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“Miserando atque
eligendo”
Discursos, homilías, mensajes
2015
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JESUCRISTO ES LA BENDICIÓN PARA TODA LA HUMANIDAD
20150101. Homilía. Santa María, Madre de Dios. Jornada de paz.
Vuelven hoy a la mente las palabras con las que Isabel pronunció
su bendición sobre la Virgen Santa: «¡Bendita tú entre las mujeres, y
bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre
de mi Señor?» (Lc 1,42-43).
Esta bendición está en continuidad con la bendición sacerdotal que
Dios había sugerido a Moisés para que la transmitiese a Aarón y a todo el
pueblo: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te
conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz»
(Nm 6,24-26). Con la celebración de la solemnidad de María, la Santa
Madre de Dios, la Iglesia nos recuerda que María es la primera
destinataria de esta bendición. Se cumple en ella, pues ninguna otra
criatura ha visto brillar sobre ella el rostro de Dios como María, que dio
un rostro humano al Verbo eterno, para que todos lo puedan contemplar.
Además de contemplar el rostro de Dios, también podemos alabarlo y
glorificarlo como los pastores, que volvieron de Belén con un canto de
acción de gracias después de ver al niño y a su joven madre (cf. Lc 2,16).
Ambos estaban juntos, como lo estuvieron en el Calvario, porque Cristo y
su Madre son inseparables: entre ellos hay una estrecha relación, como la
hay entre cada niño y su madre. La carne de Cristo, que es el eje de la
salvación (Tertuliano), se ha tejido en el vientre de María (cf. Sal 139,13).
Esa inseparabilidad encuentra también su expresión en el hecho de que
María, elegida para ser la Madre del Redentor, ha compartido íntimamente
toda su misión, permaneciendo junto a su hijo hasta el final, en el
Calvario.
María está tan unida a Jesús porque él le ha dado el conocimiento del
corazón, el conocimiento de la fe, alimentada por la experiencia materna y
el vínculo íntimo con su Hijo. La Santísima Virgen es la mujer de fe que
dejó entrar a Dios en su corazón, en sus proyectos; es la creyente capaz de
percibir en el don del Hijo el advenimiento de la «plenitud de los tiempos»
(Ga 4,4), en el que Dios, eligiendo la vía humilde de la existencia humana,
entró personalmente en el surco de la historia de la salvación. Por eso no
se puede entender a Jesús sin su Madre.
Cristo y la Iglesia son igualmente inseparables, porque la Iglesia y
María están siempre unidas y éste es precisamente el misterio de la mujer
en la comunidad eclesial, y no se puede entender la salvación realizada
por Jesús sin considerar la maternidad de la Iglesia. Separar a Jesús de la
Iglesia sería introducir una «dicotomía absurda», como escribió el
beato Pablo VI (cf. Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 16). No se puede
«amar a Cristo pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo pero no a la Iglesia,
estar en Cristo pero al margen de la Iglesia» (ibíd.). En efecto, la Iglesia,
la gran familia de Dios, es la que nos lleva a Cristo. Nuestra fe no es una
idea abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con una
persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo hombre, murió y
resucitó para salvarnos y vive entre nosotros. ¿Dónde lo podemos
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encontrar? Lo encontramos en la Iglesia, en nuestra Santa Madre Iglesia
Jerárquica. Es la Iglesia la que dice hoy: «Este es el Cordero de Dios»; es
la Iglesia quien lo anuncia; es en la Iglesia donde Jesús sigue haciendo sus
gestos de gracia que son los sacramentos.
Esta acción y la misión de la Iglesia expresa su maternidad. Ella es
como una madre que custodia a Jesús con ternura y lo da a todos con
alegría y generosidad. Ninguna manifestación de Cristo, ni siquiera la más
mística, puede separarse de la carne y la sangre de la Iglesia, de la
concreción histórica del Cuerpo de Cristo. Sin la Iglesia, Jesucristo queda
reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra
relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras
interpretaciones, de nuestro estado de ánimo.
Queridos hermanos y hermanas. Jesucristo es la bendición para todo
hombre y para toda la humanidad. La Iglesia, al darnos a Jesús, nos da la
plenitud de la bendición del Señor. Esta es precisamente la misión del
Pueblo de Dios: irradiar sobre todos los pueblos la bendición de Dios
encarnada en Jesucristo. Y María, la primera y perfecta discípula de Jesús,
la primera y perfecta creyente, modelo de la Iglesia en camino, es la que
abre esta vía de la maternidad de la Iglesia y sostiene siempre su misión
materna dirigida a todos los hombres. Su testimonio materno y discreto
camina con la Iglesia desde el principio. Ella, la Madre de Dios, es
también Madre de la Iglesia y, a través de la Iglesia, es Madre de todos los
hombres y de todos los pueblos.
Que esta madre dulce y premurosa nos obtenga la bendición del Señor
para toda la familia humana.
4. En camino a Cracovia
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»
(Mt 5,8). Queridos jóvenes, como ven, esta Bienaventuranza toca muy de
cerca su vida y es una garantía de su felicidad. Por eso, se lo repito una
vez más: atrévanse a ser felices.
AYUNO DE INJUSTICIA
20150220. Homilía diaria. Casa Santa Marta
«Usar a Dios para cubrir la injusticia es un pecado gravísimo». Una
severa advertencia contra las injusticias sociales, sobre todo las
provocadas por quienes explotan a los trabajadores, expresó el Papa
Francisco durante la misa celebrada el viernes 20 de febrero, por la
mañana, en la capilla de Santa Marta.
El Pontífice partió de la oración con la que al inicio del rito se elevó al
Señor la petición «de acompañarnos en este camino cuaresmal, para que la
observancia exterior corresponda a una profunda renovación del Espíritu».
Es decir, aclaró, para que «lo que nosotros hacemos exteriormente tenga
una correspondencia, tenga frutos en el Espíritu»: en resumen, «que la
observancia exterior no sea una formalidad».
Para hacer más concreta su reflexión, el Papa Francisco puso el
ejemplo de quien practica el ayuno cuaresmal pensando: «Hoy es viernes,
no se puede comer carne, me prepararé un buen plato de frutos del mar, un
buen banquete... Yo lo cumplo, no como carne». Pero así —afirmó
inmediatamente— «pecas de gula». Por lo demás, precisamente «esta es la
distinción entre lo formal y lo real» acerca de lo que habla la primera
lectura de la liturgia, tomada del libro del profeta Isaías (58, 1-9a). En el
texto la «gente se lamentaba porque el Señor no atendía a sus ayunos».
Por su parte el Señor corrige al pueblo, con palabras que el Pontífice
resumió así: «El día de vuestro ayuno, atendéis vuestros asuntos, oprimís a
vuestros empleados. Vosotros ayunáis entre disputas y altercados y
golpeando con puños injustos». Por ello «esto no es ayuno, no comer
carne pero luego hacer todas estas cosas: altercar, explotar a los
empleados» y otras cosas más.
También Jesús, añadió el Papa Francisco, «condenó esta propuesta de
la piedad en los fariseos, en los doctores de la ley: observar muchas cosas
exteriores, pero sin la verdad del corazón». El Señor, en efecto, dice: «No
ayunéis más como lo hacéis hoy, cambiad el corazón. ¿Y cuál es el ayuno
que yo quiero? Desatar las cadenas injustas, romper los vínculos del yugo,
dar la libertad a los oprimidos y romper toda atadura, compartir el pan con
el hambriento, dejar espacio en casa a los necesitados, a los sin techo,
vestir a quien ves desnudo sin descuidar a tus parientes, haciendo
justicia». Este, precisó el Papa, «es el verdadero ayuno, que no es sólo
exterior, una observancia exterior, sino un ayuno que nace del corazón».
A continuación el Pontífice hizo notar cómo «en los escritos» está «la
ley hacia Dios y la ley hacia el prójimo», y cómo ambas van juntas. «Yo
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no puedo —explicó— decir: cumplo los tres primeros mandamientos... y
los demás más o menos. No, están unidos: el amor a Dios y el amor al
prójimo forman una unidad y si quieres hacer penitencia, real no formal,
debes hacerla ante Dios y también con tu hermano, con el prójimo». Basta
pensar en lo que dijo el apóstol Santiago: «Tú puedes tener mucha fe, pero
la fe sin obras está muerta; ¿para qué sirve?».
Lo mismo es válido para «mi vida cristiana», comentó el Papa
Francisco. Y a quien busca tranquilizar la conciencia asegurando: «Yo soy
un gran católico, padre, me gusta mucho... Yo voy siempre a misa, todos
los domingos, comulgo...», el Papa respondió: «Está bien. Y, ¿cómo es la
relación con tus empleados? ¿Les pagas en negro? ¿Les pagas el justo
salario? ¿Depositas las aportaciones para la pensión? ¿Y para asegurar la
salud y las prestaciones sociales?». Lamentablemente, destacó, muchos
«hombres y mujeres tienen fe, pero dividen las tablas de la ley: “Sí, yo
hago esto”. — “¿Pero das limosna?”. —“Sí, siempre envío un cheque a la
Iglesia”. —“Está bien. Pero a tu iglesia, a tu casa, con los que dependen de
ti, sean los hijos, los abuelos, los empleados, ¿eres generoso, eres
justo?”». En efecto, fue su constatación, no se puede «dar limosnas a la
Iglesia cometiendo una injusticia» con los propios empleados. Y eso es
precisamente lo que el profeta Isaías hace comprender: «No es un buen
cristiano el que no es justo con las personas que dependen de él». Y no lo
es tampoco «el que no se desprende de algo necesario para darlo a otro
que tenga necesidad».
Por lo tanto, «el camino de la Cuaresma es doble: a Dios y al
prójimo». Y debe ser «real, no meramente formal». El Papa Francisco
volvió a afirmar que no se trata sólo «de no comer carne el viernes», es
decir, de «hacer alguna cosita» y luego dejar «crecer el egoísmo, la
explotación del prójimo, la ignorancia de los pobres». Es necesario dar un
salto de calidad, pensando sobre todo en quien tiene menos. El Pontífice lo
explicó dirigiéndose idealmente a cada fiel: «¿Cómo estás de salud tú que
eres un buen cristiano?”. —“Gracias a Dios bien; pero incluso cuando
necesito voy inmediatamente al hospital y como soy socio de una
mutualidad, me hacen una visita de inmediato y me dan las medicinas
necesarias». —«Es algo bueno, da gracias al Señor. Pero, dime, ¿has
pensado en los que no tienen esta asistencia social con el hospital y que
cuando llegan deben esperar seis, siete, ocho horas?». No es una
exageración, confesó el Papa Francisco, revelando que escuchó una
experiencia de este tipo por parte de una mujer que los días pasados
esperó ocho horas para una visita urgente.
El pensamiento del Papa se dirigió a toda la «gente que aquí en Roma
vive así: niños y ancianos que no tienen la posibilidad de ser atendidos por
un médico». Y «la Cuaresma sirve» precisamente «para pensar en ellos»;
para preguntarnos qué podemos hacer por estas personas: «Pero, padre,
están los hospitales». — «Sí, pero debe esperar ocho horas y luego te dan
el turno para dentro de una semana». En cambio, observó, habría que
preocuparse sobre todo de las personas que atraviesan situaciones de
dificultad y preguntarse: «¿Qué haces por esa gente? ¿Cómo será tu
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Cuaresma?». — «Gracias a Dios yo tengo una familia que cumple los
mandamientos, no tenemos problemas...». — «Pero en esta Cuaresma,
¿hay sitio en tu corazón para los que no cumplieron los mandamientos,
para los que se han equivocado y están en la cárcel?» — «Pero, con esa
gente yo no...» — «Pero si tú no estás en la cárcel es porque el Señor te ha
ayudado a no caer. ¿Tienen los presos un sitio en tu corazón? ¿Tú rezas
por ellos, para que el Señor los ayude a cambiar de vida?».
De aquí la oración conclusiva dirigida por el Papa Francisco al Señor a
fin de que acompañe «nuestro camino cuaresmal» haciendo que «la
observancia exterior corresponda con una profunda renovación del
Espíritu».
CORAZONES PETRIFICADOS
20150312. Homilía diaria. Casa Santa Marta.
El Señor dijo a Jeremías: «Ya puedes repetirles este discurso, seguro
que no te escucharán; ya puedes gritarles, seguro que no te responderán.
Aún así les dirás: “Esta es la gente que no escucha la voz del Señor, su
Dios, y no quiso escarmentar». Y luego, destacó el Papa, añadió una
palabra «terrible: “Ha desaparecido la fidelidad... Vosotros no sois un
pueblo fiel”». Aquí, comentó el Papa Francisco, parece que Dios llorase:
«Te he amado tanto, te he dado tanto y tú... todo en contra de mí». Un
llanto que recuerda el de Jesús «contemplando Jerusalén». Por lo demás,
explicó el Pontífice, «en el corazón de Jesús estaba toda esta historia,
donde la fidelidad había desaparecido». Una historia de infidelidad que
atañe «nuestra historia personal», porque «nosotros hacemos nuestra
voluntad. Pero haciendo esto, en el camino de la vida seguimos una senda
de endurecimiento: el corazón se endurece, se petrifica. La palabra del
Señor no entra. El pueblo se aleja». Por ello, dijo el Papa, «hoy, en este día
cuaresmal, podemos preguntarnos: ¿Escucho la voz del Señor, o hago lo
que yo quiero, lo que me gusta?».
