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REFLEXIONES SOBRE EL DESARROLLO HUMANO DOMINICANO

Pablo Mella
pablomellasj@bono.edu.do

La palabra desarrollo, como cualquier otra categoría social, se presta a muchas interpretaciones. Solo
comenzó a hablarse en el ámbito internacional de desarrollo hacia la mitad de la década de los 40 del
siglo XX. En el siglo XIX y entrado el siglo XX se preferían términos como civilización y progreso.

En un primer momento, el desarrollo significaba el crecimiento de la riqueza económica de los países


«pobres» a través de la industrialización como base imprescindible para la modernización de la sociedad
y el consumo masivo. Se utilizaba el PBI per cápita como su indicador. Con el paso del tiempo, se
descubrió que el proceso de mejoría de la vida de los países de Asia, África y América Latina no llegaría
por esta vía, pues se verificaba, por ejemplo, que en sociedades dictatoriales, la riqueza iba a parar a las
élites político-militares.

Ante el fracaso del primer modelo de desarrollo, comenzó un proceso de revisión. Se fueron sucediendo
diversos modelos. Nos interesa saltar a la década de los 80, cuando se promovió el modelo neoliberal de
desarrollo, que aun sigue vigente de manera más sofisticada. El neoliberalismo partía de los mismos
presupuestos de fondo de la primera idea de desarrollo, a saber, que la riqueza material y el consumo
de masas mejorarían sustancialmente la calidad de vida de las personas. Esto se lograría ahora a través
de la privatización de los servicios, la apertura de los mercados y la garantía del libre comercio a nivel
mundial. La liberalización de la economía y el crecimiento de la actividad comercial a escala global
ocasionaría un «derrame» de los bienes excedentes hacia los pobres de todo el mundo. Sin embargo, la
promesa de una vida mejor para las mayorías tampoco se cumplió; algunos podían tener más bienes
materiales, pero no necesariamente vivían mejor. Así se llegó, en 1990, después de una década de
neoliberalismo duro, a la noción de desarrollo humano.

1) El concepto de desarrollo humano

La noción de desarrollo humano busca enfrentar los modelos de desarrollo dominantes que le
antecedieron. Esta noción fue promovida desde el año 1990 por el Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo (PNUD). Propone una definición más completa de desarrollo que no se limita al
crecimiento del ingreso per cápita. Se preocupa por crear un entorno en que las personas puedan
desplegar al máximo sus potencialidades de acuerdo al estilo de vida que consideren valioso. En este
sentido, un país es desarrollado si su gente puede llevar un estilo de vida creativo y productivo que
estima como deseable para sí y para los suyos. Por eso, según el modelo de desarrollo humano, la
riqueza de una nación está sobre todo en lo que puede ser y hacer su gente, no en los bienes materiales.
En consonancia con este presupuesto, para quienes promueven el desarrollo humano resulta
fundamental desarrollar las capacidades de las personas. EL PNUD señala algunas capacidades
fundamentales de las que, por así decirlo, dependen las demás: a) disfrutar de una vida larga y
saludable; b) tener educación; c) contar con recursos suficientes para desarrollar un nivel de vida digno y
d) participar en la vida de la comunidad. En efecto, ¿de qué me vale tener mucho dinero si mi salud está
tan comprometida que no salgo de una cama?

Ya la ciencia económica había establecido, hace décadas, que el objetivo de la actividad económica no
era la riqueza, sino el bienestar humano. De hecho, esta idea es bien antigua. Aristóteles, entre otros,
planteó muy claramente en su Ética e Nicómaco que la riqueza no era un fin, sino un medio. El
verdadero fin de las acciones humanas se refiere a un estado de vida satisfactorio que desde la
Antigüedad griega se ha llamado felicidad. En la esfera pública contemporánea, se prefiere hablar de
calidad de vida, expresión que puede tenerse como una traducción actualizada de la idea clásica de
felicidad.

En suma, el desarrollo humano, como modelo de desarrollo, apunta hacia la mejoría de la calidad de
vida, no hacia el mero aumento de la riqueza material. Para lograr su propósito, las prácticas asociadas
al desarrollo humano promueven dos cosas fundamentalmente: el ejercicio razonable de las libertades y
la defensa de los derechos humanos. Si volteamos los términos, se puede decir que sin el ejercicio de la
libertad razonable y la garantía de los derechos las personas no podrán vivir con calidad en nuestros
días, caracterizados por la complejidad y la pluralidad.

