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La metapoesía y su apariencia crítico-teórica en la poesía durante el período de

la degradación literaria

La metatextualidad se ha convertido en un recurso literario predilecto en la era posmoderna,


Genette (1962) concibe este proceso como la creación de un “comentario” que una
composición literaria hace sobre sí misma o sobre sus semejantes. El egocentrismo de las
artes, pues al reflexionar sobre su propia materialidad es capaz de superar los límites que la
encierran.
Este fenómeno lingüístico aplicado a la poesía adquiere el nombre de metapoesía, es
decir, “poesía sobre la poesía o ars poética”. Esto supone el maridaje de dos niveles
discursivos en el poema; en primer lugar, el poema mismo, en segundo lugar, la cavilación
sobre su naturaleza, modo de construcción, creador, origen, y otros elementos relacionados
con él. Una de las definiciones tradicionales sobre la metapoesía es la mencionada por
Debicki (1983), quien posiciona como lector al emitir su consideración: «What is essential
in defining a metapoem, is the internal play between the text as writing and the text as
commentary upon that writing»1 (p. 300). Tal definición propone que la metapoesía ofrece
«presupuestos teóricos o programáticos en funcionamiento» e «ilustra un planteo estético al
tiempo de proponerlo» (Castagnino, 1980, p. 161).
La metapoesía ha adquirido una especial notoriedad en las publicaciones post
modernas, sin embargo, su uso se remonta a las primeras generaciones de escritores. En
España adquiere real importancia con el poeta Juan Ramón Jiménez, y se multiplica durante
el período de la posguerra, donde la materialidad poética se convierte en un tema predilecto
de las composiciones.
En Centroamérica, Navarro (2016) reconoce, junto a poesía panegírica, poesía
patriótica, poesía amorosa, a la metapoesía como una tendencia temática del siglo XX. En su
estudio registra al costarricense José María Alfaro con el poema «Después de leer a
Bécquer»: “Me levanté con ímpetu salvaje / y pretendió escribir / unas rimas también como

1
Traducción: “Lo que es esencial para definir un metapoem, es el juego interno entre el texto como escrito y
el texto como comentario sobre ese escrito”.
las tuyas, / mi loco frenesí. / Pero la pluma resistió impotente / a tal insensatez / y rodando
una lágrima sañuda / humedeció el papel”. También al guatemalteco Juan Fermín Aycinena
escribe también un poema sobre ars poética en un tono metafórico: “¿Por qué no cantas,
Luz? ¿Por qué no igualas / al que sus alas desplegó gentil, / y cual gorgea plácido el
sensonte, / allá en el monte, / saludas entusiasta al “Porvenir”? Luz, alas, sensonte, gorgea”.
En el ámbito hondureño se puede observar una antigüedad considerable en su uso. La
ejerció Froylan Turcios (1875- 1943) en su poema “Brevario antiguo” donde describe su
poemario como “una llama/ donde la flor de la ilusión perece. /La cantárida vive. El mal
florece/y un veneno sutil la sangre inflama”. Durante esa misma temporada Ramón Ortega
(1885-1932) incurre en la metapoesía en algunos escritos de Sensación Crepuscular:

Mi soneto no es como las orquídeas triunfales/ que se abren a la sombra de tus tibios salones,
/ ni cual los crisantemos de frágiles puñales/ que decoran el Sevres azul de tus jarrones. /Es
más bien una planta de marchita verdura/que repliega sus hojas si una mano las mueve, /si
un aurífero rayo del buen sol la tortura, /si la agitan los soplos de la brisa más leve.