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El consejo del salmo responsorial –«No endurezcáis vuestro corazón»–
se vuelve a encontrar «muchas veces en la Biblia» donde, para explicar la
«infidelidad del pueblo», se usa a menudo «la figura de la adúltera». El
Papa Francisco recordó, por ejemplo, el pasaje famoso de Ezequiel 16:
«Toda una historia de adulterio, es la tuya. Tú, pueblo, no fuiste fiel a mí,
eres un pueblo adúltero». O también las muchas veces en que Jesús
«reprochaba a los discípulos ese corazón endurecido», como hizo con los
de Emaús: «¡Qué necios y torpes sois!».
El corazón malvado –explicó el Pontífice al recordar que «todos
tenemos un pedacito»– «no nos deja entender el amor de Dios. Nosotros
queremos ser libres», pero «con una libertad que al final nos hace
esclavos, y no con la libertad del amor que nos ofrece el Señor».
Son ellos «los que llevan adelante la vida de la Iglesia: son los santos.
No son los poderosos, no son los hipócritas». Son «el hombre santo, la
mujer santa, el niño, el joven santo, el sacerdote santo, la religiosa santa,
el obispo santo...»: es decir, los «que no tienen el corazón endurecido»,
sino «siempre abierto a la palabra de amor del Señor», los que «no tienen
miedo de dejarse acariciar por la misericordia de Dios. Por eso los santos
son hombres y mujeres que comprenden tantas miserias, tantas miserias
humanas, y acompañan al pueblo de cerca. No desprecian al pueblo».
Con este pueblo que «perdió la fidelidad» el Señor es claro: «El que no
está conmigo, está contra mí». Alguien podría preguntar: «¿Pero no
existirá otro camino de componenda, un poco de aquí y un poco de allá?».
No, dijo el Pontífice, «o estás en la senda del amor, o estás en la senda de
la hipocresía. O te dejas amar por la misericordia de Dios, o haces lo que
quieres según tu corazón, que se endurece cada vez más por esta senda».
No existe, afirmó, «una tercera senda posible: o eres santo, o vas por el
otro camino». Y quien «no recoge» con el Señor, no sólo «deja las cosas»,
sino «peor: desparrama, arruina. Es un corruptor. Es un corrupto, que
corrompe».
Por esta infidelidad «Jesús llora por Jerusalén» y «por cada uno de
nosotros». En el capítulo 23 de san Mateo, recordó el Papa concluyendo,
se lee una maldición «terrible» contra los «dirigentes que tienen el
corazón endurecido y quieren endurecer el corazón del pueblo». Dice
Jesús: «Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente derramada
sobre la tierra, desde la sangre de Abel. Serán culpables de tanta sangre
inocente, derramada por su maldad, su hipocresía, su corazón corrupto,
endurecido, petrificado».
EN LA CONFESIÓN RENACEMOS
20150313. Homilía Celebración penitencial
También este año, en vísperas del cuarto domingo de Cuaresma, nos
hemos reunido para celebrar la liturgia penitencial. Estamos unidos a
muchos cristianos que hoy, en todas las partes del mundo, han acogido la
invitación de vivir este momento como signo de la bondad del Señor. El
sacramento de la Reconciliación, en efecto, nos permite acercarnos con
confianza al Padre para tener la certeza de su perdón. Él es
verdaderamente «rico en misericordia» y la extiende en abundancia sobre
quienes recurren a Él con corazón sincero.
Estar aquí para experimentar su amor, en cualquier caso, es ante todo
fruto de su gracia. Como nos ha recordado el apóstol Pablo, Dios nunca
deja de mostrar la riqueza de su misericordia a lo largo de los siglos. La
transformación del corazón que nos lleva a confesar nuestros pecados es
«don de Dios». Nosotros solos no podemos. Poder confesar nuestros
pecados es un don de Dios, es un regalo, es «obra suya» (cf. Ef 2, 8-10).
Ser tocados con ternura por su mano y plasmados por su gracia nos
permite, por lo tanto, acercarnos al sacerdote sin temor por nuestras
culpas, pero con la certeza de ser acogidos por él en nombre de Dios y
comprendidos a pesar de nuestras miserias; e incluso sin tener un abogado
defensor: tenemos sólo uno, que dio su vida por nuestros pecados. Es Él
quien, con el Padre, nos defiende siempre. Al salir del confesionario,
percibiremos su fuerza que nos vuelve a dar la vida y restituye el
entusiasmo de la fe. Después de la confesión renacemos.
El Evangelio que hemos escuchado (cf. Lc 7, 36-50) nos abre un
camino de esperanza y de consuelo. Es bueno percibir sobre nosotros la
mirada compasiva de Jesús, así como la percibió la mujer pecadora en la
casa del fariseo. En este pasaje vuelven con insistencia dos palabras: amor
y juicio.
Está el amor de la mujer pecadora que se humilla ante el Señor; pero
antes aún está el amor misericordioso de Jesús por ella, que la impulsa a
acercarse. Su llanto de arrepentimiento y de alegría lava los pies del
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Maestro, y sus cabellos los secan con gratitud; los besos son expresión de
su afecto puro; y el ungüento perfumado que derrama abundantemente
atestigua lo valioso que es Él ante sus ojos. Cada gesto de esta mujer habla
de amor y expresa su deseo de tener una certeza indestructible en su vida:
la de haber sido perdonada. ¡Esta es una certeza hermosísima! Y Jesús le
da esta certeza: acogiéndola le demuestra el amor de Dios por ella,
precisamente por ella, una pecadora pública. El amor y el perdón son
simultáneos: Dios le perdona mucho, le perdona todo, porque «ha amado
mucho» (Lc 7, 47); y ella adora a Jesús porque percibe que en Él hay
misericordia y no condena. Siente que Jesús la comprende con amor, a
ella, que es una pecadora. Gracias a Jesús, Dios carga sobre sí sus muchos
pecados, ya no los recuerda (cf. Is 43, 25). Porque también esto es verdad:
cuando Dios perdona, olvida. ¡Es grande el perdón de Dios! Para ella
ahora comienza un nuevo período; renace en el amor a una vida nueva.
Esta mujer encontró verdaderamente al Señor. En el silencio, le abrió
su corazón; en el dolor, le mostró el arrepentimiento por sus pecados; con
su llanto, hizo un llamamiento a la bondad divina para recibir el perdón.
Para ella no habrá ningún juicio si no el que viene de Dios, y este es el
juicio de la misericordia. El protagonista de este encuentro es ciertamente
el amor, la misericordia que va más allá de la justicia.
Simón, el dueño de casa, el fariseo, al contrario, no logra encontrar el
camino del amor. Todo está calculado, todo pensado... Él permanece
inmóvil en el umbral de la formalidad. Es algo feo el amor formal, no se
entiende. No es capaz de dar el paso sucesivo para ir al encuentro de Jesús
que le trae la salvación. Simón se limitó a invitar a Jesús a comer, pero no
lo acogió verdaderamente. En sus pensamientos invoca sólo la justicia y
obrando así se equivoca. Su juicio acerca de la mujer lo aleja de la verdad
y no le permite ni siquiera comprender quién es su huésped. Se detuvo en
la superficie —en la formalidad—, no fue capaz de mirar al corazón. Ante
la parábola de Jesús y la pregunta sobre cuál de los servidores había
amado más, el fariseo respondió correctamente: «Supongo que aquel a
quien le perdonó más». Y Jesús no deja de hacerle notar: «Has juzgado
rectamente» (Lc 7, 43). Sólo cuando el juicio de Simón se dirige al amor,
entonces él está en lo correcto.
La llamada de Jesús nos impulsa a cada uno de nosotros a no detenerse
jamás en la superficie de las cosas, sobre todo cuando estamos ante una
persona. Estamos llamados a mirar más allá, a centrarnos en el corazón
para ver de cuánta generosidad es capaz cada uno. Nadie puede ser
excluido de la misericordia de Dios. Todos conocen el camino para
acceder a ella y la Iglesia es la casa que acoge a todos y no rechaza a
nadie. Sus puertas permanecen abiertas de par en par, para que quienes son
tocados por la gracia puedan encontrar la certeza del perdón. Cuanto más
grande es el pecado, mayor debe ser el amor que la Iglesia expresa hacia
quienes se convierten. ¡Con cuánto amor nos mira Jesús! ¡Con cuánto
amor cura nuestro corazón pecador! Jamás se asusta de nuestros pecados.
Pensemos en el hijo pródigo que, cuando decidió volver al padre, pensaba
hacerle un discurso, pero el padre no lo dejó hablar, lo abrazó (cf. Lc 15,
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17-24). Así es Jesús con nosotros. «Padre, tengo muchos pecados...».
—«Pero Él estará contento si tú vas: ¡te abrazará con mucho amor! No
tengas miedo».
Queridos hermanos y hermanas, he pensado con frecuencia de qué
forma la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la
misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual; y
tenemos que recorrer este camino. Por eso he decidido convocar un
Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de Dios. Será
un Año santo de la misericordia. Lo queremos vivir a la luz de la Palabra
del Señor: «Sed misericordiosos como el Padre» (cf.Lc 6, 36). Esto
especialmente para los confesores: ¡mucha misericordia!
Este Año santo iniciará con la próxima solemnidad de la Inmaculada
Concepción y se concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de
Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo y rostro vivo de la misericordia
del Padre. Encomiendo la organización de este Jubileo al Consejo
pontificio para la promoción de la nueva evangelización, para que pueda
animarlo como una nueva etapa del camino de la Iglesia en su misión de
llevar a cada persona el Evangelio de la misericordia.
Estoy convencido de que toda la Iglesia, que tiene una gran necesidad
de recibir misericordia, porque somos pecadores, podrá encontrar en este
Jubileo la alegría para redescubrir y hacer fecunda la misericordia de Dios,
con la cual todos estamos llamados a dar consuelo a cada hombre y a cada
mujer de nuestro tiempo. No olvidemos que Dios perdona todo, y Dios
perdona siempre. No nos cansemos de pedir perdón. Encomendemos
desde ahora este Año a la Madre de la misericordia, para que dirija su
mirada sobre nosotros y vele sobre nuestro camino: nuestro camino
penitencial, nuestro camino con el corazón abierto, durante un año, para
recibir la indulgencia de Dios, para recibir la misericordia de Dios.
(Santo Padre)
Disculpadme si estoy sentado, pero estoy verdaderamente cansado,
porque vosotros napolitanos hacéis que me mueva... Dios, nuestro Dios, es
un Dios de las palabras, es un Dios de los gestos, es un Dios de los
silencios. El Dios de las palabras, lo sabemos porque en la Biblia están las
palabras de Dios: Dios nos habla, nos busca. El Dios de los gestos es el
Dios que sale al encuentro. Pensemos en la parábola del buen pastor que
va a buscarnos, que nos llama por nombre, que nos conoce mejor que
nosotros mismos, que siempre nos espera, que siempre nos perdona, que
siempre nos comprende con gestos de ternura. Y luego el Dios del
silencio. Pensad en los grandes silencios en la Biblia: por ejemplo el
silencio en el corazón de Abrahán, cuando iba con su hijo para ofrecerlo
en sacrificio. Dos días subiendo al monte, pero él no lograba decir nada al
hijo, incluso si el hijo, que no era tonto, intuía. Y Dios callaba. Pero el más
grande silencio de Dios fue la Cruz: Jesús escuchó el silencio del Padre,
hasta definirlo «abandono»: «Padre, ¿por qué me has abandonado?». Y
luego sucedió ese milagro de Dios, esa palabra, ese gesto grandioso que
fue la Resurrección. Nuestro Dios es también el Dios de los silencios y
existen silencios de Dios que no se pueden explicar si no miras al
Crucificado. Por ejemplo, ¿por qué sufren los niños? ¿Cómo me explicas
esto? ¿Dónde encuentras una palabra de Dios que explique por qué sufren
los niños? Este es uno de los grandes silencios de Dios. Y el silencio de
Dios no digo que se puede «comprender», pero podemos acercarnos a los
silencios de Dios mirando a Cristo crucificado, a Cristo que muere, a
Cristo abandonado, desde el Huerto de los Olivos hasta la Cruz. Estos son
los silencios. «Pero Dios nos creó para ser felices». —«Sí, es verdad». Y
Él muchas veces calla. Y esta es la verdad. Yo no puedo engañarte
diciendo: «No, ten fe e irá todo bien, serás feliz, tendrás buena suerte,
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tendrás dinero...»: No, nuestro Dios también guarda silencio. Recuerda: es
el Dios de las palabras, el Dios de los gestos y el Dios de los silencios,
estas tres cosas las debes unir en tu vida. Esto es lo que se me ocurre
decirte. Discúlpame. No tengo otra «receta».
