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La crónica modernista mexicana

Introducción
A lo largo de la historia literaria se ha considerado el modernismo latinoamericano como
el primer movimiento literario original de la América Latina. Se distingue también por la
idea de hermandad que conllevó entre los países hispánicos del continente. Si se empieza
a hablar de modernismo a partir de la publicación de Ismaelillo, de José Martí, en 1882,
esta corriente llega a su apogeo con Azul del nicaragüense Rubén Darío. A partir de
entonces, Darío se impone como el referente del modernismo, seguido por autores de
todo el continente como Leopoldo Lugones, Ricardo Jaimes Freyre o Pedro Emilio Coll.
El modernismo representa a la vez la continuación y el rechazo de la literatura anterior.
Si bien se puede observar la herencia de los ideales del romanticismo, el modernismo se
diferencia por su negación del utilitarismo en el arte y sobre todo por la búsqueda de una
renovación lingüística. Efectivamente, inspirándose en los parnasianos y simbolistas, los
modernistas intentan alcanzar un ritmo perfecto, a semejanza de Arthur Rimbaud. Las
características principales de los autores de aquella época se concentran pues en los
efectos de sonoridad, como las aliteraciones, reiteraciones o utilización de
onomatopeyas. Paralelamente, se observa una profusión de símbolos, referencias
grecolatinas y exotismos.

La poesía se destaca como el género de predilección de esa generación, justamente por


el anhelo de perfección formal mencionado anteriormente. A tal grado que actualmente,
se emplea muchas veces el termino de modernismo latinoamericano para referirse a la
poesía de aquella época. Sin embargo, la prosa, aunque menos estudiada, representa
una parte importante de la producción literaria de la época. La crónica se inserta dentro
de este panorama como una forma de expresión práctica de por el factor económico y
porque ofrece un espacio de experimentación.

Efectivamente, el modernismo latinoamericano corresponde a un momento de


profesionalización de los autores del continente. Si bien la generación anterior
pertenecía a las altas esferas de la vida política (la mayoría de los autores ejercitaban
cargos políticos), los modernistas no suelen ejercer otra actividad que la literaria, de allí
la necesidad de ingresos rápidos que ofrecen los periódicos. A este respecto, José Juan
Tablada escribe:

« [...] como escritor decidí, desde mis comienzos, no ser un aficionado, sino un
profesional, resolví vivir de mi pluma, o por lo menos procurarme con ella algún bienestar
en la vida que desde un principio me fue dura. Para ese fin sólo el periodismo era eficaz,
sólo dentro de él, en mi adolescencia, se retribuía, aunque parsimoniosamente, el
esfuerzo literario [...] Decidí ser periodista... » (En El Universal, 2 de jul. 1925).
Cabe mencionar, entonces, el desarrollo de la prensa a partir del siglo XIX y en particular
de las revistas literarias, muchas veces fundadas o dirigidas por los mismos autores
modernistas. Es el caso de Mundial magazine, dirigida por Rúben Darío desde París y
considerada como la referencia dentro de este tipo de publicaciones. Para entender
mejor el funcionamiento de la prensa en aquella época y pues el papel de la crónica
dentro del modernismo latinoamericano, decidimos centrarnos en un país de gran
dinamismo literario: México.

