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viernes, 16 de diciembre de 2016

La arqueología fantástica de la Cueva de los Tayos

Es un hecho que lo misterioso atrae –y vende– mucho


más que lo cotidiano o rutinario y esa es una buena razón por la cual una parte de la arqueología alternativa se ha
dedicado a explotar literariamente multitud de historias fantásticas relacionadas con ciertos descubrimientos
asombrosos. De este modo, no es de extrañar que hayan proliferado historias –primero en libros y más
recientemente en Internet– al más puro estilo “Indiana Jones”, en las que podemos hallar los elementos más
típicos de este subgénero: antiguas leyendas o maldiciones, dioses astronautas, civilizaciones perdidas, escrituras
desconocidas, tesoros increíbles, objetos sagrados, túneles secretos, tenebrosas tumbas, templos ocultos en medio
de la selva, oscuras conspiraciones, aventureros en busca de fama y fortuna, y un largo etcétera.

A todo esto habría que añadir el interés de ciertos personajes y medios, sobre todo en televisión y prensa
escrita, de montar un espectáculo a costa de la arqueología alternativa, saltándose el rigor y los criterios científicos
cuando conviene, no sea que la realidad (o al menos la duda razonable) estropee una buena historia. Todo el
mundo tiene en mente el perfil de esos mediáticos apóstoles del misterio, los cuales, aunque merecen mi respeto, creo
que hacen un flaco favor a las posiciones verdaderamente heterodoxas o disidentes. Ello por no hablar de los
populares documentales de tipo “Ancient Aliens”, cuya credibilidad y seriedad están bajo mínimos y que más bien
deberían calificarse de simples programas de entretenimiento, con poca o ninguna pretensión científica.

En fin, un servidor de ustedes ha leído bastantes de estos episodios más o menos fantásticos y reconozco que no
dejan de tener su atractivo y fascinación, porque a veces lo que sugieren nos hace disparar la imaginación y la
curiosidad, y esos son factores que muchas veces han hecho avanzar la ciencia en todas las épocas, pasando por
encima de las posturas más críticas o escépticas. No obstante, todo tiene un límite; hay que ser abierto de mente
pero también cauto. Por tanto, es vital separar la ficción de la realidad y tener los pies en el suelo, porque si
adoptamos una ciega actitud de creyente y luego descubrimos “el pastel”, la caída se hace mucho más dura. Esto no
quiere decir de ninguna manera que haya que mantener una postura a la defensiva (incluso hostil) ante lo insólito,
pues el buen científico –o cualquier investigador mínimamente riguroso– debe estar atento a todas las
posibilidades, pero lógicamente no quiere que le den gato por liebre.

Así pues, considero que la gran mayoría de estas historias tienen mucho humo y muy poco fundamento y
producen bastante más daño que beneficio a la genuina arqueología alternativa, dado que desvirtúan los esfuerzos
de los investigadores más meticulosos que luchan por doblegar la cerrazón del estamento académico aportando
datos y hechos contrastados, por lo menos hasta donde es humanamente posible. Porque lo que es evidente es que
las historias de arqueología fantástica constituyen para los más inmovilistas un vehículo perfecto para descalificar y
desacreditar a todos los herejes, enviando a la totalidad de los autores alternativos al saco de los indeseables que sólo
quieren crear expectación y hacer negocio.
Interior de la Cueva de los Tayos
Lo cierto es que la lista de estas historias fabulosas es muy larga y va desde la búsqueda de las ciudades perdidas
de Akakor o “Z” en la Amazonia a los curiosos discos Dropa hallados en China, pasando por la civilización
gliptolítica del Dr. Cabrera o las tablillas naacal del coronel Churchward. Pero para exponer un ejemplo ilustrativo
en detalle de este fenómeno, he escogido la compleja historia de la Cueva de los Tayos (Ecuador), que realmente
tiene todos los ingredientes para hacer una atractiva película de aventuras y misterio con un motivo central
presuntamente arqueológico. En el primer número de la revista Dogmacero le dedicamos un breve artículo, que
ahora reproduzco[1], junto con una entrevista realizada por Eduard Pi a dos exploradores españoles que se
adentraron en la Cueva hace unos pocos años y nos trasladaron las impresiones de su experiencia. Que ustedes
disfruten de la película; y como dicen los italianos, se non è vero, è ben trovato.

La Cueva de los Tayos

Situación geográfica de la Cueva de los Tayos


En la selva del estado sudamericano de Ecuador se cree que existen alrededor de unas 400 cavidades
subterráneas, algunas de ellas protegidas por tribus de la Amazonia, y que en su mayor parte apenas han sido
exploradas por los investigadores. Entre todas ellas destaca poderosamente la Cueva de los Tayos, un lugar
legendario, que fue la primera en ser estudiada por numerosas expediciones de arqueólogos, exploradores y
aventureros. Esta cueva está situada en la provincia ecuatoriana de Morona Santiago, en pleno territorio
indígena shuar (también conocidos como jíbaros). Su nombre se debe a unas aves nocturnas
llamadas tayos o guacharos que habitan en esas cuevas.
Según ciertos rumores que se remontan a hace décadas, en la Cueva de los Tayos, o bien en otra de las cuevas
existentes en esta zona de la selva ecuatoriana, podría hallarse una biblioteca metálica con grabados e inscripciones
que narrarían la historia de la Humanidad antigua, y que obligarían a rescribir la historia de pies a cabeza.
Ciertamente, esta cueva ha generado mucha controversia en algunos sentidos, al afirmarse que allí fue donde, en la
década de los 60, el explorador húngaro-argentino Juan (Janos) Moricz encontró supuestamente una biblioteca
metálica con el registro completo de la historia de la Humanidad grabada en láminas de oro.

La historia se remonta al año 1964 cuando Juan Moricz aseguró que en el interior de unas extensas galerías de
túneles de cientos de kilómetros de largo y de origen artificial, había encontrado un fabuloso tesoro en forma de
láminas metálicas (algunas de ellas de oro) grabadas con unos indescifrables símbolos, que él atribuía a una
antiquísima civilización, de la que hasta entonces nadie tenía conocimiento, y que el propio Moricz calificó de
auténtica biblioteca metálica. Moricz llevaba desde 1950 buscando la entrada a un supuesto mundo intraterreno de
cuya existencia estaba convencido. Esta convicción le había llevado a recorrer Argentina, Bolivia, Perú y,
finalmente, Ecuador, donde entró en contacto con la etnia shuar. Moricz afirmaba que una de las entradas a ese
supuesto mundo subterráneo era la conocida como Cueva de los Tayos.

Cinco años después, en 1969, Moricz y el abogado Dr. Gerardo Peña Matheus, organizaron una expedición a
los Tayos con el objetivo de localizar y mostrar a la opinión pública esa llamada biblioteca metálica que, siempre
según Moricz, relataría la historia de la humanidad de los últimos 250.000 años. Desgraciadamente, no lo
consiguieron… o, al menos, eso dijeron públicamente. Asesorado por el Dr. Peña, Moricz protocolizó ante una
notaría de Guayaquil una declaración de fecha 21 de julio de 1969 en la que afirmaba haber descubierto en la
Cueva de los Tayos “objetos preciosos de gran valor cultural e histórico para la humanidad que consisten en
láminas de metal grabadas con signos y escritura ideográfica, verdadera biblioteca metálica que contiene la relación
cronológica de la historia de la humanidad.”

E. Von Däniken
La noticia del descubrimiento[2] llegó a oídos del escritor suizo Erich Von Däniken, quien viajó a Ecuador y
entró en contacto con Moricz. Este le dirigió al padre Paolo Carlo Crespi, misionero italiano de la orden salesiana
y afincado en Cuenca, que al parecer había sido obsequiado por los indios shuar con láminas similares a las que
Moricz había visto en su primera expedición a los Tayos, hasta el punto de llegar a crear una especie de museo-
almacén en las dependencias del patio de la Iglesia Maria Auxiliadora de Cuenca. Däniken viajó hasta allí, visitó a
Crespi y pudo fotografiar la gran cantidad de placas grabadas con los extraños símbolos que Moricz le había
descrito. El fruto de este trabajo fue recogido en su libro El oro de los dioses en el que Von Däniken cometió
multitud de inexactitudes, por decirlo de una forma amable. La publicación del libro, repleto de datos cuando
menos dudosos y de afirmaciones que posteriormente se demostraron ser falsas, provocó una controversia
importante a nivel mundial que hizo que el autor suizo (y con él buena parte de toda esta historia) cayera en el
descrédito, siendo acusado por sus detractores de mentiroso.

La obra, sin embargo, atrajo la atención del ingeniero escocés Stanley Hall que, con apoyo del gobierno
británico, y tras rechazar las condiciones que Moricz le puso para encabezarla, organizó en 1976 una expedición
británico-ecuatoriana en la que participaron 126 personas (35 científicos expertos en las más variadas disciplinas)
con un presupuesto superior a los dos millones de dólares. El presidente honorario de esta expedición fue Neil
Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna y cuya participación atrajo a los medio de comunicación de todo el
mundo. La expedición de Hall se desarrolló durante 35 días y en ella participaron, aparte de los científicos citados,
militares ecuatorianos (lógico hasta cierto punto dado el carácter de la expedición y el contexto socio-político de la
época), militares ingleses y miembros de los servicios de inteligencia británica, lo cual no deja de ser sorprendente.

Neil Armstrong en el interior de la cueva


La conclusión a la que llegó dicha expedición fue la siguiente: “La Cueva de los Tayos no constituye un
monumento arqueológico como se ha venido afirmando sino geológico. Son formaciones milenarias cuya
morfología natural no ha sido modificada por el hombre. Se puede calificar la cueva como una de las más
importantes en América del Sur.” Esta declaración fue un auténtico jarro de agua fría para muchos. Sin embargo,
no tardaron en dejarse oír voces que aseguraban que todo era un montaje para encubrir el auténtico alcance de lo
que se había encontrado[3]. Y, ciertamente, hay indicios razonables de que en este asunto no se ha dicho toda la
verdad. Apoyaría esta sospecha el hecho de que de la Cueva de los Tayos fueron sacadas por los miembros de la
expedición cuatro cajas de madera, cerrada y selladas, que nadie supo exactamente qué contenían y que provocó
enfrentamientos con los indígenas shuar.

Para añadir más leña al fuego, el espeleólogo argentino Julio Guillén Aguado —que estuvo presente en esta
expedición y, al parecer, también en la anterior dirigida por Moricz— sostuvo en su día que la expedición de
Stanley Hall había sido en realidad financiada por la Iglesia Mormona, dado el extraordinario parecido entre el
presunto descubrimiento de unas planchas metálicas (alguna de ellas, al parecer, de oro) con misteriosas
inscripciones y dibujos y las planchas (también de oro) que recibiera el profeta Joseph Smith, de manos del ángel
Moroni y que propiciaron la fundación de la iglesia mormona. Aguado, que siempre desconfió de las conclusiones
oficiales a las que llegó la expedición, destacó la pertenencia de Hall a la francmasonería inglesa, así como el hecho
de que también Neil Armstrong era masón, de lo cual dedujo el interés y la implicación de estas órdenes discretas
en las investigaciones en la Cueva de los Tayos.
Nunca se supo qué hizo Juan Moricz con su descubrimiento. Se piensa que él mismo lo escondió en algun lugar
secreto antes de morir en 1991, pero esto no deja de ser una especulación. Otros autores afirman que el supuesto
tesoro sería un objetivo secundario de todos los que lograron entrar en los Tayos y que lo realmente destacable de
esta cueva es que se trataría de una de las entradas a la mítica Agartha, el mítico mundo subterráneo en donde
residirían los auténticos dueños del mundo, herederos de una antiquísima y evolucionada civilización que,
previendo la proximidad de una cataclismo a nivel planetario, buscaron refugio en las entrañas de la Tierra,
fundando diversas ciudades entre las cuales destacaría Shambalah, la capital de Agartha. Mito o realidad, todo
indica que Moricz sí creía en la existencia de este mundo paralelo, al que dedicó buena parte de su vida intentando
localizar una entrada al mismo. ¿Lo encontró finalmente en Los Tayos? Es algo que nunca sabremos.

Entrada a la Cueva de los Tayos, vista desde el interior

Lamentablemente para los investigadores con una mentalidad abierta, este episodio de los Tayos contiene
muchas más sombras que luces, con rumores, datos sin corroborar y un aire de aventura fantástica más que de
investigación científica seria. Con todo, y pese a esta falta de evidencias, no deberíamos restar importancia al
estudio de estos mundos subterráneos y a la posibilidad de que existiera una civilización antigua primigenia de la
cual no tenemos más que referentes mitológicos.

Seguidamente, DogmaCero tiene el honor de ofrecer a sus lectores una entrevista con los integrantes de la
única expedición española que se ha internado en Los Tayos, a fin de ofrecer sus impresiones de primera mano
sobre este singular paraje y sobre toda la controversia que hemos presentado.

Entrevista a Francisco Serrat y Ángela de Dalmau


por Eduardo Pi

Francisco Serrat y Angela de Dalmau comparten la pasión por las leyendas y los mitos que encierra Sudamérica.
Él es fotógrafo y naturalista, ella es psicóloga. Su espíritu aventurero les ha llevado a recorrer América en una
constante búsqueda.
Francisco Serrat adentrándose en la Cueva de los Tayos con la ayuda de los indígenas shuar

Pregunta: ¿Qué buscan ustedes en esos viajes?

Respuesta: Buscamos respuestas. Sudamérica, sobre todo los pueblos de la Amazonía, está llena de leyendas
acerca de ciudades y civilizaciones perdidas. Nos fascinan las historias que encuentras por doquier acerca de una
supuesta red de túneles que atravesaría todo el continente. Cuando uno viaja por Perú, Ecuador o Bolivia no es
difícil encontrarse con relatos acerca de esos túneles, de supuestas entradas a ese mundo interior, de comunidades
de hombres sabios que se encontrarían ocultos a la civilización, en lugares remotos de la selva o los Andes.

Pregunta: ¿Lugares como la Cueva de los Tayos?

Respuesta: Sí, sí… Nosotros tuvimos conocimientos de esa cueva a través de una carta que recibió un buen
amigo de Andreas Faber-Kaiser, el escritor y periodista que dirigió la revista Mundo Desconocido. El había estado en
esa cueva, en Ecuador, había hablado con Juan Moricz, el investigador que había estado en el interior de la Cueva
de los Tayos que nosotros luego pudimos explorar.

Pregunta: Y deciden viajar a Los Tayos…

Respuesta: En efecto, en 1990 bajamos a la Cueva de los Tayos. Queríamos verificar sobre el terreno la
información de la que disponíamos, comprobar la existencia de la mítica biblioteca de metal de la que hablaba
Erich Von Daniken en su libro El oro de los Dioses.

Pregunta: ¿Y?

Respuesta: Estuvimos allí, recorrimos las galerías, verificamos la existencia de unos lugares ciertamente
enigmáticos; de hecho, fotografiamos los mismos lugares que Moricz y Daniken describieron.

Pregunta: Supongo que esta expedición debió llamar la atención de los medios de comunicación de la época…

Respuesta: En absoluto. Y no deja de sorprendernos. En julio de 1994 la revista Mas Allá publicó nuestra
experiencia. ¡Y eso fue todo! Es como si nuestra información hubiese desaparecido, siendo nosotros los únicos
españoles, que sepamos, que han estado en el interior de la Cueva de los Tayos.
Pregunta: En aquella época ¿cuántas personas habían entrado en la Cueva de los Tayos?

Respuesta: Por lo que nosotros conocíamos, en 1990 eran muy pocas: la expedición de Juan Moricz, que había
estado en la década de los 60 y, la más señalada, la de 1976; una expedición ecuatoriano-británica en la que
participaron Neil Amstrong y Stanley Hall.

Pregunta: Imagino que hubo muchas dificultades para conseguir entrar en la cueva...

Respuesta: Desde luego. Primero llegar hasta ella, luego bajar (y volver a subir) por un pozo de unos 60 metros
de caída vertical, junto con cuatro shuaras cargados con el equipo de espeleología, equipo que era la primera vez
que veían. Y además, naturalmente, estaba el peligro de que lloviera y entrara agua por la boca del pozo y no
pudiéramos salir.

Pregunta: ¿Y el acceso a esta cueva no está vigilado?

Ángela de Dalmau en el descenso a la cueva


Respuesta: Estas cuevas están en territorio Shuar (jíbaro). Si alguien las guarda o custodia son ellos mismos, los
Shuaras. Evidentemente nosotros tuvimos que pedir permiso y apoyo a los Shuaras que habitaban el lugar para
poder descender a las cuevas. No tuvimos ninguna oposición, contando que nuestro guía era hijo de madre Shuar
y padre misionero laico. Es más, todo el poblado tuvo mucha curiosidad de ver cómo nos las apañábamos para
descender, ya que el Cacique, al ver nuestro equipo de espeleología, decidió que no podríamos bajar. Todos nos
acompañaron a la boca de la cueva y a indicaciones del Cacique cortaron unos troncos que servirían de soporte
para montar el equipo. Una vez vieron que lo conseguíamos, el Cacique se retiró y dejamos de ser curiosidad. No
lo volvimos a ver hasta el día de nuestra partida.

Pregunta: Han hablado ustedes de Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna ¿Qué encontraron él y
la expedición dirigida por Stanley Hall?

Respuesta: No lo sabemos. Únicamente conseguimos la información de un libro del padre Porras, conocido
arqueólogo ecuatoriano que participó en la misma expedición, en 1976, con un equipo de arqueólogos
ecuatorianos. De hecho, la expedición no era únicamente británica sino en colaboración con Ecuador. Según el
padre Porras, encontraron cerámicas y piezas ornamentales que databan del 1200 a. C., hallazgos arqueológicos
que no tenían nada que ver con la actual cerámica Shuar, ni tampoco inca.

Pregunta: En su día, Juan Moricz aseguró haber encontrado unas láminas de oro y piedra, la que algunos
denominaron “biblioteca de metal” ¿Dónde creen que podrían hallarse actualmente?

Respuesta: Parece ser que no lo sabe nadie y, si alguien conocía el paradero, ese era su notario y abogado, que
guardaba todos sus secretos.
Pregunta: Si es cierto que dentro de la cueva se encontraba una biblioteca hecha de láminas de oro, que podría
contener parte de la verdadera historia de la Humanidad, ¿cuál sería el motivo de que no haya aparecido?

A. Faber-Kaiser
Respuesta: Que no fuera la cueva a la que se refiere Juan Moricz, ni Erich von Däniken, ni Andreas Faber-
Kaiser. Lo curioso es que, según Faber-Kaiser, Moricz le reveló la verdad. Y nosotros estuvimos en la misma boca
de la cueva que estuvo Andreas, solo que él no descendió y nosotros sí. Lo único que podemos decir es que a
nuestro regreso, compartimos nuestra experiencia con Andreas y él únicamente nos dijo: "las entidades que allí
habitan no se han puesto en contacto con vosotros". Esta respuesta nos marcó definitivamente para apartarnos del
tema.

Pregunta: ¿Y qué papel juega en todo esto el Padre Crespi?

Respuesta: El padre Crespi era un sacerdote salesiano, que se hizo famoso por recopilar todo tipo de objetos
que le llevaban los indios. A su muerte, en 1994, su comunidad en la ciudad ecuatoriana de Cuenca, vendió toda
su colección al Museo de Arqueología de la misma ciudad. Al padre Crespi lo hizo famoso Däniken en su libro El
oro de los Dioses. Según nuestras averiguaciones en el Museo, supimos que se hizo una selección descartando casi
todas las piezas por estar hechas con materiales modernos sin ningún valor. De todas maneras, según el libro de
Däniken, Moricz sólo le dijo que las piezas que coleccionaba el padre Crespi tenían un parecido con las que él
había encontrado en las cuevas.

Pregunta: ¿Podría ser que la Cueva de los Tayos fuera solamente un anzuelo para los medios de
comunicación, a fin de desviar la atención de otra entrada cercana donde supuestamente estaría guardado este
preciado tesoro que encontró Juan Moricz?

Respuesta: Sí, hoy en día lo creemos, y si es así, Andreas Faber-Kaiser también nos desvió o fue desviado él
también.
Museo del padre Crespi
Pregunta: ¿Qué opinan acerca de la teoría de Juan Moricz y algunos filólogos sobre una lengua madre en
América del Sur que pudo ser el origen del húngaro y del jeroglífico egipcio y cuneiforme sumerio? Dicho de otra
manera, que una civilización Americana muy antigua y muy avanzada viajara hacia el este, a Europa y África y Asia,
e influenciara a sus pobladores, tal y como afirmaba el ya fallecido investigador peruano Alfredo Gamarra.

Respuesta: Esto se escapa de nuestro tipo de investigaciones y por ello no estamos capacitados para responder
adecuadamente. Pero sí nos parece una teoría interesante. Sugerimos leer nuestro artículo de la Cueva de los
Tayos, donde Javier Sierra hace unos comentarios muy interesantes sobre el lenguaje grabado que se encuentra en
las supuestas láminas de oro halladas en estas cuevas.

Pregunta: ¿Creen necesario que las instituciones académicas y universitarias propusieran una revisión en según
qué acontecimientos históricos del pasado antiguo, e intentar llegar a un acuerdo sobre rescribir la historia antigua
de la humanidad?

Respuesta: Sí, lo creemos absolutamente necesario, ya que con el actual y obsoleto sistema se hace imposible
avanzar en cualquier investigación. Lo que más cuesta es aceptar la antigüedad de según qué lugares, anteriores a
nuestra propia civilización.

Pregunta: Una de las grandes cuestiones íntimamente relacionada con la Cueva de los Tayos radica en saber si
quienes escondieron esa biblioteca dentro de la cueva fueron los mismos que la fabricaron, o bien si fue escondida
allí por una cultura posterior. Dicho de otra forma: ¿Creen que fueron los incas quienes la fabricaron?

Respuesta: No. No las relacionamos en absoluto con los incas. Por lo menos en esa zona del Amazonas de
Ecuador, y que sepamos, no se han encontrado indicios incas.

Fuente: Dogmacero n.º 1 (enero-febrero 2013)

Fuente imágenes: Wikimedia Commons y Serrat/de Dalmau

[1] Para completar el relato, he añadido a pie de página algunas notas con información relevante que no
apareció en el documento original.
[2] Cabe señalar que Moricz nunca confesó en vida quién le había revelado la existencia de la biblioteca
metálica y guiado hasta la cueva. Tras su muerte, apareció el nombre de Petronio Jaramillo, la persona que
presuntamente habría conducido a Moricz a la cueva. Al parecer, el tal Jaramillo había estado dos veces en el
interior de la cueva y había visto una vastísima biblioteca metálica con pesados libros de gran tamaño y otra
secundaria realizada con tablillas de cristal de menor tamaño, así como varias estatuas zoomórficas y
antropomórficas. Sin embargo, según Jaramillo, los tesoros no estarían exactamente en la Cueva de los Tayos, sino
en otra cavidad próxima, con un acceso secreto situado bajo el río Pastaza.
[3] “Oficialmente”, consta que la expedición, aparte de identificar 400 nuevas especies vegetales, localizó una
antigua cámara funeraria en la que se halló un cadáver sentado. Pero, en principio, no se halló rastro de la
famosa biblioteca metálica.
Publicado por Xavier Bartlett en 11:38:00 2 comentarios:
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Etiquetas: Andreas Faber-Kaiser, Ángela de Dalmau, biblioteca metálica, civilización desaparecida, Erich Von
Däniken, Francisco Serrat,Juan Moricz, Neil Armstrong, padre Crespi, shuar, Stan Hall
miércoles, 7 de diciembre de 2016

LOS INSÓLITOS HALLAZGOS DE LOS HERMANOS AMEGHINO EN


ARGENTINA
Introducción

El pasado 2015 dediqué un extenso artículo a la figura de James Reid Moir, un brillante arqueólogo inglés que
es totalmente desconocido para las recientes –y no tan recientes– generaciones de prehistoriadores. En dicho texto
ya puse de manifiesto que el trabajo de Moir tenía sólidos fundamentos científicos pero acabó siendo
desacreditado por la comunidad académica a inicios del siglo XX y posteriormente relegado al olvido. ¿Cuál fue su
pecado? Simplemente, defender –a partir de pruebas geológicas y arqueológicas– la existencia de seres humanos en
Europa en una época extraordinariamente remota. En otras palabras, cuestionar los modelos teóricos
evolucionistas que se estaban empezando a consolidar e imponer en todo el mundo como paradigma científico en
prehistoria y paleontología.

El caso de Moir nos podría parecer aislado, pero lo cierto es que, según revelaron los autores Cremo y
Thompson en la polémica obra Forbidden Archaeology, entre finales del siglo XIX e inicios del XX unos cuantos
prehistoriadores dieron a conocer una serie de hallazgos en diversas partes del mundo de restos presuntamente
“anómalos”, que podrían retrasar el inicio de la Humanidad en muchos cientos de miles –o incluso millones– de
años. Entre esta casuística, quisiera destacar ahora el esforzado trabajo de los hermanos Florentino y Carlos
Ameghino, dos sabios argentinos de reconocido prestigio en su época, cuyos hallazgos más controvertidos han sido
arrinconados por la ortodoxia académica, porque no en vano su aceptación pondría en entredicho las teorías sobre
el poblamiento humano de América y la evolución humana en general. Pero vayamos a los hechos[1].

Los trabajos paleontológicos de Florentino Ameghino


Florentino Ameghino
Florentino Ameghino (1854-1911) fue un naturalista y paleontólogo argentino nacido en Luján, en la provincia
de Buenos Aires. Desde joven mostró gran interés por las ciencias naturales y en su carrera profesional compaginó
su trabajo de maestro y librero con extensas y fructíferas investigaciones en el ámbito de la geología, la zoología y la
paleontología, lo que le llevó a dirigir el Museo Nacional de Buenos Aires al final de su vida.

En lo que aquí nos ocupa, cabe decir que Ameghino se dedicó a explorar especialmente las provincias costeras
de Argentina en busca de fósiles u otros restos paleontológicos, así como de restos de presencia humana (Homo
sapiens o sus antepasados evolutivos), pues estaba interesado en identificar indicios de la existencia de un
cierto hombre-fósil, según su terminología. Así, en 1887 localizó en Monte Hermoso (a unos 60 km. al noreste de
Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires) un interesante yacimiento paleontológico caracterizado por la
presencia de huesos de antigua fauna ya extinta, así como por indicios de actividad humana en la zona. Dichos
indicios se componían de una vértebra humana, restos de hogueras, arcilla cocida, escoria, huesos rotos, trabajados
y quemados, y bastantes utensilios líticos muy toscos. El problema es que todos estos materiales estaban juntos en
unos mismos estratos y eran pues contemporáneos... pero de una época tremendamente antigua. Según la
observación geológica efectuada por el propio Ameghino, dichos estratos debían datarse en el Plioceno[2] (entre
5,2 y 1,6 millones de años), que es el último periodo del Terciario. Estos primeros descubrimientos fueron
publicados en el diario La Nación, de Buenos Aires.

Estas noticias fueron realmente impactantes, pues en aquella época –aunque el árbol genealógico del ser
humano estaba todavía muy verde– se tenía el convencimiento de que el hombre era una criatura propia del
Cuaternario, ya fuera del más antiguo Pleistoceno o del más próximo Holoceno (nuestro actual periodo geológico).
Pero Ameghino, si bien estaba influido por tales concepciones, creía que las pruebas eran concluyentes y que por
tanto había encontrado algún tipo de precursor del hombre extremadamente antiguo y que lógicamente debía ser
el ancestro humano más antiguo del continente, e incluso del mundo entero[3]. Y lo que es más, esta antigüedad
del ser humano en América podría ser mucho mayor, remontándose incluso al Mioceno (entre 24 y 5,2 millones
de años). Para sustentar esta propuesta se refería a los artefactos de pedernal hallados, que tenían un claro
paralelismo con otros semejantes descubiertos en Portugal y ubicados en el Mioceno.
Vista de la costa de Monte Hermoso
En 1889 publicó una descripción más detallada de sus hallazgos en Monte Hermoso y en ella hizo notar que
había encontrado en medio de los restos de un esqueleto de un Macrauchenia antiqua (una especie de camello de
inicios del Plioceno) un artefacto de cuarcita con inequívocas muestras de percusión. En cuanto a la presencia de
fuegos y tierra cocida, Ameghino afirmó que no había huellas de actividad volcánica o de incendios accidentales
sobre el terreno que justificasen un origen natural de tales restos. Además, la presencia en la zona de huesos
quemados junto a las hogueras sería una casualidad demasiado forzada para pensar en el mero azar.

De todos modos, es de justicia apuntar que, en conjunto, los esfuerzos de Ameghino en el campo de la
Prehistoria fueron más bien confusos y especulativos, en un intento de diseñar una compleja –y a la vez coherente–
cadena evolutiva humana a partir de sus hallazgos. En este afán llegó a hablar de varios ancestros simiescos del
hombre con curiosos nombres como Prothomo, Diprothomo, Tetraprothomo, Homo Pampeus[4], etc. Incluso, siguiendo
una tendencia claramente darwinista, rozó el racismo al hablar de dos grandes especies humanas modernas,
el Homo sapiens (los caucásicos) y el Homo áter (básicamente razas primitivasafricanas, australianas, etc. incluyendo
los “negritos”).

La intervención de Ales Hrdlicka

Ales Hrdlicka
Lo cierto es que las investigaciones de Florentino Ameghino despertaron el interés de muchos expertos
internacionales, y ello provocó el desembarco en Argentina de toda una celebridad de la época, el paleontólogo
Ales Hrdlicka, del Smithsonian Institution, que ya había realizado en Norteamérica una intensa campaña de
descrédito hacia cualquier propuesta de un poblamiento demasiado antiguo del continente. Así pues, Hrdlicka se
presentó con un ánimo altamente crítico y escéptico, y de hecho sus conclusiones –publicadas tras la muerte de
Ameghino– pusieron en total entredicho la validez de los hallazgos. Vale la pena que repasemos someramente la
controversia creada sobre esta intervención.
En efecto, en 1910, poco antes de fallecer Ameghino, Hrdlicka se desplazó a Argentina para ver por sí mismo
los restos y emitir un veredicto definitivo. Por de pronto, Hrdlicka examinó la vértebra hallada en Monte Hermoso
(atlas, la primera vértebra, situada en la base del cráneo) y admitió que no era de tipo primitivo o simiesco –como
creía su colega argentino– sino que pertenecía a un humano anatómicamente moderno. Pero más allá de esta
apreciación, no estaba dispuesto a reconocer una gran antigüedad para los primeros americanos; en todo caso,
unos pocos miles de años[5]. Así, tras una rigurosa inspección del yacimiento y de los restos, no puso en duda la
artificialidad de los bastos implementos, pero sí de la interpretación geológica de la formación geológica (llamada
Puelchense) donde se habían hallado los materiales, que consideraba errónea. En su libro Early Man in South
America (1912), Hrdlicka rebatió las dataciones de los descubrimientos de Ameghino con el apoyo de la opinión
cualificada del geólogo Bailey Willis, que apreció una “inconformidad” estratigráfica, y del prehistoriador del
Smithsonian William H. Holmes, que –además de insistir en la supuesta modernidad de los estratos en cuestión–
afirmó que Ameghino había confundido artefactos de los nativos con utensilios de unos improbables hombres de
un remotísimo pasado.