Otro escritor que opta por esta tendencia es Rafael Heliodoro Valle (1891 –1959) en
el poema inicial de Ánfora sedienta (1922). Valle parte de su posición como escritor para
referirse al carácter de la poesía que produce, se definió, poéticamente como: “el de la frase
que toma/ dulcedumbre de paloma/ y odorancia de violeta”.
Algunos de los escritores nacidos en la primera mitad de la generación de 1984,
muestran inclinación hacia el vanguardismo, la filosofía de este movimiento promueve la
aplicación metatextual a la literatura. Umaña (1999) menciona que “un rasgo frecuente en
los textos varguandistas es el carácter autorreflexivo, metaliterario: se comenta, explica,
cuestiona, desmonta (deconstruye) el quehacer literario desde el propio mundo ficcional”
p.398. Así lo demuestra Efraín López Nieto (1925-1995) en “La palabra iluminada”:
“Hablar es desnudarse en la palabra./ vivirse en la palabra iluminada/ saberse entre la luz/
de cada aurora,/ y querer ser la luz/y perseguirla/ hasta llegar al pie de la estatura/ del
cuerpo del amor…”. Reproduce el mismo elemento metatextual en “Pájaro absorto”, “Lugar
de la palabra” y “Esta casa que digo”.
En la sociedad hondureña de los últimos años, la metapoesía ha adquirido tonalidades
oscuras, pues revela la situación cultural del país. Este ensayo hace un recorrido por los
poetas más representativos de la segunda fase de la generación del 1954 y toda la generación
del 1984. Algunos escritores a considerar son: José Luis Quesada (1948), Rigoberto Paredes
(1948), José Gonzáles (1953), Marco Antonio Madrid (1968), y muchos otros. Para
cuestiones de análisis el metapoema deberá entenderse como la poetización del quehacer
literario, en todas las derivaciones del acto, es decir, sus condicionamientos y consecuencias,
considerando al mismo tiempo los matices que adquiere como resultado del contexto donde
se gesta.
Los escritores nacidos en los años mencionados arrastran el lastre del rezago literario
que caracteriza a la literatura hondureña. La tardía introducción de las tendencias literarias
que estaban en apogeo en el primer mundo, derivación de los problemas sociales, es una de
las causas que dificultaba una organización plena en de la producción literaria hondureña. Se
destaca entonces la convivencia de tendencias estilísticas opuestas, donde chocan
anacronismos estilísticos y la persecución por la novedad.
Se suma a dicha desorganización, los problemas socioeconómicos y las crisis de dos
golpes de estado, ambos promotores del retraso de la educación y la anulación casi completa
del gusto por la lectura. Pero no todo es causa del desinterés, en una sociedad que enfrenta
una perpetua crisis económica el cultivo de placeres artísticos sustituyen necesidades básicas
del individuo. Los escritores hondureños no poseen público nacional, el canibalismo literario
es la principal causa para que falten dos o tres ejemplares de textos de escritores hondureños
en las raquíticas librerías de las ciudades.
Paradójicamente se cuentan entre los analfabetas a algunos escritores. El ímpetu
artístico sumado con la desinformación que produce el poco interés por la teoría literaria,
crea los denominados “mounstruos” quienes logran propagar su vocinglería gracias a las
redes sociales y la autopublicación. Ante la inexistencia de crítica literaria formal, la
metapoesía producida por escritores serios o en desarrollo consciente de sus habilidades, han
actuado, no atacando el espíritu empobrecido que denotan las nuevas generaciones, sino
exigiendo la reivindicación de estos y prolijidad en la creación de sus versos. Por tal razón
se valorarán los poemas en función de su contenido, y se organizarán en aquellos que
plantean una deontología poética y los que plantean una actitud didáctica que encierra
verdades teóricas.
En el primer grupo, cada poema habla sobre la poesía desde la vista ética de un escritor
consagrado. Este hecho se consolidad en la personificación de la poesía como un ente, a veces
deífico, a veces maléfico, pero siempre esencial y tentador. Las composiciones se plantean
como instrumentos de primera necesidad para un escritor.
Así lo posiciona Marco Antonio Madrid en “Poesía”: “Atada/ Adherida/ Con o sin
derecho/ Con o sin memoria/ A mi lecho/ A mi sueño/ A mi carne/ A mi sangre/ A mis huesos/
A mi todo:/ La poesía” (p.35, 2000). La consideración existencial de Madrid hacia la poesía,
está revestida de un sentimiento amoroso que raya en lo pasional, ofreciendo la dualidad
vital del quehacer poético.
Incurre en esta misma religiosidad Gustavo Ocampo en “Ermita”: “De los versos
hice mi familia/ con ellos conviví, a ellos insulté. / Tan áspera ternura despertaron. Reímos.
