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AUTOCONCEPTO E IDENTIDAD.

Toda la riqueza y la complejidad del yo, que conforma la imagen que tenemos sobre nosotros, se podría
enmarcar en procesos psicológicos: cognitivos, que es la percepción que una persona tiene de sí misma
(relativos al autoconcepto) y afectivos (relacionados con la autoestima). Abarca características y
cualidades, tanto físicas como de personalidad. Nos evaluamos positivamente. El conocimiento que
tenemos sobre nosotros y nuestros estados de ánimo lo manifestamos a través del comportamiento. La
autopresentación es el proceso mediante el que tratamos de controlar la imagen que los demás se forman
de nosotros y constituye las relaciones interpersonales a las que se muestran determinadas facetas del yo
y ocultar otras. Estas características del yo están relacionadas con tres motivos sociales universales:
conocimiento y comprensión, potenciación personal y pertenencia. Las personas necesitan conocerse a sí
mismas para funcionar socialmente. Tenemos la necesidad de valorarnos positivamente a nosotros
mismos, presentarse ante los demás del modo más adecuado para ser aceptado.
Conocimiento del yo.
El autoconcepto suscitó gran interés en la Psicología y la Sociología debido a que representaba el vínculo
entre el individuo y lo social. Las personas construyen el conocimiento sobre si mismas de un modo similar
a como desarrollan sus impresiones sobre los demás. El conocimiento sobre uno mismo es mucho más
rico, detallado y sofisticado que el que poseemos sobre cualquier otra persona. El conocimiento sobre
nosotros mismos lo almacenamos de forma esquemática y tenemos más esquemas sobre nosotros que
sobre cualquier otra persona. El yo se compone de infinidad de ideas sobre todos los atributos y
características del ser humano. Se trata de un sistema que se podría describir como un conjunto de
autoesquemas, que abarca creencias sobre uno mismo relativas a distintas facetas que incluyen rasgos de
personalidad y características que son aplicables a unos contextos específicos, pero no a otros (un
individuo puede considerarse extravertido y divertido en la familia mientras que en el trabajo se considera
reservado y serio). El autoconcepto se organiza alrededor de múltiples esquemas basados en roles (soy
estudiante), actividades e intereses (me gusta el deporte), relaciones interpersonales (soy padre),
pertenencia a grupos (soy francés) o creencias y valores (lucho por la igualdad), además de experiencias
del pasado y expectativas sobre el futuro. Pero hay aspectos del yo que no siguen esquemas. El
autoconcepto es multifacético, que implica que no tengamos una visión de nosotros estable y unitaria.
Desde una perspectiva teórica, el autoconcepto se podría definir a partir de un modelo jerárquico y
multidimensional, poseemos pues, un conocimiento global de nosotros mismos y conocimiento específico
de distintas áreas de nuestra existencia. En este modelo se basa el cuestionario de «Autoconcepto Forma
5 » de García y Musitu que permite medir este constructo en cinco áreas específicas: académica-laboral,
social, emocional, familiar y física y compuesto por 30 items que evalúan, mediante una escala de 1 a 99
estas cinco dimensiones.
Se denomina efecto de autorreferencia a la tendencia a recordar mejor la información relevante para el
autoconcepto que cualquier otro tipo de información.
Dos procesos cognitivos pueden contribuir a que se produzca este efecto.
-En primer lugar, los aspectos importantes para el yo están bien estructurados y organizados en la
memoria.
-En segundo lugar, la información que afecta al yo se elabora más que otro tipo de información y, puesto
que está bien estructurada, se codifica mejor.
En una meta-análisis realizada por Symons y Johnson, les llevó a la conclusión de que, se recuerda mejor
la información sobre una persona a la que se conoce bien debido a que esa información está bien
organizada. Esta tendencia explicaría que se recuerde bien la información sobre la persona que mejor se
conoce: uno mismo. La importancia que se concede a un determinado aspecto del autoconcepto predice
otros fenómenos: si se concede mucho valor a determinada faceta del yo es habitual que la persona trate
de comportarse coherentemente con esa visión de sí misma y muestre alta estabilidad en su conducta a
través de distintas situaciones. Ser poco competente en una dimensión que es importante afecta la
autoestima que si la incompetencia se da en una faceta a la que se concede poca importancia. Este patrón
de repuesta emocional se ha observado en personas que tienen una autoestima baja en general, pero que
tienen una visión positiva de sí mismas en un determinado aspecto que consideran relevante para su
autoconcepto. Si esa faceta también les falla, la visión del yo queda totalmente deteriorada.
Representaciones mentales del Yo.