No obstante, cabe señalar que Florentino Ameghino halló restos similares –sobre todo fuegos y arcillas cocidas
y endurecidas– en otros lugares que exploró en la costa argentina y que igualmente los atribuyó a una población
humana del Plioceno. Además, según Michael Cremo, Ameghino descubrió en la misma provincia de Buenos
Aires la parte superior de un cráneo de un hombre anatómicamente moderno en un estrato de una formación
geológica denominada Pre-Ensenadense, datada en 1,5 millones de años.

Los descubrimientos de Carlos Ameghino en Miramar

Carlos Ameghino
Tras el fallecimiento de Florentino Ameghino en 1911, su hermano Carlos (1865-1936) –que lo había
acompañado en la mayoría de sus investigaciones[6]– prosiguió con los trabajos de paleontología iniciados y
emprendió nuevas exploraciones en la costa sur de Buenos Aires, entre las cuales cabe destacar con mucho el
yacimiento de Miramar.

Así, entre 1912 y 1914 Ameghino estuvo excavando en dicha zona bajo los auspicios del Museo de Historia
Natural de Buenos Aires y del Museo de la Plata. Concretamente se centró en una barranca que se extendía frente
a la costa, en la cual halló numerosas herramientas de piedra. Para determinar su datación recurrió a cuatro
reconocidos expertos geólogos de la Dirección General de Geología y Minas de Buenos Aires y del Museo de la
Plata. Tras examinar la zona, los geólogos establecieron que los artefactos se hallaban en sedimentos inalterados del
Chapadmalenense, una formación típica del Plioceno, con una antigüedad de unos 2-3 millones de años (según
estimaciones recientes de geólogos como Anderson y Marshall). Además, durante su visita pudieron ver la
extracción in situ de restos de tierra quemada, escoria, un cuchillo de pedernal y una bola (pequeña piedra esférica
con una estría central usada como proyectil).
Bolas halladas en
Miramar
Animado por estos resultados, Carlos Ameghino continuó sus excavaciones en Miramar y así pudo desenterrar
los restos de un toxodon, un mamífero del Plioceno parecido a un rinoceronte, con la particularidad de que el
fémur de este animal tenía clavada una punta de piedra, una pieza bien trabajada[7], lo que mostraba que hacía 2-3
millones ya había humanos capaces de realizar tales artefactos en aquella parte del mundo. Algunos críticos
adujeron entonces que el toxodon había sobrevivido hasta hacía unos pocos miles de años en Sudamérica, lo que
es del todo cierto, pero Ameghino observó que el ejemplar hallado era un adulto de pequeño tamaño, una especie
muy antigua llamada Toxodon chapalmalensis, antecesora de los toxodones de mayor tamaño de épocas posteriores.
Finalmente, cabe destacar que en el mismo yacimiento de Miramar, en 1921, el investigador Milcíades Alejo
Vignati descubrió una mandíbula humana de aspecto “moderno” en un estrato del citado Chapadmalenense, que
también fue objeto de polémica.

Reacciones escépticas a los hallazgos de Carlos Ameghino

Al igual que ya había sucedido con su hermano Florentino, Carlos Ameghino topó enseguida con una fuerte
oposición académica a sus propuestas, tanto desde Argentina como desde el extranjero. Así, el geólogo argentino
Antonio Romero, en un artículo de 1918, ya aludió a que las formaciones geológicas visibles en Miramar eran
recientes y que la erosión por agua había provocado el desplazamiento y mezcla de los diversos fósiles y capas en la
inconsistente estratigrafía de la barranca. Sin embargo, otros geólogos –incluyendo al crítico Willis– no habían
apreciado tal dislocación de estratos, sino una secuencia estratigráfica horizontal que se mantenía intacta en casi
toda la extensión de la barranca, a excepción de una zona afectada por una marcada hondonada.

Reconstrucción de un toxodon
A su vez, el paleontólogo francés Marcellin Boulle, afirmó que el fémur de toxodon con la punta incrustada se
había desplazado de lechos superiores a otros inferiores, y que la pieza se debía asignar a un paradero, un antiguo
asentamiento indígena. Asimismo, remarcaba que los artefactos hallados eran escasos y dispersos y muchos
podrían ser fruto de fracturas naturales. También pensaba que algunos artefactos –en concreto las bolas– se
correspondían con los mismos modelos usados por las tribus nativas locales, según había documentado el
antropólogo de origen sueco Eric Boman. No obstante, esta observación eliminaba la posibilidad real de que los
artefactos apenas hubieran evolucionado a lo largo de cientos de miles (o millones) de años, y por consiguiente no
se puede considerar un argumento definitivo en contra de la antigüedad de las piezas halladas[8]. Por otro lado,
Boman llegó a sugerir la sospecha de que uno de los colaboradores más cercanos de Ameghino, Lorenzo Parodi,
hubiera cometido fraude en el hallazgo de las bolas, e incluso en el de la punta clavada en el fémur de toxodon, y
ello a pesar de que el propio Ameghino le había dicho que Parodi era una persona de su entera confianza.

Así las cosas, Boman se desplazó a Miramar en noviembre de 1920 y pudo observar cómo el propio Parodi
hallaba in situ y extraía cuidadosamente varias bolas (de origen inconfundiblemente humano) incrustadas en
estratos inalterados del Plioceno. Así pues, Boman acabó por abandonar la tesis del fraude y dejó la puerta abierta
a la hipotética existencia de población humana en Miramar durante el Plioceno.

Reflexiones sobre las investigaciones de los Ameghino

A día de hoy, los hermanos Ameghino gozan sin duda de una buena reputación y reconocimiento popular y
científico por su abnegada labor pionera en los estudios geológicos y paleontológicos en Argentina. Esto nadie lo
discute y los méritos son los que son. Sin embargo, por lo que he podido comprobar en una somera aproximación
a su trabajo, sus hallazgos más polémicos –referentes a la existencia de seres humanos en el Terciario– son muy
poco citados en las fuentes modernas. En los escasos comentarios recientes sobre esta cuestión, he apreciado que se
suele recurrir básicamente a tres argumentaciones:

1. Se produjeron errores en la interpretación y datación de las formaciones geológicas observadas, lo que se


trasladó a una incorrecta interpretación arqueológica de los restos. Para varios expertos, lo que los Ameghino
interpretaron como Plioceno era en realidad Pleistoceno (en el Cuaternario).
2. Es muy posible que los hallazgos “anómalos” simplemente se debieran a intrusiones o desplazamientos de
materiales modernos a estratos inferiores más antiguos, por la acción de los agentes naturales.
3. Los Ameghino estaban muy influenciados por el incipiente evolucionismo y por ciertos hallazgos
prehistóricos, y seguramente estaban obsesionados por descubrir ancestros del hombre extremadamente antiguos,
como el llamado hombre de Java o Pithecanthropus, identificado a finales del siglo XIX. Además, en aquella época la
posibilidad de remontar el origen de la Humanidad al Terciario todavía era objeto de serios debates en los círculos
de prehistoriadores.
Artefactos hallados por F.
Ameghino
Así, los paleontólogos Eduardo Tonni y Laura Zampatti[9], consideran que esta obsesión por hallar el hombre-
fósil fue la causa de la aceptación de unas pruebas en principio inconsistentes. Por otro lado, opinan que ya en su
época los hallazgos de Miramar fueron objeto de debate y controversia, e incluso de sospecha de fraude o
manipulación, como ya se ha apuntado previamente. En cuanto a la supuesta gran antigüedad de los hallazgos,
estos autores afirman que incluso ya en aquella época era inadmisible suponer que los artefactos líticos no habían
sufrido variación a lo largo de cientos de miles de años, cuando la propia prehistoria europea había mostrado a las
claras tal evolución a través de las diversas industrias líticas, que incluso el propio Florentino Ameghino había
reconocido en un viaje a Europa. Y en el caso concreto del “fémur flechado”, niegan que la punta estuviera
engastada en el hueso. A su juicio, se trataba realmente de una raedera fragmentada, similar a otras que se han
hallado en estratos superficiales de la región y que tienen una antigüedad máxima (obtenida por radiocarbono) de
unos 5.700 años AP[10]. Finalmente, Tonni y Zampatti acaban lamentando que mientras en Gran Bretaña se
investigó y se destapó la verdad sobre el caso del Hombre de Piltdown, en Argentina unos hechos similares fueron
escondidos u olvidados durante décadas[11].
Obras completas de F.
Ameghino
A su vez, el arqueólogo argentino Mariano Bonomo, en un artículo dedicado al Hombre fósil de Miramar[12],
plantea cuatro escenarios para explicar el revuelo provocado por las propuestas de los Ameghino: 1) que se tratase
de un hallazgo genuino; 2) que los estratos correspondiesen en realidad al Cuaternario temprano; 3) que los
materiales en cuestión no estuviesen in situ (o sea, que fueran intrusivos); y 4) que todo fuese un burdo fraude
perpetrado presuntamente por Lorenzo Parodi.

En cualquier caso, en sus conclusiones, Bonomo destaca que la aparición de ese homínido tan antiguo se
debería enmarcar en “la construcción artificial de una identidad nacional”, que ofrecía a la comunidad científica y
al pueblo unos ilustres ancestros del mismo nivel (o superior) que otros notables descubrimientos prehistóricos en
otros países, lo cual sería motivo de una especie de orgullo científico-patriótico.

En suma, para estos expertos modernos, los hermanos Ameghino estaban imbuidos por la ciencia positivista de
la época y fueron sobrevalorados como sabios nacionales, una tendencia muy de moda en aquellos tiempos. Así
pues, poca gente en su país se atrevió a alzar la voz contra sus errores y prácticas amateurs, al tiempo que se
rechazaban mayoritariamente las críticas procedentes del extranjero. Lo que sí se aprecia, en retrospectiva, es que
quizás sus grandes logros en el terreno geológico y paleontológico pudieron tapar de algún modo los supuestos
“patinazos” cometidos en el ámbito de la Prehistoria.

En definitiva, se podría acusar a los Ameghino de cierta impericia o falta de rigor en determinadas prácticas o
investigaciones, pero en su favor podemos decir lo siguiente:

a) Aplicaron los métodos científicos disponibles en la época como mejor pudieron y supieron. Al respecto,
cabe decir que –a pesar de ser autodidacta– Florentino Ameghino acumuló un notable conocimiento y experiencia
a lo largo de los años y estuvo en Europa para aprender de los eruditos más destacados del momento en el ámbito
de la Prehistoria.
b) Nadie ha podido demostrar fehacientemente, ni entonces ni en la actualidad, que los Ameghino fueran
responsables del más mínimo intento de fraude o tergiversación de las pruebas (a pesar de los múltiples ataques
sobre el proceder de Parodi)[13].
c) La geología de aquella época no estaba tan desarrollada como en la actualidad. Además, no había
dataciones radiométricas y el terreno estaba por explorar en su casi totalidad. En cualquier caso, consultaron sus
hallazgos paleontológicos con expertos geólogos de la época que corroboraron mayoritariamente sus conclusiones.
d) Los Ameghino tenían como referencia otros múltiples hallazgos de restos humanos de extrema antigüedad
en diversos puntos del planeta realizados a finales del siglo XIX e inicios del XX, por lo que disponían de un
contexto relativamente coherente donde encajar sus descubrimientos.
e) No se puede aplicar a rajatabla el criterio de que los trabajos de aquella época no eran metódicos ni fiables.
Muchos defectos que se achacan a esas investigaciones no aceptadas recaerían también sobre muchos hallazgos
prehistóricos y paleontológicos desde mediados del siglo XIX que aún se siguen dando por válidos.

Conclusiones

Florentino Ameghino sin duda fue muy audaz al proponer un origen sudamericano para la población humana
de todo el continente (y del planeta entero), y más aún al citar una antigüedad que se podía ir a los dos millones de
años. Se le podría achacar cierto chauvinismo y ganas de protagonismo a la hora de marcar un hito en la
investigación de la evolución humana, y parece claro que, a la hora de lanzar sus osadas propuestas, se dejó llevar
por su estricta concepción darwinista y por las eventuales pruebas que había encontrado sobre el terreno. Por lo
demás, de su trabajo –y el de su hermano Carlos– se deduce cierta honestidad y amplitud de miras, y en ese
sentido no se le puede acusar más que de posibles errores y confusiones en unas ciencias que todavía se estaban
construyendo a trompicones, no sólo en América, sino también en todo el mundo.

De todas formas, repasando el exhaustivo trabajo de Cremo y Thompson, vemos que el caso de los Ameghino
no fue ni mucho menos único en aquellos tiempos. En varias partes del mundo, incluyendo la vieja Europa,
diversos investigadores bien preparados y con sólidos conocimientos geológicos y paleontológicos hallaron restos
atribuidos a humanos modernos (tipo sapiens) –ya fueran huesos o artefactos– en estratos de una enorme
antigüedad, de cientos de miles o incluso millones de años. Tales hallazgos fueron aceptados entonces por gran
parte de la comunidad académica, si bien también recibieron fuertes ataques, que acabaron por hacerlos
desaparecer prácticamente de la literatura científica, al igual que los casos de Monte Hermoso y Miramar. Cabe la
posibilidad, por supuesto, de que estos científicos se equivocasen, pero... ¿todos?

Artefactos de la cultura Clovis


Es evidente que en algún momento de inicios del siglo XX se produjo una ruptura con ciertos datos
“anómalos” y desde ese punto la evolución humana se fue modelando a partir de determinados hallazgos con
determinadas dataciones, conformando un cuadro en el cual todo (o casi todo) debía encajar. De esta manera, el
estamento académico americano, ya desde la época de Hrdlicka, fue rechazando sistemáticamente una presencia
humana muy antigua en el continente, a la vez que apostaba por un poblamiento reciente, de sólo unos pocos
miles de años. Esta filosofía se afianzó con el hallazgo de la llamada cultura Clovis[14](supuestamente la más antigua
de América), datada en unos 12.000 años de antigüedad. Con el tiempo, el paradigma tuvo que doblegarse ante la
realidad, al menos parcialmente, pues diversas excavaciones habían revelado la existencia de asentamientos
humanos más antiguos, y eso provocó en los círculos arqueológicos la aceptación de un horizonte “Pre-Clovis”, con
un límite que se ha fijado aproximadamente en unos 25.000 años de antigüedad[15]. Todo lo que va más allá es
simplemente imposible, no existe.
Yacimiento de Hueyatlaco (México)
Ante esta posición, puede que las propuestas de los Ameghino nos parezcan fuera de lugar, al hablar de
humanos –ya sean modernos o arcaicos– en el Terciario, pero lo que no se puede obviar es que durante el siglo XX
se llevaron a cabo varias excavaciones en América que arrojaron datos contrastados[16]que invalidaban el modelo
impuesto por el paradigma. Así, tenemos yacimientos medio olvidados o polémicos desde Alaska a la Patagonia
que han dado indicios de presencia humana en unas épocas muy remotas. Por ejemplo, basta citar los casos de
Monte Verde (Chile) con 33.000 años; Sheguiandah (Canadá), entre 65.000 y 125.000 años; Texas Street (EE
UU), entre 80.000 y 90.000 años; Calico (EE UU), unos 200.000 años; Toca da Esperança (Brasil), entre 200.000
y 290.000 años; y Hueyatlaco (México), entre 250.000 y 400.000 años.

En la mayor parte de estos casos cabe señalar que los propios científicos a cargo de las excavaciones –o de las
dataciones en particular– fueron ignorados, marginados, represaliados o defenestrados. Entre estas víctimas del
dogmatismo estuvo nada menos que Louis Leakey, el gran paleontólogo de fama mundial, que apoyó las
dataciones obtenidas en Calico –donde estuvo trabajando varios años– frente a una gran mayoría de “expertos”
que le dijeron que se había equivocado por completo: o los estratos donde se habían hallado los objetos no eran
tan antiguos o bien los objetos no eran artefactos sino geofactos (piedras modificadas por agentes naturales, no por
el hombre).

Así pues, tal vez las apreciaciones geológicas realizadas en la época de los Ameghino se hubieran excedido al
apuntar a unas dataciones tan extremas, pero es bien posible que los hallazgos fueran genuinos y muy antiguos,
coincidiendo con el resto de evidencias en todo el mundo y sobre todo con los datos posteriores obtenidos en el
propio continente americano. Todo ello nos indica que tanto la teoría del poblamiento humano de América como
el modelo establecido de la evolución humana podrían estar muy equivocados y que deberían replantearse a fondo.

© Xavier Bartlett 2016

Fuente imágenes: Wikimedia Commons y artículo de M. Bonomo

[1] La mayor parte del siguiente contenido está basado en la obra de Cremo y Thompson, que ciertamente
puede ser considerada partidista o sesgada en el sentido que, como mínimo, otorga el beneficio de la duda a unas
propuestas que actualmente o son directamente ignoradas o son consideradas un disparate por el estamento
académico.
[2] En realidad, Ameghino identificó incorrectamente esos estratos, atribuyéndolos al Mioceno, pero hoy se
cree que pertenecen al Plioceno temprano y medio.
[3] Al respecto, algunos han alegado que Ameghino hizo un ejercicio de “nacionalismo científico”, pero cabe
recordar que a lo largo del siglo XX otros prehistoriadores de África, Rusia o China han realizado afirmaciones
similares sobre el origen “único” (o como mínimo, compartido) de los humanos en sus respectivos territorios.
[4] Este sería, según Ameghino, el antecesor del Homo sapiens, que habría pasado de Sudamérica al norte del
continente y luego a Asia y Europa.
[5] En cambio, los prehistoriadores europeos de esa época parecían más receptivos a la idea de una humanidad
extremadamente antigua (también en América), a la vista de algunos descubrimientos.
[6] De hecho, Carlos realizó mucho más trabajo de campo que su hermano, viajando hasta la Patagonia y otras
regiones en busca de fósiles para luego enviarlos a Florentino.
[7] Ameghino la describe como “una lasca de cuarcita obtenida por percusión, de un solo golpe, y retocada en
sus bordes laterales, pero sólo en una superficie, y luego apuntada en sus dos extremos por el mismo proceso de
retoque, dándole una forma aproximada de hoja de sauce, y por consiguiente semejante a las dobles puntas de tipo
Solutrense.”
[8] A este respecto, los antropólogos han identificado en África algunas toscas piezas talladas por tribus actuales
que tienen una gran semejanza con artefactos localizados en los mismos territorios con antigüedades de hasta dos
millones de años.
[9] TONNI, E.; ZAMPATTI, L. El “Hombre Fósil” de Miramar. Comentarios sobre la correspondencia de Carlos
Ameghino a Lorenzo Parodi. Revista de la Asociación Geológica Argentina. vol. 68 no.3 Buenos
Aires, setiembre 2011.
[10] Antes del Presente, o sea, alrededor de 3700 a. C.
[11] Sin embargo, para ser justos, el fraude de Piltdown se aclaró ¡más de 30 años después de salir a luz pública!,
y mientras tanto fue un exponente capital de la evolución humana, aunque ciertamente el caso fue motivo de
controversia durante esos 30 años.
[12] BONOMO, M. El Hombre fósil de Miramar. Intersecciones en antropología, n.º 3. ene./dic. 2002
[13] Hay que remarcar que en muchos hallazgos notables y aceptados (sobre todo a lo largo del siglo XIX e
inicios del XX), fueron los operarios o colaboradores del científico los que de hecho recuperaron o extrajeron los
objetos y nunca se habló de malas prácticas o fraudes.
[14] Yacimiento arqueológico de Nuevo México (EE UU), excavado en los años 20 del pasado siglo.
[15] Fecha aportada por la National Science Foundation, ante la pregunta del arqueólogo disidente Chris
Hardaker sobre qué máxima antigüedad se debía atribuir a los primeros americanos.
[16] Incluyendo dataciones radiométricas, a veces confirmadas con más de un método, como en Hueyatlaco.
domingo, 28 de agosto de 2016

LOS TÚNELES DE AMÉRICA

El tema de los inframundos o de los mundos subterráneos es todo un clásico de la arqueología alternativa, que
ha especulado mucho con la existencia de ciudades perdidas, civilizaciones intraterrenas y redes de túneles por
todo el mundo. Se podría pensar que gran parte de estas propuestas son fruto de la imaginación o de la
interpretación sesgada de la mitología, pero lo cierto es que algunos datos arqueológicos nos impulsan a considerar
que “algo de eso hay”. En el campo concreto de las ciudades subterráneas tenemos muy claros ejemplos en
Turquía, con la famosa Derinküyü al frente, que a pesar de haber sido objeto de investigación desde hace décadas
todavía guardan muchas incógnitas por desvelar. En cuanto a los túneles, hace tiempo que varios investigadores
han señalado que existen numerosas pistas de inmensas redes de túneles que recorren amplios territorios en
diversas partes del mundo: Asia, América, Europa, África... e incluso en una isla tan pequeña como Malta
hallamos una amplia red de túneles que se extendían por el subsuelo de toda la isla[1].

En América también existen bastantes indicios de túneles y de espacios subterráneos inexplorados,


principalmente en Sudamérica y en relación con la civilización inca (o una civilización desconocida aún
anterior)[2]. Para introducirnos someramente en este contexto, adjunto aquí un interesante documento del
fallecido autor germano-español Andreas Faber-Kaiser, gran investigador en el campo de la ufología y la
arqueología alternativa. Este artículo contiene una inevitable influencia del llamado realismo fantástico –de cuyas
fuentes bebió Faber-Kaiser– pero tiene la virtud de relacionar la mitología y la tradición con hallazgos del todo
reales, si bien en la mayoría de los casos no hubo profundización ni estudios científicos de ningún tipo.

En suma, la investigación rigurosa de esos túneles de épocas remotísimas y atribuidos a veces a civilizaciones
perdidas constituye una asignatura pendiente para la arqueología, ya sea “convencional” o “alternativa”. Lo cierto
es que los restos están ahí y sólo debería haber voluntad política y científica para emprender las acciones
adecuadas, a fin de dilucidar si esos túneles existen realmente, y –en tal caso– si son o no artificiales y qué función
pudieron cumplir. Por supuesto, otra cosa sería preguntarnos si hay verdadero interés en explorar estas rarezas.

Una civilización desconocida construyó un sistema habitable de subterráneos en el subsuelo americano

Los indios hopi, asentados en el estado norteamericano de Arizona, y que afirman proceder de un continente
desaparecido en lo que hoy es el océano Pacífico, recuerdan que sus antepasados fueron instruidos y ayudados por
unos seres que se desplazaban en escudos voladores, y que les enseñaron la técnica de la construcción de túneles y
de instalaciones subterráneas.

Muchas otras leyendas y tradiciones indígenas del continente americano hablan de la existencia de redes de
comunicación y de ciudades subterráneas. Existe una nutrida literatura y suficientes investigadores que mantienen
la hipótesis de que debajo de la superficie de nuestro planeta habitan seres inteligentes desconocidos por nosotros.

Existen diversas hipótesis acerca de la posibilidad de que inteligencias procedentes de fuera de nuestro planeta
posean puntos de apoyo subterráneos o subacuáticos en el planeta Tierra. No voy a entrar aquí en el análisis de
estas posibilidades, ya que forman parte de otro estudio que merece su propia dedicación. De forma que no voy a
hablar de organizaciones como la Hollow Earth Society (Sociedad de la Tierra Hueca) o el SAMISDAT, que buscan
establecer contacto con supuestos habitantes del interior del planeta, la primera, mientras que la segunda echa leña
al fuego de la existencia de toda una organización de ideología nazi —naturalmente vinculada a los personajes
dirigentes de la Alemania nazi— que sobrevive bajo la piel de nuestro planeta, con entradas a su mundo
especialmente en el polo Norte y de la Amazonía brasileña. No voy a hablar de tales organizaciones ni de otras
similares, ni voy a entrar en el tema de Shamballah ni de Agartha —supuestos conceptos de lo que serían unos
centros de control subterráneos en los confines del Asia central— ni en el del supuesto «Rey del Mundo», porque
no es el momento de negar ni de confirmar la validez de todos estos supuestos. El día en que crea oportuno hablar
de ellos, lo haré de la forma más clara posible.

Voy a centrarme en este artículo en los lugares que, en el continente americano, tienen mayores posibilidades
de conectar con este mundo inteligente subterráneo que aflora en muchas narraciones de los indios del Norte, del
Centro y del Sur de este vasto continente, recogidas desde la época de la conquista hasta nuestros días. Para darle
algún orden a la exposición de estos lugares —y dado que la datación cronológica de los supuestos túneles se pierde
en la indefinición— voy a recorrer en las páginas que siguen América comenzando por el Norte para terminar, en
trayecto descendente sobre el mapa, en el Norte de Chile.
Quede dicho, antes de descender, que hay más de un investigador que afirma que el polo Norte alberga tierras
cálidas y la entrada hacia un mundo interior.

El monte Shasta

Antiguo poblado hopi


Los indios hopi afirman que sus antepasados proceden de unas tierras hundidas en un pasado remoto en lo
que hoy es el océano Pacífico. Y que quienes les ayudaron en su éxodo hacia el continente Americano fueron unos
seres de apariencia humana que dominaban la técnica del vuelo y la de la construcción de túneles e instalaciones
subterráneas. Los hopi están asentados hoy en día en el estado de Arizona, cerca de la costa del Pacífico. Entre
ellos y la costa, se halla el estado de California. Y en el extremo norte de este estado existe un volcán nevado,
blanco, llamado Shasta. Las leyendas indias del lugar explican que en su interior se halla una inmensa ciudad que
sirve de refugio a una raza de hombres blancos, dotados de poderes superiores, supervivientes de una antiquísima
cultura desaparecida en lo que hoy es el océano Pacífico. El único supuesto testigo que accedió a la ciudad, el
médico Dr. Doreal, afirmó en 1931 que la forma de construcción de sus edificios le recordó las construcciones
mayas o aztecas.

El nombre Shasta no procede del inglés, ni de ninguno de los idiomas ni dialectos indios. En cambio, es un
vocablo sánscrito, que significa «sabio», «venerable» y «juez». Sin tener noción del sánscrito, las tradiciones indias
hablan de sus inquilinos como de seres venerables que moran en el interior de la montaña blanca por ser ésta una
puerta de acceso a un mundo interior de antigüedad milenaria.

Notificaciones más recientes de los habitantes de la cercana colonia de leñadores de Weed refieren apariciones
esporádicas de seres vestidos con túnicas blancas que entran y salen de la montaña, para volver a desaparecer al
tiempo que se aprecia un fogonazo azulado.

Narraciones recogidas de los indios sioux y apaches confirman la convicción de los hopi y de los indígenas de la
región del monte Shasta, de que en el subsuelo del continente americano mora una raza de seres de tez blanca,
superviviente de una tierra hundida en el océano. Pero también mucho más al norte, en Alaska y en zonas más
norteñas aún, esquimales e indios hablan una y otra vez de la raza de hombres blancos que habita en el subsuelo de
sus territorios.

Una ciudad bajo la pirámide

Descendiendo hacia el Sur, recogí en la primavera de 1977 en México la creencia de que bajo la pirámide del
Sol en Teotihuacán (la «ciudad de los dioses»), se esconde por el lado opuesto de la corteza terrestre —o sea en el
interior del subsuelo— una ciudad en la cual se afirma que se halla el dios blanco.
400 edificios vírgenes

Pirámide de Chitchén Itzá (Yucatán)


Si de aquí nos trasladamos a la península del Yucatán, hallaremos en su extremo norte, oculta en la espesura de
la selva, una ciudad descubierta en 1941 que se extiende sobre un área de 48 km2, y que guarda en el silencio del
olvido más de 400 edificios que en alguna época remota conocieron esplendor. Fue hallada por un grupo de
muchachos que, jugando en las inmediaciones de una laguna en la que solían bañarse, se toparon con un muro de
piedras trabajadas, oculto por la vegetación. No teniendo los mexicanos recursos suficientes para acometer la
exploración del lugar, requirieron ayuda norteamericana, acudiendo dos arqueólogos especializados en cultura
maya, adscritos al Middle American Research Institute de la Universidad de New Orleans. También ellos
determinaron que el proyecto de limpieza y estudio de la enorme ciudad sobrepasaba sus posibilidades, por lo que
habría que crear una asociación con otras entidades. La guerra logró que el proyecto fuera momentáneamente
archivado. Hasta que, en 1956, la Universidad de New Orleans, asociada esta vez con la National Geographic
Society y con el Instituto Nacional de Antropología de México reemprendió las investigaciones. Andrews, el
arqueólogo que dirigía la expedición, se dedicó —mientras el equipo de trabajadores comenzaba la desobstrucción
de las edificaciones— a recoger informaciones entre los indios de la región. Un chamán le hizo saber que la ciudad
se llamaba Dzibilchaltún, palabra que era desconocida en el idioma maya local, y que la laguna era llamada Xlacah,
cuya traducción sería «ciudad vieja».

La ciudad engullida

Queriendo averiguar el motivo de este nombre, le fue narrada al arqueólogo norteamericano una leyenda
transmitida por los indios de generación en generación, y que afirmaba que, en el fondo de la laguna, existía una
parte de la ciudad que se alzaba arriba, en la jungla. De acuerdo con la narración del viejo chamán, muchos siglos
antes había en la ciudad de Dzibilchaltún un gran palacio, residencia del cacique. Cierta tarde llegó al lugar un
anciano desconocido que le solicitó hospedaje al gobernante. Si bien demostraba una evidente mala voluntad,
ordenó sin embargo a sus esclavos que preparasen un aposento para el viajero. Mientras tanto, el anciano abrió su
bolsa de viaje y de ella extrajo una enorme piedra preciosa de color verde, que entregó al soberano como prueba de
gratitud por el hospedaje. Sorprendido con el inesperado presente, el cacique interrogó al huésped acerca del lugar
del que procedía la piedra. Como el anciano rehusaba responder, su anfitrión le preguntó si llevaba en la bolsa
otras piedras preciosas. Y dado que el interrogado continuó manteniéndose en silencio, el soberano montó en
cólera y ordenó a sus servidores que ejecutasen inmediatamente al extranjero.

