Vous êtes sur la page 1sur 5

UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA JOSÉ SIMEÓN CAÑAS

Licenciatura en Teología Alumno: Carlos Francisco Gil Batz


Curso monográfico: Mística política San Salvador, 24 de septiembre de 2018

Cristianismo, profunda
intramundanidad
Sin lugar a dudas, el pensamiento de Bonhoeffer germina en la realidad y hacia ella vuelve.
Diversas cartas que, estando en prisión, dirige a su amigo Eberhard Bethge, nos permiten
vislumbrar su preocupación por el cristianismo en el mundo actual —el mundo adulto, como él
mismo lo define— y la actitud que cada cristiano debiera adoptar. Bonhoeffer no es pesimista pues
ve la realidad con ojos de esperanza. En efecto, ese mundo que cada vez deja menos espacio para
la religión de un deus ex machina es, precisamente, la coyuntura ideal para que el cristianismo sea
verdaderamente cristianismo, es decir, profundamente intramundano, que no se aparte de los
hombres ni del mundo. En nuestros días, el magisterio del papa Francisco no es ajeno a este
planteamiento.

Un mundo sin Dios


Bonhoeffer es consciente de que el espacio que se reserva a Dios en el mundo es cada vez
menor. Los acelerados avances de la ciencia y la tecnología conducen al ser humano a expulsar la
religiosidad y la divinidad de su vida cotidiana, en la que todo tiene una explicación lógica, precisa
y comprobada. Así las cosas, entonces el Dios cristiano, erróneamente presentado como un Dios
tapagoteras, ya no tiene cabida en la vida del hombre. El deus ex machina, que aparecía cuando ya
no había respuestas ni soluciones a los problemas de la vida, que parecía ser más grande y fuerte
en tanto el ser humano fuera más débil y pequeño, desaparece paulatinamente a medida que la
humanidad se hace más autosuficiente: «Porque entonces, si los límites del conocimiento van
retrocediendo cada vez más —lo cual objetivamente, es inevitable—, Dios es desplazado
continuamente con ellos y por consiguiente se halla en una constante retirada»1.

Bonhoeffer llega a sugerir con cierta agudeza que ni la muerte ni el pecado son verdaderos
límites para el ser humano: la muerte, porque ya no es temida; el pecado, porque no se comprende 2.
Incluso si el cristianismo osara dar una respuesta a las interrogantes que las situaciones liminales
de la vida presentan a la humanidad, dichas respuestas apenas serían tomadas en cuenta como una
posibilidad entre otras pues «el hombre llega a resolver estas cuestiones incluso sin Dios, y es pura
falsedad que solamente el cristianismo ofrezca una solución para ellas»3.

Entonces, este mundo que ha aprendido a vivir «sin recurrir a Dios como “hipótesis de
trabajo”»4, ha llegado a ser autoconsciente, a comprenderse como intrínsecamente evolutivo, en
crecimiento. En otras palabras, ha alcanzado la mayoría de edad. Ya no es un niño dependiente de
las explicaciones y soluciones de los adultos; la humanidad ya no depende de las respuestas de la
religión. Bonhoeffer observa que la teología cristiana atacó la mayoría de edad del mundo
intentando, apaciguarlo y dominarlo nuevamente, pero esto fue una acción absurda, innoble y no
cristiana5.

Luego, como desesperada, puesto ya no era posible devolver a Dios el lugar que tuvo antes
en el mundo, la falsa religiosidad intentó aislarlo en la intimidad de la persona, de tal manera que,
si bien su vida entera ya no era posible determinarla desde la religiosidad, al menos lo más
recóndito de su vida, el lugar donde están aquellos pequeños escondrijos pecaminosos, sí podía ser
controlado y fiscalizado.

Lo interesante es que a Bonhoeffer no le molesta que el mundo haya alcanzado la mayoría


de edad, al contrario, aboga para que «se reconozca simplemente el carácter adulto del mundo y
del hombre; que no se “desacredite” al hombre por su mundanidad, sino que se le confronte con
Dios por su lado más fuerte»6. Es decir, lo importante no es buscar controlar nuevamente a la
humanidad y someterla, sino aprender a hablar mundanamente de Dios, de tal manera que ya no se

1
Bonhoeffer, D. Resistencia y sumisión. Editado por Eberhard Bethge. Salamanca: Sígueme, 2001, p. 218.
2
Cfr. Íbid., p. 198.
3
Íbid., p. 218.
4
Íbid., p. 228.
5
Íbid., p. 229.
6
Íbid., p. 242.
predique a Dios únicamente en la dificultad, en la tristeza, el sufrimiento y la muerte, sino en «en
la vida y en lo bueno del hombre»7.

Cristianismo, profunda intramundanidad


Cuando Bonhoefer habla de mundanidad se refiere a estar libre de «falsas vinculaciones e
inhibiciones religiosas»8. Ciertamente, el metodismo religioso —como lo llama nuestro autor— es
peligroso pues es parcial: pone límites a Dios, presentándolo de una manera u otra; y a los hombres,
limitando sus pasos por un camino único hacia ese Dios en el que creen, dividiéndolos entre quienes
aceptan y cumplen con las normas rituales y los que no.

En cambio, la fe, la verdadera fe, se trata de un acto de vida. Mientras que el metodismo
religioso limita, aísla y divide, la fe verdadera conduce a la persona a vivir plenamente siendo
sensible al sufrimiento de los demás, pues Dios «adquiere poder y sitio en el mundo gracias a su
impotencia»9.