(Pregunta de Erminia, anciana de 95 años)
Padre Santo, me llamo Erminia, tengo 95 años. Doy gracias a Dios por
el don de una vida larga. Y también le agradezco a usted porque no pierde
ocasión para defenderla. ¡Se necesita tanto hacerlo! Porque es un don que
en nuestra sociedad parece causar miedo y a menudo se rechaza y
descarta. Con el paso de los años me encontré sola tras la muerte de mi
marido, más frágil y necesitada de ayuda. Tuve miedo de tener que dejar
mi casa y acabar en cualquier residencia, en uno de esos «depósitos para
viejos» de los que usted ha hablado. Así, muchas veces los ancianos se
ven impulsados a preguntarse si su vida aún tiene sentido. Tuve la gracia
de encontrar una comunidad cristiana que no perdió su espíritu y donde se
vive el afecto y la gratuidad. De este modo, en mi vejez, llegaron
«ángeles», como les llamo yo, jóvenes y menos jóvenes que me ayudan,
me visitan, me sostienen en las dificultades de cada día. La amistad con
ellos me ha dado mucha fuerza y mucho ánimo. También rezar juntos me
ayuda mucho: soy débil, pero rezando por los pobres, los enfermos, los
necesitados del mundo, por la paz, por el bien de la Iglesia, y también por
el Papa, encuentro la fuerza para ayudar y proteger a los demás. De este
modo, quienes ayudan y quienes reciben ayuda forman una única familia:
jóvenes y ancianos juntos. ¿Cómo podemos vivir todos nosotros en mayor
medida una Iglesia que sea familia de todas las generaciones, sin descartar
a los ancianos y haciéndoles sentir parte viva de la comunidad?
(Santo Padre)
Tome asiento, porque cuando escucho que usted tiene 95 años, tengo
ganas de decir: pero si usted tiene 95 años, yo soy Napoleón.
¡Enhorabuena por cómo los lleva! Usted dijo una palabra clave de nuestra
cultura: «descartar». Los ancianos son descartados, porque esta sociedad
tira lo que no es útil: usa y tira. Los niños no son útiles: ¿para qué tener
niños? Mejor no tenerlos. Pero yo igualmente tengo afecto, me arreglo
incluso con un perrito y un gato. Nuestra sociedad es así: ¡cuánta gente
prefiere descartar a los niños y consolarse con el perrito o con el gato! Se
descartan a los niños, se descartan a los ancianos, porque se les deja solos.
Nosotros ancianos tenemos achaques, problemas, y llevamos problemas a
los demás, y la gente tal vez nos descarta por nuestros achaques, porque
ya no servimos. Y está también esa costumbre —disculpadme la palabra—
de dejarlos morir, y como nos gusta tanto usar eufemismos, decimos una
palabra técnica: eutanasia. Pero no sólo la eutanasia realizada con una
inyección —y te mando al otro lado— sino la eutanasia oculta, la de no
darte las medicinas, no proporcionarte los tratamientos, haciendo triste tu
vida, y así se muere, se acaba.
Este camino, que usted dice haber encontrado, es la mejor medicina
para vivir largo tiempo: la cercanía, la amistad, la ternura. A veces
pregunto a los hijos que tienen padres ancianos: ¿estáis cercanos a
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vuestros padres ancianos? Y si los tenéis en una residencia —porque en
casa sucede que no se pueden tener por el hecho de que trabajan tanto el
papá como la mamá—, ¿vais a visitarlos? En la otra diócesis, cuando
visitaba las residencias, me encontré muchos ancianos a quienes
preguntaba: «¿Y vuestros hijos?». «Bien, bien, bien». «¿Vienen a
visitaros?». Se quedaban callados y yo me daba cuenta inmediatamente...
«¿Cuándo vinieron la última vez?». «Por Navidad», y estábamos en el
mes de agosto. Los dejan allí sin afecto, y el afecto es la medicina más
importante para un anciano. Todos necesitamos afecto, y con la edad aún
más. A vosotros, hijos, que tenéis padres ancianos, os pido que hagáis un
examen de conciencia: ¿cómo vives el cuarto mandamiento? ¿Vas a
visitarlos? ¿Les brindas ternura? ¿Pasas tiempo con tu papá o con tu mamá
ancianos? Me gusta contar una historia que cuando era niño me contaban
en casa. Había un abuelo que vivía con el hijo, la nuera y los nietos. Pero
el abuelo envejeció y al final, pobrecillo, cuando comía, tomaba la sopa y
se ensuciaba un poco. Un día el papá decidió que el abuelo ya no comiera
en la mesa de la familia porque no quedaba bien, no se podía invitar a los
amigos. Hizo comprar una mesita y el abuelo comía solo en la cocina. La
soledad es el veneno más grande para los ancianos. Un día, el papá al
regresar del trabajo encuentra al hijo de cuatro años jugando con madera,
clavos y un martillo. Y le dijo: «¿Qué haces?». «Una mesita, para que
cuando seas anciano puedas comer allí». Lo que se siembra, se recoge. A
vosotros, hijos, os recuerdo el cuarto mandamiento. ¿Das afecto a tus
padres, los abrazas, les dices que los quieres? Si gastan mucho dinero en
medicinas, ¿los reprendes? Haced un buen examen de conciencia. El
afecto es la medicina más grande para nosotros ancianos. Este testimonio
que da usted, con sus amigos —¡que son buenos!— debe contarlo mucho,
para que la gente se anime a hacer lo mismo. Nunca descartar a un
anciano. Nunca.
(Pregunta de la familia Russo)
Santidad, usted nos dijo recientemente que hay que comunicar la
belleza de la familia, en cuanto que es el lugar privilegiado del encuentro
de la gratuidad del amor. El desafío requiere compromiso, conocimiento y
resistencia a las corrientes contrarias, reconsiderando la capacidad de
elecciones valientes que defienden el sentido auténtico de la familia como
recurso de la sociedad y como medio privilegiado de transmisión de la fe.
Usted nos incita a «no dejarnos robar la esperanza», pero en una ciudad
como Nápoles, patria de tantos santos pero también sede de tantos
sufrimientos y contradicciones donde la familia se ve atacada, ¿cómo
podemos construir una pastoral de la familia en salida, a la ofensiva y no
replegada en la defensa, y que cuente a todos su belleza? ¿Cómo podemos
conjugar nuestra excesiva secularidad con la espiritualidad e,
inspirándonos en las palabras de nuestro arzobispo, «abrid paso a la
esperanza»?
(Santo Padre)
La familia está en crisis: esto es verdad, no es una novedad. Los
jóvenes no quieren casarse, prefieren convivir, tranquilos y sin
125
compromisos; luego, si viene un hijo se casarán obligados. Hoy no está de
moda casarse. Además, muchas veces en los matrimonios por la Iglesia
pregunto: «Tú que vienes a casarte, ¿lo haces porque de verdad quieres
recibir de tu novio y de tu novia el Sacramento, o vienes porque
socialmente se debe hacer así?». Sucedió hace poco que, tras una larga
convivencia, una pareja que yo conozco decidió casarse. «¿Y cuándo?».
«Todavía no lo sabemos, porque estamos buscando la iglesia que armonice
con el vestido, y luego estamos buscando que el restaurante esté cerca de
la iglesia, y además tenemos que hacer los recuerdos, y luego...». «Pero
dime, ¿con qué fe te casas?». La crisis de la familia es una realidad social.
Luego están las colonizaciones ideológicas sobre las familias, modalidad y
propuestas que existen en Europa y vienen incluso de más allá del oceáno.
Luego ese error de la mente humana que es la teoría del gender, que crea
tanta confusión. Así la familia se ve atacada. ¿Qué se puede hacer con la
secularización en acción? ¿Cómo proceder con estas colonizaciones
ideológicas? ¿Qué se puede hacer con una cultura que no considera a la
familia, donde se prefiere no casarse? Yo no tengo la receta. La Iglesia es
consciente de esto y el Señor ha inspirado convocar el Sínodo sobre la
familia, sobre tantos problemas. Por ejemplo, el problema de la
preparación al matrimonio por la Iglesia. ¿Cómo se preparan las parejas
que vienen a casarse? Algunas veces se hacen tres charlas... ¿Es suficiente
esto para verificar la fe? No es fácil. La preparación al matrimonio no es
cuestión de un curso, como podría ser un curso de idiomas: convertirse en
esposo en ocho lecciones. La preparación al matrimonio es otra cosa.
Debe comenzar en casa, con los amigos, en la juventud, en el noviazgo. El
noviazgo perdió el sentido sagrado del respeto. Hoy, normalmente,
noviazgo y convivencia son casi la misma cosa. No siempre, porque
existen hermosos ejemplos... ¿Cómo preparar un noviazgo que madure?
Porque cuando el noviazgo es bueno, llega a un punto que tienes que
casarte, porque ha madurado. Es como la fruta: si no la recoges cuando
está madura, después no es lo mismo. Pero es toda una crisis, y os pido
que recéis mucho. Yo no tengo recetas para esto. Pero es importante el
testimonio del amor, el testimonio del modo de resolver los problemas.
En el matrimonio también se pelea y... vuelan los platos. Doy siempre
un consejo práctico: pelead hasta que queráis, pero no acabéis el día sin
hacer las paces. Para hacer esto no es necesario ponerse de rodillas, es
suficiente una caricia, porque cuando se discute, hay algo de rencor
dentro, y si hay reconciliación inmediatamente, todo está bien. El rencor
frío del día anterior es mucho más difícil de quitar, por lo tanto haced las
paces el mismo día. Es un consejo. Además es importante preguntar
siempre al otro si le gusta o no le gusta algo: sois dos, el «yo» no es muy
válido en el matrimonio, lo que cuenta es el «nosotros». Es también
verdad lo que se dice de los matrimonios: alegría en dos, tres veces
alegría; pena y dolor en dos, media pena, medio dolor. Así hay que vivir la
vida matrimonial y esto se hace con la oración, mucha oración y con el
testimonio, para que el amor no se apague. Porque siempre hay pruebas
difíciles en la vida, no se puede tener la ilusión de encontrar a otra persona
126
y decir: «Ah, si yo hubiese conocido a esta antes o a este antes, me
hubiese casado con este o con esta». Pero no lo has conocido antes, ha
llegado tarde. ¡Cierra inmediatamente la puerta! Estad atentos a estas
cosas y seguid adelante con vuestro testimonio y de este modo vuelvo al
inicio: la familia está en crisis y no es fácil dar una respuesta, pero es
necesario el testimonio y la oración.
TAMPOCO YO TE CONDENO
20150323. Homilía diaria. Casa Santa Marta.
El problema de fondo, explicó el Papa es que estas tres personas —
tanto el «especulador» como «los viciosos» y los «rígidos»— «no
conocían una palabra: no conocían lo que era la misericordia». Porque «la
corrupción los conducía lejos del hecho de comprender la misericordia»,
de «ser misericordiosos». En cambio «la Biblia nos dice que en la
misericordia está precisamente el justo juicio». Y así «las tres mujeres —
la santa, la pecadora y la necesitada— sufren por esta falta de
misericordia».
Pero eso es válido «también hoy». Y lo toca con la mano «el pueblo de
Dios» que, «cuando encuentra a estos jueces, sufre un juicio sin
misericordia, tanto en lo civil como en lo eclesiástico». Por lo demás,
precisó el Papa, «donde no hay misericordia no hay justicia». Y así
«cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón,
para ser juzgado, cuántas veces, cuántas veces, encuentra a uno de estos».
Encuentra «a los viciosos», por ejemplo, «que están allí, capaces también
de tratar de explotarlos», y este «es uno de los pecados más graves». Pero
encuentra lamentablemente también a «los especuladores», a quienes «no
les importa nada y no dan oxígeno a esa alma, no dan esperanza: a ellos no
les interesa». Y encuentra «a los rígidos, que castigan en los penitentes de
lo que esconden en su alma». He aquí, entonces, «a la Iglesia santa,
pecadora, necesitada, y a los jueces corruptos: sean ellos especuladores,
viciosos o rígidos». Y «esto se llama falta de misericordia».
Como conclusión, el Papa Francisco quiso «recordar una de las
palabras más bonitas del Evangelio, tomada precisamente del pasaje de
san Juan, que me conmueve mucho: ¿Ninguno te ha condenado? —
Ninguno, Señor. —Tampoco yo te condeno». Y precisamente esta
expresión de Jesús —«Tampoco yo te condeno»— es «una de las palabras
más hermosas porque está llena de misericordia».