Las fuentes periodísticas en México


En México, varios periódicos se destacan en cuanto a publicaciones modernistas: La
Libertad, El Partido Liberal, El Imparcial y El Universal. Es interesante notar que los tres
primeros periódicos mencionados eran porfiristas (apoyaban al gobierno de Porfirio Díaz,
dictador mexicano anterior a la Revolución Mexicana), por lo cual, si bien los autores
modernistas rechazaban generalmente cualquier tipo de fervor política en de su obra, el
mismo hecho de publicar en esos periódicos denota, por lo menos, a qué tipo de público
se destinaba la prosa modernista.
Asimismo, se puede observar a finales del siglo XIX un nuevo tipo de publicaciones: los
« magazines ». En México, los más famosos son El Mundo (El mundo ilustrado), dirigido
por Rafael Reyes Spíndola y Cosmos, de Manuel León Sánchez.
Finalmente, las revistas literarias son las fuentes más importantes de las que disponemos
en cuanto a crónica modernista, ya que fueron creadas y dirigidas por los mismos
autores. Es el caso de la Revista azul (1894 -1896), suplemento dominical de El partido
liberal, fundada por Gutiérrez Nájera y Carlos Díaz Dufoo. Según José Luis Martínez,
aquella revista consta, además de los mexicanos, con la colaboración de noventa y seis
autores modernistas latinoamericanos, entre los cuales sobresalen José Martí, Enrique
Gómez Carillo, Rubén Darío y muchos otros. Entre sus páginas se encuentran también
muchas traducciones de poetas franceses, ingleses, alemanes, italianos y portugueses.
La Revista moderna (1898 – 1911), fundada por el diputado y terrateniente Jesús E.
Valenzuela, retoma la tarea emprendida por la Revista Azul para reunir autores
modernistas del continente. Este personaje, confidente de poetas, políticos y millonarios
se destaca por su apoyo incondicional al régimen de Porfirio Díaz y a los conceptos de
« orden y progreso ». Amado Nervo se fue imponiendo como la figura pública de la
revista así como Manuel Gutiérrez Nájera y Juan Tablada. La revista ofrece una pintura
de la modernización de México. Es de notar que muchas otras revistas literarias
existieron en la misma época, como Savia moderna o Nosotros, aunque no tuvieron el
mismo éxito y publicaron pocos números.

La crónica, un género híbrido


Una de las características más interesante de la crónica es su carácter híbrido. De la
crónica ensayística a la crónica de viaje pasando por el relato placentero de un
acontecimiento, este género resulta muy difícil de definir. A este respecto, Jiménez y
Morales dice que es « un género híbrido que rehúye toda posibilidad de definición
unívoca, pues colinda tangencialmente con muchos otros (el ensayo, la crítica literaria o
artística, el relato breve, el apunte descriptivo o el poema en prosa) ». Esta confusión se
explica por la ambivalencia de los autores que las redactan. Efectivamente, hasta finales
del siglo XIX, tanto los autores como los periodistas solían usar el formato de la crónica.
Pero es de notar que son muy pocos los que se especializan en este género -a la excepción
quizás del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo que escribió más de dos mil crónicas a
lo largo de su vida- pues como lo hemos mencionado anteriormente, la crónica aparecía
sobre todo como una forma de conseguir dinero de forma inmediata. Según José Ismael
Gutiérrez, la diferencia principal entre el artículo y la crónica resida en el punto de vista
adoptado: aunque los dos géneros periodísticos aspiran a transcribir y describir la
actualidad, la crónica se distancia de la producción del reportero por el « yo » del sujeto
literario y la subjetividad. Paralelamente, a medida que se va desarrollando el periodismo
en América Latina y, por lo tanto, el oficio de reportero, éste se ve descreditado por los
autores que critican su afán de verdad, costa a costa, y su infracción a la vida privada de
las figuras públicas. Gutiérrez Nájera escribirá « De algún tiempo a esta parte, el hombre
más terrible en México, la personalidad más terrorífica, viene siendo el reporter de un
periódico. A medida que los escritores bajan, los reporters suben. Estos caballeros y las
moscas no respetan la vida privada ». La crónica modernista representa pues, en América
Latina, el ocaso de dicho género literario.
En México, como en toda la América Latina, los grandes autores de crónicas eran más
que nada poetas, es el caso de Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, José Juan
Tablada, Luis G. Urbina, Salvador Díaz Mirón y muchos otros.