Williams James estableció una diferenciación entre el «yo» y el «mí». El «yo» abarca lo intrapersonal y
privado, y está implicado en aquellos procesos relacionados con la introspección y las acciones que la
persona realiza de forma reflexiva. El «mí» lo concibe como la percepción que tiene el individuo a partir de
cómo lo ven los demás formado por creencias, evaluaciones, percepciones y pensamientos que la persona
tiene sobre sí misma.
Swann y Bosson enfatizan que el uso que se ha hecho del concepto del yo, coincidiría con la noción de
«mí» de James (el yo como objeto), ya que desde esta disciplina se concibe que el conjunto de
representaciones sobre uno mismo transcurre paralelamente a las representaciones que la gente tiene de
otros individuos y, está ligado a procesos psicosociales. Ser consciente de uno mismo permite pensar
cómo te perciben y valoran los demás, y regular el comportamiento para conseguir en una interacción los
resultados deseados.
Autoconocimiento activo versus almacenado.
El conocimiento que tenemos sobre nosotros es ilimitado. El conocimiento del yo activo se refiere a aquella
información sobre uno mismo de la que se tiene consciencia en un momento determinado (el autoconcepto
espontáneo o el autoconcepto en funcionamiento). Es muy sensible a las características del contexto, ya
que dependiendo de las demandas de una determinada situación nos vendrán a la mente unas u otras
características personales. Como contraste, el conocimiento del yo almacenado sería toma la información
sobre uno mismo que está en la memoria, pero a la que no se le presta atención en ese momento
concreto.
Autoconocimiento abstracto versus episódico.
El conocimiento sobre uno mismo se puede representar tanto en forma general y abstracta, se derivaría de
la información que permite abstraer un rasgo o característica como algo propio e invariable. (Soy una
persona tímida) como episódica, que implica la evocación de sucesos concretos en los que se vio
implicado el autoconcepto y basado en experiencias propias. (El día que tuve que recitar un poema en
clase morí de vergüenza). Según Klein y Loftus la representación abstracta del yo y la episódica no parece
que se almacenen en la misma región cerebral. En un rasgo abstracto (almacenado en la memoria
semántica) no se recuerdan episodios específicos relacionados con ese rasgo. Se ha visto confirmada
mediante neuroimagen que tratan procesos independientes.
Autoconocimiento implícito versus explícito.
En ocasiones, pensamos sobre lo que queremos pensar. Esta forma de abordar el yo es explícita. Sin
embargo, hay aspectos del yo sobre los que no reflexionamos de forma controlada y deliberada y no
somos capaces de identificar porque no lo reconocemos, ya que no somos conscientes de que sean parte
de nuestro yo. Se trata de características del yo que necesitarían de una introspección para poder
conocerlas. Es probable que afecten a nuestra vida. Los psicólogos sociales han señalado que los
siguientes procesos están en el origen del conocimiento implícito del yo:
-Creencias relacionadas con el autoconcepto que en su día fueron conscientes y con el tiempo han pasado
a ser automáticas (estar obsesionado durante la adolescencia con el físico e interiorizar esa creencia).
Creencias que tiene su base en experiencias muy tempranas, anteriores a la adquisición del lenguaje
(debido al trato afectivo recibido de los padres).
-Procesos defensivos que bloquean el acceso consciente a creencias negativas sobre uno mismo.
Asociación de autoevaluaciones positivas y negativas del yo, que se produce inconscientemente
«Egotismo implícito». Se ha comprobado que existe una tendencia a preferir aquellas cosas que recuerden
aspectos del yo o que tiendan a valorar favorablemente aquellos objetos que son iguales a otros que les
han pertenecido en algún momento de su vida. La investigación sobre el egotismo implícito ha
comprobado que esas asociaciones inconscientes sobre el yo pueden guiar decisiones importantes, como
elección de una profesión, pareja.
¿Qué relación existe entre el autoconocimiento explícito e implícito?
Para algunos autores se trata de dos sistemas separados que actúan independientemente a la hora de
procesar información sobre uno mismo, uno consciente y deliberado (explícito), pero lento que requiere
gran cantidad de recursos cognitivos, y otro que ocurre al margen de la consciencia (implícito), guiado por
las emociones y experiencias pasadas, que es automático y no requiere esfuerzo cognitivo. No se ha
encontrado correlación entre la visión de uno mismo con medidas explícitas y la que se obtiene con
medidas implícitas. No obstante, ambos sistemas pueden actuar simultáneamente y corregir las
respuestas automáticas que han surgido como consecuencia del sistema implícito.
Autoconocimiento global versus específico.
