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LOS MAGOS
DE LOS DIOSES
La sabiduría olvidada de la civilización
perdida de la Tierra
Agradecimientos ............................................................................. 11
Introducción. Arena ........................................................................ 15
Primera parte
Anomalías
Segunda parte
Cometa
Tercera parte
Sabios
Cuarta parte
Resurrección
Quinta parte
Piedras
Sexta parte
Estrellas
Séptima parte
Distancia
Octava parte
Conclusión
Mar
Caspio
Turquía
l Göbekll Tepe
ra
Mo
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ce
nte
ro
Tau
s
au
T
ro Irán
Iraq
Mar Siria
Mediterráneo
Egipto Jordania
bajo el pilar oriental, sentados sobre sus colas sin signos evidentes de alas,
hay una fila de siete pájaros aparentemente no voladores esculpidos en
altorrelieve.
Con su estilizada apariencia antropomorfa, destacada por sus «cabe-
zas» en forma de T, los pilares centrales surgen ante mí como gigantes
gemelos. Si bien no son mi principal objetivo, aprovecho la oportunidad
para examinarlos de cerca.
Sus bordes frontales, que representan el pecho y el estómago, son
bastante delgados —unos veinte centímetros de ancho solo—, mientras
los laterales miden algo más de un metro de un extremo al otro. Ambas
figuras, como he podido apreciar desde la pasarela, poseen brazos tallados
en bajorrelieve en los laterales, doblados por los codos y que terminan en
dedos largos y delgados. Esos dedos recorren la parte frontal de los pilares,
casi encontrándose sobre sus «vientres».
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decorativos. No hay nada parecido a ellos en el mundo del arte del Paleo-
lítico Superior, y lo mismo ocurre con las figuras de animales y pájaros.
En este período tan antiguo, una combinación tal de megalitos
y esculturas sofisticadas es del todo única y sin precedentes.
Continúo para examinar la docena de pilares dispuestos en torno a
los límites del recinto D, que es más una elipse que un círculo; pues mide
unos 20 metros de este a oeste por solo 14 metros de norte a sur. Los
pilares de alrededor tienen por lo general la mitad de altura que el par
central y en su mayoría no se yerguen por sí solos, sino que más bien están
incrustados en el muro del recinto. La mayoría, pero no todos, tienen
forma de T y están ricamente decorados con imágenes de pájaros, insectos
y animales, como si la carga del arca de Noé hubiera sido convertida en
piedra: zorros, gacelas, jabalíes, numerosas especies de pájaros, incluidas
varias grullas con serpientes a sus pies, muchas más serpientes, tanto de
forma individual como en grupos, una araña, un asno salvaje, ganado
salvaje, un león con la cola curvada sobre su lomo... y muchos más.
Aprovechando al máximo nuestro laissez-passer, me tomo mi tiempo;
pero, finalmente, en el lado noroeste del recinto, me encuentro con el
pilar que quiero ver. Para que sean fáciles de identificar, Schmidt y sus
colegas han numerado todos los pilares de Göbekli Tepe, y este es el «pilar
n.º 43». Gracias a mis investigaciones previas sé que en la base tiene una
gran imagen de un escorpión tallado en relieve; algunos han sugerido
representar la constelación zodiacal que hoy día llamamos Escorpio.7 No
obstante, para mi gran desilusión la figura ya no está visible. Los arqueó-
logos la han cubierto con escombros... para protegerla de daños, sostiene
Schmidt. Le hablo de mi interés en una posible conexión astronómica,
pero se burla de ello: «Aquí no hay figuras astronómicas; las constelaciones
del zodíaco no fueron reconocidas hasta la época babilónica, nueve mil
años después de Göbekli Tepe», y me niega categórico el permiso para
limpiar el montón de escombros.
Estoy a punto de discutir con él —de hecho existen excelentes evi-
dencias de que el zodíaco fue codificado mucho antes de Göbekli Tepe—8
cuando me doy cuenta de que más arriba en el mismo pilar hay otro
grupo de figuras que no han sido cubiertas con escombros. Entre ellas se
encuentra una prominente representación de un buitre con las alas exten-
didas como si fueran brazos humanos y con un disco sólido en equilibrio
30 LOS MAGOS DE LOS DIOSES
Paradigmas
—¿Que sus predecesores habían pasado por alto porque, por lo ge-
neral, para los arqueólogos el pedernal y los pilares arquitectónicos no van
asociados?