Después del crimen, que violaba las normas sagradas del hospedaje, el propio cacique revisó la bolsa de su
víctima, suponiendo que encontraría en ella más objetos valiosos. Mas, para su desespero, solamente halló unas
ropas viejas y una piedra negra sin mayor atractivo. Lleno de rabia, el soberano arrojó la piedra fuera del palacio.
En cuanto cayó a tierra, se originó una formidable explosión, e inmediatamente la tierra se abrió engullendo el
edificio, que desapareció bajo las aguas del pozo, surgido éste en el punto exacto en el que cayó a tierra la piedra.
El cacique, sus servidores y su familia fueron a parar al fondo de la laguna, y nunca más fueron vistos. Hasta aquí
la leyenda.
Representación de la divinidad mesopotámica
Oannes
Pero continuemos con estas ruinas del Yucatán septentrional. La expedición acabó por desobstruir una
pirámide que albergaba ídolos diferentes de las representaciones habituales de las divinidades mayas. Otro edificio
cercano se revelaría como mucho más importante. Se trataba de una construcción que difería totalmente de los
estilos tradicionales mayas, ofreciendo características arquitectónicas jamás vistas en ninguna de las ciudades mayas
conocidas. En el interior del templo —adornado todo él con representaciones de animales marinos— Andrews
descubrió un santuario secreto, tapiado con una pared, en el que se encontraba un altar con siete ídolos que
representaban a seres deformes, híbridos entre peces y hombres. Seres similares por lo tanto a aquellos que en
tiempos remotos revelaron inconcebibles conocimientos astronómicos a los dogones, en el Africa central, y a
aquellos otros que nos refieren las tradiciones asirias cuando hablan de su divinidad Oannes.

En 1961, Andrews regresó a Dzibilchaltún, acompañado en esta ocasión de dos experimentados submarinistas,
que debían completar con un mejor equipamiento la tentativa de inmersión efectuada en 1956 por David Conkle
y W. Robbinet, que alcanzaron una profundidad de 45 metros, a la cual desistieron en su empeño debido a la total
falta de luz reinante. En esta segunda tentativa, los submarinistas fueron el experimentado arqueólogo Marden,
famoso por haber hallado en 1956 los restos de la H.M.S Bounty, la nave del gran motín, y B. Littlehales. Después
de los primeros sondeos, vieron claro que la laguna se desarrollaba en una forma parecida a una bota,
prosiguiendo bajo tierra hasta un punto que a los arqueólogos submarinistas les fue imposible determinar. Al
llegar al fondo de la vertical, advirtieron que existía allí un declive bastante pronunciado, que se encaminaba hacia
el tramo subterráneo del pozo. Y allí se encontraron con varios restos de columnas labradas y con restos de otras
construcciones. Con lo cual parecía confirmarse que la leyenda del palacio sumergido se fundamentaba en un
suceso real.

Este enclave del Yucatán presenta certeras similitudes con las ruinas de Nan Matol, la ciudad muerta del
océano Pacífico del que afirman proceder los indios americanos. También allí se conserva una enigmática ciudad
abandonada y devorada por la jungla, a cuyos pies, en las profundidades del mar, los submarinistas descubrieron
igualmente columnas y construcciones engullidas por el agua.

El emperador del Universo

Nos vamos a la otra costa de México, ligeramente más al Sur. En Jalisco, y a unos 120 km. tierra adentro del
cabo Corrientes, cuentan los indígenas que se oculta un templo subterráneo en el que antaño fue venerado
el emperador del Universo. Y que, cuando finalice el actual ciclo evolutivo, volverá a gobernar la Tierra con esplendor
el antiguo pueblo desplazado. Tal afirmación guarda relación con el legado que encierran los pasadizos de Tayu
Wari, en la selva del Ecuador.
Las láminas de oro de los lacandones

Paisaje del estado de Chiapas (México)


De aquí hacia el Sur, al estado mexicano de Chiapas, junto a la frontera con Guatemala. Allí moran unos
indios diferentes, de tez blanca, por cuyos secretos subterráneos ya se había interesado en marzo de 1942 el mismo
presidente Roosevelt. Pues cuentan los lacandones que saben de sus antepasados que en la extensa red de
subterráneos que surcan su territorio, se hallan en algún lugar secreto unas láminas de oro, sobre las que alguien
dejó escrita la historia de los pueblos antiguos del mundo, amén de describir con precisión lo que sería la Segunda
Guerra Mundial, que implicaría a todas las naciones más poderosas de la Tierra. Este relato llega a oídos de
Roosevelt a los pocos meses de sufrir los Estados Unidos el ataque japonés a Pearl Harbor. Semejantes planchas de
oro guardan estrecha relación, igualmente, con las que luego veremos se esconden en los citados túneles de Tayu
Wari, en el Oriente ecuatoriano.

50 km. de túnel

Prosigamos hacia el Sur. El paso siguiente que se da desde Chiapas pisa tierra guatemalteca. En el año 1689 el
misionero Francisco Antonio Fuentes y Guzmán no tuvo inconveniente en dejar descrita la «maravillosa estructura
de los túneles del pueblo de Puchuta», que recorre el interior de la tierra hasta el pueblo de Tecpan, en Guatemala,
situado a unos 50 km. del inicio de la estructura subterránea.

A México en una hora

A finales de los 40 del siglo pasado apareció un libro titulado Incidentes de un viaje a América Central,
Chiapas y el Yucatán, escrito por el abogado norteamericano John Lloyd Stephens, que en misión diplomática
visitó Guatemala en compañía de su amigo el artista Frederick Catherwood. Allí, en Santa Cruz del Quiché, un
anciano sacerdote español le narró su visita, años atrás, a una zona situada al otro lado de la sierra y a cuatro días
de camino en dirección a la frontera mexicana, que estaba habitada por una tribu de indios que permanecían aún
en el estado original en que se hallaban antes de la conquista. En conferencia de prensa celebrada en New York
tiempo después de la publicación del libro, añadió que, recabando más información por la zona, averiguó que
dichos indios habían podido sobrevivir en su estado original gracias a que —siempre que aparecían tropas
extrañas— se escondían bajo tierra, en un mundo subterráneo dotado de luz, cuyo secreto les fue legado en tiempos
antiguos por los dioses que habitan bajo tierra. Y aportó su propio testimonio de haber comenzado a desandar un
túnel debajo de uno de los edificios de Santa Cruz del Quiché, por el que en opinión de los indios antiguamente
se llegaba en una hora a México.
El templo de la luna

En octubre de 1985 tuve ocasión de acceder junto con Juan José Benítez, con los hermanos Vilchez y con mi
buena amiga Gretchen Andersen —que, dicho sea de paso, nació al pie del monte Shasta en el que inicié este
artículo— a un túnel excavado en el subsuelo de una finca situada en los montes de Costa Rica. Nos internamos en
una gran cavidad que daba paso a un túnel artificial que descendía casi en vertical hacia las profundidades de aquel
terreno. Los lugareños —que estaban desde hace años limpiando aquel túnel de la tierra y las piedras que lo
taponaban— nos narraron su historia, afirmando que al final del mismo se halla el «templo de la Luna», un edificio
sagrado, uno de los varios edificios expresamente construidos bajo tierra hace milenios por una raza desconocida,
que de acuerdo con sus registros había construido una ciudad subterránea de más de 500 edificios.

La biblioteca secreta

Interior de la cueva de Los Tayos (Ecuador)


Y ya bastante más al Sur, me interné en 1986 en solitario en la intrincada selva que, en el Oriente amazónico
ecuatoriano, me llevaría hasta la boca del sistema de túneles conocidos por Los Tayos —Tayu Wari en el idioma de
los jívaros que los custodian—, en los que el etnólogo, buscador, aventurero y minero húngaro Janos Moricz había
hallado años atrás, y después de buscarla por todo el subcontinente sudamericano, una auténtica biblioteca de
planchas de metal. En ellas, estaba grabada con signos y escritura ideográfica la relación cronológica de la historia
de la Humanidad, el origen del hombre sobre la Tierra y los conocimientos científicos de una civilización
extinguida.

Las ciudades subterráneas de los dioses

Por los testimonios recogidos, a partir de allí partían dos sendas subterráneas principales: una se dirigía al Este
hacia la cuenca amazónica en territorio brasileño, y la otra se dirigía hacia el Sur, para discurrir por el subsuelo
peruano hasta el Cuzco, el lago Titicaca en la frontera con Bolivia, y finalmente alcanzar la zona lindante a Arica,
en el extremo norte de Chile.

De acuerdo por otra parte con las informaciones minuciosamente recogidas en Brasil por el periodista alemán
Karl Brugger, con cuyo asesinato en la década de los 80 desaparecieron los documentos de su investigación, se
hallarían en la cuenca alta del Amazonas diversas ciudades ocultas en la espesura, construidas por seres
procedentes del espacio exterior en épocas remotas, y que conectarían con un sistema de trece ciudades ocultas en
el interior de la cordillera de los Andes.

Los refugios de los incas


Enlazando con estos conocimientos, sabemos desde la época de la conquista que los nativos ocultaron sus
enormes riquezas bajo el subsuelo, para evitar el saqueo de las tropas españolas. Todo parece indicar que utilizaron
para ello los sistemas de subterráneos ya existentes desde muchísimo antes, construidos por una raza muy anterior
a la inca, y a los que algunos de ellos tenían acceso gracias al legado de sus antepasados. Posiblemente, el desierto
de Atacama en Chile sea el final del trayecto, en el extremo Sur.

Estamos hablando pues, al final del trayecto, de la zona que las tradiciones de los indios hopi citados al inicio
de este artículo —allá arriba en la Arizona norteamericana—, señalan como punto de arribada de sus antepasados
cuando —ayudados por unos seres que dominaban tanto el secreto del vuelo como el de la construcción de túneles
y de instalaciones subterráneas—, se vieron obligados a abandonar precipitadamente las tierras que ocupaban en lo
que hoy es el océano Pacífico.

Pero la localización de las señales concretas —que existen—, el desciframiento adecuado de sus claves correctoras
—que las hay—, así como la decisión de dar el paso comprometido al interior, es —como siempre sucede en todo
buscador sincero— una labor tan comprometida como intransferible.

© Andreas FABER-KAISER, 1992.

Fuente: http://andreas.faber.cat.

Fuente imágenes: Wikimedia Commons

[1] Esta red estaba en contacto con los hipogeos megalíticos y resultaba un auténtico laberinto que a día de hoy
aún está por explorar completamente. Al respecto, se dice (rumor no confirmado) que un grupo de escolares y un
profesor desparecieron para siempre al internarse en lo más profundo de los túneles.

[2] Para tener una idea de las pesquisas “amateurs” en este campo, véase el libro de Javier Sierra “En busca de la
Edad de Oro”,capítulos 15 al 18.

sábado, 20 de agosto de 2016


El Pacífico: océano de gigantes

Llegamos ya a las 100 entradas en "La otra cara del pasado", coincidiendo también aproximadamente con los
tres años de existencia de este cuaderno de viaje personal en blogger. Así pues, a modo de conmemoración, me he
permitido un pequeño cambio de imagen y la inclusión de un artículo sobre el intrigante tema de los gigantes, que
he tocado ampliamente en este blog y también en algunas conferencias y entrevistas. Espero que sea del agrado de
todos, y una vez más gracias por estar ahí y seguir estos contenidos.

Las raíces mitológicas


Es bien sabido que en casi todos los rincones del mundo hallamos vívidas tradiciones y leyendas –que se
remontan a tiempos ancestrales– sobre “gigantes”, entendidos como humanos o humanoides de enorme altura y
corpulencia. Naturalmente, para el mundo académico estas leyendas no tienen la más mínima base histórica real.
De hecho, cuando se habla de gigantes, la ciencia suele refugiarse en el folklore, las creencias o la épica. Así, estos
seres fantásticos no serían más que la personificación de fuerzas de la naturaleza o bien la exaltación de antiguos
héroes. Y, por supuesto, si alguien dice haber hallado huesos humanos de gran tamaño, se alega que o bien es un
fraude o bien se trata de algún tipo de confusión, fruto de la simple ignorancia.
Pero lo cierto es que la mitología es tozuda e insiste en que tales seres convivieron con los hombres “normales”
en un pasado indefinido. En este sentido, resulta asombroso observar cómo en el Pacífico, una zona del planeta
que es básicamente una enorme extensión de agua con poca tierra firme en forma de islas, existe una amplísima y
colorista tradición mitológica sobre los gigantes, que –por si fuera poco– parece estar vinculada a restos
arqueológicos relacionados con estos seres, lo cual incomoda –y mucho– a la comunidad científica.

En efecto, entre la abundante mitología del Pacífico tenemos diversos relatos que nos hablan en detalle de los
gigantes, identificándolos específicamente con tribus o personajes concretos, según ha constatado el investigador
noruego Terje Dahl. Por ejemplo, en las islas Cook existía una leyenda acerca de un gigante llamado Moke, que era
presuntamente el gigante más grande del Pacífico Sur. Este gigante, de unos 20 metros, vivía en la isla de Mangaia.
Y en Rarotonga, la isla principal del mismo archipiélago, vivía otro gigante de nombre Teu, con una estatura de
unos 10 metros. A su vez, en el pequeño atolón de Nukulaelae se tiene el recuerdo de un gigante llamado Tevalu,
que raptaba niños y se los comía. En Samoa existe una tradición acerca de un gigante u ogro llamado Moso, que
aún es invocado por los padres cuando quieren impresionar a sus hijos. Las leyendas locales hablan de que, en
tiempos remotos, una tribu de gigantes, los Hiti, habitaba Samoa, pero que desaparecieron tras una gran
inundación o cataclismo.
Lago Wakatipu (Nueva Zelanda)
Si nos trasladamos a Nueva Zelanda, los maoríes afirman que la isla estuvo poblada por gigantes, antes y
después de que ellos mismos llegaran allá. Se habla de varios gigantes con nombres conocidos, como por ejemplo
uno llamado Matu, que vivía junto a lago Wakatipu (“tipua” significa gigante) y que medía aproximadamente 2,70
metros. Y en la vecina Australia, las leyendas de los aborígenes también dicen que antes de que ellos poblaran
aquellas tierras, los gigantes ya estaban allí. Estos nativos hablan de una época mítica primigenia
o Dreamtime(“Tiempo de los sueños”) en que una raza ancestral de gigantes dio forma al continente y lo llenó de
vida vegetal y animal. Incluso actualmente los aborígenes aún mencionan la existencia de una raza de gigantes
llamados Jogungs, del doble de alto que los humanos, que habitaban la región de Nueva Gales del Sur.

En cuanto al destino de estos gigantes, algunas tradiciones apuntan a un brusco fin de su existencia. Así, las
leyendas locales de Samoa hablan de que, en tiempos lejanos, unos gigantes llamados Hiti vivían en la isla, pero
que desaparecieron tras una gran inundación o cataclismo, lo cual nos remite a varias tradiciones de otros puntos
del planeta que coinciden en este mismo escenario catastrófico. Sin embargo, algunos de los gigantes podrían
haber sobrevivido al desastre. Por ejemplo, las tradiciones de la isla de Pascua hablaban de pobladores venidos del
oeste (el Pacífico) y del este (Sudamérica) y que tales individuos eran los supervivientes de una gran catástrofe
natural; su altura oscilaría entre 2,30 y 2,60 metros. Lo cierto es que aún existe una gran controversia sobre el
origen de los pobladores de la isla, así como acerca de la identidad racial de los distintos tipos representados en
los moais, pero eso sería tema para otro artículo.
Moais (sobre un ahu) de la Isla de Pascua

El rastro genético de los gigantes

Como ya hemos apuntado, más allá de todas estas mitologías, existe entre los indígenas la convicción de que
estos seres gigantescos fueron reales, que habitaron las islas desde una época remotísima hasta hace no demasiados
siglos y que tenían cierta condición divina o semidivina. Precisamente de aquí surge otro interesante elemento de
estudio, pues los viejos relatos sugieren que los gigantes se cruzaron con los humanos y dieron lugar a las castas
dirigentes de muchos pueblos o tribus, que de este modo tendrían ciertas características muy destacadas propias de
esa genética ajena, bien diferentes del resto de la población.

Así pues, existe en el Pacífico una tradición de reyes-dioses, a veces representados en estatuas, que presentan
algunos típicos rasgos de raza blanca, aparte de ser de gran altura (hasta unos 2,50 metros). Aquí, dejando a un
lado los famosos moais de la isla de Pascua, son de destacar las estatuas halladas en las islas Marquesas y en Tahití.
El famoso explorador noruego Thor Heyerdahl preguntó a un jefe de la isla de Fatu-Hiva sobre el origen de estas
representaciones, y éste le contestó que dichos dioses –de piel blanca– habían venido de una lejana tierra en el
este. Por otro lado, algunas de dichas estatuas muestran claramente que estos seres tenían seis dedos en manos y
pies, una característica que se ha asociado a los gigantes no sólo a partir de relatos mitológicos sino incluso de
pruebas arqueológicas, sobre todo en Norteamérica.
Miembros de la realeza de Tonga
Pero, más allá de estatuas y leyendas, en épocas históricas tenemos referencias claras a reyes o jefes de enorme
estatura, a menudo con un aspecto anatómico similar a la raza blanca, y con la piel clara y el pelo rubio o rojizo,
siendo todos estos rasgos anteriores a la llegada de los primeros exploradores europeos. Y lo que es más, incluso
actualmente parecen quedar algunas trazas de esa fisonomía en algunas islas. Así por ejemplo, Tupou IV, uno de
los últimos reyes de la isla de Tonga, fallecido en 1996, medía unos dos metros y su propia madre, la reina Salote,
medía apenas diez centímetros menos. En efecto, toda la familia real de Tonga es de una estatura imponente. En
cuanto al origen de estas características, se dice que estos monarcas enlazan su linaje con unos míticos dioses que
vivieron en Tonga hace muchos siglos, y de hecho, existe una clara endogamia en el clan real para preservar esos
genes divinos.

Por lo demás, se han difundido varias especulaciones sobre la existencia aún hoy en día de comunidades de
gigantes en determinadas zonas marginales de algunas islas del pacífico. En concreto, hay rumores sobre la
existencia de unos gigantes que habitan ciertas áreas selváticas de las islas Salomón, y muy especialmente en
Guadalcanal. Según estos rumores, los nativos normales llevan conviviendo desde hace milenios con una raza de
homínidos gigantes, cuyos ejemplares más altos pueden rondar los 3 metros, si bien se acepta –a partir de ciertos
relatos– que pueden haber individuos de mayor estatura. Por desgracia, este asombroso escenario aparece bastante
confuso, opaco y falto de pruebas fehacientes para que podamos otorgarle una mínima credibilidad.

Lo que sí resulta significativo es que todas estas tradiciones apuntan a que la supuesta convivencia entre
humanos y gigantes duró miles de años y que se alargó hasta hace muy pocos siglos, con la desaparición de las
últimas razas de gigantes. En este caso, sabemos por ejemplo que los maoríes tenían un hondo recuerdo de una
tribu local llamada Te Kahui Tipua, que sería en realidad una comunidad de gigantes de enorme talla que
desapareció hace muy pocos siglos. Más adelante, comprobaremos que el registro arqueológico podría darnos
alguna pista sobre este asunto.
Noticia del siglo XVIII sobre un supuesto gigante capturado en
Australia

¿Restos arqueológicos de gigantes?

Llegados a este punto, debemos abordar la cuestión más comprometida: ¿podemos hablar de pruebas físicas, ya
sean directas o indirectas, que sustenten de alguna manera la existencia real de estos gigantes del Pacífico? Este es,
desde luego, el punto crucial, pues la arqueología se fundamenta en el estudio de las pruebas obtenidas en
excavaciones, si bien en algunos casos los restos son bien visibles en superficie.

Y precisamente entre los indicios relacionados con los gigantes destacan con mucho los impresionantes restos
de arquitectura megalítica del Pacífico, poco conocida en comparación con otros enclaves tan famosos como
Stonehenge, Carnac o Malta. Con el peso de la lógica, la ciencia académica apunta a que el gran tamaño de los
bloques no tiene nada que ver con seres de enorme talla, por mucho que las leyendas mencionen la intervención
de gigantes. En estos casos se da por hecho que los nativos han atribuido esas estructuras a dioses o gigantes por
pura ignorancia y superstición. Otro tema, desde luego, sería dilucidar quién y cómo, e incluso cuándo, hizo
semejantes moles pétreas. Sea como fuere, es muy llamativo el hecho de que en el Pacífico, incluso en islas
relativamente pequeñas, se hayan identificado notables restos megalíticos que no tienen nada que envidiar a otros
monumentos de Europa o Sudamérica.

Ruinas de la ciudad de Nan Madol (Ponape)


Para empezar, es casi obligado referirse a Pohnpei (o Ponape), una isla del archipiélago de las Carolinas
(Micronesia), en la cual se halla el conjunto monumental de Nan Madol. Se trata de una antigua ciudad –ya en
ruinas– construida sobre unos 90 islotes artificiales, como unapequeña Venecia. Las estructuras se sustentan en unos
grandes bloques de basalto horizontales de 50 ó más toneladas, aunque por debajo de la superficie habría otros
enormes bloques verticales, de hasta unos 20 metros de largo. Las leyendas locales afirman que esta ciudad fue
fundada por dos hermanos míticos, Olosipe y Olosaupa, que vinieron de allende los mares, que eran bastante más
altos que los nativos y que tenían grandes poderes y capacidades; de hecho, se dice que las piedras fueron colocadas
“por el aire” (¿mediante levitación?).

En la isla de Pascua tenemos los moais, que si bien no son construcciones, sí tienen un tamaño imponente (y
recordemos que son bloques monolíticos). Las estatuas más altas sobrepasan los 20 metros y pesan más de 70
toneladas; además, hay que tener en cuenta que en algunos casos sólo asoma la cabeza, pero por debajo está todo el
cuerpo, como se ha demostrado mediante excavación. De todas formas, sí podemos apreciar estructuras megalíticas
en forma de muros y plataformas, especialmente las bases para los moais, llamadas “ahu”.
Arco de Ha'amonga, en la isla de Tongatapu
Finalmente, podemos citar otros restos menos conocidos como las dos columnas colosales con unos capiteles
semiesféricos en la parte superior, que se pueden apreciar en Tianan (islas Marianas), o el tremendo arco de
Ha’amonga, en la isla de Tongatapu (Polinesia), un trilito colosal de unas dimensiones aproximadas de 5 x 6 x 1,5
metros, que fue erigido –según la leyenda– en un tiempo muy remoto por un semidiós de nombre Maui.

Si hablamos ahora de otras pruebas indirectas que nos acercan más a la realidad física de los gigantes, hay que
mencionar las huellas de pisadas y los artefactos de un tamaño descomunal. En este ámbito disponemos de unas
pocas pruebas que en su mayoría no han merecido la atención científica, por los motivos que fuere. Sólo a modo
de muestra, podemos citar los siguientes casos:

 En el atolón de Tarawa (islas Kiribati), en la aldea de Banreaba, hay diversas pisadas de un gigante,
acompañadas de otras un poco más pequeñas (¿mujer e hijos?), todas ellas con seis dedos. La pisada más grande
tiene nada menos que metro y medio de longitud.
 En Sawaii (Samoa) se aprecia una pisada humana de gran tamaño, relacionada con la leyenda del gigante
Moso.
 En el atolón de Nanumea (Tuvalu) se aprecian varias pisadas de gigante junto a la laguna interior.
 En Australia, el investigador Rex Gilroy, del Museo de Historia Natural Mount York, ha identificado
diversas huellas humanas de gran tamaño, de hasta unos 75 cm. Asimismo, cerca de Bathurst ha recogido
múltiples artefactos (hachas de mano, azuelas, cuchillos, cachiporras, etc.) de gran tamaño y peso, oscilando entre
5,5 y 16,5 kilos, totalmente inútiles para una persona normal, pero no para un ser con una mano enorme.

Y para culminar el apartado de pruebas hemos de referirnos por fin al hallazgo de posibles restos físicos de
gigantes (momias, esqueletos, huesos sueltos), a partir de noticias e informes que se remontan al siglo XIX. Así,
tenemos constancia de que en 1875, en Nueva Zelanda, un periódico local informaba del sensacional
descubrimiento de un esqueleto de unos 8 metros, a poco más de dos metros de profundidad en Saltwater Creek,
cerca la localidad de Timaru. Como se ha citado anteriormente, esto coincide con las tradiciones nativas maoríes,
que hablaban de una raza de gigantes llamada Te Kahui Tipua, que habitó en las cercanías de Timaru hasta el siglo
XVIII. Asimismo, corren ciertos rumores sobre hallazgos de huesos de gigantes entre las ruinas y en los bosques
adyacentes de Nan Madol (Ponape), pero no hay ningún dato fiable al respecto. Aparte de esto, se sabe que en
1907 Victor Berg, el gobernador alemán de la isla, mandó abrir una tumba de antiguos reyes locales, y los
esqueletos hallados medían entre dos y tres metros de altura.
Enorme diente molar humano hallado por R.
Gilroy
También hay noticias de que en Rotuma, islas Fiji, se halló durante la Segunda Guerra Mundial un hueso de
pantorrilla de un metro de longitud, lo que se traduce en una altura total de unos 4,50 metros. Además, existe el
rumor de que, en la búsqueda de refugios de soldados japoneses, se encontraron diversas cuevas llenas de huesos
de gigantes. Y no menos impactante es lo que dice haber hallado Rex Gilroy en Bathurst (Australia): nada menos
que un enorme diente molar humano fosilizado de unos 67 mm., lo que correspondería a un ser de unos 7,60
metros. Y, finalmente, ya en un terreno más bien conspirativo, cabe citar que, según el investigador Martin
Doutré, hace no muchos años en Nueva Zelanda se encontraron huesos de gigantes en unas excavaciones, pero el
equipo arqueológico que halló estos restos fue obligado por las autoridades militares a enterrarlos y la arqueóloga
al cargo fue despedida.

Aparte de estas escasas noticias, se habla también de varias tumbas de gigantes que por diversas razones no han
sido investigadas. Por ejemplo, en el ya citado atolón de Nukulaelae existe la “tumba del gigante Tevalu”, una
estructura de unos 3,50 x 1,50 metros que estuvo a punto de ser excavada por un equipo arqueológico japonés,
aunque al final los nativos se negaron a ello. Asimismo, en Kiribati se habla de una enorme tumba de unos 5,30
metros, en la cual estaría enterrado un gigante, según las leyendas locales. Finalmente, en Tonga existen unas
grandes tumbas en forma piramidal atribuidas a los antiguos dioses-reyes del lugar; sin embargo, por razones
culturales y religiosas, nadie está autorizado a tocarlas y aún menos a excavarlas.

Conclusiones

Como hemos visto, y al igual que ocurre en otras muchas zonas del planeta, en el Pacífico se mantiene una rica
mitología e iconografía sobre gigantes que roza el recuerdo histórico en épocas no demasiado lejanas. Además, es
innegable la existencia de una minoría de personas, generalmente de la casta dirigente, que todavía muestra una
altura impresionante para lo que es la media de la población, y ello nos conduce a un hipotético escenario de
hibridación entre la raza de gigantes (hombres de aspecto más o menos blanco y de enorme altura) y las élites
nativas. No obstante, como hemos apuntado, algunas tradiciones insisten en que los gigantes “ya estaban allí”,
antes de que llegaran las primeras comunidades de Homo sapiens a muchas islas del Pacífico, siendo este un proceso
que –según la ortodoxia académica– se inició hace unos 50.000 años, lo cual nos coloca en un marco temporal
muy antiguo.

Lamentablemente, en cuanto a las pruebas físicas, corren demasiados rumores pero no tenemos a día de hoy
ningún hueso de gigante expuesto ni cualquier otro a disposición de los investigadores. Todo el material, si es que
existió alguna vez realmente, se ha esfumado y nadie conoce su paradero. Nos quedan las pruebas indirectas, que
siguen siendo ignoradas o ridiculizadas por el estamento académico, y con este panorama es obvio que aún queda
un largo camino por recorrer en el reconocimiento de estos “gigantes del Pacífico”.
© Xavier Bartlett 2016

jueves, 5 de octubre de 2017


El bipedalismo y el origen de humanos y simios

Introducción

“No es el hombre el que desciende del simio, sino que es el simio el que desciende del hombre”. Esta frase la
escuché hace ya algunos años y me causó una cierta hilaridad, sobre todo como contraposición jocosa al bien
establecido evolucionismo darwinista. Sin embargo, con el tiempo y las nuevas investigaciones, esta especie de
broma ha empezado a cobrar cierto sentido desde el punto de vista científico, aunque todavía se mantiene dentro
de la heterodoxia más radical.

Antes de proseguir, empero, hay que aclarar que no debemos tomar esta afirmación literalmente, sino que hay
que enfocarla como un cuestionamiento de la evolución humana desde nuevos planteamientos teóricos y desde las
pruebas físicas disponibles, con un punto central de debate: el bipedalismo de los homínidos. Precisamente, dicho
debate nos lleva a una doble hipótesis: o bien que el ser humano anatómicamente moderno es muchísimo más
antiguo de lo que nos han explicado hasta ahora o bien que los ancestros comunes tanto de humanos como de
simios modernos no eran como nos los han pintado[1]. O quizá ambas cosas sean ciertas...

En todo caso, los nuevos hallazgos aportan complejos escenarios y más dolores de cabeza a los evolucionistas,
que una vez más se esfuerzan por encajar las pruebas sobre el terreno en su intocable marco teórico (iba a poner
“su religión”), lo que a menudo les deja desconcertados o les obliga a realizar complicados malabarismos para
mantener las verdades y los dogmas que el paradigma darwinista lleva imponiendo desde hace más de un siglo.
Pero empecemos por el principio.

¿Una propuesta disparatada?


H. P. Blavatsky
Si retrocedemos al siglo XIX, la famosa ocultista Madame Blavatsky ya planteó un panorama totalmente
distinto para el origen del hombre, que se desmarcaba tanto de las escrituras bíblicas como de la entonces reciente
teoría de la evolución de Darwin[2], que se estaba consolidando entre la comunidad científica. Blavatsky,
basándose en textos esotérico-mitológicos, hablaba de una humanidad que se remontaría a muchos millones de años y
que habría involucionado a través de una serie de eras, desde unas razas prácticamente etéricas hasta el moderno
hombre, “pequeño”, material y mortal. Pero la visión de Blavatsky incluía además un origen bien heterodoxo para
los primates, los cuales habrían surgido de la hibridación de los humanos arcaicos con otras criaturas inferiores,
con lo cual se daría un respaldo a la propuesta de que los primates no eran los ancestros del hombre sino que más
bien constituirían una degeneración de éstos[3].

Así, según la teosofía, los primeros primates se parecían bastante a los humanos, aunque con el paso de los
milenios se fueron haciendo más y más distintos. Ahora bien, los atlantes (una raza anterior a la nuestra), al ver la
gran degeneración que ellos mismos habían creado, se habrían dedicado a exterminar a los simios más parecidos a
los humanos, dejando sólo a los menos avanzados, que serían en definitiva los ancestros de los actuales simios.
Asimismo, la mitología hindú recoge un escenario muy similar, pues en el poema épico Ramayana se muestra a los
simios como muy próximos a los humanos, y se les atribuía incluso la capacidad de hablar y de tener leyes y
gobiernos.

