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Estética, ética y hermenéutica.

La evolución del concepto de “individuo peligroso”- Foucault

El acusado calla y se le pregunta quién es: además del reconocimiento, hace falta una confesión,
un examen de conciencia, una explicación de sí mismo, es decir, una aclaración de lo que uno es.
Hace falta que hablen un poco de sí mismos si quieren ser juzgados.

¿Se puede condenar a muerte a alguien que no se conoce? La intervención de la psiquiatría en el


ámbito de lo penal tuvo lugar a principios del siglo XIX.

1) Hasta finales del siglo XVIII, el derecho penal solo planteaba la cuestión de la locura en los
casos en los que el código civil y el derecho canónico también planteaban. Es decir, se presentaba
bajo la forma de demencia e imbecilidad o bajo la forma de furor.

La locura se manifestaba en numerosos signos bastante fácilmente reconocibles. El desarrollo de


la psiquiatría criminal no ha tenido lugar perfilando el problema tradicional de la demencia o
analizando de cerca la sintomatología del furor.

Se insiste en el hecho de que no había antecedente, ni conflicto anterior del pensamiento o de la


conducta, ni delirio.

2) No se trata de delitos leves sino de crímenes graves, casi todos asesinatos, acompañados a
veces de extrañas crueldades. Cuanto más grave era el crimen, menos convenía plantear la
cuestión de la locura.

3) Estos grandes asesinatos tienen igualmente en común que se producen en un escenario


doméstico. Crímenes que asocian a personas de generaciones diferentes. Son crímenes contra la
naturaleza, contra las leyes que uno imagina desde el primer momento inscritas en el corazón
humano y que vinculan las familias y las generaciones, más que crímenes contra la sociedad y sus
reglas.

Locura: crimen contra natura. El individuo en el cual la locura y criminalidad se unen y plantean
el problema de sus relaciones no es el hombre del pequeño desorden cotidiano. La psiquiatría del
crimen, en el siglo XIX, se inauguró con una patología de lo monstruoso.

4) Crímenes realizados sin razón, fundados en una ilusión delirante.

Se trata de comprender un tipo de alienación que no se manifiesta más que en el momento y bajo
las formas del crimen, una alienación que no tendría más síntoma que el crimen en sí mismo.

Lo que la psiquiatría del siglo XIX ha inventado es esa entidad absolutamente ficticia de un
crimen-locura, de un crimen que es enteramente locura, de una locura que no es otra cosa que
crimen: Monomanía homicida. Los magistrados de la época acabaron por aceptar el análisis
psiquiátrico de los crímenes a partir de esta noción tan extraña y para ellos tan inaceptable.
El “cuerpo” social deja de ser una simple metáfora jurídico-política para aparecer como una
realidad biológica y un campo de intervención médica. La psiquiatría del siglo XIX, por lo menos
tanto como una medicina del alma individual, fue una medicina del cuerpo colectivo.

Si existe la monomanía homicida se demuestra que:


- Bajo algunas de sus formas puras, extremas, intensas, la locura es enteramente crimen.
En los límites últimos de la locura, hay crimen.
- Locura es capaz de arrastrar no sólo desórdenes de la conducta, sino también el crimen
absoluto.
- Aunque esta locura sea de una intensidad extraordinaria, permanece invisible hasta el
momento en que estalla. Solo un médico especialista puede identificar la monomanía. La
monomanía como una enfermedad que sólo se manifiesta en el crimen.

Sobre los crímenes “sin razón”, la idea de un parentesco siempre posible entre locura y
delincuencia poco a poco se fue aclimatando fuera de la institución judicial.

La mayor parte de los códigos de tipo napoleónico retoman el viejo principio de que el estado de
alienación es incompatible con la responsabilidad y que excluye sus consecuencias. La justicia
penal debe curar esa enfermedad de las sociedades que es el crimen.

Castigar se había convertido, entre todas las técnicas nuevas de control y de transformación de
los individuos, en un conjunto de procedimientos concertados para modificar a los infractores. El
castigo se impone más sobre el criminal que sobre el crimen: sobre lo que le convierte en
criminal , sus motivos, móviles, voluntad profunda, sus tendencias e instintos. Se busca adaptar
las modalidades del castigo a la naturaleza del criminal.

En alguien que no había manifestado ningún signo de locura surge una acción voluntaria,
consciente y razonada al mismo tiempo y sin embargo, no hay nada, ningún motivo, ningún
interés, ninguna mala inclinación que permita determinar qué es lo que hay que castigar en la
culpable. Para castigar se necesita saber cuál es la naturaleza del culpable, su endurecimiento, su
grado de maldad, cuáles son sus intereses o inclinaciones.

Obstinadamente, los procuradores han hecho valer la ley: nada de demencia, ni de furor, ni de
alienación determinada por signos reconocidos; el castigo está unido, al menos por una parte, a la
determinación de los motivos.

Médicos comienzan a ser denominados “especialistas del motivo”; deberán apreciar no solo la
razón del sujeto sino la racionalidad del acto, el conjunto de relaciones que unen el acto a los
intereses, a los cálculos, al carácter, a las inclinaciones, a los hábitos del sujeto. Cuanto sea
menos evidente, el acto parecerá irrumpir en el sujeto como un mecanismo repentino e
irreprensible, y el responsable será menos punible.

