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colección
miradas en la oscuridad
Segunda edición
méxico , 2014
© La oruga y la mariposa: los géneros dramáticos en el cine
Universidad Nacional Autónoma de México
PN1996.R62 2014
Reflexiones iniciales,≠ 11
Aclaraciones previas, 11; El cine, arma de guerra y de lucha de clases, 14; Los que no
somos Hollywood, 23; Y la nave va, 25; La oruga y la mariposa, 27; Caracterización
de los géneros cinematográficos, 35; Realismo y verosimilitud, 41
1. Tragedia, 49
Algunas reflexiones sobre el cine épico, 54; Cine histórico, 58; Tragedia moderna,
65; La tragedia épica moderna en el género cinematográfico guerras modernas, 68;
Cine político y tragedia modera, 70; Tiempo de canallas, 75; Robert Altman y Ken
Loach, 78; Cine político mexicano, 79
2. Comedia, 81
Comedias de enredos y de situaciones, 89; Comedia romántica: screwball / chico
conoce chica (boy meets girl), 92; Teen movies, 96; El deporte en la comedia, 98;
Comedia picaresca, 101; Comedia fársica, 102; Comedia fabulada, 108; Comedia de
aventuras, 109; Comedia musical, 113
3. Tragicomedia, 119
La tragicomedia en el spaghetti y chili western, 124; La influencia de la tragicomedia
en el thriller, 125; La tragicomedia en el cine mexicano, 128
4. Pieza, 131
Pieza trágica, 136
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Segunda parte. Los géneros dramáticos no realistas en el cine
1. Farsa, 143
2. Melodrama, 149
Generalidades del melodrama, 149; Melodrama ligero, 157; a) Melodrama romántico,
158; b) Melodrama de aventuras, 160; c) Melodrama juvenil, 161; El biopic y el
melodrama (también algunas consideraciones sobre el cine de reflexiones artísticas,
filosóficas y científicas), 163; El melodrama en el género capa y espada, 168;
Melodrama y deporte, 172; Melodrama grave o profundo, 177; Melodrama épico,
178; a) El melodrama épico en el western, 183; b) Melodrama épico y guerras modernas,
191; Melodrama histórico, 198; Melodrama pasional, 203; Los géneros del lado
oscuro de la sociedad y la influencia del melodrama, 204
Dedicatoria, 277
Bibliografía, 281
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Reflexiones iniciales
Aclaraciones previas
Este libro analiza básicamente los géneros dramáticos en el cine, pero al mismo
tiempo intenta revalorar la trascendencia de los escritores fílmicos.
«El cine es una de las posibilidades que ha inventado el hombre para aumen-
tar el alcance de sus sueños», escribió el crítico, historiador y escritor mexicano
Francisco Sánchez, querido amigo ya fallecido, en La comezón del séptimo arte,
uno de sus espléndidos libros cinematográficos. Pero tal vez la definición más
bella sea la de Picasso, aplicada al cine: «El arte es un conjunto de mentiras que
sirven para contar la verdad».
Acaso ésa sea la razón por la que, aunque quizá carezca de certezas totales
(un margen razonable de duda siempre será bienvenido), me he propuesto des-
nudar al cine, bello objeto de mi deseo. Mostrar su espléndida desnudez como
un cuerpo hermoso al que siempre he amado, cada vez más perfecto a causa
quizá de sus mutilaciones (como escribiera el poeta mexicano Eduardo Lizalde
refiriéndose a la belleza de ciertas estatuas).
Me embarco como se sube uno a una nave que ha cruzado un océano de pe-
lículas, después de largos años de travesía, de inquietudes y dudas no del todo
resueltas y acaso tampoco compartidas. Me embarco en busca de aventuras, de
escaramuzas conmigo mismo, y también para saber mejor qué fue de mis ojos
en los últimos 35 años; del espíritu de ese muchacho inquieto y rebelde que en-
contraba sosiego amando, jugando ajedrez y viendo y escribiendo cine; qué
fue de sus sueños, de los sueños de todos.
Sin duda habrá errores que se me han escapado. Aquellos a quienes parezca
equivocado mi comentario, sólo quiero aclararles que desde luego siempre ha
sido externado de buena fe.
Tengo que aclarar que cuando cito una película, sólo hago referencia a su
título en español con el cual se exhibió en México. Los editores determinaron
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a veces tome como base otra obra literaria o dramática, su texto surge como obra
fílmica desde el momento en que concibe diálogos y acotaciones que resultarán
trascendentes durante el rodaje.
El director y el escritor son entonces los únicos que tienen una visión integral
de lo que será la futura obra cinematográfica, aunque no necesariamente com-
partan puntos de vista idénticos, y aun pueden ser éstos absolutamente diver-
gentes. El editor o montajista trabaja ya con materiales filmados, los selecciona
y les da un ritmo, labor sin duda indispensable, creativa y muy importante,
pero que no le confiere la categoría de autor, pues su actividad previamente del
trabajo previo del director y del escritor que apuntalan y fundamentan su labor
estética y artística, la cual no devalúo en modo alguno.