Cuántas heridas nos disimulamos” (p.33, 2008) y José Luis Quesada en “Preguntas a causa
de la poesía”: “Siento pesar por los que no aman la poesía./ De verdad, ¿no la necesitan?(…)
Cómo comen su pan cuando está duro/ cómo limpian sus manos y su frente…” (p.49). Es
pues, la poesía para su creador un espíritu incansable que se inmiscuye y emana de las formas
de vida más comunes de éste. Se mueve junto al sujeto armonizando con todo lo que le rodea,
entonces se forja una armonía sólo visible para él.
Si bien, estas consideraciones son un tanto espirituales, están precedidas de algo más
práctico: la lectura. Así queda de manifiesto en “Poética” de José Antonio Funes: “tú me
enseñaste/ tú me empujaste/ tú me obligaste a escribir/ con sílabas de sangre/ tú me cercabas
las ventanas/ me ocupabas el aire/ y escribí/ escribí porque ante la poesía/ la muerte es sólo
una pobre muerte” (1995). Funes recrea el concienzudo trabajo del poeta que pretende la
calidad, recrea con sus versos el proceso inseparable de lectura-escritura cuando considera
a la poesía como la maestra (“tú me enseñaste”), para posteriormente decir: “y escribí”.
Bloom (2009) establece una serie de pasos donde el “efebo” o poeta joven encuentra
en sus predecesores el impulso para reconocer su propia voz: En la relación entre el poeta,
precursor y el novicio se da lo que Bloom denomina como “drama familiar”, donde el efebo
afligido por el peso de la tradición poética compuesta por sus precursores fuertes, por la
conciencia de su propia condición tardía con respecto a ellos, y deseoso de aportar a dicha
tradición su propia contribución original, necesita "matar al padre" para lograr la realización
de su identidad como poeta.
Dicho proceso queda ejemplificado en La poesía me habla de José Gonzáles, un poema largo
que enumera en sus versos a los grande poetas y sus logros literarios, para terminar diciendo
refiriéndole al escritor que la lee: “pero has de pasar a reserva/ es la ley del oficio/ otros
vendrán/ con su carga de versos/con su espuma desatada/ para el caso/ tu joven paciencia
se derretirá como una máscara bajo el sol” (p.6, 2001).
La lectura es la materia con que se construye un escritor, es imprescindible este paso
para que se logren evoluciones estilísticas y expresivas en la historia poética. No hay otra
forma de aprehender el arte de crear literatura que leyendo la misma. Este ciclo no se ha
desarrollado como es debido por algunos poetas hondureños, el anacronismo en los géneros
literarios demuestra que no ha habido un proceso de consulta a textos precedentes. Dicha
evolución es también una obligación que se dirige hacia sí mismo, es parte de la ética del
poeta irse liberando poco a poco de la inocencia poética y adquirir versatilidad en su oficio.
Otro elemento no tan ontológico, pero sí complementario en la formación del llamado
poeta, es la experiencia vital de este. En “Umbral” de Felipe Rivera Burgos, se alecciona
sobre la parte argumentativa del poema, es decir, el contenido del mismo: “Ahora, poema, /
toca la soledad de esta página/con heridos recuerdos,/habla del verso derramado,/de lo que
a mi cabeza dijeron/ las manos de mi padre,/ de las ventanas donde octubre aventaba el
invierno” (p.9, 2006). Así también, José Luis Quesada lo expresa con claridad en el poema
XXVI: “Salvo las tuyas, todas mis heridas son espléndidas/ servirían/ para una gran
exposición de joyas./ Mis heridas de niño/ mis antiguas heridas de poeta. Yo las usaba
alegremente; no había nadie para personar” (p.85).
Tanto Burgos como Quesada consideran la poesía como un producto directo de la
experiencia de su creador, un acto completamente íntimo que recrea las sensaciones natas de
quien escribe. Ya lo expresó Aristóteles (1447) en su Poética donde establece a la
experiencia como una de las causas generadoras, posicionando al poema como una
“imitación de la realidad” que se singulariza a través del tratamiento del lenguaje. La
humanidad del poeta debe ser comunicada en sus versos, su creación debe ser el testimonio
su cordialidad, pues es creador pero a la vez es hombre. Todos los poetas han hecho acaso
lo mismo, como todos los hombres: vivir, amar, sufrir, soñar, morir (Alexaidre, 1950, p.11).
Sin embargo, la experiencia como tal debe ser pulida y estilizada para considerarse arte, uno
de los principios teórico para dicho acto, lo plantea Jackson en Lingüística y poética:
La función poética proyecta el principio de la equivalencia del eje de la selección sobre el eje
de la combinación. La equivalencia se convierte en recurso constitutivo de la secuencia. En
poesía una sílaba se equipara a cualquier otra de la misma secuencia; se supone que el acento
de una palabra equivale al de otra como las inacentuadas equivalen a las átonas.