La alusión al yo global implica la apreciación de atributos que son extensibles a un amplio conjunto de
conductas y situaciones, mientras que los aspectos específicos se limitan a contextos y comportamientos.
Existen distintos niveles.
El yo real versus otros posibles.
La teoría de la autodiscrepancia sugiere que las personas tenemos tres tipos de autoesquemas:
El yo real: Cómo creemos que somos realmente. Formado por características que creemos poseer o que
pensamos que otras personas nos asignan, pueden ser incorrectas.
El yo ideal: Cómo nos gustaría ser y a cómo creemos que les gustaría a las personas que nos sirven de
referente que fuéramos. Lo constituyen las expectativas y aspiraciones sobre nuestro desarrollo personal.
El yo responsable: Abarca creencias sobre cómo deberíamos ser, para nosotros o referentes.
Como puede verse, esta teoría incorpora la presencia imaginada de los otros en la representación mental
que la persona tiene de ella misma. El yo ideal y el responsable sirven de guías para lograr nuestros
deseos y ambiciones. Las discrepancias entre el yo real y los que nos sirven como estándares o guías
provocan malestar psicológico. Cuanto mayor sea la diferencia, mayor será el malestar y mayor la
motivación para reducir la discrepancia. La incongruencia cognitiva provoca sentimientos negativos, y el
deseo de evitar ese tipo de malestar psicológico es lo que motiva a la persona a cambiar. La teoría de
Higgins quiere ir más allá. Los desajustes entre el yo real y los que sirven de guías pueden producirse
tanto porque el individuo perciba que no alcanza esos estándares, como porque crea que aquellas
personas que le sirven de referentes opinan que no está cumpliendo con ellos. Esta teoría pronostica que
el desacuerdo entre el yo real y el ideal ocasiona sentimientos de desánimo, tristeza y frustración por no
haber conseguido aquello que se anhelaba y, si se mantiene constante puede provocar depresión. Por otro
lado, la falta de correspondencia entre el yo real y el responsable suscita sentimientos de vergüenza, culpa
y ansiedad. Como contrapartida, la ausencia de discrepancia entre el yo real e ideal o responsable se
asocia a sentimientos de felicidad, satisfacción y seguridad en uno mismo. Puesto que una de las
motivaciones básicas del ser humano es la búsqueda del bienestar, cuando el yo real no concuerda con
los estándares que le sirven de guía puede originarse un proceso de cambio, de modo que aquellas
características del yo que actualmente no encajan con los deseos y obligaciones se modifiquen. El
individuo se involucraría en un proceso autorregulador orientado a acabar con las discrepancias, con el
objetivo de buscar el placer y evitar el dolor. Esta perspectiva ha llevado a Higgins a formular una nueva
teoría:
La teoría de las metas regulatorias, postula que existen dos sistemas de autorregulación del
comportamiento, denominados promoción y prevención, independientes y que utilizan diferentes
estrategias para alcanzar objetivos. La focalización en la promoción implica una tendencia a obtener
avances y progreso. Las metas se ven como un ideal y existe un afán de obtener ganancias y de mejorar.
Por otra parte, la focalización en la prevención se centra en no perder, y enfatiza la seguridad frente al
riesgo. Markus y Nurius sugieren otros yos posibles, que tendrían que ver con lo que un individuo cree que
podría, le gustaría o teme llegar a ser en el futuro. Consideran que esas representaciones del yo son
diferentes de la representación actual que puedan tener las personas, ya que se imaginan en el futuro,
pero están estrechamente ligadas al yo de ahora, puesto que se basan en las esperanzas, miedos, metas
y amenazas que tiene esa persona. Esta perspectiva hace hincapié en que su raíz es social, ya que tienen
su origen en comparaciones sociales (si otros han conseguido eso yo también puedo), así como en
modelos y símbolos que son importantes en el seno de una cultura (ser padre) que la persona interioriza a
través de su experiencia social o imágenes que transmiten los medios de comunicación. Los yos posibles,
tanto para Higgins como para Markus y Nurius, son importantes por dos razones: afectan a la motivación y
sirven de incentivo para actuar y porque permiten evaluar e interpretar la visión del yo en el presente. Por
otra parte, la imagen que la persona tiene de ella misma en el pasado puede jugar un papel determinante
en los posibles yo que imagina (recordar que era buen estudiante durante la infancia puede animar a un
adulto a retomar sus estudios), mientras que el recuerdo de aspectos negativos del autoconcepto (nunca
fui de los mejores en deporte) puede estar en la raíz que se rechacen posibles alternativas de futuro.
Autoconocimiento personal versus social.