En cuanto al director de fotografía y los actores, también son recreadores: el
primero, de la imagen; los segundos, de los personajes. Pero esa recreación de-
pende fundamentalmente del modo en que lo indica el director, y de los diálogos
y acotaciones elaborados por el escritor, por lo que tampoco son autores de la
obra, sino intérpretes y recreadores de la misma. Por tanto, también deben ser
considerados creadores, aunque no autores.
Por último, un verdadero productor no es una persona que meramente se li-
mite a la consecución del financiamiento y al cuidadoso manejo del presupuesto,
sino que, a lo largo del proceso de preparación, de filmación y de posproduc-
ción, debe tomar decisiones muy importantes que hacen de su trabajo también
una labor creativa. Pero eso no significa que sea coautor de la obra fílmica.
Si se lee en lo sucesivo las palabras «una película de», y pongo el nombre
del director en primer término, es para no confundir al lector, en atención a los
usos y costumbres, aunque agrego a continuación los nombres de sus escritores
como coautores de esas obras. Claro que también hay que matizar estas palabras.
En Hollywood, a lo largo de mucho tiempo, especialmente de los años treinta
a sesenta, los estudios se encargaban de contratar a los escritores para realizar
obras “por encargo”, y aún en la actualidad muchas cintas hollywoodenses inclu-
yen una larga lista de escritores contratados. Eso, insisto, no los demerita como
creadores y autores, pero sin duda su trabajo creativo e intelectual se enfrentaba
(y se sigue enfrentando), en desventajosas condiciones, al autoritarismo de pro-
ductores y directores, o simplemente a los usos y costumbres.
Sin embargo, se puede reconocer el genio de los escritores de cine estadu-
nidenses (algunos de ellos incluidos en las listas negras del senador McCarthy
—a las que hago mayor referencia en otra parte de este libro—, por lo que se
vieron obligados a escribir muchas de sus obras con seudónimo) Ben Hecht
(153 obras escritas), Nunnally Johnson (60), Dalton Trumbo (66), John Howard
Lawson (23), Dudley Nichols (71), Philip Yordan (65), Gore Vidal (38), Robert
Benton (16), Waldo Salt (27), Robert Towne (36), Alvin Sargent (37), David
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Webb Peoples (12), Paul Schrader (21) y Paul Haggis (36); los italianos Cesare
Zavattini (108), Suso Cecchi D’Amico (117), Tonino Guerra (101) y Franco Ar-
calli (39); el inglés Harold Pinter (67); los franceses Jean-Claude Carrière (131)
y Gérard Brach (59); el español Rafael Azcona (96); el polaco Krzysztof Piesewicz
(12); el indio-irlandés Paul Laverty (11), y los mexicanos Mauricio Magdaleno
(55), Vicente Leñero (29) y Guillermo Arriaga (11), así como muchísimos otros
escritores de otras nacionalidades, cuyo trabajo creativo ha sido fundamental
en las obras en las que participaron, por lo que no escatimaré sus méritos como
coautores de las mismas. Esto sin contar que grandes directores comenzaron su
carrera fílmica como escritores y, por tanto, coautores de muchas otras obras
además de aquellas por las que son internacionalmente reconocidos.
Y si bien es verdad que los directores son los principales autores de las pe-
lículas, puesto que las vuelven obras precisas, con un lenguaje técnico y esté-
tico, allí donde sólo había luces, actores, locaciones y una historia por filmar,
evidentemente estas obras no tendrían la importancia que tuvieron en distintos
periodos de la historia del cine de no haber sido escritas primero, gracias a la
imaginación, al talento y a la creatividad de sus escritores, en páginas de papel
que antes estaban absolutamente en blanco.
Un último comentario previo: pienso que resultará imprescindible la consul-
ta de fichas, argumentos y sinopsis de películas —relativamente fáciles de loca-
lizar en otras fuentes— que he puesto como ejemplos (los cuales he actualizado
en esta segunda edición), pues, entre otros analistas, el teórico Rick Altman se
queja de que la mayoría de los ensayos teóricos sobre los géneros cinematográfi-
cos carecen de ejemplos y sustentos.
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obras del escritor Thomas F. Dixon jr., adaptadas por Frank E. Woods, Dixon jr.
y el mismo Griffith, donde el héroe era miembro del Ku Klux Klan; y El acoraza-
do Potiomkin (1925), del ruso Serguiey Eisenstein, libro cinematográfico de Nina
Agadzhanova y el propio Eisenstein, en la que los protagonistas eran marinos
socialistas y revolucionarios, así como el pueblo de Odessa.
De la primera, el querido amigo, teórico de cine y escritor Francisco Sánchez
escribió, luego de advertir que la cinta «sigue siendo capaz de provocar indigna-
ción por su contenido racista», que:
La fluidez del relato es llevada no sólo hábilmente, sino con chispazos de genio. La capaci-
dad o el instinto del realizador para las composiciones, los encuadres y los movimientos de
cámara, sólo es comparable a su privilegiado olfato para la edición y a su notable manejo
de actores. Pero, ante todo, Griffith es un constructor de imágenes (F. Sánchez. La comezón
del séptimo arte, p. 20).
