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Edilio Peña

CUATRO PIEZAS TEATRALES

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CUATRO PIEZAS TEATRALES

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Edilio Peña

CUATRO PIEZAS TEATRALES

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UNIVERSIDAD DE LOS ANDES CUATRO PIEZAS TEATRALES
Primera Edición, 2014
DIRECCIÓN GENERAL © Universidad de Los Andes
DE CULTURA Y EXTENSIÓN Dirección de Cultura y Extensión
Mérida-Venezuela

Autor
Autoridades Universitarias
© Edilio Peña
Mario Bonucci Rossini Diseño y diagramación
Rector José Francisco Guerrero Lobo
Diseño de Portada
Patricia Rosenzweig Levi José Francisco Guerrero Lobo
Vicerrector Académico
Impresión
Manuel Aranguren Universidad de Los Andes
Vicerrector Administrativo Talleres Gráficos Universitarios
talleresgraficos@ula.ve
José María Anderez Mérida-Venezuela
Secretario HECHO EL DEPÓSITO DE LEY
Depósito Legal:
ISBN:

Derechos Reservados
Prohibida la reproducción total o parcial de esta
obra sin la autorización escrita del autor y el
Director-Editor editor.
Mauricio Navia A.
Universidad de Los Andes,
Consejo Editorial Av. Don Tulio, Edificio Administrativo,
Mariano Nava piso 4, DIGECEX.
Daniel Albornoz Tele-fax 0274-240-26.48
José Francisco Guerrero L. http://www.direcciondecultura.com.ve
Don Rodrígo Martínez Mérida 5101. Venezuela
Debby Avendaño
Carlos Monagas Impreso en Venezuela
María Ríos Printed in Venezuela
Elizabeth Marín
Jorge Torres
Erma Sulbarán

Coordinador de Ediciones
Actual - Libros
José Francisco Guerrero Lobo

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UN TEATRO INQUIETO
Leonardo Azparren Giménez


Extraño. Sórdido. Inquieto. Incluso, macabro. Sin embargo,
no esconde un humor sutil. Evade cualquier encasillamiento,
aunque tiene ascendencia noble que podría remontarse a
Aristófanes, con escalas en François Villon y Alfred Jarry con su
patafísica, la “ciencia de las soluciones imaginarias”, sin ocultar
una visión comprometida sobre la política nacional. También es
irreverente ante el gusto teatral establecido, ecuánime y conforme
en la última década; y ante algunos estilos y gustos que, cual modas,
están resabidos y manoseados. En síntesis, para comenzar, estas
obras de Edilio Peña tienen propósitos y estrategias diseñados
para confrontar al espectador y confrontarse consigo, con las que
el dramaturgo se pone a prueba para producir textos con sólida
sustentación escénica. De esta manera explora zonas escabrosas
del ser humano y las representa sin mediaciones ni atenuantes.
Estos cuatro textos constituyen un conjunto uniforme, gracias
a un estilo discursivo en el que no está ausente un sentido lúdico
de las relaciones entre los personajes. Nuestro autor desarticula
el discurso realista sin abandonar algunos de sus recursos, como
la naturalidad aparente del habla; juega con él, en particular con
el perfil identitario y la aparente psicología del comportamiento
de los personajes, con lo cual plantea al espectador la necesidad
de preguntarse qué tiene ante sí y cuál es su sentido.
El juego dramático está presente en la desconstrucción del
perfil de los personajes y en la desarticulación de sus situaciones
de enunciación. En algún momento imprevisto dejan de ser lo
que hasta entonces parecían para devenir distintos, siendo los
mismos. Sin embargo, no son cambios de personalidad psicológica,

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sino la sucesión y superposición de roles según el devenir de la
fábula y los ardides de la intriga, combinados para acentuar la
naturaleza imaginaria de las situaciones de enunciación que dan
sentido a la acción escénica. Por eso, la verosimilitud reside en la
consistencia de la situación básica de enunciación que da unidad
de sentido al texto, y no en alguna similitud entre lo que ocurre
en la escena y el espectador. El carácter performativo de las obras
es más importante que la ausencia de lógica realista en lo que
en ellas sucede, cuya lógica discursiva y teatral es rigurosamente
imaginaria y coherente a partir de una situación inicial absurda.
Esto lo logra con el empleo de una pluralidad de códigos que
se complementan y confrontan para construir y desconstruir el
relato.
En estas obras es decisiva la configuración de los lugares
de la acción, un espacio “viviente” en el que el accionar de los
objetos va más allá de sus relaciones utilitarias habituales con
el personaje, para devenir también en sujetos de la fábula. Los
objetos hacen aportes importantes al desarrollo de la acción;
hablan incluso. El espacio de la acción dramática es cerrado pero
flexible, se expande en la escena hacia zonas oscuras para dar la
sensación de infinitud. Por esto, el lugar de la acción desplaza
su sentido con el desarrollo de la fábula, siendo en gran medida
distinto al final.
La dinámica de los objetos en el espacio dramático puede
alcanzar significados surrealistas, como ocurre con el retrato
y la oreja en Trompa de elefante. Igual ocurre con el tiempo,
atemporal por carecer de referentes consistentes con la historia
del espectador, a pesar de las alusiones políticas concretas, cuya
función es reinstalar al espectador en su realidad.
Un rasgo sólido común importante es la familia. En La
ópera del suicida, Trompa de elefante y El mago del patíbulo
las relaciones filiales articulan la intriga y la fábula, incluso
cuando son desconstruidas para que la fábula no quede atrapada
por alguna lógica realista. Son relaciones conflictivas, en las que
ambas partes –padres e hijos, no hijas- reclaman algo, la muerte
es una paradoja y la identidad es puesta en duda.
Tal y como está concebida la acción, las relaciones que los
personajes mantienen entre sí y con su hábitat hacen posible
que no solo los diálogos expresen lo que los textos contienen.

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El continuum entre diálogos, acotaciones y didascalias es
fundamental, para la comprensión de la obra y para su puesta en
escena. Acotaciones y didascalias no son indicaciones escénicas
habituales; son elementos de la estructura discursiva y del sentido
de los diálogos, y en algunos momentos son más importantes que
lo que le oímos decir a los personajes. En La ópera del suicida, la
presencia de El Ahorcado y el cartel de publicidad son un centro
de atención tan importante como la acción de Ma y Pa. El cartel
“muestra el foso oscuro y profundo de la garganta”, y
“de la garganta se escucha un aliento grave, como un
fuerte remolino que sale de su interior y succiona lo que halla
a su paso. Los objetos de la habitación comienzan a temblar.
Algunos caen y son arrastrados. Pa y Ma se toman de las
manos tratando de resistirse a ser tragados por la garganta.
Se estiran como muñecos de goma”.
Poco después, la atención se centra en El Ahorcado:
“La silla se arrastra por sí misma hasta debajo de los
pies de El Ahorcado. Éste se apoya sobre ella y, con las dos
manos, desata la cuerda que con un lazo la sujeta al cuello.
Sin embargo, se la volverá a poner y andará con ella como un
miembro más de su cuerpo”.
En El mago del patíbulo, espacio y objetos están vivos y así
lo dice la acotación:
“Napoleón mira estupefacto cómo el documento que ha
arrebatado a El Hombre, inesperadamente, vuelve de nuevo
a las manos de aquél. Insiste en quitárselo, pero el documento
regresa una y otra vez a las manos de El Hombre”.
El equilibrio y la tensión entre diálogos y acotaciones es una
dialéctica determinante para el sentido de cada obra, por lo que
las últimas no pueden ser ignoradas como ocurre en algunas obras
icónicas del teatro contemporáneo. Las acotaciones y didascalias
son, también, mensaje performativo. En este sentido, estamos
ante unos textos que van más allá del discurso tradicional del
teatro venezolano, e ir más allá es aproximarse y navegar en las
complejas y polémicas aguas del teatro posmoderno.
Y he mencionado la palabra peligrosa y resbaladiza. La
empleo, en primer lugar, porque estas obras de Edilio Peña se
resisten a la interpretación cartesiana, no pueden ser reducidas
a un mensaje. Además de la preeminencia de su condición
performativa que se impone al “mensaje”, la mezcla de códigos
verbales y no verbales responde a la lógica del universo

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imaginario de Edilio Peña, no a presupuestos ideológicos, a pesar
o gracias a las referencias a las circunstancias venezolanas de la
última década. En El mago del patíbulo se hace presente Saddam
Husein para ser ajusticiado; en La noche de la bestia, la tragedia
de La Guaira es traída a colación para acentuar la situación
ambigua de La actriz; en Trompa de elefante se hace presente
el “gobierno revolucionario”, la expropiación de terrenos baldíos
para darlos a damnificados y la disposición de los revolucionarios
de impedir que “nadie más conozca la risa”; y en La ópera del
suicida el petróleo hace su aparición para justificar un negocio
de El hombre sin cabeza.
Esta manera de aterrizar en la vida cotidiana, esta llamada
de atención sobre nuestras circunstancias históricas está inserta
en el sentido global del discurso, en el que la gestualidad se
impone sobre la palabra, el lenguaje cotidiano adquiere ribetes
inauditos y el texto es un “collage tonal”, según una expresión
empleada por Alfonso de Toro en su artículo “Postmodernidad
y Latinoamérica” (Revista Iberoamericana, N° 155-156, Abril-
septiembre 1991).
La expresión “collage tonal” adquiere sentido por estar ante
un conjunto de obras que emplea recursos del teatro realista,
pero también del absurdo; muestra el compromiso actual del
autor al tiempo de desarticular con frecuencia el discurso; en
suma, insinúa un mensaje colocado en la experiencia global de
la representación.
En el contexto de la dramaturgia venezolana, estas obras de
Edilio Peña insurgen retadoras para cualquiera. El lector tiene
ante sí un universo ficcional complejo, rico en sugerencias e
imágenes y con un habla aparentemente normal por su lógica
interna pero extraña por la situación en que es pronunciada.
El complejo de metáforas sobre las relaciones familiares o la
convivencia social exige de la imaginación del receptor –lector y
espectador- mayor capacidad de comprensión.
La tipología de las situaciones escénicas y de los personajes
constituye un verdadero reto para quien las lleve a la escena,
porque rebasan las maneras rutinarias de actuar y de concretar
el espacio escénico; son demasiadas las exigencias para crear
las atmósferas, los ritmos y el gestus, entendido este como el
comportamiento global del texto y de la representación.

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Estamos, en rigor, ante unos textos para el futuro, no para
las condiciones actuales de producción del teatro venezolano.

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LA ÓPERA DEL SUICIDA

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PERSONAJES

MA
PA
CHICO
EL AHORCADO
EL DUEÑO DEL HOTEL
LA MADRE SUPERIORA
EL VIGILANTE
EL HOMBRE SIN CABEZA

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Escena I

(En penumbra, la habitación clausurada de un viejo hotel.


De pronto, el silencio encerrado es interrumpido por un
ruido estruendoso y la puerta de la habitación se abre.
En ese instante, una imagen espeluznante e inquisitiva
irrumpe con una explosión de luz: del techo cae el cuerpo
rígido de un hombre colgando del cuello. La expresión de
su rostro es patética, con sus ojos desorbitados y su boca
desmesuradamente abierta. De inmediato, se oye un lejano
grito operístico salir de su garganta.
En el umbral de la puerta, aparecen tres personajes más:
Chico, Pa y Ma. Ingresan a la habitación ignorando a El
Ahorcado.)
MA. (Vestida de monja. Lleva una maleta.) ¿Hay alguien más
aquí?
CHICO. (Encapuchado con un martillo en la mano. ) Nadie.
Solo la ausencia de un muerto.
MA. Creí sentir su presencia… hay un olor a rosas marchitas.
Penetrante.
PA. (Vestido de vigilante y armado con una escopeta.) Los
muertos son así, regresan sin avisar siguiendo el olor de las
rosas que aún los recuerdan.
CHICO. Esta habitación fue clausurada por la policía hasta
tanto no se aclaren las razones del misterio de lo que aquí
sucedió.

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PA. Chico, no debiste traernos a este lugar prohibido.
MA. Igual pienso yo.
CHICO. No tenía otra opción. No teman. Aunque no lo crean,
eso la hace un refugio más seguro para los dos. ¿A quién se
le puede ocurrir buscarlos en este lugar? Aquí ni siquiera el
fuego los alcanzaría.
MA. ¡Santo Dios! Estamos invadiendo la escena de un crimen.
¿Y si a nosotros nos acusan de asesinato?
CHICO. No ocurrirá, Ma. Porque lo que aconteció en esta
habitación no fue un crimen. Fue algo más que eso.
PA. ¿Qué fue entonces?
CHICO. Algo que las palabras no pueden expresar. Tan
espantoso que las bocas enmudecerían de solo pensarlo.
PA. ¿Cómo lo sabes?
CHICO. En esta oreja me lo dijo el hermano del muerto.
MA. ¿Quién?
CHICO. Mi jefe. El Dueño del Hotel. Fue el primero que
encontró al infeliz que se negaba a abrir, antes de forzar esa
puerta. Un sacerdote, que vino con el forense y la policía,
reculó y se negó a santiguar el ataúd del muerto. En el
cementerio, los sepultureros arrojaron sus palas y huyeron
al ver, detrás del cristal, la expresión última de su cara. Era
el único hermano que tenía y no podía dejar de enterrarlo a
la sombra de ese árbol amarillo que está allá afuera. Desde
entonces, sus ramas se llenan de pájaros negros. El pobre vivía
en esta habitación y, a media noche, se levantaba de la cama y
como el alma en pena que camina al filo de una navaja, abría
la ventana de par en par. Entonces, con sus ojos extraviados,
comenzaba a cantar el aria de La Ópera del Suicida. Una ópera
que él mismo había compuesto. (Canta el aria de la ópera. El
Ahorcado también comienza a cantar el aria, en una especie
de contrapunteo.) El loco despertaba a todos los huéspedes
del hotel y estos salían de sus habitaciones con un barullo
a protestar a la recepción: ¡Queremos dormir!, ¡queremos
dormir!... El Dueño del Hotel, con las manos en los oídos, los

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calmaba exonerándolos del pago de la habitación. Entonces,
los huéspedes volvían a sus camas a tratar de conciliar el
sueño con aquella ópera que se oía tronar desde la habitación
que hoy ocupamos.
MA. Qué historia…
CHICO. El desgraciado estudiaba canto lírico por
correspondencia... En realidad, nunca recibió un diploma
que lo acreditara como cantante de ópera. El diploma llegó
después de su muerte. Su hermano lo colocó allí en la pared
con una corona de rosas rojas que después se marchitaron.
Fue el último tributo a una vida que no lo quiso.
MA. Qué triste…
CHICO. A decir verdad, se comenta que el cantante de ópera
era un solitario que se ahorcó con el largo cabello de una
mujer que nunca le correspondió…
PA. ¡Dios! No me imagino colgando del cabello de una mujer.
MA. Ahora comprendo porqué a algunas mujeres no les gusta
ir a la peluquería a cortase el cabello.
(Pa y Ma se acercan a una pared en la que cuelga el supuesto
diploma. Lo miran con interés e intriga. En realidad, es un
enorme cartel de publicidad de una época remota. Con la
imagen de una boca abierta que muestra el foso oscuro y
profundo de la garganta.)
PA. Una boca que grita…
CHICO El grito es el emblema de la academia de ópera donde
estudiaba Willy.
MA. ¿Se llamaba Willy?
CHICO. Sí.
MA. Pobrecito.
CHICO. No se acerquen mucho al hueco negro de la garganta.
PA. ¿Por qué?
CHICO. Puede tragarlos. Uno de los policías que vino a
investigar la vez pasada desapareció por allí sin dejar rastro.

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(De la garganta se escucha un aliento grave, como un fuerte
remolino que sale de su interior y succiona lo que halla a
su paso. Los objetos de la habitación comienzan a temblar.
Algunos caen y son arrastrados. Pa y Ma se toman de las
manos tratando de resistirse a ser tragados por la garganta.
Se estiran como muñecos de goma. Chico intenta socorrerlos
y, con fuerza, sujeta a ambos por la cintura, pero la garganta
lo despoja de su capucha y se la traga. Chico tapa su rostro
con las manos antes de ser reconocido. De inmediato, cesa el
turbulento aliento caníbal de la garganta. Los tres se quedan
mirando el cartel de publicidad con estupor e incredulidad.)
PA. ¡Díos mío, qué peligro es estar cerca de la ópera!
MA. Casi muero del susto…
CHICO. ¡Qué lástima! Me había acostumbrado a estar sin
rostro.
(Lentamente, Chico aparta las manos de su cara. Al momento
se oscurece el rostro de El Ahorcado y desaparece su cabeza.
Chico ahora tiene el rostro del muerto que cuelga.)
PA. ¿Chico, y si la policía nos encuentra?
CHICO. No los van a encontrar. Yo me deshice de cualquier
rastro antes de llegar acá con ustedes.
PA. Mataste a La Madre Superiora.
CHICO. No, sólo la noqueé. Además nadie me reconoció.
¿Quién podía reconocer a un encapuchado? Es muy difícil
que unos ancianos con demencia senil puedan darle una
pista a la policía. Además, estos tendrían miedo de prolongar
la investigación hasta acá. No quieren que a ningún otro le
vuelva a pasar lo que ocurrió con su compañero. El Vigilante
de la garita se quedó dormido con aquel café que le obsequié
cargado de barbitúricos. Despertará dentro de tres días, si es
que despierta… ¿no lo mataste?
PA. No, sólo le arrebaté el arma.
CHICO. ¡Que raro! Yo oí un disparo, mientras te esperábamos
dentro de la camioneta.

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PA. No… No… Pero yo sí vi que tirada en el piso estaba La
Madre Superiora sangrando a borbotones por la cabeza.
No debiste haber llevado ese martillo. Con una pistola de
juguete hubiera sido más que suficiente para despojarla de su
vestimenta.
MA. Pobrecita, le encantaba rezar. Seguro que si se salva de
ese golpe en la cabeza, comenzará a rezar El Padre Nuestro
al revés.
CHICO. Ah, ahora me reprochan que los haya secuestrado
del destino que les esperaba. Si no hubiese sido por mí,
todavía estarían confinados en ese ancianato donde el
tiempo envejecía más rápido que ustedes. ¿Podrías dejar de
apuntarme?
PA. Perdón. No soy yo. Es la escopeta. Tiene esa costumbre…
MA. Sangro… ( Se toca la frente por donde ha comenzado a
sangrar.) mucho…
CHICO. Es una ilusión, Ma. No tienes porqué sangrar de
verdad. Sólo estás disfrazada de La Madre Superiora. (La
despoja de la cofia de monja que lleva en la cabeza.) Ahora
volverás a ser tú…
MA. Miren… (Intrigada, deteniéndose en la figura de El
Ahorcado que se balancea con el crujir de la viga del techo…)
¿ustedes ven lo que yo estoy mirando…?
CHICO. ¿Qué cosa?
MA. Un hombre cuelga del techo.
PA. El espíritu del suicida. O es una sombra que te confunde…
y se proyecta en alguna parte de tu mente.
CHICO. Aquí no hay ningún muerto. Solo ronda su ausencia.
Se los he dicho. Ma, tómate la pastilla… creo que has
comenzado a ver alucinaciones. (Se oye un timbre.) Me llaman
de la recepción… debo volver a mi trabajo. Me llevaré el reloj,
para que la idea del tiempo no los atormente. (Descuelga un
inmenso reloj de pared.) Hasta luego…
PA. Espera, ¿en qué número de habitación estamos?

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CHICO. ¿Por qué lo preguntas?
PA. Por si necesitamos llamarte para que nos socorras.
CHICO. Esta habitación no tiene número
PA. ¿No existe?
CHICO. Exactamente.
PA. Y, entonces, ¿qué hace ese teléfono ahí? (Señala un viejo
teléfono ubicado sobre la mesita de un rincón.)
CHICO. De adorno. Es simplemente un adorno. No se puede
llamar ni recibir llamadas. El último que lo usó ya no reside
en este mundo. Adiós. (Sale abandonando la habitación y de
inmediato se oye repicar al teléfono.)
(Pa queda petrificado. El teléfono vuelve a sonar. Ma anima
a Pa a tomarlo. Pa se acerca al teléfono y levanta el auricular.
Se ilumina de nuevo el rostro de El Ahorcado.)
PA. (No sabe cómo reaccionar. Tartamudea con el teléfono
en la mano.) Aló… ¿ quién es?
EL AHORCADO. La voz del ahorcado…
PA. ¿El muerto?
EL AHORCADO. Sí.
PA. ¿Willy?
EL AHORCADO. Sí.
(Pa suelta el teléfono y lo apunta de inmediato con la
escopeta.)
EL TELÉFONO. ¿A quién piensa matar?
LA ESCOPETA. (Separándose de las manos de Pa.) A nadie…
yo solo soy una escopeta descargada. No tengo balas ni
siquiera para suicidarme.

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Escena II

(En la recepción del hotel. Chico y El Dueño del Hotel


conversan. Chico está ubicado en su puesto de trabajo
sentado en un banco alto. Tras de sí, cuelgan las llaves de
las habitaciones.)
EL DUEÑO DEL HOTEL. (Sentado en un viejo sofá. Revisa
un documento.) ¿Estás seguro de que esta póliza de seguro es
del par de viejos?
CHICO. Sí, señor.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Y tú eres el heredero?
CHICO. Sí, señor.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿El único?
CHICO. Sí, señor.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Algún familiar que les sobreviva…
un hijo?
CHICO. No, señor. El único que existía no volverá a cantar
ópera.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Ah. Pierde cuidado. Desde su
muerte nadie ha vuelto a alojarse en este hotel. El desgraciado
me destruyó el negocio. ¿No pudiste matarlo antes o en otra
parte?
CHICO. En realidad, me enternecía oírlo cantar. Quizá por eso
no me apuré. Me enseñó a cantar. Ensayaba con él. Podríamos
cambiarle el nombre.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿A quién?

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CHICO. Al hotel.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Imposible. La leyenda nos
perseguiría... es como la mala suerte.
CHICO. Justamente. La aprovecharemos… Afuera podríamos
poner un aviso luminoso que diga… La Balada del Ahorcado…
o La Ópera del Suicida.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¡No, no! Cómo se te ocurre. Eso
es tétrico. Nadie se detendría a alojarse en un hotel que
tenga ese nombre… lo más, a echar gasolina en la bomba, y
eso si el miedo los deja… Saldrían espantados dentro de sus
automóviles.
(Repentinamente, se oye cantar el aria de La Ópera del
Suicida. El Dueño del Hotel y Chico se miran demudados.)
CHICO. (Llevándose la mano a la garganta.) Estoy… creo
que estoy…está cantando.
EL DUEÑO DEL HOTEL ¡Regresó el coño e’madre!
CHICO. Imposible.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Cómo que imposible?... ¡Está
cantando!
CHICO. Podemos estar alucinando, señor. Hay alucinaciones
auditivas. Lo mismo les ocurre a los viejos.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¡Pero nosotros no somos viejos!
CHICO. El Ahorcado se ha convertido en nuestra obsesión.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Estás seguro de que lo mataste?
CHICO. Absolutamente. Yo mismo lo ahorqué con estas
manos y lo colgué del techo de la habitación que no existe.
Usted mismo lo enterró a la sombra de ese árbol amarillo
poblado de pájaros negros.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Eso fue lo que declaré a la policía.
No era mi hermano.
CHICO. Pero yo tampoco soy el hijo de esos ancianos. Eso fue
lo que les hice creer y lo que les dije para que firmaran pronto
la póliza del seguro....

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EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Y entonces, quién canta?
CHICO. Yo, señor. Perdóneme, pero desde que asesiné a ese
cantante de ópera, un deseo ciego de cantar me persigue.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Ah. Ahora te la das de jodedor…
CHICO. No, es cierto. Se lo juro por mi madre, señor.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Te has encariñado con los viejos,
no?
CHICO. La costumbre de cuidarlos y atenderlos, señor. Pero
no se preocupe, del amor al odio sólo hay un paso. Juro que
los mataré más pronto que al hijo. Nada me distraerá. Nada
me detendrá. Ellos no tienen ninguna virtud ni capacidad
para sobrevivir. La vejez es fea…
(Comienza a cantar de nuevo el aria de La Ópera del Suicida.)
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¡Dios! No lo puedo creer… ¡Es
increíble!.... ¡Cantas más bello que el ahorcado!
CHICO. ¿Usted cree, señor?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Absolutamente. Pavarotti se
quedaría pendejo.
CHICO. No se burle.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Te estoy diciendo la verdad. Si no lo
creyera, no te lo diría.
CHICO. Gracias, Señor…. Se lo agradezco… Me esmero…Eso
sí, trato de hacerlo lo mejor posible..Practico en el sótano del
hotel todos los días. Las ratas son mis espectadores…
EL DUEÑO DEL HOTEL. Hasta has comenzado a parecerte
al ahorcado. Tienes el mismo porte. Un poco más flaco, pero
la cara es idéntica.
CHICO. No me había fijado, señor. Hace tiempo que no me
miro en los espejos.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Quieres mirarte?
CHICO. ¡No!, me aterra la idea de saber quien soy yo.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Te imaginas?... Si remodelamos

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el hotel, tendríamos una clientela exquisita que solo vendrá a
alojarse al hotel a ver el repertorio de la temporadas de ópera.
Tú serías la estrella. ¿Qué te parece?
CHICO. Es una idea fabulosa, señor.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Bueno, a ponerla en marcha.
Necesitamos el capital.
CHICO. ¿Cómo quiere que me deshaga de ellos?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Con un susto.
CHICO. Pero éstos no parecen asustarse con nada.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Habrá una fórmula. Invéntala.
CHICO. Sí, señor.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Una vez que cobremos la póliza del
seguro empezaremos a remodelar el hotel con arquitectos,
ingenieros y albañiles.
CHICO. ¿Con mi herencia?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Somos socios. ¿O no?
CHICO. Sí, señor. Perdone, lo había olvidado.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Fifty, fifty.

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Escena III

(Ma está parada ante una mesa, sobre la que se halla


la maleta abierta. Saca ropa de su interior que ordena
cuidadosamente dentro de un escaparate inmerso en la
penumbra. Pa está sentado en una silla. Con un pedazo de pan
en la mano, hace bolitas que lanza dentro de la garganta de
la boca abierta del cartel. La boca parece abrirse y cerrarse
cada vez que traga una de las bolitas. Pa ríe como un niño
travieso las veces que logra introducir algunas de las bolitas
dentro de la garganta. De repente, El Ahorcado levanta
una mano e intenta zafarse la cuerda del cuello. No puede.
Su mirada extraviada se fija en la presencia de Ma, que se
moviliza de la mesa al escaparate con pasos cortos, lentos y
eternos.)
EL AHORCADO. Ma...
MA. Sí… (Deteniéndose.) ¿Quién me llama?
EL AHORCADO. Mamá… soy yo.
MA. ¿Quién es?
EL AHORCADO. Tu hijo…
MA. ¿Mi hijo?
EL AHORCADO. Sí…
MA. PA… ¿nosotros alguna vez tuvimos un hijo?
PA. Que yo recuerde, no. A menos que halla uno por allí de
contrabando. Je. Je…
MA. Te lo pregunto porque una voz me acaba de llamar
¨mamá¨.

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EL AHORCADO. Willy…
MA. Willy…
PA. Ese nombre me es familiar. A ver, ¿dónde lo oí mencionar?
(Camina por la habitación tratando de recordar.)Willy…
Willy…
MA. Aquí…. Fue aquí donde lo oíste. Hace un momento.
(Señalando.) ¡Es El Ahorcado!
EL AHORCADO. ¿Podrían bajarme de aquí, por favor?
PA. Pues sí, claro. No faltaba más. Debe ser incómodo estar
colgado del cabello de una mala mujer.
EL AHORCADO. Eso es una patraña. En realidad estoy
colgado de una cuerda con la que amarraban al burro que
pastaba allá afuera, a la sombra del árbol amarillo cargado
de pájaros negros…. (La silla se arrastra por sí misma hasta
debajo de los pies de El Ahorcado. Este se apoya sobre ella
y, con las dos manos, desata la cuerda que con un lazo lo
sujeta al cuello. Sin embargo, se la volverá a poner y andará
con ella como un miembro más de su cuerpo.) Que silla tan
generosa…. No hay nada mejor que una silla con vida propia.
Gracias, es usted muy amable.
MA. Pobrecito…. Se te ve pálido y desnutrido, ¿has sufrido
mucho?
EL AHORCADO. Demasiado… me faltaba el aire… no podía
tragar ni mi propia saliva.
PA. Estar muerto y no poder comer debe de ser terrible.
EL AHORCADO. Así es. En la muerte nadie lo alimenta a uno.
MA. Espera. Porque antes de venir para acá preparé unos
emparedados de atún, ¿te gusta el atún?
EL AHORCADO. Prefiero el bacalao.
MA. Qué casualidad. También traje un emparedado de
bacalao. El mismo que te gustaba cuando eras un niño. (Se
dispone a sacar los emparedados del interior de la maleta.) Pa
saca el mantel y sirve la mesa.

