para comprometerse con la
materia, y otros están muy comprometidos desde un lugar de absoluto silencio y
bajo perfil. Por lo tanto, cuando tenemos en cuenta las características del proceso
(o aquello a lo que nosotros le llamamos proceso) para subir o bajar la nota en las
instancias finales, podemos estar "premiando" un proceso porque a nosotros nos
parece el "deber ser de todo proceso" y, en realidad, estamos premiando un
proceso porque nos gusta como fue hecho. Pero, en realidad, es preciso
reconocer que si un alumno llegó a resultados aceptables, el proceso que
hizo fue el adecuado, aunque no sea el proceso que nosotros
pretendíamos que hiciese.
Pongamos un ejemplo:
1. Los alumnos no contestan todas las preguntas porque para hacerlo necesitan
recordar conceptos que han olvidado. El docente vuelve sobre esos temas y les
explica nuevamente lo que no pudieron recordar.
2. Los alumnos contestan todas las preguntas porque tienen "frescos" los
conocimientos de la clase anterior, sobre los que versaban las respuestas que les
solicitaban. El docente comienza a dar su clase tomando como base los conceptos
que los alumnos han podido recordar y avanza sobre el tema nuevo.
3. Los alumnos, al contestar, cometen algunos errores o confunden conceptos. El
docente los aclara, explica la confusión, rectifica los errores. Una vez zanjado el
inconveniente, comienza a desarrollar el tema nuevo en la clase.
• Esos conceptos bases que intentó sondear el docente fueron (o debieron ser)
adquiridos en secuencias de enseñanza ya completadas. Por lo tanto, son
resultados de un proceso de aprendizaje desarrollado con anterioridad.
En segundo lugar, aunque constatemos que los alumnos poseen los conceptos base que,
a nuestro entender, son necesarios para servir de puente cognitivo para el aprendizaje
de los nuevos contenidos, no sabemos si efectivamente los van a utilizar como tales. El
alumno puede recordar todo lo que dio la clase anterior, pero eso no nos garantiza que,
para el tema de la clase de hoy, utilice esos conceptos base como plataforma para
comprender el tema que le estamos enseñando. La existencia de conocimientos
lógicamente relacionados no garantiza su utilización psicológica (cognitiva) en nuevos
contextos de aprendizaje. Por eso, Ausubel considera inseparable la significatividad lógica
y la psicológica, pero no supone que su simultaneidad sea automática. Es decir que, la
existencia de conceptos potencialmente base de nuevos conocimientos, no implica que
el alumno lo utilice como tales al momento de aprender un material que está lógicamente
relacionado (para la disciplina y para el docente) pero psicológicamente desvinculado
para el alumno.
Cuestión Entonces, ¿no hay que averiguar lo que sabe el alumno? En una
evaluación diagnóstica, ¿es incorrecto recoger información sobre
aprendizajes ya logrados?
No, por supuesto que hay querer recoger información sobre los saberes que pueden
servir de base o de obstáculo para los nuevos aprendizajes. De hecho hemos recurrido
más de una vez a la máxima del aprendizaje significativo redactada por Ausubel en lo
siguientes términos "Averígüese qué sabe el alumno y actúese en consecuencia". Por lo
tanto, nunca puede ser incorrecto recoger información sobre lo que sabe el alumno.
• ¿qué conceptos ya enseñados están relacionados con el tema de la clase que voy
a dar?
• ¿qué preguntas o actividades puedo proponer a los alumnos para ayudarlos a
recordar esos conceptos?
• ¿cómo voy a trabajar sobre esos conceptos si están equivocados?
• ¿cómo voy a explicarles o hacerles recordar lo que no se acuerdan?
La idea es plantear una situación a resolver, que esté íntimamente ligada con el eje
de la clase o de la secuencia de enseñanza que se está iniciando (y no con el eje
de la clase o secuencia de enseñanza anterior). Esta situación debe instalarse en la zona
de desarrollo próximo de los alumnos. Para asegurarnos que esto ocurra, la tarea que
proponemos debe poder resolverse fundamentalmente con ideas ingenuas.
Planteada la situación, serán los alumnos los que, para resolverla, decidan si van a
utilizar conceptos aprendidos en secuencias anteriores de enseñanza (y serán conceptos
base) o en la vida cotidiana (y serán ideas ingenuas). También, al resolver la situación,
utilizarán información errónea o mal contextualizada y detectaremos obstáculos
cognitivos.