Nunca he odiado realmente a Hollywood a no ser por el trato que dio a David Wark Griffith.
Ninguna ciudad, ninguna industria, ninguna profesión, ni forma de arte deben tanto a un solo
hombre. Todo director que le ha seguido no ha hecho más que eso: seguirle. Hizo el primer
close up y movió la cámara por primera vez. Pero fue más que un padre fundador y que un
pionero, ya que sus obras perduran con sus innovaciones. Las películas de Griffith están hoy
mucho menos viejas que cuando se filmaron (F. Sánchez, La comezón del séptimo arte, p. 33.).
Cada línea del guión se convirtió en una escena porque el choque emocional fue provo-
cado no por aquellas concisas líneas del guión, sino por toda una gama de sentimientos
y asociaciones de ideas que suscitaban vivas imágenes en cuanto se hacía mención de un
acontecimiento con el cual se estaba muy familiarizado. Así, sin mengua de la veracidad,
podíamos dar rienda suelta a la imaginación y enriquecer nuestro trabajo con una acción no
proporcionada por el guión (la escalera de Odessa) y con detalles que se nos ocurrían en el
momento de la filmación (la niebla matinal). Pero hay una cosa más que debo agradecer a
Nina Agadzhanova: haberme llevado del pasado revolucionario al presente revolucionario
(S. M. Eisenstein, El acorazado Potiomkin, pp. 7-8).
A partir de esas dos películas, elaboradas con una diferencia de nueve años,
surge lo que fue la primera escaramuza de la lucha de clases en el cine contem-
poráneo: ambas cintas son costosas producciones y arquetipos espectaculares,
irreconciliables ideológicamente, aunque en los dos textos se tomen como base
los modelos propuestos por la literatura, específicamente la poesía, ya que según
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Los vestíbulos, cubiertos con carteles publicitarios, eran auténticos refugios donde se
ofrecía el más sencillo pero espectacular de los entretenimientos. Pero, al menos durante
los primeros tiempos, no fueron refugios elegantes. De forma inevitable se despertó un
sentimiento de hostilidad ante una diversión apoyada con tanto entusiasmo por la gente
más humilde y sencilla; los editoriales de los periódicos tronaron contra la “inmoralidad”
que se podía presenciar en los nickelodeones. Pero los agitadores más vocingleros fueron
los que sintieron la mordedura, es decir, los propietarios de cafés-cantantes, los empresa-
rios de vodevil y los clérigos. [...] Para poder hacer frente a la crítica, la revista de la in-
dustria cinematográfica, Views and Film Index, comenzó a solicitar la creación de una Junta
Censora propia, y en el año 1909 nació la Junta Nacional de Censores de Películas (National
Board of Censorship of Motion Pictures), creada por el Instituto del Pueblo (People’s Ins-
titute) de Nueva York en unión de la compañía de Patentes de Películas (Motion Pictures
Patents Company). Pero esta Junta no llegó a ser nunca realmente eficaz, debido a que no
abarcaba a todas las compañías productoras. En Inglaterra los productores de películas fun-
daron la Junta Británica de Censores de Películas (British Board of Films Censors) en el año
1912, que ha venido actuando desde entonces como un organismo oficial, aun cuando sus
decisiones pueden ser recusadas por las autoridades locales. En los Estados Unidos sólo un
puñado de estados aprobó la legislación controlando las películas, y hasta el año 1922 no se
hizo uso de una censura más estricta y rigurosa al fundarse la Asociación de Productores y
Distribuidores de Películas (Motion Picture Producers and Distributors Association), cono-
cida generalmente como la Oficina de Hays, por el primer presidente de la misma, Will H.
Hays (F. Medina, Gran historia ilustrada del cine, t. I, p. 29).
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y destruirla. Hearst amenazó con revelar los secretos de la vida sexual de toda la
comunidad cinematográfica si se estrenaba este film.
Lo paradójico es que esa censura, que siguen ejerciendo los dueños del
poder y la gloria cuando determinan qué y por qué se va a producir, distri-
buir y exhibir, también acabará por frivolizarlos, estupidizarlos y destruirlos,
a menos que algunos notables maestros del cine independiente estadunidense
y cineastas-activistas colaboren al despertar de la gran conciencia social esta-
dunidense, que ahora duerme plácidamente con sueños de gloria y de domi-
nación mundial.
En los días que termino de corregir este texto, se acaba de producir una gran
crisis económica mundial, mayor a la de la época de la Depresión. Los analistas
especializados coinciden en señalar que esto marca el inicio del fin del neolibe-
ralismo y del capitalismo depredador y salvaje. A esto hay que sumar la derrota
de las tropas estadunidenses en Iraq y otros factores que los especialistas pueden
explicar mejor que yo. Ha resurgido el comunismo con fuerza en algunos países
europeos, particularmente en Grecia y España, y se ha avanzado en la construc-
ción de una ideología socialista que reivindica sus errores, se cuestiona y se au-
tocritica. Para los marxistas, el problema no radica en entender o comprender el
mundo, sino en transformarlo. Sin embargo, el panorama mundial sigue siendo
tremendamente oscuro.