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PA. Eso le toca hacerlo a las mujeres.
MA. No te pongas con esas tonterías, machista redomado.
Tenemos que darle la bienvenida a nuestro hijo.
PA. ¿A nuestro hijo?
MA: Pues claro, tuvimos un hijo. Ahora he empezado a
recordar…. Perdona hijo, pero la vejez nos hace olvidar lo que
una vez tuvimos.
PA. (Reconociéndolo y abrazándolo.) ¡Hijo! ¡Qué alegría….
tanto tiempo, imagino que ahora eres una estrella de fútbol!
EL AHORCADO. No, papá. Me dediqué a la ópera…
PA. No seguiste mi consejo.
EL AHORCADO. Seguí mi corazón. Por eso me fui del hogar
aquella vez cuando no estuviste de acuerdo con mi decisión
y me pegaste. Sin embargo, llegué a ser el cantante de ópera
que soñé. Lo triste es que ahora no tengo espectadores que
puedan oírme. De un tiempo para acá, nadie me oye…
PA. ¿Por qué?
EL AHORCADO. Porque esa es otra de las desgracias de estar
muerto. Nadie es capaz de oír a un muerto cantar.
MA. Canta para nosotros, hijo mío. Tus padres te oirán y se
sentirán orgullosos de ti. Imagínate que estás en el teatro de
la ópera de Milán. Nosotros estamos en la primera fila de las
butacas, ansiosos de que comiences a cantar.
PA. Sí, hijo. ¡Cántanos un vallenato o una ranchera!
MA. ¡No, por favor, Pa! No seas vulgar. Nuestro hijo se dedicó
al canto lírico. A algo tan sublime que el mundo de los vivos no
puede apreciar. Se fue de la casa por eso. Ahora regresó hecho
una estrella y nosotros ya estamos en la mejor capacidad de
oírlo.
PA. Perdona, hijo. Pero es que soy fanático de Los Corraleros
del Majagual y de Los Tigres del Norte.
EL AHORCADO. No te preocupes, papá. Comprendo tus
gustos mundanos. Pero podría cantarte una versión que hice

29
de La Puerta Negra cuando estuve en México.
PA. ¡Ay, hijo!.... ¡Eso sería lo máximo!
EL AHORCADO. Ese era el regalo que te traía de tan lejos.
No te pongas celosa, mamá. Porque a ti habrá de gustarte
también. Óyela…
(Willy comienza a cantar la versión en ópera de La Puerta
Negra de Los Tigres del Norte. Pa, entusiasmado, baila
con Ma con un frenesí inusual. Al terminar de cantar, los
ancianos aplauden a su hijo. Este hace lo mismo para con
ellos.)
MA. Gracias, hijo. Nos has brindado un momento de felicidad
que nunca tuvimos en el ancianato.
EL AHORCADO. ¡Qué lástima!, porque mi intención, después
de llegar de una gira por el extranjero, era dedicarme por
entero a cuidarlos y cantarles esa última ópera que compuse.
Porque también soy compositor. Pero la mala suerte me
detuvo en este hotel donde me arrebataron la vida.
PA. Entonces, ¿no te suicidaste?
EL AHORCADO. ¿Cómo habría de hacerlo, si había conocido
el éxito? (Señalando el cartel.) La boca que grita en ese cartel
apenas es un pedazo de la fama que tuve.
MA. Santo Dios, te arrebataron la vida sin pedirte permiso. Ya
decía yo que aquí se había cometido un crimen.
PA. Espera. Tú estuviste con nosotros en el ancianato.
EL AHORCADO. Jamás.
MA. Nos cuidaste…. Te ocupaste de nuestras necesidades. Nos
llevabas al baño, nos dabas de comer Por un tiempo dormiste
en el piso para velar por nuestro sueño.
EL AHORCADO. Nunca.
PA.- Nos dabas las medicinas… y cuando desvariábamos nos
pegabas con la correa.
MA. Pero no sentíamos dolor porque, en ese momento,
nuestra conciencia estaba de vacaciones.

30
EL AHORCADO. Imposible. Un hijo es incapaz de pegarles a
sus padres.
PA. Entonces, ¿Quién nos trajo hasta acá?
EL AHORCADO. Un farsante que no soy yo.
MA. Chico, se hacía llamar Chico. No sé por qué usaba ese
sobrenombre si tú te llamas Willy.
PA. Tú le decías Chico hasta los cinco años.
MA. Es verdad.
PA. Menos mal que hemos comenzado a armar los recuerdos.
Debemos escapar de aquí. Lo poco que nos queda de vida
corre peligro. Escapemos…
MA. ¿Hacia adónde?
PA. Hacia ninguna parte.
EL AHORCADO. Yo ya no puedo escapar. Estoy muerto.
PA. Hijo…. Acércate. (El Ahorcado se acerca.) Sé que no es
el momento. No quiero ser indelicado. Pero… una pregunta
me acosa
EL AHORCADO. ¿Cuál, papá?
PA. ¿Por qué de la bragueta de tu pantalón ha comenzado a
salir esa enorme erección?
EL AHORCADO. (Tapándose la entrepierna.) ¡Qué pena,
papá!... No lo puedo evitar. Qué feo. Es la vergüenza mayor
que padecemos los ahorcados.
PA. Sí, es vergonzoso. Las únicas que deberían ahorcarse son
las mujeres para no pasar por esa humillación.
MA. No tienes por qué apenarte hijo. (A Pa.) Envidia debería
darte…. Viejo baboso. Hijo, si te contara la mala vida que me
dio tu padre, mientras estuvo todos estos años en el ancianato
conmigo. A medianoche se levantaba y perseguía a aquellas
viejas desnudas que sonámbulas deambulaban por los
pasillos… como si con eso que le cuelga entre las piernas iba a
lograr lo que muy bien habrías podido tú.

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PA. No es cierto, hijo. Salía de la habitación porque no
soportaba sus ronquidos. Tu madre ronca peor que una
lavadora en la madrugada.
EL AHORCADO. No peleen, por favor. Es inútil pelear cuando
no hay nada que hacer en un mundo que no existe…

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Escena IV

(Es de noche. En la orilla de una larga carretera se hallan


El Dueño del Hotel y Chico. El primero lleva una linterna, el
segundo, unos binoculares. El resplandor de las llamas de
un incendio relumbra sobre sus figuras. Al fondo, el árbol
amarillo poblado de pájaros negros se balancea. El cielo está
teñido en sangre.)
CHICO. (Mirando a lo lejos con los binoculares.) Está
ardiendo. Un demonio hambriento lo consume todo.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¡Me excita el fuego! (Frotándose
las manos. Con los ojos encendidos.) Es como hacer el amor
en medio del crepitar de las llamas.
CHICO. Mientras el placer no se queme… que la carne lo
disfrute.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Opción que no tenían los judíos en
los hornos crematorios. Con razón, algunos hacían el amor
desaforadamente antes de ser quemados.
CHICO. ¿Cómo sabe eso, señor?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Mi padre era uno de los encargados
de introducirlos en los hornos. Antes los bañaba y los rapaba
hasta dejarlos como una bola de billar. (Desabotona su camisa
y se descubre el pecho.) ¿Ves este colmillo de oro que cuelga
de mi cuello?
CHICO. Sí, ¿de quién era?
EL DUEÑO DEL HOTEL. De una de las víctimas. Mi padre se
lo arrancó con un alicate.

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CHICO. ¿Su padre también era judío?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Sí, los judíos también se ocuparon
del exterminio.
CHICO. Como usted.
EL DUEÑO DEL HOTEL. (Sonríe.) Pues sí. La historia se
repite. No nos vayamos hasta que el hotel se halla convertido
en cenizas. “Polvo eres y en polvo te convertirás”.
CHICO. Sí, señor. Pero temo que el resplandor se vea a lo
lejos y algún vecino llame a los bomberos o a la policía.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Ningún vecino los llamará. Todos los
que vivían por aquí se fueron porque pensaron que, en aquel
entonces, lo que yo iba a construir era un hotel de putas. Un
vulgar matadero. No olvides que protestaron su construcción
ante la municipalidad. Aquí vivía una comunidad de puritanos
y evangélicos. Los mismos que construyeron el ancianato en
El Valle de la Muerte.
CHICO. Menos mal que usted tuvo influencias y el gobernador
lo autorizó. Pero, ¿por qué después la Iglesia cristiana terminó
apoderándose y administrando el ancianato?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Tener poder es divino. Y la Iglesia
Católica no escapa a ello. Si no, pregúntale al Obispo. Ahora
entiendo más que nunca a Dios. Que todo lo da y todo lo
quita. (Ríe a carcajadas.) ¡Ja, ja, ja!
CHICO. (Mirando por los binoculares.) La bomba de la
gasolina puede estallar en cualquier momento, señor.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Que estalle. Eso es lo que yo quiero.
CHICO. Alguien se ha detenido en la bomba, señor.
EL DUEÑO DEL HOTEL. A ver. (Le quita los binoculares y
mira.) Lo conozco. Ese es el camión de un estúpido borracho
que se quedó sin gasolina.
CHICO. (Vuelve a tomar los binoculares.) Ahora dos personas
se bajan del camión, cubiertas con mantas. Se dirigen a
la entrada del hotel. Hay que avisarles. Pueden morir en la
explosión. ¡La bomba va a estallar!

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EL DUEÑO DEL HOTEL. Que mueran también. Cuando
todos los testigos desaparezcan, no habrá juicio, ni juez, ni
sentencia.
CHICO. Es extraño que alguien quiera alojarse en un hotel en
llamas.
EL DUEÑO DEL HOTEL. La estupidez es humana. Mi padre
siempre me lo decía.
CHICO. El humo negro lo envuelve todo. El cielo se oscurece
y desaparece. Ya no hay estrellas ni luna que se asome. La
noche se hace más honda. (Se oye una explosión.) ¡Santo
Díos, el mundo retumba! A esta hora la pareja de ancianos
debe haber muerto devorada por las llamas.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Igual el fantasma de El Ahorcado.
CHICO. (Aprensivo.) ¿Usted cree, señor?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Sin duda. No volverá a perseguirnos,
a acosarnos. El primer crimen siempre atormenta. Es como la
culpa que te delata. ¿No te das cuenta de que lo de los viejos
fue más fácil?.
CHICO. Sí, con ellos no tengo ningún remordimiento ni pena.
Pero cuando pienso en el fantasma de El Ahorcado, me dan
ganas de llorar y quisiera ser él… cantaba tan bonito.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Desempólvate de tu sentimen-
talismo, porque ahora construiremos un hotel nuevo. Con
la nostalgia no se llega lejos. El pasado no da dividendos. El
progreso no tiene escrúpulos.
CHICO. (Enjugándose las lágrimas.) Ya he pensado en el
repertorio. Todas las noches habrá un menú nutrido para los
huéspedes. Mientras coman me oirán cantar…
EL DUEÑO DEL HOTEL. Así me gusta. Menos mal que
desechamos la idea de la renovación del viejo hotel. No tenía
sentido salvar lo que ya se había deteriorado. Era como una
poceta vieja y descompuesta que nadie usa.
CHICO. Pero nos quedó su leyenda…
EL DUEÑO DEL HOTEL. Lo único que sobrevivió...

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CHICO. La Ópera del Suicida.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Ya veo el aviso luminoso elevarse
sobre las alturas...
CHICO. El hotel será como la montaña que le faltaba a este
desierto.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Así es.
CHICO. Señor…
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Qué pasa?
CHICO. Alguien viene por el medio de la carretera.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Quién será?
CHICO. No sé. No se distingue. Está muy oscuro ahora.
EL DUEÑO DEL HOTEL: Espera. Alumbraré con mi linterna.
(Alumbra con un círculo de luz hacia la larga carretera.) Yo
no veo nada. Soy corto de vista. ¿Qué ves tú?
CHICO. (Tomando la linterna y alumbrando.) No veo nada
tampoco.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Pero dijiste que algo se acercaba.
CHICO. Sí, pero a lo mejor se escondió entre el humo y las
sombras.
EL DUEÑO DEL HOTEL. No me asustes. ¿Era una persona?,
¿un ánima en pena?
CHICO. No lo pude distinguir bien.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Dígame si los ancianos sobrevi-
vieron. Recuerdo que mi padre me contó que un hombre logró
sobrevivir a las altas temperaturas de un horno crematorio.
Los científicos del Tercer Reich no se explicaron tan curioso
fenómeno. Después lo usaron para que testimoniara los
estertores últimos de la agonía en la incineración de los
cuerpos.
CHICO. ¡Qué estúpidos fuimos!..... El fuego nunca los alcanzó,
porque la habitación no existe.

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EL DUEÑO DEL HOTEL. ¡Santo Dios!
CHICO. ¿Qué pasa?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Algo se ha posado en mi hombro.
CHICO. Es un pájaro negro…. (Toma el pájaro negro que se
ha posado en el hombro de El Dueño del Hotel. Lo examina
y extiende sus alas. La cabeza del pájaro cuelga hacia un
lado.) No puede volar, señor. El aire se ha vuelto tan pesado
con el humo y las cenizas, que el pájaro no puede volar, pero
tampoco podría ver hacia qué destino se dirige…
(Progresivamente la carretera comienza a llenarse de
pájaros negros que deambulan por doquier. El Dueño del
Hotel y Chico se miran asombrados e impávidos ante la
multitud de pájaros negros que los rodean.)

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Escena V

(El Ahorcado, Pa y Ma están sentados en el piso de la


habitación del hotel, en torno al árbol amarillo cargado de
pájaros negros. Los tres comen los emparedados como si
estuvieran disfrutando de un picnic en el campo.)
EL AHORCADO. (Inspirado.) No hay nada mejor que comer
al aire libre con la familia. Sobre todo, en el lugar donde me
hallo enterrado. A la sombra de este árbol amarillo, con el
canto de estos pájaros negros que rinden tributo a mi memoria.
(Dirigiéndose a Ma y PA.) En los grandes restaurantes de
Viena siempre los extrañaba.
MA. Qué triste. Estábamos tan engañados con ese farsante de
Chico que pensábamos que, cuando comíamos, lo hacíamos
junto a ti.
PA. Me da rabia de sólo pensarlo. ¡Quiero matar a Chico
ahora mismo! (Inesperadamente apunta a El Ahorcado con
la escopeta.)
EL AHORCADO. (Apartando a un lado el cañón de la
escopeta.) Por favor, Pa. No me apuntes con esa escopeta.
PA. Perdona, hijo. No soy yo. Es ella. Pero está descargada. La
última bala que tenía creo que la alojó en el estómago de un
hombre…
EL AHORCADO. Lo importante es que ahora estamos juntos.
En familia. Aunque esta cuerda me cuelgue del cuello como
un malo e infausto recuerdo…

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MA. (Pasa su mano por la cuerda. La acaricia. ) No sé por
qué se parece al cabello largo de una mujer.
EL AHORCADO. Una vez conocí una mujer muy bella. Con
una larga cabellera dorada. Era tan larga que podía envolver
mi desnudez.
MA. ¿Y te enamoraste?
EL AHORCADO. Enloquecidamente, ¡la adoré!
MA. ¿Pensaste en lanzarte al agua?... ¿eh?, picarón…
EL AHORCADO. Estuve a punto.
MA. Nos hubiera encantado estar en tu matrimonio.
EL AHORCADO. Yo mismo hubiera cantado el ave María de
Giuseppe Verdi.
(El Ahorcado se levanta y comienza a cantar el Ave María.
Al terminar, Ma y Pa lo aplauden fervorosamente gritando:
¨¡Bravo!¨, ¨¡bravo!¨. El Ahorcado saca un pañuelo blanco y
se inclina con una venia de agradecimiento.)
PA. (Se le acerca y le pregunta en voz baja.) Dime, hijo, ¿y
cómo fue tu primera noche en la cama con ella?
MA. ¿Cómo se te ocurre preguntar eso?
EL AHORCADO. No pudo haber noche de bodas.
MA. ¿Por qué, hijo mío?
EL AHORCADO. Porque era el vivo retrato tuyo, mamá.
PA. ¡Ay, hijo, de lo que te perdiste!
EL AHORCADO. ¡Imposible! Hubiese sido como si me
acostara con mi madre (Introduce una mano en el bolsillo de
su flux y saca una fotografía.) Esta es su foto.
MA. (Tomándola.) Idéntica. Soy yo.
PA. ¿Y qué hacías tú con nuestro hijo en Viena?
MA. Impertinente.
PA. (Mirando la fotografía.) Tenía caderas, ¿no?

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EL AHORCADO. Sí, unas bellas curvas.
PA. ¿Cómo se llamaba?
EL AHORCADO. Rapunzel…
PA. Rapunzel… qué casualidad, tuve una amante con ese
nombre. Pero tu mamá la desfiguró con una navaja cuando
nos descubrió. Desde entonces, la pobre se precipitó en la
desgracia. Ningún hombre volvió a fijarse en ella. Entonces,
no le quedó otro camino que meterse a puta. En el burdel
donde trabajaba la llamaban La Mapamundi.
(De pronto, un pájaro cae en el piso. MA se acerca, se
arrodilla y se le queda mirando.)
MA. Hola, pajarito… ¿eres feliz? ( Después de una pausa.)
Creo que está muerto.
EL AHORCADO. ¿No sienten un olor a quemado?
PA. Sí…
MA. Está entrando humo negro por la ventana…
(Comienzan a oírse golpes desesperados a la puerta.)
EL AHORCADO. ¿Quién es?.... ¿quién llama a la puerta?
UNA VOZ. ¡Soy yo, La Madre Superiora! ¡Abran!
OTRA VOZ. ¡Abran, el hotel se está quemando y tienen que
escapar! ¡Hemos venido a salvarlos!
MA. (Cae de rodillas.) ¡Madre Superiora, Dios la tenga en su
santa gloria!
LA VOZ. ¡En la gloria no, en la tierra!
OTRA VOZ. ¡Así que abran la puerta, vamos!, ¡aún estamos a
tiempo!, ¡he retrasado las agujas del reloj!
PA. (Cae de rodillas.) ¡Oh, perdóneme señor vigilante! La
escopeta se disparó sin yo darme cuenta…. ¿le dolió el
balazo?, ¿está vivo aún?
OTRA VOZ. ¡Eso no importa ahora!, ¡ábrannos la puerta!
EL AHORCADO. ¡Voy!, ¡yo abriré! (Abre la puerta. De

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inmediato entran a la habitación La Madre Superiora y El
Vigilante.)
LA MADRE SUPERIORA. (Con una venda en la cabeza.)
Vamos, recojan sus cosas…. Vuelvan a guardar todo en la
maleta. Debemos desalojar pronto el hotel.
EL VIGILANTE. ¡Déme esa escopeta! (Desarma a Pa.) Usted
es muy viejo para usar armas de fuego…
MA. Yo se lo dije… hace rato quería salir de cacería a matar
pájaros negros.
EL VIGILANTE. (Apuntando a El Ahorcado.) ¡Y usted,
levante las manos!
(El Ahorcado levanta las manos.)
EL AHORCADO. Pero, ¿por qué?, ¿qué he hecho yo?
MA. ¡No! ¡El no es el que usted piensa!
EL VIGILANTE. ¿Quién es, entonces?
PA. El que es, pero que no es, ¿cómo me explico?
EL AHORCADO. Yo no soy Chico … yo soy Willy.
EL VIGILANTE. ¿Willy qué? ... William Shakespeare?
EL AHORCADO. El cantante de ópera.
EL VIGILANTE. Eso es lo que te espera… cantar en la policía.
¡Vamos, está detenido!
MA. Es mi verdadero hijo, señor vigilante. El otro es un
farsante que, de tanto admirarlo, se transformó en él.
Entonces, la pobreza de ser un don nadie lo indujo a delinquir.
Se hizo pasar por nuestro hijo en el ancianato… quería heredar
nuestra fortuna.
EL AHORCADO. La otra parte de la historia aconteció en esta
habitación…. Me mataron. Esta cuerda que me cuelga del
cuello es testigo de excepción de lo que me hicieron la noche
que ensayaba por primera vez La Ópera del Suicida. ¿Quieren
oírla?
LA MADRE SUPERIORA. ¿Dará tiempo?

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EL VIGILANTE. Sólo un instante.
MA. Les va a gustar. Mi hijo canta como los ángeles. Lástima
que esté muerto.
LA MADRE SUPERIORA. Todos estamos muertos.
(Señalando a Ma y a Pa.) Inclusive, ustedes también.
PA. No puede ser…
EL VIGILANTE. ¿Cree que el balazo que me metió en el
estómago me iba a dejar vivo?
LA MADRE SUPERIORA. Igual, el martillazo que me descargó
Chico en la cabeza me aplastó los sesos. Ahora ni siquiera
puedo rezar en el más allá…
MA. Es una verdadera lástima. Entonces, ¿nosotros también
estamos muertos?
EL VIGILANTE. Pues, claro, Chico los mató antes de traerlos
a la habitación de este hotel.
PA. Con razón tengo la sensación de un tiempo para acá de
que no existo.
LA MADRE SUPERIORA. Pero no se aflijan, nosotros le
haremos compañía. Si les contara cómo fue vuestro funeral. En
el ancianato se les hizo un velorio que fue una preciosura. Los
metimos en el ataúd, vestidos de blanco y con un maquillaje
que les devolvió la juventud. A ella, le pusimos una rosa en el
pelo, y a él, un clavel en el pecho. Ahora todos los viejos están
apurados por morirse pronto… ¡ja,ja,ja!
EL AHORCADO. Entonces… ¿canto o no?
EL VIGILANTE. Pues sí…. cante… pero que no se le vayan los
gallos.
LA MADRE SUPERIORA. No te burles de un artista. (A El
Ahorcado.) Compréndalo… (En voz baja.) La chusma no sabe
valorar el arte.
(El Ahorcado canta La Ópera del Suicida. Los pájaros
negros comienzan a caer del árbol amarillo, muertos.)

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Escena VI

(La oficina principal de Seguros la Seguridad. Sobre la mesa


amplia del escritorio de vidrio pulimentado, se encuentra
una cabeza decapitada. Detrás de la mesa, un torso sin
cabeza. La cabeza hablará y gesticulará al compás de los
movimientos del torso de un hombre vestido con corbata y
flux elegante.)
EL HOMBRE SIN CABEZA. Son las normas del seguro, no
podemos pagar una póliza inexistente.
CHICO. Pero esta póliza tiene el membrete de la empresa. Allí
está su firma y la de mis padres…
EL HOMBRE SIN CABEZA. Los farsantes acechan, mucho
más los falsificadores.
CHICO. ¿Qué me quiere decir?
EL HOMBRE SIN CABEZA. Lo que exactamente te han dicho
mis palabras.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Estoy arruinado. Me hice ilusiones
con el cobro de la póliza…
EL HOMBRE SIN CABEZA. La seguridad es lo más importante.
De ahí el nombre de nuestra empresa: Seguros la Seguridad.
CHICO. Yo no lo engañé, señor. Fue la mala suerte. O los
fantasmas del camino.
EL HOMBRE SIN CABEZA. A ver, ¿por qué está arruinado?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Lo único que tenía lo perdí.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Hábleme claro.

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CHICO. Perdió su único bien y capital.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Precise.
EL DUEÑO DEL HOTEL. (Abatido.) Mi hotel. Perdí mi hotel.
EL HOMBRE SIN CABEZA. ¿Cómo?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Entre las llamas de un fuego
devastador.
EL HOMBRE SIN CABEZA. ¿El inmueble no estaba
asegurado?
EL DUEÑO DEL HOTEL. No.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Malo, malo. Es decir, usted no es
un hombre previsivo.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Quedé al descubierto. Nunca lo fui.
CHICO. Me siento culpable, señor.
EL HOMBRE SIN CABEZA. ¿Qué parentesco tiene el Chico
con usted?
CHICO. ¿Cómo usted sabe mi nombre?
EL HOMBRE SIN CABEZA. ¿Nombre? Que yo sepa, no he
pronunciado ningún nombre.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Lo llaman Chico, por eso el
sobresalto.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Más que eso. Reaccionó como
si alguien lo estuviera acusando de algo. No sé, pero los
corredores de seguro tenemos olfato.
CHICO. ¿Usted cree que yo soy culpable?
EL HOMBRE SIN CABEZA. No fui yo quien lo dijo, fue usted.
Pero su verdadero nombre es Willy…. ¿no?, aquí en la póliza
lo afirma usted con su firma.
CHICO. Sí, señor.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Trabajaba en la recepción del
hotel…por eso está abatido. La pérdida del hotel le duele tanto
como a mí. Teníamos planes….
EL HOMBRE SIN CABEZA. ¿Y sus padres dónde vivían?

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CHICO. En El Valle de la Muerte… en un ancianato que está
cerca de allí. En realidad es un paraíso, en medio de la nada.
Lo administran unas monjas que trabajaron con la Madre
Teresa de Calcuta.
EL HOMBRE SIN CABEZA. La prensa de hoy dice que dos
ancianos murieron envenenados en el ancianato…
CHICO. Sí, eso es lo que dicen.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Pero pareciera que le afecta más
la pérdida del hotel.
CHICO. Ambas son dos pérdidas irreparables…
EL HOMBRE SIN CABEZA. ¿Tanto quería a sus padres?
CHICO. Por supuesto, señor.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Para cobrar una póliza, el
seguro debe abrir una investigación de las causas del deceso
del titular… antes el beneficiario no podría cobrar la suma
asegurada, ¿lo sabía?
CHICO. No, no lo sabía.
EL HOMBRE SIN CABEZA. ¡Dios! Pero, ¿estoy ante
quiénes?, ¿unos cándidos? Lo que quiero decirle, es que si la
póliza hubiera sido legal, hoy usted no estuviera cobrando.
Es más, la policía lo busca a usted porque desapareció,
inexplicablemente, después de la muerte de sus padres…
CHICO. Ese no era yo… quiero decir, era otro el que cuidaba
a mis padres. Yo pagaba sus servicios con lo que ganaba en el
hotel…
EL HOMBRE SIN CABEZA. Pero la fotografía que aparece en
la prensa y en los noticieros de televisión es la suya…
CHICO. Puede ser un farsante que usurpó mi identidad…
EL HOMBRE SIN CABEZA. ¿Gemelos?, ¿cirugía plástica?
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¡Pare!, ¡pare, por favor! Nosotros
nos vamos y aquí no ha pasado nada. Clausurado.
EL HOMBRE SIN CABEZA. No, no. Aquí ha pasado mucho.
Esta mañana ha sido fructífera como ninguna. Sólo me falta

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llamar a las autoridades para que lidie con dos sospechosos de
lo oscuro y lo misterioso.
CHICO. ¿Qué quiere de nosotros?, ¿qué busca?
EL HOMBRE SIN CABEZA. De usted, nada. (Señalando a El
Dueño del Hotel.) Pero de usted, lo quiero todo.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿De mí? ¿Todo? No entiendo.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Su hotel estaba en medio del
desierto, ¿cierto?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Así es.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Y el terreno donde estaba el hotel
era de su propiedad.
EL DUEÑO DEL HOTEL. Así es.
EL HOMBRE SIN CABEZA. El hotel se quemó, pero el terreno
no, ¿cierto?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Sí.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Dígame, ¿cuánto pagó usted por
el terreno dónde construyó el hotel?
EL DUEÑO DEL HOTEL. Una tontería. No me acuerdo…. No
tengo a mano el documento de propiedad. Creo que se quemó
también. No me dio tiempo de salvar la caja fuerte.
EL HOMBRE SIN CABEZA. (Con la mano palmea varios
documentos que tiene sobre la mesa:) ¡Aquí está! En los
archivos de la municipalidad hallé el original del documento
de propiedad del terreno. Ciertamente, la cifra es irrisoria.
EL DUEÑO DEL HOTEL. No sé qué pretende.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Tengo entendido que cerca del
hotel se halla todavía un árbol amarillo cargado de pájaros
negros….
CHICO. Fue lo único que se salvó en el desierto. El fuego no
lo alcanzó.
EL HOMBRE SIN CABEZA. ¡Cállese! (Lo señala con el dedo
de la mano.) No estoy hablando con usted….

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CHICO. Sí, señor, perdone.
EL HOMBRE SIN CABEZA. No todos esos pájaros eran negros.
Se fueron poniendo negros con el tiempo…. Resulta que un
polvillo que venía de El Valle de la Muerte, en remolinos de
arena a punto de convertirse en tornados, coloreaba de negro
cualquier cosa que hallara a su paso. Ni las aves escaparon de
la pátina de su poder silente. Entonces, ese polvillo negro se
fue acumulando paulatinamente en las plumas de los pájaros,
con un aceite viscoso y denso, tan penetrante que al menor
tacto impregnaba lo que tocara. Fuese blando o duro. Por eso
es que después no se podía distinguir una paloma blanca de un
azulejo. Todos los pájaros se volvieron negros en el desierto.
De allí, que usted siempre viera desde alguna ventana del
hotel, el árbol amarillo cargado de pájaros negros. Inmóviles,
como petrificados, porque sus patas también se pegaban a
la ramas y ya no pudieron levantarlas más. No tenían otra
opción que alimentarse del fruto que producía el árbol. Pero
un día, los pájaros comenzaron a quedar ciegos, acezantes
y hambrientos. No les quedó otra posibilidad que tragar el
polvillo negro y aceitoso que les fue taponeando las gargantas.
Luego, comenzaron a caerse de las ramas del árbol, porque
estaban muertos y no lo sabían.
CHICO. Es increíble lo que puede hacer la naturaleza. Pero,
¿por qué el árbol amarillo nunca se volvió negro y sí las
paredes del hotel?
EL HOMBRE SIN CABEZA. ¡Cállate! (La mano lo vuelve a
señalar con el dedo.), ¡la naturaleza te ordena que te calles… ¡
nunca dudes de su poder!
CHICO. Sí, señor.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Pues bien, socio mío…
(Dirigiéndose ahora a El Dueño del Hotel.)… El polvillo negro
no era otra cosa que la extraña y descabellada señal de que
en el desierto había petróleo. (La cabeza ríe a carcajadas. El
torso se agita.) ¡Ja,ja,ja!. Y dónde estaba antes su hotel, por
un hecho causal o azaroso, es el sitio ideal donde habremos
de comenzar las perforaciones de la primera torre… ¿de
acuerdo?

