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14/2/2019 EL SENTIDO DE LA LIBERTAD

Antropología para universitarios


www4.tecnun.es/asignaturas/Human1/Antropologia/doc10.htm

EL SENTIDO DE LA LIBERTAD
[Reflexionar sobre la libertad es siempre bueno. Sobre todo porque es uno de los dones
más grandes que tiene la persona. Pero también es importante aclarar conceptos porque
de la libertad se habla en varios sentidos y no sólo en el lenguaje filosófico, sino también
en la calle; y esto produce, no pocas veces, ambigüedad y confusión sobre cuál es el
verdadero sentido de la libertad humana. Este artículo aporta luz sobre el valor y el sentido
de la libertad. Fue escrito por un filósofo apasionado por la verdad y la libertad, que falleció
en un accidente de montaña, en el Pirineo, el día 26 de diciembre de 1996.]

#126 ::Varios Categoria-Varios: Etica y Antropologia

por Ricardo Yepes Stork, profesor de Filosofía

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Pocas palabras tienen hoy tanto prestigio como libertad. Los europeos, desde hace más de
doscientos años, han hecho de ella uno de los valores más importantes de la vida humana.
La historia de este empeño es rica e instructiva, y nos pone ante el valor intrínseco que la
libertad realmente tiene, que es grande y decisivo.

Tras una experiencia de varios siglos, junto a importantísimos avances en el logro de una
libertad real para todos, se han hecho también evidentes algunas consecuencias negativas
del uso de la libertad característico de la sociedad moderna. Precisamente por eso, hoy en
día comienza a imponerse un clima de opinión que toma la libertad de una manera más
profunda y verdadera de lo que muchas veces se ha hecho en el pasado. Por ejemplo, en el
mundo moderno con cierta frecuencia se ha sólido identificar la libertad con la mera
ausencia de impedimentos exteriores, lo cual, en el fondo, es reducir su verdadero alcance
y empobrecerla. Es éste un concepto de libertad insuficiente y reduccionista. Para alcanzar
una visión más completa de la verdadera naturaleza de la libertad, es preciso entender
primero ese reduccionismo tan frecuente.

Una noción insuficiente de la libertad

Hoy en día se enseña poco a querer. Quizá por eso hay cierta crisis en los proyectos vitales,
y abunda una felicidad bastante gris, ceñida al cómodo bienestar del fin de semana, a las
vacaciones, a la siempre provisional ausencia de dolores y molestias. La causa de la
pequeñez de los deseos suele deberse, entre otras cosas, a dos factores: la importancia
excesiva que se da a lo que uno tiene, y no a lo que uno es, y el equivocado concepto de
libertad al que antes nos referíamos.

La libertad, en efecto, se identifica muchas veces con poder hacer todo lo que uno quiera,
siempre que no se perjudique a los demás. Este modo de entender qué significa ser libre
concede primacía a la toma de decisiones en presente, promueve elegir lo que yo quiera
cuando yo quiera, y sólo toma la precaución de no perjudicar a los demás para evitar ser
molestado o interrumpido en aquello que quiero hacer. Se parte del supuesto de que lo
que elijo es bueno por el mero hecho de que lo elijo libremente; los demás deben limitarse
a respetar mis decisiones, no porque sean buenas o malas, sino porque son las mías, y no
las suyas. Entonces respetar la libertad ajena consiste en no inmiscuirse en las decisiones
de los otros, aunque sean demenciales o erróneas.

Cuando se entiende así la libertad, se postula que cada uno debe poder hacer lo que
quiera, sin que los demás se lo impidan. Todas las relaciones entre los hombres serían
entonces fruto de sus decisiones libres, y del mismo modo en que se establecen vínculos y
relaciones voluntarias entre ellos, del mismo modo esos vínculos y relaciones se disuelven
cuando la libre voluntad de las partes así lo establece. No habría entonces ninguna relación

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ni vínculo entre personas humanas que tuviera carácter irrevocable: todo puede y debe ser
cambiado cuando la libre decisión de los afectados así lo decida. No hay nada sustraído al
omnímodo poder humano de decisión.

Esta mentalidad entiende que libertad y compromiso se oponen en la medida en que no


me comprometo ni me obligo, mi libertad queda a salvo, pues no estoy atado, ni dependo
de otros; puedo seguir decidiendo lo que quiera. Cuanto menos incluyo mi futuro en mis
decisiones presentes, más libre estoy en el futuro para hacer lo que en ese momento me
apetezca, menos condicionado me encuentro. Según este modo de pensar, libertad
significa independencia, emancipación, no estar sujeto ni atado a nada ni a nadie.