Con frecuencia nos definimos a nosotros mismos como miembros de determinados grupos a los que
pertenecemos (soy alumno de la UNED). La teoría de la identidad social y su ampliación en la teoría de la
categorización del yo son teorías que se han ocupado de desarrollar la diferencia entre estas dos facetas
del autoconcepto, y sus implicaciones para la percepción que la persona tiene de sí misma. La teoría de la
categorización del yo distingue entre tres niveles jerárquicos de abstracción en la categorización del yo. En
cada uno de estos niveles, la concepción de uno mismo se forma a partir de la similitud con unos
individuos y diferenciación con otros. En el nivel más abstracto y general del yo se situaría la
categorización como ser humano, que comprende todos los de nuestra especie y distingue de las demás.
En un segundo nivel del yo intermedio, estarían categorías derivadas de la pertenencia grupal y en él se
podrían incluir identidades sociales como grupos a los que pertenezca la persona. Por último, un nivel de
generalidad particular del yo que constituye la identidad personal, entran aquéllas características que
considera a cada persona como individuales e idiosincrásicas permitiendo distinguirse como ser único y
singular. Por lo tanto, la teoría de la identidad social propone que existen dos tipos de identidades, que
definen diferentes tipos de autoconcepto:
La identidad personal. Cada individuo se define en función de sus rasgos de personalidad y relaciones
interpersonales idiosincrásicas que mantiene con otras personas.
La identidad social. La definición del yo se basa en la pertenencia grupal.
Para Taifel es: aquella parte del autoconcepto del individuo que se deriva del conocimiento de su
pertenencia a un grupo social, junto con el significado emocional y valorativo asociado a dicha pertenencia.
Tenemos tantas identidades sociales como grupos.
La referencia a los aspectos emocionales y valorativos pone de manifiesto la importancia que ambas
cuestiones tienen en la teoría de la identidad social y en la posterior teoría de la autocategorización. No
todos los grupos son valorados por igual en la sociedad. El hecho de que nuestro endogrupo sea
considerado mejor que otros grupos a los que no pertenecemos, contribuye a revalorizar nuestro yo y a
aumentar la autoestima. Por ese motivo, las personas tratan de pertenecer a grupos valorados
socialmente, que cuando no es así, buscan estrategias que modifiquen la situación. A través de la
comparación social se pueden utilizar distintas estrategias con el fin de obtener una imagen positiva del
endogrupo. Una de ellas sería dar importancia a aquellas características en las que el propio grupo es
positivamente valorado en comparación con otros grupos y otra consistiría en compararse con otros
grupos peor valorados que el suyo. Sin embargo, cuando los miembros de un grupo consideran que su
estatus es injusto e ilegítimo buscan estrategias de cambio social a través de protestas o acciones
colectivas (movimiento feminista). Mediante este tipo de acciones, se intenta cambiar las leyes que
mantienen esa situación de injusticia. Uno de los postulados de la teoría de la identidad social se refiere al
tipo de identidad que es más prominente en un momento concreto. Hay identidades que son más
accesibles en un entorno determinado, porque son más relevantes y centrales en ese contexto. En
algunas ocasiones, un individuo se definirá por sus aficiones o personalidad y en otras por su pertenencia
grupal. Eso no quiere decir que cambie su concepto del yo constantemente, sino que en una circunstancia
determinada le viene a la mente una faceta concreta de su yo y no otra. Cuando la categorización social es
saliente, la percepción que la persona tiene de sí misma y de otros se despersonaliza.
En relación con esta distinción personal-social, otros autores han propuesto sistematizaciones,
fundamentadas en clasificaciones en las que se almacena el conocimiento de uno mismo. Psicólogos
sociales proponen un conocimiento del yo relacional, que tiene que ver con relaciones interpersonales y
roles que mantenemos en esas relaciones (soy un buen hijo), y una identidad colectiva, que se refiere a
aquellas categorías en las que el individuo va más allá de su pertenencia al grupo, identificándose con
acciones específicas para forjar una buena imagen de ese grupo. Para Huddy, lo que caracteriza el
concepto de identidad colectiva es la pertenencia voluntaria, la alta identificación y compromiso con el
grupo. Como señalaban Sabucedo y colaboradores: abre la posibilidad de que los grupos se pregunten por
las razones de su situación y de la de otros, y de esta manera, frente a una identidad colectiva pasiva, se
vaya creando otra identidad más activa que desafíe la estructura de poder social y busque alternativas y
salidas para el grupo. La diversidad cultural en autoconcepto se ha asociado a las diferencias en valores
individualistas y colectivistas. Las culturas colectivistas enfatizan las necesidades del grupo frente a las del
individuo, el autoconcepto es más interdependiente, mientras que las culturas individualistas dan prioridad
a valores relacionados con el individuo, ya que tienden a definirse como independientes. Para Singelis,
aunque la cultura influya mucho en el énfasis de uno u otro tipo de autoconcepto, ambos aspectos del yo
coexisten en un mismo individuo, al margen de la cultura a la que pertenezca. Cuando los individuos que
han desarrollado un autoconcepto independiente se describen:
- aspectos internos, habilidades, pensamientos y sentimientos;
- ser únicos y expresar sus valores (autoexpresión);
- realizar atribuciones internas y promover sus intereses y metas; y
- ser directos en la comunicación. Los individuos que han desarrollado un autoconcepto interdependiente
se caracterizan porque conceden importancia a:
- las características externas y públicas, como su estatus, roles y relaciones;
-pertenencia a grupos y buena integración en ellos;
-ocupar el lugar que les corresponde en la sociedad y actuad apropiadamente y
-ser indirectos en la comunicación y tratar de descifrar que piensan los otros.