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EL DUEÑO DEL HOTEL. (Sorprendido. Comienza a saltar
de alegría) ¡Hurra, somos ricos, somos ricos! ( Se abraza a
Chico celebrando.) ¡Ahora seré un magnate del petróleo, un
Saudí!
CHICO. Sí, señor, ahora seremos gente del petróleo… Nos
envidiarán hasta los ricos.
EL HOMBRE SIN CABEZA. No, no. Me han mal entendido.
Aquí sólo hay dos socios. El dueño del terreno y el presidente
de la empresa explotadora de petróleo. ¡Yo!
CHICO. Entonces, ¿yo no tengo velas en este entierro?
EL HOMBRE SIN CABEZA. Ni velas ni cabos. Porque tú ya
estás enterrado. (Dirigiéndose a El dueño Del Hotel.) Bueno
socio, firme estos documentos. El original y las tres copias.
(El Dueño del Hotel firma ansioso y sin detenerse a leerlos
con la pluma que le extienden.) Documentos en los que usted
se asocia conmigo para iniciar en el desierto, la explotación
petrolera. Ahora el terreno anteriormente suyo, pasará a
propiedad de los dos.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Y las ganancias por venta de barril
de petróleo?
EL HOMBRE SIN CABEZA. Fifty, fifty.
EL DUEÑO DEL HOTEL. (Mira un instante a Chico con
pesar.) No te preocupes, CHICO, ¡te recompensaré por lo
grande!... (Se quita la cadena que cuelga de su cuello.) Esto
es un adelanto… Te regalo mi diente de oro.
CHICO. Gracias, señor. Por darme el legado de su padre.
EL HOMBRE SIN CABEZA. Váyanse despidiendo…
EL DUEÑO DEL HOTEL. Pero, ¿por qué no? Yo hago con
mi dinero lo que me venga en gana. ¡Y sépalo, ya me está
hartando! ¿Usted acaso es policía o agente de seguro?
EL HOMBRE SIN CABEZA. Ambas cosas. Por eso pude
investigar y descubrir cómo usted se hizo de ese terreno que
era propiedad pública….para construir el hotel. Por eso nunca
se atrevió a asegurarlo.
EL DUEÑO DEL HOTEL. El gobernador me autorizó.

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EL HOMBRE SIN CABEZA. La ley es la ley y el delito no
prescribe. Tengo en mis manos al gobernador y ahora lo tengo
a usted.
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¡Dios mío, estoy perdido!
EL HOMBRE SIN CABEZA. (Señalando violentamente a
Chico.) ¡Mátelo ¡
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¿Cómo?
EL HOMBRE SIN CABEZA. ¿No me oye? ¡Deshágase de su
viejo socio!…
EL DUEÑO DEL HOTEL. Pero es mi amigo…
EL HOMBRE SIN CABEZA. En los negocios no hay amigos.
(La mano sujeta los cabellos de la cabeza decapitada y la
jamaquea con furia.) ¡Mátelo! (Abre una gaveta y saca una
pistola que coloca sobre la mesa) ¡Tome el arma y dispárele
a la cabeza!
CHICO. (Estalla en llanto.) Pero, ¿por qué? ¿Qué le he hecho
yo para que me odie tanto?
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¡Dios, en que aprieto me ha puesto
usted!
EL HOMBRE SIN CABEZA. Dispárele o lo llevo a los
tribunales….! Vamos, quiero ver volar su cerebro!
EL DUEÑO DEL HOTEL. ¡Ahhh! Estoy en medio del horror…
Estoy bebiendo mi mismo veneno… estoy ardiendo en mi
propio fuego.
CHICO. Hágalo, señor. Usted lo sabe…. qué importa… cierre
los ojos… yo ya no existo.
(El Dueño del Hotel toma el revólver. Este le tiembla entre
las manos. Se le cae, lo vuelve a recoger. Se oscurece el lugar
de la oficina. De repente, Chico arranca a cantar La Ópera
del Suicida. En las sombras, El Ahorcado aparece colgado
de nuevo y lo acompaña en su aria. Mientras canta, Chico se
bate de un lado a otro, con toda una gestual melodramática.)

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TROMPA DE ELEFANTE

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PERSONAJES

LA MADRE
EL HIJO
EL SACERDOTE
EL ALBINO
EL ENTERRADOR
EL MARINERO
EL INSPECTOR DE TIERRAS

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Escena I

El cuarto amueblado de una casa. Pero con la particularidad


de que cada uno de los objetos que lo ocupan, sólo alcanza
a ser la mitad. Así veremos, la mitad de una cama, de una
mecedora, de una peinadora, de una lámpara, de un florero
y una flor, pero también la mitad de la luz que hace que el
cuarto esté inmerso, parcialmente, en la penumbra y la
noche. Sin embargo, el único objeto completo e iluminado que
se halla en el interior del cuarto es el retrato de un hombre
colgado sobre la mitad del espaldar de la cama. Y lo curioso,
pero no insólito, es que los ojos del hombre estén vivos y
se muevan alternativamente, de un lado a otro, de arriba
a abajo, como si revisaran con una mirada de asombro e
incredulidad, el cuarto donde se halla encerrado. La acción
comienza cuando, entre la penumbra, se abren las alas de
una puerta y emerge la figura de un joven con una oreja
desproporcionadamente grande en relación con la otra.
Viste de smoking con un clavel rojo en el pecho. Carga en sus
brazos a una anciana con el cráneo rapado, del que cuelgan
hilachas de cabellos encanecidos. La anciana lleva, en una de
sus manos, una cruz de cementerio.
EL HIJO. ¿Te gusta el cuarto que construí para ti, mamá?
LA MADRE. (Mirando en torno.) Parece un recuerdo que creí
haber olvidado…hijo mío.
EL HIJO. (Acostándola en la cama.) Es el cuarto donde me
concebiste con tu amante, el marinero. (La oreja grande
comienza a gesticular como si fuera ella quien hablara.) Aquel
que sería mi padre sin yo saberlo… (Se sujeta rápidamente la
oreja tratando de ocultarla.) ¡Oh, Dios!

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LA MADRE. Pero no parece el mismo cuarto de aquella vez…
algo no está completo. Aunque hay un olor profundo a mar. No
sé si es la luz que no alcanza a iluminar lo prohibido…aquella
parte secreta de mi vida. Déjame ver. (Se incorpora de la
cama con la cruz y avanza por el espacio como un espectro.
La mano desocupada, con uñas desmesuradamente largas,
toca los bordes mutilados de los objetos.)… Claro, falta la otra
mitad de las cosas. ¿Alguna boca se las comió?
EL HIJO. Ninguna, mamá.
LA MADRE. Porque en el cementerio los gusanos no paran de
comer. A mí me comieron los labios. Por eso doy la impresión
de ser una calavera que sonríe.
EL HIJO. Pensé que no te ibas a dar cuenta de mi obra
inconclusa. Perdona. Hice lo imposible para que todo estuviera
completo, para que el cuarto fuera el mismo que habitaste allá
en el pasado. Impotente y desesperado, fui hasta el pueblo
donde presumía estaría la casa que tendría, entre sus paredes,
el verdadero cuarto donde también supe que nací. Pero la
casa ya no estaba. Había sido destruida y no tenía ninguna
pista que me permitiera empezar a reconstruir el cuarto que
desconocía y añoraba conocer… Entonces, terminé siendo un
artista sin motivo ni inspiración. No sabes cuánto me esmeré
por lograr lo imposible antes de ir al cementerio a desenterrar
tu cadáver.
LA MADRE. Te lo agradezco…hijo mío. Te confieso que me
diste la libertad cuando me sacaste de esa tumba. Era peor
que estar en un calabozo oscuro y lleno de telarañas.
EL HIJO. Aquí no te faltará nada. Yo te cuidaré. En la gaveta
de la peinadora están tus medicinas… En el escaparate, los
vestidos que te gustaba ponerte.
LA MADRE. No te hubieras molestado, pero los muertos no
tomamos medicamentos ni ingerimos alimentos. Y vestirse
en el más allá es una pretensión innecesaria. ¿No ves lo flaca
que estoy?
EL HIJO. No lo sabía. Claro…se te pueden contar las costillas.
(Tomando la cruz.) Entonces, a partir de ahora, esta cruz no
volverá a estar sobre tu cabeza.

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LA MADRE. Es un peso que me quitaste de encima. Creo que
ahora sí podría adornar los pocos cabellos que me quedan,
con ese clavel rojo que llevas en el pecho.
EL HIJO. No faltaba más, mamá. (Le ofrece el clavel.) Toma.
LA MADRE. Qué lindo. Gracias, hijo mío (Se coloca el clavel
en una de las hilachas del cabello.) Tenía tiempo que no
adornaba la mujer que fui.
EL HIJO. Sin embargo, aquella vez regresé apesadumbrado,
y me puse a revisar tus cosas por no dejar…
LA MADRE. Has debido pedirme permiso.
EL HIJO. No podía, mamá… ¡Estabas muerta!
LA MADRE. Ay, es verdad. ¡Pero ahora he resucitado!... Tú
me devolviste a la existencia. (Se queda mirando la cruz y la
toma de nuevo.) Claro, en esta cruz está grabado mi nombre
y la fecha de mi nacimiento y de mi muerte. Esto tengo que
aprendérmelo de memoria para que nunca más se me olvide.
(Dirigiéndose al Hijo.) Sígueme contando…
EL HIJO. Finalmente, cansado de tanto buscar lo que no se
me había perdido, encontré en el álbum que escondías, la
foto del verdadero cuarto. Pero lamentablemente, era una
foto borrosa. Las sombras habían devorado la mitad de lo que
había sido. Por eso no pude terminar los muebles y los objetos
que lo ocupan… Es una lástima, el pasado nunca llegará a ser
completo. Ni en fotografías.
LA MADRE. De todas maneras, prefiero estar aquí que dentro
de ese ataúd que la tierra se había tragado. Las noches en los
cementerios son horribles, hijo mío. Sobre todo, en esa hora
en que los sepultureros arman su francachela alrededor de
una fogata y beben de una botella de ron. Ebrios, ríen como
hienas y los muertos no podemos conciliar el sueño eterno.
Me llenó de terror cuando sentí que alguien rodaba mi lápida
y una pala excavaba la tierra hacia el fondo donde yo estaba.
Pero cuando la luz de la linterna me mostró que eras tú, la
alegría me iluminó con buenos presagios. ..
EL HIJO. (Compungido.) Fui torpe como albañil y carpintero,

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mamá. Lo reconozco. No supe frisar las paredes, repujar la
madera del espaldar de la cama. No supe ni siquiera colocar
las aspas de ese ventilador que cuelga del techo para espantar
la asfixia que ahoga a este cuarto. Me quedé corto. Vamos, dilo
mamá. No estás completamente satisfecha con la imitación
que hice de aquel cuarto que yace en tu memoria.
LA MADRE. No hijo, estoy satisfecha. A veces, la imitación
seduce más que la propia realidad. (Mirándose en el espejo
de la peinadora.) Imagínate, ahora me veo en el espejo de
esta peinadora exactamente igual a cuando tu padre entraba
a escondidas por la ventana, y me desnudaba con ese tufo a
ginebra y sudor penetrante que arrastraba de los botiquines
del puerto pesquero, en el que recién había desembarcado.
(Olfatea ansiosa y gime.) Ah… Ahhh…Mar… mar… divino
mar. Mira, mi seno izquierdo se asoma junto con el rubor de
mi cara. Forcejeo y grito ante su atrevimiento y desenfado de
sus manos ásperas y endemoniadas…. ¡No!... ¡Así no!... ¡Ay
hijo, si nos hubieras visto en esos momentos de intimidad
e impudicia, seguro nos hubieras odiado o te hubieras unido
a nosotros!... ¡Ja, ja, ja! Claro, hay una parte de mí que no
termina de aparecer. Quizá la parte más joven que devoró el
tiempo, y que a un espejo como éste le resulta difícil reflejar.
EL HIJO. Quizá mi hermano lo hubiera hecho mejor que yo.
¡Es el gran arquitecto del universo!
LA MADRE. No tienes por qué pelearte con él. Es tu hermano.
Aunque sea albino y tenga ese gusto absurdo por mirar y
contar las estrellas.
EL HIJO. No, mamá. Reniego de su existencia… ¡cómo
lamento que parte de su sangre corra por mis venas.
LA MADRE. Entonces, ya no quieres que sea tu madre.
EL HIJO. Claro que lo quiero. Ahora más que nunca. Sobre
todo hoy, cuando las campanas del cielo habrán de tocar la
marcha nupcial. Pero mi verdadero padre me separa de mi
único hermano. (Mirando el retrato del hombre.) Lamento
no haberlo conocido. Una foto no es suficiente. Me es difícil ir
más allá de lo que no recuerdo.

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LA MADRE. Pero ese hombre que te crió te une también a tu
hermano.
EL HIJO. Hubiera preferido tener un gemelo. Que el otro
fuera yo mismo, hubiera sido la identidad perfecta para mí.
Menos mal que el suicido repentino de mi padrastro me salvo
del largo pesar que me esperaba.
LA MADRE. En cambio a mí me mató de culpa. Mi corazón
estalló esa mañana.
EL HIJO. Esa es la desgracia que me hizo libre. Sin ella no te
hubiera podido traer hoy a este cuarto donde fui concebido.
Aquí mi hermano no te hallará. Cuando vaya el domingo a
llevarte flores al cementerio, se encontrará con una tumba vacía
y por más que busque la cruz con tu nombre, no la hallará…
¡Ja,ja,ja! Creerá que fueron Estudiantes de Medicina los que
robaron tu cadáver y, presto y ridículo, irá a buscarte en la
morgue del hospital y tampoco allí te encontrará….¡Ja,ja,ja!
LA MADRE. ¿Cómo diste con tu padre?
EL HIJO. En el baúl también encontré su foto. (Entra en un
estado de creciente emoción.) Sus ojos estaban tan vivos que
me reconocieron en el instante… eran dos lunas temblorosas
nadando en el agua tranquila de un inmenso mar negro. Sin
saberlo, en el fondo de sus pupilas yo sonreía con la timidez y
el desamparo de un pez huérfano. Nos parecíamos. Entonces,
en medio del frenesí que despierta la alegría insospechada, le
dije, arrancando la fotografía del álbum:¨ ¡Vámonos, padre!...!
Vente conmigo!¨… ¡Y aquí está… junto a nosotros! (A La
Madre.) A partir de ahora, los tres viviremos juntos en este
cuarto que reproduje con torpeza, pero con mucho amor. Y lo
mejor, sobre la mitad de esa cama, los dos podrán concebirme
las veces que deseen. No me importa nacer varias veces. Lo
malo es que también habré de ser un niño sin terminar.
Naceré mutilado. Me faltarán un brazo, una pierna, la mitad
del torso y de la cara. Lo peor es que nadie podrá llamarme
porque seré sólo un nombre incompleto que no habré de oír
por esta oreja. Entonces, tendré que acostumbrarme a andar
por el mundo, sin la otra mitad de mí.
LA MADRE. (Pega un grito y, saltando sobre la cama, se

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abalanza sobre el retrato del hombre. Comienza a golpearlo
con la cruz.) ¡Desgraciadooo!... ¡Estás aquí!... ¡Regresaste!...
¿Por qué nunca le diste tu apellido a mi hijo?
EL HIJO. (Repentinamente intrigado.) ¿No tengo apellido?
LA MADRE. No, eres un bastardo.
EL HIJO. Cierto. Lo había olvidado. Tengo que aprendérmelo
de memoria. (Se mira en el espejo de la peinadora y la oreja
grande comienza a gesticular como si fuera ella quien hablara
ante el espejo.) ¨¡Soy un bastardo!... ¡Soy un bastardo!¨. (De
inmediato, trata de ocultar la oreja que la madre observa
asombrada.)
LA MADRE. (Continúa arremetiendo contra el retrato.)
¡Desgraciado!... ¡Mil veces desgraciado!.... ¡Lo único que
heredó de ti es esa oreja anormal con la que oye las voces
burlonas del mundo!
EL HIJO. ¿Qué haces, mamá? … (Le arrebata la cruz.) ¿Qué
pretendes
LA MADRE. ¡Vengarme!... ( Comienza a arañar el retrato.)
¡Vengarme con el rencor y la ira que me carcome por dentro!
EL HIJO. ¡No! No le desfigures la cara a mi padre. ¡Tus uñas
son muy largas y filosas como puñales!... Si lo desfiguras,
nadie querrá tomarle una foto de nuevo. Será irreconocible.
¡No olvides que el papel de fotografía es muy frágil! ¡Además,
es costoso y escasea!
LA MADRE. ¡No me importa, hijo mío!... ¡Pero ahora, esa
foto no la quiero ver más en este cuarto…! (Sigue arañando el
retrato.) ¿No ves que sus ojos son mi tormento y mi delirio?
EL HIJO. ¡Es lo único que conservo de mi padre! (Tratando
de sujetarla.) ¡Oh, no!... pero, ¿qué haces? ¿Te has vuelto
loca? …
LA MADRE. ¡Suéltame!.. ¡Déjame consumar mi venganza!
¿No me oyes?
EL HIJO. No, mamá. ¡Soy sordo!
LA MADRE. A vaina, ¿desde cuándo?

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EL HIJO. Desde que era niño.
LA MADRE. Habérmelo dicho.
EL HIJO. Me daba pena. En realidad soy sordo de la oreja
más grande… pero por la otra oigo perfectamente.
LA MADRE. (Vuelve a arañar el retrato.) ¡Desgraciado, por
tu culpa mi hijo está condenado a oír la mitad de la música!....
¡Será como Beethoven!
EL HIJO. ¡Mamá, no!.. (Sujeta las manos de La Madre y
la aparta del retrato. La oreja grande vuelve a gesticular
como una boca.) ¡No le causes más daño a papá… es sólo
un retrato! (Esgrime sobre su cabeza la cruz.) ¡Vamos!...
¡Atrás!... ¡Retírate de su presencia!...
LA MADRE. ¿También eres ventrílocuo?
EL HIJO. No tenía otra opción… ahora trabajo en un circo. Me
pagan bien y firmo autógrafos. Mis admiradores me llaman:
¨ Trompa de Elefante¨. Lo que más les gusta es cuando gritó
por esta oreja como un elefante. ( La oreja grande emite el
grito característico del elefante. La Madre se sobresalta.) …
Entonces todos los espectadores sienten que están en medio
de la selva… y prorrumpen en aplausos.
LA MADRE. (Aplaude.) No está nada mal. ¡Es increíble!
EL HIJO. Claro, no tengo el talento de mi hermano, ni la
capacidad para hacer otras cosas...
LA MADRE. Por favor, lo superas. Si te viera, sentiría envidia.
EL HIJO. ¿Tú crees?
LA MADRE. Absolutamente. Es que debe ser fascinante mirar
y oír a alguien hablando por una oreja. (Mirando el retrato.)
¿No te has dado cuenta que desde que entré a este cuarto sus
ojos no se cansan de mirarme con mala intención?... ¡Una
mirada lasciva!
EL HIJO. No, mamá. Primera noticia.
LA MADRE. Me robó mi juventud y desapareció sin avisarme,
el hijo de puta. Se perdió en el mar. En ese barco sin destino
que acostumbraba a pilotar. La noche se lo tragó con la

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tempestad. Una rival demasiado poderosa para mí. Lo peor,
destruyó mi matrimonio antes de irse. No supe explicar mi
preñez en el hogar feliz que tenía con mi marido. Fue un
tormento que desató el huracán de los celos y los reproches,
en ese hombre que se despachó de este mundo lanzándose
del edificio más alto. Voló como un águila suicida antes de
estrellarse. ¡Porque ingresaste en mi familia como el hijo que
no fue planificado!. En realidad, fuiste para nosotros algo
menos que un contrabando descubierto en alta mar…
EL HIJO. ¡Qué pena!.... Tuve una infancia infeliz…recuerdo…
nunca tuve un juguete que me perteneciera…todos eran
prestados o usados por el hijo preferido y legítimo que
siempre envidié…no me podía sentar con ustedes en la mesa
del comedor, porque mi hermano se burlaba de mí, tratando
de ensartar con el tenedor esta oreja deforme con la que nací.
Recuerdo…veía la televisión solo y dormía en la casa del
perro… Pero ahora, lo importante es que papá está aquí…
con nosotros, mamá. Con nadie más. (Revisa el retrato.)
¡Oh no!...mira, ¡has dejado tuerto a papá!…pobrecito…ahora
será el hazmerreír de todos los marineros. La vergüenza no lo
dejará salir a pescar… El horizonte lo despreciará. La tormenta
ahogará su único ojo. De nada le servirá tener el otro ojo de
vidrio. ¿Cómo podrá conducir el barco que siempre lo lleva
lejos?... ¡Será un pirata sin brújula ni destino en medio del
océano! (Se oye un grito prolongado de dolor.)
LA MADRE. (Sujetando al hijo por las solapas del smoking.)…
¡No te dejes manipular ¡… ¡No te dejes manipular por ese
tuerto!.. (Señalando al retrato.) Además, ¿quién ha visto a
alguien quejarse de dolor desde una fotografía? Eso es teatro,
puro teatro.
EL HIJO. Dale gracias a Dios que soy tu hijo, porque si no,
llamaría a la policía ahora mismo. Y si viniera tu otro hijo
a preguntar por ti, le gritaré antes que se atreva a cruzar el
umbral de la puerta de este cuarto que me pertenece, y que
no dejaré que nadie más lo invada: (Se agarra con furia la
bragueta del pantalón y la oreja grande comienza a gritar
enloquecida.) ¡Mamá está presa!... ¡Mamá está presa!...
¡Mamá está presa!... ¡ …hasta que se atormente y se meta un
tiro en la frente y vaya a hacerle compañía a su progenitor!

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LA MADRE. ¡Soy tu madre!
EL HIJO. (Señalando el retrato con un grito de determi-
nación.) ¡Y él es mi padre!...
LA MADRE. ¿A quién quieres más?... ¿Ah?.... ¿A ese marinero
que estuvo ausente toda tu vida…o a mí….que aún muerta vivo
en tu corazón?
EL HIJO. ¡Cálmate te digo, porque si no, te llevaré de vuelta al
cementerio y te volveré a enterrar a tres metros bajo tierra! ….
Entonces, volveré a colocar esta cruz sobre tu cabeza.
LA MADRE. ¡Nooo! No quiero volver allá… ¡Ten piedad de
mí!... ¡Le tengo miedo al enterrador de muertos!
EL HIJO. ¿A quién?
LA MADRE. A un negro que a altas horas de la noche
acostumbraba a desenterrarme…y después de abusar de mí,
me volvía a enterrar.
EL HIJO. Qué descarado…con razón, cuando le pagué para
que me permitiera ingresar al cementerio a sacar tu cadáver,
me dijo que eras su muerta preferida.
LA MADRE. ¿Te dijo eso?
EL HIJO. Sí, que eras una santa para él y que le habías hecho
varios milagros. Por eso no dejaba de prenderte todas las
noches una vela…
LA MADRE. ¡Qué pervertido!…. ¡Lo que me prendía todas
las noches era un velón! … ¡Tengo las entrañas llenas de
esperma!... ¡Por eso tengo esta barriga de mujer preñada!
EL HIJO. (Descuelga el retrato.) Te cambiare de lugar, papá.
No quiero que vayas a perder el otro ojo. No te preocupes.
Cubriré ese hueco que ahora tienes en la cara. (Extrae un
pañuelo de un bolsillo y con una trenza que desamarra de
uno de sus zapatos, lo cuelga como un parche en el ojo que ha
quedado vacío. El pañuelo se empapa en sangre, mientras se
oye un llanto doloroso. ) Mira, ahora tu único ojo llora. Llora
tanto que derrama una lágrima larga que se convierte en un río
de sal o en una serpiente marina. Sufres, sé que sufres, pero el

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dolor pasará y yo después seré tu lazarillo. ¡Seré tu Rodrigo de
Triana montado en el mástil de tu barco! (Inspirado, mientras
la oreja vuelve a gesticular el habla.) ¡Iremos navegando por
el mundo pidiendo limosnas!... ¡Y en medio de las tormentas
que azotan al mar, gritaré…! ¡Una limosnita por el amor de
Dios para el capitán de este barco!... (Un fuerte viento penetra
en el cuarto con el rugido impetuoso del mar. Los objetos
comienzan a temblar. La Madre se sujeta a la cama presa
del terror.) ¡Una limosna para el hombre que mira desde la
oscuridad y las tinieblas!... (Dirigiéndose a La Madre en tono
de reclamo.) Madre, pensé que amabas a mi padre.
LA MADRE. ¡Nunca!...sólo fue una aventura.
EL HIJO. Entonces, no soy fruto del amor.
LA MADRE. No, de un polvo infeliz. (Señalando al hombre
del retrato.) Porque ese desgraciado ni siquiera sabía tirar.
Sufría de eyaculación precoz como todos los marineros. Te
confieso que el negro del cementerio lo supera. Treinta y cinco
centímetros de ventaja.
EL HIJO. ¡No!...
LA MADRE. ¡Pues…sí!.... Así que no te hagas muchas ilusiones
en convertirte en Rodrigo de Triana.
EL HIJO. Entonces, ¿cómo podrás casarte?
LA MADRE. Eso es una idea tuya. Te has empeñado en que
tenemos que vivir juntos los tres, y para colmo, casarme con
tu padre. Además, no me imagino casándome con un tuerto.
EL HIJO. (Se oyen toques frenéticos a la puerta.) Están
tocando a la puerta… ¿Quién es?
LA VOZ. ¿Aquí es dónde habrá de celebrarse la boda del
tuerto y la muerta?
EL HIJO. Sí…pero aún los novios no están preparados ¿Y
quién es usted?
LA VOZ. ¿Quién más podría ser? ¡ El enviado de Dios! Abra
la puerta.
EL HIJO. Un momento… (A La Madre.) Mamá, debes casarte

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lo más pronto posible con papá. Eso fue lo acordado para que
pudieras regresar legalmente a la vida. No hay otra opción.
Es tu última oportunidad. A Dios no hay que hacerlo esperar.
Tienes que cumplir tu palabra de muerta, porque si no, tendré
que regresarte al cementerio.
LA MADRE. (Cae de rodillas y, aferrándose a la cruz, la
levanta implorante y grita.) ¡No por favor, no quiero que ese
negro me lo vuelva a enterrar!

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Escena II

La Madre y El Hijo se hallan arrodillados en el borde extremo


de la cama. El Hijo lleva el parche del tuerto y La Madre,
un vestido rojo de novia. A sus espaldas, donde antes estaba
el retrato, se encuentra colgada la cruz del cementerio.
Ahora, una ventana abierta mira hacia un cielo profundo y
estrellado. El Sacerdote se acerca a la pareja y se para ante
ellos con una Biblia entre las manos. La abre y arranca una
de sus páginas. La enciende con una cerilla y mientras a
ésta la consume el fuego, se oye el repicar frenético de las
campanas de una iglesia.
EL SACERDOTE. Empieza la ceremonia… Tuerto, ¿acepta
usted por esposa a la muerta?
EL HIJO. Sí…
EL SACERDOTE. Muerta., ¿acepta usted por esposo al tuerto?
LA MADRE. Sí…
EL SACERDOTE. Si no hay nadie en este lugar que se oponga
a esta unión…los declaro marido y mujer. Lo que Dios ha
unido ahora nadie lo podrá separar. Pueden besarse…
LA MADRE. Disculpe, señor sacerdote, pero como se habrá
dando cuenta…yo no tengo labios para besar.
EL SACERDOTE. Pueden darse un beso de lengua.
Repentinamente, por la ventana entra otro joven con un
telescopio en la mano. Es rubio con el rostro sanguíneo.
EL ALBINO. ¡No, eso sería repugnante! (Al Hijo.) ¡Guarda de
nuevo esa serpiente que sale de tu boca!

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EL SACERDOTE. ¿Quién es usted?
EL ALBINO. El hijo legítimo de la novia.
EL SACERDOTE. ¡No puede ser!.... ¡No sabía que la novia
había tenido un hijo antes de casarse por la iglesia!
EL ALBINO. He traído conmigo la partida de nacimiento…
EL SACERDOTE. Entonces, ¿ y quién es el novio?
EL ALBINO. Mi hermano.
EL SACERDOTE. ¡Santo Dios, he bendecido un incesto!....
(Asomándose a la ventana.) ¡El ojo de Dios ha sido testigo
de un acto impuro!... ¡Me excomulgarán, me desterrarán de
la Iglesia!
EL ALBINO. (Extiende los brazos y grita aproximándose al
hijo.) ¡Papá!…
EL HIJO. (Deteniéndolo.) ¡Un momento, yo no soy tu papá ¡
Tu padre se suicidó hace tiempo. Y a mí, todavía, no se me ha
ocurrido la descabellada idea de ser tu padre.
EL ALBINO. Te acabas de casar con mi madre. Ahora eres mi
padrastro. Dame la bendición...
EL HIJO. ¡No!... ¿Estás loco?.... quien se acaba de casar con
ella…es mi padre, el tuerto. El que estaba en la fotografía. Yo
solo he servido de intermediario.
EL ALBINO. (Insistente.) La bendición.
LA MADRE. No tienes otra salida. También es tu hijo…
EL HIJO. (Reticente.) Dios te bendiga…
LA MADRE. Qué bonito que se hayan reconciliado. Yo sufría
por esa tirantez que existía entre ustedes dos desde la niñez.
Me morí padeciendo lo que la sangre separaba. Hoy es un día
de gloria. Es el mejor regalo de bodas que me han podido dar.
¡Al fin!
EL SACERDOTE. Pero, ¿por qué usted es rojo y transparente
como un ratón recién nacido? Es tan transparente que puedo
ver el resto del mundo a través de usted.
EL ALBINO. Soy albino. Nací así… La luz del sol me hace daño.

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Mi refugio es la noche de los murciélagos. Por eso trabajo en
un observatorio.
EL SACERDOTE. Pero no se parece en nada a su hermano…
quise decir, a su padre.
EL HIJO. Padrastro.
EL SACERDOTE. Es lo mismo.
EL HIJO. No es lo mismo. (Se arranca el parche del ojo y
mira con el rostro desafiante.) ¡Esta es la prueba!
EL SACERDOTE. Usted no es tuerto…
EL HIJO. ¡No! Lo he dicho…el tuerto es mi padre. Yo apenas
soy su fotografía…
EL SACERDOTE. ¿Cómo hace para hablar por esa oreja?...
Desde hace rato he querido preguntárselo. Tiene una dicción
perfecta.
EL HIJO. La naturaleza me dotó de esta virtud…
EL SACERDOTE. No me diga…
EL HIJO. Trabajo en un circo…
EL SACERDOTE. Qué bien.., ¿Podría darme un autógrafo?
EL HIJO. Claro… ( El Sacerdote le extiende la Biblia.) ¿Cómo
se llama usted?
EL SACERDOTE. No tengo nombre…
EL HIJO. No puede ser…nunca había conocido a un sacerdote
sin nombre.
EL SACERDOTE. En realidad tengo un nombre compuesto
difícil de pronunciar…intentarlo es convertirme en el
hazmerreír de los demás.
EL HIJO. Tenga…. (Le extiende la Biblia.) Le he firmado el
autógrafo justo donde comienza el Apocalipsis…
EL SACERDOTE. Muchas gracias. Un día de estos iré al circo
a verlo…
EL HIJO. Me sentiré halagado. Me avisa antes para regalarle
la entrada.