Intento que capte mi indirecta de que, quizá, también él esté pasando
algo por alto en Göbekli Tepe debido al paradigma imperante, pero no se
da cuenta y responde:
—Sí, exactamente.
Miro hacia delante. Mientras caminábamos charlando, nos hemos ido
acercando a un punto de inmensa actividad. No lo he percibido desde los
cuatro recintos principales porque quedaba oculto por la cima de la ca-
dena de colinas; pero ahora que la hemos superado tras caminar hacia el
norte, nos acercamos bajando por la ladera opuesta hacia una nueva zona
de excavación, el llamado recinto H, abierta por Schmidt en Göbekli
Tepe.10 En ella hay cinco o seis arqueólogos alemanes ocupados trabajan-
do, algunos levantando capas de tierra con sus palas o cribando cubos de
arena y piedras, mientras que otros dirigen los esfuerzos de un equipo de
treinta trabajadores turcos. El objetivo es una gran cavidad rectangular.
Quizá tiene la mitad del tamaño de un campo de fútbol y unos muros de
tierra que llegan a la altura de la rodilla la dividen internamente en una
docena más o menos de segmentos más pequeños. En varios puntos del
suelo alrededor de estos sobresalen unos enormes pilares de caliza. La
mayoría tienen forma de T, pero me llama la atención el que tiene la par-
te superior lisa y curva, estropeada solo por un pequeño fragmento roto,
sobre la cual hay tallada una figura especialmente delicada de un león. Al
igual que los leones del recinto D, su larga cola se curva por encima de su
lomo, pero el trabajo de esta pieza es de un orden superior a nada de lo
que haya visto hoy.
—Ese es un pilar muy interesante —le digo a Schmidt—. ¿Podemos
echarle un vistazo?
Accede y nos abrimos paso por la excavación hasta que nos encon-
tramos a un par de metros del pilar del león. Reposa inclinado contra un
montón de tierra y piedras del tamaño de adoquines, un resto del relleno
que, claramente, ocupaba por completo el recinto antes de que los ar-
queólogos comenzaran a trabajar en él. Justo en el borde de esta parte de
la excavación, se puede ver la parte superior de otro pilar, mientras que
en medio del segmento se ha excavado una trinchera más profunda
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la fecha del relleno; los pilares megalíticos son, como mínimo, igual de
antiguos; pero pueden serlo más, porque estuvieron allí «durante un pe-
ríodo indeterminado» antes de ser enterrados.
Tercero, y quizá lo más importante, ¿por qué fue rellenado el yaci-
miento? ¿Cuál puede ser el motivo de tomarse tantas molestias para crear
una serie de espectaculares círculos megalíticos solo para terminar ente-
rrándolos deliberadamente de forma tan meticulosa y eficiente que pasa-
rían más 10.000 años antes de que fueran encontrados de nuevo?
Lo primero que se me pasa por la cabeza es... cápsula del tiempo, que
Göbekli Tepe fue creado para transmitir un mensaje de algún tipo al futuro
y luego enterrado para que este pudiera quedar intacto y oculto durante
milenios. Se trata de una idea que volverá a rondarme muchas veces mien-
tras avanzo en mi investigación; pero pasará todo un año antes de que
fructifique, como veremos en capítulos posteriores. Mientras tanto, cuando
le planteo la cuestión a Schmidt, este me ofrece una explicación por com-
pleto diferente sobre el enterramiento de los círculos de pilares.
—En mi opinión esa era su intención —dice—. Hicieron los recin-
tos para ser enterrados.
—¿Para ser enterrados?
Estoy intrigado. Espero que diga «como una cápsula del tiempo»,
pero en vez de ello replica:
—Como, por ejemplo, los cementerios megalíticos de la Europa Oc-
cidental: construcciones inmensas y luego un túmulo encima.
—¿Pero, entonces, eran para enterrar cuerpos? ¿Se ha encontrado
algún resto de cuerpos inhumados?
—Todavía no hemos encontrado enterramientos. Tenemos algunos
fragmentos de huesos humanos entremezclados con huesos de anima-
les en el material de relleno, pero por el momento no hay enterramientos.
Esperamos encontrarlos pronto.
—¿De modo que cree que Göbekli Tepe era una necrópolis?
—Todavía hay que demostrarlo; pero esa es mi hipótesis, sí.
