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El legado de la Antigua Grecia a la libertad: Libertad económica

en Atenas
Artículo publicado originalmente en Libertarianism.org con el título Ancient Greece’s Legacy for Liberty:
Economic Freedom in Athens

Escrito por Roderick T. Long

Traducido al español por Josué Contreras

Correo electrónico: joshuachile09@gmail.com

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La libertad personal en la antigua Atenas estaba vinculada a la libertad


económica, la cual incluye el libre comercio y la libre inmigración.
La última vez, vimos que la ideología democrática ateniense estuvo fuertemente
comprometida con la libertad personal, en otras palabras, una persona podía “vivir como le
placía”. Si bien, en Atenas, tal ideología se concretó de manera considerable, dicha
concreción no alcanzó un nivel de desarrollo tal alto como ostentaron los partidarios del
sistema, ni tan bajo como afirmaron los críticos.

La libertad personal también tuvo una fuerte dimensión económica y comercial y, a


los ojos de Benjamin Constant, esto no fue una mera coincidencia porque, precisamente,
Atenas “fue, de todas la repúblicas griegas, la más estrechamente implicada en el
comercio”. Constant escribió que Atenas “permitió a sus ciudadanos una libertad individual
infinitamente superior a Esparta o Roma”. [1]

Ciertamente, la existencia del sistema democrático ateniense se debió al comercio.


Por una parte, la movilidad social, surgida del comercio, produjo cambios de poder dentro
de la clase dirigente aristocrática y, a medida que los aristócratas de menos estatus a veces
adquirían mayor riqueza que sus camaradas de estatus más alto, trató de que esa riqueza se
tradujera en un mayor estatus. Por otra parte, la misma movilidad social incrementó la
riqueza e influencia de la clase media, la cual, enhorabuena, pudo costear armamento,
armaduras y también se convirtió en un aliado útil para enfrentar las ya mencionadas luchas
de poder dentro de la clase dirigente. A medida que los aristócratas competían en una oferta
de sobornos, concesiones y repartos de poder en favor de los plebeyos, con el fin de
persuadirlos y superar a otras facciones aristocráticas, fueron cambiando el equilibrio de
poder cada vez más en favor de los plebeyos hasta que, de manera inadvertida, debilitaron
su propia posición y fortalecieron a la “clase social inferior”. [2]

Asimismo, debido a la confianza de Atenas en su poder naval, tanto para el


comercio como para la guerra, los atenienses más pobres, pese a su incapacidad de
solventar el equipamiento militar de un hoplita1, eran requeridos fundamentalmente para las
galeras, lo cual les daba suficiente poder de negociación para que se les garantizara su
inclusión, junto con la clase media, en la nueva expansión del poder político. De este
modo, la aristocracia evolucionó hacia la democracia sin que nadie lo planeara.

El Mercado o ágora era una característica prominente en la mayoría de las ciudades


griegas, la cual supuestamente, de acuerdo al historiador Heródoto (c. 484-425 a. C.) dio
lugar a un hostil comentario por parte del Shah de Persia:

“Nunca había sentido miedo de hombres tales como éstos, que tienen un lugar
establecido en medio de su ciudad donde todos se reúnen para embaucar y engañarse unos
a otros…” Estas fueron las palabras que Ciro utilizó despectivamente al referirse a los
helenos en general, debido a que ellos tenían mercados donde podían comprar y vender.[3]

No obstante, el comercio se centraba mucho más en Atenas que en las otras


ciudades griegas, especialmente en lo que respecta a su archirrival Esparta, donde las
actividades mercantiles fueron infravaloradas en beneficio de las actividades militares y
donde las leyes y sistema monetario fueron diseñados específicamente para desincentivar el
comercio, especialmente, el comercio exterior. A continuación, Plutarco describe la
legislación económica del legendario legislador espartano Licurgo:

En primer lugar, retiró todas las monedas de oro y plata del sistema monetario y
decretó el uso único de las monedas de hierro. Después, devaluó las antiguas monedas; las
cuales, a pesar de la cantidad, pasaron a tener a un valor insignificante. Por lo tanto,
había que ocupar un gran espacio en la casa para reunir el valor de diez minas2 y para
transportarlas era necesario una yunta de bueyes…