Se trata de aprender a «vivir como hombres que logran vivir sin Dios» 10 y esto hay que
entenderlo bien. Necesitamos vivir sin el deus ex machina pero totalmente inmersos en ese mundo
para el cual las infantiles explicaciones religiosas ya no tienen sentido. Dios ya no da respuestas a
todo, ahora calla; deja de ser el todopoderoso para ser impotente y débil porque solamente así nos
puede ayudar. Esto es lo que la adultez del mundo nos ha permitido descubrir y todo cristiano está
llamado a vivir en este mundo porque «solo en la plena intramundanidad aprendemos a creer»11, o
sea, viviendo «en la plenitud de tareas, problemas, éxitos y fracasos, experiencias y
perplejidades»12.

Ser cristiano no significa ser un religioso convertido en otra especie de hombre. Más bien,
el cristiano es un ser humano pleno como Jesús fue un ser humano pleno que tuvo tristezas y

7
Íbid., p. 199.
8
Íbid., p. 253.
9
Ídem.
10
Íbid., p. 252.
11
Íbid., p. 258.
12
Ídem. Para Bonhoeffer, la razón última de la intramundanidad del cristianismo es el hecho mismo de la encarnación.
En la carta del 22 de enero de 1939, dirigida a Theodor Litt, Bonhoeffer delinea perfectamente el fundamento de esa
intramundanidad: «Solo porque Dios se hizo un hombre pobre, sufriente, desconocido y fracasado y porque Dios, a
partir de ese momento, solo se deja hallar en esa pobreza, en la cruz, por eso no podemos apartarnos de los hombres y
del mundo, por eso amamos a los hermanos» (Redimidos para lo humano, editado por José Alemany, Sígueme,
Salamanca, 1979, p. 127).
alegrías, éxitos y fracasos, y que, sobre todo, puso a los demás en el centro de su vida: los cristianos
somos plenamente intramundanos. Por eso, «albergamos a Dios y al mundo entero. Lloramos con
quienes lloran y nos alegramos al mismo tiempo con quienes están alegres» 13. El cristiano no se
determina por sus actos religiosos, sino por su solidaridad con la vida y el sufrimiento de los demás.
Se trata, pues, de que Dios se manifieste en la plenitud de nuestro vivir para los demás sin hacer
distinción alguna, pero especialmente viviendo para los que sufren y haciendo justicia a los
oprimidos, de la misma manera que lo hizo Jesús.

La intramundanidad en Francisco
El papa Francisco también es consciente de la necesaria inserción de los cristianos en la
vida del mundo. Todo su magisterio permea un verdadero deseo de que cada seguidor de Jesús se
deje sensibilizar por la realidad del mundo y viva plenamente en él, no condenándolo sino dando
testimonio de su esperanza14. Pero, sobre todo, Francisco ha dejado ver el auténtico anhelo de que
todos seamos cristianos solidarios con los que sufren a pesar de las duras implicaciones que ello
pueda significar. El numeral 270 de Evangelii Gaudium lo expresa perfectamente:

A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas
del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de
los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos
permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad
entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura.
Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa
experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.

Al igual que Bonhoeffer, para Francisco, el modelo de la inserción de los cristianos en el


mundo y su contacto con los que sufren es Jesús mismo, quien vivió plenamente su condición de
ser humano compartiendo su existencia con todos, pero principalmente con los que sufrían. Por
ello, la misión de anunciar a Cristo solamente se puede realizar en el corazón del pueblo:

13
Íbid., p. 218.
14
Cfr. Evangelii Gaudium, 271.
La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar;
no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser
si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo15.

Así, pues, es inevitable relacionar las palabras del papa Francisco con el pensamiento de
Bonhoeffer. Los dos desean que los cristianos vivan plenamente su vida en contacto pleno con la
realidad, y ambos también ponen en alerta contra la tentación de ser cristianos sin mundo, sin
contacto con el dolor de los que sufren.

Conclusión
No es raro encontrarnos con cristianos «religiosos», deseosos no de vivir el verdadero ideal
cristiano, la caridad, sino auténticos propagadores de la religión y sus ritos solemnísimos. Otros,
nostálgicos, constantemente añoran el pasado en el que Dios era la respuesta a todo. Otros, en
cambio, se dedican a señalar los pecados y las atrocidades que se cometen «en el mundo» y abogan
por un cristianismo «puro», alejado de él. Todos ellos parecen no advertir que la humanidad ya se
encuentra en una edad adulta en que las rígidas prescripciones religiosas y el aislamiento del mundo
parecen ya no ser una respuesta adecuada a la realidad.

Me parece, pues que Bonhoeffer y el papa Francisco, nos confrontan al señalarnos otro
camino: solamente viviendo en medio de los vaivenes de la cotidianidad de un mundo de éxitos y
fracasos, esperanzas y desilusiones, alegrías y tristezas, solamente ahí, podremos vivir plenamente
como cristianos porque el mismo Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el Salvador, pasó su vida
haciendo el bien en medio del mundo. Es necesario que los cristianos seamos conscientes de que
la sociedad avanza vertiginosamente y no podemos permanecer aislados, recurriendo a un Dios
tapagoteras, anquilosados en prácticas puramente rituales, en respuestas infantiles y en actitudes
intimistas. Nuestra misión no es predicar una religión para ganar adeptos —¿no es esta una
verdadera actitud farisea?—, no es implantar el catolicismo: los cristianos debemos ser verdaderos
seres humanos y este ha de ser nuestro testimonio.

15
Íbid., 273.

Vous aimerez peut-être aussi