Otros factores geopolíticos que pueden ser trascendentes son el ascenso eco-
nómico de China, que ya es toda una potencia mundial que coloca astronautas
en el espacio, y la pérdida de las reservas petroleras de las Siete Hermanas, que
amenaza acabar en pocos años con esa materia prima en Occidente y que ha
determinado que México ceda dócilmente su oro negro a Estados Unidos en
tiempos de Peña Nieto. A cambio, vemos que América del Sur encuentra cami-
nos que no están marcados por la ideología capitalista.
¿Alcanzaremos a ver la transformación revolucionaria de la sociedad estadu-
nidense? Algunos especialistas afirman que en Estados Unidos hay por lo menos
50,000 activistas que asumen la ideología socialista o el marxismo, lo cual no es
un dato menor. Optimista irreducible, mi conclusión es que el mundo —y el
cine— serán mejores que ahora. México, sin embargo, tardará muchos años to-
davía en encontrarse a sí mismo como pueblo y como nación. Pese a todo, confío
en el poder de la ciencia y la cultura, no en el de los dogmas ni el de las pesadillas
que cotidianamente vivimos.
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Hay quien afirma que no vale la pena clasificar al cine conforme a un mé-
todo analítico, un sistema de reflexiones, hipótesis y conjeturas; que para qué
etiquetarlo. En el Taller de Escritores nunca dilucidamos con absoluta claridad
las cuestiones de género, esas pequeñas frases que tal vez para un cinéfilo co-
mún no tengan mayor importancia, pero que hubieran enriquecido muchísimo
nuestra apreciación, como creadores, sobre los modos posibles de hacer cine,
con fundamento en teorías y formas reconocidas del pensamiento. Y no lo di-
lucidamos por la sencilla razón de que carecíamos de las herramientas teóricas
que nos permitieran analizar a fondo un conocimiento en constante evolución.
En lo personal, hice investigaciones y acumulé experiencias, de las que ahora
dejo constancia, básicamente para el estudio y desarrollo de las nuevas genera-
ciones de cineastas mexicanos, estudiantes de cine y comunicación, y cinéfilos
en general. La premisa que sirve de guía a este libro es que el análisis completo
de una película debe incluir sus géneros (dramático y cinematográfico), su estilo
o corriente cinematográfica y sus contenidos estéticos, temáticos, sintácticos y
conceptuales, para clasificarse de manera adecuada.
Esto no es tan sencillo, pues los géneros mismos están, y estarán hasta que
caduquen, en evolución permanente. La ganancia de los escritores por saber esto
se reflejará, siguiendo un adecuado método de trabajo, en que podrán encuadrar
mejor sus historias, dentro de los complejos procesos evolutivos del cine mun-
dial, particularmente para romperlos o salirse de esquemas trillados, lo cual per-
mitirá cosechar un buen trigo cinematográfico, más sólido y mejor estructurado.
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texto que escribió con Pascal Bonitzer, «debe imaginarse, verse, oírse, compo-
nerse y, por consiguiente, escribirse como una película» ( J. C. Carrière, Práctica
del guión cinematográfico, p. 14).
Un libro cinematográfico tiene entre 90 y 120 páginas mecanografiadas con
un formato específico, a menos que se trate de una película espectacular o de
alto presupuesto, en cuyo caso puede haber historias fílmicas de 140 páginas o
más. Se presupone que cada página mecanografiada corresponde en promedio a
un minuto en pantalla, lo que con frecuencia resulta inexacto, pero valedero en
general si dichas páginas tienen el formato cinematográfico adecuado. Por tanto,
90-120 páginas describirán pormenorizadamente una película de entre hora y
media y dos horas de duración, aunque ya no es raro que las cintas hollywoo-
denses duren dos horas con 20 minutos, aproximadamente, lo que equivale a un
promedio de 140 páginas de extensión.
El libro cinematográfico carece de sentido alguno, si no es en relación di-
recta con la producción y realización de la película que se pretende filmar. Es
absurdo, por ejemplo, afirmar que una película es muy buena, a pesar de su
pobre guión. Al respecto, hay que recordar al cineasta japonés Akira Kurosawa,
autor de verdaderas obras maestras del cine: «Con un buen guión, un buen
director puede hacer una obra maestra; con el mismo guión un director
mediocre puede hacer una película aceptable; pero con un guión malo, ni siquie-
ra un buen director puede hacer una película buena» (A. Kurosawa, Autobiogra-
fía, p. 292).