128
LA ALEGRÍA DE ABRAHAM
20150326. Homilía diaria. Casa Santa Marta.
Para Abrahán, por lo tanto, «la alegría era plena», afirmó el Papa. Pero
«también su esposa Sara, un poco más tarde, rió: estaba un poco oculta,
detrás de las cortinas de la entrada, escuchando lo que decían los
hombres». Y «cuando estos enviados de Dios dieron a Abrahán la noticia
sobre el hijo, también ella rió». Es precisamente este, afirmó el Papa
Francisco, «el inicio de la gran alegría de Abrahán». Sí, «la gran alegría:
exultó en la esperanza de ver de este día; lo vio y se llenó de alegría». Y el
Papa invitó a contemplar «este hermoso icono: Abrahán ante Dios,
129
postrado con el rostro en tierra: escuchó esta promesa y abrió el corazón a
la esperanza y se llenó de alegría».
Y es precisamente «esto y aquello lo que no entendían los doctores de
la ley» destacó el Papa Francisco. «No entendían la alegría de la promesa;
no entendían la alegría de la esperanza; no entendían la alegría de la
alianza. No entendían». Y «no sabían alegrarse, porque habían perdido el
sentido de la alegría que llega solamente por la fe». En cambio, explicó el
Papa, «nuestro padre Abrahán fue capaz de alegrarse porque tenía fe: fue
justificado en la fe». Por su parte, esos doctores de la ley «habían perdido
la fe: eran doctores de la ley, pero sin fe». «Más aún: habían perdido la
ley, porque el centro de la ley es el amor, el amor a Dios y al prójimo».
Ellos, sin embargo, «tenían sólo un sistema de doctrinas precisas y que
necesitaban cada día más para que nadie los tocara».
ENTRAR EN EL MISTERIO.
20150404. Homilía Vigilia Pascual.
Esta noche es noche de vigilia.
El Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo (cf. Sal 121,4), para
sacarlo de la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.
El Señor vela y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo a través
del Mar Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte y de
los infiernos.
Esta fue una noche de vela para los discípulos y las discípulas de
Jesús. Noche de dolor y de temor. Los hombres permanecieron cerrados
en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente al
sábado, fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones
estaban llenos de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para
entrar?, ¿quién nos removerá la piedra de la tumba?...». Pero he aquí el
primer signo del Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y
la tumba estaba abierta.
«Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha,
vestido de blanco» (Mc 16,5). Las mujeres fueron las primeras que vieron
este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.
«Entraron en el sepulcro». En esta noche de vigilia, nos viene bien
detenernos a reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de Jesús,
que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos
aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su
vigilia de amor.
No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho
intelectual, no es sólo conocer, leer... Es más, es mucho más.
141
«Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro, de
contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese
hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12).
Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no
cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los
ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes...
Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más
allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la
verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido no ya descontado, una
respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra
fidelidad y nuestra razón.
Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de
abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra
presunción; la humildad para redimensionar la propia estima,
reconociendo lo que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos,
pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el misterio hace falta este
abajamiento, que es impotencia, vaciamiento de las propias idolatrías...
adoración. Sin adorar no se puede entrar en el misterio.
Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús. Velaron aquella
noche, junto a la Madre. Y ella, la Virgen Madre, les ayudó a no perder la
fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del dolor,
sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en las manos
sus ungüentos y con el corazón ungido de amor. Salieron y encontraron la
tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron en el misterio.
Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para
entrar en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida.
LA VÍA ES LA HUMILDAD
20150405. Mensaje Urbi et Orbi Pascua 2015
Jesucristo, por amor a nosotros, se despojó de su gloria divina; se
vació de sí mismo, asumió la forma de siervo y se humilló hasta la muerte,
y muerte de cruz. Por esto Dios lo ha exaltado y le ha hecho Señor del
universo. Jesús es el Señor.
Con su muerte y resurrección, Jesús muestra a todos la vía de la vida y
la felicidad: esta vía es la humildad, que comporta la humillación. Este es
el camino que conduce a la gloria. Sólo quien se humilla puede ir hacia los
«bienes de allá arriba», a Dios (cf. Col 3,1-4). El orgulloso mira «desde
arriba hacia abajo», el humilde, «desde abajo hacia arriba».
La mañana de Pascua, Pedro y Juan, advertidos por las mujeres,
corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces, se
acercaron y se «inclinaron» para entrar en la tumba. Para entrar en el
misterio hay que «inclinarse», abajarse. Sólo quien se abaja comprende la
glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino.
142
El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer...
Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son los
brotes de otra humanidad, en la cual tratamos de vivir al servicio de los
demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos.
Esto no es debilidad, sino auténtica fuerza. Quien lleva en sí el poder
de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que
habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor.
Imploremos hoy al Señor resucitado la gracia de no ceder al orgullo
que fomenta la violencia y las guerras, sino de tener el valor humilde del
perdón y de la paz. Pedimos a Jesús victorioso que alivie el sufrimiento de
tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre, así como de
todos los que padecen injustamente las consecuencias de los conflictos y
las violencias que se están produciendo, y que son tantas.
LA VALENTÍA DE LA FRANQUEZA
20150413. Homilía diaria. Casa Santa Marta.
Precisamente en esta última palabra —«franqueza»— se detuvo el
Pontífice destacando cómo en esa oración común se lee: «“Ahora, Señor,
fíjate en sus amenazas y concede a tus siervos” no huir: “predicar con toda
franqueza tu palabra”». Aquí emerge la indicación para cada cristiano:
«Podemos decir», subrayó el Papa Francisco, que «también hoy el
mensaje de la Iglesia es el mensaje del camino de la franqueza, del camino
de la valentía cristiana». Esa palabra, explicó, «se puede traducir como
“valor”, “franqueza”, “libertad de hablar”, “no tener miedo de decir las
cosas”». Es la «parresía». Los dos apóstoles «pasaron del temor a la
franqueza, a decir las cosas con libertad».
El círculo de la reflexión del Papa se cerró con la relectura del pasaje
del Evangelio de san Juan (3, 1-8), o sea del «diálogo un poco misterioso
entre Jesús y Nicodemo, sobre el “segundo nacimiento”». En este punto el
Pontífice se preguntó: «En toda la historia, ¿quién es el verdadero
protagonista? En este itinerario de la franqueza, ¿quién es el verdadero
protagonista? ¿Pedro, Juan, el cojo curado, la gente que escuchaba, los
sacerdotes, los soldados, Nicodemo, Jesús?». Y la respuesta fue: «el
verdadero protagonista es precisamente el Espíritu Santo. Porque Él es el
único capaz de darnos esta gracia de la valentía de anunciar a Jesucristo».
Es la «valentía del anuncio» lo que «nos distingue del simple
proselitismo». Explicó el Papa: «Nosotros no hacemos publicidad» para
tener «más “socios” en nuestra “sociedad espiritual”». Esto «no funciona,
154
no es cristiano». En cambio, «lo que el cristiano hace es anunciar con
valentía; y el anuncio de Jesucristo provoca, mediante el Espíritu Santo,
ese estupor que nos hace seguir adelante». Por eso «el verdadero
protagonista de todo esto es el Espíritu Santo», hasta el punto que —como
se lee en los Hechos de los Apóstoles— cuando los discípulos terminaron
la oración, el lugar donde se encontraban tembló y todos quedaron llenos
del Espíritu. Fue, dijo el Papa Francisco, «como un nuevo Pentecostés».
LA DUREZA DE CORAZÓN
20150416. Homilía diaria. Casa Santa Marta.
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Y así «repite la
historia de salvación hasta Jesús». Pero «al oír este kerigma de Pedro, esta
predicación de Pedro sobre la redención realizada por Dios a través de
Jesús al pueblo», los miembros del Sanedrín «se enfurecieron y querían
matarlos». En realidad, «fueron incapaces de reconocer la salvación de
Dios» aun siendo «doctores» que «habían estudiado la historia del pueblo,
habían estudiado las profecías, habían estudiado la ley, conocían casi toda
155
la teología de pueblo de Israel, la revelación de Dios, sabían todo: eran
doctores».
La pregunta es «¿por qué esta dureza de corazón?». Sí, afirmó el Papa,
su dureza «no es dureza de mente, no es una simple testarudez». La dureza
está en su corazón. Y entonces «se puede preguntar: ¿cómo es el recorrido
de esta testarudez total de mente y corazón? Cómo se llega a esto, a esta
cerrazón, que incluso los apóstoles tenían antes de que llegara el Espíritu
Santo». Tanto que Jesús dice a los dos discípulos de Emaús: «Necios y
torpes para entender las cosas de Dios».
En el fondo, explicó el Papa Francisco, «la historia de esta testarudez,
el itinerario, es cerrarse en sí mismos, no dialogar, es la falta de diálogo».
Eran personas que «no sabían dialogar, no sabían dialogar con Dios
porque no sabían orar y escuchar la voz del Señor; y no sabían dialogar
con los demás».
Antes de seguir con la celebración de la Eucaristía —«que es la vida
de Dios, que nos habla desde lo alto, como Jesús dice a Nicodemo»—, el
Papa Francisco pidió «por los maestros, por los doctores, por los que
enseñan al pueblo de Dios, para que no se cierren, para que dialoguen, y
así se salven de la ira de Dios que, si no cambian de actitud, pesará sobre
ellos».
¿QUIÉN ES TESTIGO?
20150419. Regina coeli
Podemos preguntarnos: pero, ¿quién es el testigo? El testigo es uno
que ha visto, que recuerda y cuenta. Ver, recordar y contar son los tres
verbos que describen la identidad y la misión. El testigo es uno que ha
visto, con ojo objetivo, ha visto una realidad, pero no con ojo indiferente;
ha visto y se ha dejado involucrar por el acontecimiento. Por eso recuerda,
no sólo porque sabe reconstruir de modo preciso los hechos sucedidos,
sino también porque esos hechos le han hablado y él ha captado el sentido
profundo. Entonces el testigo cuenta, no de manera fría y distante sino
160
como uno que se ha dejado cuestionar y desde aquel día ha cambiado de
vida. El testigo es uno que ha cambiado de vida.
El contenido del testimonio cristiano no es una teoría, no es una
ideología o un complejo sistema de preceptos y prohibiciones o un
moralismo, sino que es un mensaje de salvación, un acontecimiento
concreto, es más, una Persona: es Cristo resucitado, viviente y único
Salvador de todos. Él puede ser testimoniado por quienes han tenido una
experiencia personal de Él, en la oración y en la Iglesia, a través de un
camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la
Eucaristía, su sello en la Confirmación, su continua conversión en la
Penitencia. Gracias a este camino, siempre guiado por la Palabra de Dios,
cada cristiano puede transformarse en testigo de Jesús resucitado. Y su
testimonio es mucho más creíble cuando más transparenta un modo de
vivir evangélico, gozoso, valiente, humilde, pacífico, misericordioso. En
cambio, si el cristiano se deja llevar por las comodidades, las vanidades, el
egoísmo, si se convierte en sordo y ciego ante la petición de
«resurrección» de tantos hermanos, ¿cómo podrá comunicar a Jesús vivo,
como podrá comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura
infinita?
Que María, nuestra Madre, nos sostenga con su intercesión para que
podamos convertirnos, con nuestros límites, pero con la gracia de la fe, en
testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que nos encontramos
los dones pascuales de la alegría y de la paz.
CRISTIANOS DE NOMBRE
20150420. Homilía diaria. Casa Santa Marta.
Y cuando ve a toda esa gente que va a su encuentro, «Jesús la recibe
con mucha bondad». Le preguntan: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Y Él, siempre «con gran bondad, les responde: “En verdad, en verdad os
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digo: me buscáis no porque habéis visto signos —como si dijese, no por el
estupor religioso que te lleva a adorar a Dios—, sino porque comisteis pan
hasta saciaros”». En esencia, les dijo: «Vosotros me buscáis por intereses
materiales». Y así «corrige esta actitud».
Una actitud, sin embargo, que «se repite en los Evangelios», destacó el
Papa Francisco. Son «muchos los que siguen a Jesús por interés», incluso
«entre sus apóstoles», como «los hijos de Zebedeo que querían ser primer
ministro y el otro ministro de economía: tener el poder».
De este modo, en efecto, se acaba siendo «cristiano de nombre, de
actitud externa, pero el corazón está en el interés». Al respecto, el Papa
repitió las palabras de Jesús a la multitud que lo seguía, descritas por san
Juan en su Evangelio: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no
porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros».
Precisamente «esta es nuestra tentación cotidiana: deslizarse hacia la
mundanidad, hacia los poderes y así se debilita la fe, la misión. Se debilita
la Iglesia».
Antes de proseguir con la celebración, «con Él presente sobre el altar»,
el Papa Francisco pidió al Señor en la oración «que nos dé esa gracia del
estupor del encuentro y que nos ayude a no caer en el espíritu de
mundanidad, es decir, ese espíritu que detrás o bajo un barniz de
cristianismo nos llevará a vivir como paganos».