Manuel Gutiérrez Nájera


El autor
Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) es reconocido como el cronista mexicano más
importante de la generación modernista. El médico de formación publicó en numerosas
revistas y periódicos. Efectivamente, sus colaboraciones se estiman a más de dos mil, en
treinta y siete publicaciones periodísticas, entre las cuales resaltan El Cronista de
México, La Libertad, El Mundo Literario Ilustrado, El Nacional, El Partido Liberal, Revista
de México, El Universal y La Voz de México. Participó incluso con Carlos Díaz Dufoo a la
fundación de la Revista Azul. Esta amplia producción se reparte entre los numerosos
seudónimos que el cronista mexicano solía usar para sus publicaciones periodísticas y a
cuales insuflaba una identidad y un estilo propio. Entre los que aparecen más a menudo
destacamos: El Cura de Jalatlaco, Puck, Junius, Recamier, Mr. Can-Can, Nemo, Omega;
pero el más famoso de todos es El Duque Job. Bajo ese seudónimo escribió su poema
más famoso « La duquesa Job », poema de amor que José Emilio Pacheco considera
como « el primer poema hispanoamericano en el que frívolamente aparece lo que
entonces era el mundo moderno » y particularmente conocido por su primera estrofa:
Desde las puertas de « La Sorpresa »
hasta la esquina del Jockey Club
no hay española, yanqui o francesa
Ni más bonita ni más traviesa
que la duquesa del Duque Job.
Es de notar que Gutiérrez Nájera concebía la literatura como una forma de pintar la
problemática moderna y contribuir a la creación de un mundo mejor, por lo cual se
diferencia de los autores modernistas, considerados muchas veces como autores aislados
en su torre de marfil, rechazando cualquier postura política.

Sus crónicas
Las crónicas de Gutiérrez Nájera se caracterizan por el uso de la primera persona. A la
frontera del testimonio y del cuento, son reflexiones en torno a la literatura, a las
costumbres y los paisajes mexicanos y a sus viajes dentro de la República. Este poeta que
nunca salió de México, pero conoce todo de Europa a través de la literatura, se inspira
de los parnasianos franceses y compara su realidad con la de los autores europeos que
admira.

Llama la atención su tendencia a « ficcionalizar » los eventos contados. Efectivamente,


sus crónicas representan un vaivén constante entre realidad y ficción. A través de la
narración de un sujeto literario, el autor narra acontecimientos de los cuales fue testigo
directo, de los que se enteró gracias a un amigo o por una carta que recibió. Es el caso en
la crónica « El secreto » que se puede encontrar en la antología de Alfredo Maillefert
publicada en 1973.

Tengo en el más oculto cajón de mi bufete, entre la pequeña ánfora que guarda las hojas,
marchitas ya, de un heliotropo, y la cubierta en que he encerrado cuidadosamente mi
abono á la ópera cómica, una carta que sólo yo he leído todavía, y que recomendando el
secreto más profundo, voy á poner ahora ante los ojos de los que con más ó menos
curiosidad leen mis artículos. Confieso que me considero incapaz de enseñar esta carta á
algún amigo; temería, sin ir descaminado en mis temores, cometer un delito inexcusable,
al romper el sigilo que se me encomienda; la voz de mi conciencia asustadiza, tal vez y sin
tal vez, no me dejará concluir la lectura de esas líneas; romper así el secreto, es una falta;
revelar á un amigo las confidencias que otro nos ha hecho, es, á no dudar, un crimen no
previsto suficientemente por el Código; y yo, que me precio de reservado, que soy incapaz
de revelar á nadie los secretos más ó menos graves que se me confían, he decidido hundir
en el misterio más completo la misteriosa carta de que hablaba. He aquí la causa por qué
la publico.
Esta introducción de lo ficcional para introducir un tema polémico o de actualidad es lo
que diferencia el cronista del reportero. Como se puede leer en la segunda edición de
sus Obras, publicada en 1995, Manuel Gutiérrez Nájera parece muy consciente de ello:
« Es necesario que la pluma del cronista tenga alas de colibrí y que sus dientes muerdan
de cuando en cuando, pero sin haber sangre. Debía haber dicho con mayor verdad: es
fuerza que la pluma del cronista pellizque con los labios. De otro modo, la crónica oscila
entre la gacetilla incolora y el artículo descriptivo ». Además de diferenciarse del
reportero al estilo considerado como pobre, Gutiérrez Nájera utiliza la crónica como
forma de experimentar con la lengua, en búsqueda de una perfección formal, de allí el
estilo muy literario hasta a veces lírico de sus producciones periodísticas.
Pero poniendo la forma de lado, las crónicas najerianas tratan de temas tan frívolos como
graves. Sin duda, el panorama de los temas que aborda es impresionante: desde la vida
mundana en México hasta la descripción del terremoto de Charleton en 1886, pasando
por reflexiones críticas sobre el lenguaje, la política o la organización social. Y es
justamente gracias a este estilo característico que Manuel Gutiérrez Nájera logrará
sensibilizar a sus lectores sobre múltiples aspectos de la modernidad, por lo cual le vale
hoy en día ser considerado como el que introdujo la crónica moderna en México.

