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Desde noviembre de 1925 empecé a saber de Mella cuando inició la huelga de

hambre de 19 días, en la prisión de La Habana, por su liberación. Lo conocí en


1927, cuando me lo presentó Rosendo Gómez Lorenzo, en las oficinas del
partido, de Mesones 54 en la ciudad de México. Empezamos a trabajar juntos
después de la V Conferencia Nacional del PCM, efectuada a principios de abril
de 1928, porque ya me había quedado a trabajar en el Comité Central como
secretario de organización. Julio Antonio era, entonces, secretario de agitación
y propaganda del Comité Central electo por el V Congreso.

En junio de 1928 salió Rafael Carrillo (secretario nacional del PCM) a Moscú
para participar en el VI Congreso de la Internacional Comunista. Mella fue
designado secretario nacional provisional y yo me ocupé de la secretaría de
agitación y propaganda. En la segunda mitad de julio de 1928 Mella salió al sur
de México con la idea de organizar lo que 29 años después haría Fidel. Alquilar
un barco y con un grupo de emigrados desembarcar en Cuba para iniciar la
lucha armada por el derrocamiento de la dictadura de Machado . Ignoro por qué
no pudo realizar su plan. Pero esto habla no sólo de la formidable capacidad de
trabajo que como organizador tenía Julio Antonio, que a la vez que iniciaba los
preparativos para un desembarco impulsaba la organización del Movimiento
Unitario de Estudiantes, como líder estudiantil que era y simultáneamente
dirigía al PCM, sino sobre todo que México y Cuba, el PC de Cuba y el PC de
México, eran sus patrias, sus grandes tareas y que a ellos entregaba toda su
inteligencia y energías cuando tenía 25 años.

Mella era un camarada de mucha iniciativa, enérgico y muy amigable con


todos; alto y robusto, parecía un atleta. Nos juntábamos a conversar en la casa
de Tina Modotti, su compañera, en Abraham González número 19, Luz
Ardizana, de la Federación Juvenil Comunista de México: Jacobo Hurwits, de
nacionalidad peruana y secretario del Buró del Caribe del Socorro Rojo
Internacional; Rosendo Gómez Lorenzo y algunos cubanos.

Julio Antonio platicaba mucho de la Unión Soviética, estaba muy entusiasmado


con lo que vio en 1927, cuando después del Congreso Mundial Antimperialista
de Bruselas se trasladó a Moscú, donde permaneció dos meses. Y ello pese a
que en la URSS había grandes problemas sociales como el desempleo, pero él
veía más adelante, vio a la Unión Soviética en desarrollo.

Se hablaba sobre todo de Cuba y México, de sus partidos comunistas; de


pintura y cine; del arte de Diego Rivera y Siqueiros; de Italia nos platicaba Tina.
Julio Antonio era un agitador y organizador formidable. Encendía a la masa sin
ser un hablador, se ocupaba de las cosas serias pero en una forma popular y
eso le gustaba a la gente.

A mi juicio él es uno de los marxistas más brillantes que ha dado América


Latina, por eso los tiros de los esbirros de Machado dieron en el corazón de
toda América Latina. A fines de 1928 se difundió el rumor de que habían
llegado a la capital esbirros de Machado para asesinar a Mella. Tanto Rafael
Carrillo como yo hablamos para pedirle que se cuidara, a Tina y a los
comunistas cubanos les dijimos que no lo dejaran salir solo por las noches,
pues acostumbraba asistir a muchas reuniones del PCM, la ANERC
(Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos), la Liga
Antimperialista, el Movimiento Unitario de Estudiantes y la Facultad de
Jurisprudencia, donde gozaba de un enorme prestigio.

"Muero por la revolución"

La noche del 10 de enero estuve trabajando con Gómez Lorenzo sobre El


Machete y preparando la correspondencia para las locales, en nuestra casa.
Mella colaboraba regularmente no sólo con artículos y ensayos sino también en
la formación del periódico; como ayudaba a Jorge Fernández Anaya en la
Federación Juvenil Comunista. A las 12 llegó alguien, no recuerdo quién, y nos
dijo que hirieron a Julio. Fuimos corriendo al hospital de la Cruz Roja. Allí, en el
patio, estaban Tina y muchos camaradas. Pero la operación para sacarle las
dos balas que le dispararon en la calle de Abraham González no sirvió para
salvarle la vida.

Al día siguiente la noticia era del conocimiento general. Mella se había


convertido en un hombre de leyenda desde su huelga de hambre en Cuba. Y
sus palabras o el grito que lanzó cuando fue herido "Muero por la revolución"
se hicieron legendarias en México y el mundo.

Velamos el cadáver en la sede del partido. La primera guardia la hicieron


Rafael Carrillo, Hernán Laborde, Diego Rivera y otros dirigentes; después
siguió la ANERC y muchas organizaciones más. Mientras tanto, la noche del
mismo día 11, hicimos una manifestación que partió de la sede de la Liga
Antimperialista, Isabel la Católica 89, hasta el consulado cubano, que estaba
en la avenida Juárez, frente al hotel Regis. Cuando llegamos estaba
acordonado por la policía. Los 600 manifestantes logramos desbaratar el
cordón policiaco, pero luego llegaron los bomberos que por primera vez
intervenían en una acción represiva. Empezaron a lanzarnos chorros de agua y
no hubo más remedio que dispersarse.

Recuerdo que yo estaba con Stirner en la concentración. Por un momento lo


perdí de vista y sentí que alguien me jalaba de la chamarra; empecé a tirar
golpes pero al voltear me di cuenta que era él, que intentaba protegerme y
retirarme del alcance de los bomberos. Regresamos a Mesones 54 y allí
pasamos toda la noche llenos de coraje y dolor. Tres mil manifestantes
partimos al día siguiente desde las oficinas del partido hasta el panteón de
Dolores; Rafael Carrillo habló desde el balcón. Nos detuvimos en el Zócalo y
Ursulo Galván pronunció un discurso. Después paramos en la Facultad de
Jurisprudencia para realizar otro mitin y, finalmente, en Abraham González,
donde se cometió el asesinato, habló Hernán Laborde. Fueron cuatro mítines
muy combativos. Las palabras de despedida las pronunció Rafael Carrillo en el
Panteón de Dolores.

En 1933 Juan Marinello y un grupo de comunistas mexicanos sacaron


clandestinamente de México las cenizas de Mella a La Habana. La policía
cubana estaba enterada y los esperaba en el puerto, pero Marinello, que
hablaba perfectamente inglés, se las entregó a una turista norteamericana en el
barco y ella accedió a meterlas al país.

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