Y así, nadie estaría obligado a mantener un vínculo proveniente del pasado si en el


presente no desea mantenerlo. Libertad significa entonces ausencia de vínculos
permanentes y estables: debo poder hacer lo que quiera siempre y en todo momento, sin
que yo quede obligado por mis propias promesas o decisiones anteriores puesto que
puedo cambiar de opinión, de gustos, de circunstancias y de situación, y en tales casos mi
libertad debe poder seguir ejerciéndose. Por eso no puedo ni quiero atarme: dejaría de ser
libre.

La libertad como desarrollo de la persona

Este modo de concebir la libertad tiene muchas dificultades intrínsecas. La más evidente es
que se trata de una libertad que no se hace cargo de una realidad sencilla: vivir no es sólo
presente, sino también pasado y futuro

En efecto, del pasado recibo una herencia, una situación, una educación, unas
circunstancias determinadas que me condicionan para cualquier decisión que quiera
tomar. Decir que cabe una libertad completa e independiente de todo es sencillamente
una fantasía, y denota falta de realismo, puesto que ninguno puede prescindir de las
condiciones en las que vivimos ahora mismo, y ellas son, por así decir, el campo de juego
dentro del cual nuestra libertad puede ejercerse. Si yo soy italiano y mido un metro
setenta, esas circunstancias condicionan mi libertad, me guste o no. Por eso ni mi libertad
ni la de nadie es absoluta: yo no puedo decidir siempre todo lo que quiera, sencillamente
porque muchas cosas son imposibles para mí, por ejemplo haber nacido hace
cuatrocientos años.

La libertad del hombre no es por tanto ilimitada. Su primer límite es la propia situación en
la que uno vive y está: es contando con ella y a partir de ella como puedo ejercerla Una
libertad que no dependiera de nada ni de nadie, una libertad total, sencillamente sería
inhumana, irreal e imposible. En la medida en que vivo en una situación histórica, real y
concreta, en una familia, ciudad y época determinadas, en esa misma medida dependo y
soy según ellas, y ejerzo mi libertad dentro del marco que ellas me proporcionan.

En segundo lugar, la vida humana se hace siempre contando con el futuro, y la libertad se
ejerce también mirando hacia adelante. Si se pone el acento en que lo importante de la
libertad es el presente, y se identifica con poder elegir lo que yo quiera en cada momento,
entonces se olvida la pregunta ¿libertad, para qué? Si no hay un puerto hacia el que
dirigirse, si no hay una tarea que valga la pena, un ideal atractivo cuya consecución
merezca sacrificios, si no hay unos valores de fondo que inspiren la conducta y den a la
vida un rumbo constante y coherente, entonces la libertad se convierte en un juego, en el
capricho de elegir wiskhy o ginebra sin preocuparse del largo plazo.

La libertad se pone interesante desde el momento en que asume tareas importantes y


comprometidas. Basta pensar en qué es la vida profesional para darse cuenta de que ser
libre exige llenar la vida de contenido, tener un tajo cotidiano, un lugar que ocupar en la
sociedad. Si no, carecemos de identidad. El hombre, al cabo del tiempo, termina siendo
aquello que pone en práctica. Si no hay tarea que realizar, uno no es nada ni nadie: viene el
vacío, la pérdida de sentido de la vida, la sensación de inutilidad, e incluso la frustración.
De todo esto se infiere que cuando la libertad asume tareas y riesgos, se compromete,
apuesta por un proyecto, por un ideal o por una persona. Y por eso la libertad se vincula a
ellos, pasa a estar a su servicio, por decirlo así. La libertad adquiere sentido cuando tiene
un para qué, cuando está al servicio de una causa, cuando se compromete por ella y en
ella.

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Por eso se suele decir que la grandeza de un hombre se mide por la calidad de sus
vínculos, que es tanto como decir, por la calidad y altura de las metas e ideales que se ha
propuesto alcanzar. Es importante insistir en que la grandeza de la libertad se mide por la
categoría de la realidad a la que apunta, esa realidad que ella misma ha elegido. Si todo lo
que puedo elegir es whisky o ginebra, mi libertad no pasa de ser un capricho, una
trivialidad.