En otras palabras, la película y el libro cinematográfico que la sustenta están
indisolublemente ligados y esto resulta evidente cuando el creador de la imagen
fílmica y el autor de la imagen escrita son la misma persona. Uno no puede exis-
tir sin el otro, y además, una vez que se ha filmado el material, la imagen escrita
no sirve para nada, excepto para ocupar un lugar en la biblioteca y en el recuerdo
del escritor. En mis cursos y talleres suelo decir, siguiendo a Jean-Claude Carriè-
re, que el texto es la oruga que permite el nacimiento de la mariposa; esto es, la
película. Aunque, desde luego, a veces no surge una mariposa de la oruga, sino
un esperpento, pues la historia ha sido tan cortada y mutilada por el director, el
productor o aun los intérpretes, que el resultado es monstruoso. Pero uno, como
escritor, no puede demostrarlo, ya que la única manera de hacerlo sería circulan-
do el texto original junto con la película, y esto, amén de imposible y ridículo,
sólo ocasionaría un reproche más de los espectadores: ¿por qué el escritor dejó
mutilar su obra, si su historia era tan buena?
Un buen libro cinematográfico no sólo debe contar una historia interesante
en imágenes, diálogos, acciones y conductas humanas, sino también indicar un
ritmo, un tono, un género, una atmósfera y un estilo, o sugerir emplazamientos
de cámara, sin que ello signifique atiborrar el libro cinematográfico de un len-
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guaje técnico insoportable que impida su fácil lectura. Tarea fundamental del
escritor es también señalar los elementos imprescindibles que permitan hacer
un mejor trabajo al equipo de producción, así como a directores de fotografía
y de arte, editores, continuistas, iluminadores, maquillistas y confeccionadores
de vestuario.
El escritor de cine, entonces, es un artista creador que elabora un texto fílmi-
co a partir de una idea inicial que lo motiva. Es por tanto un cineasta, más que
un escritor de literatura, pues tiene que colocarse en ese lugar privilegiado
que corresponderá después al director de la película, para narrar una historia con
caracteres, tramas, acciones, ambientes, imágenes y situaciones que emocionen,
entretengan, hagan reflexionar y conmuevan al espectador, todo ello sustenta-
do en una estructura dramática y en un lenguaje cinematográfico.
Para lograrlo, el escritor de cine recurre a sus conocimientos, sensibilidad,
experiencia y oficio, de modo que el director no sienta el libro cinematográfico
como una imposición y por ello limite su trabajo. Hay que evitar además la tenta-
ción de dirigir a los actores en el texto. Por muy bien que lo hagamos, la mayoría
de los escritores carecemos de la calidad interpretativa de un verdadero actor. En
síntesis, la labor del escritor de cine permite el nacimiento y el desarrollo inte-
lectual y estético del film, así como el trabajo artístico del conjunto de creadores,
artistas y técnicos que participan en él.
Un buen escritor de cine debe ser, entonces, una persona culta e informada.
Debe leer muchos libros, dos o tres periódicos al día, varias revistas semanales y
cuanto suplemento cultural caiga en sus manos, así como hacer lecturas de todo
tipo; dar clases, conferencias, entrevistas; participar en reuniones de artistas e in-
telectuales; comer con productores, directores o actores; intercambiar ideas con
todo mundo; ver y leer el mayor número posible de obras de teatro y cine; escu-
char música diversa; asistir a museos, exposiciones, salas de concierto y festivales
de cine, así como a toda clase de espectáculos culturales y artístico-populares,
y meditar horas y horas en sus personajes, en sus escenas, en sus imágenes, en
los sonidos que escucha. Además, debe darse tiempo para su vida personal y
también para escribir un mínimo de tres o cuatro horas diarias. Un buen escritor
de cine no descansa en la tarea de robarse el alma de los seres humanos y de las
cosas, para elaborar cada vez mejor su trabajo.
La historia que queremos contar nos debe suscitar amor [escribe Robert McKee en su libro
ya citado], hemos de creer que la visión que se tiene sólo se puede expresar a través de una
historia donde los personajes pueden ser más “reales” que la propia gente, que el mundo
ficticio es más profundo que el verdadero. También hay que amar lo dramático, sentir una
fascinación por las sorpresas y revelaciones repentinas que producen cambios abismales
en la vida hasta alcanzar los propios motivos ocultos. Se debe amar a la humanidad, estar
dispuesto a simpatizar con las almas que sufren, a meterse en la piel de los demás y ver
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el mundo a través de sus ojos. Es preciso amar las sensaciones, es decir, tener el deseo de
mimar no sólo los sentidos físicos sino también los internos. Hay que amar los sueños, el
placer de dejarse llevar tranquilamente por la imaginación con el único objeto de ver hasta
dónde nos lleva, y dejarse fascinar por el humor y alegrarse por esa gracia salvadora que
nos devuelve el equilibrio en la vida. Es necesario, además, sentir el lenguaje, deleitarse con
el sonido y en el significado, en la sintaxis y en la semántica. Hay que percibir la dualidad,
las contradicciones ocultas de la vida, sospechar de forma sana que las cosas no son lo que
parecen. Se debe aspirar a la perfección, sentir la pasión de escribir y revisar en busca del
momento perfecto. Buscar lo singular, sentir la emoción de la audacia y presentar un rostro
de pétrea calma ante el ridículo. Perseguir la belleza, tener un sentido innato que atesore
lo bien escrito, odie la mala redacción y conozca la diferencia. Se debe amar el “yo”, una
fortaleza que no necesita un refuerzo constante, que nunca duda de su condición de escritor.