COMPROMISO RENOVADO
20150420. Discurso a Obispos de Gabón en Visita Ad limina
Queridos hermanos en el episcopado: Los valientes misioneros que
anunciaron el Evangelio en vuestra tierra, en condiciones heroicas, así
como los primeros cristianos gaboneses, que acogieron la buena nueva de
la salvación con corazón generoso y la testimoniaron a menudo en medio
de numerosas adversidades, son los pioneros de vuestra Iglesia local. Su
recuerdo, su celo y su testimonio evangélicos no deben dejar de inspiraros
en vuestra acción pastoral y constituir para toda la Iglesia en Gabón la
fuente de un compromiso renovado para el anuncio del Evangelio como
mensaje de paz, alegría y salvación, que libera al hombre de las fuerzas
del mal para conducirlo al reino de Dios.
Quiero destacar aquí cuán importante es la vida de oración para el
sacerdote, puesto que el camino sacerdotal se unifica en Cristo. Así, el
sacerdote estará plenamente disponible para Cristo y sus hermanos, y se
pondrá generosamente al servicio de la transmisión de la Palabra y de la
celebración digna de los sacramentos. Una sólida formación permanente
contribuirá a reavivar el dinamismo apostólico para encontrar a los
hombres y mujeres en su cultura y su lenguaje. Por eso debe dirigirse una
atención particular a la preparación de la homilía y la catequesis. «La
homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de
encuentro de un Pastor con su pueblo» (Evangelii gaudium, 135).
Los candidatos al sacerdocio merecen, a su vez, un lugar de relieve en
vuestro corazón de pastores: estos jóvenes que, con un entusiasmo a veces
162
lleno de dudas, desean consagrar su vida al Señor en el sacerdocio, tienen
necesidad de sentir por parte de sus obispos solicitud y aliento, sinónimos
de un acompañamiento efectivo en el indispensable y complejo proceso de
discernimiento de las vocaciones. Tal discernimiento y la formación de los
seminaristas se deben radicar ante todo en el Evangelio, y luego en los
verdaderos valores culturales de su país, en el sentido de la honestidad, la
responsabilidad y la fidelidad a la palabra dada (cf. Ecclesia in Africa, 95).
IGLESIA DE MÁRTIRES
20150421. Homilía diaria. Casa Santa Marta.
«Una de las características de la terquedad ante la Palabra de Dios» es,
precisamente, la «resistencia al Espíritu Santo», explicó el Papa,
repitiendo las palabras de Esteban: vosotros sois «como vuestros padres.
¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran?». Esteban
«recuerda a muchos profetas que fueron perseguidos y asesinados por
haber sido fieles a la Palabra de Dios». Luego, «cuando él confiesa su
visión de Jesús, lo que Dios le hace ver en ese momento, estando él lleno
del Espíritu Santo, ellos se escandalizaron y a gran voz dieron un grito
estentóreo, se taparon los oídos».
La cuestión es que la «Palabra de Dios no siempre cae bien a algunos
corazones; la Palabra de Dios molesta cuando tú tienes el corazón duro,
cuando tu corazón es pagano, porque la Palabra de Dios te interpela a
seguir adelante, buscando y dándote de comer con ese pan del cual
hablaba Jesús».
También «en estos días ¡cuántos “Esteban” existen en el mundo!»
exclamó el Papa. Y recordó historias recientes de persecuciones:
«Pensemos en nuestros hermanos degollados en la playa de Libia;
pensemos en el joven quemado vivo por sus compañeros por ser cristiano;
pensemos en los emigrantes que en alta mar fueron arrojados al mar por
los demás porque eran cristianos; pensemos –anteayer– en los etíopes,
asesinados por ser cristianos». Y también, añadió, «en muchos otros que
no conocemos, que sufren en las cárceles por ser cristianos».
Hoy, afirmó el Papa Francisco, «la Iglesia es Iglesia de mártires: ellos
sufren, ellos dan la vida y nosotros recibimos la bendición de Dios por su
testimonio». Y «están también los mártires ocultos, los hombres y las
mujeres fieles a la fuerza del Espíritu Santo, a la voz del Espíritu, que
abren camino, que buscan caminos nuevos para ayudar a los hermanos y
amar mejor a Dios». Y por esta razón «son vistos con sospecha,
calumniados, perseguidos por muchos sanedrines modernos que se creen
dueños de la verdad». Hoy, dijo el Pontífice, hay «muchos mártires
ocultos» y entre ellos existen muchos «que por ser fieles en su familia
sufren mucho por fidelidad».
MEMORIA Y SERVICIO
20150430. Homilía diaria. Casa Santa Marta.
«Nosotros —dijo— no estamos sin raíces», tenemos «raíces
profundas» que jamás debemos olvidar y que se extienden desde
«nuestro padre Abraham hasta hoy».
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Pero comprender que no estamos solos, que estamos estrechamente
unidos a un pueblo que camina desde siglos, significa también distinguir
otro rasgo característico del cristiano que es «el que Jesús nos enseña en
el Evangelio: el servicio». En el pasaje de san Juan propuesto por la
liturgia del jueves de la cuarta semana de Pascua, «Jesús lava los pies a los
discípulos. Y tras haber lavado los pies, les dijo: “En verdad, en verdad os
digo, el criado no es más grande que su amo, ni el enviado es más grande
que el que lo envía. Puesto que si sabéis esto, dichosos vosotros si lo
ponéis en práctica. Yo he hecho esto con vosotros, hacedlo vosotros
también con los otros. Yo he venido como siervo, vosotros debéis haceros
siervos los unos de los otros, es decir servir”».
Parece claro, evidenció el Pontífice, que «la identidad cristiana es el
servicio, no el egoísmo». Alguien, dijo, podría objetar: «Pero padre, todos
somos egoístas», pero esto «es un pecado, es una costumbre de la cual
debemos desprendernos»; debemos, entonces, «pedir perdón, que el Señor
nos convierta». Ser cristiano, de hecho, «no es una apariencia o una
conducta social, no es maquillarse un poco el alma, para que sea más
bonita». Ser cristiano, dijo con decisión el Papa, «es hacer lo que hizo
Jesús: servir. Él vino no para ser servido, sino para servir».
SOLDADOS DE CRISTO
20150504. Discurso a la Guardia suiza pontificia
En los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, que de joven
fue un soldado, habla de la «llamada del Rey», o sea Cristo, que quiere
edificar su reino y elige a sus colaboradores. El Señor quiere construir su
reino con la colaboración de los hombres. Necesita personas decididas y
valientes. Así, según san Ignacio, Cristo rey pide a quien quiere ir con Él
que se contente con la misma comida, la misma bebida y los mismos
hábitos suyos. Le pide que esté dispuesto a trabajar durante el día y a estar
despierto de noche, porque así participará en la victoria (cf. ES, 91 ss).
Al mismo tiempo, Ignacio compara el mundo con dos campos
militares, uno con el estandarte de Cristo y el otro con el estandarte de
181
Satanás. Sólo existen estos dos campos. Para el cristiano la opción es
clara: él sigue el estandarte de Cristo (cf. ibíd., 136 ss).
Cristo es el verdadero Rey. Él mismo va adelante, y sus amigos lo
siguen. Un soldado de Cristo participa en la vida de su Señor. Esta es
también la llamada que os corresponde a vosotros: asumir las
preocupaciones de Cristo, ser su compañero. Así, vosotros aprendéis día
tras día a «sentir» con Cristo y con la Iglesia. Un Guardia Suizo es una
persona que busca verdaderamente seguir al Señor Jesús y ama de modo
especial a la Iglesia, es un cristiano con una fe genuina.
Todo esto, queridos jóvenes, también vosotros, como todo cristiano,
podéis vivirlo gracias a los sacramentos de la Iglesia: con la participación
asidua en la Misa y la Confesión frecuente. Podéis vivirlo leyendo
diariamente el Evangelio. Lo que digo a todos, os lo digo también a
vosotros: tened siempre al alcance de la mano un pequeño Evangelio, para
leerlo apenas tengáis un momento tranquilo. Os ayuda también vuestra
oración personal, especialmente el rosario, durante las «guardias de
honor». Y os ayuda el servicio a los más pobres, a los enfermos, a los que
tienen necesidad de una buena palabra...
Y, así, cuando encontráis a la gente, los peregrinos, transmitís con
vuestra amabilidad y competencia ese «amor más grande» que viene de la
amistad con Cristo. En efecto, vosotros Guardias Suizos sois «imagen» de
la Santa Sede. Os agradezco y os aliento por esto.
LA “FÁBRICA DE LA PAZ”
20150511. Encuentro con niños y jóvenes de escuelas italianas.
Diálogo del papa con los niños
¡Habéis sido geniales formulando las preguntas! Hablaré a partir de las
preguntas que me habéis hecho.
Chiara: «Peleo a menudo con mi hermana. ¿Tú has peleado con tu
familia?».
Es una pregunta real. Me veo tentado de hacer esta pregunta: Levante
la mano quien nunca ha peleado con un hermano o con alguien de la
familia, pero nunca... Todos lo hemos hecho. Forma parte de la vida,
porque «yo quiero hacer un juego», el otro quiere hacer otro juego, y
luego peleamos. Pero al final lo importante es construir la paz. Sí,
peleamos, pero no terminar el día sin hacer las paces. Tener siempre esto
en la mente. A veces yo tengo razón, el otro se ha equivocado, ¿cómo voy
a pedir disculpas? No pido disculpas, pero realizo un gesto, y la amistad
continúa. Esto es posible: no permitir que el hecho de haber peleado se
extienda hasta el día siguiente. Esto es feo. No acabar el día sin hacer las
paces. También yo he peleado muchas veces, también ahora. Me altero un
poco, pero busco siempre hacer las paces juntos. Es humano pelear. Lo
importante es que no se persista, que después haya paz. ¿Entendido?
Segunda: «Quisiera recitar una poesía al Papa. El título de la poesía
es “La paz se construye”».
Es verdad, la paz se construye cada día. No quiere decir que no existan
guerras. Con dolor existirán las guerras... Pensemos que un día no habrá
guerras, ¿y luego?, para no caer en otra guerra se construye la paz cada
día. La paz no es un producto industrial: la paz es un producto artesanal.
Se construye cada día con nuestro trabajo, con nuestra vida, connuestro
amor, con nuestra cercanía, con nuestro querernos mutuamente.
¿Entendido? ¡La paz se construye cada día!
«Santidad, ¿no se cansa de estar en medio de tanta gente? ¿No
quisiera un poco de paz?».
Yo, muchas veces, quisiera un poco de tranquilidad, descansar un poco
más. Esto es verdad. Pero estar con la gente no quita la paz. Sí, hay ruido,
bullicio, hay movimiento. Pero esto no quita la paz. Lo que quita la paz es
el hecho de no querernos. ¡Eso quita la paz! Lo que quita la paz son los
celos, las envidias, la avaricia, tomar las cosas de los demás: eso quita la
paz. Pero estar con la gente es hermoso, no quita la paz. Cansa un poco
porque uno se cansa, yo no soy un jovencito... Pero no quita la paz.
Cuarta pregunta, de un niño egipcio. «Querido Papa, nosotros
venimos de países pobres y con guerras. La escuela nos ayuda mucho.
¿Por qué las personas poderosas no ayudan a la escuela?».
¿Por qué las personas poderosas no ayudan a la escuela? Se puede
incluso hacer la pregunta un poco más amplia: ¿por qué tantas personas
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poderosas no quieren la paz? ¡Porque viven de las guerras! La industria de
las armas: ¡esto es grave! Los poderosos, algunos poderosos, obtienen
beneficios con la fabricación de armas, y venden las armas a este país que
está contra aquel otro, y luego las venden al otro que es contrario a este...
Es la industria de la muerte. Y tienen ganancias. Vosotros sabéis que la
avaricia nos hace mucho mal: el deseo de tener más, más, más dinero.
Cuando vemos que todo gira alrededor del dinero —el sistema económico
gira en torno al dinero y no en torno a la persona, al hombre, a la mujer,
sino al dinero— se sacrifica mucho y se declara la guerra por defender el
dinero. Y por eso mucha gente no quiere la paz. Se gana más con la
guerra. Se gana dinero, pero se pierden vidas, se pierde la cultura, se
pierde la educación, se pierden muchas cosas. Es por esto que no la
quieren. Un sacerdote anciano que conocí hace años decía esto: el diablo
entra a través de la billetera. Por la codicia. Y por eso no quieren la paz.
Rafael, me ha conmovido mucho lo que has dicho (lo dice en español).
Me sentí conmovido. Tu pregunta la hiciste en español. Quisieras saber:
«¿Existe alguna razón por la cual un niño, sin hacer nada malo, pueda
venir al mundo, nacer, con los problemas que yo he tenido? ¿Qué me
sugiere que puedo hacer a fin de que los niños como yo no sufran?».