La polémica obra de B. Kurtén


Pero si dejamos ahora el confuso terreno del ocultismo y saltamos a finales del siglo XX, algunos científicos –
nada sospechosos de ser esotéricos– empezaron a descubrir numerosas pegas en los axiomas evolucionistas con
respecto al origen del hombre y su supuesta procedencia de un cierto primate, antecesor común de humanos,
chimpancés, gorilas, etc. Así, ya en 1971 el antropólogo finlandés Bjorn Kurtén en su obra Not from the apes (“No
de los simios”) afirmaba que el origen de las grandes diferencias entre simios y humanos debía remontarse a una
antigüedad enorme, por lo menos hasta unos 35 millones de años y que de hecho sería la rama de los simios
modernos la que habría derivado de un tronco humano. Según su visión, a partir del estudio de los fósiles, el ser
humano no podía descender de ninguna criatura simiesca, sino que más bien los actuales simios descendían de
una línea humana muy arcaica. Para Kurtén, un pequeño simio de rasgos humanos llamado Propliopithecus (del
Oligoceno) habría sido el antecesor del Ramapithecus y homínidos posteriores, como los australopitecinos. Por otra
parte, el Dryopithecus, una criatura más simiesca, habría dado origen a la línea ancestral de los primates actuales

Años más tarde, en 1981, los investigadores John Gribbin y Jeremy Cherfas retomaron esta hipótesis y
sugirieron un escenario distinto de la evolución humana, planteando la posibilidad de que los simios descendieran
de los humanos y no al revés, si bien su propuesta no era tan radical como se podría esperar. Así, admitían que el
ser humano podía descender de una línea de australopitecinos, pero que éstos no se habían extinguido en la línea
evolutiva sino que habrían dado lugar a los actuales chimpancés y gorilas, cuyos antepasados nunca han sido
hallados por los paleontólogos (¡mira por dónde!). Según Gribbin y Cherfas, las mutaciones podrían ir en un
sentido u otro y revertir anteriores avances. De este modo, los australopitecos, en tanto que homínidos erguidos[4],
fueron los antecesores del género Homo, pero luego algunos de ellos habrían revertido este paso y habrían vuelto a
la vida arborícola.

La cuestión del bipedalismo

El estereotipo de la evolución del bipedalismo


Sea como fuere, prácticamente todos los especialistas en paleontología consideran el bipedalismo como una
señal inequívoca del avance fisiológico hacia el ser humano (de ahí el famoso Homo erectus: “hombre erguido”). Así
pues, se da por hecho que esta característica es propia de los humanos y que marcó importantes desarrollos tanto
físicos como intelectuales en el transcurso de la evolución. No obstante, esta cuestión todavía no está cerrada y se
mantiene sujeta a múltiples interpretaciones, que giran en torno a la controversia sobre cómo, cuándo y por qué se
produjo el salto al bipedalismo, si bien la teoría East side story del francés Yves Coppens es la más aceptada y
todavía mantiene su prestigio y validez entre muchos paleontólogos. En todo caso, para la gran mayoría del
estamento académico, los australopitecinos ya caminaban erguidos, y este sería un rasgo propiamente humano que
comportaría la posterior aparición del género Homo. Sin embargo, no todos los expertos comparten la idea de que
los australopitecos estén en la línea directa evolutiva de los humanos e incluso ponen en duda que los
australopitecinos caminaran habitualmente erguidos. Asimismo, algunos especialistas cuestionan el hecho de que
el bipedalismo sea un rasgo relativamente moderno (en términos evolutivos), y proponen visiones heterodoxas que
afectan tanto a la evolución de los humanos como a la del resto de los primates.

Y aquí es cuando aparecen varias teorías bien alejadas de la ortodoxia darwinista. Por ejemplo, el zoólogo
franco-alemán François de Sarre opinaba a finales del pasado siglo que en modo alguno la transición al
bipedalismo fue un rasgo “reciente” que tuvo lugar en unas criaturas simiescas hace unos pocos millones de años.
De Sarre cree que el escenario evolutivo humano ha sido fabricado a partir de observaciones erróneas y de muchos
prejuicios. Desde su punto de vista, la estructura anatómica humana no indica una maduración desde simios
“fetales”, sino todo lo contrario: los simios muestran un evidente avance anatómico allá donde la evolución de los
humanos se detuvo.

Para sustentar este concepto, de Sarre se fija sobre todo en la embriología y la anatomía comparativa, dada la
gran precariedad del registro paleontológico. Así, los embriones humanos comparten con los de otros mamíferos
una posición bastante centrada del foramen mágnum[5] (en unos 90º grados con relación al plano de la cara). Ahora
bien, en el resto de animales –según avanza el desarrollo del embrión– el foramen se va retrasando y el ángulo se va
abriendo hasta 140º en los primates y hasta 180º en el caso de los animales totalmente cuadrúpedos. En cambio,
en los humanos el ángulo se queda en unos 120º, que es lo que permite nuestra locomoción bípeda. Y si se
analizan los pies de los humanos, que muestran diferencias bien apreciables respecto a los del resto de los primates,
se puede deducir que nunca pertenecieron a un cuadrúpedo o a una criatura arborícola. Y una vez más, en los
embriones de primates se aprecia que los pies tienen una estructura muy similar a los humanos, pero según
progresa su desarrollo van tomando la típica forma prensil que les permite moverse con facilidad en los árboles. En
cuanto a las manos de los primates, son semejantes a las humanas, pero ellos las utilizan para caminar sobre los
nudillos.

Bigfoot: ¿criatura deshumanizada?


En suma, de Sarre asegura que los australopitecinos no fueron los ancestros de los humanos, sino más bien los
precursores de los actuales simios, si bien los antepasados de los propios australopitecinos habrían sido bípedos,
que fueron perdiendo esta característica, evolucionando hacia criaturas cuadrúpedas. Este proceso sería una
especie de deshumanización, que habría dejado al margen a unas pocas criaturas en un estado intermedio, dando
lugar a poblaciones de los llamados “hombres salvajes”, como el bigfoot, el yeti, el almas, etc. (todos ellos bípedos),
que son negados por la ciencia actual, que los califica de simples invenciones, fraudes o confusiones[6].

En una línea semejante, la paleontóloga del CNRS Yvette Deloison ya expuso hace unos años que la primitiva
estructura de la mano humana es la prueba inequívoca de la existencia –hace unos 15 millones de años– de un
ancestro común de humanos, australopitecos y grandes simios actuales, que de ningún modo pudo ser una criatura
arborícola o cuadrúpeda. Deloison sostiene que el pie humano está claramente adaptado al bipedalismo, y si
damos por hecho que la evolución “no retrocede”, ese antepasado común bípedo no tenía manos o pies
especializados. Dicho de otro modo, de un ser arborícola no puede derivarse un ser bípedo. En todo caso, fue más
tarde cuando una rama de esas criaturas se adaptó plenamente a la vida arborícola y desarrolló esos característicos
pies prensiles. Por lo tanto, en algún momento se produjo una bifurcación definitiva entre la criatura
completamente bípeda (la raíz del género Homo) y el animal cuadrúpedo-arborícola.
Este mismo concepto ha sido retomado recientemente por Aaron Filler, biólogo evolucionista de la
Universidad de Harvard y autor del libro The upright ape (“el simio erguido”), cuya investigación apunta a que los
antepasados de los humanos arcaicos, así como los de los grandes simios, caminaron erguidos y no sobre nudillos,
como los actuales simios. Para llegar a esta conclusión, Filler ha estudiado las columnas vertebrales de unos 250
mamíferos, algunos de ellos ya extinguidos y con antigüedades que se remontarían hasta los 220 millones de años.
Filler alude a una serie de cambios fisiológicos –relacionados con la espina dorsal y un tejido llamado septum
horizontal[7]– que surgieron posiblemente por un defecto genético de nacimiento, los cuales habrían creado a un
primer ser “hominiforme”. Y dadas estas anomalías anatómicas, este mamífero sólo habría podido sentirse cómodo
caminando erguido.

Stephen J. Gould
Para Filler, este paso sucedió hace mucho tiempo y de forma abrupta (algo que nos recordaría al equilibrio
puntuado de Jay Gould) con unos pocos y rápidos cambios genéticos. De esta manera, se deberían revisar los
orígenes del bipedalismo, que ahora se sitúan como muy pronto hace unos 6 millones de años, y se deberían
retrasar por lo menos hasta los 21 millones de años, época en la que vivió el supuesto primer primate bípedo,
el Morotopithecus bishopi, hallado en Uganda (África). En otras palabras, Filler pone a este desconocido primate
bípedo como el verdadero primer ancestro humano (y de los grandes simios).

Aparte, Aaron Filler cita que se han hallado vértebras fósiles de otros tres posibles primates bípedos, lo que
confirmaría ese inicio de locomoción bípeda que luego “degeneraría” hacia la vida arborícola y el desplazamiento a
cuatro patas, apoyándose en los nudillos. En este sentido, Filler se refiere a los actuales siamangs, un simio
arborícola de la familia de los gibones, cuyas crías son capaces de caminar erguidas de forma innata sobre las ramas
de los árboles, sin usar para nada la locomoción con nudillos. Así, Filler complica un poco las cosas al sugerir que
el bipedalismo no se desarrolló sobre el suelo sino sobre las ramas de los árboles, que debían ser muy numerosos
hace 20 millones de años. A su vez, los ancestros de chimpancés y gorilas tal vez evolucionaron hacia la locomoción
con nudillos porque este era un modo más rápido de desplazarse.

Huellas incómodas

Para añadir más leña al fuego en esta controversia, está la cuestión de las huellas de pisadas humanas realizadas
hace cientos de miles o millones de años. Su importancia no es poca, pues por ejemplo gracias al descubrimiento
de un conjunto de unas huellas en Happisburgh (Norfolk, Inglaterra), que se remontan al menos a 950.000
años, se ha podido demostrar que el ser humano ya estaba en las Islas Británicas hace casi un millón de años, lo
que hasta hace poco era prácticamente un anatema. Pero en el asunto de locomoción bípeda las pisadas cobran un
extraordinario interés, pues pueden ser el testimonio de que el ser humano, aún en sus versiones más arcaicas, es
mucho más antiguo de lo que se ha venido defendiendo hasta hace escasos años. Sin embargo, hay que puntualizar
que, a falta de más restos (huesos, herramientas, etc.), siempre puede quedar la duda de si tales criaturas bípedas
eran humanas o pre-humanas, como ahora se califica a los australopitecinos y otros primates que figuran como
ancestros del género Homo.
Huella humana de Laetoli
El caso más llamativo –que ya he citado varias veces en este blog– es el de las pisadas de Laetoli (Tanzania),
descubiertas por Mary Leakey hace unos 40 años. No voy a extenderme pues en comentarios, pero sí recordaré los
argumentos principales: las huellas, atribuidas a varios individuos de corta estatura, eran indistinguibles de las
pisadas de los humanos modernos, y según la datación geológica de los estratos de lava en que se localizaron (si la
podemos dar por fiable), se situarían en los 3,7 millones de años. Lo que ocurre es que tales pisadas se atribuyeron
a unos australopitecos, pues en aquella remota época no había –supuestamente– más homínidos capaces de
realizar tales huellas. Sin embargo, a partir de los huesos de un australopiteco hallado en Sterkfontein (Sudáfrica) a
finales del siglo XX por Ron Clark y datado en los mismos 3,7 millones de años, se pudo apreciar que mostraba un
pie más bien simiesco, incapaz de realizar tal huella sobre el suelo.

Y en efecto, la paleontología nos quiere hacer creer que los australopitecos tenían un pie muy similar al
humano moderno y que caminaban erguidos, pero las pruebas son muy escasas y confusas, y algunos expertos han
afirmado que –a partir de meros prejuicios– se han realizado reconstrucciones anatómicas incorrectas y
deducciones demasiado atrevidas. Sin ir más lejos, el ejemplar de Australopithecus afarensis (la famosa “Lucy”) fue
hallado incompleto, sin sus pies, y sin embargo en las reconstrucciones museísticas se le representa con unos pies
sospechosamente humanos, e incluso en la configuración del rostro se han realzado los rasgos humanos (por
ejemplo, los ojos) para rebajar el aspecto simiesco.

Sea como fuere, en Laetoli nos encontramos con una criatura humana o humanoide de gran antigüedad que ya
caminaba erguida sobre sus extremidades inferiores, siendo ese su medio locomoción habitual. Después ya
tendríamos que referirnos a unas pisadas atribuidas a un Homo ergaster (el erectus africano) descubiertas hace diez
años en Ileret (Kenya), con una antigüedad de 1,5 millones de años. Dichas huellas serían prácticamente iguales a
las que realizamos nosotros, el Homo sapiens. (Por supuesto, tal atribución se basa solamente en las convenciones
cronólogicas de la paleontología, como en el caso de Laetoli.)

No obstante, un reciente hallazgo paleontológico podría hacer retroceder el bipedalismo hasta una época
todavía más lejana. Me refiero a las 29 huellas que se han descubierto en Trachilos (Creta), que se han atribuido a
criaturas humanoides y que se remontan a nada menos que ¡casi 6 millones de años![8], en el periodo geológico
denominado Mioceno. En este caso ha ocurrido algo muy similar a lo que se pudo ver en Laetoli: las pisadas
tienen un tamaño y aspecto anatómico humano moderno y no pueden ser atribuidas de ninguna manera a un
simio.
Dientes del Graecopithecus
De rebote, este descubrimiento, unido al de otro espécimen, localizado en los Balcanes y bautizado
como Graecopithecus freybergi, ha permitido lanzar nuevas especulaciones y teorías sobre la cuna de la Humanidad,
con la intención de destronar la clásica teoría “out-of-Africa”, que aún es defendida por la mayoría del estamento
académico. Cabe señalar que precisamente los pocos restos que se han hallado de este nuevo homínido se han
datado en unos 7 millones de años, no muy lejos de la cronología de Creta, lo que le hace firme candidato a autor
de las huellas cretenses. Además, el estudio de una pieza dental de El Graeco (como se le ha apodado) revela que
posiblemente estaba más próximo a los humanos que a los simios. Naturalmente, este hallazgo y las altisonantes
declaraciones posteriores han puesto en guardia a los científicos escépticos, que se muestran muy reacios a plantear
la existencia de humanos en épocas tan remotas, sobre todo porque ellos necesitan sostener su idea de la transición
evolutiva más o menos gradual de un simio cuadrúpedo a un humano (o pre-humano) plenamente bípedo.

Así pues, algunos rechazan la idea de que El Graeco fuera una criatura humana y prefieren referirse a un simio
desconocido hasta la fecha que caminaba erguido, e incluso unos pocos rechazan que se trate realmente de huellas
de pisadas. Sea como fuere, los científicos que descubrieron las huellas no encontraron muchas facilidades para
publicar sus resultados, sino más bien todo lo contrario, lo cual no me sorprende en absoluto. Y por cierto, muy
recientemente se ha confirmado la sustracción in situde algunas de estas pisadas...

Conclusiones

Cráneo de australopiteco
Por supuesto que el hombre no desciende del mono, y los propios evolucionistas han usado este argumento hasta la
saciedad para acallar las mofas de los creacionistas y otros críticos contumaces. Lo correcto, según la teoría
darwinista, es afirmar que los monos y los humanos tenemos un antepasado común que vivió hace millones de
años. No obstante, aun dando por buena esta afirmación, está claro –como hemos visto a través de las opiniones
de los expertos– que dicho antepasado nunca ha sido identificado con certeza, puesto que han ido apareciendo
diversos restos de homínidos cuya forma de locomoción es objeto de polémica.
En este contexto, hasta las personas de trayectoria académica irreprochable y más próximas a la ortodoxia,
como Yvette Deloison, ya ven la imposibilidad de que un cuadrúpedo “evolucionase” hacia un ser perfectamente
bípedo como es el hombre. Además, los hallazgos paleontológicos nos empujan cada vez más a reconocer la
existencia de criaturas bípedas en épocas extremadamente antiguas, lo que incomoda a los defensores de una
evolución gradual del primate que caminaba sobre nudillos al humano que camina erguido. Claro que los
evolucionistas suelen recurrir a sus mágicas mutaciones aleatorias como prueba y aquí cierran la discusión...

En fin, lo que parecía una locura quizá ya no lo sea tanto. Nuestros queridos chimpancés y gorilas actuales
podrían ser una derivación (no me atrevo a escribir “involución”) de unos homínidos bípedos que vivieron hace
muchos millones de años. Pero, ¿cómo eran tales homínidos? ¿Podemos creer en la fantástica historia de Blavatsky
y la degeneración de una raza humana hasta convertirse en primates inferiores? Tal vez los tiros vayan por otro
lado, pero da la impresión de que, a pesar de ir acumulando pruebas paleontológicas, los prejuicios y los sesgos –en
uno u otro sentido– nos impiden ver el bosque.

© Xavier Bartlett 2017

Fuente imágenes: Wikimedia Commons

[1] Por supuesto, dando por buena la teoría de la evolución humana dentro del marco general de la evolución
de las especies, según el darwinismo ortodoxo, lo que ya es un acto de fe. En este sentido, gran parte de los
argumentos expuestos en este artículo presuponen que hubo algún tipo de evolución.
[2] Blavatsky consideraba que la propuesta de que descendemos de primates era “la teoría más extravagante de
todas las épocas”
[3] En concreto, Blavatsky afirmaba que los simios inferiores procedían de la hibridación de un grupo de
humanos de la tercera raza, inconscientes y de aspecto simiesco. Por otro lado, los simios antropoides procederían
de la unión de humanos poco avanzados de la cuarta raza y los descendientes de la anterior hibridación. Por tanto,
los primates tendrían en mayor o menor medida sangre humana, pero no al revés.
[4] Cabe señalar que bastantes expertos ponen en duda que los australopitecos mantuvieran una postura
erguida, dando a entender que caminarían principalmente a cuatro patas (sobre los nudillos de la mano) y que
todavía tendrían una importante actividad arborícola.
[5] Punto de unión entre el cráneo y la espina dorsal.
[6] Precisamente, de Sarre fue amigo del creador de la criptozoología, el francés Bernard Heuvelmans (fallecido
en 2001), que creía firmemente en la existencia de tales seres antropoides.
[7] Es un tejido que separa el cuerpo en dos mitades, la ventral y la dorsal.
[8] La datación se hizo combinando el estudio geológico de las rocas sedimentarias y el análisis de los fósiles de
unos microorganismos microscópicos llamados foraminíferos.
Publicado por Xavier Bartlett en 9:18:00 6 comentarios:
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Etiquetas: Aaron Filler, australopithecus, bipedalismo, Bjorn Kurtén, evolucionismo, François de
Sarre, Graecopithecus freybergi, H.P. Blavatsky, Homo erectus, Homo sapiens, Laetoli, Yvette Deloison
sábado, 23 de septiembre de 2017
¿Se remonta la civilización maya a una era antediluviana?
La hipotética existencia de una ignota civilización desaparecida que dio origen a las grandes civilizaciones
históricas es un tema harto recurrente en la arqueología alternativa. No vamos a descubrir nada diciendo que esta
propuesta se fundamenta en el famoso mito de la Atlántida y otros muy similares que encontramos en casi todos
los rincones del planeta. Como ya es de sobras conocido, la historia que se repite en todos estos relatos es que en
un tiempo remotísimo una gran inundación o diluvio arrasó, anegó o hundió la tierra civilizada. Este evento dejó a
la Humanidad a las puertas de la extinción, por lo que hubo de empezar de nuevo el proceso civilizador, tarea que
corrió a cargo de unos pocos supervivientes de la catástrofe.

Y si nos trasladamos ahora al campo de la geología y la arqueología, durante décadas los investigadores han
estado buscando trazas sobre el terreno de dicha catástrofe (¡sin olvidar el arca de Noé!), de tal manera que se
pudiese pasar del mito a la historia mediante pruebas físicas objetivas. Ni que decir tiene que para el estamento
académico tal cataclismo global, súbito y gigantesco no existió nunca, aunque se reconoce –no podía ser menos–
que sí hubo fuertes alteraciones climatológicas y geológicas al final de la última era glacial, pero que fueron muy
graduales y de impacto más bien local. Y por supuesto, no había ninguna civilización sobre la Tierra hace 12.000
años...

Estructuras de Yonaguni (Japón)


Sin embargo, los autores alternativos han ido más allá del debate geológico, y se han fijado en determinados
restos arquitectónicos de gran antigüedad. Algunos de ellos están actualmente bajo el agua (como la ciudadela de
Yonaguni, en Japón) y podrían constituir la prueba fehaciente de que el diluvio existió y que sumergió muchos
enclaves costeros. No obstante, la visión ortodoxa rechaza estas propuestas alegando que se trata de simples
formaciones naturales que han sido confundidas y malinterpretadas. Con todo, los alternativos no se rinden con
facilidad y contraatacan afirmando que hay restos monumentales sobre la superficie que presentan una clara
erosión (y muy antigua) por acción continuada del agua, como por ejemplo en la mismísima meseta de Guiza, lo
que convertiría gran parte de sus monumentos –las tres grandes pirámides, la Esfinge, los templos– en reliquias
antediluvianas de datación indeterminada[1].

Si nos desplazamos al continente americano, la polémica se mueve más o menos en los mismos términos y
también se habla de restos sumergidos de una cierta “Atlántida”, como los que se hallaron hace casi 50 años en las
islas Bimini (una especie de dique o camino) o un confuso conjunto de estructuras localizado cerca de la costa de
Cuba. Asimismo, se habla de posibles ruinas sumergidas bajo el lago Titicaca, que podrían preceder incluso al gran
complejo de Tiwanaku, cuya datación oficial tampoco es reconocida por el mundo alternativo. Además, en toda
América, de norte a sur, se acumulan numerosas leyendas nativas –incluyendo las de grandes civilizaciones como la
azteca o la maya– sobre la completa destrucción de una humanidad anterior por acción del agua.

Sin embargo, hasta ahora se había puesto poca atención en los posibles indicios de un gran diluvio sobre la
superficie y más concretamente en estructuras artificiales. En este sentido, el investigador alternativo
norteamericano Cliff Dunning lleva algunos años estudiando la civilización maya y recientemente ha sacado a la
luz sus conclusiones sobre algunas huellas sobre el terreno que podrían apuntar a que la civilización maya fue
víctima de una gran catástrofe por inundación y que posiblemente podría ser mucho más antigua en su origen de
lo que la arqueología ortodoxa defiende. Vamos pues a exponer resumidamente cuál es el enfoque de Dunning y
qué viabilidad nos ofrece.

El Castillo, la pirámide de Chichén Itzá, en 1892


De entrada, Dunning remarca el hecho de que la civilización maya, pese a haber sido estudiada durante más un
siglo, nos es aún relativamente desconocida en muchos aspectos. Incluso cuando los conquistadores españoles
llegaron a Centroamérica a inicios del siglo XVI encontraron esta rica cultura en plena decadencia, en realidad
prácticamente desaparecida[2]. Sus fastuosas ciudades (Copan, Tikal, Chichén Itzá, etc.), que contenían grandes
edificios, templos y pirámides, habían sido abandonadas hacía siglos y estaban en plena ruina; también yacían
inermes sus estatuas y sus estelas, llenas de jeroglíficos.

Y por si fuera poco, las autoridades españolas mandaron quemar los códices y otros documentos que nos
podrían haber transmitido una información vital sobre el origen y el desarrollo cultural de los mayas. Apenas unos
pocos se salvaron de la intolerancia cultural y religiosa –como el Códice Dresde– y dan muestra del altísimo grado de
civilización que alcanzó este pueblo en cuestiones como la astronomía y las matemáticas.

Por lo demás, sabemos que la cultura maya es una de las más antiguas de América, que precedió en muchos
siglos a la gran civilización azteca, sometida por Cortés. Ahora bien, no tenemos una idea exacta de cuáles fueron
los orígenes de los mayas ni de cuándo se establecieron en Centroamérica. Al respecto, Cliff Dunning cita una
reciente datación obtenida en el yacimiento de El Mirador (Guatemala) que se remonta al 2700 a. C. Lo que sí
observa Dunning es que las estructuras más complejas y perfectas son las más antiguas, dando la impresión de que
los mayas hubieran aparecido sobre el territorio ya con un alto nivel de desarrollo y conocimiento, como si fuera el
legado de una cultura anterior. Por otra parte, Dunning cita al reputado arqueólogo Richard Hansen, que tras
años de estudio de la civilización maya ha llegado a la conclusión de que los olmecas (una cultura todavía no muy
definida, sobre todo antropológicamente) no fueron los antecesores o “padres culturales” de los mayas, sino que
ambas culturas fueron contemporáneas, y que los mayas muy posiblemente fueron los responsables de la
desaparición de las últimas ciudades propiamente olmecas.

Efectos devastadores de un tsunami moderno (Indonesia, 2004)


Si nos adentramos ahora en la antigüedad de los mayas y en la hipótesis de grandes catástrofes marinas,
Dunning saca a colación algunos hechos relevantes comprobados científicamente. Así, existe constancia geológica
de grandes tsunamis en unas fechas no muy lejanas, hace tan solo 1.500 años, que azotaron las costas de la
península del Yucatán y que tal vez tuvieron precedentes en milenios anteriores. Tales tsunamis podrían haber
devastado grandes porciones de territorio, pues la ola gigante –estimada entre los 6 y los 15 metros de altura–
podía derribar edificios y ahogar a gran parte de la población. De hecho, Dunning asegura que en su primera visita
al Yucatán en 1995 ya había observado notables huellas de daños en estructuras y estatuas a causa de la acción
violenta del agua. Estas huellas son visibles, por ejemplo, en ciudades como Coba, Chichén Itzá y Uxmal, así como
otros enclaves menores.

Asimismo, identificó ese mismo tipo de daños en fotografías antiguas de las primeras excavaciones de las
ciudades mayas, antes de que fueran consolidadas, restauradas y reconstruidas en parte. Y sin duda la fuerza de esas
inundaciones debió ser grande, pues los edificios mayas estaban bien diseñados y sólidamente construidos. Por
otro lado, Dunning apreció que en museos locales se podían ver numerosos objetos (estatuas y utensilios,
principalmente) que mostraban claras marcas de la erosión acuática, así como de la acción corrosiva de la sal
marina y de la presión de las aguas sobre dichos objetos durante largos periodos de tiempo. Y como muestra de
una gran destrucción, Dunning menciona el caso particular de la ciudad maya de Sayil (en el estado mexicano de
Yucatán), cuyo gran palacio principal fue supuestamente azotado por un violento tsunami que arrancó muchas
piedras de la estructura y las dispersó alrededor de ésta. Según el autor norteamericano, la tremenda erosión
sufrida ha dificultado mucho las labores de reconstrucción del monumento por parte de los equipos arqueológicos.
El caracol (Chichén Itzá), antes de restaurarse (foto de 1932)
Pero lo más significativo como prueba es que en Sayil aún se puede ver el rastro dejado por los ríos de agua al
retirarse. Las fotografías de las primeras intervenciones en el lugar ya permitían apreciar el antiguo curso de las
aguas que fluían desde la parte alta del palacio.

Además, también es destacable la presencia de varios edificios circundantes que están parcialmente sepultados
en el terreno, muy posiblemente por la gran acumulación de sedimentos. En este sentido, en las imágenes antiguas
tomadas en otros yacimientos mayas se apreciaban claramente grandes apilamientos de piedras y de escombros en
torno a las acrópolis principales (como sucede en Chichén Itzá y Uxmal). Así, Dunning cree que cuando las aguas
se retiraron, las piedras y los sedimentos más pesados ocuparon el interior y el exterior de los edificios, donde
permanecieron inalterados hasta ser descubiertos por los arqueólogos.

A partir de este punto, Dunning se pregunta qué antigüedad real podrían tener estas ciudades mayas,
desestimando obviamente las cronologías convencionales, y para averiguarlo recurre a otra vía de investigación: el
seguimiento –gracias a la moderna tecnología de los satélites– de los caminos o carreteras blancas
llamadas sacbés[3]. En realidad, los sacbés ya eran bien conocidos desde antiguo, pues eran los caminos principales
bien pavimentados –a modo de “autovías”– que los mayas habían construido para unir las diferentes ciudades del
territorio y facilitar así el comercio y las comunicaciones. Tenían una anchura que oscilaba entre los 4 y los 20
metros, y podían llegar a tener hasta centenares de kilómetros de longitud. En los años 20 del siglo pasado los
sacbés fueron redescubiertos por los arqueólogos, que se quedaron impresionados por su diseño y calidad, con su
base de piedra, capa de mortero y el típico recubrimiento blanco, realizado con estuco o cal de gran dureza –a
modo de argamasa o cemento– que no requería un gran mantenimiento.

Pero, ¿cómo conecta esto con las grandes catástrofes acuáticas del pasado? Para Dunning ya existen pruebas
indiscutibles de que al final de la última Edad de Hielo, concretamente en el periodo llamado Dryas reciente, se
produjo una inundación masiva de América del norte a causa de la rápida fusión de la enorme capa de hielo que
cubría buena parte de este territorio, debida al impacto súbito de un gran asteroide. El geólogo Harken Bretz ya
había observado esto en los años 20 del pasado siglo, haciendo notar la presencia de grandes valles y antiguos
cursos de agua excavados por la fuerza de las aguas en amplias zonas del norte de los Estados Unidos. En principio,
sus propuestas fueron rechazadas sin más, pero ya en tiempos más recientes, nuevos datos geológicos y
climatológicos han ido confirmando esta tesis. De este modo, hoy se sabe que en el periodo citado se dio un
importante aumento de temperaturas tras el impacto del asteroide. Este evento condujo a un rápido deshielo de las
masas de hielo polares, lo que provocó un notable ascenso del nivel de los mares y catastróficas
inundaciones.[4] Este enorme desastre natural fue recordado por varios pueblos de Norteamérica, entre ellos los
propios mayas, que se refieren a una tremenda devastación y a unas grandes dificultades para volver a recuperarse
después de una situación crítica que les llevó al borde de la extinción.
Aspecto actual de un típico sacbé
maya
Y aquí es cuando Dunning vuelve a los numerosos sacbés que recorrían el territorio maya en todas direcciones
y que aún hoy son parcialmente visibles desde los aviones y especialmente desde los satélites. Según sus
investigaciones, grandes porciones de la península de Yucatán quedaron sumergidas tras la catástrofe del Dryas
reciente, pero además resulta que las rutas de los antiguos sacbés que acaban en la actual línea de la costa tienen
continuidad bajo las aguas marinas. Esto lo ha podido corroborar gracias al estudio de la especialista en imagen
por satélite Angela Micol, asociada a la Satellite Archeology Research Society, por el cual ha podido identificar cientos
de imágenes de sacbés situados a cierta profundidad de la superficie y que están conectados a las antiguas ciudades
mayas de tierra firme. Para Dunning, esto indicaría que la cronología de estas ciudades se debería retrasar mucho
en el tiempo, por lo menos entre 9.000 y 12.000 años. A todo esto cabe recordar que los expertos académicos
sitúan los inicios de la civilización maya hacia el 2000 a. C. (con el apoyo de dataciones absolutas por
radiocarbono), precedido de una etapa de desarrollo neolítico. En todo caso, el autor estadounidense sostiene que
esta gran catástrofe no acabó del todo con los mayas, pero sí que marcó un antes y un después y que, de hecho, los
mayas históricos sólo fueron la sombra de lo que había sido su civilización primigenia antes del cataclismo global.