Se debe sentir intensamente la escritura y soportar la soledad (R. McKee, El guión, p. 39).
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* 1-10 25 45 75 95 115
* Páginas de guión.
** Minutos de duración.
• Plot point, puede traducirse como “nudo de la trama”.
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el gran maestro ruso se refería a toda una teoría del cine con postulados muy
avanzados, poéticos y precisos. Para decirlo en palabras de Carrière: «Nada
más difícil en una película, que mostrar que estamos al día siguiente y que es de
mañana» ( J. C. Carrière y P. Bonitzer, Práctica del guión cinematográfico, p. 47).
Las obras dramáticas y cinematográficas avanzan a partir de un conflicto y
de una situación que los detonan desde su inicio; ese conflicto afecta al pro-
tagonista o personaje principal de la obra y se plantea a lo largo del primer
acto, se desarrolla en el segundo y se le da solución a lo largo del tercero, en la
mayoría de las estructuras tradicionales, aunque hay excepciones sobre las que
no abundaré.
«Acción es lo que sucede y Personaje a quien le sucede. Hay que saber de
quién trata le película y qué le sucede. El relato trata de esta persona, en este
lugar, haciendo lo que debe. Éste es el inicio de un guión», asegura Syd Field (S.
Field, ¿Qué es el guión cinematográfico?, p. 38). O, en palabras de John Howard
Lawson, el carácter esencial del drama es el conflicto social en el cual la voluntad
consciente, ejercida para la realización de objetivos específicos y comprensibles,
es suficientemente fuerte como para traer el conflicto a un punto de crisis.
Por último, unas palabras sobre pretexto, texto, contexto y subtexto: toda
obra, toda escena, tiene lecturas diversas. Un pretexto cualquiera nos puede con-
ducir a una situación dramática que tiene relación directa con el conflicto y afec-
ta al protagonista o a uno de los personajes. El texto es el resultante de ello. Pero
ese texto se desarrolla en un contexto determinado, que le da un peso específico
a la escena o a la obra. Un orador en la Asamblea de Diputados del Pueblo, du-
rante la Revolución Francesa, tiene un contexto radicalmente diferente al de dos
personajes que toman café, en la sala de la casa de uno de ellos, durante la época
actual. El contexto, así, define la naturaleza de la escena o aun de la obra. Por
último, a veces no es el texto el determinante, sino el subtexto, lo que no dicen
los personajes, pero que se infiere de sus diálogos, lo que está escondido entre
los parlamentos y revela su carácter, la naturaleza verdadera de sus actos. Todo
ello sumado a acotaciones precisas, va conformando una atmósfera que luego el
director recreará con el equipo de filmación y que resulta, así, el trabajo esencial
de un buen escritor de cine.
¿Cómo logra el escritor todos estos objetivos? Primero que nada escribiendo
un argumento, la historia misma que pretende contar, y de la que se verá obliga-
do posteriormente a redactar una sinopsis y un story line, que es la idea esencial
de producción contada en unas cuantas líneas. El argumento, generalmente de
más de 20 cuartillas, contendrá los elementos más importantes que prefigurarán
su libro cinematográfico. Allí se muestra el carácter de los personajes y los suce-
sos más importantes de la trama, aunque ésta sea modificada después al escribir
el texto definitivo. Tener un buen argumento es la base de lo que después será
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En general prefiero argumentos originales escritos para el cine. Creo que el cine no necesita
de la literatura, sino sólo de autores cinematográficos; es decir, de gente que se exprese por
medio de los ritmos y cadencia característicos del cine. El cine es un arte autónomo que no
necesita trasposiciones a un plano que en el mejor de los casos sólo será siempre ilustrativo.
Toda obra de arte vive en la dimensión en la cual fue concebida y en la cual se expresó. ¿Qué
es lo que se toma de un libro? Situaciones. Pero las situaciones en sí no tienen significado
alguno. Lo que cuenta es el sentimiento con que se expresa, la fantasía, la atmósfera, la luz,
en definitiva la interpretación de esos hechos. Pero su interpretación literaria nada tiene que
ver con la interpretación cinematográfica de los mismos hechos. Son dos modos de expresarse
distintos por completo (G. Grazzini, Conversaciones con Fellini, p. 23).
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De todos los conceptos fundamentales de la teoría literaria, ninguno presenta un linaje tan
extenso y distinguido como la cuestión de los tipos o géneros literarios. De Aristóteles a To-
dorov y de Horacio a Welleck y Warren, el tema de los géneros ha sido siempre uno de los
puntales del discurso teórico. Por mucho que se haya escrito al respecto, sin embargo, no se
puede decir que el estudio histórico de las teorías de los géneros sea una empresa satisfactoria.