2) El mapa interactivo del PNUD en República Dominicana


El mes pasado (febrero de 2019) el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) puso a
disposición de la sociedad dominicana Mapa interactivo del Desarrollo Humano en la República
Dominicana 2010-2016. Esta publicación ofrece una ocasión para evaluar el modelo de desarrollo que
de hecho se está llevando a cabo en República Dominicana.

En la línea de su idea de desarrollo, el PNUD observa nuevamente cómo el crecimiento económico de


República Dominicana (que calcula en un promedio de 5% anual) se ha concentrado en el Distrito
Nacional. Las provincias con bajo desarrollo humano suman cinco, siendo Elías Piña la que registra los
índices más bajos, como en años anteriores. Las demás provincias, aquellas con promedio medio bajo,
suman 22, lo que significa un 80% de la población dominicana. La calidad de los servicios de educación y
salud no se corresponden tampoco con el grado de crecimiento económico para el conjunto de la
población dominicana. En estos ámbitos considerados por el desarrollo humano, la desigualdad social se
nota con mayor claridad. Lo mismo se dice sobre las personas que viven económicamente en la
vulnerabilidad, cuyo porcentaje ha aumentado a pesar de que, como dice con apego a la verdad el
gobierno, han mejorado los índices de vida de la clase media. Frente a este canto triunfante, el PNUD
nos advierte que la vulnerabilidad económica ha aumentado un 18%, afectando a unas 800 mil familias
dominicanas.
El mapa del PNUD nos enseña más. Sintomático resulta que el turismo, una de las promesas para el
supuesto desarrollo dominicano, produzca resultados poco halagüeños para las personas que habitan en
zonas hoteleras de playas. Si bien el turismo ha aumentado los ingresos de Higüey, zona emblemática
para el denominado turismo todo incluido, este aumento no se ha traducido en una mejoría de la
igualdad social de sus habitantes; tampoco para la igualdad de género. En el modelo de desarrollo que
nos comanda la desigualdad aumenta tanto entre los extremos de la población como entre hombres y
mujeres. En Dominicana, los ricos son cada vez más ricos y los más pobres no consiguen mejorar su
situación económica. Entre estos pobres se encuentran más de 100 mil pensionados del Estado que
reciben poco más de 5 mil pesos mensuales. En este aspecto, el PNUD nos muestra que el país sigue la
tendencia de América Latina.

Tomando estas observaciones del PNUD, resulta comprensible por qué tenemos la sensación de que la
convivencia social dominicana se deteriora cada vez más si se evalúa desde el punto de vista territorial.
Pongamos un ejemplo claro para todos, pues para muestra basta un botón: el tránsito. No es el
aumento de los carros per cápita lo que hará que nos podamos trasladar mejor ni lo que hará a nuestras
ciudades y pueblos más habitables. Análogamente, no será el mero crecimiento de la riqueza material
lo que nos llevará a ser una mejor sociedad. Necesitamos algo más.

3) No todo lo que brilla es oro

La palabra desarrollo sigue teniendo el sentido economicista que tuvo en sus orígenes. Las reflexiones
del PNUD ponen en un lenguaje más moderno lo que la sabiduría de los antiguos ya decía: que la vida
bien lograda no es aquella que se sumerge en bienes materiales, la que procura la riqueza por la riqueza.

No todo lo que brilla es oro. El crecimiento económico dominicano está necesitando de un trabajo
complementario de construcción del tejido social. Más que nunca hace falta pensar en mediaciones
estatales que redistribuyan de manera eficiente la riqueza y en organizaciones sociales que favorezcan la
solidaridad. El gran desafío sigue siendo garantizar servicios públicos de calidad en educación y salud.

Mirando la realidad nacional bajo esta lógica, se evidencia que la política dominicana, secuestrada por la
corrupción, es un fruto claro del modelo de desarrollo que se viene imponiendo desde hace décadas.
Por eso, curiosamente, luchar contra la corrupción en todos los niveles (también en el personal) es una
forma de mejorar la calidad de vida de todos. Insistir sobre este punto resulta vital en un año electoral
que ya ha comenzado a destiempo.

De temas como este nunca hablará una institución económica secuestrada por la ideología neoliberal,
como lo son, por ejemplo, los bancos centrales de casi todos los países latinoamericanos. Para el
neoliberalismo el problema central del desarrollo sigue siendo el crecimiento económico a través del
libre comercio, con estabilidad financiera. Quien no se beneficie de este crecimiento (que parece ser la
sociedad misma como un todo) sencillamente debe tener paciencia, pues, en teoría, ya le llegará su
turno. Pero ya sabemos por la misma historia de los modelos de desarrollo: ese turno nunca llegará, sino
se discierne correctamente lo que es medio y lo que es fin para una vida humana de calidad de las
mayorías cada vez más excluidas.

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