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La Soberania de Dios (Sal.

145:1-13)

por Pedro Puigvert


Sermones sobre los atributos de Dios
Exponer el atributo de la soberanía divina no es muy habitual en la actualidad. Se trata
de un tema no excesivamente complicado, pero muy amplio. En este sentido confieso
mi impotencia para concentrar todo lo esencial en el marco de este sermón y
forzosamente deberé dejar algunos aspectos para otros mensajes. La soberanía de
Dios era una expresión muy usada en la literatura religiosa y en el pasado un tema
frecuentemente expuesto en el púlpito. Era una verdad que consolaba muchos
corazones y daba fuerza y estabilidad al carácter cristiano. Pero en la actualidad,
mencionar la soberanía de Dios en muchos lugares es como hablar en lengua
desconocida, ininteligible.
Es una lástima que la doctrina que es la llave de la historia, intérprete de la
providencia, urdimbre de las Escrituras y fundamento de la teología cristiana sea tan
poco entendida y tan tristemente descuidada. Pero como dijo un sabio del pasado "lo
que el predicador precisa dar no es lo que la congregación gusta más de oír, sino lo
que más necesita, es decir, aquellos aspectos de la verdad que le son menos
familiares, o que menos se demuestran en su andar".
1. Definición de la soberanía de Dios
Más que dar una definición académica, veamos una descripción de su naturaleza:

a. Es una soberanía absoluta.


Cuando decimos que Dios es soberano, afirmamos su derecho a gobernar el
universo, que ha hecho para su propia gloria, según su beneplácito. Por tanto es el
derecho del alfarero sobre el barro, pues, lo puede moldear en la forma que quiera,
haciendo de la misma masa un vaso para honra y otro para vergüenza (Ro.9:21).
Afirmamos también que Dios no está sujeto aninguna norma o ley alguna fuera de
su propia voluntad, por cuanto él es ley para sí mismo y no tiene obligación alguna
de dar cuenta a nadie de lo que hace.

La soberanía caracteriza todo el ser de Dios porque la ejerce según quiere,


cuando quiere y donde quiere. La Escritura nos muestra múltiples ejemplos de ello,
siendo uno de los más significativos la liberación de Israel de la esclavitud de
Egipto y como Faraón no quiso dejarlo ir voluntariamente, su pueblo sufrió las
consecuencias y su ejército fue destruido.

b. Es una soberanía ejercida por gracia.


Se trata del favor mostrado hacia el que nada merece o mejor dicho el que merece
la condenación. La gracia es la antítesis de la justicia; ésta exige que la ley sea
aplicada imparcialmente y que cada uno reciba exactamente lo que merece. La
justicia no concede favores ni hace acepción de personas. La justicia como tal, no
muestra compasión ni conoce misericordia, pero la gracia divina no se ejerce a
expensas de la justicia, sino como dice Ro. 5:21 "la gracia reina por la justicia" y si
la gracia reina es que es soberana.

2. La soberanía de Dios en la creación


Después de ver como la soberanía caracteriza el ser de Dios, pasemos a considerar
cómo este carácter soberano se imprime en todas sus obras.

a. En la creación del universo.


Aun antes de Gn. 1:1, cuando la creación existía sólo en la mente de Dios y él
estaba solo, como veremos al tratar su inmutabilidad, en aquel tiempo, por usar un
término, Dios era soberano. Podía crear o no crear según su voluntad y nadie
podía disputar su derecho a hacer lo que quisiera. Podía hacer las grandes
constelaciones o las cosas más pequeñas del universo, todas distintas ¿Con quién
consultó Dios en la creación y disposición de sus criaturas? (Ro.11:34-35) Hizo los
pájaros volando en el aire, los peces nadando en el mar, los animales vagando por
la tierra ¿Quién le hizo actuar así? Nadie. El Creador obró soberanamente y
asignó a cada uno su lugar.

¿Por qué dos tercios de la superficie de la tierra habían de estar cubiertos de


agua? ¿Por qué en la parte sólida del mundo hay tierras fértiles en unos lugares y
desiertos en otros? ¿Por qué una región es rica en minerales y en otra no hay
ninguno? ¿Por qué el clima de unos lugares es grato y agradable y en otro es
extremado y horrible? Simplemente porque así le plació crearlo, o sea,
soberanamente.

b. En la creación del reino animal y vegetal.