—Y esos fragmentos de huesos humanos que ha encontrado mez-
clados con huesos animales en el relleno, ¿cómo los interpreta? ¿Sacrifi-
cios? ¿Canibalismo?
—No lo creo. Mi teoría es que esos huesos son evidencia de algún
tipo de tratamiento especial del cuerpo humano tras la muerte... quizá un
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tivo carbono-14 que hay en la atmósfera y en todas las cosas vivas, orgá-
nicas, varía de época en época. Afortunadamente, los científicos han
encontrado modos —demasiado complicados para profundizar sobre
ellos ahora mismo— para corregir esa fluctuación. El proceso se llama
calibración, de modo que cuando Schmidt dice «9600 a. C. calibrado»
me está hablando de fechas de calendario. Lo que significa «9600 a. C.
calibrado» es que en 2013, cuando tiene lugar mi conversación con él,
son 9.600 años más los 2.013 que han pasado desde la época de Cristo,
es decir, 11.613. Estoy escribiendo esta frase en diciembre de 2014, pero
puede que tú, lector, no la leas hasta 2016, momento en el cual la fecha
más antigua a la que se refiere Schmidt será de 11.616 años antes del
presente.
¿Se entiende?
En otras palabras, de forma sencilla y en número redondos, las par-
tes más antiguas de Göbekli Tepe excavadas hasta el momento tienen
algo más de 11.600 años de antigüedad.Y, pese a todas las precauciones y
reservas que ha expresado, lo que Schmidt está diciéndome es que, según
su autorizada opinión, basándose en el estilo, es probable que el pilar-león
que estamos mirando sea tan antiguo como lo más antiguo excavado
hasta ahora en Göbekli Tepe.
De hecho, aunque él no ha dicho mucho —hay muy pocas eviden-
cias en uno u otro sentido—, se ha de tener en cuenta la posibilidad de
que sea incluso más antiguo. Después de todo, ya ha admitido que los
trabajos de más calidad del yacimiento son los más antiguos. Resulta pre-
ocupante, por tanto, que a pesar de las esperanzas que ha expresado de que
posteriores excavaciones sacarán a la luz «el pequeño punto de partida
que estamos esperando, pero no hemos encontrado todavía», este primer
paso de una nueva excavación no haya encontrado ese «pequeño punto
de partida». Antes al contrario, lo que ha sacado a la luz es un pilar enorme
magníficamente realizado, con un león rampante tallado en exquisito
altorrelieve, que parece ser, al menos desde el punto de vista estilístico,
muy antiguo.
Quizá, en vez del «pequeño punto de partida» que espera Schmidt,
las excavaciones posteriores no descubran sino más de lo mismo.
—Conocemos el final —me dice el profesor con firmeza—. Los
estratos más modernos de Göbekli Tepe datan del 8200 a. C. En ese mo-
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Mar Negro
Asia Menor
(Turquía)
Göbekli
Tepe
Mesopotamia
Tigris
Mar Éufrates
Mediterráneo
Son tan humanos que no resulta improbable que haya sido una figura
histórica real [...] el recuerdo de cuyos favores se conservó tras su muer-
te y cuya personalidad terminó siendo deificada.20
dominado todas las artes y atributos de una elevada civilización hace más
de mil años, en las profundidades de la última Edad del Hielo y enviado
emisarios por todo el planeta para difundir los beneficios de su conoci-
miento. ¿Quiénes pueden ser esos emisarios en la sombra, esos sabios, esos
«magos de los dioses», como ya estoy empezando a pensar en ellos? Y ¿por
qué existe esta insistente conexión con la fecha del 9600 a. C.?
Porque, como muy bien me señaló Klaus Schmidt mientras me en-
señaba Göbekli Tepe bajo el abrasador sol de las montañas del Tauro, el
9600 a. C. es de hecho «una fecha importante»; importante no solo por-
que señala el fin de la Edad del Hielo, sino también por otra razón bas-
tante sorprendente.
El legislador griego Solón visitó Egipto en el 600 a. C. y allí los sa-
cerdotes del templo de Sais, en el delta del Nilo, le contaron una historia
que terminó llegando a su más famoso descendiente, Platón, que andan-
do el tiempo la compartió con el mundo en sus diálogos Timeo y Critias.
Se trata, por supuesto, de la historia de la gran civilización perdida
llamada Atlántida, tragada por una inundación y un terremoto en un
único y terrible día con su noche nueve mil años antes de la época de
Solón.24
O, según nuestro calendario, en el 9600 a. C.