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EL ALBINO. Mamá, que bueno haberte encontrado… te
busqué por todos lados… estuve en el cementerio y el
enterrador de muertos me dijo, que un hombre con una oreja
muy grande había robado tu cadáver.
LA MADRE. ¿Te preguntó por mí?
EL ALBINO. Sí, que te extrañaba mucho. Que espera que
algún día regreses. Te envió esta foto…
LA MADRE. (Mirando la fotografía.)…pero esta fotografía es
de su sexo.
EL ALBINO. Disculpa…a lo mejor se equivocó de foto.
EL SACERDOTE. ( Asomándose a ver la fotografía.) ¡Madre
mía, qué cosa más grande!
EL HIJO. ¿Cómo diste con este cuarto?
EL ALBINO. No olvides que acostumbro a observar las
estrellas con este telescopio…. Pero también aquellas cosas
que se alejan de la realidad.
EL HIJO. ¿Qué quieres?
EL ALBINO. He venido a rescatar a mi madre. Debo darle
cristiana sepultura. No debe andar por allí deambulando
como un fantasma. ¡La desenterraste sin mi autorización!
LA MADRE. ¡No!... ¡Yo no vuelvo a ese cementerio!....No
quiero que me vuelvan a enterrar. Además, ya eso ocurrió. El
sacerdote fue testigo… El fue quien bendijo mi ataúd aquella
vez cuando ustedes, aún siendo unos niños, me acompañaron
llorando a mi última morada.
EL SACERDOTE. ¿Yo?
LA MADRE. Sí… ¿No se acuerda?
EL SACERDOTE. ¡No!,¡he bendecido tantos ataúdes que
parece que todos han muerto!... Pero a partir de ahora,
señora…le prometo que me acordaré que usted es la muerta
que enterraron, y la novia que luego desenterraron para que
se casara. Bueno, terminó mi trabajo…yo me voy.
LA MADRE. Espere. Mi hijo me dijo que si me casaba con su
padre el marinero, la iglesia autorizaría mi regreso a la vida
eterna, como Cristo.
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EL SACERDOTE. ¿Usted le dijo eso?
EL HIJO. Eso fue lo que me informaron en la casa arzobispal.
Pagué la resurrección de mi madre con mis ahorros.
EL SACERDOTE. Pero, ¿a quién le pagó?
EL HIJO. Al Obispo…personalmente. Fue mucho dinero.
Aquí tengo el documento que usted debe firmar ahora que ya
se ha consumado la boda.
EL SACERDOTE. ¿Yo?
EL HIJO. ¡Sí, usted!
EL SACERDOTE. Pero, ¿qué locura es esta? El Obispo no ha
podido decirle eso. La resurrección es gratis. Es una ley papal.
EL HIJO. ¡Fírmelo! (Lo sujeta por la sotana y le hace entrega
de un documento y un lapicero.)
(Apoyándose en la Biblia, El Sacerdote firma el documento
con mano temblorosa.)
EL SACERDOTE. ¿Me puedo ir?
EL HIJO. Ahora sí… ¡Váyase!
EL SACERDOTE. (Repentinamente, saca una pistola
y apunta a los dos hermanos.) Pero la muerta se viene
conmigo… (Hala a La Madre por una de sus muñecas.)
LA MADRE. Pero…¿adónde ?
EL SACERDOTE. ¡Negro!
( Irrumpe por la puerta del cuarto, la figura inmensa de un
negro con ojos luminosos.)
LA MADRE. ¡No!... (Señalando al negro.) ¡ El Enterrador de
muertos!
Los hijos se quedan impávidos ante la presencia del
Enterrador.
EL ENTERRADOR. (Dirigiéndose al Sacerdote.) Dígame,
señor cura…
EL SACERDOTE. Coja a la muerta…

70
LA MADRE. ¡No, por favor, que no me coja!...
EL SACERDOTE. He querido decir…que la detenga…
EL ENTERRADOR. (Sujeta por ambas muñecas a La Madre
y le pone unas esposas.) No sabe cuánto la extrañaba… ¿Se
acuerda de aquellos inolvidables milagros que me hacía en el
cementerio a altas horas de la noche?... ¡Eran divinos!
LA MADRE. ¡No, por favor!... ¡Suélteme!
EL ALBINO. ¡Es nuestra madre, déjela!
EL HIJO. ¡No vuelva a abusar de ella!....¡ya me enteré de
todas sus vagabunderías!
EL SACERDOTE. (Apunta a los hermanos, manteniéndolos
alejados de La Madre.) Cálmense, hijos míos. ¿Por qué tanto
alboroto?
EL HIJO. Ahora entiendo… Así que usted tiene un negocio
montado con el Obispo y el enterrador de muertos…
EL ALBINO. ¡No podemos permitir que se lleven a nuestra
madre a un lugar desconocido!
LA MADRE. ¡Auxilio!
EL HIJO. No se saldrán con la suya…lo denunciaremos a la
policía.
EL SACERDOTE. La policía no podrá hacer nada. Debería
agradecernos que el cadáver de su madre esté en nuestras
manos. El gobierno revolucionario está expropiando todos
los terrenos baldíos. Y para el gobierno, el cementerio es
un terreno abandonado…improductivo. Nosotros somos los
únicos que lo hemos convertido en una jugosa renta…
EL ALBINO. Pero nosotros no recibimos nada a cambio.
EL SACERDOTE. Es que los derechos de autor los tenemos
nosotros. Es nuestra idea. Ya la notaríamos.
LA MADRE. ¿Adónde me llevan ahora?
EL SACERDOTE. A un lugar seguro.
EL ALBINO. Entonces, ¿yo no podré llevarle más flores los

71
domingos?
EL SACERDOTE. Nunca más.
EL ALBINO. ¿Ni en el día de la madre?
EL SACERDOTE. Ni en el día de la madre.
EL ALBINO. ¿No podrían darme un trabajo de sepulturero en
el cementerio?
EL SACERDOTE. Es que a su madre no la pensamos llevar de
vuelta al cementerio.
LA MADRE. Entonces, ¿adónde?
EL SACERDOTE. A un lugar ideal…
EL ALBINO. Entonces…si es así…. (Se abalanza sobre El
Sacerdote e intenta quitarle la pistola aferrándose a su
muñeca.) ¡Me voy a suicidar!... ¡Déme esa pistola!... ¡No
quiero vivir más en el mundo sin la presencia viva o muerta
de mi madre!... ¡He venido aquí por ella! … ¡Vamos déme esa
pistola!... ¡Quiero arrancarme la vida!
EL HIJO. ¡No hagas el ridículo!... ¡No hagas el ridículo!...
¡Eres igual que tu padre! … huyendo de mí, se lanzó desde
el edificio más alto para estrellarse sobre un cementerio de
elefantes.
EL SACERDOTE. ¡Suélteme!... ¡Suélteme…que se me puede ir
un tiro!... ¡Negro, ayúdame!
El Enterrador se moviliza en socorro del Sacerdote, pero
antes se oye un disparo y La Madre se desploma.
EL HIJO. ¡Oh no, mataste a mamá!
EL ALBINO. ( Con la pistola en su poder. Tiembla incrédulo.)
¿No estaba muerta?
EL HIJO. Sí… Lo estaba…pero de otra manera…pero ahora
está completamente muerta. ¿Y ahora, qué irá a decir mi
padre ?... No va a soportar la idea de que acabándose de casar
haya enviudado. No sé que explicación le podría dar cuando lo
vea. Muerta por segunda vez, será imposible volver a resucitar
a mi madre…

72
EL ALBINO. Entonces, he cometido el peor de los crímenes.
¡Soy un matricida! (Arrodillándose ante el cadáver de La
Madre.) ¡Ay mamá, cómo lo lamento!... Quiero que sepas
que a la próxima estrella que descubra, le pondré tu nombre.
Serás la estrella más profunda del universo… (Se pone a
mirarla a través del telescopio.) Desde ese lugar lejano donde
te encuentras, iluminarás mi triste y huérfano corazón…
EL ENTERRADOR. ¡Qué desgracia!…¿y ahora quién irá a
consolar mis noches de celador sepulcral?… ¡Ibamos a tener
un hijo!...
EL HIJO. ¡Oh no, otro padre más!... ¡No quiero tener más
padres!... ¡Por favor, es suficiente con los dos que me impuso
el destino!
EL ENTERRADOR. (Le arrebata la pistola a El Albino, justo
cuando éste se coloca el cañón en la sien.) ¡Dame esa pistola,
muchacho!.... Te puedes hacer daño.
EL SACERDOTE. ¡Mátalos!
EL ENTERRADOR. (Dubitativo, apunta con la pistola a los
hermanos.) ¡No! Nunca he matado a nadie, señor cura…
EL SACERDOTE. Será tu primera vez…por eso tienes esa
arma en tus manos. Vamos…te metimos de socio en este
negocio porque pensábamos que tenías valor. El trabajo sucio
lo ibas a realizar tú. No solamente el de ocioso que practicas
en el cementerio…con esa banda de los cuatro que tienes allá.
EL ENTERRADOR. Pero…
EL SACERDOTE. ¿No entiendes? Podremos vender
también sus cadáveres. No habrá una mercancía como esta
en el mercado. No habría empresa que pueda competir con
nosotros. Serán cotizados, imagínate…uno es albino y el otro
tiene una trompa de elefante.
EL HIJO. Por favor…un poquito más de respeto, señor
sacerdote. No se burle de mi condición…
EL ENTERRADOR. ( Sacudiendo la pistola.) ¡Cállate!
EL SACERDOTE. ¡Así se habla!... Vamos, ¡Mátalo!

73
EL ENTERRADOR. ¿Por dónde le disparo?
EL SACERDOTE. ¿Cómo que por dónde le disparas?... ¡Por
la oreja!
EL ALBINO. ¡No, es sordo!... No oirá el disparo. (Es presa de
un ataque de risa. Se sujeta el estómago riéndose.) ¡Jajaja!…
EL HIJO. ¿De qué te ríes?... ¿Qué te resulta tan gracioso?
EL ALBINO. ¡Eres una figura cómica, ahora entiendo porqué
trabajas en un circo!
EL HIJO. (Se abalanza sobre El Enterrador y lo desarma. De
inmediato le dispara a El Albino y éste se desploma.)
EL SACERDOTE. ¡Has matado a tu hermano!... ¡Caín! ¡Caín!
EL HIJO. (Dirigiéndose al cadáver del Albino.) Eso te pasa
por haber irrumpido en una familia en la que no tienes cabida.
Porque los hijos legítimos no tienen cabida en este cuarto
donde yo nací. ¡Intruso!... (Revisa uno de los bolsillos de la
ropa del muerto.) Aquí está el tenedor con que ensartabas
mi oreja en la niñez… ¡Desgraciado!... ¿Piensas que no me
dolía?.. (Lo patea.)… Pero ahora…gracias a Dios ¡Soy libre…
al fin!... ¡Ahora me liberaré de ustedes también!... (Los apunta
con la pistola.)
EL SACERDOTE. ¿Nos va a matar?
EL HIJO. No, los voy a resucitar.

74
Escena III

Interior de la carpa de un circo. En el centro, un tronco largo


se eleva por los aires. Se halla el tuerto vestido de marinero
y el Inspector de Tierras, quien con una lupa y una cinta
métrica, examina y mide todo lo que encuentra a su paso. De
pronto se detiene y abre un maletín negro, saca una libreta
y consigna minuciosamente un informe. Vuelve a guardar la
libreta en el maletín y continúa su inspección. El Marinero,
con las manos en los bolsillos, lo sigue inquieto.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Cuántas hectáreas tiene este
latifundio?
EL MARINERO. Disculpe, esto no es un latifundio.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Ah, no?... Entonces, ¿qué se
produce aquí?
EL MARINERO. Alegría… Diversión.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Es decir, que son tierras
ociosas. Improductivas.
EL MARINERO. No, aquí se producen momentos agradables,
felices. ¡Arte!
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Y eso se come?
EL MARINERO. No…
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Se viste?
EL MARINERO. No. Pero se siente una arrebatada emoción.
Se puede llegar al éxtasis. Aquí los momentos son más
intensos y deslumbrantes.

75
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Entonces, son tierras ociosas.
EL MARINERO. No, aquí trabajan artistas.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Es decir, ociosos…
EL MARINERO. No, son gente con imaginación, muy
talentosas y audaces. Tan talentosas que sus defectos son
capaces de transformarlos en virtud.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Pero esos no son trabajadores
de verdad…como los campesinos y los obreros. Como los
proletarios del mundo. (Pateando la arena del circo.) Aquí…
en esta arena…se podría sembrar tomates, lechugas, papas…
hasta convertirse en un refugio para los damnificados de las
lluvias.
EL MARINERO. (Protestando con un grito.) ¡Nooo!... Esto es
un circo, señor Inspector. Sólo eso. Esto no es un latifundio.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. (Mirando hacia arriba.) Más
que eso…
EL MARINERO. ¿Cómo?
EL INSPECTOR DE TIERRAS. También aquí se hace uso
indebido del espacio aéreo. Fíjese…allá arriba hay un obstáculo
que impide el debido tránsito de la aviación civil y militar. Se
imagina que un DC 10, un F16 o un caza Sukhoi choque con
la bandera de este circo que ondea en las alturas.
EL MARINERO. No lo había pensado. Si quiere puedo bajar
la bandera a media hasta…
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¡No sea estúpido!... ¿Qué hace
esa cuerda colgando del cielo?
EL MARINERO. Es la cuerda floja del equilibrista. Allí acos-
tumbraba arriesgar su vida para que los espectadores vivieran
momentos de vértigo en un suspiro de felicidad. Momentos
que ahora no es posible vivir en la realidad.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Interesante. Quiero conocerlo.
EL MARINERO. ¿A quién?
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Al equilibrista.

76
EL MARINERO. Es imposible.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Por qué?
EL MARINERO. Ayer se suicidó…y su muerte nos dejó
devastados. Aún no nos recuperamos de su pérdida. Ayer
mismo repartimos su cadáver entre los leones. Fue su último
deseo que nos dejó escrito en una nota: “Que las bestias me
devoren”.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. (Palpando y tratando de
medir con la cinta métrica, el palo largo que centraliza la
carpa del circo.) ¿Este era el mástil de un barco?
EL MARINERO. Sí…el mástil del último barco que tuve antes
de convertirme en propietario de este circo. Tomé la decisión
de jubilarme del mar y dedicarme a la tierra firme, porque
no podía seguir navegando con un solo ojo. Como capitán de
barco, nunca pude alcanzar la pericia de los piratas tuertos de
lejanas épocas. El mástil es el recuerdo de mis aventuras en
el mar…
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Y los demás artistas de este
circo…dónde están?
EL MARINERO. Deben de estar por llegar. (Mirando el reloj
de su muñeca.) Es raro que no hayan llegado…la función está
por empezar. Hay una larga cola de espectadores esperando
allá afuera… (Se oyen murmullos y gritos.) Protestan cuando
nos demoramos. El circo es un refugio espiritual para ellos…
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Viven muy lejos?
EL MARINERO. ¿Quiénes?
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Los artistas…
EL MARINERO. No. Aquí mismo. ..en cualquier parte. En el
puerto viven algunos. No me lo creerá, pero aquí en el circo no
tenemos mucho espacio
EL INSPECTOR DE TIERRAS. (De pronto se lleva una mano
al cuello.) ¡Ay!
EL MARINERO. ¿Qué le pasa?

77
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Algo me ha picado…un bicho.
EL MARINERO. Déjeme ver. (Le revisa el cuello. Sonríe.) Es
la garrapata…
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Cómo?
EL MARINERO. ( Tomándola, la coloca en la palma de su
mano.) Es la artista más pequeña y diminuta del circo…
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Déjeme verla. (Observa a
la garrapata a través de la lupa.) Increíble. ¿Cómo puede
chupar la sangre de un hombre un ser tan pequeño?
EL MARINERO. Ese es el misterio. Y aunque usted no lo crea,
pero una sola garrapata puede dejar sin sangre al animal más
grande y poderoso de la faz de la tierra. En realidad…ella está
brava porque usted nos quiere expropiar el circo.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. (Nervioso.) Mejor me voy.
Debo ejecutar otras expropiaciones…la noche está cayendo y
debo terminar mi trabajo.
EL MARINERO. Espere. Quédese. Esta noche usted será
nuestro único espectador. Imagínese, eso nunca antes ha
ocurrido: un solo espectador en medio de la nada, es lo máximo.
Sólo usted podrá entrar y sentarse en la butaca principal, a
sus anchas…a ver el espectáculo que se celebrará en su honor.
Habrá un número especial para usted. ¿Se imagina?
EL INSPECTOR DE TIERRAS. (Pensándolo.) Eso sería
peligroso.
EL MARINERO. ¿Por qué?
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Yo no podría aplaudir la risa.
El gobierno revolucionario tiene prohibido reir.
EL MARINERO. ¿Ni a escondidas?
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Mucho menos. Tendría
un cargo de conciencia y yo mismo me delataría ante los
servicios de inteligencia. Mejor le adelanto la orden especial
de expropiación y me voy…tenga. (Le extiende un papel.)
Pronto vendrán los funcionarios del Instituto de Tierras a
desalojarlo...

78
EL MARINERO. ¡No haga que me dé un infarto! (Se resiste a
tomar el papel.) No, por favor. No queremos volver a ser un
circo ambulante entre esos pueblos solitarios y hambrientos
de este continente. Eso es muy deprimente. Los tigres y las
jirafas se mueren de tanto deambular de un lado a otro. Las
serpientes vuelven a los desiertos. Los enanos comienzan a
crecer de aburrimiento…y yo me pongo triste y lloro por el
único ojo que me queda.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. No hay otra opción. Vagarán
como los muertos del cementerio…hasta que la iglesia los
convierta en una atractiva mercancía para la industria que
hace de la basura cualquier cosa.
Se oye un rugido de elefante y El Inspector de Tierras se
sobresalta y con cara de terror, mira a El Marinero. De
inmediato, entra El Hijo con su oreja desproporcionadamente
grande.
EL HIJO. Hola, papá…
EL MARINERO. Te tardaste demasiado, hijo mío. Qué bueno
que llegaste. Pensé que te ibas a quedar a vivir en la fantasía
del cuarto donde naciste. Estaba preocupado de que te
encariñaras con esa mala copia del pasado.
EL HIJO. Te traigo malas noticias.
EL MARINERO. Ahora no me las cuentes. Ya tengo suficientes.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Quién es este fenómeno?…
EL MARINERO. Mi hijo…es el artista más importante del
circo.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Cómo se llama?
EL MARINERO. “ Trompa de elefante ”.
EL HIJO. En realidad, es mi nombre artístico…
EL MARINERO. Porque el propio, la madre lo borró de la
memoria.
EL HIJO. ¿Dónde está mi mascota, papá?
EL MARINERO. Aquí la tienes, hijo mío… (Le da la
garrapata.)

79
EL HIJO. ¿Ya le diste de comer?
EL MARINERO. Sí…se chupó casi toda la sangre de El
Inspector de Tierras
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Con razón he comenzado
a sentir una inesperada debilidad… (El Hijo se coloca la
garrapata dentro de la oreja.) ¿Tú hablas por esa oreja?
EL HIJO. Qué pregunta…. Siempre he hablado por esta oreja.
Pero la gente tiene la ilusión de que hablo por la boca.
EL MARINERO. Y silba también…
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Sí?
En ese momento, la arena del circo es cruzada por la figura
semidesnuda de una mujer voluptuosa que conduce a un
enorme perro negro encadenado. Entonces, El Hijo silba
con su oreja desproporcionadamente grande, a la imagen
inesperada.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¡Qué bárbaro!
EL MARINERO. Y canta también…
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Sí?
EL HIJO. En algunas ocasiones especiales, lo hago.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Podría cantar para mí?
EL HIJO. Solo cuando el circo está atiborrado de espectadores.
Esa noche cobramos el doble. ¿Ha visto el gentío que está allá
afuera?
EL INSPECTOR DE TIERRAS. A mí me gustaría oírte cantar.
( Sacando su cartera.) ¡Yo podría pagar el triple!
EL MARINERO. Espere. Hace un momento usted me dijo que
el gobierno le tiene prohibido aplaudir la risa.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Pero ahora no estoy sólo ni
mal acompañando. (En voz baja). No creo que ustedes me
vayan a delatar. Ustedes me inspiran confianza. No sé por qué
creo que ustedes tienen un buen corazón. Los funcionarios
públicos no somos queridos.

80
EL HIJO. ¿Quién es usted?
EL INSPECTOR DE TIERRAS. El hombre que no ríe.
EL MARINERO. Es El Inspector de Tierras. Ha venido a
expropiarnos el circo.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Así es. El circo fue declarado
como el último reducto de la propiedad privada.
EL HIJO. Entonces, yo podría cantar gratis para usted por
esta oreja.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¡Qué maravilla! Finalmente
podré conocer la risa. ¡Podré reír!
EL MARINERO. Pero con una condición…
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Cuál?
EL MARINERO. No nos expropiará el circo.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Eso sí está difícil. (Se queda
pensativo.) ¡De acuerdo!... (Nuevamente en voz baja.) Pero
no se lo digan a nadie. Me pueden despedir de mi trabajo.
Tengo una familia que mantener. No puedo arriesgarme a
quedar desempleado...
EL HIJO. Nadie lo sabrá. De esta oreja no saldrá una palabra.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¡Jajaja !... Qué gracioso, aún
no ha cantado y ya me estoy riendo…¿cómo será cuándo
cante?
EL MARINERO. Peor.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. (Aterrorizado.) ¿Cómo?
EL HIJO. … Podría morir de risa.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Sí?
EL MARINERO. De manera fulminante.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Con razón el gobierno
revolucionario me prohibió reír. Ahora ni siquiera puedo
ir al odontólogo. Porque mostrar o tener dientes es una
burla al estado de sitio. Ustedes me perdonarán que sea un
desdentado.

81
EL MARINERO. Pero de la muerte que le hablamos, no es
una muerte cualquiera. Esta es una muerte que los mismos
muertos envidian.
EL HIJO. Mi propia madre se la pasaba sonriendo…hasta que
la volvieron a matar.
EL MARINERO. No puede ser. (Sorprendido.) ¿Soy viudo?
EL HIJO. Así es, papá.
EL MARINERO. No debí casarme.
EL HIJO. Lo hiciste por mí. No lo olvides, la fotografía tuya
sirvió para eso y algo más.
EL MARINERO. Aún soy una foto. Espero que te hayas
reconciliado con ese lugar que deseabas conocer.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¡Cante!... Vamos, ¡Cante,
por favor!… No hablen de cosas tristes. (Dirigiéndose a El
Marinero.) No se preocupe, ya tendrá oportunidad de rehacer
su vida. Los marineros tienen la suerte de tener un amor en
cada puerto.
EL MARINERO. De acuerdo…de acuerdo…pero antes,
háganos entrega del documento firmado, en donde se nos
asegure que no seremos expropiados de las tierras donde está
aposentada la carpa de este circo…
EL HIJO. ¡Dios! Pero esto parece una notaría pública. En la
escena anterior, también se firmó un documento.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. (Saca del maletín el documento
y se los entrega.) Aquí tienen el documento…ya está notariado,
firmado y sellado.
EL MARINERO. ¿Me permite su lupa? …
EL INSPECTOR DE TIERRAS. No faltaba más…es toda suya…
( El Marinero y El Hijo revisan el documento con la lupa.)
…pero vamos, apúrense, quiero reír… ¡Quiero cagarme de la
risa!
EL MARINERO. Caramba, este Inspector de Tierras ha
resultado gracioso.

82
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ( Entusiasmado.) ¿Usted cree
que podría trabajar en este circo?
EL MARINERO. Claro, aquí tendría un puesto seguro como
payaso.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Y no podría ser un monito?
EL MARINERO. También…porque últimamente estamos
faltos de macacos.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¿Y no podría ser un monito
Tití?
EL MARINERO. ¡Coño, usted pide demasiado! Confórmese
con ser un mono…y olvídese de los géneros.
EL INSPECTOR DE TIERRAS. Está bien…tiene razón…Es lo
que siempre han deseado mis hijos que sea.
EL MARINERO. Bueno…ahora tiene la oportunidad de
complacerlos.
EL HIJO. ¿Preparado?
EL INSPECTOR DE TIERRAS. ¡Sí, quiero reír como nunca he
reído!.... ¡Porque la risa desapareció de las calles…de la radio
y la televisión…pero sobre todo, de mi boca…!
La oreja desproporcionadamente grande del Hijo ruge como
un elefante, mientras El Inspector de Tierras se frota las
manos, entusiasmado, ante el devenir del número especial
que el circo ofrecerá en su honor.
EL MARINERO.(Toma un megáfono e inicia una presentación
con el fondo de una música circense.) ¡Señoras y señores!...
¡Niños y niñas!... El director de este circo…tiene el inmenso
placer de presentarles al artista más cotizado del mundo... Un
engendro de la naturaleza que nació con la virtud más sublime
de los desheredados…de los hijos ilegítimos y sin apellido…
hablar y cantar por la única oreja por la que es sordo…por
la que no oye ni el zumbido de una mosca, pero sí…el silente
crepitar de las mandíbulas de una garrapata cuando chupa
la sangre…y con ustedes, el máximo artista de la escena y la
arena circense…sin más…¡ el increíble!…¡el sorprendente!…

83
¡el arrechísíimooo!… ¡Trompa de elefanteee!...cantando una
canción que no es de su propia inspiración…pero que ustedes
seguro disfrutarán desde los rincones de su desgracia… ¡ Ay
mamá, qué será lo que quiere el Negro!
El Hijo comienza a cantar el merengue dominicano por la
oreja desproporcionada y El Inspector de Tierras arranca a
reír a carcajadas. De pronto, privado de la risa, se desploma
de manera fulminante en medio de la arena del circo. El Hijo
y El Marinero, aplauden la muerte súbita de El Inspector de
Tierras.

84
Escena IV

Una hoguera crepita a la orilla de la playa. De espaldas y


mirando hacia la inmensidad del mar, se hallan la figura del
Marinero y El Hijo. El mar ruge ante ellos y en el horizonte
oscuro, una tormenta eléctrica sacude e ilumina el cielo con
repetidos destellos.
EL HIJO. Ahora no podremos volver al circo. Lo perdimos
todo.
EL MARINERO. ( Con unos binoculares que le cuelgan del
cuello.) Es una pena. Me hice tanta ilusión de que podíamos
progresar.
EL HIJO. Fue un error haberle dado a conocer la risa al
Inspector de Tierras. No pensé que se iba a morir de verdad
EL MARINERO. No nos quedaba otra alternativa que evitar,
por todos los medios, la expropiación del circo. Fue una
apuesta que perdimos.
EL HIJO. El azar se burló de nosotros.
EL MARINERO. A estas alturas, la policía debe estar
buscándonos… (A la distancia se oyen ladridos de una
jauría.)
EL HIJO. Seguro que también mi hermano junto con El
Sacerdote y El Enterrador se unieron a nuestros perseguidores.
Estoy arrepentido de haberlos resucitados. Mucho más,
haberles dejado maniatados en el camión del congelador
donde guardamos la carne de las fieras.

85
EL MARINERO. No te arrepientas de la misión que te
encomendé. Lo hiciste no solo para conocer el cuarto donde
fuiste concebido, también para conseguir la mano de obra
que necesitábamos. Aunque fueran muertos, podían bañar y
darles de comer a los animales. De esa manera, no teníamos
necesidad de pagarles un sueldo. Los muertos no cobran…
más, si son resucitados.
EL HIJO. A lo mejor al gobierno revolucionario no le interesa
detenernos y llevarnos a la cárcel. Lo más importante para
él es eliminar el circo. No quieren que nadie más conozca
la risa. Seguro ya habrán matado a los otros artistas…a la
mujer barbuda y al enano…al mago y al tragador de espadas
de fuego. Pobre destino el de la jirafa, el de los hipopótamos,
el de los leones, el de los tigres. Las guacamayas no podrán
volar lejos. No me dio tiempo de abrirles la jaula para que
escaparan… (Compungido emite el rugido de un elefante por
la oreja desproporcionadamente grande.) En este momento…
quisiera conocer el camino que conduce al cementerio de los
elefantes…
EL MARINERO. Olvídalo, no podemos ponernos sentimen-
tales. (Se oye a la distancia una ráfaga de ametralladora.)
¡Pronto, debemos apagar la hoguera! ¡Vamos!.... ¡Las llamas
nos delatarán!
(Ambos se lanzan al suelo y le echan arena a la hoguera
hasta apagarla. Ahora se oye la presencia de un helicóptero
y el rayo de luz de un reflector que revisa la playa desde las
alturas. Luego, el helicóptero y la luz del reflector se alejan.)
EL MARINERO. ¿Puedes mirar por los binoculares?
EL HIJO. Sí… (Toma los binoculares y mira hacia el mar.)
EL MARINERO. ¿Ves algo en el horizonte?
EL HIJO. Relámpagos…
EL MARINERO. ¿No logras ver ningún barco?
EL HIJO. Es imposible. La oscuridad no lo permite y la
neblina es espesa.
EL MARINERO. Déjame ver. (Mirando a través de los

86
binoculares.)… ¡Dios!... Un barco se acerca. ¡Es mi barco!....
¡Mis marineros me saludan desde la proa!.. (Se levanta
y saluda con una mano a la distancia)… ¡Ea!... ¡Estamos
aquí!... ¡Vengan a salvarnos!... (Se desata una tempestad. El
mar ruge con más fuerza.)
EL HIJO. (Le arrebata los binoculares y mira.) … ¡Pero es un
barco fantasma!
EL MARINERO. … ¡Por algo ha salido de las profundidades
de la mar!.... ¡Hola, muchachos…aquí está su capitán!....
¡Vengan, que aquí los estaré esperando!...
Se oye un grito desgarrador a la distancia.
EL GRITO. ¡No tenemos mástil!
EL MARINERO. ¡Lancen el ancla al fondo del mar!.... ¡Así se
mantendrán firmes en medio de la tempestad!
EL GRITO. ¡No tenemos ancla!
EL MARINERO. ¡Oh, Dios!... ¡Qué locura cometí!... Los dejé
sin mástil… sin ancla…a la deriva…y todo para construir el
circo que también perdí.
EL GRITO. ¡Capitán!
EL MARINERO. ¡Dígame!...
EL GRITO. ¡Llore por nosotros!
EL MARINERO. ¡No tengo más lágrimas!
EL GRITO. ¡No nos olvide!
EL MARINERO. ¡Son mi tormento!... ¡Les enviaré mi foto!
EL HIJO. ¡Cálmate, papá!... !Es una ilusión!... ¡Es un sueño!...
¡Una pesadilla!
EL MARINERO. ¡Es mi deseo!... ¡Tú también tuviste un deseo
y yo te complací!
EL HIJO. ¡Pero no hay una fotografía que nos permita
reconstruir ese barco!
EL MARINERO. ¡Está en mi memoria!