1) Intervención de la medicina mental en la institución penal no es consecuencia de la


irresponsabilidad de los dementes y de los coléricos.
2) Medicina como higiene pública, con un funcionamiento del castigo legal como una técnica de
transformación individual.
3) Transformación del mecanismo de poder.
4) El crimen monstruoso contra natura y sin razón. Locura siempre peligrosa; la monomanía
homicida perfilada como el punto de convergencia de estos dos mecanismos (castigo de un
crimen sin comprender los motivos del mismo).
5) La psiquiatría del siglo XIX tenderá a buscar los estigmas patológicos que pueden marcar a los
individuos peligrosos: locura moral, locura instintiva, degeneración.
6) La responsabilidad ya no está solamente ligada a esa forma de la conciencia, sino también a la
inteligibilidad del acto en relación con la conducta. Cuanto más psicológicamente determinado se
encuentra un acto, más podrá ser su autor considerado penalmente responsable. Cuanto más sea
el acto de algún modo gratuito e indeterminado, más se tenderá a excusarlo.

La noción de monomanía se abandona un poco antes de 1870. Locura parcial, la sustituye la idea
de que una enfermedad mental no es forzosamente una ofensa al pensamiento o a la conciencia.

Monomanía es asimismo abandonada por otra razón: por la idea de enfermedades mentales de
evolución compleja y polimórfica, idea de degeneración.

De ahora en adelante, ya se trate de incomprensibles masacres o de pequeños delitos, de todos


modos se puede sospechar una perturbación más o menos grave de los instintos, o los estadios de
una marcha ininterrumpida.

El continuum psiquiátrico y criminológico que permite plantear en términos médicos cualquier


grado de la escala penal.

En la concepción de la monomanía, la sospecha patológica se formaba allí donde no existía


precisamente una razón para un acto; la locura era la causa de lo que no tenía sentido y la
irresponsabilidad se establecía en ese desfase.

Prisión: más como escuela de delincuentes; métodos de los aparatos judicial y policial, lejos de
asegurar una mayor protección contra el crimen, llevaban a lo contrario, a un reforzamiento del
medio criminal, por mediación de la prisión.

“Despenalización” del crimen mediante la puesta en práctica de un aparato que fuera de otro tipo
que el previsto por los códigos: 1) abandonar la noción jurídica de responsabilidad, de plantear
como cuestión principal el nivel de peligrosidad; 2) destacar que los inculpados a los que el
derecho reconoce como irresponsables, al tratarse de enfermos, locos, anormales o víctimas de
impulsos irresistibles, son justamente los realmente peligrosos; 3) “pena” no tiene que ser un
castigo, pero sí un mecanismo de defensa de la sociedad. Marcar la diferencia entre sujetos
absoluta y definitivamente peligrosos y aquellos otros que mediante ciertos tratamientos dejan de
serlo; 4) deben haber 3 grandes reacciones sociales frente al crimen: eliminación definitiva,
eliminación provisional y la eliminación en cierto modo relativa y parcial.

Así como la noción de monomanía podía servir para recubrir de locura un crimen cuyas razones
no se veían, la noción de degeneración permitía relacionar al menos de los criminales con todo un
peligro patológico para la sociedad.

Antropología criminal, pasa a “desplazarse” por la psicosociología de la delincuencia.


El derecho civil y no la criminología es el que se ha permitido que el pensamiento penal se
modificase en dos o tres puntos capitales.

La transformación en el derecho civil gira en torno a las nociones de accidente, de riesgo y de


responsabilidad.

1) Responsabilidad se debe establecer siguiendo el encadenamiento de causas y efectos.

2) Estas causas no se excluyen mutuamente, el encadenamiento de hechos precisos e individuales


han sido inducidos los unos a partir de los otros. Son riesgos inherentes a un tipo de acción.

3) El derecho está creado para reflejar esa concepción actual del alma.

4) Indemnización no está hecha para sancionarla como un cuasi castigo, sino para reparar los
efectos, y para tratar de disminuir en el futuro sus riesgos.

Los civilistas introducían en el derecho la noción de probabilidad causal y de riesgo, la idea de


una sanción que tendría por función defender, proteger y hacer presión sobre riesgos inevitables.

Esta despenalización de la responsabilidad civil es la que va a constituir un modelo para el


derecho penal.

Determinar una responsabilidad civil sin establecer ninguna culpa, por la sola estimación del
riesgo creado frente al que hay que defenderse, igualmente se puede hacer a un individuo
penalmente responsable sin tener que determinar si era libre o sí había culpa, simplemente
relacionando el acto cometido con el riesgo de criminalidad. Es responsable ya que por su mera
existencia es creador de riesgo.

Penalidad debe tener en cuenta el saber criminológico. El derecho penal ha extendido,


organizado, codificado la sospecha y la localización de los individuos peligrosos, de la figura rara
y monstruosa del monomaníaco, a la frecuente y cotidiana del degenerado, del pervertido, del
desequilibrado constitucional, del inmaduro, etc.

La mayoría de las nociones que así se han formado son operativas para la medicina legal o para
los dictámenes psiquiátricos en materia criminal.

La penalidad moderna da derecho a la sociedad sobre los individuos únicamente por lo que
hacen. Una justicia que tiende a ejercerse sobre lo que uno es.

La reincidencia o la libertad condicional, se trataba entonces de tomar en cuenta bajo los actos
quién los había cometido. En la escena penal, los infractores estaban al menos tan presentes como
sus infracciones.

Se han necesitado cerca de cien años para que esta noción de “individuo peligroso” que estaba
virtualmente presente en la monomanía de los primeros alienistas, sea aceptada en el pensamiento
jurídico. Los jueces, cada vez más, necesitan creer que juzgan a un hombre tal y como es y según
lo que es.

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