Esta pregunta es una de las más difíciles de responder. ¡No hay
respuesta! Hubo un gran escritor ruso, Dostoyevski, que había planteado
la misma pregunta: ¿por qué sufren los niños? Sólo se puede elevar los
ojos al cielo y esperar respuestas que no se encuentran. No hay respuestas
para esto, Rafael. En cambio, sí existen para la segunda parte: «¿Qué
puedo hacer yo para que un niño no sufra o sufra menos?». Estar cerca de
él. Que la sociedad trate de tener centros de atención, de curación, centros
también de ayuda paliativa para que no sufran los niños; que desarrolle la
educación de los niños con enfermedades. Se debe trabajar mucho. A mí
no me gusta decir —por ejemplo— que un niño es discapacitado. ¡No!
Este niño tiene una habilidad diferente, una habilidad diferente. No es
discapacitado. Todos tenemos habilidad, todos. Todos tienen la capacidad
de darnos algo, de hacer algo. A la primera pregunta no respondí; a la
segunda sí.
«Querido Papa, ¿hay posibilidad de perdón para quién ha
hecho cosas malas?».
Escuchad bien esto: ¡Dios perdona todo! ¿Entendido? Somos nosotros
los que no sabemos perdonar. Somos nosotros los que no encontramos
caminos de perdón, muchas veces por incapacidad o porque —la niña que
hizo esta pregunta tiene al papá en la cárcel— es más fácil llenar las
cárceles que ayudar a seguir adelante a quien se ha equivocado en la vida.
¿El camino más fácil? Vamos a la cárcel. Y no hay perdón. El perdón,
¿qué significa? ¿Has caído? ¡Levántate! Yo te ayudaré a levantarte, a
reinsertarte en la sociedad. Siempre está el perdón y nosotros debemos
aprender a perdonar, pero así: ayudando a reinsertar a quien se equivocó.
Hay una hermosa canción que cantan los Alpinos. Dice más o menos así:
«En el arte de subir, la victoria no está en no caer, sino en no permanecer
caído». Todos caemos, todos nos equivocamos. Pero nuestra victoria ante
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nosotros mismos y ante los demás —para nosotros mismos— es no
permanecer «caídos» y ayudar a los demás a no permanecer «caídos». Y
esto es un trabajo muy difícil, porque es más fácil descartar de la sociedad
a una persona que ha cometido un gran error y condenarlo a muerte,
encerrándolo en cadena perpetua... El trabajo debe ser siempre el de
reintegrar, no permanecer «caídos».
Esta es una hermosa pregunta: «Y si una persona no quiere hacer las
paces contigo, ¿tú qué harías?».
Ante todo el respeto por la libertad de la persona. Si esta persona no
quiere hablar conmigo, no quiere hacer las paces conmigo, tiene dentro de
sí, no digo odio, pero un sentimiento en contra de mí... ¡Respetar! Rezar,
pero nunca, nunca, vengarse. ¡Jamás! Respeto. Tú no quieres hacer las
paces conmigo, yo hice todo lo posible por hacerlo, pero respeto esta
elección tuya. Debemos aprender el respeto. En el trabajo artesanal de
construir la paz, el respeto hacia las personas está siempre, siempre, en el
primer lugar. ¿Entendido? ¡El respeto!
Y un joven detenido en Casal del Marmo hace esta pregunta: «La
respuesta a los jóvenes como yo a menudo es la cárcel. ¿Usted está de
acuerdo?».
No. No estoy de acuerdo. Repito lo que he dicho: es la ayuda a
levantarte de nuevo, a reinsertarte, con la educación, con el amor, con la
cercanía. Pero la solución de la cárcel es lo más cómodo para olvidar a los
que sufren. Os doy un consejo: cuando os dicen que alguien está en la
cárcel, que ese otro está en la cárcel, que otro también está en la cárcel,
decíos a vosotros mismos: «También yo puedo cometer los mismos
errores que cometió él». Todos podemos cometer los errores más graves.
¡No condenar jamás! Ayudar siempre a levantarse de nuevo y a
reinsertarse en la sociedad.
«Querido Papa, tengo nueve años y siempre escucho hablar de la paz.
Pero, ¿qué es la paz? ¿Me lo puedes explicar? Aprovecho para decirte
que en septiembre iré a Lourdes con UNITALSI. ¿Por qué no vienes y
conduces el tren, así no llegamos con retraso?».
Has estado genial. ¡Genial! La paz es ante todo que no haya guerras,
pero también que haya alegría, amistad entre todos, que cada día se dé un
paso hacia adelante en favor de la justicia, para que no haya niños que
pasen hambre, para que no haya niños enfermos que no tengan la
posibilidad de ser ayudados en su salud... Hacer todo esto es construir la
paz. La paz es un trabajo, no es una forma de estar tranquilos... ¡No, no!
La paz auténtica es trabajar para que todos encuentren solución a los
problemas, a las necesidades, que tienen en su tierra, en su patria, en su
familia, en su sociedad. Así se construye la paz —como he dicho—
«artesanal».
Tú: «Querido Papa, ¿cómo puede ayudarnos la religión en la vida?».
La religión nos ayuda porque nos hace caminar en presencia de Dios;
nos ayuda porque nos da los Mandamientos, las Bienaventuranzas; sobre
todo nos ayuda —todas las religiones, porque todos tienen un
mandamiento que es común— a amar al prójimo. Y este «amar al
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prójimo» nos ayuda a todos para la paz. Nos ayuda a todos a construir la
paz, a seguir adelante en la paz. Nos ayuda a todos.
«Papa, según tu opinión, ¿seremos un día todos iguales?».
A esta pregunta se puede responder de dos formas: todos somos
iguales —¡todos!—, pero no nos reconocen esta verdad, no nos reconocen
esta igualdad, y por ello algunos son más —digamos la palabras, pero
entre comillas— felices que los demás. ¡Pero esto no es un derecho!
¡Todos tenemos los mismos derechos! Cuando no se ve esto, esa sociedad
es injusta. No vive según la justicia. Y donde no hay justicia, no puede
estar presente la paz. ¿Entendido? Lo decimos juntos, veamos si sois
capaces, me gustaría repetirlo juntos más de una vez... Estad atentos, es
así: «¡Donde no hay justicia, no hay paz!»... ¡Todos!
[lo repiten más veces: «¡Donde no hay justicia, no hay paz!»]
Muy bien. ¡Aprended bien esto!
Y la última pregunta, la décimo tercera: «¿Cambia de verdad algo
después de este encuentro?».
¡Siempre! Cuando hacemos algo juntos, algo bello, algo bueno, todos
cambian. Todos cambian algo. Y esto nos hace bien. Seguir adelante con
este encuentro nos hace bien. Nos hace mucho bien. Todos nosotros, hoy,
tenemos que salir de este encuentro un poco cambiados: ¿mejores o
peores?
Discurso preparado por el santo padre
Os agradezco la invitación que me hicisteis de trabajar con vosotros en
la «fábrica de la paz». Es un buen lugar de trabajo, porque se trata de
construir una sociedad sin injusticias ni violencias, en el que cada niño y
cada joven pueda ser escuchado y crecer en el amor. Hay mucha necesidad
de fábricas de la paz, porque lamentablemente las fábricas de guerra no
faltan. La guerra es fruto del odio, del egoísmo, de querer poseer cada vez
más y predominar sobre los demás. Y vosotros para contrarrestarla os
comprometéis a difundir la cultura de la inclusión, de la reconciliación y
del encuentro. En este proyecto estáis implicados en gran número:
vosotros alumnos de las escuelas, pertenecientes a diversas etnias y
religiones; la fundación «La Fábrica de la paz», que ha promovido este
proyecto educativo; los profesores y los padres; el Ministerio de educación
y la Conferencia episcopal italiana. Es un hermoso camino, que requiere
valentía y trabajo, para que todos comprendan la necesidad de un cambio
de mentalidad para garantizar la seguridad a los niños del planeta, en
especial a los que viven en zonas de guerra y persecución. Tomando en
cuenta vuestras preguntas, quisiera daros algunas sugerencias para trabajar
bien en esta fábrica de la paz.
Comienzo precisamente por la expresión «fábrica de la paz». El
término «fábrica» nos dice que la paz es algo que hay que hacer, que hay
construir con sabiduría y tenacidad. Pero para construir un mundo de paz
hay que comenzar desde nuestro «mundo», o sea desde los ambientes
donde vivimos todos los días: la familia, la escuela, el patio, el gimnasio,
el oratorio... Y es importante trabajar junto con las personas que viven a
nuestro lado: los amigos, compañeros de escuela, padres y educadores. Se
188
necesita la ayuda de todos para construir un futuro mejor. A los adultos,
también a las instituciones, les compete estimularos, sosteneros y educaros
en los valores auténticos. Y vosotros, os pido, jamás os rindáis, ni siquiera
ante las dificultades y las incomprensiones. Cada acción y cada gesto
vuestro hacia el prójimo puede construir la paz. Por ejemplo, si os sucede
que peleáis con un compañero, hacer inmediatamente las paces; o pedir
disculpas a los padres y a los amigos, cuando se faltó en algo. El auténtico
constructor de la paz es el que da el primer paso hacia el otro. Y esto no es
debilidad, sino fuerza, la fuerza de la paz. ¿Cómo pueden acabar las
guerras en el mundo, si no somos capaces de superar nuestras pequeñas
incomprensiones y nuestras riñas? Nuestros actos de diálogo, de perdón,
de reconciliación, son «ladrillos» que sirven para construir el edificio de la
paz.
Otra cosa muy hermosa de vuestra «fábrica» es que no tiene fronteras:
se respira un clima de acogida y de encuentro sin barreras o exclusiones.
Ante personas que provienen de países o etnias diferentes, que tienen otras
tradiciones y religiones, vuestra actitud es la del conocimiento y del
diálogo, para la inclusión de todos, respetando las leyes del Estado. Y
luego habéis comprendido que para construir un mundo de paz es
indispensable interesarse por las necesidades de los más pobres, de los que
más sufren y son abandonados, incluso los alejados. Pienso en muchos de
vuestros coetáneos que sólo por el hecho de ser cristianos fueron
expulsados de sus casas, de sus países, y alguno fue asesinado porque
tenía la Biblia en la mano. Y así, el trabajo de vuestra «fábrica» se
convierte verdaderamente en una obra de amor. Amar a los demás,
especialmente a los más desfavorecidos, significa testimoniar que cada
persona es un don de Dios. ¡Cada persona!
Pero precisamente la paz misma es un don de Dios, un don que hay
que pedir con confianza en la oración. Por eso es importante no sólo ser
testimonios de paz y de amor, sino también testimonios de oración. La
oración es hablar con Dios, nuestro Padre que está en los cielos, y
confiarle los deseos, las alegrías, los disgustos. La oración es pedirle
perdón cada vez que uno se equivoca y comete algún pecado, con la
certeza de que Él perdona siempre. Su bondad hacia nosotros nos impulsa
a ser, también nosotros, misericordiosos hacia nuestros hermanos,
perdonándolos de corazón cuando nos ofenden o nos hacen el mal. Y, por
último, la paz tiene un rostro y un corazón: el rostro y el corazón de Jesús,
el Hijo de Dios, que murió en la cruz y resucitó precisamente para dar la
paz a cada hombre y a toda la humanidad. Jesús es «nuestra paz» (Ef 2,
14), porque derribó el muro del odio que separa a los hombres entre sí.
SENSIBILIDAD ECLESIAL
20150518. Discurso Asamblea general Conferencia ep. Italiana.
Quisiera ante todo expresar mi agradecimiento por este encuentro, y
por el tema que habéis elegido: la exhortación apostólica Evangelii
gaudium.
La alegría del Evangelio. En este momento histórico donde a menudo
nos vemos bombardeados por noticias desalentadoras, por situaciones
locales e internacionales que nos hacen experimentar aflicción y
tribulación —en este marco realísticamente poco confortador—, nuestra
vocación cristiana y episcopal es la de ir a contracorriente: o sea, ser
testigos gozosos del Cristo Resucitado para transmitir alegría y esperanza
a los demás. Nuestra vocación es escuchar lo que el Señor nos pide:
«Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios» (Is 40, 1). En efecto,
a nosotros se nos pide consolar, ayudar, alentar, sin distinción alguna, a
todos nuestros hermanos oprimidos bajo el peso de sus cruces,
acompañándolos, sin cansarnos jamás de trabajar para aliviarlos con la
fuerza que viene sólo de Dios.
También Jesús nos dice: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal
se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y
que la pise la gente» (Mt 5, 13). Es tan desagradable encontrar a un
consagrado abatido, desmotivado o apagado: él es como un pozo seco
donde la gente no encuentra agua para saciar su sed.
Mis interrogantes y mis preocupaciones nacen de una visión global —
no sólo de Italia, global— y sobre todo de los innumerables encuentros
que he tenido en estos dos años con las Conferencias episcopales, donde
he notado la importancia de lo que se puede definir la sensibilidad
eclesial: o sea apropiarse de los sentimientos mismos de Cristo, de
humildad, compasión, misericordia, concreción —la caridad de Cristo es
concreta— y sabiduría.