87
EL HIJO. ¡Pero es borrosa!... Pasaría lo mismo que pasó
con el cuarto…lo reconstruí por la mitad porque la única
fotografía que existía era incompleta…nos ahogaríamos
cuando echemos el barco al mar…porque la mitad de un barco
no puede navegar…se hundiría…
EL MARINERO. Qué triste…así la esperanza es inútil. ¿Y
ahora adónde podremos ir?... ¿Dónde nos podremos refugiar
de tanto pesar…tormento y laberinto?
En medio de la penumbra, se abre una ventana y se asoma la
figura de la madre vestida de novia.
EL MARINERO. (Alucinando.) ¡Mira, una luna roja se asoma
por esa ventana!
EL HIJO. No, es mamá quien nos llama!... ¡Dios!... ¿Cómo
hizo para resucitar de nuevo?
LA MADRE. ¡Vengan!... ¡Huyan de la tormenta! ¡Huyan
de la policía! Aquí podrán refugiarse…aquí nadie podrá
encontrarlos. Aquí escaparan de la muerte.
EL MARINERO. Una ola inmensa viene detrás de nosotros.
EL HIJO. Y los ladridos de los perros también.
EL MARINERO. ¡Huyamos!
EL HIJO. (Sujetando al padre por un brazo.) Vamos, padre…
deja de sufrir. Vamos hacia ese destino imposible que nos
espera… En esa mala copia del cuarto que reconstruí, podrás
concebirme de nuevo con mamá…las veces que lo deseen y
entonces…siempre tendrán un hijo nuevo…incomparable…
aunque siempre nazca con este defecto que he convertido en
mi virtud.
Un relámpago sacude la imagen del Marinero y El Hijo. Un
fuerte aguacero comienza a caer sobre ellos.
EL MARINERO. ¿Tu mamá no me sacara el otro ojo cuando
se enfurezca y recuerde mi ingratitud y abandono?
EL HIJO. No, le cortaré las largas uñas de sus manos…pero,
esta vez, júrame que me darás tu apellido.

88
EL MARINERO. Lo juro…
EL HIJO. Que feliz soy. Ahora seré tu hijo legítimo. En ese
cuarto los tres seremos felices y para siempre…yo cantaré
canciones de amor…
La oreja, desproporcionada, comienza a cantar una canción
nostálgica y amorosa, mientras El Marinero y El Hijo se
aproximan hacia la ventana donde La Madre los espera con
la cruz del cementerio entre sus manos.

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LA NOCHE DE LA BESTIA

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PERSONAJES

LA ACTRIZ
PIE GRANDE
LUBA
UNA NIÑA TERRIBLE
SOLDADOS Y CIVILES

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(Un espacio extraño e indefinido. Progresivamente, mientras
se desenvuelve el relato teatral en la noche tensa, comenzarán
a aparecer objetos y elementos reales. Así como alguna especie
demasiado familiar.)

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(LA ACTRIZ, se viste con un traje negro y rojo de lentejuelas,
largo y ajustado. Una cabellera rubia cae sobre sus hombros.
Se mueve con propiedad y elegancia. Habla con el tono
afectado de una diva trasnochada.)
LA ACTRIZ. No lo pude creer. Fue todo un acontecimiento.
¿Cómo hizo esa estrella para caer en esta laguna donde se
reflejaba la luna toda? ... El infinito no respondió a mi
pregunta, y me quedé muda, mirando hacia arriba. Boba. No
fue un ángel. Ni siquiera Dios. ¡Fue él quien la hizo caer desde
los cielos!... (Grita.) ¿Por qué lo hiciste?... ¿Ah?... La vida
debería ser un derecho sólo para los elegidos por el autor
glorioso de la creación. Nadie más debería disponer de ella.
¿A esta hora que estará haciendo? ¿Durmiendo? ¿Soñando?
¿O estará viendo la televisión?... Eso nunca se sabe. Es un
misterio. Nunca puedo saber lo que hace o piensa allí adentro.
Si realmente puede pensar entre esa masa de pelos. Ah, no
debería hacer concesiones con la conmiseración. Sentir
lástima es un sentimiento impuro. Pero ya es demasiado tarde
para que el creador corrija los sentimientos humanos. Siempre
me sorprende. (Sintiendo un estremecimiento espacial.)
¿Estará temblando?... ¿Se irá a repetir otra desgracia?... ¡Dios
mío! (Mirando hacia la oscuridad. Otea. Se oye una ronca
respiración, acezante.) ¿Qué haces ?... ¿Qué estás haciendo?...
¿Qué haces con esa mano?... ¿Escupes... escupes también?...
¡Asqueroso! (Se dirige a un extremo. Vuelve con un látigo. Lo
sacude golpeando los barrotes de una jaula, apenas visible
entre la penumbra.)... ¡Dame! ¡Dame ese video! ¡Dámelo
desgraciado!... (Se oye un aullido orgásmico, luego se hace un
silencio. Una música electrónica crea una densa expectativa.
Un haz de luz ilumina una mano oscura y peluda que sale por
entre los barrotes, con el cassette del video. La Actriz se lo

97
arrebata. De inmediato, la mano se oculta. ) ¡Asqueroso!...
¿Quién te habrá enseñado a hacer eso?... No pudo haber sido
él. Sería el colmo. ¿De dónde sacaste este video?... ¿Lo sacaste
de su cuarto?... ¿Cómo hiciste para forzar la puerta?... ¿Ah?...
¿Cuándo irás a responder a mis preguntas?... (Deteniéndose
en el cassette.) Un video casero. A lo mejor lo grabó él. Con mi
cámara. Un día cuando yo no estaba. En mi propia cama y con
ella, su amante. ¡Maldita, me persigues hasta en el olvido!
(Tira el cassette sobre el sofá.) A partir de ahora, no te dejaré
salir de la jaula sin mi permiso... ¿Estás oyendo?... Te castigaré.
Pagarás penitencia. No te dejaré suelto por la habitación como
antes. Esta noche me llevaré el televisor a otro lugar. No
permitiré que me lo sigas secuestrando. La televisión no es
tuya. ¡No verás más telenovela!... Debes aprender a no
curiosear con lo ajeno, con lo que no es tuyo. Debes aprender
a no meterte con mis cosas, menos con las de él. No debes usar
mi cepillo dental, ni el plato donde como. No puedes intentar
actuar como un ser normal, no puedes intentar ser como un
hombre, menos como el presidente. ¡Eres un animal, no un
humano ¡ Tu sitio es la jaula!... A partir de ahora te prohíbo
ver las cadenas. (Se oye la melodía seductora de un silbido. La
Actriz se perturba.) Ese silbido... otra vez su silbido...
(Tapándose los oídos.) ¡No! ¡No!... ¡Deja de silbar, Luba!...
(Cediendo.) Su inolvidable silbido. (Pausa.) Alelado, le
gustaba mirar hacia el cielo infinito. No el mío, sino el de allá
afuera. El del otro mundo. Cuando lo veía ensimismado,
parado allí frente a la ventana, nunca me atrevía a llamarlo
porque sabía que no podía responderme. Además, jamás
hubiera podido hacerlo. Sólo me sentía. Entonces, lo sacaba
de su embeleso con una infusión de jazmín. El olor lo envolvía
y lo estremecía. Yo veía cómo el humo sinuoso de la bebida
salía de la taza y, al igual que una serpiente, lo rodeaba y lo
remontaba por el torso desnudo de su cuerpo. Entonces,
dejaba de mirar el cielo y volvía sus ojos hacia mí. Se acercaba
silbando y me tomaba por los hombros. Sonreía. Qué dulce
sonreía. Los dientes más hermosos y perfectos que he tenido
frente a mí. (Cierra los ojos. Subyugada por el recuerdo. El
torso desnudo de un hombre, sin cabeza, se acerca por entre
una espesa neblina, la bordea y, automáticamente, la imagen

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varonil desaparece.) Ninguno de los que me besó tuvo unos
dientes como los suyos. Pero cuando me acuerdo de él, dudo
haber sido dichosa. Quien perdona es libre. Yo, en cambio, no
tengo esa capacidad. Me resulta amargo reconocerlo, es así.
Una no debería recordar. ¡Bah! Más años tengo, más recuerdo.
Ahora, al oír su silbido, un río de imágenes me desborda. Los
recuerdos me asaltan, embotan mi mente. No me dejan vivir.
Por eso transformé esta casa donde he vivido. Con la idea de
escapar del pasado, de su silbido. Nada de lo que hay aquí es
real. (Mira en su entorno.) Huyo de la memoria. Mi tarea es
vencerla, domesticarla. Ojalá pudiera arrancarla de mí.
¿Podré?... ¿cómo?... Su rostro me persigue... ¡Está anclado a
mi alma! (Vuelve a cerrar los ojos, se estremece como
ensayando un desprendimiento interior. Se arranca la
cabellera y se coloca una peluca de cabellos azules.) Me
condené a vivir en esta escenografía. Los restos de la última
telenovela que protagonicé. Soy como esa estrella de escarcha
que ayer se deshizo en la laguna de mi mano. Terminé siendo
como un objeto de utilería. Un triste y ridículo deshecho. Me
hubiera gustado ser una actriz de teatro para actuar sólo en
monólogos. (Pausa.) Me cansé de la gente. Viví y conviví con
tanta gente que me obstiné de todos. Sólo tengo la compañía
de ese animal, que aunque a veces me molesta, soy yo quien
termina por controlarlo. Me hastié de la mala ficción. A estas
alturas de mi vida, todo lo referente a lo humano me resulta
aborrecible. Hace tiempo dejé de beber, de fumar y hasta de
comer. Me alimento de pastillas o de migajas. Me he ido
trasparentando en el encierro. En el silencio y en el olvido, he
torturado y despreciado mi cuerpo. Creo que ya no me reflejo
en los espejos. Yo, que ostenté las medidas que enloquecieron
las pasarelas. Yo, que cultive la fama y el poder, la competencia
y la envidia, la belleza y el glamour, me he sumergido en la
nada y en la indiferencia. Ya no formo parte de los chismes.
No. Mi imagen no ha vuelto a aparecer en ninguna revista,
menos en la pantalla chica de la televisión. Las nuevas
generaciones no saben de mi leyenda. Cuando salgo de mi
escondite, lo hago de noche y bajo la lluvia. En la ventana,
dejo asomado a ese animal disfrazado de mí. Una figura que
me representa en la distancia. Al verla algunos se preguntarán:

99
«¿Se habrá hecho la cirugía».(Ríe amargamente.) En fin, mi
mayor anhelo, es no formar parte de la vida ni de la muerte.
(Se pone un sombrero con velo y unos largos guantes.) Sin
embargo, me encanta cambiar de vestido. Es como cambiar de
época. De esa manera busco estar fuera del tiempo. Es una
rutina que me divierte. En la mañana, puedo elegir vestirme
como en los años veinte, después del mediodía como en los
treinta y, en la noche, los cincuenta son mi predilección. Y así,
hasta sentirme como una extraviada diva del siglo pasado.
(Descendiendo sus manos por el talle de su cuerpo.) Este
vestido es para esta noche. No sé por qué tengo la intuición de
que en esta noche habrá de ocurrir lo que nunca ha ocurrido.
Lo que tanto he esperado. Pero siento que a este lugar le falta
algo. Ya sé. El perfume de la inolvidable presencia de Luba.
(Toma un frasquito con spray y rocía el ambiente. Se detiene
y aspira hondamente.) Quizás por eso me enamoré de Luba.
El último sentimiento que tuve hacia un hombre. Porque creo
que él no era humano. De lo contrario, no lo hubiera soportado
como soporto a ese animal. Luba no parecía una persona, sino
un personaje de película. Nuestra relación fue como una
historia escrita por alguien muy especial. ¿Tendrá nombre ese
escritor? Quién sabe. ¿O fue mi propia mano la que escribió el
guión sin que yo misma me percatara? De todas maneras, me
intriga el contenido de esa página que encuentro al amanecer.
Una página distinta cada día. Escrita con tinta china. (Se
acerca al sol de utilería y lo enciende. Un rayo de luz ilumina
mucho más la escena. Recoge una hoja de papel. Mutilada. Se
coloca unos lentes y se detiene en su escrito.) La caligrafía se
parece tanto a la de Luba. Una letra menudita como la suya.
Lo malo es que ya el animal ha devorado la mitad de mi
historia. Soy una mujer dividida. La mitad que está aquí, y la
otra, en el estómago de esa bestia. Por eso nunca sé lo que me
habrá de ocurrir. (Mirando hacia la jaula. Sentenciosa.) Ahora
vivirás eternamente aislado. El control se quedará en mi poder
y la reja de esa jaula no se abrirá. El espacio de tu soledad será
más pequeño que el mío. (Saca el control remoto de un bolsillo
y lo coloca en el piso.) Lo deseará, pero no podrás tomarlo.
Será como la libertad: un imposible. (El silbido comienza a
oírse. La Actriz se tapa los oídos. Sacude su cabeza. Busca su

100
origen por el interior del lugar. No lo encuentra.) ¡Deja de
silbar, Luba! ... ¿No me oyes? ¡No silbes más...! (Truenos y
relámpagos sacuden la escena. Se escucha un fuerte aguacero
que se desata. La Actriz busca un paraguas y lo abre sobre su
cabeza. Se entreven imágenes de cerros poblados de ranchos.
El aguacero inclemente los derrumba.) Todo comenzó cuando
vi aquel noticiero de televisión. La naturaleza había desatado
su venganza. Lo que había perdido comenzó a conquistarlo de
nuevo. Los ríos y los mares se desbordaron. No quedó casa, ni
edificio en pie. Los pulmones se inundaron de agua hasta la
asfixia. Los sobrevivientes apenas lograron alcanzar tierra
firme. Dolidos, algunos llegaron a los centros de acopio. En
esas imágenes del horror, un rostro me conmovió: Luba. El
único rostro donde la tragedia no se había hecho presente. Un
rostro sereno e imperturbable, inmerso en la masa de
damnificados. Cuando la cámara lo enfocó, sentí que su
mirada me alcanzaba con una frase: «Ven a buscarme».
Aunque él no dijo nada al micrófono del periodista que lo
abrumaba de preguntas. Avasallada por la aprehensión
telepática, yo decidí ir en su búsqueda. Me vestí, como estoy
ahora y, con mis lentes negros, saqué el automóvil del
estacionamiento. Manejé directo hasta ese sitio. (Se pone los
lentes negros.) Entonces, hablé con el encargado del centro.
Un guardia aindiado y de mal humor. Le dije que yo estaba
dispuesta a darle albergue a alguien que lo necesitara. El
guardia trató de escoger por mí. Entonces, yo le señalé la
fotografía de Luba pegada en una cartelera. Me lo buscaron.
Mi sorpresa mayor fue enterarme de que era un sordomudo.
Sólo emitía un extraño silbido para aprobar o desaprobar. Al
principio, dudé de mi elección, después no me importó. Llené
una planilla con mis datos y me lo entregaron formalmente:
«Lléveselo». Cuando ya me iba con él, se detuvo y emitió una
especie de bramido. Se devolvió, y de nuevo, se perdió entre la
multitud de damnificados. Pensé que se había arrepentido.
Expectante, interrogué al guardia: «¿Qué pasa?, ¿qué pasa?»
Pero éste, con el gesto de un dedo vendado, me pidió paciencia.
Me comí las uñas en la espera. Al rato, regresó Luba con esa
sonrisa que me derretía. Entre sus manos, traía la que habría
de convertirse en mi perpetua compañía: Pie Grande. Ese

101
animal que está en la jaula. Entonces, yo me quedé viendo al
guardia y, demudada, le demandé una explicación en voz baja:
«Mire, señor, yo sólo le puedo dar albergue a una persona». El
guardia me respondió con su natural desfachatez. : «Señora,
este mudito vino con mono incorporado. Lo toma o lo deja.»
Cuando me disponía a protestar, alguien de la prensa que me
reconoció me abordó con una pregunta. «Disculpe, ¿usted no
es la actriz que salía en televisión?» Rápidamente, tomé de la
mano a Luba y me dispuse a regresar. El guardia estampó un
sello en la frente del recién adquirido damnificado: Un
obsequio de tu querido presidente. No entendí cómo podía
obsequiarse la desgracia. Llegué a la casa. Porque esto antes
era una casa. Mucho antes de que Luba apareciera. No esta
cosa extraña y como ajena en la que ha terminado. En la que
se ha convertido y en la que he sucumbido. A veces creo que
me he refugiado en un sueño. Un sueño extraño. Hecho de
retazos. De retazos conocidos y desconocidos. Sin embargo, a
Luba le encantó este lugar. El primer día yo lo atendí y lo
ubiqué en una de las habitaciones. El mono lo seguía a todas
partes como un lazarillo. Era cómico. Estuvo horas en el baño.
Le di de comer y se quedó dormido con el tenedor en la mano.
El mono terminó por comerse sus sobras. Un hueso del pollo
que estuvo toda la noche royendo. De Luba, recuerdo su
desamparo, pero también su especie de lejanía. Miraba
siempre hacia el infinito. Hacia el hueco de la nada. Yo estaba
parada frente a él, como ahora, y me miraba como si no me
viera. Me atravesaba con sus ojos, mirando más allá de mí.
Siempre tuve la impresión de que miraba a alguien o a algo
que no podía nombrar. Mirar a otro era un pretexto para
mirar el fondo. Sin embargo, su forma de mirar me gustaba.
Esa manera de mirar lo hacía diferente, encantador. Cuando
Luba llegó a esta casa, tendría unos quince años. Quizás más.
Creo que también había perdido su edad. Un pelo lacio y negro
caía sobre sus hombros. Lo adornaba. Era un varón apuesto.
Semejante a un actor. Nadie sabe cómo sobrevivió a la
desgracia. Lo habían encontrado sepultado en las entrañas de
ese infierno. Cuando lo desenterraron, lo primero que hizo fue
abrir los ojos y sonreírle a la luz de una linterna. Pensaron que
estaba loco. Entonces, se percataron de que era sordomudo.

102
Trajeron a un especialista y, con el lenguaje de señas, lo
interrogaron. ¿Cómo hizo para sobrevivir entre los escombros
de un edificio de siete pisos  ?... Enigma. La verdad la supe
después. Fue una hazaña. El mono había excavado un pequeño
túnel hasta la superficie por donde pudo llegar el oxígeno que
los salvó a los dos. Gracias a Dios, el agua y el barro no llegaron
hasta donde él estaba. Cuando el grupo de rescate se enteró de
que Luba podía escribir, quiso saber de su origen y familia.
Luba escribió en la hoja de papel que le extendieron: «Soy
solo.». Lo insólito fue que cuando le pidieron redactar su
nombre, lo escribió al revés. Uno de los miembros del grupo
de rescate, creyó que era un extranjero, un judío. Luba lo
desalentó dibujando en el papel una paloma negra. En el pico
del ave, colgó su verdadero nombre: «Luba». «Tiene humor el
mudito» Murmuró el guardia. Entonces, el grupo de rescate
río a carcajadas, quitándole el barro al extraño sobreviviente.
(Pausa.) El final de aquella tarde llegó con un cielo encendido,
como acostumbran a llegar las tardes de anunciación. De
regreso, en plena autopista, comenzó a seguirnos una patrulla
del ejército. No entendimos la persecución y la frase de un
altavoz nos conminó a detenernos. Orillé el carro. De la
patrulla, se bajó el guardia aindiado. Caminó hacia nosotros.
«Bájese usted». Yo cumplí sus órdenes y descendí del auto
con los ojos encandilados. «¿Qué se le ofrece?». «Mire, señora.
Usted no puede llevarse al mudito... así como así.» «Pero
señor...» «Oficial... Yo soy oficial»... «Disculpe usted, oficial.
Ustedes accedieron a que me lo llevara. Ahora, no entiendo.
Mi casa será un albergue ideal. Después pensaré en adoptarlo.»
«No señora, no se lo puede llevar gratis. Me comprende. Este
mudito vale mucho.» «Entonces, ¡no! Yo no trafico con la
desgracia humana.»... «Entonces, usted y el mudito se van
para el otro mundo.» «No entiendo. ¿No es un obsequio del
presidente?». « A ver si entiende...». Y sacó una pistola de alta
potencia y me apuntó en la cabeza. «Ahora entiende.
¿Verdad?» Un coro de risa se oyó desde la patrulla estacionada.
En ese momento, oí una voz profunda. La misma voz que me
penetró cuando veía el noticiero. La voz oculta de Luba. «No
tengas miedo. No tengas miedo.» (La Actriz se dirige a la
jaula. Reaccionando histéricamente le grita a todo pulmón al

103
animal.) ¡Los mataste, los mataste a todos! Saliste por la
ventanilla del carro y, con toda tu furia de animal salvaje,
saltaste sobre el guardia, le quitaste la pistola y disparaste
sobre él. Después, entre gritos y chillidos, disparaste sobre los
que estaban en la patrulla. Disparaste una y otra vez. Con saña
y placer. ¡Horror! La noche se llenó de sangre, de su color
espeso, de ese olor que produce vértigo. La mirada se manchó
para siempre. ¡Horror! Nada volvió a ser igual. Todavía no
salgo de mi asombro. ¿Cómo el mono de un circo pudo
convertirse en un asesino? Es más, ¿cómo puedo vivir yo con
un animal que es capaz de matar?... Luba fue quien te ordenó
ejecutar ese número. Al igual que en el circo. Lo distinto es
que el rifle que usabas para matar a los elefantes sólo tenía
balas de salva. Lo diferente es que nadie moría en la arena,
sino que simulaban morir entre los aplausos de los
espectadores. Ahora me doy cuenta de todo. Ahora puedo
desgranar las mentiras del ayer. (Sujetándose de los barrotes
de la Jaula.) ¡Luba también me engañó contigo! ... No eras lo
que al principio creí. Una indefensa mascota. Aunque en el
trayecto hacia la casa, tu amo me convenció de lo contrario...
¿Cómo pudo convencerme de un hecho tan abominable?...
¿Qué poder tuvo sobre mí?... ¿Qué poder todavía tiene?... No
lo sé, aún no lo sé. Es un misterio. No encuentro explicación.
A veces pienso que jamás debí haber visto ese noticiero. Luba,
así como amaestraste al mono, así mismo lo hiciste con mi
mente. Soy tu esclava. (Cierra los ojos y se arrellana, exhausta,
sobre el sofá. La oscuridad la arropa hasta que,
progresivamente, desaparece. Sólo su voz retumba, cansada.)
Debo tener la cara echa un desastre. El maquillaje se me
corrió. Lo malo de recordar, en el trópico, es que uno termina
convertido en una máscara. Irreconocible. Menos mal que
aquí los espejos ya no existen. Cuando no hay reflejos, no hay
nada que ver. (La música electrónica invade el espacio. La
mano peluda se asoma por entre los barrotes de la jaula. Se
extiende con dificultad y logra tomar el control remoto. La
reja de la jaula se abre. De su interior, sale un mono, con las
características de un simio nunca antes visto. Su mirada
pareciera delatar a un ser humano oculto entre su pelambre.
Erguido, se mueve simiescamente por la habitación. Un sexo

104
inmenso cuelga por entre sus piernas. Del perchero, toma un
sombrero y se lo pone. Luego, un chaleco y un pantalón. Se
calza unos zapatos. Por último, se coloca al cuello un lacito
rojo. De la mesa, toma una jarra de agua y llena un vaso. Lo
pone sobre una bandeja. Se lo lleva a La Actriz sumergida en
la oscuridad. Un rayo de luz, que proviene del sol de utilería,
lentamente la ilumina. La Actriz ha cambiado de vestido.
Ostenta una peluca negra.)... ¿Por qué tomaste el control sin
mi permiso?... Dámelo... (El mono le devuelve el control.)...
¿No te dije que no debías salir de la jaula?... (Como respuesta,
La Actriz sólo recibe el silencio del animal. Toma el vaso de
agua. Bebe sedienta. Mira fijamente a la bestia.) Sabes, Pie
Grande, lo único que te hace falta es hablar. Claro, no me
gustaría que lo hicieras como nuestro presidente. Lo haces
casi todo. Un día podrías formar parte del gobierno. Para
gobernar se necesitan tipos como tú. Por ahora, te has
convertido en mi valet. Te imaginas si llegas a ser presidente.
Todos los damnificados te adorarían. Eso sí, tendrías que
ponerles un sueldo cada vez que quieras reelegirte. Mírate, te
pareces a nuestro actual estadista. Todos los días se pone un
traje nuevo. El complejo típico de los pobres. Cuando, por
azar, llegan a tener poder o fortuna, lo primero que hacen es
cambiar de facha. Pero adentro, muy adentro, siguen siendo
iguales, como la miseria que los vio nacer. Bestias. Quizás por
eso, tu primer dueño siempre soñó con enseñarte a hablar. El
no podía. Estaba imposibilitado como tú. Siempre le inquietó
la idea de lo que podría contar un animal. Del mundo que lo
habita. De sus sentimientos. Más allá de sus chillidos y
gemidos ¿qué hay?... ¿Una selva de silencios o de ruidos?...
No sé si te enseñó el lenguaje de las señas. Yo aprendí algunas
cosas con Luba. Lo fundamental. Claro, pasaba más tiempo
contigo. Eso me producía celos. ¿Lo sabías?... ¿Qué hacían
encerrados todo el día en el cuarto? ¿Ensayando algún nuevo
número para el circo? Revivir la gloria de un circo que se
había ahogado siempre me pareció una idea absurda de Luba.
Nadie más sobrevivió. Ni la carpa, ni sus animales. Ni la mujer
barbuda, ni el mago. Ni el padre de Luba, ese adivino que
tenía poder sobre la mente de los demás. Nadie. ¿O es que tú
pretendías reclutar a tu amo para un futuro ejército de monos?