Amado Nervo
El autor
Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz, conocido como Amado Nervo (1870-1919), es un
poeta y prosista mexicano de la época modernista. Como la mayoría de los autores de su
generación, Nervo es conocido por su poesía, pero es menester recordar que fue también
un cronista importante, lo que se puede verificar con la profusión de textos publicados
en la prensa y por las recopilaciones que se pueden encontrar. La primera, Mis filosofías,
es una selección de ensayos y crónicas recopilada por Nervo mismo. Luego vienen dos
otros libros póstumos, Obras Completas, Vol. XXV: Crónicas, 1921 y Obras I. Crónicas.
Lunes de Mazatlán (Crónicas, 1982-1894), 2006.
Amado Nervo empieza a escribir artículos como reportero en El correo de la tarde de
Mazatlán, entre 1892 y 1894. Se muda luego a la ciudad de México en donde colaborará
para El Mundo Ilustrado (1894-1900) y El Nacional (1895-1896) bajo los seudónimos
Tricio, Triplex y Rip-Rip.
Sus crónicas
Las crónicas de Nervo son, ante todo, una larga reflexión sobre la modernidad, los gustos
y costumbres de la época, denuncia en particular la exhibición que se hace cada vez más
presente en las calles de la capital mexicana, como en su crónica « Las exposiciones » o
la obsesión por el ascenso social. Se ofusca también contra los gustos de los lectores de
su época, demasiado frívolos a su parecer. A diferencia de la prosa najeriana, las crónicas
de Nervo se acercan más al ensayo que al cuento y el « yo » casi está excluido de su
producción periodística así como todo tipo de acción. En cambio, el lector se confronta a
una profusión de descripciones, de reflexión casi filosófica sobre temas de actualidad o
problemáticas de su época. En su crónica « El optimismo » subraya el auge del poder
económico en este nuevo mundo moderno:

« Cada época trae su enfermedad, pero también encuentra su remedio. Las panaceas se
suceden a través de los siglos, paralelamente a las dolencias, y no ha habido ninguna que
carezca de eficacia real... a condición de emplearla con fe.

La característica de nuestro tiempo es la fiebre del negocio, la ávida busca del bienestar
material, el ansia de placeres inmediatos, el desenfrenado amor a la riqueza. La vida en
las grandes ciudades adolece de una vibración formidable y la consecuencia natural de
todo esto es la neurastenia ».

Asimismo, los avances científicos y tecnológicos aparecen como un tema recurrente en


su obra periodística, como lo pueden comprobar las crónicas « Los sabios y el misterio de
la vida », « Sobre el misterio », « La muerte del ateísmo » y muchas otras. A nuestro
autor, conocido por su poesía mística, le llamará en particular la atención el paso
paulatino de una fe religiosa a una científica.
Pero Nervo no se complace con esas reflexiones sino que usa también la crónica como
material de juicios literarios, « La brújula » sería el ejemplo más relevante de esa
categoría puesto que consta de una lista de libros que el autor aconseja a sus lectores.
Las crónicas « La literatura española y la portuguesa. El concepto francés de cada una de
ella » y « La mujer y la literatura española contemporánea » ofrecen también algunos
juicios interesantes. Esos textos, que a primera vista son más bien una transcripción de
las costumbres literarias en Europa se pueden leer también como un pretexto utilizado
por Nervo para hacer el elogio de algunos autores y criticar a otros. Aunque en la mayoría
de sus testimonios del viejo continente da a conocer la actualidad y las costumbres de
los países que visita, aprovecha también su experiencia en Europa para redactar,
ocasionalmente, unas crónicas de viaje.
Finalmente algunas crónicas, menos frecuentes, introducen formas de relato, es el caso
de « El hombre nuevo », crónica contando el regreso a casa de un trinchero francés. Pero
en este mismo cuento, inevitablemente, Nervo regresa a la reflexión y la historia de este
hombre nuevo se reduce, entonces, a una parábola introductora.