En el caso del primero, si comparamos las distintas bestias, vemos que unas están
dotadas de gran inteligencia y otras son muy torpes. Algunos animales están
destinados a ser bestias de carga, mientras otros son para el consumo humano. Unos
están sujetos a un trabajo duro y otros gozan de plena libertad sin hacer nada. Unos
son útiles al hombre, otros carecen de valor. Unos viven muchos años, otros sólo unos
días.

Miremos ahora el reino vegetal; unas plantas tienen, espinas, otras son lisas
totalmente. Una flor exhala un aroma maravilloso, otra desprende un hedor
insoportable. Un árbol da fruto comestible, otro lo da venenoso. La respuesta a
todo ello la recibimos del salmista (Sal. 135:6). Podríamos seguir amontonando
ejemplos en la creación de los ángeles y en la del hombre, pero es suficiente.

El Creador es soberano absoluto, ejecuta su propia voluntad y hace lo que le


agrada: "Todas las cosas ha hecho Yahweh por sí mismo y aún al impío para el
día malo" (Pr. 16:4).

3. La soberanía de Dios en la salvación


Quizás este punto sea uno de los menos comprendidos y el que ha levantado más
polémica. Si Dios es soberano, ¿por qué salva a unos y no salva a otros? ¿Por qué
todos los que oyen el evangelio no son salvos? Porque la mayoría rehúsa creer. Y los
que creen, ¿por qué creen? Porque la fe es un don de Dios y "no es de todos la fe" (2
Ts. 3.2). Dios otorga el don de la fe a los escogidos (Hch. 13:46-48).

. La soberanía del Padre (Ro. 9: 21-24).


Este texto muestra a una humanidad caída donde no hay diferencia en cuanto al
barro porque todos somos hijos de ira (Ef. 2.3). Sin embargo, nos enseña que el
destino final del individuo lo decide la voluntad de Dios, pues unos vasos son para
honra y otros para vergüenza, unos para muerte y otros con misericordia los
preparó para gloria.

¿Es Dios injusto por no salvar a todos? En ninguna manera. Dios salva a los
escogidos soberanamente y deja a los demás en la situación de condenación en
que se encontraban y por haber rechazado voluntariamente la oferta de gracia de
Dios. Dios tiene derecho a hacer lo que quiera con sus criaturas.

a. La soberanía del Hijo (Is. 53:10-11, He. 2:9-13).


¿Por quién murió Cristo? De estos textos y muchos otros se desprende que por todos
aquellos que han sido elegidos por el Padre, es decir, los creyentes. Cristo vio el fruto
de la aflicción de su alma en el linaje escogido de la humanidad y ha justificado a
muchos, pero no a todos. Cristo no murió para hacer posible la salvación de toda la
humanidad porque entonces toda la humanidad sería salva, sino que murió para hacer
segura la salvación de todos los que el Padre le ha dado (Jn. 6:37-39).

b. La soberanía del Espíritu (Jn. 3:8).


El viento y el Espíritu son soberanos en sus acciones y ambos son misteriosos en
sus operaciones. El viento es un elemento que el hombre no puede controlar, el
cual no consulta la voluntad humana ni puede ser regulado por sus inventos. Sopla
cuando quiere y como quiere. Lo mismo ocurre con el Espíritu en relación con el
nuevo nacimiento, es absolutamente soberano en sus operaciones.
Conclusión.
Nos hemos aproximado someramente a uno de los grandes temas de la Biblia y
forzosamente lo dejamos inconcluso porque no podemos tratarlo exhaustivamente. Al
menos tendríamos que analizar cómo opera la soberanía divina en el mundo, luego
ver la relación entre la soberanía de Dios y la voluntad del hombre, la soberanía de
Dios y la oración, la soberanía de Dios en su providencia. Y por último analizar nuestra
actitud hacia la soberanía de Dios y su importancia para la iglesia.
Como ha señalado un renombrado escritor, esta doctrina "es el centro de gravedad de
la verdad cristiana, el sol a cuyo alrededor giran todos los orbes menores, el hilo que,
sujetándolas y dándoles unidad, ensarta, como perlas, todas las demás doctrinas. Es
la plomada que sirve para examinar todo credo; la balanza en que se ha de pesar todo
dogma humano. Está designada para ser el áncora de la esperanza de nuestras
almas en medio de las tormentas de esta vida. Es un tónico divino para reanimar
nuestros espíritus. Está destinada y formada para moldear los afectos del corazón y
guiar debidamente la conducta".

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