Este sería, en resumen, el escenario propuesto por Cliff Dunning que a más uno le puede parecer un cuento
fantástico o una simple especulación sin sólidas pruebas científicas. A este respecto, cabe insistir una vez más que el
mundo académico tiene una imagen bastante fija y estereotipada del poblamiento antiguo de América y de las
civilizaciones precolombinas. Así, la historia oficial nos dice que la primera cultura identificada de cazadores-
recolectores no aparece hasta el 11.000 a. C. o un poco antes[5], y luego las comunidades humanas se fueron
extendiendo de norte a sur donde fueron progresando hasta llegar al estadio neolítico, o sea, de productores
(agricultores y ganaderos). De aquí saltaron al estadio de la civilización, pero según los expertos no se puede hablar
propiamente de civilización antes de 2.000-1.500 a. C., si bien la datación de algunas ciudades se va por encima del
2.500 a. C., como el caso ya citado de El Mirador (Guatemala) o de Caral (Perú). Con todo, en general se sitúa el
esplendor de todas las civilizaciones americanas –los “periodos clásicos”– a partir del primer milenio después de
Cristo hasta la llegada de los conquistadores.
Restos arquitectónicos mayas
Por tanto, la propuesta de Dunning constituye un verdadero anatema que difícilmente puede ser compatible
con la versión oficial. A mi parecer, esta teoría presenta una serie de problemas o incógnitas: ¿qué hacemos con
todas las cronologías ortodoxas basadas en las series de artefactos y en las dataciones absolutas? ¿Si las ciudades
mayas eran tan antiguas, por qué no han aparecido las dataciones correspondientes al horizonte propuesto por
Dunning?

Todo esto parece un poco forzado a no ser que consideremos que las cosas se han hecho rematadamente mal desde
el punto de vista metodológico, o bien que hay un complot para ocultar la extrema antigüedad de los restos.
Recordemos que el carbono-14 permite datar hasta unos 50.000 años, por lo cual teóricamente sería posible datar
ese supuesto periodo antediluviano.

No obstante, por un lado, hay que decir en favor de Dunning que en la región del Yucatán se podría dar una
superposición de restos, algo parecido a lo que ocurre en Egipto, en que tenemos monumentos sospechosos de ser
extremadamente antiguos y que han sido asignados a la época dinástica por una serie de razones
circunstanciales[6]. Dicho de otro modo, todavía quedarían restos de la época antediluviana que han sido mal
datados y mal interpretados, confundiéndolos en el contexto de la civilización histórica, la cual sólo sería un tenue
legado de la civilización primigenia. Por otro lado, la evidencia de la acción devastadora de las aguas parece
bastante convincente, sobre todo con el nuevo argumento de los sacbés que se aprecian bajo el agua y
querecuerdan mucho a los famosos cart-ruts (surcos de carro), que partiendo del interior de la isla de Malta se
dirigen hacia la línea costera y prosiguen claramente bajo las aguas del Mediterráneo, conectando esta isla con la
cercana isla de Gozo. Ahora bien, Dunning no aborda el tema de las conocidas pirámides mayas, que en teoría
también deberían mostrar algún rastro de destrucción, desgaste o erosión causada por los tsunamis, al haber estado
sumergidas –supuestamente– bajo las aguas durante siglos o milenios.
El gran palacio de Sayil (Yucatán) en la actualidad. Véase el aspecto ruinoso de parte de la estructura

Con todo, habría que determinar –aun admitiendo que las ciudades sufrieron una gran destrucción por agua–
si esos tsunamis se produjeron como resultado del deshielo del Dryas reciente o si tuvieron lugar mucho más tarde,
en una época que denominaríamos “histórica”. Así, tenemos la famosa teoría de Immanuel Velikovsy, enunciada
hace ya más de medio siglo, según la cual la Tierra habría sufrido tremendos cataclismos y desastres en fechas
relativamente modernas (entre los siglos XVI a. C. y VIII a. C.) como consecuencia de la peligrosa aproximación a
la Tierra del cometa Venus –antes de estabilizarse como planeta– y del errático paso de Marte cerca de la órbita
terrestre. Con referencia a este punto, hay que señalar que las civilizaciones mesoamericanas habían considerado a
Venus como un astro errante y peligroso, y le habían puesto el nombre de estrella humeante. De cualquier modo,
todo esto entra en el terreno de las conjeturas, pues la visión de Velikovsky sigue sin ser aceptada ni por
astrofísicos ni por arqueólogos. En definitiva, este fenómeno debería ser analizado más a fondo y revisado por
geólogos competentes para establecer si las destrucciones observadas se debieron a colosales inundaciones o bien a
otros factores (como fuertes seísmos, que no son extraños en dicha región), sin olvidar el crucial aspecto de aportar
una datación fiable.
Los muros megalíticos de Sacsayhuamán (Perú)
Además, habría que resolver el posible vacío o salto temporal entre el horizonte “atlante” y la cultura maya
reconocida por la arqueología oficial. En este sentido surgen una serie de preguntas de complicada respuesta:
¿Cómo se produjo la continuidad cultural? Dicho de otro modo, ¿qué sucedió en los 8.000 años posteriores a la
debacle? Si, como afirma Dunning, las destrucciones acabaron con buena parte de las ciudades y sus estructuras,
¿qué porción de lo que podemos observar actualmente correspondería a los mayas “modernos”? ¿Y por qué la
arquitectura original maya no se corresponde con cierta arquitectura “atlante”, de tipo claramente megalítico (y
extremadamente resistente), que podemos observar por ejemplo en Tiwanaku o Sacsayhuamán, cuya antigüedad
podríamos remontar hipotéticamente a un periodo antediluviano[7]? ¿Podríamos llamar “maya” a esa supuesta
civilización que desapareció al menos parcialmente hace 12.000 años o era otra cosa?

Concluyendo, siempre es interesante sopesar nuevas visiones y teorías, y más aún cuando vienen acompañadas
de perspicaces observaciones sobre el terreno. El problema de fondo es que Dunning señala con pruebas un
posible hecho catastrófico de gran magnitud y gran antigüedad pero a la hora de la verdad no resuelve el encaje de
las piezas geológicas con las de carácter arqueológico o histórico. Así pues, estimo que todavía queda mucho
terreno por recorrer para poder construir un sólido edificio histórico-arqueológico alternativo sobre el origen de
los mayas. De todas formas, vaya por delante que creo posible y factible que la población y civilización en América
sean muchísimo más antiguas de lo que reconoce el estamento académico. Y quién sabe, a lo mejor los viejos
soñadores como Churchward y Le Plongeon tenían parte de razón al hablar sobre Mu, las tablillas naacales y
otras alocadas propuestas...

© Xavier Bartlett 2017

Fuente: www.ancient-origins.net

Fuente imágenes: Wikimedia Commons

[1] Según el investigador egipcio Sherif el-Morsi, la Gran Pirámide estuvo cubierta por agua hasta la hilada 20
por lo menos, durante siglos. Véase el artículo sobre la datación extrema de la gran Esfinge de Guiza en este blog.
[2] Esta etapa, denominada periodo posclásico, está datada aproximadamente entre 950 d. C. y la llegada de los
españoles al Yucatán en el siglo XVI, que progresivamente fueron ocupando todo el territorio maya. De todos
modos, cabe destacar que la última ciudad maya independiente, Nojpetén, no cayó en manos españolas hasta una
fecha tan tardía como 1697.
[3] De los términos mayas sac (“blanco”) y be (“camino”). En realidad, el plural correcto en lengua maya
es sacbeob, pero a efectos prácticos empleo aquí el plural castellano con “s”.
[4] Esta argumentación geológica constituye precisamente el núcleo de las últimas investigaciones llevadas a
cabo por Graham Hancock, tal y como refleja en su reciente libro Magician of the Gods (2015).
[5] Esta es la llamada cultura Clovis, localizada en Nuevo México (EE UU) a inicios del siglo XX. Pese a los
hallazgos posteriores de restos humanos mucho más antiguos, el estamento académico no acepta de ningún modo
población humana en América anterior a 25000 a. C.
[6] El ejemplo más claro de esto lo tenemos en Abydos, donde conviven uno al lado del otro el templo de Seti I
(del Imperio Nuevo) con el Osireion (templo de Osiris). Los egiptólogos despacharon el tema asignando el Osireion a
la misma época de Seti I, a pesar de que: 1) el estilo arquitectónico de ambas construcciones es totalmente distinto,
2) no hay inscripciones jeroglíficas en el Osireion, y 3) ambos edificios están separados por un importante desnivel
(y desfase estratigráfico) que indica una diferencia importante de cronología.
[7] Recordemos que, según la datación arqueoastronómica realizada por Arthur Posnansky en el Kalasasaya de
Tiwanaku, esta ciudad se remontaría al 15.000 a. C.
Publicado por Xavier Bartlett en 9:36:00 3 comentarios:
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Etiquetas: catastrofismo, civilización desaparecida, Cliff Dunning, mayas, sacbé, Sayil
lunes, 11 de septiembre de 2017
Gigantes en Tenerife

Tras haber difundido a inicios de 2016 el documental “Igueste: ciudad de gigantes”, en el cual tuve parte activa,
el investigador independiente Manuel Fernández Saavedra ha publicado recientemente en el portal youtube la
segunda parte de dicho documental, que recorre diversos puntos de la geografía tinerfeña. En este segundo trabajo,
Manuel Fernández prosigue con sus pesquisas sobre el terreno para identificar los restos de una desconocida y
remota civilización capaz de modelar el paisaje natural a gran escala. Estaríamos hablando, según Fernández, de
una cultura muy anterior a los guanches y posiblemente encarnada en humanoides de tamaño colosal que bien
podríamos llamar gigantes si así lo deseamos.

En esta nueva entrega, Fernández hace hincapié en unas enormes estructuras sobre el terreno que tienen una
difícil explicación geológica natural, pues más bien parecen ser restos de muros realizados con grandes piedras (que
a veces aparentan haber sido fundidas o moldeadas) y que formarían parte de gigantescas presas. Aparte, vemos
algunas estructuras muy semejantes a lo que ya se apreciaba en Igueste: una sucesión de presas, cataratas y pocetas
para el almacenamiento y gestión del agua. En este caso se pueden observar además unas canalizaciones de agua,
generalmente realizadas con una especie de argamasa pero también perforando directamente la roca. Asimismo,
tenemos otras peculiares estructuras sobre el terreno como unas plataformas en forma de espolones coronadas por
grandes rocas, o una “estatua” o “marcador” bien falcado sobre el terreno, lo que empuja a deducir que no puede
ser un accidente natural.
También aparecen otras curiosidades, como agrupaciones de grandes bloques con una losa de cubierta, lo que
podría recordar a los típicos dólmenes megalíticos o unas piedras aisladas de gran tamaño que se mantienen en
equilibrio gracias a un punto de apoyo. Y si nos trasladamos a la costa, Fernández ha detectado unos recintos y
apilamientos de piedras basálticas, que observadas en detalle muestran haber sido unidas con argamasa, y con
algunas particularidades como unas perforaciones en forma de cazoleta. Finalmente, el documental nos muestra la
presencia de numerosos trépanos (a veces agrupados en una especie de “nidos”), siendo algunos de aspecto muy
moderno y otros de aspecto más primitivo, pero cuyo propósito sigue siendo toda una incógnita.

En definitiva, otra vez ruego el visionado de este material con la mente abierta y sin ningún tipo de prejuicio, y
teniendo en cuenta que estamos hablando de prospecciones superficiales, lo cual limita mucho la posibilidad de
avanzar en la comprobación de las hipótesis planteadas. En cualquier caso, Fernández concluye que muy
probablemente el poblamiento humano de las Islas Canarias es mucho más antiguo de lo que se ha reconocido
hasta la fecha y que tal vez pudo existir en algún momento una convivencia entre el Homo sapiens y humanoides de
una gran altura.

sábado, 20 de agosto de 2016


El Pacífico: océano de gigantes

Llegamos ya a las 100 entradas en "La otra cara del pasado", coincidiendo también aproximadamente con los
tres años de existencia de este cuaderno de viaje personal en blogger. Así pues, a modo de conmemoración, me he
permitido un pequeño cambio de imagen y la inclusión de un artículo sobre el intrigante tema de los gigantes, que
he tocado ampliamente en este blog y también en algunas conferencias y entrevistas. Espero que sea del agrado de
todos, y una vez más gracias por estar ahí y seguir estos contenidos.

Las raíces mitológicas


Es bien sabido que en casi todos los rincones del mundo hallamos vívidas tradiciones y leyendas –que se
remontan a tiempos ancestrales– sobre “gigantes”, entendidos como humanos o humanoides de enorme altura y
corpulencia. Naturalmente, para el mundo académico estas leyendas no tienen la más mínima base histórica real.
De hecho, cuando se habla de gigantes, la ciencia suele refugiarse en el folklore, las creencias o la épica. Así, estos
seres fantásticos no serían más que la personificación de fuerzas de la naturaleza o bien la exaltación de antiguos
héroes. Y, por supuesto, si alguien dice haber hallado huesos humanos de gran tamaño, se alega que o bien es un
fraude o bien se trata de algún tipo de confusión, fruto de la simple ignorancia.
Pero lo cierto es que la mitología es tozuda e insiste en que tales seres convivieron con los hombres “normales”
en un pasado indefinido. En este sentido, resulta asombroso observar cómo en el Pacífico, una zona del planeta
que es básicamente una enorme extensión de agua con poca tierra firme en forma de islas, existe una amplísima y
colorista tradición mitológica sobre los gigantes, que –por si fuera poco– parece estar vinculada a restos
arqueológicos relacionados con estos seres, lo cual incomoda –y mucho– a la comunidad científica.

En efecto, entre la abundante mitología del Pacífico tenemos diversos relatos que nos hablan en detalle de los
gigantes, identificándolos específicamente con tribus o personajes concretos, según ha constatado el investigador
noruego Terje Dahl. Por ejemplo, en las islas Cook existía una leyenda acerca de un gigante llamado Moke, que era
presuntamente el gigante más grande del Pacífico Sur. Este gigante, de unos 20 metros, vivía en la isla de Mangaia.
Y en Rarotonga, la isla principal del mismo archipiélago, vivía otro gigante de nombre Teu, con una estatura de
unos 10 metros. A su vez, en el pequeño atolón de Nukulaelae se tiene el recuerdo de un gigante llamado Tevalu,
que raptaba niños y se los comía. En Samoa existe una tradición acerca de un gigante u ogro llamado Moso, que
aún es invocado por los padres cuando quieren impresionar a sus hijos. Las leyendas locales hablan de que, en
tiempos remotos, una tribu de gigantes, los Hiti, habitaba Samoa, pero que desaparecieron tras una gran
inundación o cataclismo.
Lago Wakatipu (Nueva Zelanda)
Si nos trasladamos a Nueva Zelanda, los maoríes afirman que la isla estuvo poblada por gigantes, antes y
después de que ellos mismos llegaran allá. Se habla de varios gigantes con nombres conocidos, como por ejemplo
uno llamado Matu, que vivía junto a lago Wakatipu (“tipua” significa gigante) y que medía aproximadamente 2,70
metros. Y en la vecina Australia, las leyendas de los aborígenes también dicen que antes de que ellos poblaran
aquellas tierras, los gigantes ya estaban allí. Estos nativos hablan de una época mítica primigenia
o Dreamtime(“Tiempo de los sueños”) en que una raza ancestral de gigantes dio forma al continente y lo llenó de
vida vegetal y animal. Incluso actualmente los aborígenes aún mencionan la existencia de una raza de gigantes
llamados Jogungs, del doble de alto que los humanos, que habitaban la región de Nueva Gales del Sur.

En cuanto al destino de estos gigantes, algunas tradiciones apuntan a un brusco fin de su existencia. Así, las
leyendas locales de Samoa hablan de que, en tiempos lejanos, unos gigantes llamados Hiti vivían en la isla, pero
que desaparecieron tras una gran inundación o cataclismo, lo cual nos remite a varias tradiciones de otros puntos
del planeta que coinciden en este mismo escenario catastrófico. Sin embargo, algunos de los gigantes podrían
haber sobrevivido al desastre. Por ejemplo, las tradiciones de la isla de Pascua hablaban de pobladores venidos del
oeste (el Pacífico) y del este (Sudamérica) y que tales individuos eran los supervivientes de una gran catástrofe
natural; su altura oscilaría entre 2,30 y 2,60 metros. Lo cierto es que aún existe una gran controversia sobre el
origen de los pobladores de la isla, así como acerca de la identidad racial de los distintos tipos representados en
los moais, pero eso sería tema para otro artículo.
Moais (sobre un ahu) de la Isla de Pascua

El rastro genético de los gigantes

Como ya hemos apuntado, más allá de todas estas mitologías, existe entre los indígenas la convicción de que
estos seres gigantescos fueron reales, que habitaron las islas desde una época remotísima hasta hace no demasiados
siglos y que tenían cierta condición divina o semidivina. Precisamente de aquí surge otro interesante elemento de
estudio, pues los viejos relatos sugieren que los gigantes se cruzaron con los humanos y dieron lugar a las castas
dirigentes de muchos pueblos o tribus, que de este modo tendrían ciertas características muy destacadas propias de
esa genética ajena, bien diferentes del resto de la población.

Así pues, existe en el Pacífico una tradición de reyes-dioses, a veces representados en estatuas, que presentan
algunos típicos rasgos de raza blanca, aparte de ser de gran altura (hasta unos 2,50 metros). Aquí, dejando a un
lado los famosos moais de la isla de Pascua, son de destacar las estatuas halladas en las islas Marquesas y en Tahití.
El famoso explorador noruego Thor Heyerdahl preguntó a un jefe de la isla de Fatu-Hiva sobre el origen de estas
representaciones, y éste le contestó que dichos dioses –de piel blanca– habían venido de una lejana tierra en el
este. Por otro lado, algunas de dichas estatuas muestran claramente que estos seres tenían seis dedos en manos y
pies, una característica que se ha asociado a los gigantes no sólo a partir de relatos mitológicos sino incluso de
pruebas arqueológicas, sobre todo en Norteamérica.
Miembros de la realeza de Tonga
Pero, más allá de estatuas y leyendas, en épocas históricas tenemos referencias claras a reyes o jefes de enorme
estatura, a menudo con un aspecto anatómico similar a la raza blanca, y con la piel clara y el pelo rubio o rojizo,
siendo todos estos rasgos anteriores a la llegada de los primeros exploradores europeos. Y lo que es más, incluso
actualmente parecen quedar algunas trazas de esa fisonomía en algunas islas. Así por ejemplo, Tupou IV, uno de
los últimos reyes de la isla de Tonga, fallecido en 1996, medía unos dos metros y su propia madre, la reina Salote,
medía apenas diez centímetros menos. En efecto, toda la familia real de Tonga es de una estatura imponente. En
cuanto al origen de estas características, se dice que estos monarcas enlazan su linaje con unos míticos dioses que
vivieron en Tonga hace muchos siglos, y de hecho, existe una clara endogamia en el clan real para preservar esos
genes divinos.

Por lo demás, se han difundido varias especulaciones sobre la existencia aún hoy en día de comunidades de
gigantes en determinadas zonas marginales de algunas islas del pacífico. En concreto, hay rumores sobre la
existencia de unos gigantes que habitan ciertas áreas selváticas de las islas Salomón, y muy especialmente en
Guadalcanal. Según estos rumores, los nativos normales llevan conviviendo desde hace milenios con una raza de
homínidos gigantes, cuyos ejemplares más altos pueden rondar los 3 metros, si bien se acepta –a partir de ciertos
relatos– que pueden haber individuos de mayor estatura. Por desgracia, este asombroso escenario aparece bastante
confuso, opaco y falto de pruebas fehacientes para que podamos otorgarle una mínima credibilidad.

Lo que sí resulta significativo es que todas estas tradiciones apuntan a que la supuesta convivencia entre
humanos y gigantes duró miles de años y que se alargó hasta hace muy pocos siglos, con la desaparición de las
últimas razas de gigantes. En este caso, sabemos por ejemplo que los maoríes tenían un hondo recuerdo de una
tribu local llamada Te Kahui Tipua, que sería en realidad una comunidad de gigantes de enorme talla que
desapareció hace muy pocos siglos. Más adelante, comprobaremos que el registro arqueológico podría darnos
alguna pista sobre este asunto.
Noticia del siglo XVIII sobre un supuesto gigante capturado en
Australia

¿Restos arqueológicos de gigantes?

Llegados a este punto, debemos abordar la cuestión más comprometida: ¿podemos hablar de pruebas físicas, ya
sean directas o indirectas, que sustenten de alguna manera la existencia real de estos gigantes del Pacífico? Este es,
desde luego, el punto crucial, pues la arqueología se fundamenta en el estudio de las pruebas obtenidas en
excavaciones, si bien en algunos casos los restos son bien visibles en superficie.

Y precisamente entre los indicios relacionados con los gigantes destacan con mucho los impresionantes restos
de arquitectura megalítica del Pacífico, poco conocida en comparación con otros enclaves tan famosos como
Stonehenge, Carnac o Malta. Con el peso de la lógica, la ciencia académica apunta a que el gran tamaño de los
bloques no tiene nada que ver con seres de enorme talla, por mucho que las leyendas mencionen la intervención
de gigantes. En estos casos se da por hecho que los nativos han atribuido esas estructuras a dioses o gigantes por
pura ignorancia y superstición. Otro tema, desde luego, sería dilucidar quién y cómo, e incluso cuándo, hizo
semejantes moles pétreas. Sea como fuere, es muy llamativo el hecho de que en el Pacífico, incluso en islas
relativamente pequeñas, se hayan identificado notables restos megalíticos que no tienen nada que envidiar a otros
monumentos de Europa o Sudamérica.

Ruinas de la ciudad de Nan Madol (Ponape)


Para empezar, es casi obligado referirse a Pohnpei (o Ponape), una isla del archipiélago de las Carolinas
(Micronesia), en la cual se halla el conjunto monumental de Nan Madol. Se trata de una antigua ciudad –ya en
ruinas– construida sobre unos 90 islotes artificiales, como unapequeña Venecia. Las estructuras se sustentan en unos
grandes bloques de basalto horizontales de 50 ó más toneladas, aunque por debajo de la superficie habría otros
enormes bloques verticales, de hasta unos 20 metros de largo. Las leyendas locales afirman que esta ciudad fue
fundada por dos hermanos míticos, Olosipe y Olosaupa, que vinieron de allende los mares, que eran bastante más
altos que los nativos y que tenían grandes poderes y capacidades; de hecho, se dice que las piedras fueron colocadas
“por el aire” (¿mediante levitación?).

En la isla de Pascua tenemos los moais, que si bien no son construcciones, sí tienen un tamaño imponente (y
recordemos que son bloques monolíticos). Las estatuas más altas sobrepasan los 20 metros y pesan más de 70
toneladas; además, hay que tener en cuenta que en algunos casos sólo asoma la cabeza, pero por debajo está todo el
cuerpo, como se ha demostrado mediante excavación. De todas formas, sí podemos apreciar estructuras megalíticas
en forma de muros y plataformas, especialmente las bases para los moais, llamadas “ahu”.
Arco de Ha'amonga, en la isla de Tongatapu
Finalmente, podemos citar otros restos menos conocidos como las dos columnas colosales con unos capiteles
semiesféricos en la parte superior, que se pueden apreciar en Tianan (islas Marianas), o el tremendo arco de
Ha’amonga, en la isla de Tongatapu (Polinesia), un trilito colosal de unas dimensiones aproximadas de 5 x 6 x 1,5
metros, que fue erigido –según la leyenda– en un tiempo muy remoto por un semidiós de nombre Maui.

Si hablamos ahora de otras pruebas indirectas que nos acercan más a la realidad física de los gigantes, hay que
mencionar las huellas de pisadas y los artefactos de un tamaño descomunal. En este ámbito disponemos de unas
pocas pruebas que en su mayoría no han merecido la atención científica, por los motivos que fuere. Sólo a modo
de muestra, podemos citar los siguientes casos:

 En el atolón de Tarawa (islas Kiribati), en la aldea de Banreaba, hay diversas pisadas de un gigante,
acompañadas de otras un poco más pequeñas (¿mujer e hijos?), todas ellas con seis dedos. La pisada más grande
tiene nada menos que metro y medio de longitud.
 En Sawaii (Samoa) se aprecia una pisada humana de gran tamaño, relacionada con la leyenda del gigante
Moso.
 En el atolón de Nanumea (Tuvalu) se aprecian varias pisadas de gigante junto a la laguna interior.
 En Australia, el investigador Rex Gilroy, del Museo de Historia Natural Mount York, ha identificado
diversas huellas humanas de gran tamaño, de hasta unos 75 cm. Asimismo, cerca de Bathurst ha recogido
múltiples artefactos (hachas de mano, azuelas, cuchillos, cachiporras, etc.) de gran tamaño y peso, oscilando entre
5,5 y 16,5 kilos, totalmente inútiles para una persona normal, pero no para un ser con una mano enorme.

Y para culminar el apartado de pruebas hemos de referirnos por fin al hallazgo de posibles restos físicos de
gigantes (momias, esqueletos, huesos sueltos), a partir de noticias e informes que se remontan al siglo XIX. Así,
tenemos constancia de que en 1875, en Nueva Zelanda, un periódico local informaba del sensacional
descubrimiento de un esqueleto de unos 8 metros, a poco más de dos metros de profundidad en Saltwater Creek,
cerca la localidad de Timaru. Como se ha citado anteriormente, esto coincide con las tradiciones nativas maoríes,
que hablaban de una raza de gigantes llamada Te Kahui Tipua, que habitó en las cercanías de Timaru hasta el siglo
XVIII. Asimismo, corren ciertos rumores sobre hallazgos de huesos de gigantes entre las ruinas y en los bosques
adyacentes de Nan Madol (Ponape), pero no hay ningún dato fiable al respecto. Aparte de esto, se sabe que en
1907 Victor Berg, el gobernador alemán de la isla, mandó abrir una tumba de antiguos reyes locales, y los
esqueletos hallados medían entre dos y tres metros de altura.
Enorme diente molar humano hallado por R.
Gilroy
También hay noticias de que en Rotuma, islas Fiji, se halló durante la Segunda Guerra Mundial un hueso de
pantorrilla de un metro de longitud, lo que se traduce en una altura total de unos 4,50 metros. Además, existe el
rumor de que, en la búsqueda de refugios de soldados japoneses, se encontraron diversas cuevas llenas de huesos
de gigantes. Y no menos impactante es lo que dice haber hallado Rex Gilroy en Bathurst (Australia): nada menos
que un enorme diente molar humano fosilizado de unos 67 mm., lo que correspondería a un ser de unos 7,60
metros. Y, finalmente, ya en un terreno más bien conspirativo, cabe citar que, según el investigador Martin
Doutré, hace no muchos años en Nueva Zelanda se encontraron huesos de gigantes en unas excavaciones, pero el
equipo arqueológico que halló estos restos fue obligado por las autoridades militares a enterrarlos y la arqueóloga
al cargo fue despedida.

Aparte de estas escasas noticias, se habla también de varias tumbas de gigantes que por diversas razones no han
sido investigadas. Por ejemplo, en el ya citado atolón de Nukulaelae existe la “tumba del gigante Tevalu”, una
estructura de unos 3,50 x 1,50 metros que estuvo a punto de ser excavada por un equipo arqueológico japonés,
aunque al final los nativos se negaron a ello. Asimismo, en Kiribati se habla de una enorme tumba de unos 5,30
metros, en la cual estaría enterrado un gigante, según las leyendas locales. Finalmente, en Tonga existen unas
grandes tumbas en forma piramidal atribuidas a los antiguos dioses-reyes del lugar; sin embargo, por razones
culturales y religiosas, nadie está autorizado a tocarlas y aún menos a excavarlas.

Conclusiones

Como hemos visto, y al igual que ocurre en otras muchas zonas del planeta, en el Pacífico se mantiene una rica
mitología e iconografía sobre gigantes que roza el recuerdo histórico en épocas no demasiado lejanas. Además, es
innegable la existencia de una minoría de personas, generalmente de la casta dirigente, que todavía muestra una
altura impresionante para lo que es la media de la población, y ello nos conduce a un hipotético escenario de
hibridación entre la raza de gigantes (hombres de aspecto más o menos blanco y de enorme altura) y las élites
nativas. No obstante, como hemos apuntado, algunas tradiciones insisten en que los gigantes “ya estaban allí”,
antes de que llegaran las primeras comunidades de Homo sapiens a muchas islas del Pacífico, siendo este un proceso
que –según la ortodoxia académica– se inició hace unos 50.000 años, lo cual nos coloca en un marco temporal
muy antiguo.

Lamentablemente, en cuanto a las pruebas físicas, corren demasiados rumores pero no tenemos a día de hoy
ningún hueso de gigante expuesto ni cualquier otro a disposición de los investigadores. Todo el material, si es que
existió alguna vez realmente, se ha esfumado y nadie conoce su paradero. Nos quedan las pruebas indirectas, que
siguen siendo ignoradas o ridiculizadas por el estamento académico, y con este panorama es obvio que aún queda
un largo camino por recorrer en el reconocimiento de estos “gigantes del Pacífico”.
© Xavier Bartlett 2016

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


Publicado por Xavier Bartlett en 16:02:00 5 comentarios:
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Etiquetas: gigantes, Martin Doutré, megalitismo, mitología, moai, Nan Madol, Rex Gilroy, Terje Dahl, Tonga
miércoles, 27 de julio de 2016
El enigma de los cráneos alargados

Introducción

Desde hace ya tiempo la arqueología nos ha revelado la existencia en el pasado de ciertos individuos con
cráneos que –como poco– podríamos calificar de muy inusuales. No se trata exactamente de la típica dolicocefalia,
rasgo común en muchas personas aun en la actualidad, sino de cráneos extraordinariamente alargados (o
abombados hacia atrás) que se salen de los parámetros habituales. La arqueología y la antropología convencionales
han explicado la existencia de tales cráneos en el marco de una antigua costumbre de diversos pueblos primitivos
de alargar artificialmente el cráneo mediante la aplicación de un entablillado[1] en los niños pequeños, de tal
modo que según va creciendo la criatura, el cráneo –sometido a fuerte presión– se ve forzado a tomar una forma
marcadamente achatada o alargada. Esta práctica estuvo extendida en diversos puntos del globo hasta épocas muy
recientes, desde el Congo (África) hasta la Melanesia, en el Pacífico.