Complejidad y coherencia del autoconcepto.
Se consigue la coherencia y la integridad a través de tres tipos de procesos cognitivos:
-Haciendo mentalmente accesibles algunas facetas del yo.
-Buscando la consonancia y armonía entre aquellos aspectos que parezcan discordantes.
-Acudiendo a atribuciones situacionales que permiten justificar las discrepancias.
De todas las facetas del yo (algunas contradictorias) según las circunstancias, serán accesibles aquellas
que sean pertinentes para la situación. Es lo que se denomina el autoconcepto activo (en funcionamiento)
y se consigue mantener la coherencia, puesto que no se tiene autoconsciencia en ese momento de otras
características. Otra estrategia para mantener la coherencia es tratar de encajar aquellas características
del yo que nos parezcan discordantes. Cuando las personas no consiguen que haya coincidencia entre
distintos aspectos del yo se sienten incómodos y buscan justificar sus incoherencias. También pueden
examinar hasta qué punto su representación del yo es coherente, a través del feedback. Finalmente, una
manera de mantener la coherencia es haciendo atribuciones a la situación, en vez de a características
personales. Se es más proclive a dar explicaciones basas en rasgos personales cuando se trata del
comportamiento propio que del ajeno.
Construcción del autoconcepto.
El conocimiento y la visión que una persona tiene sobre si misma se puede obtener a través de dos vías.
Introspección y autopercepción.
-La introspección es un proceso mediante el que reflexionamos sobre nuestros pensamientos y estados
psicológicos, y una de las vías que permiten llegar al conocimiento del yo. En ese sentido, nadie está en
mejor situación que uno mismo para conocerse. La teoría de la autopercepción sugiere que inferimos
cómo somos y elaboramos un concepto del yo observando nuestro comportamiento, del mismo modo que
nos formamos una imagen de otras personas viendo cómo actúan. Según postula esta teoría, si hacemos
deporte nos consideraremos deportistas. Este proceso de autopercepción, mediante el que según
actuamos deducimos cómo son nuestras preferencias y características de personalidad, es aplicable a
situaciones nuevas o cuando se lleva a cabo una conducta que contradice la imagen que la persona tiene
de sí misma. Un factor fundamental es la fuente de motivación. Una conducta puede estar motivada
porque la persona realmente desear actuar así (motivación intrínseca) o porque determinadas
circunstancias la han llevado a comportarse de ese modo (motivación extrínseca). Las motivaciones
extrínsecas gradualmente van ahogando las motivaciones intrínsecas. Este fenómeno se ha denominado
efecto de sobrejustificación, y se podría definir como una tendencia a que las motivaciones intrínsecas
disminuyan en aquellas actividades que se asocian con algún tipo de refuerzo externo. Por tanto, cuando
una conducta no se realiza libremente, no se podrá inferir que haya una característica personal que la
motive, y no influirá en el autoconcepto.
Comparación social.
La teoría de la comparación social, desarrollada por Leon Festinger, es que nos evaluamos en una serie
de características y atributos tomando como bases características de los demás, y este proceso contribuye
a la autopercepción del ser humano y determinará nuestra autoestima. Si creemos que somos mejores,
nos sentiremos satisfechos con nosotros mismos, y lo contrario sucederá si pensamos que no alcanzamos
el nivel de otras personas. Lo más adecuado es que nos comparemos con personas que son similares, ya
que de ese modo podríamos tener una evaluación más exacta de nosotros. No obstante, preferimos
compararnos con personas que son algo peores que nosotros (comparación social descendente),
percibiéndonos más positivamente, que contribuye a mantener nuestra autoestima. Sin embargo, algunas
veces tomamos de comparación a alguien que nos supera (comparación social ascendente), lo que nos
puede servir de motivación para mejorar.