El debate sobre los géneros ha evolucionado siempre a cámara lenta (R. Altman, Los géneros
cinematográficos, p. 17).
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están unidas sólo por sus elementos semánticos (las películas ambientadas en la redacción de
un periódico, por ejemplo) o su sintaxis (las confrontaciones maniqueas entre dos opuestos),
resulta fácil extraerlas de sus respectivos corpus (la redacción de un periódico o la confron-
tación dual) e identificarlas con otro género en razón de una afiliación simultáneamente se-
mántica y sintáctica. A la inversa, cuando un grupo de películas comparte características tanto
semánticas como sintácticas, suele constituir una unidad sólida y duradera (R. Altman, Los
géneros cinematográficos, p. 130).
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yendo el llamado “cine de autor” y el “de arte”. Dado que mi hipótesis esencial
es que todas las cintas tienen un género, ¿por qué no habrían de tenerlo aque-
llas que popularmente llamamos “cine de autor” (lo cual significa solamente
que el libro cinematográfico y el film fueron realizados por el mismo creador)
o “cine de arte”? ¿Por qué sólo aplicarlo a los géneros cinematográficos holly-
woodenses?
La poesía es poesía independientemente de que esté escrita por Apollinaire o
por un estudiante de literatura. Claro, hay buena poesía y mala poesía, pero no
llamamos “poesía de arte” a una, y a la otra le ponemos una etiqueta cualquiera.
El cine de Buñuel, de Bergman, de Fellini, de Visconti, de Wim Wenders, de
Tarkovski, de Wajda, de Kieslowski, tiene también una categoría genérica y sus
películas pueden y deben ser analizadas junto con las de los cineastas mexicanos
o de cualquier otra nacionalidad. Homero no escribía “poesía de autor”, sino
poesía épica. Y William Faulkner no escribía “literatura de arte”, sino literatura a
secas. ¿O Ford filmaba “westerns de arte” y los demás solamente westerns? Vamos
jugando a renombrar y a redefinir las cosas, que de eso trata este libro.
No pienso que los productores de Fellini o Bergman hayan concebido el
género cinematográfico en el que los cineastas crearon sus películas. Sería tanto
como afirmar que los autores de los filmes no son creadores de arte, sino meros
maquiladores al servicio de una industria. Las afirmaciones del apreciado teórico
estadunidense Rick Altman son trascendentes, pero se refieren de manera muy
específica al cine de Hollywood, que ni siquiera me parece que sea en la mayoría
de los casos el cine más relevante de habla inglesa. Hay un cine independiente,
estadunidense y británico, que quizá resulte mucho más interesante que el que
Hollywood nos receta diariamente en sus salas de cine monopolizadas.
No sólo eso. Aun cuando los géneros hollywoodenses sí son determinados
por los grandes estudios y los productores estadunidenses, lo hacen, además de
en función de sus intereses económicos concretos, en concordancia también con
la ideología de su gobierno y de sus políticas expansionistas. El propio Altman
afirma, refiriéndose a la Oficina de Información de Guerra abierta por Washing-
ton durante la Segunda Guerra Mundial en 1942 (OWI, por sus siglas en inglés):
«fue el gobierno quien dictó desde el principio los nuevos géneros, y éstos des-
aparecieron en cuanto el gobierno dejó de tener motivos para “recomendar” su
utilización, o más bien cuando la industria cinematográfica ya no temía por su
propia existencia» (R. Altman, Los géneros cinematográficos, p. 154). Dichas “reco-
mendaciones” también fueron transcritas por Altman:
Por qué luchamos, la paz. El enemigo: su naturaleza. Las naciones unidas y los pueblos uni-
dos: nuestros compañeros de armas. El trabajo y la producción. La vida en los hogares ame-
ricanos durante el conflicto: el sacrificio. Las fuerzas en combate: el día a día del combatiente
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Xavier Robles
en el frente. [...] El Film Daily Year Book de 1943 confirma, indudablemente, la adhesión servil
de los estudios al nuevo vocabulario genérico de la OWI» (idem).
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La oruga y la mariposa
Realismo y verosimilitud
Lo primero que hay que distinguir en los géneros cinematográficos es, como
en los géneros dramáticos, su grado de realismo, verosimilitud y probabilidad.
Excluyendo al documental, cuyo equivalente es la pieza didáctica, y refiriéndose
únicamente a la ficción, una primera pregunta que se antoja necesaria para el
análisis del género de una película tiene que ver con su grado de acercamiento o
de alejamiento de la realidad, y si es posible o probable.
Por ejemplo, ¿Drácula (1992), de Ford Coppola, basada en la novela de Bram
Stoker adaptada por James V. Hart, es o no una historia realista? La respuesta
evidente es no: no existen seres en la realidad que tengan esta capacidad de
transformarse en vampiros, eternos bebedores de sangre. Por lo tato, ni es realis-
ta —aunque la acción ocurra en lugares identificables como el Londres del siglo
XIX—, ni es probable. Pero Drácula tiene una lectura simbólica, poética y aun
erótica, en la que lo menos importante es su probabilidad o realismo.