En segundo lugar, desterró las artes innecesarias y superfluas. Aunque, incluso sin
ese destierro, la mayor parte de ellas habría desaparecido junto al antiguo sistema
monetario, ya que no había mercado para sus productos. Las monedas de hierro fueron
puestas en ridículo debido a que no se las podía utilizar en el resto de Grecia y tampoco
tenían ningún valor fuera de Esparta. Por lo tanto, no era posible comprar ningún tipo de
mercancía ni chuchería extranjera; ningún marino mercante transportaba cargas a sus
puertos; ningún maestro de retórica, adivino errante, proxeneta, ni forjador de oro o plata
ponía un pie en suelo laconio (espartano) porque allí no había dinero…

Por consiguiente, el lujo, desprovisto de aquello que lo estimulaba y lo sostenía, fue


difuminándose hasta que los dueños de grandes posesiones no tuvieron más ventaja sobre
los pobres y, debido a que su riqueza ya no tenía ningún valor, no tuvieron más remedio
que acumularla en sus casas sin darle uso.

1
Soldado griego de infantería que usaba armas pesadas.
2
Unidad de peso, y moneda teórica griega antigua, que equivalía a 100 dracmas.
Licurgo, con el propósito de atacar aún más el lujo y eliminar el afán de riqueza,
estableció la Constitución de Esparta, en la cual se estipulaba que los ricos debían comer
junto a las demás personas, alimentos comunes y específicos, y no podían comer en
casa…Cuando un hombre rico iba a comer con la gente pobre no podía hacer uso de sus
riquezas, ni siquiera podía disfrutar, ver o exhibir sus abundantes recursos. [4]

La política ateniense fue precisamente lo opuesto. El siguiente extracto, registrado


por Tucídides, describe cómo el estadista ateniense Pericles se jactaba de su ciudad: “la
magnitud de nuestra ciudad atrae los productos del mundo hasta nuestro puerto, así que,
para los atenienses, la riqueza de otros países es tan conocida como su propio lujo”. [5] No
solamente los bienes, también la gente viajaba libremente a Atenas. De hecho, el filósofo
Jenofonte (c. 430-354 a. C.) alaba el poder de atracción de la ciudad en las siguientes
palabras:

Desde el marinero y el mercader hacia arriba, todos la buscan. Los comerciantes


adinerados en el maíz, en el vino y en el aceite; el dueño de mucho ganado en los rebaños.
Y no solo estos, sino también el hombre que depende de su ingenio, cuya habilidad es
hacer negocios y su empleo es obtener ganancias. He aquí una multitud que junto a
artífices de todo tipo, artistas y artesanos, maestros y sabios, filósofos y poetas, exhiben y
dan a conocer sus obras. Además, un nuevo séquito de buscadores de placer, deseosos de
festejar todo lo sagrado o secular, todo lo que puede cautivar y encantar los sentidos. Me
pregunto una vez más ¿Dónde están todos aquellos que buscan realizar una venta rápida o
adquirir miles de mercancías? ¿Dónde podrán encontrar lo que buscan sino en Atenas? [6]

A pesar de que los atenienses no fueron generosos con la ciudadanía (solo en las
circunstancias más raras los hijos de padres no ciudadanos obtenían la ciudadanía por su
propio mérito), la política de inmigración ateniense fue, generalmente, bastante liberal. De
hecho, entre un tercio y la mitad de la población libre eran metecos (extranjeros que vivían
en las ciudades griegas). Aunque los metecos tuvieron algunos impedimentos legales y
enfrentaron cierto grado de hostilidad social, [7] gozaron de una gran libertad de
participación en la vida económica y social de la ciudad y, en efecto, se les alentó a que lo
hicieran. El historiador Diodoro Sículo (siglo I a. C.) nos cuenta que:

Temístocles (estadista ateniense, c. 524 - 459 a. C.) convenció al pueblo de eliminar


el impuesto cobrado a los metecos y artesanos con el propósito de que grandes multitudes
pudieran llegar a la ciudad desde todos los rincones; así los atenienses podrían asegurar
que se cubriera la gran oferta de oficios existente. [8]

Muchos de los más importantes filósofos eran de origen extranjero, entre ellos,
Anaxágoras, Arístipo, Diógenes, Gorgias, Pródico, Protágoras y, por su puesto, Aristóteles.
Además, los metecos dominaron la industria bancaria (de la cual hablaremos más en una
siguiente oportunidad).
Jenofonte, de manera favorable, se refiere a los metecos como una clase de
residentes autosuficiente, a quienes el estado otorga muchos beneficios [9] y defiende por
medio de reformas legales diseñadas para atraerlos y apoyar su inmigración. Jenofonte,
como una manera de exaltar la inmigración, escribe lo siguiente:

Mientras más creciera la cantidad de gente que emigra a Atenas, ya sea como
visitantes o como residentes, claramente, más crecería la cantidad de importaciones y
exportaciones. En consecuencia, aumentaría tanto la cantidad de bienes enviados desde y
hacia el país, así como la compra y venta de los mismos, lo cual produciría influjo de
dinero en la forma de rentas para los individuos y de tasas y aranceles aduaneros para el
erario público. [10]

Uno supone que Jenofonte no habría sido partidario de los grupos de matones anti-
inmigrantes tipo la orden “Golden Dawn o Aurora Dorada” que hoy rondan por las calles
de su amada ciudad.