El «yo espejo».
Las opiniones sobre los demás se expresan con mucha libertad y podemos captar cómo nos ven los otros.
Incluso en los que en los que no exista esas opiniones (si son negativas), la persona elaborará una serie
de creencias en torno a la impresión que ha causado. El término «yo espejo» fue acuñado por el sociólogo
Charles Cooley para ilustrar la idea de que el yo no es sino un reflejo de lo que cada persona aprende
sobre cómo lo ven los demás. El sentimiento del yo es social, ya que siempre implica una referencia a
otras personas y no se puede considerar un elemento separado de la sociedad. La idea del yo que
propone se compone de tres elementos: la imaginación de cómo nos perciben otras personas; la
imaginación sobre cómo nos valoran, y tipo de sentimiento propio (orgullo o vergüenza) derivado de cómo
pensamos que nos juzgan los demás. George Mead (interaccionismo simbólico) desarrolló esta idea de
que el yo emerge de la interacción social. Desde esta perspectiva se sugiere que la interacción entre
persona es simbólica y llena de significados que afectan a todos los que están interactuando. Mead cree
que la sociedad influye en el individuo a través del autoconcepto, y, que el autoconcepto, surge y se
modifica a través de la interacción con algunas personas concretas, o con el otro «generalizado»
(combinación de la percepción que se tiene de varias personas). Debería existir una alta correlación entre
cómo nos percibimos nosotros y cómo nos ven los demás. Sin embargo, las investigaciones han puesto de
manifiesto que la visión de uno mismo (autoconcepto) no coincide con cómo realmente le ven los demás,
sino cómo cree que le ven. Es decir, la correlación positiva se establece entre cómo se percibe la persona
a sí misma y cómo piensa que la perciben los demás, no cómo realmente la perciben.
Valoración del Yo: la Autoestima.
La autoestima está relacionada con el autoconcepto. Si el autoconcepto es la percepción y el conocimiento
que la persona tiene de sus características, la autoestima refleja la valoración que realiza de sí misma a
partir de ese conocimiento. Esa valoración, positiva o negativa, se trata de la evaluación de la propia valía,
lo que lleva asociados emociones como orgullo o vergüenza. La autoestima puede influir de manera
determina en nuestra vida. Tradicionalmente, la autoestima positiva ha sido considerada por la Psicología
una necesidad básica del ser humano. En las investigaciones se observa que existe una tendencia
generalizada a puntuar por encima de la media teórica de las escalas construidas para medir esta variable.
Aunque no todas las personas basan su autovaloración en las mismas facetas del yo. Para algunas
personas, la apariencia física es fundamental para sentirse bien con ellas mismas, para otras son
primordiales otros atributos y apenas conceden importancia a su físico. El sentimiento global de
autoestima tiende a fluctuar en función de éxitos y fracasos.
La investigación ha demostrado que los sucesos negativos que involucran el autoconcepto afectan más a
aquéllos que basan su visión del yo en pocos aspectos.
Las personas con baja complejidad del yo experimentan estados de ánimo más polarizados ante el éxito o
fracaso y una autoestima más cambiante, en comparación con las que tienen un autoconcepto muy
desarrollado y complejo. Si alguien basa su autoestima en aspectos muy diferentes de su autoconcepto,
ante un fracaso, podrá recurrir a otros aspectos de su yo. Según la teoría de la autoafirmación, las
personas con alta autoestima tienen una visión del yo con muchos atributos positivos que les pueden
servir como medio para mejorar su autoimagen. Por oposición a las personas de baja autoestima, no
cuentan con dichos recursos. Cuando los psicólogos sociales evalúan la autoestima, algunas veces les
interesa medir aspectos globales y, otras, facetas especificas del autoconcepto. La escala de Rosenberg
es la más utilizada para medir autoestima general, y se integran tanto valoraciones afectivas como
cognitivas del yo. En muchas ocasiones, lo importante es poder delimitar en qué aspectos el individuo se
valora alto y en cuáles bajo. Instrumentos como el cuestionario de autoconcepto AF 5, pueden ser
utilizados como medida de autoestima ya que los items que lo componen son indicadores de cómo la
persona se valora en cada faceta.
