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El acusado calla y se le pregunta quién es: además del reconocimiento, hace falta una confesión,
un examen de conciencia, una explicación de sí mismo, es decir, una aclaración de lo que uno es.
Hace falta que hablen un poco de sí mismos si quieren ser juzgados.
1) Hasta finales del siglo XVIII, el derecho penal solo planteaba la cuestión de la locura en los
casos en los que el código civil y el derecho canónico también planteaban. Es decir, se presentaba
bajo la forma de demencia e imbecilidad o bajo la forma de furor.
2) No se trata de delitos leves sino de crímenes graves, casi todos asesinatos, acompañados a
veces de extrañas crueldades. Cuanto más grave era el crimen, menos convenía plantear la
cuestión de la locura.
Locura: crimen contra natura. El individuo en el cual la locura y criminalidad se unen y plantean
el problema de sus relaciones no es el hombre del pequeño desorden cotidiano. La psiquiatría del
crimen, en el siglo XIX, se inauguró con una patología de lo monstruoso.
Se trata de comprender un tipo de alienación que no se manifiesta más que en el momento y bajo
las formas del crimen, una alienación que no tendría más síntoma que el crimen en sí mismo.
Lo que la psiquiatría del siglo XIX ha inventado es esa entidad absolutamente ficticia de un
crimen-locura, de un crimen que es enteramente locura, de una locura que no es otra cosa que
crimen: Monomanía homicida. Los magistrados de la época acabaron por aceptar el análisis
psiquiátrico de los crímenes a partir de esta noción tan extraña y para ellos tan inaceptable.
El “cuerpo” social deja de ser una simple metáfora jurídico-política para aparecer como una
realidad biológica y un campo de intervención médica. La psiquiatría del siglo XIX, por lo menos
tanto como una medicina del alma individual, fue una medicina del cuerpo colectivo.
Sobre los crímenes “sin razón”, la idea de un parentesco siempre posible entre locura y
delincuencia poco a poco se fue aclimatando fuera de la institución judicial.
La mayor parte de los códigos de tipo napoleónico retoman el viejo principio de que el estado de
alienación es incompatible con la responsabilidad y que excluye sus consecuencias. La justicia
penal debe curar esa enfermedad de las sociedades que es el crimen.
Castigar se había convertido, entre todas las técnicas nuevas de control y de transformación de
los individuos, en un conjunto de procedimientos concertados para modificar a los infractores. El
castigo se impone más sobre el criminal que sobre el crimen: sobre lo que le convierte en
criminal , sus motivos, móviles, voluntad profunda, sus tendencias e instintos. Se busca adaptar
las modalidades del castigo a la naturaleza del criminal.
En alguien que no había manifestado ningún signo de locura surge una acción voluntaria,
consciente y razonada al mismo tiempo y sin embargo, no hay nada, ningún motivo, ningún
interés, ninguna mala inclinación que permita determinar qué es lo que hay que castigar en la
culpable. Para castigar se necesita saber cuál es la naturaleza del culpable, su endurecimiento, su
grado de maldad, cuáles son sus intereses o inclinaciones.
Obstinadamente, los procuradores han hecho valer la ley: nada de demencia, ni de furor, ni de
alienación determinada por signos reconocidos; el castigo está unido, al menos por una parte, a la
determinación de los motivos.
Médicos comienzan a ser denominados “especialistas del motivo”; deberán apreciar no solo la
razón del sujeto sino la racionalidad del acto, el conjunto de relaciones que unen el acto a los
intereses, a los cálculos, al carácter, a las inclinaciones, a los hábitos del sujeto. Cuanto sea
menos evidente, el acto parecerá irrumpir en el sujeto como un mecanismo repentino e
irreprensible, y el responsable será menos punible.
La noción de monomanía se abandona un poco antes de 1870. Locura parcial, la sustituye la idea
de que una enfermedad mental no es forzosamente una ofensa al pensamiento o a la conciencia.
Monomanía es asimismo abandonada por otra razón: por la idea de enfermedades mentales de
evolución compleja y polimórfica, idea de degeneración.
Prisión: más como escuela de delincuentes; métodos de los aparatos judicial y policial, lejos de
asegurar una mayor protección contra el crimen, llevaban a lo contrario, a un reforzamiento del
medio criminal, por mediación de la prisión.
“Despenalización” del crimen mediante la puesta en práctica de un aparato que fuera de otro tipo
que el previsto por los códigos: 1) abandonar la noción jurídica de responsabilidad, de plantear
como cuestión principal el nivel de peligrosidad; 2) destacar que los inculpados a los que el
derecho reconoce como irresponsables, al tratarse de enfermos, locos, anormales o víctimas de
impulsos irresistibles, son justamente los realmente peligrosos; 3) “pena” no tiene que ser un
castigo, pero sí un mecanismo de defensa de la sociedad. Marcar la diferencia entre sujetos
absoluta y definitivamente peligrosos y aquellos otros que mediante ciertos tratamientos dejan de
serlo; 4) deben haber 3 grandes reacciones sociales frente al crimen: eliminación definitiva,
eliminación provisional y la eliminación en cierto modo relativa y parcial.
Así como la noción de monomanía podía servir para recubrir de locura un crimen cuyas razones
no se veían, la noción de degeneración permitía relacionar al menos de los criminales con todo un
peligro patológico para la sociedad.
3) El derecho está creado para reflejar esa concepción actual del alma.
4) Indemnización no está hecha para sancionarla como un cuasi castigo, sino para reparar los
efectos, y para tratar de disminuir en el futuro sus riesgos.
Determinar una responsabilidad civil sin establecer ninguna culpa, por la sola estimación del
riesgo creado frente al que hay que defenderse, igualmente se puede hacer a un individuo
penalmente responsable sin tener que determinar si era libre o sí había culpa, simplemente
relacionando el acto cometido con el riesgo de criminalidad. Es responsable ya que por su mera
existencia es creador de riesgo.
La mayoría de las nociones que así se han formado son operativas para la medicina legal o para
los dictámenes psiquiátricos en materia criminal.
La penalidad moderna da derecho a la sociedad sobre los individuos únicamente por lo que
hacen. Una justicia que tiende a ejercerse sobre lo que uno es.
La reincidencia o la libertad condicional, se trataba entonces de tomar en cuenta bajo los actos
quién los había cometido. En la escena penal, los infractores estaban al menos tan presentes como
sus infracciones.
Se han necesitado cerca de cien años para que esta noción de “individuo peligroso” que estaba
virtualmente presente en la monomanía de los primeros alienistas, sea aceptada en el pensamiento
jurídico. Los jueces, cada vez más, necesitan creer que juzgan a un hombre tal y como es y según
lo que es.