Con ello alecciona que debe existir en el poema una completa armonía en toda la
gama de las funciones del lenguaje pues cada término se vale de las cualidades gramaticales
y fonéticas de otro para encajar en la composición. Por eso Adán Castelar se lamenta ante el
escape del verbo en “La sequedad”: “Como si no hubiéramos nacido, ya perdí/la palabra.
Su huida/es mi silencio en el desierto. Su muerte/ es mi muerte en la palabra”. Así también
Rigoberto Paredes en “Ars” condena su imposibilidad de lograr el simbolismo y combinación
en las letras de sus versos: “Esta es mi obra, digo, aparto de mis montes:/ fatua palabra sobre
palabra fatua/ nacidas de mi lengua patética, poética ¡y ars!”.
La metapoesía es, además, la promotora de una ética de callar para no morir y guardar
silencio en vez de corromper dicho género. En los casos donde el ejercicio se hace de forma
incorrecta, los resultados son catastróficos, por eso, Paredes en “En boca cerrada” dice:
“¿Para qué palabras/ sin el sonido de la poesía/ Secas, desangradas palabras/ que un viento
presuroso dispersa a ras de páginas?”. También en “Conjuro” Rigoberto Paredes se dirige
a el ente poético en una especie de ruego: “Poesía,/ no me dejes decir/ lo que después yo
tenga que negar, arrepentido./ Que no ponga en boca de metal indeleble/ lo que el más leve
viento/ dispersar podría a ras de página”.
Paredes, quien es el poeta de los consejos habla de forma directa a los “monstruos”
de la poesía hondureña en “Enseñanza de Esquilo”: “Guárdate, joven de celebrar tus/ versos/
entre pares o mansos catedráticos/ así seas más sabio/ o tengas de tu lado fuerza y gloria./
Orfeo osó cantar de tal manera/ y, sin mediar palabra,/ tumbado fue a zarpazos y cruentas/
tarascadas”. La emoción carente de juicio es condenada por los poetas, quienes promueven
un decir sobrio, respaldado por un armazón teórico y cultural.
Un tanto existenciales se tornan las composiciones que completan la deontología del
trío poeta-poema-receptor, pues hay un saber predispuesto que la literatura nacional no tiene
amplitud de lectores. Es un reducido público que lee, como lo diría Bloom, “con toda el
alma”, y uno aún más reducido, el que da juicios de valor sobe las obras que se publican en
Honduras.
Tal inconformidad es la Paredes transmite en “A manera de aviso, presentación,
apercibimiento (o cosa parecida) a quien desea adentrarse en O&G” donde rechaza al lector
desprevenido (“No te adentres, lector, desprevenido/ en este ingrato reino de tinta y
asechanza./ Puedes perderte, perder honra y paciencia (por no decir tu vida)/ cuando menos
lo esperes” ) y busca al lector avezado que sea capaz de desmenuzar sus versos (Una vez se
haya entrado de lleno en la materia/ y muévase a placer, lectoras y lectores,/ ruégase
mantenerlas/ muy lejos del alcance del enemigo/ y de la mala fe de la erratas) (p.9, 2005).
Ante tal situación se multiplican los poemas quejosos sobre la poca recepción, así
pasa con “Lista de peticiones” de José Luis Quesada, aquí el poeta pide a la poesía que se
aleje pues no le brinda ningún beneficio: “Poesía comprende aléjate/ no me sirves ni para
matarme”. Aquí también se introduce Rigoberto Paredes con el poema “Autos de fe”: “Hace
años juré abandonar la poesía, dejarla a merced de los condenados al olvido o de las fieras
que mis páginas en blanco merodean”. Como también Juan Ramón Saravia en “El poeta se
vuelve a sentir poeta”.
En los versos anteriores queda desenmascarada lo infructuosa que generalmente
resulta la labor artística en Honduras. El poeta es totalmente prescindible para la sociedad,
pues su presencia no genera ningún impacto en el contexto. Esto no es porque su calidad de
escritura sea mala, sino por el poco interés por parte de sus compatriotas.

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