La autoestima y el autoconcepto, dependen de comparaciones sociales. No siempre somos libres de elegir
con quién nos comparamos. Con frecuencia, las relaciones próximas nos abocan a realizar comparaciones
(un hermano). En estas situaciones, la autoestima se puede ver afectada en función de la cercanía de la
otra persona y de la importancia que tenga la faceta en cuestión para el autoconcepto. Además, también
comparamos nuestro autoconcepto con los estándares internos: el yo ideal y el yo responsable. De
acuerdo con la teoría de la autodiscrepancia, la diferencia entre cómo pensamos que somos y los
estándares que nos sirven de guías va a incluir en nuestra autoestima.
Asimismo, la autoestima está relacionada con la pertenencia grupal, con la identidad social. A partir de la
comparación entre nuestro grupo y otros determinamos si el nuestro es valorado socialmente. De acuerdo
con la teoría de la identidad social, el favoritismo endogrupal tiene como fin último para el individuo buscar
una distintividad positiva que le permita mantener la autoestima. La autoestima alta está relacionada con
bienestar físico, social y psicológico. Por ese motivo, la Psicología ha intentado mejorar la autoestima de
los individuos, ya que la baja autoestima se considera un predictor de déficits conductuales: dificultades en
relaciones sociales, bajo rendimiento académico y laboral, conductas desviadas o depresión. No obstante,
las personas con baja autoestima y depresión, comparadas con las que no sufren este desajuste, son más
realistas. Parece que el déficit no está en las personas con baja autoestima, sino en aquéllas
excesivamente positivas en sí mismas. ¿Qué ventaja tiene el tener falsas ilusiones sobre cualidades
personales y control de acontecimientos, teniendo una visión optimista de nosotros mismos? Estos sesgos
y autoengaños ayudan a que se pueda mantener la autoestima positiva, y la autoestima alta proporciona
beneficios fundamentales: favorece la iniciativa; se relacionan mejor con otras personas y son más
asertivas sin dejarse influenciar. En segundo lugar, funciona como una reserva de la que se puede tirar
cuando las cosas van mal; la autoestima positiva es un recurso que ayuda a superar los sentimientos
negativos y ante fracasos, no sucumbir frente a las adversidades.
Características de las personas con baja autoestima.
-Falta de confianza en sí mismos que les lleva a cuestionar quepuedan alcanzar esoslogros.
-Autoconcepto confuso, inseguro e variable.
-Dan respuestas contradictorias, como que son tranquilos y nerviosos.
-Focalizan su vida en la prevención y no en la promoción.
-Son muy variables en sus estados afectivos.
Los psicólogos sociales han tratado de comprender qué procesos motivacionales contribuyen a establecer
o mantener la percepción positiva de uno mismo, llegando a la conclusión de que esta se relaciona
también con la de pertenencia. La investigación ha demostrado que el incremento de la autoestima se
relaciona con el aumento de la aceptación social, mientras que el rechazo provoca un descenso en la
autoestima. Esta perspectiva constituye la teoría del sociómetro.
La autoestima como termómetro de la aceptación del grupo.
La búsqueda de autoestima positiva está relacionada con la de potenciación personal. Esa necesidad
universal se puede manifestar de diversas formas, y la cultura tiene que ver en esa variabilidad. En
culturas individualistas el autoensalzamiento y autopromoción lleva a las personas a sentirse especiales
como individuos; las personas colectivistas se sienten mejor si consiguen ser miembros dignos del grupo
al que pertenecen y aprender de sus fracasos, no ocultarlos a los demás. La búsqueda de autoestima
positiva es una necesidad universal y se sitúa en el núcleo de varias teorías como la teoría de la
comparación social de Festinger o la teoría de la identidad social de Taifel y Turner. Sin embargo, no
explican por qué sentimos la necesidad de elevar nuestra autoestima. Leary plantea una hipótesis y fue
que, tan importante ha sido durante nuestra historia evolutiva pertenecer a grupos que, cuando existiera
algún indicio de rechazo o exclusión por parte del grupo, la autoestima disminuiría y la persona
amenazada buscaría corregir su postura para lograr la aceptación social. De esta forma, la autoestima
funcionaria como «sociómetro». Según Hofstede, sólo cuando la cooperación con otros deja de ser
imprescindible para sobrevivir uno podrá centrarse en sí mismo.
Motivaciones relacionadas con la Evaluación del Yo.
Para Mark y Leary son las siguientes.
Autoensalzamiento.