La sensibilidad eclesial que comporta también no ser tímidos o
irrelevantes a la hora de denunciar y luchar contra una mentalidad
generalizada de corrupción pública y privada que logró empobrecer, sin
vergüenza alguna, a familias, jubilados, trabajadores honestos,
comunidades cristianas, descartando a los jóvenes, sistemáticamente
privados de todo tipo de esperanza para su futuro, y sobre todo
marginando a los débiles y necesitados. Sensibilidad eclesial que, como
buenos pastores, nos hace ir al encuentro del pueblo de Dios para
defenderlo de las colonizaciones ideológicas que les quitan la identidad y
la dignidad humanas.
La sensibilidad eclesial se manifiesta también en las decisiones
pastorales y en la elaboración de los Documentos —los nuestros—, donde
no debe prevalecer el aspecto teorético-doctrinal abstracto, como si
nuestras orientaciones no estuviesen destinadas a nuestro pueblo o a
nuestro país —sino sólo a algunos estudiosos y especialistas—, en
203
cambio, debemos perseguir el esfuerzo de traducirlas en propuestas
concretas y comprensibles.
La sensibilidad eclesial y pastoral se hace concreta también al reforzar
el papel indispensable de los laicos dispuestos a asumir las
responsabilidades que a ellos competen. En realidad, los laicos que tienen
una formación cristiana auténtica, no deberían tener necesidad del obispo-
piloto, o del monseñor-piloto o de un input clerical para asumir sus
propias responsabilidades en todos los niveles, desde lo político a lo
social, de lo económico a lo legislativo. En cambio, todos tienen necesidad
del obispo pastor.
Por último, la sensibilidad eclesial se revela concretamente en la
colegialidad y en la comunión entre los obispos y sus sacerdotes; en la
comunión entre los obispos mismos; entre las diócesis ricas —material y
vocacionalmente— y las que tienen dificultades; entre las periferias y el
centro; entre las conferencias episcopales y los obispos con el sucesor de
Pedro.
Se nota en algunas partes del mundo un generalizado debilitamiento de
la colegialidad, tanto en la determinación de los planes pastorales como en
compartir los compromisos programáticos económico-financieros. Falta el
hábito de verificar la recepción de programas y la realización de los
proyectos, por ejemplo: se organiza un congreso o un evento que,
poniendo en evidencia las conocidas voces, narcotiza a las comunidades,
homologando opciones, opiniones y personas. En lugar de dejarnos
transportar hacia los horizontes donde nos pide ir el Espíritu Santo.
Otro ejemplo de falta de sensibilidad eclesial: ¿por qué se dejan
envejecer tanto los institutos religiosos, monasterios, congregaciones, en
tal medida que ya casi no son testimonios evangélicos fieles al carisma
fundacional? ¿Por qué no se ponen medios para fusionarlos antes de que
sea tarde desde muchos puntos de vista? Y esto es una cuestión mundial.
Me detengo aquí, después de haber querido ofrecer sólo algunos
ejemplos acerca de la sensibilidad eclesial debilitada a causa de la
continua confrontación con los enormes problemas mundiales y de la
crisis que no ha escatimado ni siquiera la misma identidad cristiana y
eclesial.
Que el Señor —durante el Jubileo de la misericordia que iniciará el
próximo 8 de diciembre— nos conceda «la alegría para redescubrir y
hacer fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados
a dar consuelo a cada hombre y a cada mujer de nuestro tiempo...
Encomendemos desde ahora este Año a la Madre de la misericordia, para
que dirija su mirada sobre nosotros y vele sobre nuestro camino»
(Homilía 13 de marzo de 2015).
ECUMENISMO DE SANGRE
20150523. Videomensaje Jornada cristiana (Phoenix)
Hoy reunidos, yo desde Roma y ustedes allí, pediremos para que el
Padre envíe el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, y nos de la gracia de
que todos sean uno, “para que el mundo crea”. Y me viene a la mente
207
decir algo que puede ser una insensatez, o quizás una herejía, no sé. Pero
hay alguien que ‘sabe’ que, pese a las diferencias, somos uno. Y es el que
nos persigue. El que persigue hoy día a los cristianos, el que nos unge con
el martirio, sabe que los cristianos son discípulos de Cristo: ¡que son uno,
que son hermanos! No le interesa si son evangélicos, ortodoxos, luteranos,
católicos, apostólicos…¡no le interesa! Son cristianos. Y esa sangre se
junta. Hoy estamos viviendo, queridos hermanos, el “ecumenismo de la
sangre”. Esto nos tiene que animar a hacer lo que estamos haciendo hoy:
orar, hablar entre nosotros, acortar distancias, hermanarnos cada vez más.
Yo estoy convencido de que la unidad entre nosotros no la van a hacer
los teólogos. Los teólogos nos ayudan, la ciencia de los teólogos nos va a
ayudar, pero si esperamos que los teólogos se pongan de acuerdo, la
unidad recién se va a lograr al día siguiente del día del Juicio Final. La
unidad la hace el Espíritu Santo, los teólogos nos ayudan, ¡pero nos
ayudan las buenas voluntades de todos nosotros en el camino y el corazón
abierto al Espíritu Santo!
Con toda humildad, me uno a ustedes como uno más en esta jornada
de oración, de amistad, de cercanía, de reflexión. Con la certeza de que
tenemos un solo Señor: Jesús es el Señor. Con la certeza de que este Señor
está vivo: Jesús vive, vive el Señor en cada uno de nosotros. Con la
certeza de que nos ha enviado el Espíritu que prometió para que realizara
esa “armonía” entre todos sus discípulos.
Él nos dice: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los
tiempos» (Mt 28,21). Esta es la certeza que infunde consuelo y esperanza,
especialmente en los momentos difíciles para el ministerio. Pienso en los
sufrimientos y en las pruebas pasadas y presentes de
vuestras comunidades cristianas. Incluso viviendo en esas situaciones,
vosotros no os habéis rendido, habéis resistido, esforzándoos por afrontar
las dificultades personales, sociales y pastorales con incansable espíritu de
servicio. El Señor os lo recompense.
Imagino que la situación numéricamente minoritaria de la Iglesia
Católica en vuestra tierra, así como los fracasos del ministerio, en
ocasiones os hacen sentir como los discípulos de Jesús cuando, habiendo
bregado toda la noche, no habían pescado nada (cf. Lc 5,5). Pero es
precisamente en estos momentos, si nos fiamos del Señor, cuando
experimentamos el poder de su Palabra, la fuerza de su Espíritu, que
renueva en nosotros la confianza y la esperanza. La fecundidad de nuestro
servicio depende sobre todo de la fe; la fe en el amor de Cristo, del cual
nada podrá separarnos, como afirma el apóstol Pablo, que de pruebas
entendía (cf. Rm 8,35-39). Y también la fraternidad nos sostiene y nos
anima; la fraternidad entre sacerdotes, entre religiosos, entre laicos
consagrados, entre seminaristas; la fraternidad entre todos nosotros, a
quienes el Señor ha llamado a dejarlo todo para seguirlo, nos da alegría y
consuelo, y hace más eficaz nuestro trabajo. Nosotros somos testimonio de
fraternidad.
«Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño» (Hch 20,28). Esta
exhortación de san Pablo –narrada en los Hechos de los Apóstoles– nos
recuerda que, si queremos ayudar los demás a ser santos, debemos cuidar
de nosotros mismos, es decir, de nuestra santificación. Y, de la misma
manera, la dedicación al pueblo fiel de Dios, la inmersión en su vida y
sobre todo la cercanía a los pobres y a los pequeños nos hace crecer en la
configuración con Cristo. El cuidado del propio camino personal y la
caridad pastoral hacia los demás van siempre juntas y se enriquecen
mutuamente. No van nunca por separado.
¿Qué significa para un sacerdote y para una persona consagrada, hoy,
aquí en Bosnia y Herzegovina, servir al rebaño de Dios? Pienso que
significa realizar la pastoral de la esperanza, cuidando las ovejas que
están en el redil, pero también yendo, saliendo en la búsqueda de cuantos
esperan la Buena Noticia y no saben hallar o reencontrar solos el camino
226
que conduce a Jesús. Encontrar a la gente allí donde vive, incluso aquella
parte del rebaño que está fuera del redil, lejos, en ocasiones sin conocer
aún a Jesucristo. Cuidar la formación de los católicos en la fe y en la vida
cristiana. Animar los fieles laicos a ser protagonistas de la misión
evangelizadora de la Iglesia. Por tanto, os exhorto a formar comunidades
católicas abiertas y “en salida”, capaces de acogida y de encuentro, y que
den testimonio con valentía del Evangelio.
El sacerdote, el consagrado está llamado a vivir las inquietudes y las
esperanzas de su gente; a actuar en los contextos concretos de su tiempo,
con frecuencia caracterizado por tensión, discordia, desconfianza,
precariedad y pobreza. Ante las situaciones más dolorosas, pidamos a Dios
un corazón que sepa conmoverse, capacidad de empatía; no hay mejor
testimonio que estar cerca de las necesidades materiales y espirituales de
los demás. Es nuestra tarea como obispos, sacerdotes y religiosos hacer
sentir a las personas la cercanía de Dios, su mano que conforta y sana;
acercarse a las heridas y a las lágrimas de nuestro pueblo; no nos
cansemos de abrir el corazón y de tender la mano a cuantos nos piden
ayuda y a cuantos, quizás por pudor, no la piden, pero tienen gran
necesidad. A este respecto, deseo expresar mi reconocimiento a las
religiosas, por todo lo que hacen con generosidad y sobre todo por su
presencia fiel y solícita.
Queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, os animo a proseguir con
alegría vuestro servicio pastoral, cuya fecundidad viene de la fe y la
gracia, pero también del testimonio de una vida humilde y despegada de
los intereses del mundo. No caigáis, por favor, en la tentación de formar
una especie de elite cerrada en sí misma. El generoso y transparente
testimonio sacerdotal y religioso constituyen un ejemplo y un estímulo
para los seminaristas y para cuantos el Señor llama a servirlo. Estando al
lado de los jóvenes, invitándolos a compartir experiencias de servicio y de
oración, los ayudáis a descubrir el amor de Cristo y a abrirse a la llamada
del Señor. Que los fieles laicos puedan ver en vosotros aquel amor fiel y
generoso que Cristo ha dejado como testamento a sus discípulos.
Y una palabra en particular para vosotros, queridos seminaristas. Entre
los bellos testimonios de consagrados de vuestra tierra, recordamos al
siervo de Dios Petar Barbarić. Él une Herzegovina, donde nace, con
Bosnia, donde emite su profesión, y une también a todo el clero, tanto
diocesano como religioso. Este joven candidato al sacerdocio, con su vida
virtuosa, sea para todos un gran ejemplo.
La Virgen María está siempre con nosotros, como madre atenta. Ella es
la primera discípula del Señor y ejemplo de vida dedicada a Él y a los
hermanos. Cuando nos encontramos en una dificultad o ante una situación
que nos hace sentir impotentes, nos dirigimos a Ella con confianza de
hijos. Y Ella siempre nos dice –como en las bodas de Caná– : «Haced lo
que Él os diga» (Jn 2,5). Nos enseña a escuchar a Jesús y a seguir su
Palabra, pero con fe. Este es su secreto, que como madre nos quiere
transmitir: la fe, aquella fe genuina, de la que basta una migaja para mover
montañas.
227
Con este confiado abandono, podemos servir al Señor con alegría y ser
por dondequiera sembradores de esperanza.
CUSTODIAR EL CORAZÓN
20150615. Homilía diaria. Casa Santa Marta
En concreto, «debemos estar atentos para comprender el tiempo de
Dios, cuando Dios pasa por nuestro corazón».
Al respecto, «san Agustín decía una hermosa frase: “Tengo miedo
cuando pasa el Señor” — “¿Por qué tienes miedo si el Señor es bueno?”—
“No. Tengo miedo de no acogerlo, de no comprender que el Señor está
pasando en esta prueba, en esta palabra que he escuchado, que me
conmovió el corazón, en este ejemplo de santidad, muchas cosas, en esta
tragedia”». Así, pues, recordó el Papa, «el Señor pasa y nos da el don».
Pero es importante «custodiar el corazón para estar atentos a ese don de
Dios».
Y, «¿cómo se custodia el corazón?», se preguntó una vez más el Papa
Francisco. «Se custodia —explicó— alejando todo rumor que no viene del
Señor, alejando muchas cosas que nos quitan la paz». Y «cuando se alejan
esas cosas, esas pasiones nuestras, el corazón está preparado para
comprender que está pasando el Señor y para recibirlo a Él y la gracia».
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DE LA POBREZA SURGE LA RIQUEZA
20150616. Homilía diaria. Casa Santa Marta
Del pasaje paulino emerge, por lo tanto, una «contraposición entre
riqueza y pobreza. La Iglesia de Jerusalén es pobre, se encuentra en
dificultad económica, pero es rica, porque tiene el tesoro del anuncio
evangélico». Y es precisamente «esta Iglesia de Jerusalén, pobre», quien
enriqueció a la Iglesia de Corinto «con el anuncio evangélico: le dio la
riqueza del Evangelio». Quien era rico económicamente en realidad era
pobre «sin el anuncio del Evangelio». Se da, dijo el Pontífice, «un
intercambio mutuo» y, así, «de la pobreza surge la riqueza».