105
(Le hace algunas señas con el lenguaje de los sordomudos.
Espera. No recibe respuesta. ) ¿Será cierto lo que dicen en
Tailandia? «Los monos saben hablar, pero no lo hacen delante
de las gentes.» ¿Por qué?... ¿Temen que los conviertan en
esclavos?... ¿Sabes lo que compré ayer?... (Se levanta del sofá
y se dirige a un estante. Abre una gaveta y saca un libro.) ... Un
libro. Este es un abecedario. Con ilustraciones de la selva. A
todo color. ¿Quieres verlas? Te van a encantar. Tiene paisajes
inolvidables para ti. A ti te gusta ver. Fisgonear. Espiar la vida
de la gente. Sabes, he decidido enseñarte a leer. Después a
escribir. ¿Crees que puedas?... ¿O no eres tan inteligente como
pareces?... (Vuelve al sofá y se sienta.) Ven, ven acá. Siéntate.
Siéntate a mi lado. Al lado de tu primera maestra. Las maestras
somos más comprensivas que los maestros. Más tolerantes.
Quizás porque somos mujeres. No usamos el látigo como en el
circo. Luba fue cruel contigo. Lo sé. Te castigaba hasta el
dolor. Chillabas como si pidieras piedad. Yo te digo: No
esperes piedad nunca de esta especie. (Pausa.) ¿Tú la tendrías
si llegas al poder?... Acércate. Vamos... (El mono se acerca
temeroso. Camina rectamente hacia La Actriz, tamba-
leándose.)... Ja, parece que estuvieras caminando sobre la
cuerda floja. No temas, este número no va a ser un acto mortal.
A menos que también hayas sido trapecista. (El mono se
detiene frente a ella. La Actriz lo observa.) Eres raro. Cuando
estás cerca de mí, te vuelves tímido, como un adolescente.
Con tu tamaño pareces más bien el hijo de un mandril... (Una
repentina erección, comienza a desgarrar la bragueta del
pantalón del mono. Anonadada, La Actriz mira aparecer el
descomunal sexo.)... ¿Qué es eso?... ¡Qué cosa tan horrible!...
Yo nunca había visto una cosa así... No parece de verdad...
¿Qué estás pensando?... ¿Crees que todas las mujeres pueden
ser tuyas?... ¿Crees que yo puedo ser una más?... (La Actriz
toma el palo de una escoba y descarga un golpe sobre el sexo
del mono. Este emite un aullido de dolor y guarda su sexo
nuevamente.)... ¡Asqueroso!... ¿No puedes reprimir tus
instintos?... (El mono sigue gimiendo.) Sé que a ti no te gusta
cazar en manadas, sino solo. No crees en los grupos. Aunque
los usas. Después, los traicionas. Es tu estilo. Te comes la
carne congelada de la nevera y, de vez en cuando, tienes

106
arrebatos de violencia. ¿Te vuelves loco?... ¿Un mono puede
volverse loco?... ¿Fue un acto de locura lo que te ocurrió
cuando mataste a los guardias?.... ¿O estabas marcando tu
territorio como lo hacías en la jungla?... Con el olfato. No me
veas así, pareces otro. Cuando me ves así no te reconozco. Me
quedo sin aliento. (El mono mira a La Actriz inquisitivamente.
Erguido, la olfatea, imponente. La Actriz se recoge, temerosa.
La escenografía de la telenovela es invadida por la selva
tropical. La vegetación entra por la ventana, desciende por el
techo. El mono salta y se guinda de una liana, se balancea
alrededor de La Actriz. Ésta trastabilla acorralada. El mono
abandona la liana y avanza hacia la mujer sin quitarle la
mirada de encima.)... ¿Qué pasa?... ¿Qué estás maquinando?...
(El mono la vuelve a olfatear. Se escupe las manos y se las
frota. Con un puño golpea la palma de la otra mano.)... ¿Por
qué me hueles?... (Repentinamente, La Actriz saca una pistola
de entre uno de los cojines del sofá. Nervioso, el mono
retrocede abandonando su altivez. Mueve los ojos desorbitados
y se rasca la cabeza. Un hilo de orín baja por entre sus
pantalones.)...Vaya, te estás orinando. ¿Te estás orinando de
miedo? Los pantalones de Luba. Si regresa no le gustará.
Muchas veces te guindó por la cola por ponerte su ropa. El
orín de una bestia siempre apesta. Es mi culpa, lo sé. Te
permito que te vistas como él. Me gusta. (La Actriz toma el
frasquito del perfume y rocía al mono. Luego es ella quien lo
olfatea. El mono retrocede. ) Ahora hueles mejor. No te
preocupes, soy incapaz de matar a una mosca, menos a un
mono. Ya veo, estás entrenado sólo para actuar, como tu amo.
Inesperadamente. Pero vamos a averiguar lo qué pasa con tu
cerebro. Con esa masa gris de misterio. Porque tengo la
intuición de que eres como una tumba sepultada de palabras.
Cuántas historias podrías contarme si hablaras. Detalles de tu
pasado. ¿Te imaginas?... ¿Los monos tendrán traumas como
nosotros?... Siéntate. (El mono se sienta en el sofá.).... ¿Me
oyes o actúas por reflejo?... Bueno, ya me responderás. (Abre
el libro. Señala con un dedo una de las letras.) A ver, di
conmigo... A... Vamos, A... A de amigo, A de amante, A de
arma... (No hay respuesta. El mono ve el libro y después a La
Actriz. Divaga, hurgando su pelambre. Escarba entre los

107
pelos. Logra sacar un piojo y se lo lleva a la boca. Lo mastica.
La Actriz lo observa impávida.)... Te lo haré más fácil. Vamos
a comenzar por la última letra... La Z.... esta es una Z....
¿Puedes pronunciarla?... Tienes boca para hacerlo. Dientes y
boca como yo. Claro, yo no tengo una cola como la tuya. La
mía la perdí hace mucho tiempo. Vamos, aprende... Z... Z de
Zoquete, Z de Zángano, Z de Zarpazo... (Furiosa, al no ver una
reacción de correspondencia del mono, le descarga un
manotazo en la cabeza.) ¡Bruto! ¿Tú crees que con devorarte
mi historia vas a aprender a leer y a escribir?.... ¿Ah?... (El
mono gime como un niño.)... Pero mi madre decía que la letra
entra con sangre. A ver, dame la cola. (Lo hala por la cola y el
mono chilla.) ¡Cállate, que no te estoy matando! ¡Cállate! (De
improviso, La Actriz le muerde la punta de la cola. El mono
chilla más fuerte. Logra zafarse y, saltando, se oculta otra vez
dentro de la jaula. La reja se cierra y tira el control afuera. La
Actriz ríe a carcajadas. Delirante.)... ¡Ja, ja, ja!... Ay, Pie
Grande, eres una figura patética. Tan patética como ella.
Porque Luba no era así, hasta que apareció ella, mi rival. La
que había dicho que era mi amiga derrumbó el tiempo de
felicidad que viví con Luba. La bicha apareció con una excusa
en esta casa.
(En ese momento emerge de la oscuridad, una niña de
rasgos temibles. Lleva los labios pintados de rojo y viste
como una mujer sensual o fatal. Se mueve por toda la escena
nerviosamente. Abre y cierra su cartera, sacando y guardando
un espejito donde se mira obsesivamente para retocar el
maquillaje de su cara. Su imagen la hace parecer a un ser
fugado de una pesadilla.)
LA NIÑA. Hola...
LA ACTRIZ. Hola...
LA NIÑA. Vengo de Palacio. El presidente está a punto de
convertirse en una bestia...
LA ACTRIZ.¿Sí?
LA NIÑA. Pobrecito, no todo le sale bien. Por cierto, alguien
de la prensa te vio en el centro de acopio. Se comenta que le

108
diste albergue a un sordomudo. Con su mascota. ¿Es así?...
También se comenta que esa noche murieron varios guardias...
asesinados. ¿Es así?... La policía está investigando... ¿No ha
venido por aquí?...
LA ACTRIZ. No, Mimosa, no ha venido.
LA NIÑA. Entonces, ¿es cierto?...
LA ACTRIZ.¿Es cierto qué?...
LA NIÑA. ¿Lo de la adopción? Se comenta que vas a adoptar
al dignificado.
LA ACTRIZ. (Corrigiéndola.) . El damnificado.
LA NIÑA. ¡Qué maravilla! ¿Puedo conocerlo?...
LA ACTRIZ. Ahora no. Está ocupado. Se está cepillando los
dientes.
LA NIÑA. ¿Puedo esperar?
LA ACTRIZ. Bueno, sí.
LA NIÑA. Sabes, me gusta tu casa. Es tan original que no
parece una casa. Ay, amiga, cómo lamento que te hayas
retirado de la actuación. Eras una estrella. Lo lamento mucho.
Tenías tanto futuro. Pero claro, es tu decisión. Y eso hay que
respetarlo. Yo también lo haré cuando cumpla los cuarenta
años. Porque a los cuarenta, hay que retirarse. Si una actriz
a los cuarenta no ha logrado un nombre universal, es mejor
que se retire. Mi idea es hacer la próxima telenovela y después
irme a Hollywood. Por eso estoy aquí. Vine a pedirte una
ayuda. No te pongas así. Es muy fácil. En la novela se necesita
una contra figura. ¿Me entiendes.
LA ACTRIZ. No, no puedo.
LA NIÑA. Claro que puedes. Podemos hacer un cambio.
LA ACTRIZ. ¿Un cambio de qué?
LA NIÑA. Tú me prestas a Luba y yo no te delato. Un
dignificado dentro de la telenovela sería un exitazo. ¿No
entiendes? Voy hacértelo fácil.... (Repentinamente toma la
pistola.) ¡Esta es la pistola! (La apunta.) Con esta pistola el
animal que tienes en la jaula mató a los guardias.

109
LA ACTRIZ (Retrocediendo.) .¿Cómo lo sabes?
LA NIÑA (Acorralándola.) . En la farándula todo se sabe.
LA ACTRIZ. Bueno, de ser cierto ¿por qué la policía no me
ha investigado? No me ha detenido. No han venido hasta acá.
LA NIÑA. La ley es así. Lenta, pero segura. Te lo pondré más
claro. He venido en nombre del canal del gobierno. Ellos están
dispuestos a liberarte de cualquier problema con la justicia
si les das en calidad de alquiler al mudito. El guionista tiene
listo el guión. Es la historia de una actriz retirada con un
sordomudo. ¿Qué te parece?...
LA ACTRIZ. Muy familiar. (Pausa.) ¿Y cómo se llamará la
telenovela?...
LA NIÑA. (Vibrante.) «¡El Dignificado!»
LA ACTRIZ. ¡Que horror¡ ¿No pueden pensar en otro
nombre?...
LA NIÑA. Lo lamento amiga, es una decisión de alto nivel.
Un obsequio de tu querido presidente para la teleaudiencia
nacional. (La Niña acciona la pistola y un chorro de agua cae
sobre la cara de La Actriz.)
LA ACTRIZ. ¡No me jodas!... (La Niña vuelve a la oscuridad
riendo a carcajadas.) Y así perdí a Luba. Tuve que aceptar lo
que me impusieron. Ya no lo podía tener como antes. Ya no
podíamos desayunar juntos. Una patrulla del ejército lo venía
a buscar a las cinco de la mañana para llevarlo a la grabación
de la telenovela. Me lo devolvían después de la medianoche.
Cansado y sin fuerzas. Ya no podía enseñarle a hacer el amor
como le enseñaba, como le estaba enseñando. Le gustaba tanto,
que me dejaba sin fuerzas, extenuada. Ah, lo que no tenía en
palabras lo tenía en ganas. Después, no me lo trajeron más. Yo
me desesperé, grité. Pero nadie me respondió. No volví a oír
su voz profunda. Entonces, lloré. Lloré como llora una mujer
cuando es abandonada por un hombre. (Estalla en un llanto
desgarrado. Poco a poco se va calmando. Respira hondo, se
enjuga las lágrimas y continúa. Su semblante se vuelve dulce.)
Yo lo estaba cultivando. Le enseñé el amor a los libros. Le
encantaban las biografías. La vida de aquellos que llegaron al

110
poder: Napoleón Bonaparte, Adolfo Hitler, Stalin, Pinochet,
Fidel Castro... Siempre me llamó la atención ese interés suyo
por el protagonismo. ¿Sería porque todos tenían una carencia
como él?... No sé, la verdad es que no lo sé. Lo que más me
llamó la atención fue la curiosidad del mono. Se embebía con
las fotografías de esos personajes históricos. Los observaba
con una detallada atención, como si en el fondo quisiera
imitarlos. (De repente, la jaula se estremece con la música
electrónica, se abre y sale de nuevo el mono. Esta vez vestido
de militar de campaña, sus botas negras y una boina. Toma el
látigo y lo sacude, acercándose, amenazante, hacia La Actriz.
Esta retrocede aterrorizada, estremeciéndose ante el restallar
del látigo.) Pero, ¿qué es esto?... ¿El planeta de los simios?...
Pero, ¿qué pasa?... ¿Te has vuelto loco otra vez?... ¿Y ese
traje?... ¿Quién te lo dio?... ¿De dónde lo sacaste?... Ah, ahora
quieres ser comandante. Comandante en jefe. ¿O el Padre
de la Patria?... ¡Vamos, dame ese látigo!... ¡Ten cuidado!...
¡Dámelo!... ¡Cuidado, me vas a pegar!... (El mono se abalanza
sobre ella.) ¡Ay!... ¡ Me estás pegando, desgraciado ¡... ¡ Ay,
me duele!... ¡Auxilio!... ¡Auxilio!... ¡No me pegues!... ¡Alguien
tiene que detenerte!... ¡Alguien tiene que ayudarme!... Mira,
animal, la que manda aquí soy yo. ¿Oíste?... ¡Auxiliooo ¡... (La
Actriz corre hacia el sofá. Intenta tomar la pistola. El mono
le descarga un latigazo en la mano) ¡Ayyy!... (Sin embargo,
La Actriz logra tomar el arma. El mono la hace retroceder
hasta la entrada de la jaula. Con un seco latigazo, hace que
se introduzca en su interior. De inmediato, cierra la reja. El
mono va hacia otro extremo, toma una cuerda y eleva la jaula.
La balancea, mientras salta chillando de contento. ) ¡No, por
favor! ¡No!... ¡Auxilio!... ¡Detengan a esta bestia!.... ¿ Así me
pagas?... Yo que te terminé de criar... hasta no hace mucho
me ocupé de limpiar tus excrementos... cuando los dejabas
por todos lados.... Me pagas así... Lo aprendido conmigo
nadie te lo pudo enseñar en el circo... ¡Ni siquiera Luba!... ¡
Mal agradecido! No agradeces que te di cobijo... Yo te di de
comer... te alimenté... Ahora veo... Ahora me doy cuenta...
tienes una mirada de resentido... ¿Quién sería tu madre?...
Si tuviste madre... ¿Quién sería tu padre?... Si tuviste padre...
Por eso actúas como un cobarde.... Todos tus actos son de

111
cobardía... te repites... como un traidor... como alguien que
no le es fiel a nadie... ¡Animal! ¡Tenías que ser un animal!...
¡Bájame, y sácame de aquí!... ¡ No quiero estar encerrada en
esta inmundicia!... ¡Hazlo o disparo!... ¡cuento hasta tres!...
¡Uno, dos, tres!... (Indiferente, el mono continúa balanceando
la jaula. La Actriz dispara sobre él. Este se estremece,
sujetándose un brazo. Deja caer el látigo, pero no suelta la
cuerda que sostiene a la jaula. ) Te lo dije. Yo te lo advertí. No
te ibas a salir con la tuya. ¿Quién te crees que eres?... Ya, eres
la viva estampa de un patriota ridículo. (Se oye el silbido. El
mono mira entorno. La Actriz lo observa expectante. El mono
hace descender la jaula. La Actriz sale de ella. El mono, dolido
y apesadumbrado, lame la sangre que mana de su brazo.
No se queja. Luego, se introduce en la jaula y se encierra en
ella. Deja afuera el control remoto. El silbido se oye esta vez
más cercano, penetrante.) El silbido de Luba... el silbido de
Luba me salvó. Gracias, mi amor. Lo siento tan cerca de mí.
(Dirigiéndose a la jaula. A su paso, toma el control remoto.)
Te quedarás dentro de la jaula. No saldrás más de allí. Ahora
serás un preso que no podrá salir ni comunicarse con nadie.
No te daré un celular como tienen algunos insurrectos
en prisión. La jaula ahora será tu cárcel. Tu condena será
perpetua. Nadie te podrá liberar. Quien lo podía hacer no
está. (El silbido se hace más intenso, embriagador. Toda una
melodía triste.) ¿Será que el mono aprendió a silbar?... ¿Eres
tú quién silba?... ¡Oh Dios¡ ¿Qué he hecho?... (De repente, una
hoja de papel se desliza por debajo de la reja de la jaula. La
Actriz se estremece. Se inclina y recoge la hoja. La lee.) Me
escribes. Eres tú quien me escribe, quien me ha escrito todo
este tiempo. Eres tú quien lleva el diario de mi atropellada
vida. Entonces, sabías escribir. ¿Por qué no me lo habías
dicho? Porque sí sabes hacerlo, debes también saber hablar.
Háblame. Vamos, háblame. Estoy dispuesta a oírte. (Se
produce un silencio. La Actriz activa el control remoto. La reja
de la jaula se abre.) Sal de allí y dime algo. No temas, no voy
hacerte daño. Te lo prometo. No volveré a hacerte daño. Te
curaré esa herida. Eres lo único que me queda. He aprendido a
quererte. (Lentamente, por entre la neblina, la apuesta figura
de un hombre joven, sale de la jaula. La Actriz es invadida por

112
el temblor.) Un milagro, todavía ocurren los milagros. Yo lo
presentí. Por eso me vestí así. Para ti. Esta noche tenía que ser
una noche especial. Inolvidable. Luba, eres tú. Eres tú, Luba.
¡No lo puedo creer!
LUBA (Con una voz grabada.). Sí, soy yo.
LA ACTRIZ. ¿Puedes hablar?... Ahora, ¿puedes hablar?
LUBA. No, esta es una voz grabada. La de mi pensamiento.
(Le muestra una grabadora que lleva en la mano.) Pero te oigo
como siempre, a través del movimiento de tus labios.
LA ACTRIZ. Es increíble... (Lo abraza.) Luba, Luba... Qué
bueno que hayas vuelto.
LUBA.Vine a buscar mis cosas. Me llevaré a Pie Grande.
LA ACTRIZ. ¿No regresaste de verdad?
LUBA. No, es una idea tuya.
LA ACTRIZ. ¿No existes?
LUBA. En tu mente. No dejas de pensar en mí. Vives aferrada
a mi recuerdo.
LA ACTRIZ. Luba, por favor... dime que es verdad.
LUBA. (Complaciéndola.) Es verdad. ¿Dónde está Pie Grande?
LA ACTRIZ. En la jaula.
LUBA. (Toma la linterna y la enciende.) ¿Y este rastro de
sangre?
LA ACTRIZ. Se hirió. Se hirió accidentalmente. Intentó hacer
un número del circo. Sabes, Luba, Pie Grande ha pasado todos
estos años viendo la telenovela que protagonizaste. Se siente
orgulloso de ti. Su mirada te lo dice.
LUBA. (Dirigiéndose a la jaula. Ilumina su interior). Pie
Grande... Pie Grande...
LA ACTRIZ. Déjalo, a esta hora ya debe estar dormido. ¿Te
quedarás esta noche conmigo?
LUBA. No puedo.

113
LA ACTRIZ. ¿Por qué?
LUBA. ¿Dónde está la pistola?
LA ACTRIZ. Aquí está.
LUBA. (Tomando la pistola. Debo llevármela también. No
debo dejar ningún indicio de nada.
LA ACTRIZ. Pero, ¿qué pasa?
LUBA. Dejé la telenovela.
LA ACTRIZ.Qué bueno.
LUBA. Estoy huyendo.
LA ACTRIZ. ¿De quién?
LUBA. No te lo puedo decir. (Mirando hacia la jaula.) Hay
espías por todos lados.
LA ACTRIZ. Yo te esconderé.
LUBA. No, este lugar es peligroso.
LA ACTRIZ. ¿Por qué?
LUBA. Es igual que una telenovela.
LA ACTRIZ. Yo voy adonde tú vayas.
LUBA. No hay sitio seguro. Pero hay que huir. Es mejor irse
lejos de aquí. (Llamando hacia el interior de la jaula.) Pie
Grande, soy yo. He regresado. Vámonos... ¿Lo curaste bien?
LA ACTRIZ. Sí. Se recuperará pronto. Es muy fuerte. (Rogando
enternecida.) Luba, Llévame contigo.
LUBA. No puedo.
LA ACTRIZ. ¿Por qué?
LUBA. Porque no te amo.
LA ACTRIZ. (Cayendo de rodillas y abrazándose a sus piernas.)
¡Mentira! ¡Mentira! ¡Tú me amas!... ¡Siempre me has amado!
LUBA. No como antes.
LA ACTRIZ. Tú no la amas a ella.

114
LUBA. Como nunca la amé en la telenovela.
LA ACTRIZ. ¿Qué pasó con ella?
LUBA. Me abandonó... Le dieron una embajada en la Meca
del cine.
LA ACTRIZ. Te lo dije. Es una arribista. No sólo me desplazó
a mí...
(Se oyen unas voces, entrecruzándose órdenes y respuestas
de sumisión. Luego una estruendosa marcha militar, la cual
allana peligrosamente la escena.)
LA ACTRIZ. ¿Quiénes serán?
LUBA. Son ellos. Vienen a buscarnos.
LA ACTRIZ. ¿Quiénes son ellos?
(Ahora la música electrónica es progresiva y retumbante. La
reja de la jaula se abre. Sale el mono con un uniforme militar,
pero esta vez no es verde, sino beige, de gala, con charreteras
y condecoraciones doradas. Una banda tricolor le cruza
el pecho. Su mirada es temible. Toma el látigo y lo sacude
dos veces. De inmediato, irrumpe un ejército de monos
disfrazados de Soldados con su atuendo verde oliva. En sus
cabezas, ostentan boinas. Dos se dirigen a la pareja. Los
esposan. Inmediatamente, entra un grupo de Civiles con los
ojos vendados y palos en las manos. El mono sacude el látigo
de nuevo y, a empujones, Los Soldados sacan a rastras a La
actriz y a Luba, mientras los Civiles les golpean salvajemente.)
LA ACTRIZ.No, no por favor. ¡Nosotros no fuimos los
asesinos!... ¡ No fuimos nosotros! ¡ Fue él!...
LUBA. ¡Pie Grande, habla por mí! ¡ Defiéndeme!... ¡ Fuiste tú
quien decidió matarlos, no yo!... ¡Yo nunca te ordené matar! ¡
Ayúdanos!... ¡ Tú eres el autor de esta desgracia!... (Un soldado
le arrebata el grabador. Las palabras de Luba no se vuelven a
oír. Sólo quedan los gestos mudos de sus labios.)
LA ACTRIZ. Por favor, Pie Grande. Ten piedad de nosotros...
¡Auxilio, alguien tiene que ayudarnos!... ¡Ayúdennos!...¡
Nosotros somos inocentes!

115
(El mono permanece imperturbable. Sacude el látigo y emite
un chillido ensordecedor. Oscuro total. )

116
EL MAGO DEL PATIBULO

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PERSONAJES

LINDA
NAVIDAD
NAPOLEON
EL HOMBRE
HUG HEFNER
SADDAM HUSSEIN

OTROS:
UNA NIÑA DEPRIMIDA
CONEJITA 1
CONEJITA 2 y 3
PELOTON DE SOLDADOS

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120
PRIMER ACTO

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Escena I
(La noche comienza a penetrar en el espacio de un Bar, donde
los floreros que centralizan cada mesa del lugar, exhiben una
rosa roja de plástico. Una barra con una caja registradora y
un pequeño escenario con un tubo para bailes de strippers se
destacan con dos rayos de luz.)
LINDA. (Desde la penumbra, sentada ante una mesa y vestida
como una conejita de Play Boy, fuma incesantemente de una
larga pitillera.) Navidad, ¿por qué te dicen Navidad?
NAVIDAD. (Quien, con unos lentes negros, se encuentra
detrás de la barra sacándole brillo a una copa de cristal con un
trapo negro.) Porque nací una noche buena, señorita.
LINDA. Pensé que te habían puesto ese nombre por el color
de tu piel.
NAVIDAD. ¡Já! Quién sabe... no se está en la cabeza de
nuestros padres cuando nos conciben. Mucho menos cuando
se nace en una isla donde la única luz son las estrellas.
LINDA. Hummm... ¿Eres bueno?
NAVIDAD. Creo que nadie sabría decir en este mundo si es
bueno o malo. La gente siempre piensa lo contrario ante lo
que hace. Mi madre pensó que mi padre era malo porque
después que me concibió se marchó en un barco... lejos, más
allá del horizonte. Pero para él, seguramente, fue lo mejor que
pudo haber hecho...
LINDA. Entonces, digamos que perteneces al término medio
de los que no se comprometen.
NAVIDAD. Tampoco sabría decirlo. Mi padre era un marinero

123
y no estaba obligado a comprometerse con ninguna mujer; su
único compromiso era con el mar. En mi caso, yo nunca he
tenido necesidad de una relación para saber cuándo se puede
ser bueno o malo. La única que he tenido, si es que eso puede
llamarse relación, ha sido con mi perro. El no me molesta ni
yo tampoco a él. (Sonriendo.) Sólo que a los dos nos fastidian
las garrapatas...
LINDA. Pero lo amordazas. Cada vez que vienes al negocio
lo traes con el bozal y lo encierras en el baño de la cocina.
Entonces, lo que le queda al pobre animal es gruñir entre la
muralla de los dientes.
NAVIDAD. Lo hago para que no le arranque de un mordisco
la garganta a algún vecino del barrio, porque vivo entre
delincuentes. Aunque una vez lo liberé de su mordaza para que
persiguiera al ladrón que me había robado la cartera. Lo que
mi perro hizo con el hombre no vale la pena contarlo; la noche
es demasiado joven para hablar de sangre y mutilaciones…
LINDA. Pero, ¿por qué lo embozalas para traerlo al negocio?
A menos que pienses que los delincuentes también se hallan
aquí.
NAVIDAD. No quisiera que perturbara a la clientela con sus
ladridos. Se aterrorizarían si llegaran a ver sus poderosos
colmillos con los que es capaz de despedazar a cualquiera.
Ante un animal como ése serían inútiles los ruegos. No conoce
la piedad. ¿Se imagina el susto de una gente que sólo está
acostumbrada a conocer la diversión?... Además, perdería mi
trabajo. El señor Napoleón me despediría.
LINDA. Navidad, tengo una curiosidad.
NAVIDAD. Dígame, señorita.
LINDA. ¿Por qué te gusta este trabajo?
NAVIDAD. Se lo voy a decir. Y la razón no tiene nada que
ver con lo que me pagan, recibo más por las propinas, pero
puedo sobrevivir con muy poco. Me gusta, porque aquí puedo
permanecer inmerso en la oscuridad, en la nada. Es como si
siguiera viviendo en la isla de donde vengo. Veo a las gentes,
pero ellas no me ven a mí. Su indiferencia me beneficia. Sólo

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existo para servirles. Siempre estoy en las sombras con mi frac
y mi lacito rojo de mesero, detrás de los cristales negros de
estos lentes. ¡Ser nadie es tan maravilloso!
LINDA. Pero a veces te gustaría ladrar.
NAVIDAD. (Grave. Para sí.) O morder.
LINDA. Navidad, ¿por qué no abandonas ese jardín de
cristales y vienes hasta acá y te pones a hablar conmigo con
plena libertad?
NAVIDAD. Lo estamos haciendo, señorita.
LINDA. Quiero decir, más cerca. Quítate esos lentes. No sé
por qué los usas hasta en la noche. De un tiempo para acá
parecen haber sustituido tus ojos. (Le hace un gesto seductor
con la mano.) Ven…
NAVIDAD. El señor Napoleón debe estar por llegar. Qué raro
que no esté aquí. En cuarenta minutos debemos abrir el bar
para que comience el espectáculo.
LINDA. Seguramente aún no tiene preparada la coreografía
que debo bailar. Le he llamado a su celular y no responde…
tampoco a los mensajes de texto que le envío. Eso me
inquieta...
NAVIDAD. A lo mejor se demoró en el gimnasio.
LINDA. Es lo más probable. Tiene una obsesión con su cuerpo.
A su edad se cree un Adonis.
NAVIDAD. Menos mal que usted sabe improvisar…Tiene
tanta imaginación como él.
LINDA. Hoy no debería…hoy...
NAVIDAD…Todo debe estar limpio, ordenado. Por eso me
esmero con las copas y los vasos. Mis manos les otorgan
un brillo que competirá con la sonrisa de los clientes y los
invitados. Los destellos de la porcelana no pueden competir
con los del cristal ¿No le parece?... Sólo me falta encender
las velas. Creo que el público ya está aglomerado allá afuera.
Oigo sus voces… un tumulto pareciera derrumbar la puerta…
Si bien no llego a verlo, siento su fervorosa excitación. ¡Una

125
marea de expectativa anida esta noche por usted, señorita!...
¿No los oye?... Todos gritan: “¡Linda! ¡Linda! ¡Linda!”
LINDA. No oigo nada, Navidad. Creo que olvidé mi nombre…
lo extravié hace mucho tiempo. No es a mí a quien llaman,
claman por otra. Mi nombre también es postizo. Es otro
invento de Napoleón. Mis oídos no terminan de familiarizarse
con ese nombre que llevo como una prenda costosa: Linda.
Por favor, Navidad, ven acá… trae una botella y dos copas.
¡Compláceme!... (Manipuladora.) Podemos brindar por lo
que podría ser un suceso.
NAVIDAD. Aún no… al señor Napoleón no le gustaría.
LINDA. ¡Ven!… no me dejes sola en esta mesa. Compadécete
de mí. Tengo días que no bebo…
NAVIDAD. No me gustaría que el señor Napoleón le volviera
a pegar.
LINDA. ¿Por qué dices eso?
NAVIDAD. No siempre se puede controlar la rabia. En el
fondo somos tan peligrosos como las fieras. ¿Sabe qué me
trajo el perro como presa de cacería aquella noche del asalto?
LINDA. No...
NAVIDAD. La cara del ladrón... la traía colgando de entre sus
dientes como una máscara ensangrentada.
LINDA. ¡Dios!... ¿Viste el hematoma que me quedó en la
pierna?
NAVIDAD. No…
LINDA. Ven para que lo veas… acércate.
(Navidad sale detrás de la barra, y deja sobre ella, la copa de
cristal que lustraba con el trapo. Se dirige hacia la mesa donde
se encuentra Linda. De pronto, cambia de rumbo. Linda lo
detiene con un grito seco.)
LINDA. ¡Espera! ¿Adónde vas?
NAVIDAD. Perdone, me distraje, señorita. (Con una falsa
excusa.) Iba a encender las velas de las mesas. (Sonríe

126
apenado.) Ellas esperan por mí… No olvide que también soy
el jardinero de la luz.
LINDA. Primero enciende ésta...
(Navidad se aproxima a la mesa donde se halla Linda. Con un
yesquero enciende la vela. Linda baja la media tatuada con
mariposas de colores que cubre una de sus piernas.)
LINDA ¿Lo ves?
NAVIDAD. Sí…
LINDA. Acércate más…
NAVIDAD. (Se arrodilla frente a Linda y se quita los lentes.)…
es grande. El señor Napoleón no debería pegarle con la correa.
Debería usar otros métodos...
LINDA. ¿Cómo cuáles?
NAVIDAD. Una soga mojada no deja morados si antes se le
unta jabón a todo el cuerpo... Mi madre me pegaba así.
LINDA. Igual dolería...
NAVIDAD. Pero no daña su imagen. Un poco de maquillaje
podría ocultar ese golpe…
LINDA. Con la media es más que suficiente… nadie más se
dará cuenta de lo que hay debajo de estas mariposas tatuadas.
(Navidad se incorpora y de pronto una mariposa levanta
vuelo.)
NAVIDAD. Ve, una de sus mariposas cobró vida.
LINDA. Qué linda... Es una mariposa de verdad. La llevaba
sobre mi pierna y no me daba cuenta. Lástima que se haya
marchado...
NAVIDAD. Pero volverá...
LINDA. Cómo me gustaría escapar de aquí. Estoy cansada
de sus maltratos. Me siento una esclava... Igual me sentí en
su casa cuando trabajaba como sirvienta. Cuando dejó a su
esposa por mí, pensé que todo iba a cambiar... Pero no, me
convirtió en su vedette.