La motivación para enaltecer los aspectos positivos del autoconcepto, así como mitigar los negativos, está
orientada a proteger y aumentar la autoestima. Esta motivación se ha relacionado con fenómenos
psicosociales. Entre ellos, se pueden destacar los sesgos en atribución favorables al yo y al «error último
de atribución». Otro fenómeno es el efecto mejor que la media. La mayoría de la gente no informa de que
su autoestima sea baja, sino que, se consideran que están por encima de la media en cuanto a
capacidades y habilidades sociales. ¿Pueden ser realistas o indican un sesgo tendente a mantener una
visión positiva del yo? La investigación ha constatado que la gente se considera mejor en inteligencia,
atractivo físico o amabilidad de lo que realmente es. El sesgo de punto ciego es la tendencia a pensar que
es menos proclive a cometer sesgos, tanto cognitivos como motivacionales, que el resto de personas. La
investigación ha puesto de manifiesto que las personas creen que están libres de cometer errores que
otros sí cometen, como el creerse que están por encima de la media o sesgos defensivos del yo. La
explicación de Pronin es que cuando alguien evalúa los errores de otra persona se fija en su
comportamiento, mientras que cuando se trata de uno mismo, se busca introspectivamente y cree ser
inmune a los sesgos. El autoensalzamiento, ¿es un fenómeno universal o refleja un patrón de conducta
propio dependiendo de las culturas? Los estudios transculturales indican que no hay diferencias entre
culturas, sino en las estrategias que se utilizan para satisfacer esa motivación. Las culturas occidentales
utilizan atributos relacionados con valores individuales, las culturas orientales emplean atributos vinculados
a valores colectivistas. La alta autoestima se ha relacionado con el narcisismo.
Autoverificación.
Asume que la gente tiene un fuerte deseo de confirmar su autoconcepto, tanto en características y
habilidades positivas como negativas. Necesitamos verificar y validar, a través de la interacción social, la
visión que tenemos de nosotros mismos. Formamos nuestro autoconcepto, a partir de cómo creemos que
nos ven los demás. Mediante el proceso de autoverificación, un individuo puede comprobar si realmente
se conoce y si existe coherencia entre la visión que tiene de sí mismo y cómo lo perciben los demás
(Swann). Este proceso satisface la motivación social básica de conocimiento y pertenencia. Dichos
procesos influyen en la conducta de cuatro modos:
Llevan a la persona a interactuar más con aquellos que le confirman su autoconcepto.
Se tiende a demandar a los demás, información que sea consistente con elautoconcepto.
Se recuerda mejor la información que es consistente con el autoconcepto.
Se exhiben señas de identidad que muestren a los demás cómo somos.
Lo más llamativo de esta teoría es que las personas puedan preferir que se perciban sus características
negativas, en vez de que las ignoren y solamente les halaguen. Si la visión de uno mismo es negativa, de
acuerdo con el motivo de autoensalzamiento se preferiría una evaluación positiva por parte de otras
personas, mientras que desde la teoría de la autoverificación se prefería una evaluación negativa que
coincida con el autoconcepto.
Autoexpansión.
Las personas están motivadas para acrecentar sus capacidades al menos en cuatro dominios diferentes:
- intelectual;
-material;
-social (identificándose con otras personas) y
-trascendente (por medio de la comprensión de su lugar en el mundo). Este modelo se ha desarrollado en
torno a las relaciones íntimas. La inclusión del otro, como parte del yo, implica que el autoconcepto propio
se acrecienta con el de la pareja. Proporciona además posibilidades de desarrollo que una persona no
tendría al margen de esa relación. Asimismo, puede descubrir y potenciar facetas del otro u otra,
ignorados hasta entonces. Y puede aprovecharse del dinero de la otra persona, para llevar a cabo
proyectos propios.
Autopresentación.
Manejo de la impresión. Se tiende a presentar los aspectos positivos y ocultar los negativos porque
conseguir causar una impresión favorable es la vía para tener una buena reputación y lograr la aceptación
social. Damos a conocer nuestras características a otros para obtener de ellos algo que deseamos
(conseguir un puesto de trabajo). La autopresentación constituye un comportamiento esencial en las
relaciones humanas. No hay que confundir la necesidad de presentar una buena imagen con la hipocresía.
Son útiles para causar una primera impresión. Dependen en gran medida del contexto, objetivo y
audiencia. La escala de autoobservación (self-monitoring) diferencia entre dos tipos de personalidad.
Los altos en autoobservación están preocupados por la situación social, atentos a comportarse en función
de dicho contexto y causar una impresión, pudiendo ser deshonestos y contradecir sus valores.
Los bajos en autoobservación están atentos a señales internas, sus creencias y actitudes son las que
guían su comportamiento, suelen ser honestos y no renuncian a sus principios pudiendo comportarse a
veces de forma inadecuada o dogmática. Ambos tipos de individuos son necesarios en un grupo.

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