Hasta aquí podríamos decir que “todo normal”, pero lo que ocurre es que varios autores alternativos han
señalado que, aun reconociendo que este fenómeno cultural existe desde hace siglos y no admite discusión, en
muchos casos de cráneos hallados en antiguas tumbas, el volumen craneal es espectacularmente más grande que el
del Homo sapiens normal, hasta el punto de poder hablar de cabezas cónicas. Dicho de otro modo, el entablillado
puede modificar la forma original del cráneo pero no aumentar su tamaño, esto es, no justifica que éste tenga un
volumen bastante superior al habitual.

En efecto, la arqueología alternativa lleva décadas viendo cosas raras en estos extraños individuos, que también
han sido considerados como posibles casos de patologías o malformaciones genéticas específicas. No obstante, tal
singularidad o excepcionalidad se vendría abajo ante la cantidad y concentración de estos ejemplares en
determinadas comunidades, como por ejemplo en la región de Paracas (Perú) o en la isla de Malta. Lo cierto es que
estos cráneos aparecen en varios lugares del mundo (Norteamérica, Sudamérica, Rusia, Malta, Egipto...) y han
producido cierta perplejidad en los investigadores, dado que muestran unas anormalidades similares que se
repiten de forma constante y que suelen ir acompañadas de otros rasgos peculiares, lo que ha dado lugar a la
especulación de que estamos ante una raza humana distinta, con algunas características genéticas bien diferentes de
las del Homo sapiens.
Cráneos de H. sapiens y H. neanderthalensis
Por de pronto sabemos que en la lejana prehistoria, los humanos tuvieron una gran capacidad craneal que fue
decreciendo según avanzaba el Paleolítico (en sus etapas media y superior). Así, se sabe que el volumen craneal
medio de los neandertales y de los sapiens arcaicos –entre ellos, los Cro-Magnon– oscilaba entre los 1.500 y los
1.700 cm.3 aproximadamente, frente a la media del sapiens moderno de unos 1.400 cm.3. Sin embargo, los
individuos con cráneos alargados presentan volúmenes enormes que se sitúan bien por encima de los 2.000 cm.3,
hasta alcanzar incluso los 2.500. Pero, aparte del volumen, estos cráneos presentan características tan inusitadas
como las órbitas oculares más grandes, la ausencia de sutura sagital[2], el marcado desplazamiento hacia atrás
del foramen mágnum[3] o el arco zigomático[4] muy pronunciado. Finalmente, cabe destacar que estos cráneos a
veces presentan restos de pelo rojo o rubio y que forman parte de esqueletos de gran altura. De hecho, se tiene
noticia de la presencia de estos cráneos en tumbas de túmulo de Norteamérica (la llamada cultura de los Mound
Builders) excavadas desde el siglo XIX, que algunos autores alternativos atribuyen a antiguos gigantes, individuos
bien por encima de los dos metros y en ocasiones por encima de tres[5]. Por cierto, también existen rumores (no
contrastados) de que el famoso rey Pakal de Palenque –cuya tumba se excavó hace más de medio siglo– era un
gigante de 2,70 metros con seis dedos en manos y pies y con un pronunciado cráneo cónico.

Hipótesis sobre el origen de estos cráneos

La arqueología convencional ha pasado de puntillas sobre estos cráneos, no dándoles excesiva importancia y
atribuyendo las anormalidades a los argumentos ya expuestos, sobre todo haciendo hincapié en la consabida
deformación artificial. Sin embargo, algunos investigadores independientes no comparten esta visión, y creen que
los cráneos alargados forman parte de una página aún no escrita de nuestra historia más remota, si bien difieren al
interpretar la naturaleza de este fenómeno.

Lo que tienen en común estas opiniones heterodoxas es la convicción de que, por un lado, estamos ante unas
pequeñas comunidades con rasgos genéticos propios, distintos a los de la población humana “normal” y, por otro,
que las versiones oficiales del entablillado y las patologías no se sostienen. Ahora bien, a la hora de profundizar en
los orígenes de estos cráneos anómalos, aquí ya hay valoraciones para todos los gustos. Mientras algunos autores
apuestan por hablar de una antigua élite humana de origen desconocido, tal vez surgida de una hipotética serie de
mutaciones, otros plantean abiertamente que tales individuos no eran humanos, o sea, que eran seres
extraterrestres o –al menos– híbridos de humano y alienígena. Vayamos, pues, por partes y estudiemos ambas
propuestas.

……………………………………………………………………………………
……
El libro de M. Pizzuti
Como ejemplo de la primera corriente, tenemos al investigador italiano Marco Pizzuti, que abordó este tema en
su libro Descubrimientos arqueológicos no autorizados[6]. Pizzuti, al igual que otros autores anteriormente, presta
atención a las imágenes de algunos faraones o miembros de la realeza egipcia con cabezas muy alargadas, como por
ejemplo la famosa familia de Akenatón[7], representada según el típico canon estilístico de El-Amarna. Pero tales
rasgos podrían ser mucho más antiguos, porque en las excavaciones realizadas por el egiptólogo inglés Walter
Emery (sobre todo en Saqqara) ya habían aparecido tumbas de individuos con estos cráneos, datadas en la época
predinástica. Pero hay más, según apunta Pizzuti. En Mesopotamia tenemos muchas antiguas estatuillas de ciertos
individuos de carácter divino o semidivino, una especie de Diosas-Madre con cráneo muy alargado y rostro de
serpiente. Además, Pizzuti se fija especialmente en los cráneos de Malta, en particular los del hipogeo de Hal
Saflieni, un lugar de culto dedicado a la Diosa-Madre. Estas gentes de grandes cráneos estarían relacionadas con el
espectacular periodo megalítico de la isla, que los expertos datan tradicionalmente en el Neolítico, pero que Pizzuti
sitúa en una época bastante anterior, a partir de ciertos indicios arqueológicos y geológicos.

Cráneo de la familia de Akenatón


(Egipto)
Para el autor italiano, todos estos individuos pertenecerían a una estirpe o casta dirigente de carácter político-
religioso –a la que llama “sacerdotes-serpiente”– que mantenía su aspecto atípico mediante la celosa conservación
de su genética, lo que se traducía en una estricta endogamia, algo bien distintivo de la antigua realeza egipcia pero
en general de toda la realeza hasta prácticamente nuestros días. Dicha estirpe estaría extendida por diversos lugares
del planeta y no tendría relación genética con la población súbdita. Así, Pizzuti –citando a Emery– concluye que la
antigua estirpe pre-dinástica egipcia tenía rasgos nórdicos[8] y que por ello no sería oriunda de Egipto. En cuanto a
su origen, podría estar relacionada con los míticos Shemsu Hor(“Seguidores de Horus”), gobernantes de Egipto
durantes miles de años antes de la llegada de la primera dinastía “histórica”. En todo caso, según Pizzuti, esta casta
se habría conservado pura y aislada durante milenios hasta que empezó a mezclarse con la aristocracia local, tanto
en Malta como en Egipto, hacia el 2.500 a. C.

En cuanto a los defensores de la intervención de seres no humanos, su versión de los cráneos alargados pasa
por la irrupción de una raza alienígena en los asuntos terrestres en algún momento de nuestra prehistoria. Para
estos autores, las cabezas cónicas serían propias de una raza extraterrestre y los casos históricos de elongación
artificial de cráneos serían precisamente un intento de las élites gobernantes de parecerse a los antiguos reyes-
dioses venidos del espacio. En este sentido sabemos que ya en varias culturas y civilizaciones antiguas (el valle del
Indo, Sumer, Egipto, los olmecas, los mayas, los incas, etc.) se practicó este tipo de deformación.

Sobre estas teorías no hay mucho que explicar, pero en pocas palabras podemos decir que la mayoría de ellas se
inspiran en el trabajo de Zecharia Sitchin y otros autores afines, que consideran que los dioses sumerios Anunnaki
eran los mismos Nefilim de la Biblia, ángeles caídos a la Tierra, que posteriormente dieron lugar a la mítica raza de
gigantes. Por ejemplo, en esta línea tenemos al autor americano L. A. Marzulli, que insiste en la tesis de que los
individuos de Paracas eran los híbridos Nefilim (resultado de la unión de las hijas de los hombres con los hijos de
los dioses), a partir de la combinación de los datos científicos con los relatos bíblicos. Asimismo, hay incontables
webs de ufología y de ciencias ocultas que de vez en cuando sacan a la luz noticias sin ton son, como el supuesto
hallazgo de tres cráneos alargados ¡en la Antártida!, que indefectiblemente han de ser de alienígenas[9].

En cualquier caso, las argumentaciones para intentar demostrar que los cráneos no son propios de este mundo
reinciden en la gran extrañeza o excepcionalidad de los casos y en la improbabilidad de que sean deformaciones
artificiales o mutaciones aleatorias. Pero, por supuesto, para tratar de sustentar estas hipótesis y despejar las
incógnitas, los partidarios del origen extraterrestre de los cráneos debían recurrir a pruebas aportadas por una
ciencia más dura o empírica, y esto es lo que ha sucedido –a su parecer– con unos recientes análisis de ADN,
obtenidos a partir de muestras de los cráneos de Paracas, que pasamos a comentar en el siguiente apartado.

Los recientes (y polémicos) análisis de ADN

Cráneos alargados del Museo de Paracas


El investigador norteamericano Brien Foerster se ha interesado especialmente por los cráneos de la península
de Paracas (Perú), y su enfoque se sitúa en las hipótesis extraterrestres; de hecho, él es colaborador asiduo de la
serie Ancient Aliens. Pues bien, estos cráneos –e individuos– fueron hallados en tumbas de una gran antigüedad
excavadas a finales de los años 20 del pasado siglo por el arqueólogo peruano Julio Tello (1880-1947). Este
reputado experto creía que dichos restos humanos pertenecían a la antigua cultura megalítica de Chavín de
Huantar, a partir de ciertas semejanzas en los artefactos e iconografías, y que no había que atribuirles una
antigüedad superior a los 3.000 años, pero Foerster señala que nunca se han identificado tales cráneos en la zona
de Chavín y que se han hallado en Paracas útiles de piedra de hasta 8.000 años de antigüedad. Al parecer, los
habitantes de Paracas eran básicamente pescadores, pero –a juicio de Foerster– podrían haber sido navegantes en
épocas muy antiguas. En todo caso, los estudios sobre esta cultura apenas han avanzado desde la intervención de
Tello, y gran parte de la zona arqueológica –el llamado Cerro Colorado, donde estaba enterrada la clase dirigente y
sacerdotal– no es accesible al público para prevenir, según las autoridades, el saqueo sistemático de este lugar.

Así las cosas, en 2013 Foerster se planteó ir más lejos y para ello pidió al propietario del Museo de Paracas, don
Juan Navarro, que le permitiera extraer unas muestras de los cráneos alargados[10] para ser analizadas con la más
moderna tecnología bioquímica. Esta empresa fue impulsada gracias a la financiación conseguida por el ya
mencionado Marzulli, e implementada por unos laboratorios de EE UU y Canadá, los mismos que habían
realizado las pruebas sobre otro controvertido cráneo, el llamado Starchild[11]. Los resultados de los análisis se
dieron a conocer en 2014 y levantaron –como era de esperar– una gran polémica. Según Foerster, las pruebas
preliminares llevadas a cabo sobre la muestra 3A, de la cual se extrajo el ADN mitocondrial (sólo procedente de la
madre), revelaron la presencia de mutaciones desconocidas hasta ahora en humanos, primates o cualquier otro
animal. Esto sería prueba fehaciente de la existencia de unas criaturas diferentes de los
conocidos sapiens, neandertales o los recientes Denisovanos, y que –dadas las fuertes disimilitudes– no podrían
cruzarse con los humanos “normales”, lo que les habría llevado a una cerrada endogamia y posterior degeneración.

Naturalmente, ante estas proclamas, los “escépticos oficiales” y los académicos saltaron a la yugular de Foerster,
poniendo de manifiesto su falta de profesionalidad, su relación con Pye (otro creyente en intervenciones
alienígenas) y el sospechoso anonimato del técnico genetista que realizó las pruebas. Además, le recordaron que la
deformación artificial de los cráneos en varias culturas es un hecho antropológico harto conocido y que también se
debía contemplar la enfermedad de la craneosinostosis, una anomalía bien estudiada por la comunidad científica.
Y finalmente, los críticos aducían que la no explicación de determinados rasgos genéticos (y eso aceptando que las
pruebas de ADN se hubiesen efectuado correctamente[12]) no implicaba de ningún modo la presencia de una raza
alienígena en nuestro planeta.

¿Una pista sobre el origen de los cráneos?

Si aparcamos por un momento las tópicas menciones a extraterrestres, Nefilim o dioses de cualquier tipo,
veremos que sin embargo los análisis de ADN arrojaron otros datos que sí podrían tener un notable significado
arqueológico, bastante menos “etéreo” que el recurso a los alienígenas, y siempre dando –obviamente– un mínimo
voto de confianza a la calidad científica de los análisis realizados.
Cráneo de Paracas con restos de
cabellera
Así, Foerster afirma que por otras pruebas (se supone que por C-14) se habían datado dos cráneos empleados
en las muestras, uno en unos 2.000 años de antigüedad y otro en unos 800. Y lo mejor viene ahora, porque en las
muestras de pelo se detectó la presencia de un haplogrupo (grupo de población genética) de tipo H2A, muy típico
de Europa Oriental y algo menos de la Occidental. Asimismo, otra muestra de polvo de hueso reveló la presencia
del haplogrupo T2B, originario de Mesopotamia. Ello implica, lógicamente, que el origen de las gentes de Paracas
podría vincularse a poblaciones de Oriente Medio y de Europa, echando por tierra la teoría académica sobre el
poblamiento de América, que insiste en que la población nativa de América era de origen asiático y que entró por
el estrecho de Bering hace unos 20.000 años, sin que hubiera ninguna nueva aportación hasta la llegada de los
europeos a finales del siglo XV.

Por otro lado, Foerster insiste en que la presencia de pelo rojo o rubio en la población nativa americana es del
todo inusual, porque se sabe que los indios son de pelo oscuro, en todo el continente. Esta característica
identificada en los cráneos alargados sería prueba de la intrusión de gentes venidas de tierras lejanas; para ello
solicitó los servicios de dos expertos en temas de cabello, que confirmaron que no había habido decoloración y que
el pelo analizado era un 30% más fino que el de la población nativa americana, lo cual es propio del pelo rojo o
rubio.

Se podría objetar aquí que los datos de Foerster son erróneos o sesgados, pero lo cierto es que tenemos otros
datos que apuntan en una dirección parecida. Así, cabe reseñar que un estudio genético sobre el ADN de la
comunidad india norteamericana realizado en 1997 reveló la existencia de un pequeño porcentaje de individuos
que poseen un grupo muy extraño de ADN mitocondrial (“haplogrupo X”) que sólo existe en unas pocas zonas de
Europa y Oriente Medio. ¿Coincidencia? Además, pruebas posteriores demostraron que este ADN atípico no
provenía de la época de la conquista europea, sino de una población foránea que llegó a América hace 36.000-
12.000 años[13]. En suma, estaríamos apuntalando la tesis de que determinadas gentes venidas de allende los
mares se instalaron en América hace muchos miles de años, desmontando la clásica versión del “descubrimiento” a
cargo de Colón, que aún persiste como teoría científica válida en el mundo académico.

Conclusiones

Al estudiar el tema de estos cráneos me he encontrado con muchas conexiones con otro asunto polémico, el de
los gigantes, que ya traté extensamente en este mismo blog. Las pruebas e indicios apuntan en direcciones
semejantes, si bien la falta de estudios sistemáticos y la reticencia del mundo académico a adentrarse en ciertas vías
heterodoxas dificulta bastante cualquier investigación seria. Lo que parece que podemos afirmar con seguridad es
que existe un cierto porcentaje de antiguos cráneos alargados que no es fruto de deformaciones artificiales, sino
que constituye un rasgo genético propio, y por lo tanto estaríamos hablando de dos fenómenos diferentes, siendo
la deformación una consecuencia del contacto con las gentes de los cráneos alargados “originales”. Por otro lado, la
existencia de niños muy pequeños, incluso fetos[14], con cráneos alargados demostraría que estamos ante una
característica natural en ciertos individuos.

En cuanto al hipotético conjunto de mutaciones que pudo haber dado lugar a esta raza, es poco menos que
vender humo, pues hoy por hoy no hay pruebas científicas que puedan sustentar esta tesis. A su vez, las
malformaciones genéticas excepcionales –ya lo sabemos– pueden existir, pero cuando van todas en la misma
dirección y en tantos individuos y en lugares tan distantes entre sí tenemos que reconocer que la hipótesis
patológica tiene una base más bien endeble.

Sin embargo, la pregunta fundamental sigue siendo su origen y su relación con el resto de la población. La
hipótesis de que fueran realmente una élite gobernante –y además relacionada con el fenómeno del
megalitismo[15]– parece tener sentido vistos los ejemplos presentados, y el caso de Egipto es bastante significativo
al respecto. Ahora bien, ¿de dónde salieron? ¿Por qué vía evolutiva (si es que creemos en la evolución humana)?
¿Cuál fue su origen geográfico? ¿Cómo llegaron a extenderse por varios continentes? No tenemos realmente
respuestas a estas preguntas, a excepción de los indicios aportados por las pruebas genéticas, que señalan a la
Europa Oriental y a Oriente Medio como una posible localización original de este pueblo[16].

Por último, cualquier mención a alienígenas o a Nefilim puede parecernos una fácil salida de tono, y por
desgracia hay que reconocer que se ha hecho mucho espectáculo y negocio sobre esta cuestión, sobre todo a base
de falacias y especulaciones. Pero, sea como fuere, lo que tenemos entre manos es una raza desconocida presente
en nuestro mundo hace miles de años, que desapareció o degeneró, y que no sabemos cómo conectarla con los
humanos modernos. Con todo, no podemos despachar la cuestión con el dogma y la negación; está claro que esta
raza tuvo que venir de algún lugar; de este planeta, de otro, o de otra dimensión, y aquí no deberíamos cerrar
ninguna puerta antes de tiempo. La buena arqueología alternativa requiere rigor y prudencia, pero también precisa
de apertura de miras porque si no nos quedaremos estancados en las “tranquilas aguas” del paradigma imperante.

© Xavier Bartlett 2016

[1] Normalmente consiste en presionar el cráneo con dos tablas de madera y una pieza de tela bien apretada. La
duración de esta práctica se sitúa entre los seis meses y los tres años de edad.
[2] Esta característica es considerada por la medicina como casi imposible y es compartida por los cráneos de
Paracas, Malta y Egipto
[3] Punto de unión o articulación entre el cráneo y la columna vertebral.
[4] El hueso de la mejilla.
[5] La arqueología académica no reconoce la existencia de tales gigantes, pero la gran mayoría de restos
humanos de estas tumbas ha desaparecido o no está disponible para su estudio o exposición, lo que ha levantado
graves sospechas de ocultación entre los investigadores independientes.
[6] PIZZUTI, M. Descubrimientos arqueológicos no autorizados. Ed. Obelisco. Barcelona, 2013.
[7] Por otro lado, en bastantes casos, los restos de momias reales egipcias no son de cráneos enormes, pero sí
muy marcadamente dolicocéfalos.
[8] Por ejemplo, una altura media muy superior a la de los nativos, constitución robusta y pelo claro.
[9] Véase: http://www.ufosightingsdaily.com/2016/07/alien-remains-in-antarctica-three-new.html
[10] Las muestras incluían fragmentos de hueso, dientes, pelo y piel.
[11] Cráneo anómalo hallado en el siglo XX en México e investigado a fondo por el autor alternativo Lloyd Pye.
Para más detalles, véase: https://somniumdei.wordpress.com/2016/03/16/el-extrano-starchild-rareza-biologica-o-
ser-hibrido/
[12] Muchos escépticos derriban directamente todas las afirmaciones heterodoxas al considerar que los análisis
presentados por Foerster no tienen ninguna validez o credibilidad científica, dando por hecho que se cometieron
errores o que las muestras estaban contaminadas.
[13] Fuente: http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/9837837?dopt=Abstract&holding=npg
[14] Por ejemplo, recientemente se dio el hallazgo en Bolivia de dos esqueletos: una joven madre y un feto de
entre 7 y 9 meses, ambos con marcado cráneo alargado.
[15] No debe ser casual que exista una más que notable casuística megalítica en Perú, Malta y Egipto,
coincidiendo con la aparición de estos cráneos extraordinarios.
[16] Ello podría presuponer que su dispersión por diversos rincones del planeta desde épocas muy antiguas se
debería a una difusión a partir de un hipotético centro, más que a núcleos autóctonos independientes.
Publicado por Xavier Bartlett en 10:04:00 10 comentarios:
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Etiquetas: Akhenatón, Antiguo Egipto, Brien Foerster, gigantes, Homo sapiens, Julio Tello, L.A.
Marzulli, Marco Pizzuti, megalitismo,Nefilim, Paracas, Walter Emery
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martes, 7 de abril de 2015


La confusa identidad de los Nefilim

Introducción

Una de las tendencias recurrentes de la arqueología alternativa ha sido, desde hace décadas, la transformación
de las antiguas mitologías o religiones en historia más o menos real. En este sentido, tenemos un magnífico
ejemplo en los diversos estudios acerca de la identidad de unos seres –presuntamente míticos– que aparecen
citados en la Biblia, concretamente en el Génesis: los Nefilim. Lo cierto es que la discusión sobre los Nefilim es
antigua, pero siempre había estado fijada en un contexto religioso. Sin embargo, en tiempos recientes, los Nefilim
se han vuelto a poner de moda por varios motivos y numerosos investigadores alternativos se han propuesto sacar a
estos personajes de su aura mítica para situarlos en otros contextos mucho menos “etéreos”.

En fin... ¿quiénes eran estos Nefilim? ¿Cómo se relacionaron con la raza humana? ¿Qué perfil podemos extraer
de estos seres a partir de los relatos religiosos? ¿Podemos atribuirles una identidad real (física), más allá del mito?
Esta es la cuestión que trataremos de esclarecer en este artículo.

Los dioses que vinieron del espacio

Es bien sabido que la llamada teoría del antiguo astronauta ha dado pie a todo tipo de especulaciones y escenarios
sobre ciertas figuras divinas de un remotísimo pasado que bien podrían ser seres llegados de otros mundos, a juicio
de bastantes autores de este género.
Zecharia Sitchin
En este campo, es muy destacable la intervención que hizo el prolífico autor ruso Zecharia Sitchin, que quiso
dar empaque científico a su teoría acerca de unos seres venidos de un lejano planeta llamado Nibiru y que crearon
al ser humano “a su imagen y semejanza”. Estamos hablando de sus famosos dioses Anunnaki, que en opinión de
Sitchin, se corresponderían exactamente con los Nefilim (“gigantes”) de la Biblia judeo-cristiana, más aún teniendo
en cuenta que gran parte de la tradición hebrea más antigua –recogida en el relato bíblico confeccionado durante
el primer milenio antes de Cristo– había bebido de las fuentes mesopotámicas.

Empecemos pues por el principio, que es la propuesta lanzada por Sitchin en su libro El duodécimo
planeta (1976), en el cual identificaba a los Nefilim bíblicos con los dioses Anunnaki de la mitología sumeria. Su
argumentación partía de la base de que la traducción clásica del término Nefilim era completamente errónea. Así,
la versión griega de la Biblia había optado por traducir Nefilim como “gigantes”, cuando –según Sitchin– la
traducción correcta del término hebreo debería ser “los que descendieron del cielo a la tierra”, que es precisamente
el significado que él otorgaba también a los Anunnaki.

Véase el fragmento en el cual Sitchin expone su visión sobre los Nefilim:


«Incluso los primeros recopiladores del Antiguo Testamento –que consagraron la Biblia a un único Dios–
consideraron necesario reconocer la presencia en la Tierra de estos seres divinos en la antigüedad. La enigmática
sección –a la que le tienen pánico tanto los traductores como los teólogos– es la que forma el comienzo del
Capítulo 6 del Génesis. Ocupa el espacio que hay entre la reseña de la expansión de la Humanidad a lo largo de las
generaciones después de Adán y el relato del desencanto divino con la Humanidad que precedió al Diluvio.
Afirma, inequívocamente, que, en aquel tiempo,

los hijos de los dioses


vieron que las hijas de los hombres estaban bien;
y tomaron por esposas
a las que preferían de entre todas ellas.
Las connotaciones de estos versículos, y los paralelismos que hay con los relatos sumerios de los dioses, de sus
hijos y nietos, y de la descendencia semidivina resultante de la cohabitación entre dioses y mortales, se acumula
mientras seguimos leyendo los versículos bíblicos:
Los Nefilim estaban sobre la Tierra,
en aquellos días y también después,
cuando los hijos de los dioses
cohabitaban con las hijas de los Adán,
y ellas les daban hijos.
Ellos fueron los poderosos de la Eternidad,
El Pueblo del shem.

La traducción que figura aquí no es la traducción tradicional. Durante mucho tiempo, la expresión “Los
Nefilim estaban sobre la Tierra” se tradujo como “Había gigantes sobre la tierra”; pero los traductores
modernos reconocen el error, optando al final por dejar intacto el término hebreo Nefilim en la traducción. El
versículo “El pueblo (gente) del shem”, como sería de esperar, se tradujo como “la gente que tenía un nombre”, y,
de ahí, “los hombres famosos”. Pero, como ya hemos dicho, el término shem se debe tomar en su sentido original:
un cohete, una nave espacial.
Entonces, ¿qué significa el término Nefilim? Derivado de la raíz semita NFL (“ser lanzado abajo”), significa
exactamente lo que significa: ¡aquellos que fueron arrojados a la Tierra!»

Para Sitchin, existían muchas pruebas de que los Anunnaki (o Nefilim) eran, en efecto, el pueblo “de los shem”
(naves espaciales, en su opinión), y que el susodicho descenso a la Tierra no habría sido una mera ficción religiosa
sino un aterrizaje en toda regla. El motivo de tal descenso habría sido la búsqueda y obtención de recursos
naturales, básicamente oro, necesario para la protección de la dañada atmósfera de su planeta original, Nibiru.
Como resultado de esta empresa, se hizo necesario disponer de trabajadores esclavos que llevasen a cabo el duro
trabajo de la extracción minera, y sería en este contexto en que los dioses habrían creado a un “trabajador
primitivo” o lu.lu después de varios experimentos. Este prototipo exitoso, el primer hombre, habría sido
llamado adamu o adapa, el Adán de la Biblia.

Tablilla con escritura


cuneiforme
Por tanto, juntando todas las piezas, nos encontramos aquí con un típico escenario de antiguos astronautas que
da pie a la llamada teoría intervencionista, que considera que el Homo sapiensno es fruto de un proceso evolutivo
natural (según la ortodoxia darwinista) sino de la ingeniería genética aplicada por unos seres extraterrestres sobre
un homínido primitivo. Así pues, Sitchin, tomando elementos del Antiguo Testamento y sobre todo de las
antiguas tablillas mesopotámicas escritas en grafía cuneiforme, construyó una historia que bien podríamos llamar
de “ciencia-ficción” en la cual los dioses Anunnaki habitaron el planeta Tierra durante más de medio millón de
años, establecieron bases permanentes y crearon a la criatura humana para que trabajase a su servicio. Más
adelante, tras el Diluvio universal, los dioses habrían concedido la civilización a la Humanidad y habrían partido
de vuelta a su mundo tras una tremenda guerra nuclear entre facciones Anunnaki a finales del tercer milenio a. C.

A partir de esta teoría de Sitchin, surgió toda una legión de fieles seguidores que prosiguieron o ampliaron sus
trabajos desde diversas perspectivas. Aún hoy en día, a los pocos años de fallecer el autor ruso, varios investigadores
siguen la estela de los dioses Anunnaki, sobre todo en la vertiente intervencionista, esto es, en la explicación
del Homo Sapiens como un producto genético artificial, aparte de otras tendencias que ya caerían más en el terreno
pseudoconspirativo. Por supuesto, también cabe mencionar que Sitchin tuvo fuertes opositores en el campo
académico (en particular Michael Heiser), y que algunos de sus discípulos, como Alan Alford, acabaron por
desmarcarse de sus ideas.

Y entre las múltiples propuestas recientes sobre los Nefilim, desearía destacar en este texto tres aportaciones
sumamente significativas, que combinan distintos elementos como la mitología, la arqueología, la antropología, la
tradición religiosa y la filología.

Los iniciadores de la civilización

En primer lugar, tenemos la visión del investigador británico Andrew Collins, que escribió un artículo sobre los
bíblicos Vigilantes y sus descendientes los Nefilim titulado The forbidden legacy of a fallen race[1]. Collins se desmarca
aquí del ámbito extraterrestre y plantea interesantes interrogantes sobre varias cuestiones relacionadas con los
Vigilantes, unos seres superiores o semidivinos (“Hijos de Dios”), que de algún modo cayeron en desgracia, así
como sus descendientes, los Nefilim. El autor inglés compara las citas bíblicas con el famoso Libro de Enoc –el
libro que habla de los Vigilantes en calidad de “ángeles caídos”– y comprueba que hay cosas que no acaban de
cuadrar y que oscurecen el perfil de los Nefilim. Por ejemplo, la doble mención del Génesis resulta algo confusa;
cito literalmente:

«Y aconteció que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, los hijos de
Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, y tomaron para sí todas las esposas que eligieron.
Por hijos de Dios, el texto quiere decir ángeles celestiales, siendo el original hebreo bene-ha-Elohim. En el versículo
3 del capítulo 6, Dios declara de forma inesperada que su espíritu no puede permanecer en los hombres para
siempre, y que puesto que la humanidad es una creación de la carne, su vida útil en lo sucesivo se reduciría a
“ciento veinte años”. Sin embargo, en el versículo 4, el tono vuelve de repente al tema original de este capítulo, ya
que dice:
Los Nefilim estaban en la tierra en aquellos días, y también después, cuando los hijos de Dios se juntaron con las hijas de los
hombres, y les engendraron hijos: los mismos valientes que desde la antigüedad fueron los varones de renombre.»

Según Collins, los teólogos, para tratar de resolver este tema, habrían optado por la hipótesis de que los ángeles
habrían caído en desgracia dos veces, primero por el orgullo y luego por la lujuria. Pero en opinión del autor
británico estos dos fragmentospodrían pertenecer a tradiciones y épocas distintas, y de ahí la confusión entre
los bene ha-elohim (Hijos de Dios) y los Nefilim. Los primeros serían un añadido muy posterior, con origen en Irán,
mientras que los segundos serían propiamente los ángeles caídos de la tradición hebrea. En todo caso, y pese a
estas contradicciones, este texto «mantuvo la firme creencia entre los antepasados de la raza judía de que, en algún
momento del lejano pasado, una raza gigante había gobernado la Tierra.»