127
NAVIDAD. Me gustaría poder darle la libertad... ponerle alas
a su alma.
LINDA. Hablas como ese poeta que me escribe a menudo.
NAVIDAD. ¿Cuál poeta?
LINDA. Alguien que estuvo una de estas noches aquí y vio mi
espectáculo. Desde entonces, no deja de escribirme correos
electrónicos. Ahora ha comenzado a enviarme mensajes
de textos a mi celular. Yo no lo recuerdo. Tengo tantos
admiradores que termino por olvidar sus rostros. Cuando
estoy bailando sobre el escenario lo que veo es el humo de
los cigarrillos que se interpone como una sábana blanca sobre
ese fervor que aplaude... Hasta ahora no se ha atrevido a
hablarme, a llamarme por teléfono. Es un ser misterioso… en
fin, es un romántico… ¿Por qué me miras así?
NAVIDAD. ¿Cómo?
LINDA. Penetrante… Tu mirada refleja algo que no pueden
decir tus palabras.
NAVIDAD. Yo miro así, señorita.
LINDA. Pero nunca antes me habías mirado como hoy.
Pareciera que tus ojos azules quisieran brotar de tu piel
negra.
NAVIDAD. Será la emoción por todo lo que pueda acontecer
esta noche. Se imagina. Usted pudiera ser elegida por la
franquicia de Play Boy. Saldrá en la portada de su revista, en
sus carteles, en su canal privado.
LINDA. Y en sus películas pornográficas.
NAVIDAD. ¡No!... Eso no será necesario. Usted puede poner
condiciones.
LINDA. El contrato no lo voy a firmar yo, Navidad.
NAVIDAD. Entonces, ¿quién?...
LINDA. Napoleón, el propietario de este burdel.
NAVIDAD. No diga eso, señorita… este es un lugar de clase.
Aquí viene la creme de la creme de la alta sociedad. No van a

128
ningún otro sitio sino a éste. Y todo porque usted le da vida
con su esplendor, lo vuelve fascinante. ¿Se imagina que el
señor Napoleón permita tomarle fotografías?... No habría
quien no tuviera una foto suya. Usted gusta mucho. ¿No sé da
cuenta cómo las demás mujeres la envidian?
LINDA. (Se levanta de la silla donde se encuentra sentada,
pega un grito operístico y estalla la copa de cristal que está
sobre la barra.) Así gritó aquella mujer que no pudo soportar
que su marido se masturbara viendo mi imagen desnuda
desplazarse sobre el escenario. (Se sienta nuevamente.)
Navidad, las mujeres que vienen para acá son putas disfrazadas
de señoras. Por eso nunca aplauden. Es una manera de celar
el buen gusto de sus maridos.
NAVIDAD. No hable así. Usted siempre debe hablar bonito.
De su boca nunca debe salir una grosería, una palabra fea.
Usted es como una estrella del celuloide, como esas divas que
hablan tan refinado.
LINDA. ¿Cómo tú? Porque tú hablas refinado. ¿Dónde
aprendiste hablar así?
NAVIDAD. Creo que en los libros. Me encanta como hablan
los personajes de las novelas… ¿Sabe?, gran parte de mi sueldo
lo gasto comprando historias donde la gente no se parezca a la
realidad… amo el cine que transfigura a las personas.
LINDA. Qué bien.
NAVIDAD. Pero Usted también ha comenzado hablar como
yo.
LINDA. Entonces, tú y yo somos el fruto de un escritor
invisible. Alguien que nos ha convertido en personajes.
NAVIDAD. Quizá… Dios no es ciego. Existe.
LINDA. Voy a revelarte algo.
NAVIDAD. ¿Qué?
LINDA. Este cuerpo no es mío.
NAVIDAD. Yo lo sé... Muy poca gente es dueña de su cuerpo.

129
LINDA. Quiero decir... siento que hay algo en mi vida que
forma parte del misterio, algo que no conozco todavía; como
si fuera un pasado que estuviera a punto de revelarse. (Hace
una pausa. Navidad la mira expectante.) Anoche tuve un
sueño… ¿Te lo puedo contar?
NAVIDAD. Si no le importa.
LINDA. Soñé que tu perro me sorprendía desnuda en las
orillas del lago… entre el fango. Allí donde nacen los lirios.
Salía de entre el bosque de pinos y acezante, se acercaba a mí
con la bruma. Sus ojos encendían la noche mientras sus patas
atravesaban las tinieblas, avanzaba por entre la hojarasca
húmeda. Una luna azul lo espiaba en su sigilo. Sentía el vaho
de su aliento aproximarse. No recuerdo si temblaba de frío
o de miedo… Entonces, su lengua larga y pastosa untaba mi
cuerpo con su espesa baba, lamía mis pies, subía por mis
piernas, mis caderas… al tanto que mis manos sujetaban mis
pechos, desesperadas se aferraban a ellos y mi boca gemía…
gemía… y entonces, erecto, el perro se detenía sobre mi
vientre aullando como un lobo enamorado…
NAVIDAD. (Lanzando una carcajada.)¡Ja, ja, ja! ¡Pero ése es
un sueño Zoofílico, señorita!
LINDA. (Protestando.) ¡El perro estaba enamorado!
NAVIDAD. ¿De quién?
LINDA. ¿De quién más podría ser? De mí…
NAVIDAD. (Demudado.) Qué envidia. A muchos hombres les
gustaría ser como ese perro. Dígame si usted lo aceptara como
su verdadero amor.
LINDA. (Cómo despertando del sueño) ¿Amar a un perro?
NAVIDAD. Sí, ¿Por qué no?
LINDA. Amar a un perro... ¿Cómo se puede amar a un perro?
NAVIDAD. Como la gente que ama su carro. Esa que lo lava
y lo pule los fines de semana con tanto fervor que pareciera
estar acariciándolo... Conozco un vecino que sólo hace el amor

130
con su camioneta. Lástima que lo suyo haya sido un sueño...
LINDA. Los sueños pueden hacerse realidad... ¿Verdad?
NAVIDAD. Sí. Pero usted está comprometida...
LINDA. No creo que sea por mucho tiempo…Hay un pálpito
que me dice que no será por mucho tiempo.

(Linda se levanta de nuevo de la silla y se dirige al escenario


balanceando su cuerpo, mientras a su paso, aspira de la
pitillera y lanza largas bocanadas de humo. Asciende al
escenario por los peldaños de una pequeña escalera. Se aferra
al tubo de strippers y gira en torno a él. Sacude la cabellera y se
dispone a bailar al ritmo de una música que comienza a oírse.
Chasquea los dedos buscando concentración. La mariposa
vuelve y gira en torno a ella.)

LINDA. Debo calentar un poco antes de la función… ¿Te


gustaría verme improvisar?… Te lo advierto… todavía no
sé qué fantasía quiere Napoleón que baile esta noche… pero
mientras tanto puedo hacerlo para ti… sólo para ti… una
creación mía…
NAVIDAD. ¡Me encantaría!
LINDA. ¿Podrías darme un trago?
NAVIDAD. Pero...
LINDA. Uno sólo... (Con picardía.)… Necesito estar caliente
para poder bailar.
NAVIDAD. Está bien... pero uno solo. (Vuelve a la barra y
sirve un trago en una copa. Se lo trae a Linda. )
LINDA. Gracias. (Se empina la copa.)...¡Imagínate, soy la
conejita que se ha escapado del bosque de los sueños…¡
Mírame!... Eso sí, no te masturbes. Sólo mira…mira… porque
aprender a mirar es el mejor placer que alguien pueda
regalarse…¡Ay Navidad, cómo me gustaría que mi alma
escapara de este cuerpo que no me pertenece!…
(Linda comienza a realizar un baile de strippers. Muy lento

131
y sensual al principio; después, agresivo y excitante en su
desarrollo. Navidad la observa fascinado. Por un momento,
Linda se trasmuta en la figura de una niña deprimida, de piel
morena, fea, quien baila torpemente. La imagen sustituta
dura poco en el escenario, y regresa de nuevo la imagen
venusina de Linda. De pronto, dos pupilas rojas asaltan
la noche del bar y se oye el retumbar de los ladridos de un
perro enfurecido. Linda se paraliza en el escenario, dejando
de bailar. Navidad mira hacia la oscuridad de donde vienen
los ladridos. De repente, el perro aúlla como un lobo y Linda
y Navidad se miran asombrados e incrédulos. Seguidamente,
después de un breve y tenso silencio, emerge del fondo de la
noche una voz grave y extraña.)
VOZ EXTRAÑA. Linda…No bailes para él… baila sólo para
mí… no olvides lo que me prometiste en el sueño…

132
Escena II
(Napoleón irrumpe en el espacio del Bar. Es un hombre
encanecido, de buen porte. Musculoso y firme. No aparenta
la edad que tiene. Trae un maletín negro. El perro comienza
a ladrar de nuevo. Napoleón saca una pistola y apunta hacia
la oscuridad.)

NAPOLEÓN. ¡Voy a matarlo!


LINDA. ¡No, por favor!
NAPOLEÓN. Te lo dije, Navidad. Te lo advertí… si ese perro se
soltaba, lo mataba… ¡Voy a matarlo! (Los ojos luminosos del
perro comienzan a acercarse a Napoleón.) No debí permitirte
que lo trajeras al negocio. Pero me convenciste... y mira... ¡La
cocina apesta desde que lo encierras allí!... ¡ El colmo es que
todo lo que se cocina sabe a perro!
NAVIDAD. ¡No lo mate, señor, por favor! Si lo hace es como
si me matara a mí. No sé cómo pudo escaparse… abrir la
puerta... zafarse de la mordaza…Piense... el perro también lo
protege a usted... lo acompaña al banco cada vez que tiene
que depositar el dinero de la caja... si lo mata, ¿quién lo va
a proteger de la delincuencia desatada?... Piense... Tener un
perro es mejor que tener un policía... un guardaespalda...
¡Una pistola!... ¡Un perro huele el peligro, lo olfatea! ¡Está
más atento que una persona!
LINDA. Yo soy la culpable…
NAPOLEÓN: ¿Tú?...
NAVIDAD. ¿Usted, señorita?

133
LINDA. Sí… hace un momento fui al baño… y mientras
orinaba, el perro me vio con una acumulada tristeza que
me compadecí de él. Lo liberé y hasta le di de comer de mi
mano… su lengua degustó con placer la barra del chocolate
que me como antes de comenzar a bailar. Quizá se excitó al
verme desnuda…
NAPOLEÓN. ¿Estás loca?... ¿Sabes el riesgo que corres al
estar frente a un animal como ése… ¡Y en hilo dental (El perro
gruñe amenazante. Napoleón recula aunque el perro no llega
a verse jamás.)
LINDA. Me miró con unos ojos tan tiernos…
NAPOLEÓN. Es una bestia…. No sabe distinguir… pudo
haberte matado… te imaginas que todo lo que he invertido
en tu cuerpo lo hubiese perdido entre las mandíbulas de ese
animal…
LINDA. No te preocupes, Napoleón. Tus cirujanos lo
reconstruyen todo. Pueden hacerme de nuevo. Podrían
reconstruir otra Linda; más bella, más sensual. No tendrías
el temor de que en la Web pueda aparecer una mujer superior
a mí, porque si ocurriera, me agregarían más belleza, más
encanto. ¡Yo soy tu Frankenstein!.. Nada te cuesta mandarme
a poner unas tetas y un culo nuevo... por eso no te preocupa
dejarme desfigurada cada vez que me das una paliza...
NAPOLEÓN. Tonterías… siempre hablas tonterías… ¿Estás
borracha otra vez?... ¿Qué hace esa copa sobre el escenario?...
NAVIDAD. Es mía, señor... me permití tomarme un trago y
olvidé que la había dejado allí... (Navidad se dirige al escenario
y toma la copa.) Disculpe, no volverá a suceder...
NAPOLEÓN. No quiero que eso se vuelva a repetir.
NAVIDAD. No volverá a ocurrir, señor. Se lo prometo. (Lleva
la copa hasta la barra.)
NAPOLEÓN. ¿Y esa otra copa rota sobre la barra?... ¿Qué
pasó aquí?
NAVIDAD. Estalló sin ninguna explicación, señor... es un
misterio. Pero puede ser un augurio de buena suerte...

134
NAPOLEÓN. ¡Así que ahora la buena suerte es un fantasma
que ronda por aquí!... (El perro ladra más cerca mientras
Napoleón retrocede apuntando con la pistola hacia donde él
cree que está.) ¡Vamos, Navidad… encierra a ese animal, o
una bala apagará el fuego de sus ojos!… ¡Vamos, apúrate, mi
dedo está a punto de halar el gatillo!
NAVIDAD. ¡Sí, señor!… Como usted ordene… ¡Pero, por
favor, no le dispare…compadézcase de mí!
LINDA. ¿Qué pasa... el macho le tiene miedo al perro? ¿Dónde
está la potencia de sus músculos entrenados en el gimnasio?...
¿No son duros, fuertes?... ¿Por qué tiembla?... ¿Por qué suda
como si estuviera en el sauna?
NAPOLEÓN. ¡Cállate!
LINDA. ¿O necesita un poco de viagra para enfrentarlo?
NAPOLEÓN. (Gritando histérico.) ¡Qué te calles!
(Navidad emite un largo y apaciguador silbido. El perro deja
de ladrar.)
NAPOLEÓN. ¿Y eso?... ¿El perro no tiene nombre?
NAVIDAD. No, señor… sólo responde a mi silbido… de esa
manera evito que nadie pueda robármelo… él solo responde a
este silbido que nadie puede imitar…
NAPOLEON. ¿Cómo es que antes no me di cuenta?
NAVIDAD. A veces no nos enteramos de lo que ocurre a
nuestro alrededor.
(Navidad Vuelve a silbar de nuevo. Dócil, el perro emite un
gemido tranquilizador.)
LINDA. Entonces, es como un pájaro… difícil de atrapar…
¡Qué lindo!
NAPOLEÓN. Pero no de matar…
LINDA. ¡No seas, cruel, Napoleón! Es un perro que también
puede hablar…
NAPOLEÓN. ¿Hablar?... ¿EL perro puede hablar?
NAVIDAD. (Mirando a Linda.) No señor… el perro no habla…

135
no puede hablar… un perro no tiene cuerdas vocales… ¿Cómo
podría hablar un perro?
LINDA. Pero hace un momento…Yo creí…
NAVIDAD. No, señorita… fue una ilusión… una ilusión que
yo inventé… yo soy ventrílocuo… trabajé en un circo antes
de convertirme en barman… en mesero… el perro también…
yo lo amaestré… lo entrené desde que era un cachorro…
Recorrimos casi toda la América Latina con un espectáculo
que se llamaba “El perro que habla”.
NAPOLEÓN. Es decir… que puede hacer todo lo que tú le
ordenes…
NAVIDAD. Sí, señor…. Casi todo…
NAPOLEÓN. ¡Perfecto! Tengo un plan…
NAVIDAD. ¿Cuál, señor?
NAPOLEÓN. Hasta ahora no se me ha ocurrido nada que
valga la pena, y eso me tiene preocupado, angustiado.
Necesito inventar una nueva coreografía para el espectáculo
de esta noche. Algo fascinante, original. Todo lo que he visto
en internet es superior a lo que se me ocurre. La competencia
es brutal. Hay un rumor en el vecindario. Dicen que si fracaso
incendiarán mi negocio. Mucho de los dueños de los demás
centros nocturnos invirtieron en mi expectativa a cambio
de que si Linda sale elegida como la nueva conejita tropical,
la zona pueda convertirse en una de las más turísticas y
apetecidas por el turismo internacional. Eso beneficiaría sus
casinos y burdeles. Además, Hefner es muy exigente en esto
de audicionar a las nuevas Play Mate del Tercer Mundo.

(Coloca el maletín sobre la barra. Saca una Laptop y la


enciende. Se queda ensimismado viendo cómo la pantalla
del computador se ilumina con una fotografía sonriente de
Linda.)
LINDA. ¿Hefner?
NAPOLEÓN. Sí, Hefner…
LINDA. ¿El presidente y dueño del emporio de Play Boy?

136
NAPOLEON. Sí. Llegó al país en su avión privado. Una
comitiva del gobierno nacional lo recibió. El presidente lo
condecoró con la orden del Libertador y hasta le regaló un
huevo de oro.
LINDA. ¿Y viene esta noche a verme?
NAPOLEÓN. Sí, él mismo te va a evaluar… Pasó todo el día en
una playa dorándose bajo el sol. Comiendo langosta, bebiendo
el mejor champán de su cosecha. Le encanta el mar caribe.
Los cocoteros… los culos…
LINDA. Pensé que mandaría a un miembro de su personal de
selección…
NAPOLEÓN. No, yo lo convencí de que viniera él
personalmente a evaluarte… Claro, nada es gratis en el mercado
de la seducción. Tuve que pagar y pelearme con el dueño
de la empresa de mises del país… quien quería arrebatarme
la oportunidad a cambio de que el viejo se acostara con una
de sus candidatas… menos mal que Hefner, finalmente, no
accedió porque está casado con tres lindas conejitas que al
parecer lo hacen muy feliz…
LINDA. No puedo creerlo… el señor Hefner viene a verme…
Pero yo estoy preparada… no me he maquillado… y tú no
tienes lo más importante… la coreografía… ¿Qué podemos
ofrecerle como espectáculo?..
NAVIDAD. No se preocupe, señorita... el señor Napoleón
siempre se le ocurre algo a última hora…Acuérdese de aquella
vez cuando vino la delegación del Japón… el señor Napoleón
inventó en pocos minutos una geisha que los mismos japonesés
no habían visto y conocido en su país de origen…
LINDA. Napoleón, ¿y qué se te puede ocurrir faltando media
hora para comenzar la función?
NAPOLEÓN. Una poderosa fantasía con ese perro…
NAVIDAD. ¿Con mi perro, señor?…
NAPOLEÓN. Sí, con tu perro.
NAVIDAD. Eso me da miedo...

137
LINDA. Navidad, no te preocupes de lo que el perro pueda
hacer conmigo sobre el escenario... más bien, teme a lo que
Napoleón se le pueda ocurrir…
NAPOLEÓN. Olvídate… no es lo que piensas… no estoy
pensando en ninguna fantasía pornográfica…
NAVIDAD. Pero, señor Napoleón, de todas maneras sería
un riesgo poner a ese perro en el escenario con la señorita
Linda…
NAPOLEÓN. ¡Cállate la boca, Navidad! ¡No te metas en
mis decisiones! Eres mi empleado... no mi asesor… ni mi
consejero…
NAVIDAD. Disculpe, señor.
NAPOLEÓN. A menos que decida ponerte a ti en cuatro patas
junto con el perro…
NAVIDAD. ¿Para hacer qué señor?
NAPOLEÓN. ¡Ajá!,¿ te asustaste?
NAVIDAD. Perdone... (Todo nervioso.) Entonces no hablo
más, me callo. No hablo…
NAPOLEÓN. Trae el perro…
NAVIDAD. ¿Ahora?
NAPOLEÓN. Sí, ahora…
NAVIDAD, Sí, señor. (Navidad se sumerge en la oscuridad
con un largo y embriagador silbido.)
LINDA. (Observándolo desde el escenario) Eres un perverso…
NAPOLEÓN. Juzgas… pero participas.
NAVIDAD. (Emergiendo nuevamente de la oscuridad.) Señor,
perdone… pero el perro no está suelto.
NAPOLEÓN. ¿Cómo que no está suelto?...
NAVIDAD. Bueno… quiero decir... ahí entre las sombras
hay alguien… un desconocido lo sujeta por el cuello con la
cuerda… No sé cómo pudo colocarle el collarín... el perro
parece conocerlo.

138
NAPOLEÓN. ¿Un desconocido?
NAVIDAD. Sí...
NAPOLEÓN. ¿Quién es el intruso?
NAVIDAD. Un hombre... No sé cómo pudo entrar al local si
todas las puertas y ventanas están cerradas.
NAPOLEÓN. ¿Un hombre?…
NAVIDAD. Sí... aquí está.

(El hombre sale de la oscuridad con una cuerda en la mano.


Un sombrero impide ver su rostro completamente. En la
penumbra, se oye la respiración acezante del perro que lo
sigue.)

EL HOMBRE. (Con un tono de voz marcado por la rabia y el


sufrimiento.) Buenas noches, señor Napoleón. ¿Se acuerda de
mí?
NAPOLEÓN. ... No. ¿Quién es usted?
EL HOMBRE. He venido a buscar lo que quedó establecido
en el contrato...
NAPOLEÓN. Muéstreme su cara... quítese el sombrero.
EL HOMBRE. No es necesario que vea mi rostro. El sonido de
mi voz lo hará recordar.
NAPOLEÓN. Su nombre.
EL HOMBRE. Mi nombre no le dirá mucho. Seguramente ya
lo olvidó.
NAPOLEÓN. Ahora recuerdo. Pero todavía no se ha dado
la función. Ustedes no saben esperar. La avaricia los mata.
Yo fui quien consiguió esta oportunidad para que esta zona
pueda convertirse en algo superior a las Vegas. No creen en los
sueños. Malos capitalistas... no quieren arriesgar... quieren la
mesa servida sin apostar...

139
EL HOMBRE. Yo aposté, señor Napoleón...
NAPOLEÓN. ¿Apostó?
EL HOMBRE. Sí, aposté. Invertí lo más preciado de mi
capital…
NAPOLEÓN. ¿Cuál?
EL HOMBRE. Mi hija…
NAPOLEÓN. ¿Su hija?...
EL HOMBRE. Se la entregué siendo una niña... ¿Lo recuerda?...
Usted me dijo en aquel entonces que la convertiría en una
mujer de bien, y si no cumplía, me la devolvería como quedó
establecido en el contrato... en esta cláusula… (Saca unos
papeles y señala una página con el dedo índice.)... véala usted
mismo... aquí...
NAPOLEÓN. ¿Pero usted no había muerto de cáncer?...
EL HOMBRE. No señor... finalmente logré sobrevivir...
quien murió fue mi esposa... en un accidente... una vaguada
derrumbó el rancho... quedó tapiada... pero los dos siempre
nos prometimos recuperar a nuestra hija...
NAPOLEÓN. Pero han transcurrido veinte años… Ese contrato
está vencido…
EL HOMBRE. Afortunadamente, no. Es mañana cuando se
vence. (Señalando el documento con el dedo.) Vea... aquí está
la fecha...
LINDA. (Bajando del escenario.) ¿Qué es esto Napoleón?
¿Está historia es de verdad? ¿Esta es mi historia?... Están
hablando de mí.
NAPOLEÓN. ¡Cállate la boca¡ No te metas!... ¿ No ves que es
un farsante? Una patraña de la competencia para que yo no
pueda lograr mi objetivo esta noche. ¡Son los gángster quienes
ha creado toda esta artimaña!
LINDA. Si es cierto lo que dice este hombre… es…
EL HOMBRE. Soy tu padre.
NAPOLEÓN. Por favor, señor. No venga a mi negocio a
vendernos telenovelas. En este país estamos cansados de

140
verlas. Por eso aquí no tenemos televisor. Sólo la pantalla del
computador.¿Lo ve?
EL HOMBRE. No es telenovela, señor. Es la verdad...
NAPOLEÓN. Entonces, estamos ante un Realty show. ¿Dónde
está la cámara?... ¿Quién está grabando estad escena?...
LINDA. Yo... (Toma su celular y con la cámara digital del
mismo, comienza a grabar lo que ocurre.) Yo voy a grabarlo
todo... porque esto es tan increíble que necesitaría verlo
nuevamente para poder comprenderlo.
EL HOMBRE. (Dirigiéndose a Navidad.) Señor, ¿podría usted
ver lo que dice este documento?
NAVIDAD. Sí... (Se aproxima y se quita los lentes. Se inclina
para leer.) Apenas puedo leer lo que dice.
EL HOMBRE. Lea. Está claro. A menos que sea ciego...
(Navidad se sobresalta.)
LINDA. Déjeme ver a mí... (Linda lee el contenido del
documento.)... nunca la verdad había sido tan clara. Sellada y
notariada. (Dirigiéndose a Napoleón.) Entonces, fui una niña
pobre dada en adopción. No fui una huérfana como me hiciste
creer.
NAPOLEÓN. ¡Esto es divertido!
EL HOMBRE. ¡No se haga el loco, señor!
LINDA. Pero, ¿por qué me vendiste, papá?
EL HOMBRE. No tenía cómo darte de comer. Quería darte un
futuro. El señor Napoleón me prometió que te convertiría en
una artista cuando fueras grande... en una cantante, en una
bailarina. Te haría famosa y actuarías en los mejores centros
nocturnos del mundo.
LINDA. Pero ya ves, me cambió el nombre, me convirtió en
una puta y me condenó a actuar sólo en este burdel. Si bien
ninguno de los hombres que vienen para acá se acuesta
conmigo, porque Napoleón no lo permitiría, se masturban con
sólo verme. ¡Sobre las mesas han derramado su esperma!
NAVIDAD. ¡No diga eso, señorita!... no hable así... cuídese de

141
lo que dicen sus labios... el señor Napoleón la ha protegido
todos estos años... El dice que usted es la rosa más bella de su
jardín.
LINDA. ¿La más bella entre todas estas rosas de plástico?...
¿Qué pasa, Navidad? ¿Estás de parte de Napoleón o de parte
mía?
NAVIDAD. Disculpe, señorita. Sólo quiero servir de
mediador…
NAPOLEÓN. Eres una artista. ¡Mírate, te di un cuerpo que
no tenías! ¡Una belleza que sola jamás hubieses podido
conquistar! ¡Estabas condenada a ser fea y yo te salvé de la
fealdad!… de la burla de la gente, de la pobreza mezquina.
¿Te imaginas que no existiera la cirugía plástica?... Yo invertí
todo por tu futuro, fundé este local nocturno para ti, destruí
hasta mi matrimonio. ¿Sabes dónde se encuentra la que fue
mi esposa a esta hora?... ¿Ah?... Confinada en la tristeza de un
manicomio. ¿Y todo esta accidentada aventura para qué?...
¿Para que hoy venga este intruso a llevárselo todo sin haber
arriesgado nada? ¡Cumplí con mi palabra, señor!... ¡Yo invertí,
usted no!
EL HOMBRE. Pero hasta le cambió el color de la piel. Mi hija
era morena, como su madre... en su cara no quedó ni un rasgo
que nos recuerde a nosotros, porque usted los borró y eso no
fue el trato.
NAPOLEÓN. (Le arrebata el documento al hombre.) ¡Deme
eso acá!...
EL HOMBRE. Imposible. El documento siempre estará en mi
poder.
(Napoleón mira estupefacto cómo el documento que ha
arrebatado al hombre, inesperadamente, vuelve de nuevo a
las manos de aquél. Insiste en quitárselo, pero el documento
regresa una y otra vez a las manos de El Hombre. Mientras
una sonrisa de secreta complicidad se asoma en los labios de
Navidad.)
NAPOLEÓN. (Desesperado. Grita.) ¡Navidad¡

142
NAVIDAD. Sí, señor.
NAPOLEÓN. (Apuntando al hombre con la pistola.) Encierra
a ese intruso en la cocina.
LINDA. No lo vayas a matar...
NAPOLEÓN. Si bailas, no lo haré.
LINDA. De acuerdo. Pero no le hagas daño.
NAVIDAD. Permítame el perro, señor...
EL HOMBRE. Sí... (Le da la cuerda con la que lo sujeta.)
NAVIDAD. Dígame, ¿cómo hizo para que el perro no lo
mordiera?
EL HOMBRE. Es un perro ciego.
NAVIDAD. Pero Usted sabe que un perro no necesita ver. Con
el olfato le es más que suficiente.
EL HOMBRE. Tengo buena sangre para con los animales...
trabajo en un zoológico. Me ocupo de limpiarles la mierda.
NAVIDAD. Ah...
NAPOLEÓN. Arreglaremos esto después del espectáculo.
(Saca unas esposas y se las entrega a Navidad.) Toma, Navidad.
Espósalo del tubo de la poceta. Ahí podrá estar cerca del olor...
de eso con lo que mejor sabe lidiar. No quiero que se escape,
no quiero que se vaya como entró, porque de hacerlo, dejará
un rastro de sangre en el camino. La ley protege la propiedad
privada de los intrusos.
NAVIDAD. Como usted ordene, Señor Napoleón. (Dirigiéndose
al hombre.) Permítame, señor… (Le pone una esposa en la
muñeca de una mano. Apenado.) Cumplo órdenes…
LINDA. Estoy sorprendida. No salgo de mi asombro. No
sabía que las esposas que también usas para hacerme el amor
podías usarlas para otros fines menos nobles.
NAPOLEÓN. Lo que tienes que hacer ahora es ocuparte de tu
trabajo. La hora la tenemos encima.
EL HOMBRE. El tiempo está en su contra, señor Napoleón.
Tiene que apurarse... Tiene que inventar esa fabulosa fantasía

143
para esta noche. ¿No oye lo que grita la multitud allá afuera?...
(Se oye un coro que grita “¡Linda! ¡Linda!¡Linda”)
LINDA. Qué maravilla Navidad, puedo ser libre... ¡Mañana
voy a ser libre!... ¡Libre!

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SEGUNDO ACTO

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146
Escena III
(Linda baila sobre el escenario vestida como Carmen Miranda.
Un fondo azul y dos palmeras evocan una playa del Mar
Caribe. Napoleón la observa sentado en una silla.)
NAPOLEÓN. (Interrumpiéndola) ¡Para!... ¡Para!... Te
falta más entrega... el señor Hug Hefner tiene que llegar a
desearte...
LINDA. ¿Y tú no te pondrás celoso? Acuérdate de lo que
ocurrió con aquel borracho que subió al escenario y me
arrancó el hilo dental mientras bailaba… Sería un desastre
que dejes sin dientes al señor Hefner.
NAPOLEÓN. Eso no ocurrirá porque el señor Hefner es un
caballero. Lo que te pido es el condimento sexual, la ilusión
que debe despertar el espectáculo...
LINDA. ¿O yo?
NAPOLEÓN. Es lo mismo. Necesitamos que seas elegida
como la primera chica Play Boy que ofrece el país al mundo.
Será un momento histórico.
LINDA. Y ahora que el panorama ha cambiado… ¿quién de
los dos va a firmar el contrato?
NAPOLEÓN. Yo.
LINDA. Pero mañana yo dejaré de ser tuya.
NAPOLEÓN. No sé cómo vas a hacer para abandonar ese
cuerpo que me pertenece. ¿Lo has pensado?....
LINDA. Mi alma buscará la manera de escapar de él.
NAPOLEÓN. Un alma sin cuerpo no puede existir.

147
LINDA. Eso lo veremos mañana.
NAPOLEÓN. El contrato que firmaré con Hefner no te
liberará de los compromisos posteriores que deberás cumplir.
Tendrás que residenciarte un tiempo en la Mansión Play Boy
y convivir, con las esposas de Hefner.
LINDA. Espero no ser una más.
NAPOLEÓN. Nada de eso ocurrirá. El señor Hefner es un
hombre serio, respetará lo establecido en el contrato.
LINDA. ¿Como tú respetarás el que firmaste con mi padre?
NAPOLEÓN. (Evadiéndola.). ¡Navidad, entra con el perro!...
Vamos, ¡Acción!