Así, podemos hacer una primera y mínima diferenciación: hay géneros cine-
matográficos realistas (cuya probabilidad es determinante) y hay géneros cinema-
tográficos no realistas, en los que lo prioritario es su conexión con esa otra parte
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Xavier Robles
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La oruga y la mariposa
plasmar la totalidad del proceso vital, pues por principio sólo se puede alcanzar
de manera muy relativa, con la producción intelectual, la verdadera e infinita
totalidad de la vida con todo su contenido. Mas esta relatividad presenta una
paradoja: por un lado, no puede mostrarse como una apariencia, y por otro lado,
tampoco puede tener una exagerada pretensión de absoluto, porque incurriría
en una falsificación, una imagen distorsionada.
Esta exagerada pretensión de absoluto que define Claudia Cecilia Alatorre, es
muy fácil de reconocer en el melodrama, que construye su propia realidad a par-
tir de la “falsificación”, la “imagen distorsionada”, la subversión de situaciones
muy complejas que se abordan superficialmente, con un maniqueísmo carac-
terístico del género y aun con notoria mala fe, como es el caso de cierto cine
mexicano y muchas telenovelas, que se encargan de desprestigiar al género con
frecuencia, ya que la necesaria falsificación de lo posible es llevada hasta los lími-
tes de lo inverosímil, lo no probable en modo alguno, y aun a veces ni siquiera
coherente. Más grave aún es la falsificación de la realidad con la que se pretende
distorsionar la visión de la sociedad sobre temas de carácter económico, político,
filosófico o social, y esto crea una dinámica en la que la vida misma es sustituida
por su propia falsificación.
Hay un lugar común que menosprecia al melodrama como un drama fallido
o mal escrito, pero el melodrama es un género y un recurso cinematográfico tan
respetables como cualquier otro, porque si bien su esencia misma es la falsifica-
ción posible, la imagen distorsionada o subversiva de la realidad, esto no va en
demérito del interés del espectador, que toma partido por el o la protagonista,
cuando hábilmente los escritores lo o la han puesto en situaciones que serán
identificables positivamente por la audiencia. Lo que se reprocha al melodrama,
con justeza, es su carácter manipulador de la realidad, no su eficacia ni la correc-
ta elaboración de personajes, situaciones, tramas y subtramas. Caso ejemplar es
Lo que el viento se llevó (1939), firmada por Victor Fleming.
En situación opuesta se encuentra el formidable realismo de, por ejemplo,
El ciudadano Kane, 1941, de Orson Welles (libro cinematográfico escrito por el
propio Welles y Herman J. Mankiewicz), que con la ayuda de técnicas expre-
sionistas muestra la compleja y trágica realidad de un magnate del periodismo
estadunidense, Randolph Hearst, quien fuera uno de los hombres más ricos y
poderosos del planeta, dueño de un monopolio periodístico y radiofónico en
Estados Unidos.
Welles y el escritor Herman Mankiewicz no sólo no falsifican la realidad
cuando señalan que los periódicos de este hombre provocaron dos guerras, sino
que desnudan su alma de niño idealista que rompe con sus principios periodísti-
cos, y revelan los lazos secretos que hay entre Kane y la sociedad estadunidense
de finales del siglo XIX y principios del XX. (Como dato curioso señalo que a
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Xavier Robles
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La oruga y la mariposa
Es claro que si los cineastas son quienes escogen los temas que filmarán, es
la sociedad misma, los gobiernos y los ciudadanos quienes pueden solucionar
verdaderamente los problemas planteados. El cineasta no puede resolver conflic-
tos políticos, sociales o de cualquier otra naturaleza, sino sólo exponerlos con
claridad. Y esa claridad es la clave misma de los géneros dramáticos y cinemato-
gráficos. Sin embargo, el cineasta y el artista en general sí contribuyen a moldear
y cambiar a los que modifican a la sociedad. El público, insisto, tiende a repetir,
a imitar las conductas de sus personajes favoritos, y ahí reside la fuerza social-
mente transformadora de los artistas.
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La oruga y la mariposa:
los géneros dramáticos en el cine
de Xavier Robles, segunda edición, fue editado por el
Centro Universitario de Estudios Cinematográficos
y la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial
de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Su diseño, corrección y composición tipográfica,
se realizaron en el Departamento de Publicaciones del Centro.
Se utilizaron familias Berkeley, Franklin Gothic Frutiger y Minion.
Se terminó de imprimir el 30 de octubre de 2014,
en Impresiones Editoriales FT, SA de CV, Calle 31 de Julio de 1859,
Mz. 102, Lt. 1090, Col. Leyes de Reforma, Iztapalapa, México, 09310, DF.
Se tiraron dos mil ejemplares, impresos en offset: interiores
sobre papel bond de 90 g. y forros en cartulina couché semimate de 300 g.
Con la colaboración, en la corrección, de Miguel Bustos,
y en la formación, de Gabriela García Jurado,
la edición estuvo al cuidado de Rodolfo Peláez.