En este punto, explicó el Papa, «Pablo, con su pensamiento, llega al
fundamento de lo que nosotros podemos llamar “la teología de la
pobreza”, porque la pobreza está en el centro del Evangelio». Se lee en la
epístola: «Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo
rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza». Así,
pues, «fue el Verbo de Dios quien se hizo carne, el Verbo de Dios en esta
condescendencia, en este abajarse, en este empobrecerse, quien nos hace,
a nosotros, ricos en los dones de la salvación, de la palabra, de la gracia».
Este «es precisamente el núcleo de la teología de la pobreza», que, por lo
demás, encontramos en la primera bienaventuranza: «Bienaventurados los
pobres de espíritu». Destacó el Papa Francisco: «Ser pobre es dejarse
enriquecer por la pobreza de Cristo y no querer ser rico con otras riquezas
que no sean las de Cristo, es hacer lo que hizo Cristo». No es sólo hacerse
pobres, sino que se trata de dar «un paso más», porque, dijo, «el pobre me
enriquece». Porque pobreza cristiana significa «que yo doy de lo mío y no
lo superfluo, incluso de lo necesario, al pobre, porque sé que él me
enriquece». ¿Por qué me enriquece el pobre? «Porque Jesús dijo que Él
mismo está en el pobre».
LA TENTACIÓN DE LA CODICIA
20150619. Homilía diaria. Casa Santa Marta
“Evitad toda clase de codicia”, dice el Señor». Porque «la codicia va
adelante, va adelante, va adelante: es un escalón, abre la puerta, después
viene la vanidad —creerse importante, creerse potente— y, al final, el
orgullo». Y «de ahí todos los vicios, todos: son escalones, pero el primero
es la codicia, el deseo de amontar riquezas».
… «el diablo entra por la billetera» o «entra por los bolsillos, es lo
mismo: esta es la entrada del diablo y de ahí a todos los vicios, a estas
seguridades no seguras». Y «esta —explicó el Papa— es precisamente la
corrupción, es la polilla y la herrumbre que nos lleva adelante». Por lo
demás, «amontar es precisamente una cualidad del hombre: hacer las
cosas y dominar el mundo es también una misión». Pero, «¿qué debo
amontar?». La respuesta de Jesús en el Evangelio de hoy es clara:
«Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay ladrones, donde
no se roba, donde no hay polilla ni herrumbre». Precisamente «esta es la
241
lucha de cada día: cómo administrar bien las riquezas de la tierra para que
se orienten al cielo y se conviertan en riquezas del cielo».
CERCANÍA
20150626. Homilía diaria. Casa Santa Marta
«Este leproso —destacó el Papa Francisco— sintió en su corazón el
deseo de acercarse a Jesús, se armó de valor y se acercó». Pero «era un
marginado», y, por lo tanto, no podía hacerlo». Pero «tenía fe en ese
hombre, se armó de valor y se acercó», dirigiéndole «sencillamente su
oración: “Señor, si quieres puedes limpiarme”».
«Cercanía», explicó el Pontífice, es una «palabra muy importante, no
se puede formar comunidad sin cercanía, no se puede construir la paz sin
cercanía; no se puede hacer el bien sin acercarse». En realidad Jesús
habría podido decirle: «¡quedas curado!». En cambio se acercó y lo tocó.
«Es más: en el momento en el que Jesús tocó al impuro, se hizo impuro».
Y «este es el misterio de Jesús: carga sobre sí nuestras suciedades,
nuestras impurezas».
ECOLOGÍA TOTAL
20150721. Encuentro “Esclavitud moderna y cambio climático…”
Les agradezco sinceramente, de corazón el trabajo que han hecho. Es
verdad que todo giraba alrededor del tema del cuidado del ambiente, de
esa cultura del cuidado del ambiente. Pero esa cultura del cuidado del
ambiente no es una actitud solamente – lo digo en buen sentido- “verde”,
no es una actitud “verde”, es mucho más. Es decir, cuidar el ambiente
significa una actitud de ecología humana. O sea, no podemos decir: la
persona está aquí y el Creato, el ambiente, está allí. La ecología es total, es
humana. Eso es lo que quise expresar en la Encíclica “Laudato Si”: que no
se puede separar al hombre del resto, hay una relación de incidencia
mutua, sea del ambiente sobre la persona, sea de la persona en el modo
como trata el ambiente; y también, el efecto de rebote contra el hombre
cuando el ambiente es maltratado. Por eso, frente a una pregunta que me
hicieron yo dije: “no, no es una encíclica ‘verde’, es una encíclica social”.
Porque dentro del entorno social, de la vida social de los hombres, no
podemos separar el cuidado del ambiente. Más aun, el cuidado del
ambiente es una actitud social, que nos socializa en un sentido o en otro
-cada cual le puede poner el valor que quiere- y por otro lado, nos hace
recibir – me gusta la expresión italiana cuando hablan del ambiente- del
“Creato”, de aquello que nos fue dado como don, o sea, el ambiente.
Por otro lado, ¿por qué esta invitación que me pareció una idea -de la
Academia Pontificia de las Ciencias, de monseñor Sánchez Sorondo- muy
fecunda, de invitar a los alcaldes, a los síndicos de las grandes ciudades y
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no tan grandes, pero invitarlos aquí para hablar de esto? Porque una de las
cosas que más se nota cuando el ambiente, la Creación, no es cuidada es el
crecimiento desmesurado de las ciudades. Es un fenómeno mundial, es
como que las cabezas, las grandes ciudades, se hacen grandes pero cada
vez con cordones de pobreza y de miseria más grandes, donde la gente
sufre los efectos de un descuido del ambiente. En este sentido, está
involucrado el fenómeno migratorio. ¿Por qué la gente viene a las grandes
ciudades, a los cordones de las grandes ciudades, las villas miseria, las
chabolas, las favelas? ¿Por qué arma eso? Simplemente porque ya el
mundo rural para ellos no les da oportunidades. Y un punto que está en la
encíclica, y con mucho respeto, pero se debe denunciar, es la idolatría de
la tecnocracia. La tecnocracia lleva a despojar de trabajo, crea
desocupación, los fenómenos desocupatorios son muy grandes y necesitan
ir migrando, buscando nuevos horizontes.
PRIMADO DE LA INTERIORIDAD
20150830. Ángelus
«Nada que entra de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de
dentro es lo que hace impuro al hombre» (v. 15). De esta manera subraya
el primado de la interioridad, es decir, el primado del «corazón»: no son
las cosas exteriores las que nos hacen o no santos, sino que es el corazón
el que expresa nuestras intenciones, nuestras elecciones y el deseo de
hacerlo todo por amor de Dios. Las actitudes exteriores son la
consecuencia de lo que hemos decidido en el corazón y no al revés: con
actitudes exteriores, si el corazón no cambia, no somos verdaderos
cristianos. La frontera entre el bien y el mal no está fuera de nosotros sino
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más bien dentro de nosotros. Podemos preguntarnos: ¿dónde está mi
corazón? Jesús decía: «tu tesoro está donde está tu corazón». ¿Cuál es mi
tesoro? ¿Es Jesús, es su doctrina? Entonces el corazón es bueno. O ¿el
tesoro es otra cosa? Por lo tanto, es el corazón el que debe ser purificado y
convertirse. Sin un corazón purificado, no se pueden tener manos
verdaderamente limpias y labios que pronuncian palabras sinceras de
amor —todo es doble, una doble vida—, labios que pronuncian palabras
de misericordia, de perdón. Esto lo puede hacer sólo el corazón sincero y
purificado.
NO CAMINAR SOLOS
20150904 Vídeo conferencia con tres ciudades de EEUU
Conexión con Chicago con la Escuela jesuita “Cristo Rey”
(Escuela para pobres y marginados)
Testimonio de Valerie Herrera, joven con una enfermedad de la piel,
que superó dificultades con la ayuda de la familia y como integrante de
un coro. La música la ayudó a acercarse a la fe y a sentirse menos sola y
diferente. Piensa entrar en la universidad – la primera de su familia que
lo hará- y estudiar farmacia.
P.- ¿Que espera Ud. de nosotros, la juventud? ¿Qué espera que
hagamos o que seamos?
R. …mi primera respuesta a tu pregunta es esa: lo que espero de los
jóvenes es que no caminen solos en la vida. Es el primer paso, espero
muchas cosas más. Que se animen a caminar con el amor y la ternura de
los demás. Que encuentren a alguien – vos cantabas a la Virgen que te
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llevara en los brazos, que te hiciera de la mano caminar- que los acompañe
en la vida a caminar. En la vida es muy difícil, muy difícil caminar solo,
uno se pierde, uno se confunde, uno puede encontrar un camino
equivocado o puede estar errando como en un laberinto, o lo peor, puede
detenerse porque se cansa de caminar en la vida. Siempre caminar de la
mano de alguien que te quiere, de alguien que te da ternura -y vos le
decías eso a Nuestra Señora-. Caminar de la mano con Jesús, caminar de
la mano con la Virgen, eso da seguridad. Es lo primero que espero de los
jóvenes: que se dejen acompañar pero con buenas compañías, es decir, que
caminen bien acompañados. En mi patria hay un refrán que dice: “Mejor
solo que mal acompañado”. Eso es verdad, pero caminen acompañados.
Cada joven tiene que buscar en la vida alguien que lo ayude en el camino,
puede ser su papá, su mamá, un pariente, un amigo, un abuelo, una abuela
–los abuelos aconsejan tan bien-, un profesor, alguien que te ayude a
confrontar las cosas de la vida. Caminar acompañado, primero. Segundo:
de los jóvenes espero que caminen con valentía. A vos recién te costó dar
el primer paso en ese camino que yo te pedí, que cantarás una canción.
Estabas emocionada, no sabías cómo hacerlo, pero fuiste valiente y diste
el primer paso, y cantaste muy bien. Seguí cantando, cantás muy bien. O
sea, la valentía de dar el primer paso, la valentía de ir adelante. ¿Ustedes
saben lo triste que es ver un joven que no es valiente? Es un joven triste,
un joven con la cara de duelo, un joven sin alegría. La valentía te da
alegría y la alegría te da esperanza que es un regalo de Dios, obviamente.
Es verdad que en el camino de la vida hay dificultades, muchas. ¡No le
tengan miedo a las dificultades! Sean prudentes, sean cuidadosos pero no
les tengan miedo. Ustedes tienen la fuerza para vencerlas. No se asusten,
no se detengan. No hay peor cosa que un joven jubilado antes de tiempo.
Conexión con Tejas en la Iglesia Sagrado Corazón en McAllen
(frontera con México)
Testimonio de Ricardo, inmigrante en Tejas, desde los 4 años. Después
de un accidente del padre, durante un tiempo, tuvo que encargarse - a los
16 años- de su familia de seis personas. Pero luego el padre lo ayudó a
pagarse sus estudios.
P. Con todos los problemas que hay en el mundo: la pobreza, nuestro
sistema de educación, la inmigración.. ¿Qué piensa usted cuál es la
solución a estos problemas?
R. Vos me preguntás sobre el cómo. Mirando la figura de Jesús damos
un paso más. Dios a veces nos habla con palabras, como en la Biblia, nos
dice Su Palabra. Dios a veces nos habla con gestos a través de la historia,
con las situaciones. Y Dios, a veces, muchas veces, nos habla con su
silencio. Cuando yo veo -lo que vos me preguntás- la cantidad de gente
que pasa hambre, que no tiene para crecer, que no tiene para salud, que
muere niño, que no tiene para la educación, la cantidad de gente que no
tiene casa, la cantidad de gente que hoy día, lo estamos viendo, migran de
su país buscando futuro mejor, y mueren, tantos mueren durante el
camino, yo miro a Jesús en la Cruz y descubro el silencio de Dios. El
primer silencio de Dios está en la Cruz de Jesús. La injusticia más grande
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de la historia y Dios callaba. Dicho esto, voy a ser concreto en la respuesta
a otros niveles, pero no te olvides de que Dios nos habla con palabras, con
gestos y con silencios. Y lo que vos me preguntás solamente se comprende
en el silencio de Dios, y el silencio de Dios solamente lo entendemos
mirando la Cruz.
¿Qué hacer? El mundo tiene que tomar más conciencia que la
explotación de uno con otro no es un camino. Todos estamos creados para
la amistad social. Todos tenemos responsabilidad sobre todos. Ninguno
puede decir: “mi responsabilidad llega hasta aquí”. Todos somos
responsables de todos, y ayudarnos de la manera que cada uno puede.
Amistad social, para eso nos creó Dios. … No te olvides de eso, amistad
social contra la propuesta del mundo que es enemistad social: “Arregláte
vos y que el otro se arregle solo”. Ese no es el plan de Dios.