(Se oyen varios ladridos estruendosos del perro, y de inmediato


entra Navidad al escenario con un sombrero de copa, adornado
con estrellas y medias lunas; sujeta una cuerda estirada y
prensada en el vacío. La cuerda lleva en la punta un collarín,
como si sujetara el cuello del perro. Navidad realiza toda
una pantomima alrededor de Linda. Silba mientras anima al
supuesto perro a perseguirla. Linda corre desaforadamente
por todo el escenario. En la carrera, se le cae una banana del
sombrero de frutas que lleva en la cabeza)

NAVIDAD. ¡Vamos, recoge la banana del piso! (La banana se


levanta automáticamente del piso.) ¡Pélala, quítale la concha!...
(La banana se pela así misma. Navidad silba aupando al
perro a su acción.) Ahora… persíguela con la banana… ahora,
quítale el hilo… ¡Vamos, quítaselo!… ¡Vamos!... (Navidad
sigue animando al perro que no se ve.) ¡Vamos, hazlo y te daré
un jugoso bistec!
NAPOLEÓN. ¡Para! ¡Para!... ¿Y el perro?
NAVIDAD. (Deteniendo la acción.) Es invisible, señor…
LINDA. (Para sí.) Qué raro, por un momento llegué a sentir su
lengua igual que en el sueño…

148
NAPOLEÓN. ¿Invisible? O sea... que el perro no lo podrán ver
los espectadores...
NAVIDAD. No. Es la ilusión que he creado para proteger a la
señorita Linda del terror. ¡No quisiera que el perro la llegue
a morder! Además, arruinaría su inversión. Se me olvidaba
decirle que también soy ilusionista, señor Napoleón. Puedo
hacer aparecer y desaparecer cualquier cosa con mucha
facilidad. Mi maestro fue un viejo mago húngaro que en vez
de morir, decidió esfumarse. (Chasquea los dedos.) ¡Así!... Me
dejó de recuerdo este sombrero de copa.
NAPOLEÓN. Caramba, Navidad. Me sorprendes… Tantas
virtudes. No sabía que eras múltiple.
NAVIDAD. No crea… simplemente soy un Todero… le meto
a todo…
NAPOLEÓN. (Bruscamente enfurecido.) ¡Pues bien, métele
sólo a lo que yo te diga!. No inventes lo que yo no te he
ordenado inventar, porque justamente, lo que quiero es…
¡Terror en la fantasía ¡ (Señalando a Linda inesperadamente.)
¿Y ese hilo de sangre que baja por entre tus piernas?... Eso no
estaba pautado dentro de la coreografía.
LINDA. (Mirando por entre sus piernas.) ¡Ay Dios mío, me
vino el periodo!
NAPOLEÓN. ¡Qué vaina, así no podremos llevar a cabo la
fantasía!
LINDA. Es la naturaleza. No te puedes oponer contra ella. No
eres Simón Bolívar.
NAPOLEÓN. ¡Cállate!... Hubiera llamado a Wilfrido Vargas…
con el baile del perro hubiera sido más que suficiente… Eso sí
que le encantaría al señor Hefner.
(De repente, la fotografía de Linda en la pantalla del computador
es sustituida por la imagen en vivo de Hug Hefner.)
NAVIDAD. (Señalando hacia la pantalla.) Señor Napoleón, lo
llaman...
NAPOLEÓN. ¿Quién me llama?

149
NAVIDAD. El señor Hefner...
NAPOLEÓN. ¿Dónde está?
NAVIDAD. Ahí... en la pantalla del computador.
NAPOLEÓN. Ah... déjame activarle el volumen... (Con un
control remoto le activa el audio al computador.) Dígame,
señor Hefner...
HEFNER. Napo... (Le hace señas con la mano.) Napo...
NAPOLEÓN. Sí…
HEFNER Ven acá... acércate...
NAPOLEÓN. Voy... (Se acerca. Estrecha la mano que sale de
la pantalla.) Dígame...
HEFNER. No podré ir a la audición...
NAPOLEÓN. ¿Por qué?
HEFNER. He recibido una llamada del Pentágono. Urgen de
mi presencia…
NAPOLEÓN. ¿Del Pentágono? ¿Dé que se trata?
HEFNER. Me han pedido participar en una operación
secreta.
NAPOLEÓN. ¿En una operación?
HEFNER. Sí… necesito tu ayuda.
NAPOLEON. ¿Mi ayuda?
HEFNER. En circunstancias como ésta un amigo siempre es
necesario.
NAPOLEÓN. Pero…
HEFNER. Si no hago lo que me piden, el congreso autorizara al
presidente a confiscarme todo mi capital y cerrar mi negocio.
Bush me odia... Ayer el padre… Hoy el hijo... los republicanos
siempre le han tenido el ojo puesto a mis chicas... son los
puritanos más perversos que pudo parir el protestantismo.

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NAPOLEÓN. ¿Clausurar a Play Boy?
HEFNER. Así es.
NAPOLEÓN. Pero eso sería una calamidad...
HEFNER. Pero ya usted ve... las Torres Gemelas eran un
orgullo nacional y las derrumbaron. Un pobre viejo como yo
no puede hacer nada contra el Imperio...
NAPOLEÓN. ¿Y cómo puedo ayudarlo yo?
HEFNER. Los detalles son secretos que no puedo revelarte
ahora... Lo que sí puedo decirte es que se trata de crear una
fantasía criminal para el departamento de Estado. Será una
ceremonia macabra.
NAPOLEÓN. ¿Dónde está usted? ¿En el hotel?
HEFNER. No, aquí afuera. Lo estoy esperando dentro de mi
limosina… ¡ Apúrese... que aquí hay una multitud que me
está pidiendo que le muestre el huevo de oro que me regalo
el presidente de la república!... ¡Hay un grupo de mujeres
ansiosas por arrancármelo!... ¡ Apúrese!
NAPOLEÓN. No se preocupe... ¡Voy para allá ahora mismo!...
(Dirigiéndose a Linda y Navidad.) Esperen aquí... ya vuelvo...
le daré una explicación al público por la demora.
LINDA. (En tono de advertencia.)Tenemos plazo hasta
mañana... no lo olvides.
NAPOLEÓN. El plazo lo establezco yo. (Mientras abandona
el bar.) Dejaré la puerta cerrada... nadie podrá salir del lugar
hasta mi regreso. (Señalando hacia la oscuridad con la pistola.)
¡Ni siquiera el intruso!... (Sale del bar.)
LINDA. (Después de un silencio. Mirando incrédula a
Navidad.) ¿Qué es esto Navidad? ¿Qué está pasando aquí?
NAVIDAD. Un Dios invisible nos escribe, señorita... somos
sus personajes.
LINDA. Pero esto es cómico... ridículo... y macabro.
NAVIDAD. ¿No lo sabía?... La vida es cómica... ridícula... y
macabra.

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LINDA. Pensé que Dios era más serio.
NAVIDAD. Dios es un jodedor. Como dice el merengue... Soy
un hombre divertido.
LINDA. Podríamos escapar. Irnos de aquí. Es un buen
momento para alcanzar la libertad. Antes deberíamos liberar
a mi padre, sacarlo de la cocina y llevárnoslo junto con el
perro.
NAVIDAD. Imposible. Conozco al señor Napoleón... ya debe
haber convertido las afueras del negocio en una fortaleza.
Sabe armar de la noche a la mañana a un ejército. A esta hora
debemos estar rodeados por bandas de delincuentes, no de
público. El público ya se marchó... ¿No se da cuenta?... ¿ No
oye?... ya no gritan Linda... Linda...
LINDA. Pero entonces, Navidad, crea la ilusión de que ya no
existimos en este mundo. Haznos desaparecer, así nadie nos
verá cuando estemos huyendo hacia otra realidad.
NAVIDAD. Lo lamento. La ilusión sólo la puedo fabricar aquí
adentro, no afuera. No soy como David Coperfield. Somos
prisioneros de Dios.
(Suena el timbre del celular. Navidad y Linda se quedan
mirando hacia la mesa donde se encuentra el teléfono portátil.
Intrigada, Linda se acerca y lo toma. Navidad comienza a
desaparecer progresivamente en la oscuridad.)
LINDA. Aló... Si, ¿quién es?
VOZ DEL POETA. Soy yo, el poeta. ¿Se acuerda de mí?
LINDA. Claro, sí. Qué casualidad, hoy lo recordé.
VOZ DEL POETA. Sí... lo sé.
LINDA. ¿Cómo lo supo?
VOZ DEL POETA. Los escritores estamos en todas partes. Lo
vemos y lo oímos todo.
LINDA. Un Dios invisible...
VOZ DEL POETA. Sí... ¿Por qué no?
LINDA. ¿Por qué no volvió a ver mi espectáculo?

152
VOZ DEL POETA. Siempre lo veo...
LINDA. ¿Siempre?
VOZ DEL POETA. Siempre estoy frente a su belleza...
LINDA. ¿Sí?
VOZ DEL POETA. Pero usted poco se fija en mí.
LINDA. ¿Está ahora aquí?
VOZ DEL POETA. Siempre estoy aquí
LINDA. Puedo verlo?
VOZ DEL POETA. Claro... pero yo apenas la puedo ver entre
la bruma...
LINDA. ¿Por qué?
VOZ DEL POETA. Porque me estoy quedando ciego.
LINDA. ¿Ciego?
VOZ DEL POETA. Por eso desde un tiempo para acá uso
anteojos negros...
LINDA. ¡Navidad!... ¡Navidad eres tú!
NAVIDAD. (Emerge de la oscuridad diciendo un poema.)
¿Adónde te fuiste corazón? ¿Adónde te llevaron las dudas ?...
¿A qué lago fueron a desembocar tus latidos?.... he seguido
el camino que dejaron tus rastros... te he encontrado en un
bosque de llanto.... abrazado a un perro solitario... a un
perro con los ojos tristes como los míos!
LINDA. ¡Qué lindo poema, Navidad!... (Lo abraza.) Qué lindo
eres... ¡Lindo!... ¡Lindo!
NAVIDAD. Soy su lobo enamorado... señorita.
LINDA. Ahora si creo que puedo amar a un perro... el alma de
un perro... ¡Qué capacidad tienes para cambiar la voz ¡... ¡ De
ser otro!
NAVIDAD. Como le dije, todo lo aprendí en un circo... soy un
mago. Igual que mi maestro, el húngaro.

153
Escena IV

NAPOLEÓN. (Grita en la oscuridad.) ¡Nadie se mueva!


(Un pelotón de soldados encapuchados entra al bar apuntando
con armas largas. Linda y Navidad levantan las manos. Los
soldados se dividen en dos grupos. Uno coloca sobre las
sillas varios maniquíes en diferentes posturas, golpeando sus
palmas y con muecas de carcajadas; otro, sube al escenario y
comienza a armar un patíbulo.)
LINDA. ¿Qué pasa? ¿Este es un allanamiento?
NAPOLEÓN. (Apuntándola con la pistola.) Guarda silencio…
porque es muy importante lo que tenemos que hacer.
NAVIDAD. (Interviene poniéndose delante de Linda.
Protector.) Se hará lo que usted diga, señor Napoleón.
Entendemos que la noche se ha convulsionado. Las cosas no
le han salido como esperaba.
NAPOLEÓN. (Baja la pistola y voltea llamando a alguien.)
Señor, Hefner… pase adelante.
(Hefner ingresa al bar con sus tres bulliciosas conejitas. Viste
una bata de seda para dormir y unas pantuflas de plumas.
Las conejitas, como tales. La Conejita 1 lleva entre sus
manos el huevo de oro con el cual juguetea junto a sus otras
compañeras.)
HEFNER. Buenas noches…
LINDA. Señor Hefner… qué pena recibirlo así… Yo soy Linda…
mucho gusto (Le da un beso en la mejilla.) ¡No se imagina lo
que siento al conocerlo!

154
HEFNER. Encantado… (A Napoleón.) Tiene un culo muy
bonito…
LINDA. (Saludando a las conejitas.) Hola, chicas. Bienvenidas
al trópico…
LAS CONEJITAS. (Responden a coro.) ¡Holaaa!
LINDA. Ay, señor Hefner. No pensé que iba a decir eso…
NAPOLEÓN. Es un halago… debes sentirte agradecida…
LINDA. Gracias, señor Hefner… por haberme elogiado mi…
HEFNER … culito…. Jeje,je. Usted es igualita a Carmen
Miranda. Claro, ella era un poquito negra… negrita…
LINDA. No sabía que hablaba español.
HEFNER. Alguien me dobla. Esta voz es prestada. Como la de
mis chicas.
NAVIDAD. Hola, señor Hefner… yo soy Navidad.( Le estrecha
la mano.)
HEFNER. Hola… tú si eres negrito de verdad. Pero eso ojos
no son tuyos.
NAVIDAD. No, son de mi padre.
HEFNER. Tienes cara de contrabando.
NAVIDAD. ¿Quiere beber algo?
HEFNER. Una piña colada… (A las conejitas.) ¿Y ustedes
chicas?
LAS CONEJITAS. (A coro.) ¡Champán, Cuchi!…
HEFNER. No le pongas mucho alcohol porque después no
pueden parar de reír.
NAVIDAD. Se hará como usted diga, señor Hefner.
(Navidad ingresa detrás de la barra y prepara las bebidas.
Napoleón sube al escenario y asesora a los soldados en la
construcción del patíbulo. Los golpes de los martillos y el
chillido de las sierras se oyen inquisitivamente. )
LINDA. ¿Le gusta el país?

155
HEFNER. El país no… las carajitas si… las garotas… También
el Petróleo… ¡Ja,ja,ja! Mucho petróleo… ¡Ja,ja,Ja!
(Navidad sale de la barra con una bandeja y le ofrece a los
recién llegados la bebida preparada.)
NAVIDAD. Aquí está la piña colada, señor Hefner…
HEFNER. (Toma la piña donde le han servido la bebida con un
pitillo.) Rápido el mesero,¿eh?… ¡Un avión!… (A Napoleón.)
También el negrito puede actuar,¿ no?
NAPOLEON. Sí, Navidad es el utilitis del negocio…
HEFNER. Bueno… Bueno… A ver Navidad, camina como una
marica.
NAVIDAD. ¿Cómo?
HEFNER. Quiero conocer tus dotes de actor.
NAVIDAD. Pero…
NAPOLEÓN. Haz lo que te pide el señor Hefner.
NAVIDAD. ¿Pero cómo camina un marica?
HEFNER. En Estados Unidos las maricas caminan así…
(Camina como una marica norteamericana.)
NAVIDAD. Buen, si es así… las maricas latinas caminan así…
(Camina como una marica latinoamericana.)... dejando una
estela de plumas a su paso.
(Todos ríen y aplauden el histrionismo interpretativo de
Navidad.)
HEFNER. ¡Muy bien!
NAVIDAD. Señoritas…
LAS CONEJITAS. (Tomando las copas de Champán.)
Gracias… mi negro. (Brindan.) ¡Feliz Navidad!... ¡Ja,ja,ja!
CONEJITA 1. Cuchi, quiero hacer pis…
NAVIDAD. Venga conmigo… le indicaré el baño…
NAPOLEÓN. ¡Espere, señorita! No podría entrar al baño… no
funciona. Recién se dañó.

156
HEFNER. Malo. Un negocio sin baño, no tiene futuro.
NAPOLEÓN. Tiene razón, señor Hefner. He llamado al
plomero.
CONEJITA 1. Cuchi, ¿podría hacer pis… entonces… detrás de
la barra? ¿... Igual como lo hago a veces cuando me emborracho
en el bar de la mansión?...¿Sí?... ¡ Ji,ji,ji!... hacer pipi con mi
cuquita… ¿SÍ?
NAPOLEÓN. No hay problema… señorita. Hágalo con plena
confianza.
HEFNER. Es la más tremenda de las tres…
NAPOLEÓN. Ya veo. Pero es una chica encantadora. Derrocha
alegría...
LINDA. (Mueve la cabeza desaprobando el comentario de
Napoleón.) Sí, mucha.
(La Conejita 1 ingresa detrás de la barra.)

CONEJITA 1. (Se agacha sonriendo pícaramente.)Ahora mi


cuquita va a hacer pis… pis… ¡Ji,ji,ji!
(Entre tanto las otras dos conejitas ríen estúpidamente.)
LINDA. Aunque eso no se acostumbra hacer en este local...
porque Napoleón no permite que la clientela borracha se
orine en cualquier lugar del negocio… Que yo sepa, nadie lo
ha hecho. Ni siquiera yo.
NAPOLEON. (La recrimina por lo bajo.) ¡Cállate!, Si no
quieres que te saque los dientes.
CONEJITA 1. (Saca la cabeza de entre la barra.) Napo...
NAPOLEÓN. Dígame, señorita.
CONEJITA 1. ¿Puedo usar una copa para no mojarle el
piso? …
NAPOLEÓN. Como usted quiera…. (Sonríe forzadamente.)
Me siento halagado. (Buscando congraciarse con Hefner.)
Guardaré su orina como un preciado recuerdo de su corta
pero impactante estadía.

157
LINDA. (Sarcástica.) Como ven, Napoleón es de un gran
corazón. Su generosidad no tiene límites.
(La Conejita 1 toma una copa y vuelve a ocultarse detrás de
la barra. Siempre riendo. Antes, hace una seña a sus demás
compañeras para que la acompañen. Las otras dos conejitas
ingresan detrás de la barra riendo sin parar.)
NAPOLEÓN. (Mirando hacia el escenario.) El patíbulo está
listo, señor Hefner…Mire, el grueso lazo de la soga cuelga en
el vacío. Espera por el condenado.
HEFNER. (Mirando el patíbulo.)La muerte me da horror. Por
eso me gusta el sexo. Nunca había estado en una situación
como ésta…
LINDA. ¿Esto será la escenografía de la nueva fantasía?
NAPOLEÓN. Así es…
LINDA. ¿Y yo qué voy a hacer en ese escenario tan lúgubre?
NAPOLEÓN. El señor Hefner nos explicará el argumento.
LINDA. Es decir, tendremos varios actores. Entre ellos a ti.
Quién iba a pensar que ibas a convertirte en actor.
NAPOLEÓN. Sí, pero tú... sólo tú seguirás siendo
la protagonista. El señor Hefner también ha venido
especialmente a evaluarte.
LINDA. Pero también, por lo que veo, especialmente a ejecutar
una misión. Una fantasía macabra.
HEFNER. (Grave.) Traigan al prisionero.
LINDA. ¿Van a matar a mi padre?… ¡No!
HEFNER. ¿El prisionero es su padre?
LINDA. El que está en la cocina.
NAPOLEÓN. Es un intruso que ingresó al local sin mi
autorización. Fue sometido y está esposado en el baño.
Mañana la policía vendrá por él.
LINDA. Eso no fue lo acordado.
HEFNER. Es decir, el baño funciona.

158
NAPOLEÓN. (Apenado) Quería ahorrarle la molestia a la
señorita de ser espiada por un intruso mientras hacia pipi,
señor.
HEFNER. Entiendo. (Le hace una seña a los soldados.)
Traigan al condenado…
(Dos soldados salen de la escena y entran inmediatamente con
Saddam Hussien. Saddam viste elegantemente un sobretodo
negro. Camina erguido, con una aureola de serenidad y
dignidad. Lleva entre sus manos el libro sagrado del Corán.)

NAVIDAD. ¿Saddam Hussein? (Le hace una venia con su


sombrero de copa.)
HEFNER. Mucho gusto. (Estrechándole la mano a Saddam.)
Yo soy Hefner…
SADDAM HUSSEIN. ¿Hug Hefner?
HEFNER. Sí.
SADDAM HUSSEIN. Me gustaba su revista…
HEFNER. Honor que me hace… Señor Hussein… siéntese.
SADDAM HUSSEIN. Prefiero estar parado…
HEFNER. Debo darle una explicación…. Decirle porque se
encuentra en este lugar inesperado… explicarle porque el
dueño del emporio de Play Boy se halla con usted en estos
momentos previos a su muerte…
SADDAM HUSSEIN. ¿Me van a matar?
HEFNER. Sí… fue condenado a muerte por el tribunal… ¿No
lo sabía?
SADDAM HUSSEIN. Lo sabía… lo que nunca me dijo el
tribunal fue el día y la hora. Tampoco que usted iba a ser mi
verdugo.
HEFNER … No exactamente. (Dirigiéndose a las conejitas
que no paran de reír detrás de la barra. Palmea las manos
molesto.) ¡Chicas, guarden silencio!... ¡Vengan acá! ... (Las
conejitas salen detrás de la barra) ¡Siéntense!... (Las conejitas
se sientan atemorizadas alrededor de una mesa.)¡Esto es
sumamente serio! ...¡Paren de reír!.. ¡Y me guardan ese
huevo!

159
CONEJITA 1. Sí, cuchi...
(Las conejitas le colocan un preservativo negro al huevo de
oro.)
NAPOLEÓN. Navidad, enciende las velas de las otras mesas.
NAVIDAD. Sí, señor. (Con el yesquero se dirige a cada mesa
y enciende las velas. Los maniquíes se iluminan más en sus
posturas hieráticas.)
NAPOLEÓN. Tráeme el trapo con que le sacas brillo a las
copas.
NAVIDAD. Sí, señor. (Le alcanza el trapo negro.) Aquí tiene.
LINDA. Perdone, señor Hefner, pero yo no estoy dispuesta a
participar en la ejecución de este hombre.
NAPOLEÓN. ¿Estás loca? ¿Vas a perder esta gran oportunidad
de tu vida?... Perdone, señor Hefner. Linda está descontrolada.
Le ha impresionado la figura del asesino.
LINDA. ¡No! Estoy en mis cabales. Lo que están proponiendo
es una fantasía repugnante...
NAPOLEÓN. Esta noche puedes ser elegida la nueva chica de
play Boy.
HEFNER. Sí... (Le guiña un ojo mientras le mira el pompis.)
He visto que tienes posibilidades de aparecer en la portada de
mi revista...
LINDA. Pero no por haber sido la cómplice de un crimen.
NAPOLEÓN. ¡Criminal es a quien se va a ejecutar!
LINDA. (Grita.) ¡Es la vida de un hombre!
NAPOLEÓN. (Grita igual.)¡La de un asesino!
LINDA. No me importa lo que haya hecho. Su muerte es
demasiado importante para aplaudirla... ¿No ves? Ya el
público aplaude. (Señala a los maniquíes en sus posturas
festivas y de aplausos.)
NAPOLEÓN. ¿Por qué no comes un poco de chocolate?...
(Saca del bolsillo de su pantalón una barra de chocolate.)
Toma, eso te calma los nervios antes de cada función.

160
NAVIDAD. Perdone, señor Napoleón. Disculpe, señor Hefner.
Lo que dice Linda es verdad... esto es repugnante. No sé
porque nos escogieron a nosotros. Nosotros no tenemos nada
que ver con lo que está pasando en el Medio Oriente.
HEFNER. Voy a explicarme. El Departamento de Estado
quiere grabar un video para difundirlo como una advertencia
ante el mundo... una advertencia contra todos aquellos
que atentan contra los intereses de la humanidad. Será un
escarmiento. Perdone, señor Saddam, pero eso fue lo que me
pidieron que dijera.
SADDAM HUSSEIN. No importa. Cumpla con lo que le
ordenaron.
LINDA. ¿Por qué no lo perdonan?
HEFNER. El nunca conoció el perdón. Nunca supo lo que fue
eso.
SADDAM HUSSEIN. ¿Usted va a aparecer en el video?
HEFNER. No.
SADDAM HUSSEIN. ¿Por qué no?
HEFNER. Porque sus terroristas podrían tomar represalias
contra mí.
SADDAM HUSSEIN. Usted también debería ser juzgado.
HEFNER. ¿Yo?
SADDAM HUSSEIN. Desgració la vida de muchas chicas.
Muchas se han suicidado.
HEFNER. Ese no es mi problema. El suicidio es una cuestión
muy personal. Además, aquí no vinimos hablar de mí. El
enjuiciado es usted, no yo.
(Comienzan a oírse los ladridos del perro.)
HEFNER. ¿Y ese perro?
NAVIDAD, Es mío, señor.
HEFNER. ¿Puede mandar a callarlo?

161
NAVIDAD. Sí... (Emite un largo y apaciguador silbido. El
perro deja de ladrar. Todos los presentes se miran las caras,
sorprendidos.)
SADDAM HUSSEIN. (Sonríe.) Ese perro está enamorado.
NAVIDAD. ¿Cómo lo sabe?
SADDDAM HUSSEIN. Conozco a los animales. Me la llevé
mejor con ellos que con las personas. (De un bolsillo de su
sobretodo extrae una paloma.) Esta paloma fue mi única
compañía en la prisión... (Le da de comer. La paloma picotea
el cuenco de su mano.)
LINDA. Me conmueve ese hombre.
NAPOLEÓN. No te dejes impresionar con el corderito.
NAVIDAD. ¿Desea beber algo... antes... señor Hussein?
SADDAM HUSSEIN. No... (Saca de entre las páginas del
Corán un manojo de papeles y se lo entrega a Navidad.) Sólo
quiero que le hagan llegar a mi hija, quien está en el exilio,
estos poemas. Ella ha llorado y sufrido mucho... serán su
consuelo.
NAVIDAD. ¿Escribió poesía?
SADDAM HUSSEIN ... Me hubiera gustado ser un poeta.
NAVIDAD. ¿Por qué no lo fue?
SADDAM HUSSEIN. El maltrato... el dolor... la rabia no me
dejaron serlo.
NAVIDAD. (Lee el título de un poema.) “Un león en
cautiverio”...
SADDAM HUSSEIN. Está dedicado a mis dos hijos que
mataron en los bombardeos de Bagdad.
HEFNER. Disculpe que lo interrumpa, pero debe subir al
patíbulo. Es la hora. (Mirando su reloj.) Además, yo tengo
cosas más importantes que hacer.
(Todos los soldados comienzan a marchar estrepitosamente.)

NAPOLEÓN. ¿Quién lo acompañará, señor Hefner?


SADDAM HUSSEIN. (Se gira y señala a Navidad.) El poeta.

162
Quiero que me acompañe el poeta. Si no es mucho pedir...
HEFNER. Es su deseo...
NAVIDAD. (A Saddam Hussein.) ¿Cómo supo que yo era
poeta?
SADDAM HUSSEIN. En la mirada. Tiene cara de poeta.
NAPOLEÓN. (Ansioso.) ¿Y quién grabará el video,
señor Hefner?
HEFNER. Linda, por supuesto.
LINDA. Yo no puedo hacer eso... ¡No!
NAPOLEÓN. No te puedes negar. Estás comprometida. Piensa
en lo que le puede ocurrir a tu padre. Piensa en la libertad de
tu alma, la cual tanto deseas.
HEFNER. Será muy fácil, señorita. No es mucho lo que
tiene que hacer. Tome su celular y active la cámara digital.
Todo tiene que parecer un video aficionado, doméstico...
que después habrá de viajar por la red como una ejecución
confidencial. Una casualidad del destino, una arbitrariedad
que se escapó de uno de los guardias que no cumplieron
con lo establecido por el máximo tribunal iraquí... a la hora
de ejecutar al condenado. Será uno de los videos más visto y
usted formará parte de él. Porque alguien invisible a su vez, la
estará grabando en su acción. Sólo tiene que grabar y bailar
para mí. Porque no se olvide que yo la estaré evaluando...
SADDAM HUSSEIN. ¿Puedo ayudarla?
LINDA. ¿Cómo?
SADDAM HUSSEIN. Qué tal si le digo... si a quien van a
ejecutar no es a mí... sino a uno de mis tantos dobles. Yo ya
no soy yo.
HEFNER. No importa. Pero para el mundo usted seguirá
siendo Saddam Hussein.
(Linda mueve la cabeza temblorosa, sin terminar de creer lo
que le dice Saddam.)
SADDAM HUSSEIN. Vamos, hágalo. Usted es solo una chica
que tiene un sueño... quiere ser una estrella de Play Boy... y
esta es su gran oportunidad...

163
HEFNER. Vamos, ¡acción!.. Llévelo hasta la horca.
NAVIDAD. Vamos, señor Hussein. Está a las puertas del
cielo.
(Navidad toma por un brazo a Saddam Hussein. Saddam
sube las escaleras del escenario murmurando una oración
del Corán. Linda le da un mordisco a la barra de chocolate
y comienza a grabar y bailar con lágrimas en los ojos. Se oye
la música de los bailes de strippers in crescendo. Hug Hefner
se sienta en una silla donde se puede leer en su espaldar una
palabra: Director.)
NAPOLEON. (Se acerca a Saddam con el trapo negro con el
cual Navidad le sacaba brillo a las copas.) ¿Quiere que le cubra
los ojos?
SADDAM HUSSEIN. No. Colóquemelo en el cuello… así no
me quedará un hematoma.
NAPOLEÓN. (Se estremece y mira automáticamente a Linda.)
No se preocupe, no le quedará ningún morado. Yo sé lidiar
con el cuerpo de las personas. (Le cubre el cuello. Luego, le
coloca el lazo de la soga. Se oyen redobles de tambor.)
SADDAM HUSSEIN. (Grita) ¡Dios es grande!
(En ese momento culminante, Navidad se quita su sombrero
de copa con una reverencia y chasquea los dedos de su mano.
La mariposa irrumpe en el espacio de la muerte. Revolotea por
unos segundos. Todo oscurece entre el estrépito del cuerpo
que cae. Las luces se encienden de nuevo y sólo aparece en
escena Linda y Navidad.)
LINDA. ¡Tu mejor acto de magia... Navidad!... (Le toma la
mano.) ¿Buscamos a mi padre?
NAVIDAD. No es necesario. El también formó parte de
la fantasía. El sólo fue lo que su deseo quiso que fuera. En
realidad él nunca regresó a buscarla. Fue una ilusión...
LINDA. Entonces, Vámonos,,, ¡Vámonos lejos de esta fantasía
perversa!.

164
Índice
Un teatro inquieto
de Leonardo Azparren Giménez 7

La ópera del suicida 13

Trompa de elefante 51

La noche de la bestia 91

El mago del patibulo 117

165

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