Por otro lado, Andrew Collins concede gran importancia al Libro de Enoc –que no sería posterior e inspirado
en el Génesis, sino al revés[2]– pues vendría a ofrecer un relato bastante revelador en cuanto al origen de los
Nefilim. Según este libro, doscientos de los Erin (“los que vigilan” o Vigilantes) se convirtieron en ángeles caídos, al
descender al mundo terrenal de los mortales y cohabitar con mujeres humanas. Estos transgresores tuvieron
descendencia fruto de su unión con éstas y tales seres híbridos fueron llamados Nefilim, un término hebreo que
puede traducirse como “los que han caído”, y que luego se convirtió en “gigantes” en la versión griega.

Representación artística de Shemihaza


Al parecer, los Nefilim se dedicaron en principio a instruir y civilizar a los humanos, enseñándoles múltiples
conocimientos y artes. Sin embargo, luego los Nefilim se volvieron contra los humanos, cometiendo toda clase de
maldades y tropelías, tal y como se menciona en el propio Libro de Enoc: “Y cuando los hombres ya no pudieron
mantenerlos, los gigantes se volvieron contra ellos y devoraron a la Humanidad. Y empezaron a pecar contra los
pájaros y las bestias, y los reptiles y los peces, y a devorarse la carne unos a otros, y beberse la sangre. Luego la tierra
estableció acusación contra los sin ley.” Entonces, los Vigilantes celestiales escucharon las quejas de los humanos y
procedieron a juzgar y castigar duramente a los Nefilim, empezando por su líder Shemihaza. Así, los rebeldes
fueron finalmente recluidos en una especie de prisión celestial, un abismo de fuego (¿el infierno?).

A partir de este punto, Collins se sumerge en una investigación a caballo entre la mitología y la arqueología, a
fin de obtener un perfil más terrenal de los Nefilim, que tal vez no serían tan etéreos como se podría suponer. Su
investigación le lleva a relacionar a los Nefilim con unos seres (¿chamanes?) medio humanos medio pájaros,
considerados por los hombres como demonios, que habrían habitado una determinada región de Oriente Medio,
más concretamente las montañas de Media, al noroeste del actual Irán.

Véase el siguiente ejemplo de la presencia real de estos seres en las antiguas crónicas mesopotámicas:
«En una tablilla cuneiforme escrita en la ciudad de Kutha por un escriba “del templo de Sitlam, en el santuario
de Nergal”, se describen las incursiones de una raza de demonios en Mesopotamia, impulsada por los dioses de
una región inferior. Se dice que le hicieron la guerra a un rey no identificado durante tres años consecutivos y que
tenían la apariencia de:
Hombres con cuerpo de pájaros del desierto,
seres humanos con rostros de cuervos,
los grandes dioses los crearon,
y en la tierra, los dioses crearon para ellos una morada... en medio de la tierra crecieron y se hicieron grandes, y aumentaron en
número,
Siete reyes, hermanos de la misma familia,
seis mil en número fueron su pueblo.
Estos “hombres con cuerpos de pájaro” fueron considerados como “demonios”. Aparecerían sólo una vez que
una tormenta de nubes hubiera consumido los desiertos y masacraría a aquellos a quienes tomarían cautivos, antes
de regresar a una región inaccesible durante otro año.»

Estatuilla de la cultura el-Ubaid


Por otra parte, la literatura enoquiana y de los rollos del Mar Muerto también recogía otra descripción de estos
seres, caracterizados fuertemente por tener el rostro de víbora, lo cual casa con la iconografía de ciertas estatuillas
de la cultura neolítica mesopotámica de el-Obeid o Ubaid (datada hacia 5.000 a. C.), en las cuales aparecen unas
divinidades con rasgos marcadamente reptiloides.

A este respecto, Collins rechaza la versión clásica de la arqueología convencional que habla de diosas-madre y
también de las especulaciones de Erich Von Däniken sobre la supuesta identidad extraterrestre de tales figuras.
Según su opinión, estas efigies derivaban directamente de unas imágenes muy similares de la anterior cultura
protoneolítica de Jarmo (en el Kurdistán), zona supuestamente habitada por los Vigilantes. Así, Collins especula
con la idea de que fueron estos seres los que adiestraron a los primitivos habitantes de la región en las habilidades
agrícolas.

En fin, adentrarnos en detalle en esta investigación sería ahora demasiado prolijo, por lo cual recomiendo la
lectura de este artículo de A. Collins que puede hallarse libremente en Internet, tanto en versión inglesa como
española. En todo caso, aun con todas las reservas por lo arriesgado de algunas propuestas, es muy loable este
intento de dar contexto histórico-arqueológico a unos personajes presumiblemente míticos, buscando analogías y
relaciones en elementos aparentemente inconexos.

Cuando los gigantes dominaban la tierra

En segundo lugar, tenemos el enfoque del investigador alternativo holandés L. C. Geerts, sustentado en varias
fuentes religiosas, que trata de situar el tema en la oscura polémica sobre los gigantes, introduciendo en la
controversia un nuevo elemento directamente relacionado con los Nefilim: los Anakim. Básicamente, lo que
Geerts propone en su artículo Giants, Nephilim and Anakim es que la confusa dualidad expresada en el Génesis se
debe a la yuxtaposición de tradiciones diferentes (como acabamos de ver en lo expuesto por Collins), pero
incorporando la figura de los Anakim bíblicos como descendientes de los propios Nefilim.

Goliat, un gigante
Anakim
Así pues, el escenario de Geerts es más o menos el siguiente: los hijos de Dios o “Vigilantes” se habrían unido a
las hijas de los hombres, creando así una raza híbrida de gigantes. En este caso, los Nefilim serían propiamente los
mismos Vigilantes (o sea, dos nombres distintos para una misma estirpe), mientras que su descendencia serían los
llamados Anakim, raza de gigantes también citada en la Biblia. Así pues, los ángeles caídos o Nefilim serían
gigantes, al igual que sus descendientes los Anakim, y no sólo en un sentido físico, sino también por tener
capacidades superiores a los humanos “normales”. Así, aunque estos seres habrían ido decreciendo en tamaño con
el paso de los siglos[3], habrían sido los responsables de las grandes obras y monumentos de la Antigüedad, sobre
todo los de carácter megalítico, atribuidos (erróneamente, a juicio del autor holandés) a las primeras civilizaciones
conocidas. En cualquier caso, esta raza o razas de gigantes habría caído en desgracia por haberse rebelado contra la
gran autoridad divina y habría sido castigada consecuentemente, todo ello antes de la aparición del humano
moderno (Homo sapiens).
En cuanto a su aspecto, algunos relatos hablan de increíbles alturas de hasta 900 metros, aunque otras
referencias los sitúan en una franja más discreta de entre 10 y 100 metros, que todavía resulta del todo asombrosa.
Y sobre su longevidad, y aun habiendo perdido su inmortalidad divina, los gigantes podrían haber vivido por
períodos de hasta 500 años.

Por otra parte, en la mayoría de escrituras sagradas, todos estos ángeles caídos y razas derivadas serían
denominados con diversos nombres, como gigantes, Anakim, demonios y monstruos, acentuando especialmente su
faceta maligna y perversa. Esta tradición se fundamentaría en el hecho de que estos gigantes se habrían cruzado
con diversos animales, creando así unas criaturas fantásticas (medio humanas medio bestias) que fueron adorados y
temidos al mismo tiempo, y que están recogidos en mitos y leyendas de diversas culturas.

En definitiva, Geerts, a partir de los textos religiosos, reconstruye una historia supuestamente real sobre la
presencia de gigantes sobre la tierra antes de que surgiera la raza de humanos actuales. Estos Nefilim, a pesar de
haber sido castigados por sus creadores y de haber estado al borde de la desaparición a causa del Diluvio universal,
habrían pervivido hasta épocas que podríamos calificar de históricas, según vemos en episodios bíblicos como la
lucha de los israelitas contra los últimos representantes de estas razas (véase como ejemplo el famoso combate en
David y Goliat).

La incierta influencia persa

Finalmente quisiera comentar el trabajo del investigador griego Petros Koutoupis, que en su artículo The
Nefilim: Their origins and evolution se ha centrado en la cuestión propiamente filológica, descartando que los Nefilim
fueran antiguos astronautas (versión Sitchin) o que pertenecieran a una cultura muy anterior a las conocidas
convencionalmente (versión Collins).

Koutoupis parte de la interpretación propuesta por Sitchin y considera que su traducción es errónea, ya que la
palabra correcta hebrea para “descender” es yārad, que no tendría pues relación con los Nefilim. En su opinión, la
cuestión filológica tiene gran importancia para aclarar el auténtico origen del mito de los Nefilim. El autor griego
aduce que se ha querido relacionar la palabra hebrea nāfal (“caer”, “sucumbir”) con los Nefilim, pero el plural de
este término no puede ser nefilim de ningún modo.

Además, observa que en los escritos de la religión judía se aprecia una duplicidad en la escritura de la palabra
Nefilim: ‫(נפילים‬NFYLYM) / ‫( נפלים‬NFLYM). La diferencia entre ambas grafías es que en la primera tenemos una
yod adicional, que resulta muy excepcional, pues en la gran mayoría de textos aparece la segunda forma, sin esta
yod. El asunto no es menor, pues Koutoupis, basándose en que la tradición hebrea más antigua no poseía letras
para los sonidos vocálicos, cree que los escribas de épocas más recientes habrían añadido los signos vocálicos para
preservar la pronunciación tradicional, y de aquí la aparición de la grafía nefilim (como se observa en Números
13:33). No obstante, lo que podría haber ocurrido aquí es una confusión de términos, pues en el Libro de Job
(hallado en los rollos del mar muerto), escrito en arameo, hallamos el término nefilā referido a la constelación de
Orión, cuyo masculino sería nāfil (plural nefilin), que se traduce literalmente como “gigante”. Así pues, pasando del
arameo nefilin al hebreo nefilim, ya tendríamos la palabra que se tradujo normalmente como “gigantes”, y que en
realidad podría tener un origen arameo[4].

Por otro lado, tomando las propias fuentes bíblicas y comparándolas con los relatos de otras culturas, vemos
que el perfil de estos gigantes no está nada claro. Por un lado, serían los héroes de gran renombre, portadores de la
cultura y la civilización como herencia de su origen divino, mientras que por otro se los presenta como seres
demoníacos y malvados. ¿Cómo casamos ambas visiones? Koutoupis recurre a otra fuente, el Libro de Jasher (una
obra compilada justo después del exilio judío en Babilonia), para tratar de esclarecer esta cuestión. En este libro se
habla de Enoc como rey de la Humanidad pero no hay mención de los Hijos de Dios ni de los Nefilim. A juicio
del autor griego, en realidad no hay conexión entre los hijos de Dios, los Nefilim y la corrupción de la
Humanidad. Además, si los Nefilim eran responsables de esta corrupción, no queda nada claro cómo es que
aparecen “sobre la Tierra en aquellos días y después de eso” (¿el Diluvio?). En vez de considerar que los gigantes
Nefilim volvieron de alguna manera a la Tierra tras el Diluvio, sería mas adecuado considerar que nunca llegaron a
ser barridos o apartados de ella.

Sello acadio en que se aprecia la diferencia de


estatura
Siguiendo esta pista, el autor cree que es más correcto ceñirse a la mitología mesopotámica, que nos habla del
héroe semidivino Gilgamesh, en dos tercios divino y en un tercio humano, y que tendría todo el aspecto de un
gigante. En efecto, los semidioses de la mitología sumeria –que habrían existido antes y después del Diluvio–
presentan un perfil que coincide básicamente con el de los Nefilim y son representados en un tamaño superior al
de los humanos. Así pues, estos antiguos gigantes serían propiamente los “héroes de renombre”, guerreros y
capaces de grandes gestas, pero no propiamente “demonios”.

Así, el paralelo entre la tradición sumeria y la Biblia sería indiscutible y reforzaría la identidad de estos seres
como gigantes, especialmente desde el punto de vista físico. Como señala Koutoupis:
«Este énfasis en la altura fue extremadamente significativo [...] como en la versión hitita en la cual Gilgamesh es
descrito como de once yardas de altura[5] y su pecho tenía nueve palmos de amplitud. En la épica nunca se
menciona que los humanos normales fueran de la misma altura que estos semidioses. De hecho, los ciudadanos
habituales de Uruk estaban asombrados ante las alturas tanto de Gilgamesh como de Enkidu. Los semidioses de la
antigua Mesopotamia muestran innegables semejanzas con los Nefilim.»

Koutoupis concluye su propuesta apuntando a que en algún momento la tradición hebrea tomó el término
arameo nāfil, y que eso pudo suceder en el periodo del post-exilio, bajo la fuerte influencia persa. La historia de la
corrupción de la Humanidad por obra de los Nefilim habría sido pues una interpretación adquirida en época
tardía por inspiración de la religión zoroástrica, que tenía un Dios supremo (Ahura Mazda) y unos demonios o
ángeles caídos (daevas). De este modo, la religión judía habría adoptado un enfoque dualístico en que cualquier
deidad que no fuera el único y buen dios Yahveh sería necesariamente malvada. Aquí el autor especula con la idea
de que los escribas judíos no pudieran concebir que los hombres hubieran optado por el mal de forma libre, sino
que hubieran sido inducidos al mal por fuerzas malignas superiores, lo cual hubiera hecho recaer todas las culpas
sobre los gigantes semidivinos, pasando de ser héroes a ser demonios.

Conclusiones

Hemos visto varias interpretaciones sobre la figura de los Nefilim, que se mueven en los pantanosos terrenos
del mito y la religión, pero con algunos ecos que podrían conectar con un remoto pasado que podríamos situar en
un contexto histórico-arqueológico.

Ciertamente, la mitología sobre los Nefilim rompe todos los esquemas porque presenta un pasado totalmente
distinto al que la historia y la arqueología -fundamentadas en el paradigma evolucionista- nos han mostrado como
única verdad para explicar el origen del hombre y de la civilización. En esa historia (o prehistoria) convencional no
caben dioses, ni semidioses, ni héroes ni gigantes, ni demonios, y todo ello a pesar de que las mitologías de muchos
pueblos (no sólo el judío o el sumerio) insisten tozudamente en la presencia de estos seres superiores antes de que
el hombre actual apareciera sobre la Tierra.

Para Sitchin, los Nefilim venían sin duda del espacio, aunque nunca pudo probar que el enigmático planeta
Nibiru existiera, por no hablar de las licencias que se tomó para hacer una relectura sui generis de la Biblia y de los
mitos sumerios. Por su parte, Andrew Collins ha tratado de situar un origen de la civilización en unos seres poco
definidos y de aspecto desconcertante que habrían habitado físicamente el Medio Oriente en tiempos
prehistóricos. Entretanto, Geerts también les concede una cierta historicidad a los Nefilim, que habrían sido los
famosos gigantes citados en tantas mitologías, a veces con un sentido positivo y otras en un sentido muy
peyorativo. Por último, los estudios de Koutoupis sobre las Escrituras judías nos podrían indicar que la identidad
de los Nefilim se podría ligar a la de los personajes de renombre o héroes del principio de la civilización y que su
supuesta vertiente demoníaca habría sido una reinterpretación muy posterior al propio origen de esta historia.

En fin, en el extenso artículo sobre los gigantes de este mismo blog ya toqué esta controversia, y a la vista de los
relatos históricos, la mitología y ciertos restos arqueológicos, concluía que la existencia de gigantes podría tener un
fondo real que se pierde en la noche de los tiempos. En todo caso, si diéramos alguna credibilidad a la historia de
los Nefilim, nos quedarían muchos interrogantes por resolver. En muchas mitologías vemos que los gigantes se
rebelan y se enfrentan a los dioses supremos y acaban por ser vencidos, juzgados y castigados. Pero... ¿Quién o
quiénes eran esos dioses supremos? ¿Fue la corrupción de la humanidad el motivo de esa rebelión o fue otra causa?
¿Y qué papel juegan los humanos en esta historia? ¿Se mezcló genéticamente la raza humana con una raza de
gigantes? ¿Fueron esos gigantes los que concedieron la civilización a los humanos?

Todas estas preguntas siguen a día de hoy en el dominio de la mitología y la religión, y pese a los esfuerzos de
varios investigadores, todavía queda un largo trecho para que puedan tomar forma en el ámbito propiamente
histórico.

© Xavier Bartlett 2015

[1] La versión española de este artículo (“El legado prohibido de una raza caída”) se publicó en la revista digital
Dogmacero, en dos partes (números 5 y 6, 2013). El trabajo completo de Collins sobre esta temática se encuentra
en un libro titulado From the ashes of angels: The forbidden legacy of a fallen race (1998).

[2] Según Collins, existen pruebas de que el Pentateuco (libro supuestamente escrito por Moisés) fue compilado
en el cautiverio judío en Babilonia, hacia el siglo V a. C., mientras que el Libro de Enoc sería bastante más antiguo
y por ello habría quedado fuera del Canon de las Escrituras.

[3] De hecho en la propia Biblia se habla de varias subrazas de Anakim, que se corresponderían con
generaciones cada vez menos gigantes y más próximas a los humanos.

[4] De hecho, Koutoupis considera que los primeros cinco libros de la Biblia, el Pentateuco, no fueron obra de
Moisés sino que fueron escritos y editados por varios escribas a lo largo del tiempo, y aquí podían haberse añadido
influencias o temas no propiamente hebreos.
[5] Medida que vendría a ser casi 10 metros.
viernes, 17 de febrero de 2017
Sorpresas arqueológicas en la Amazonía
Para mucha gente, el río Amazonas y su extenso territorio circundante en forma de selva constituyen un
enorme paraíso natural que supuestamente no tiene más que agua y una rica biodiversidad animal y vegetal. Por lo
demás, la presencia humana “civilizada” en este ámbito geográfico resulta más bien anecdótica: quienes realmente
han ocupado esta área durante milenios son las tribus primitivas, las cuales –sin apenas haber salido de su estadio
cazador-recolector– ahora se ven amenazadas por el avance del progreso.

Sin embargo, para una parte importante de la arqueología alternativa, es bien posible que la Amazonía esconda
ciertas sorpresas acerca de un pasado fabuloso, caracterizado por civilizaciones o ciudades perdidas y tesoros
ocultos. Esta visión fantástica comienza con la archiconocida leyenda de El Dorado, la mítica ciudad inca de oro y
de inimaginables riquezas situada en la selva amazónica y que los conquistadores españoles (principalmente
Orellana y Aguirre) buscaron en vano durante años. Más adelante, ya en el siglo XVIII, una expedición portuguesa
se adentró en la selva brasileña y –según parece– descubrió las ruinas de una antiquísima gran ciudad, que parecía
haber sido víctima de un catastrófico terremoto[1].

Percy H. Fawcett
Esta noticia permaneció en las sombras hasta que a inicios del siglo XX fue rescatada por el militar y aventurero
inglés Percy Harrison Fawcett[2], buen conocedor de la geografía sudamericana, que –convencido de su veracidad–
organizó en 1925 una expedición científica para localizar este misterioso enclave, al que denominó “Z”, si bien él
creía que muy posiblemente había más ciudades ocultas en todo el Amazonas. Lamentablemente, Fawcett se
internó en lo más profundo de la jungla del Matto Grosso y su rastro se perdió cerca del río Xingu, tras haber
despachado una última carta el 29 de mayo de 1925. Nunca más se supo de él ni de sus acompañantes (su hijo Jack
y su amigo Raleigh Rimell), pese a que fueron buscados en años sucesivos por nada menos que 13 expediciones,
que a su vez también pagaron un alto tributo en vidas: más de 100 desaparecidos.

Ya en tiempos más recientes, las leyendas sobre ciudades o reinos civilizados en el Amazonas alcanzaron
bastante auge, sobre todo a partir del éxito popular de la literatura arqueológica alternativa, mezclada con el
realismo fantástico y las teorías de antiguos astronautas. En este contexto, ya no sólo se hablaba de los últimos
reductos del Tawantinsuyu (imperio inca) sino de civilizaciones anteriores, relacionadas incluso con los mitos de la
Atlántida o Mu. Así, cabe destacar el relato de la ciudad de Akakor[3], difundido por el periodista alemán Karl
Brugger, y que en cierto modo inspiró el argumento de la última película de Indiana Jones, con presencias
extraterrestres incluidas. Asimismo, se popularizaron otras historias más o menos fantásticas, como las legendarias
tribus de hombres blancos, la ciudad o reino de Paititi (el “auténtico” El Dorado[4]), la Puerta de Aramu Muru, la
ciudad de Manoa, la Cueva de los Tayos o las supuestas pirámides de Pantiacolla[5], sin que a día de hoy existan
sólidas pruebas arqueológicas que respalden los rumores y las especulaciones.

Ahora bien, a pesar de todas las incógnitas, no sería apropiado afirmar categóricamente que todo el Amazonas
ha sido siempre un terreno virgen, ignoto y hostil para las comunidades humanas. Así pues, llegados a este punto
es oportuno comentar algunos descubrimientos y exploraciones arqueológicas que –si bien no confirman las
historias más fantásticas– sí al menos apuntan a que una parte de la región amazónica estuvo poblada y civilizada
en tiempos remotos.

¿Reliquia de
"Z"?
En lo que sería el capítulo de objetos o artefactos, hay que reconocer que las posibles pruebas son mínimas.
Fawcett se hizo con una pequeña estatuilla tallada en basalto con una figura humana que portaba una inscripción
con signos desconocidos. Este objeto supuestamente procedía de la ciudad de “Z”, pero su rastro se perdió y no
tenemos más información al respecto. Por otro lado, están también las famosas láminas metálicas y otros objetos
que guardó en la ciudad de Cuenca (Ecuador) el padre Crespi y que presuntamente procedían de la Cueva de los
Tayos. Una vez más, no hubo aquí ningún estudio arqueológico fiable ni tenemos claro el origen de esos
artefactos; además, esta colección está actualmente bajo custodia museística y no parece que vaya a ser objeto de
nuevos estudios. Finalmente, cabe citar un descubrimiento bien comprobado que data de 1969. Se trata de un
pequeño objeto de oro llamado la Balsa de oro de El Dorado, de unos 18 cm., que fue hallado en un antiguo
asentamiento de los indios muiscas. Este artefacto, en forma de barca con unas diminutas figuras humanas, recrea
la ceremonia ancestral de esta tribu en el lago de Guatavita (Colombia), por la cual un nuevo rey asumía el poder y
realizaba una ofrenda de objetos de oro al dios Sol[6].

Restos de la muralla de Ixiamas


No obstante, si saltamos al estudio del terreno, entonces se amplían los horizontes y se pueden observar algunos
hechos ciertamente significativos. Primeramente, cabe reseñar que hace unos pocos años se identificó un conjunto
de ruinas al sur del Perú (en el distrito de Kimbiri), que algunos investigadores se atrevieron a relacionar
rápidamente con Paititi. En realidad se trata de unos restos dispersos en un área de 40.000 metros cuadrados,
llamada Lobo Tahuantinsuyo, que podrían pertenecer a una fortaleza inca. Hasta la fecha se han apreciado unas
estructuras en piedra tallada que formarían una serie de muros, pero de momento no se han llevado a cabo
excavaciones arqueológicas. Tampoco se ha intervenido en otros restos megalíticos medio ocultos por la selva
situados en Ixiamas (Parque Nacional Madidi, Bolivia), que podrían formar parte de una posible fortaleza pre-
incaica, con una longitud de muralla de más de 300 metros y una altura conservada de hasta 3 metros.

Asimismo, en la Amazonía peruana encontramos otro tipo de huellas de antiguas culturas locales –
probablemente anteriores al imperio inca– en forma de petroglifos (signos o dibujos grabados sobre piedra). Nos
referimos a unos grabados situados en la roca de Cumpanamá, cerca del pueblo de Yurimaguas, a orillas del río
Huallaga[7]. Los petroglifos representan motivos diversos, como la máscara-corona de un jefe o cacique y varios
símbolos zoomórficos, antropomórficos y geométricos. También son muy destacables los petroglifos de Pusharo
(Parque Nacional del Manú, Perú), de incierto origen inca, con algunos rostros y multitud de signos abstractos. Y
ya en Brasil, cabe citar los más de 400 grabados de la Piedra de Ingá (un enorme monolito horizontal de 24 x 3
metros), con motivos zoomórficos, estrellas y signos abstractos, que podrían constituir una extraña forma de
escritura, sin ninguna relación con otras escrituras conocidas de la América precolombina. Algún investigador,
incluso, ha creído ver en estos grabados información arqueoastronómica, en forma de calendario solar.
Piedra de Ingá (Brasil), un enorme monolito repleto de grabados

Con todo, los datos más reveladores de los últimos tiempos sobre la antigua población del Amazonas se han
localizado principalmente en la Amazonía brasileña. Por una parte, varios investigadores se han fijado en una vasta
región de miles de hectáreas que constituye la llamada Terra Preta (“tierra negra”), un territorio extremadamente
fértil gracias a la composición del suelo, una mezcla de terreno arenoso, cal de conchas y carbón vegetal, que los
indios han estado explotando durante siglos. A este hallazgo se deben sumar trazas de posibles canalizaciones de
riego, caminos y diversos restos materiales (cerámicas), todo ello localizado en los llanos de los Mojos (Bolivia), que
indicaría una amplia explotación del territorio por parte de una antigua civilización agrícola.

Antiguas obras sobre el terreno (Brasil)


Por otra parte, ya desde finales del siglo XX y como consecuencia de la progresiva deforestación de la selva
amazónica, se empezaron a identificar en las regiones brasileñas de El Acre y Rondonia una serie de marcas o
zanjas sobre el terreno ya despojado de árboles[8]. Cuando se contemplaron estas marcas desde el aire se pudo
verificar que eran grandes obras, normalmente de forma circular o redondeada (de unos 100-150 metros de
diámetro) o bien cuadrangular (de entre 100 y 200 metros de lado). A día de hoy ya se han contabilizado unas 450,
que no es poca cosa.

Sobre la razón de ser de estas construcciones hay básicamente dos interpretaciones. La primera es que se trataba de
geoglifos, unos trazados de gran tamaño excavados sobre la superficie del terreno con una finalidad indefinida,
como los que pueden observarse en Nazca, Palpa o Atacama. No obstante, hay que señalar que la iconografía de
estas obras no se corresponde con los clásicos geoglifos –generalmente de formas zoomórficas o antropomórficas–
que podemos ver en otros lugares de la región andina y que parecen estar diseñados para ser vistos desde los cielos.
Además, los supuestos geoglifos están visiblemente delimitados por fosos y terraplenes, lo que ha inducido a
formular una interpretación alternativa.

Comparación entre El Acre y Stonehenge


Precisamente, esa segunda interpretación ha llevado a inesperadas conexiones históricas y culturales. Así, la
arqueóloga británica Jennifer Watling[9] ha apreciado un paralelo muy claro con los “henges” neolíticos típicos de
Gran Bretaña (como Stonehenge), esto es, recintos de forma más o menos circular –de entre 20 y 300 metros de
diámetro–definidos por una zanja y un terraplén (y a veces con estructuras interiores, como por ejemplo megalitos)
en los que se cree que se llevaban a cabo determinadas ceremonias o rituales. Otros investigadores, en cambio, han
apuntado a que tal vez podrían ser recintos defensivos de pequeñas aldeas, con el añadido de una empalizada.
Frente a esta hipótesis cabe decir que las investigaciones realizadas sobre el terreno no han localizado los agujeros
para los postes ni han identificado estructuras internas, y tan sólo se han recogido unos pocos artefactos, lo que
favorece la hipótesis de un uso comunitario ritual, si bien ello no deja de ser una especulación similar a la que se
aplica al clásico megalitismo europeo.

En todo caso, Watling cree que, pese a la gran separación cronológica entre ambos lugares (que ella estima en
unos 2.500 años), el tipo de estructura podría representar la misma fase de desarrollo social y cultural. Y lo que es
más importante, esta intervención sistemática demostraría, rompiendo de algún modo las ideas preconcebidas de
una naturaleza amazónica virgen y prístina, que el hombre primitivo del Amazonas habría modelado de forma
significativa el ecosistema que lo rodeaba, si bien de una manera mucho más racional y eficaz que las prácticas
actuales.

Por cierto, vale la pena remarcar que en 2006 se identificaron ciertos restos megalíticos estilo Stonehenge en lo alto
de una colina en el estado de Amapa (Brasil). Se trataba de 127 bloques de unos 3 metros de altura dispuestos en
forma circular que, según la arqueóloga Mariana P. Cabral, podrían constituir un observatorio astronómico, con
una antigúedad aproximada de unos 2.000 años. Este hallazgo sugirió a los arqueólogos que la tópica imagen de
miles de años de comunidades primitivas en la selva tropical sin ningún signo de civilización o sofisticación debía
ser revisada.

En definitiva, si juntamos ahora todas las piezas sueltas, podemos proponer unas vías de investigación
relativamente audaces, vistas las pruebas y los indicios ya mencionados:

1. Existen bastantes pistas de tipo arqueológico, pero también geológico, de que el Amazonas estuvo
ampliamente poblado por culturas neolíticas –o más avanzadas– que explotaban las fértiles tierras de la región y
que tal vez recurrieron a la tala o quema de árboles para disponer de tierras de cultivo. Con el declive de estas
culturas, por motivos desconocidos, la selva volvió a ocupar todo el territorio y ocultó las obras de esas culturas
primigenias. Es bien posible que las actuales tribus de la Amazonía, en vez de “evolucionar” desde un estadio más
primitivo, hayan sido fruto de una involución a partir del legado de una civilización superior.

2. Las pruebas arqueológicas insinúan que junto a la más que probable presencia de la civilización inca en la
Amazonía podríamos tener restos de culturas o civilizaciones anteriores, que podríamos conectar con enclaves
megalíticos tan característicos como Tiahuanaco[10] o Cuzco. Estaríamos hablando de un horizonte de una
enorme antigüedad –no reconocida por la arqueología académica– que tal vez estaría en la línea de lo que Arthur
Posnansky propuso mediante datación arqueoastronómica para Tiahuanaco, esto es, alrededor de 15.000 a. C.
Una datación fiable de todos los restos disponibles debería aportarnos pistas en este sentido.

Muralla megalítica del Kalasasaya (Tiahuanaco)


3. Ya se ha comentando que existen unos pocos restos de grandes construcciones en piedra que en su mayoría
están aun por excavar o estudiar sistemáticamente. Ahora bien, ¿podríamos hablar de la existencia de grandes
ciudades megalíticas de una civilización desconocida en la Amazonía? Esta hipótesis no es tan arriesgada si tenemos
en cuenta que aún hoy en día en Mesoamérica se descubren grandes complejos arquitectónicos de la civilización
maya (o de otras culturas) que habían estado sepultados bajo la tupida vegetación de la selva. Y dado que la
Amazonía es todavía un vasto territorio salvaje e impracticable en muchas zonas, no es impensable que existan
ciudades totalmente ocultas por la jungla a las cuales sea muy difícil acceder. Si hemos de creer en el informe de la
expedición de Raposo (del siglo XVIII) quizás ellos tuvieron un golpe de suerte que no se ha vuelto a repetir, pero
es bien factible que se lograse dar con la ciudad a través de exhaustivas prospecciones con los recursos humanos y
técnicos adecuados.