Al describir los beneficios económicos que el influjo de bienes e inmigrantes


representa para Atenas, Jenofonte deja claro que “la paz es una condición indispensable
para obtener el máximo provecho de todas estas fuentes de ingresos”. Sin embargo, él está
consciente de que ciertas personas, en su deseo de recuperar la supremacía que alguna vez
fue el orgullo de nuestra ciudad, están convencidas de que el cumplimiento de su deseo se
hará realidad no a través de la paz, sino de la guerra. Según este argumento, la adopción de
una política de paz constante hará que la ciudad pierda poder, su gloria disminuirá y su gran
nombre será olvidado a lo largo y ancho de la Hélade. [11]

Jenofonte, como exitoso soldado, [12] sigue el ejemplo de Hesíodo al preferir la


industria en lugar de la guerra. “Para ellos son seguramente los estados felices (y) son los
más afortunados”, nos cuenta Jenofonte, “los cuales perduran en paz la más larga estación”;
y “de todos los estados Atenas está preferentemente adaptada por naturaleza para prosperar
y expandirse fuertemente por medio de la paz”. El “poder de atracción” que ejerce Atenas
depende de la paz y, para cualquiera que crea que “el estado pueda encontrar más rentable
la guerra que la paz”, Jenofonte responde aconsejándoles hagan memoria de la historia
pasada del estado”:

Él descubrirá que lo que por aquella época debió haber sido un vasto período de
paz y riqueza acumuladas en la Acrópolis, fue espléndidamente empleado en un período de
guerra posterior…Considerando que, ahora la paz está consolidada a través del mar,
nuestras ganancias se han expandido y los ciudadanos de Atenas tienen en su poder la
oportunidad de aprovecharlas como mejor les plazca. [13]
La independencia de los aliados de Atenas estará asegurada de la mejor forma “no
por el hecho de participar en una guerra, sino por la fuerza moral de las embajadas
distribuidas a lo largo y ancho de la Hélade”, ya que si los atenienses demuestran que están
sinceramente comprometidos con la paz, automáticamente ganarán aliados y todos los
griegos rogarán por la salvación de Atenas”. [14]

Los atenienses no siguieron exactamente el consejo de Jenofonte de una política


exterior pacífica. De todos modos, la política comercial ateniense fue lo suficientemente
liberal para convertirla en el centro comercial e intelectual de Grecia.

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Referencias:

[1] “The Liberty of the Ancients Compared With That of the Moderns” (1819).

[2] For details, see W. G. Forrest, The Emergence of Greek Democracy: 800-400 BC (New
York: McGraw-Hill, 1975).

[3] Herodotus, Histories I.153; George C. Macaulay, trans., The History of Herodotus
(London: Macmillan, 1890).

[4] Plutarch, Life of Lycurgus 9.1-10.3; in Parallel Lives, vol. 1, trans. Bernadotte Perrin
(Cambridge MA: Loeb Classical Library, 1914).

[5] Thucydides, History of the Peloponnesian War, trans. Richard Crawley (London:
Longmans Green, 1874), II.6.

[6] Xenophon, On Revenues 5; in Henry Graham Dakyns, trans., The Works of Xenophon,
vol. 2 (New York: Macmillan, 1893).

[7] For the latter, see Victoria Roeck, “Societal Attitudes Toward Metics in Fifth-Century
Athens Through the Lens of Aeschylus’s Suppliants and Euripides’ Children of Heracles,”
Sunoikisis (3 July 2014).

[8] Diodorus Siculus, Library of History, vol. 4, trans. C. H. Oldfather (Cambridge MA:
Loeb Classical Library, 1946), 11.43.3.

[9] Xenophon, On Revenues 2.

[10] Xenophon, On Revenues 3.

[11] Xenophon, On Revenues 5.


[12] For Xenophon’s own account of his adventures as a mercenary in Persia, see his
Anabasis, in Henry Graham Dakyns, trans., The Works of Xenophon, vol. 1 (New York:
Macmillan, 1890.

[13] Xenophon, On Revenues 5.

[14] Ibid.

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