Dicho de una manera resumida: la libertad no es sólo libertad de elección, sino también
libertad moral, es decir, el proceso de desarrollo ético y humano de la persona. No basta
sólo con elegir esto o aquello; hay que elegir bien, hay que elegir aquello que contribuya a
nuestro mejor desarrollo como hombres y como personas. No basta elegir para ser libre,
hay que elegir bien, hay que elegir lo mejor. La libertad no es tanto elegir como elegir bien,
es decir, dirigir mis pasos hacia una meta, organizar mi vida, mi tiempo futuro, en torno a
una tarea, a un ideal que valga la pena. La libertad, y esto es importante, no es
autosuficiente, no se basta a sí misma necesita el bien para poder realizarse. Si elige mal,
se equivoca; aunque se equivoque libremente, es mejor para ella acertar libremente. Y el
acierto de la libertad está en elegir lo mejor para la persona.

Así pues, no se puede aislar la idea de la libertad de la idea del bien. El bien es el para qué
de la libertad. Es un bien libremente elegido. Por eso la elección del bien es la realización
de la libertad. Elegir mal, equivocarse, es un uso de la libertad que daña a la persona
porque las decisiones de la libertad son acumulativas, es decir, si se elige una vez bien, la
siguiente es más fácil volver a elegir bien, mientras que elegir mal prepara el camino para
volver a equivocarse. Por eso suele decirse que la elección habitual del bien se llama virtud
(un hábito bueno, positivo, enriquecedor), mientras que la elección habitual del mal se
llama vicio (un hábito degradante para la persona).

La libertad de los otros

Decir que mi libertad acaba donde empieza la de los demás es una manera de poner de
relieve otro de los límites de ella. Pero esto no debe entenderse en un sentido puramente
negativo, como si se tratara de hacer lo que yo quisiera sin otro criterio que abstenerme de
perjudicar a los demás. Si lo entendemos así, volvemos al planteamiento reduccionista que
vimos anteriormente, según el cual ser libre consiste ante todo y sobre todo en elegir lo
que yo quiera, sin coacción alguna.

Debajo de esa idea reduccionista subyace un planteamiento individualista de la sociedad,


según el cual cada hombre vive dentro de una esfera y de un espacio propios y aislados, en
los que él sólo es soberano y donde nadie puede entrar. Esta idea de que el hombre es un
individuo soberano dentro de su propio territorio, en el cual los demás son unos extraños,
ha sido muy común en ciertas tradiciones políticas y morales europeas, por ejemplo el
liberalismo.

Hoy en día este planteamiento individualista aparece ya como insuficiente, por insolidario y
poco realista: la sociedad no es una suma de espacios autónomos de individuos libres y
emancipados, sino un entramado donde se comparten los bienes comunes que sustentan
y hacen posible la sociedad. Uno de esos bienes compartidos y mutuamente otorgados es
la libertad: sin la ayuda de los otros yo no puedo alcanzar mi madurez y mi emancipación,
ni puedo mantener mi libertad. Que yo pueda ser libre depende de que los demás me
reconozcan como tal y, por tanto, mi libertad se constituye desde la libertad de los demás,
y no aisladamente.

La sociedad es un ámbito de bienes comunes y compartidos dentro del cual los hombres
se reconocen unos a otros como seres libres y responsables, pues todas las decisiones que
yo tome respecto de mi propia persona acaban repercutiendo en los demás, pues ellos
quedan afectados, aunque yo no quiera, por lo que suceda conmigo, y por ello son y se
sienten responsables de lo que yo haga: es algo que antes o después les afecta. Por eso
mis elecciones libres, además de quedar medidas por la realidad a la que apuntan, se
miden también por la conformidad o disconformidad que tengan con los valores comunes
de la sociedad en la que vivo.

En toda sociedad hay una tabla de valores compartidos, recibidos muchas veces de la
propia tradición cultural, científica, moral y religiosa. Son esos valores los que marcan los
cauces a través de los cuales se desarrolla y crece la libertad de cada uno de los miembros

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de esa sociedad. La manera más enriquecedora de ejercerla es asumir la tarea de realizar


esos valores de una manera personal y creativa.

Así se vuelve a ver que la libertad sola no basta, no es un valor absoluto. Junto a ella hay
que poner otros valores que la comunidad a la que pertenecemos pone en nuestras
manos y para cuya aceptación y realización se precisa la intervención de la libertad, pues
con ella esos valores se convierten en ideales, convicciones y tareas de la persona, una
persona que no es un individuo aislado, autónomo e independiente, sino un miembro
activo de una comunidad donde su vida y su libertad continuamente se integran y se
encuentran con la libertad y la vida de los demás.

 Contacto fjmarin@tecnun.es

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