4. La curiosa coincidencia entre los henges neolíticos de Gran Bretaña y las estructuras del Brasil quizá sea una
mera casualidad, pues la arqueología –a decir de los expertos académicos– está llena de procesos autóctonos
semejantes, sin ningún tipo de difusionismo. Desde luego esto es bien posible, pero no deberíamos descartar un
origen cultural común a tales obras, dadas las formas, medidas y los sistemas de construcción observados, que son
sorprendentemente similares. También podríamos señalar la confusa presencia de indios de piel blanca y pelo rojo
o rubio, un elemento que se repite en multitud de crónicas en toda América, de norte a sur. Tal vez por aquí
podríamos intuir una aportación cultural foránea (“dioses venidos del este”) que igualmente tiene una constante
referencia mitológica en figuras como Quetzalcóatl o Viracocha, lo que inevitablemente hace resurgir una vez más
el fantasma de la Atlántida, aunque lo más probable es que dichas aportaciones foráneas se deban a civilizaciones
de allende los mares que llegaron a América mucho antes del cambio de era[11].

Muros hallados en la selva


peruana
Concluyendo, pese a todos los esfuerzos realizados hasta la fecha todavía nos movemos en el terreno de las
conjeturas. Faltan pruebas sólidas, dataciones, estudios continuados y sistemáticos, nuevas prospecciones... Es
evidente que queda mucho trabajo por hacer, y quizás debería haber más implicación por parte de las autoridades
culturales, que más bien se muestran reacias a meterse en este campo, quizá en parte por el coste económico pero
también por el miedo a caer en el peligroso descrédito de patrocinar la búsqueda de historias fabulosas y antiguos
mitos. Como consecuencia, casi todas las pesquisas sobre el terreno las realizan soñadores y aventureros –y quizá
algún buscador de tesoros– aunque a decir verdad la mayoría de estas personas que publicitan sus investigaciones
en Internet muestran estar sinceramente interesadas por la vertiente histórica y arqueológica del tema.

Actualmente, quien parece estar más próximo a obtener algún resultado sobre la mítica Paititi es el investigador
estadounidense Gregory Deyermenjian[12], que ha emprendido numerosas expediciones a la Amazonía peruana
desde 1984 hasta hoy en día. En estas exploraciones Deyermenjian ha descubierto diversos yacimientos
arqueológicos de origen inca o pre-inca, generalmente fortines o fortalezas. Pero lo más significativo es que –gracias
a las referencias concretas dadas por los indios matsiguengas– ha identificado recientemente en el Santuario
Nacional de Megantoni (Perú) una alta montaña de extraña forma cuadrangular en cuya cumbre podría estar la
ciudad de Paititi, pero con un casi imposible acceso por tierra, lo que obliga a una compleja expedición con ayuda
de helicópteros. En el momento de escribir este texto no dispongo de más información sobre este proyecto.
Veremos si, con un poco de suerte, Deyermenjian o algún otro investigador consigue completar la empresa que el
tenaz Percy H. Fawcett no pudo llevar a buen puerto.

© Xavier Bartlett 2017

Fuente imágenes: Wikimedia Commons, National Geographic y Salman Khan / José Iriarte

[1] Esta expedición estuvo vagando por la selva durante varios años y la condujo un tal Francisco Raposo en
1743, con el objetivo inicial de localizar unas minas de diamantes en Muribeca. Un fraile llamado Barbosa escribió
un informe sobre este viaje a la atención del Virrey de Carvalho, que no tomó ninguna decisión al respecto. Luego,
el informe quedó archivado en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro (referencia MSS 512).
[2] Se dice de él que Hergé lo tomó como referente para crear el personaje del explorador Ridgewell en el cómic
de Tintín “La oreja rota” y que también inspiró el reciente personaje de Indiana Jones.
[3] Según un indígena llamado Tatunca Nara, de hecho existirían tres ciudades perdidas, Akakor, Akakim y
Akanis, y las tres estarían aún habitadas. Su relato resulta confuso porque añade la sorprendente presencia de los
nazis en dichas ciudades
[4] Ciudad de oro supuestamente vista por el misionero Andrés López en el año 1600, según un documento
guardado en los Archivos del Vaticano.
[5] Se trata de una formación natural de 12 montículos en el Perú, los cuales a vista de satélite parecían
pirámides. Varios investigadores han visitado la zona y han corroborado que son simples colinas.
[6] La ceremonia consistía en que el nuevo soberano se recubría completamente el cuerpo con polvo de oro y se
adentraba en el lago en una balsa o barca junto con cuatro personajes notables. Allí arrojaba al agua los objetos
dorados y piedras preciosas. Luego, él mismo se lanzaba al agua para que se desprendiese el polvo de oro y
regresaba a nado a la orilla.
[7] Fuente: http://yurileveratto1.blogspot.com.es/2014/07/el-misterio-de-los-petroglifos-de.html
[8] También hay noticia de estructuras similares en los departamentos de Pando y Beni, en Bolivia.
[9] Fuente: http://www.telegraph.co.uk/science/2017/02/06/hundreds-ancient-earthworks-resembling-
stonehenge-found-amazon/
[10] Cabe destacar que en los alrededores de Tiahuanaco se encontraron de restos de explotaciones y prácticas
agrícolas muy avanzadas, lo que vendría a cuadrar con lo hallado en Brasil (la Terra Preta).
[11] Actualmente, a la vista de las pruebas recogidas en diversos puntos de América ya parece innegable el
hecho de que varias civilizaciones antiguas, principalmente del Mediterráneo, llegaron a América mucho antes que
Colón, y que tal vez pudieron asentarse temporalmente o fundar colonias allí.

[12] Para más información, véase la entrevista concedida a la


revista Enigmas:http://www.revistaenigmas.com/secciones/entrevistas/gregory-deyermenjian-busca-ciudad-perdida-
paititi

viernes, 19 de diciembre de 2014


La conquista “paranormal” de América

Si nos remontamos a los lejanos tiempos del Mundo Antiguo, no es extraño observar que muchos hechos o
relatos de esa época están salpicados de detalles o eventos de dudoso realismo, que de algún modo podríamos
etiquetar como “paranormales”. Por ejemplo, ¿cómo explicaríamos que las murallas de Jericó se derrumbaran por
efecto del sonido de las trompetas de los israelitas?[1] Así pues, no es ninguna novedad afirmar que muchas
narraciones supuestamente históricas de las antiguas civilizaciones navegaban a menudo en las aguas de la leyenda
y la fantasía, con fuertes dosis de mito y religión. De hecho, era relativamente habitual la presencia de situaciones
sobrenaturales mezcladas con otras más mundanas, del mismo modo en que aparecían dioses, semidioses, héroes,
gigantes, etc. junto a humanos mortales.
Todo esto es sabido y reconocido por la historiografía y no ofrece más comentario. Sin embargo, me llama la
atención que en tiempos mucho más recientes, como por ejemplo la Edad Moderna, nos encontremos con
extraños relatos en los que el elemento sobrenatural o paranormal es indiscutible, a menos que consideremos que
se trata de simples licencias literarias (“fantasías”) de los autores para dar más colorido o épica a un determinado
suceso. Es evidente que si negamos tales referencias tachándolas de imposibles, se puede dar sin más carpetazo a la
polémica. No obstante, si aceptamos –al menos como premisa– la literalidad de los relatos, entonces nos podemos
preguntar por su significado o interpretación correcta.

Recreación de la llegada de Colón a América


En este contexto, el tema que quiero sacar a colación es la rápida y exitosa invasión de América por parte de los
conquistadores españoles. Este es un asunto debatido desde hace tiempo, por cuanto todavía a algunos
investigadores les sorprende la fulgurante victoria de unos pocos centenares de hombres de armas frente a pueblos
numéricamente muy superiores, incluyendo el caso de dos grandes civilizaciones como la azteca y la inca. Cabe
recordar que no estamos hablando de unas cuantas tribus de salvajes (que ciertamente las había en América), sino
de grandes estados, bien estructurados y organizados, con un gran desarrollo en muchas áreas del conocimiento y
con grandes ejércitos.

Bien es verdad que se suele atribuir el éxito de los conquistadores a dos factores bien documentados: Por un
lado, la superioridad militar y tecnológica de los europeos (en particular por sus caballos y sus armas de fuego) y,
por otro, el recurso a la vieja táctica del “divide y vencerás”, rompiendo la unidad de los imperios y consiguiendo
alianzas muy útiles en lo político y lo militar. Sin embargo, para algunos autores alternativos, la audacia, las
maniobras políticas y la disponibilidad de un armamento superior no explican de manera convincente una gesta
tan colosal realizada relativamente en pocos años y por tan pocos hombres.

Aquí es cuando entra en juego el primer factor que de alguna manera se sale de un marco racional. Así, hemos
de referirnos a la tradición o creencia por parte de los aztecas acerca de unos seres divinos que habían estado entre
ellos para difundir la civilización. Según las leyendas, estos seres –encarnados principalmente en la figura del gran
dios Quetzalcóatl– habían partido hacia el este (el Océano Atlántico), y por allí mismo debían volver, tal como
ellos mismos habían prometido. Sin embargo, no había nada de positivo en este hecho, pues tal regreso iba a
suponer el fin inevitable de su imperio. La referencia dada por el cronista de Hernán Cortés, Bernal Díaz del
Castillo, en su obra Historia verdadera de la conquista de la Nueva España(capítulo CI) sobre esta cuestión es clara e
inequívoca:

“Y diré en la plática que tuvo el Montezuma con todos los caciques [...] que les dijo que mirasen que de muchos
años pasados sabían por cierto, por lo que sus antepasados les habían dicho, e así lo tienen señalado en sus libros
de cosas de memorias que de donde sale el Sol habían de venir gentes que habían de señorear estas tierras, y que se
había de acabar en aquella sazón el señorío y reino de los mexicanos; y que él tiene entendido, por lo que sus
dioses le han dicho, que somos nosotros.”
Dios Huitzilopochtli
Esta visión fatídica en un contexto de gran superstición no parece cosa baladí, pues el eminente historiador
mexicano Miguel León-Portilla, en su conocida obra Visión de los vencidos[2], destaca que muchos años antes del
desembarco de Cortés ya se habían dado numerosas muestras de esos presagios funestos en forma de todo tipo de
desastres, incendios incontrolables[3], multitud de cometas, extrañas señales en el cielo... Estos presagios, al
parecer, se prolongaron hasta muy poco antes de la llegada de los invasores, y de este modo fue creándose un clima
de gran nerviosismo e inquietud sobre la desgracia que tenía que suceder. Además, algunos de estos fenómenos
eran ciertamente pavorosos e inusuales, siendo bastante complicado explicarlos en términos naturales. Véase este
texto de Muñoz Camargo[4]:

“Diez años antes que los españoles viniesen a esta tierra, hubo una señal que se tuvo por mala abusión, agüero y
extraño prodigio, y fue que apareció una columna de fuego muy flamígera, muy encendida, de mucha claridad y
resplandor, con unas centellas que centellaba en tanta espesura que parecía polvoreaba centellas, de tal manera,
que la claridad que de ellas salía, hacia tan gran resplandor, que parecía la aurora de la mañana. La cual columna
parecía estar clavada en el cielo, teniendo su principio desde el suelo de la tierra de do comenzaba de gran anchor,
de suerte que desde el pie iba adelgazando, haciendo punta que llegaba a tocar el cielo en figura piramidal. La cual
aparecía a la parte del medio día y de media noche para abajo hasta que amanecía, y era de día claro que con la
fuerza del Sol y su resplandor y rayos era vencida. La cual señal duró un año, comenzando desde el principio del
año que cuentan los naturales de doce casas, que verificada en nuestra cuenta castellana, acaeció el año de 1517.”

Otros fenómenos eran extremadamente inauditos –hasta el punto de entrar ya en el ámbito paranormal– y
causaban auténtico terror entre los testigos. Según la misma obra recién citada:

“El octavo prodigio y señal de México, fue que muchas veces se aparecían y veían dos hombres unidos en un
cuerpo que los naturales los llaman
Tlacantzolli. Y otras veían cuerpos, con dos cabezas procedentes de un solo cuerpo, los cuales eran llevados al
palacio de la sala negra del gran
Motecuhzoma, en donde llegando a ella desaparecían y se hacían invisibles todas estas señales y otras que a los
naturales les pronosticaban su fin y acabamiento, porque decían que había de venir el fin y que todo el mundo se
había de acabar y consumir, de que habían de ser creadas otras nuevas gentes e venir otros nuevos habitantes del
mundo. Y así andaban tan tristes y despavoridos que no sabían qué juicio sobre esto habían de hacer sobre cosas
tan raras, peregrinas, tan nuevas y nunca vistas y oídas.”
Dios Quetzalcóatl
Lo que resulta sorprendente es que, aparte de los presagios, se dio una feliz e inesperada casualidad, porque el
año señalado para el regreso de los dioses era un año Ce-Acatl (“Uno Caña”), y precisamente fue en un año de estos
años (1519) en que Cortés pisó las costas mexicanas para iniciar la conquista del imperio azteca. De ahí que los
aztecas, empezando por el propio emperador Moctezuma, quedaran desconcertados ante la presencia en su
territorio de unos hombres barbados y de raza blanca, aspecto que se atribuía a esos antiguos dioses[5]. Además,
por si fuera poco, el emblema de Quetzalcóatl era la cruz, que como es bien sabido era el estandarte que portaban
los españoles como símbolo de su fe. En suma, un cúmulo de coincidencias que podríamos achacar al mero azar,
¿o no?

A este respecto, Scott Patterson, un estudioso de las tribus indígenas americanas, da crédito en su obra Profecías
de los indios americanos (1995) a los textos referentes a las profecías y malos augurios, y cree que tuvieron un impacto
significativo sobre Moctezuma, empezando por la mencionada coincidencia de la llegada de Cortés en un año Ce-
Acatl, una fecha cíclica[6] sagrada para los aztecas en la que se preveía el posible regreso de Quetzalcóatl. Patterson
se apoya en los libros del cronista hispano Sahagún para mostrar la importancia del mito en el devenir del imperio
azteca:

“Moctezuma estaba seguro de que se trataba de Topiltzin-Quetzalcóatl que había regresado a la Tierra […]
Porque en sus corazones sabían que él vendría, que regresaría a la tierra en busca de su trono, su tierra. Porque
había tomado ese rumbo (hacia el este) el día de su partida.” (Libro XII del Código Florentino)

Sin restar la debida importancia a la superioridad tecnológica de los españoles o a la habilidad de Cortés para
tramar una alianza en contra de los aztecas, Patterson interpreta que Moctezuma no pudo escapar de su obsesión
por las profecías que señalaban el fin de su imperio, siendo víctima de un inevitable fatalismo. No obstante, la
mayoría de autores académicos rechazan esta visión, y aún reconociendo que el mito pudo tener cierta influencia
en el primer contacto con los españoles, aseguran que luego los aztecas se dieron cuenta de que se enfrentaban a
hombres como ellos, unos bárbaros invasores a los que había que combatir por todos los medios.

Por otro lado, existe una agria polémica entre académicos y alternativos que se remonta a los tiempos de
Ignatius Donnelly y que gira en torno a la misma existencia de estos dioses, pues varios expertos niegan que la
historia de los hombres blancos barbados fuera propiamente indígena, sino más bien una invención o
manipulación a cargo de los cronistas españoles (o indios hispanizados) para facilitar la colonización y
evangelización de los nativos. Dado que este es un tema largo y complejo lo dejaremos aquí para volver al terreno
de lo paranormal.
Andreas Faber-Kaiser
En este punto cabe citar el trabajo del investigador hispano-alemán Andreas Faber-Kaiser (1944-1994) que en su
libro Las nubes del engaño (1984) dedicó un capítulo a la conquista fulminantede América por parte de los españoles
gracias a unos hechos que habrían quedado fuera de los libros de historia, precisamente por entrar en el terreno de
lo sobrenatural. En efecto, esta tesis, sustentada en parte en el trabajo previo del investigador español Manuel
Audije, descarta las explicaciones tradicionales sobre la derrota de los grandes imperios precolombinos y aporta en
su lugar otra perspectiva completamente heterodoxa a partir de ciertos eventos narrados en las mismas fuentes de
la época de la conquista (siglos XV y XVI), los cuales incluían la presencia de entidades o de fenómenos
paranormales de muy complicada explicación en términos convencionales.

Lo primero que Faber-Kaiser pone de manifiesto es que la creencia en los dioses que habían de regresar estaba
arraigada en muchos pueblos de América, no sólo entre los aztecas. De hecho, ya desde el mismo viaje de Colón
aparecen testimonios de esta creencia por parte de los indígenas. A título de ejemplo tenemos esta cita del Diario de
a bordo de Colón, de su primer viaje (1492)[7]:

“Otros, cuando veían que yo curaba de ir a tierra, se echaban a la mar nadando y venían, y entendíamos que
nos preguntaban si éramos venidos del cielo; y vino uno viejo en el batel dentro, y otros a voces grandes llamaban
todos hombres y mujeres: venid a ver a los hombres que vinieron del cielo: traedles de comer y de beber.”

Nave fenicia
Puestos a preguntarse por esta extraña reacción ante la presencia de hombres blancos en América, podríamos
buscar alguna explicación más o menos razonable, como el recuerdo de un antiguo contacto con algunos
navegantes mediterráneos (fenicios, cartagineses, griegos, romanos...) que recalaron en las costas americanas.
Estaríamos pues hablando de la teoría fundamentada en algunos indicios arqueológicos acerca de la llegada de
estos pueblos de la Antigüedad a América muchos siglos antes que Colón. No obstante, hay que remarcar como
dato significativo, al menos en este caso concreto, que los supuestos dioses venidos del este no procedían del mar,
sino de los cielos, lo cual ya nos situaría más bien en el terreno mitológico o paranormal.
Ahora bien, si nos trasladamos ya al siglo XVI, en el momento álgido de la conquista española del continente,
las crónicas relatan una serie de insólitos fenómenos que ayudaron de forma notable a la victoria de las armas
europeas frente a los indígenas. Entre estos fenómenos destaca poderosamente cierta ayuda aérea en forma de
caballeros voladores que recibieron los conquistadores españoles –muy en particular, Hernán Cortés– en la
conquista de los vastos imperios precolombinos. Todo ello según algunos pasajes de la obra ya citada del cronista
Bernal Díaz del Castillo Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. De hecho, uno de sus capítulos
(el CCXIII) tiene este sugestivo título: “De las señales y planetas que hubo en el cielo de la Nueva España antes de
que en ella entrásemos, y pronósticos de declaración que los indios mexicanos hicieron, diciendo sobre ellos y de
una señal que hubo en el cielo, y otras cosas que son de traer a la memoria.”

De este capítulo extraemos el siguiente fragmento:

“Dijeron los indios mexicanos, que poco tiempo había, antes que viniésemos a la Nueva España, que vieron
una señal en el cielo que era como verde y colorado y redonda como una rueda de carreta.”

Sobre este suceso, Faber-Kaiser apunta a que existen dos crónicas, ambas datadas en 1487 y de lugares bien
alejados en el espacio como China e Italia, que describían aproximadamente el mismo fenómeno. Lógicamente,
esta visión supondría un refuerzo de los ya mencionados malos presagios en torno a lo que tenía que pasar
indefectiblemente.

Pero aparte de estas señales en el cielo, existen otras crónicas que hablan directamente de la aparición de
extrañas figuras en el campo de los conquistadores que de alguna manera alentaba a los españoles y atemorizaba a
los indios; véanse los siguientes textos.

De Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, capítulo XCIV:

“Y preguntó el Montezuma que, siendo ellos muchos millares de guerreros que cómo no vencieron a tan pocos
teules[8]. Y respondieron que no aprovechaban nada de sus varas y flechas y buen pelear; que no les pudieron
hacer retraer porque una gran tecleciguata de Castilla venía delante dellos, y que aquella señora ponía a los
mexicanos temor, y decía palabras a sus teules que los esforzaba; y el Montezuma entonces creyó que aquella señora
que era santa María y la que le habíamos dicho que era nuestra abogada...”

De una carta de Pedro de Valdivia (conquistador de Chile) al emperador Carlos I, datada en 1541:

“Dixeron más: que tres días antes pasando el río de Biubiu para venir sobre nosotros, cayó una cometa entre
ellos, un sábado a medio día y desde el fuerte donde estábamos la vieron muchos cristianos ir para allá con muy
mayor resplandor que otras cometas salir, e que caída, salió della una señora muy hermosa, vestida también de
blanco, y que les dixo: 'Serví a los cristianos y no vais contra ellos porque son muy valientes y os matarán a todos'.”

De Pedro de Cieza de León, La crónica del Perú, capítulo CXIX:

“Cuando en el Cuzco generalmente se levantaron los indios contra los cristianos no había más de ciento y
ochenta españoles de a pie y de caballo. Pues estando contra ellos Mango inga, con más de doscientos mil indios
de guerra, y durando un año entero, milagro es grande escapar de las manos de los indios; pues algunos dellos
mismos afirman que vían algunas veces, cuando andaban peleando con los españoles, que junto a ellos andaba una
figura celestial que en ellos hacía gran daño...”

Y en la continuación de este mismo pasaje se afirma que los indígenas prendieron fuego a la ciudad –que ardió
en muchas zonas– y pusieron especial empeño en quemar la iglesia y por tres veces lo intentaron poniendo paja
bien seca, pero las tres veces el fuego se extinguió de forma inexplicable.

Precisamente, esta fenomenología paranormal, que al parecer se prolongó durante bastantes años, ayudó
mucho a la tarea evangelizadora de los invasores, pues hay otros testimonios de sucesos extraños en los que
intervienen personajes divinos o infernales pero siempre favoreciendo la conversión al cristianismo de los paganos
indígenas, incluso los más reticentes.

A modo de ejemplo, tenemos estos dos textos del libro recién citado de Pedro de Cieza de León, La crónica del
Perú. En su capítulo CXVII, refiriéndose a una experiencia del clérigo Marcos Otazo, se dice:

“...Vino a mí un muchacho que en la iglesia dormía, muy espantado, rogando me levantase y fuese a baptizar a
un cacique que en la iglesia estaba hincado de rodillas delante de las imágenes, muy temeroso y espantado; el cual,
estando la noche pasada [...] metido en una guaca, que es donde ellos adoran, decía haber visto a un hombre
vestido de blanco el cual le dijo que qué hacía allí con aquella estatua de piedra. Que se fuese luego, y viniese para
mí a se volver cristiano. [...] Contaba que el hombre que vio estando en la guaca o templo del diablo era blanco y
muy hermoso, y que sus ropas eran resplandecientes.”

Y en el capítulo CXVIII:

“Tamaracunga, inspirando Dios en él, deseaba volverse cristiano y quería venir al pueblo de los cristianos a
recibir baptismo. Y los demonios, que no les debía agradar el tal deseo, pesándoles de perder lo que tenían por tan
ganado, espantaban a aqueste Tamaracunga de tal manera que lo asombraban, y permitiéndolo Dios, los
demonios, en figura de unas aves hediondas llamadas auras, se ponían donde el cacique sólo las podía ver. [...] Y
algunas veces, estando el cacique sentado y teniendo delante un vaso para beber, veían los dos cristianos cómo se
alzaba el vaso con el vino en el aire y dende a un poco parescía sin el vino, y al cabo de un rato vían caer el vino en
el vaso y el cacique atapábase con mantas el rostro y todo el cuerpo por no ver las malas misiones que tenía
delante; y estando así sin se tirar ropa ni destapar la cara, le ponían barro en la boca como que lo querían ahogar.”

Todos estos relatos, escritos no por cualquiera sino por algunos de los cronistas más destacados de la época de
la Conquista de América, pueden provocar cierto estupor pues en ellos vemos plasmados unos hechos que
difícilmente pueden ser catalogados de verídicos desde una óptica estrictamente empírica. Ante estas descripciones
tan anómalas, la interpretación de Faber-Kaiser se situaba en los terrenos propios de la ufología más tenebrosa, esto
es, la que considera que los seres de otros mundos manejan en su provecho los hilos de la existencia humana,
incluidos los grandes acontecimientos históricos, como parte de un gran plan.

Por supuesto, desde su punto de vista, tales intervenciones sobrenaturales no eran hechos aislados, sino que
formaban parte de una fenomenología similar observable a lo largo de la historia de la humanidad, y cuya finalidad
sería precisamente “conformar” los hechos en un sentido determinado. De hecho, en su libro se ofrecen múltiples
ejemplos de esta especie de intervencionismo histórico –frecuentemente ligado a hechos de armas– a través de
crónicas de diferentes épocas y territorios. Por ejemplo, Faber-Kaiser expone un episodio ubicado en la Edad
Media, en el que se narra la decisiva intervención de unas naves voladoras en la pugna entre el emperador
Carlomagno y los sajones en el siglo VIII. Concretamente, según una crónica de la época (los Annales Laurissenses),
los paganos sajones que habían atacado los territorios del emperador de los francos abandonaron aterrados el sitio
de la fortaleza de Sigisburg al presentarse “dos grandes escudos de color rojizo llameantes y que se movían encima
de la iglesia”.

En todo caso, si damos crédito a los relatos y no los consideramos puras invenciones o exageraciones de los
cronistas, nos enfrentamos a dos interrogantes fundamentales. El primero, y más importante, es averiguar qué hay
detrás de estas apariciones o fenómenos paranormales, si es que realmente tuvieron lugar de la forma en que se
narran. Por otro lado, nos tendríamos que preguntar cuál es el sentido último de poner por escrito estas historias
(o sea, por qué se les dio publicidad) y por qué los españoles no parecían asombrados o alterados por tales
apariciones, a diferencia de los indígenas, que parecían estar muy afectados o aterrorizados.

Desde nuestra perspectiva racional actual es complicado dar una respuesta a la primera de las cuestiones,
porque no hay manera de contrastar esa información. Podríamos hablar de alucinaciones colectivas o bien de
algún tipo de “montaje” por parte de los conquistadores, pero ambas opciones se quedan en el campo de la mera
especulación. Lo que sí está claro es que la aparición de un poderoso caballero en el campo de batalla capaz de
espantar a los enemigos de los cristianos nos recuerda enormemente a la aparición del apóstol Santiago en ciertos
hechos de armas contra los musulmanes en España. Además, existen otros relatos de hechos semejantes en varias
partes del mundo, con caballeros volantes incluidos.[9] ¿Se trataría de la misma mitología?

Asimismo, es procedente relacionar estas apariciones de seres divinos con las apariciones marianas y similares
de la religión católica; basta recordar la mención a la gran señora que protegía a los españoles y espantaba a los
mexicanos. En este caso concreto, los personajes relucientes, vestidos de blanco y que aparecen desde el cielo nos
muestran una iconografía muy similar a la de estas famosas apariciones religiosas. A partir de aquí, para muchos
autores, estos fenómenos de supuestas alucinaciones (según el enfoque científico) o de auténticas visiones
celestiales (según la creencia religiosa) tendrían en realidad otra explicación: se trataría de típicos fenómenos
paranormales propios de la casuística ovni.

Los conquistadores se encuentran con las gentes de


Tlaxcala
En lo que se refiere a la segunda cuestión, siempre nos quedaría la fácil salida de pensar que los cronistas
incluyeron este tipo de episodios fantásticos para introducir el elemento religioso como parte esencial de la victoria
del bando español, algo así como un motivo propagandístico, cosa que no sería descabellada y que muchos pueblos y
culturas han hecho de una u otra forma a lo largo de los siglos. Por otra parte, está claro que la historia la escriben
los vencedores (“a su gusto”, cabría añadir) y es obvio que a posteriori se pueden maquillar, edulcorar o tergiversar
los hechos para crear una épica y brillante versión oficial.
Al final, lamentablemente, nos quedamos con muy pocas certezas, porque es prácticamente imposible
determinar si estos sucesos ocurrieron, y aunque así fuera, tampoco podemos valorar qué vieron los testigos
exactamente, más allá de las descripciones literales. Lo que sí es patente es que los relatos no son pocos ni aislados,
si juntamos los eventos paranormales previos a la conquista (los malos presagios) con los hechos correspondientes
a la propia conquista e incluso después de ésta. Sea como fuere, para la historiografía convencional no hay nada
paranormal en estos textos sino pura ficción mezclada entre la narración de los hechos. Para Faber-Kaiser, en
cambio, no había razón por la que debiéramos dudar de la veracidad de las crónicas, y por tanto estas apariciones y
sucesos anómalos habrían sido reales y además habrían influido directamente en el resultado de una contienda
histórica entre unos pocos españoles y los grandes imperios de la América precolombina.

© Xavier Bartlett 2014

Créditos de las imágenes: 1. Luidger. 2 y 3. desconocido. 4, 5 y 7. Archivo autor. 6. Elie Plus. 8. Wolfgang Sauber

Referencias

FABER-KAISER, Andreas. Las nubes del engaño. Planeta. Barcelona, 1984


LEÓN-PORTILLA, Miguel. Visión de los vencidos. Universidad Nacional Autónoma de México, 1969.
PATTERSON, Scott. Profecías de los indios americanos. Tikal ediciones. Madrid, 1995

[1] Por supuesto, hay teorías alternativas sobre el uso armas sónicas en la Antigüedad que se salen del
paradigma científico, pero ese sería otro debate.
[2] Cabe resaltar que esta obra está basada en los testimonios directos de los pueblos indígenas de México o
bien a través de los cronistas españoles que recabaron información de primera mano de los propios indios, como
es el caso particular de Bernardino de Sahagún.
[3] Por ejemplo, existe un relato sobre el repentino y violento incendio del templo del dios Huitzilopuchtli, que
al intentar ser sofocado con cántaros de agua, todavía ardió con más vigor.
[4] De la Historia de Tlaxcala, citado en el libro de León-Portilla.
[5] Las descripciones también incluían el detalle de que estos hombres blancos solían ir vestidos con una túnica
blanca, lo que en muchos casos concordaba con las vestimentas de los religiosos españoles. En cuanto a su carácter
y conducta, se les consideraba personas sabias y de buen corazón, opuestas a la guerra y la violencia.
[6] Según un documento escrito en náhuatl, los Anales de Cuauhtitlán, Quetzalcóatl también estaba asociado al
lucero del alba (el planeta Venus), y los años Ce-Acatl venían a representar los ciclos venusinos de 52 años.
[7] Documento trascrito por Fray Bartolomé de las Casas años después de este viaje.
[8] Nombre dado por los indios a los españoles.
[9] Estos relatos son citados en el libro de Faber-Kaiser; la mayoría de ellos proceden del Mundo Antiguo y de la
Edad Media.

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