Las crónicas nervianas se podrían definir, pues, como ensayísticas y filosóficas. Entre
galicismos, búsqueda de renovación lingüística y gracias a su inestimable testimonio de
una época clave de la Historia, Nervo se inscribe en la prosa modernista mexicana como
un autor cosmopolita y defensor de la identidad latinoamericana. Sin embargo es
interesante notar que su obra en prosa ha sido muy poco estudiada hasta ahora, y sólo a
partir de los años dos mil se empezó a estudiar sus crónicas.

José Juan Tablada


El autor
José Juan Tablada (1871-1945) es un poeta y cronista mexicano del final de la época
modernista. Su obra, muy radical, representa la pasarela entre los modernistas y los
vanguardistas. Tablada empieza a publicar textos a los diecinueve años para El
Universal y en 1898 apoya la creación de la Revista moderna. Este joven autor se
caracteriza por su oposición a Francisco Madero y su apoyo a Victoriano Huerta (dos
líderes de bandas revolucionarias distintas opuestas a Porfirio Díaz, en el contexto de la
Revolución Mexicana). Su implicación en la vida política lo llevará a tomar puestos
diplomáticos en Japón, Francia, Ecuador, Colombia, Venezuela y Estados Unidos. Sus
viajes a Japón y a París así como su exilio a Estados Unidos (tras la derrota de Huerta en
1914) serán para él motores de escritura, pues aprovechará para escribir crónicas de
viaje. Durante su estancia en Japón será responsable de una columna dominical titulada
« En el país del sol », para la Revista moderna, aunque también publicó artículos para
la Revista Azul, El Mundo Ilustrado y Revista de Revistas. Asimismo, la mayoría de sus
crónicas escritas en Estados Unidos se pueden encontrar hoy en día en las archivas de las
revistas El Excélsior o El Universal. Años más tardes, él mismo empezará a confeccionar
unas recopilaciones de esas crónicas: Hirochigué el pintor de la nieve y de la lluvia y de la
noche y de la luna (1914), En el país del sol, crónicas japonesas (1919). Es de notar
también que varias antologías suyas fueron publicadas después de su muerte, es el caso
por ejemplo de Los días y las noches de París: crónicas parisenses (1988) o La Babilonia
de Hierro. Crónicas neoyorquinas (2000).
Sus crónicas

Este ciudadano del mundo se diferencia de los dos autores anteriores por la naturaleza
de sus crónicas. Efectivamente, es de notar que el cronista mexicano se especializa, como
el guatemalteco Henrique Gómez Carillo, en la crónica de viaje, muy de moda en aquella
época. Sus crónicas, casi escritas a la manera de un diario, son un testimonio de los viajes
que hizo. Relata los trayectos en barco, en tren -en los paisajes descritos se puede percibir
la lírica modernista y la búsqueda recurrente de efectos sensoriales-, cuenta también su
experiencia en los países que visitó, su asistencia a piezas de teatro, a ceremonias. Otra
parte de sus crónicas de viaje se emplea en analizar los usos y costumbres con los que se
enfrenta. Redacta igualmente artículos informativos e históricos. En su crónica « San
Felipe de Jesús », por ejemplo, ofrece un testimonio de su viaje al lugar de crucifixión del
santo y aprovecha para comunicar algunos datos históricos sobre este acontecimiento.
En sus crónicas neoyorkinas, Tablada ofrece también un análisis político de la situación
de Estados Unidos así como transcribe la actualidad del vecino del Norte, un poco a la
manera de José Martí cuando escribía desde el exilio los textos que se compilarán más
tarde en el texto que conocemos hoy en día como Nuestra América). Finalmente, como
los otros autores modernistas mencionados anteriormente, Juan Tablada utiliza la
crónica para proponer unas críticas literarias y artísticas. Es de notar que nuestro
modernista se interesa particularmente a las obras plásticas, como se puede ver en su
crónica « Los templos de la Shiba » en el cual, siempre a modo de testimonio, nos
transporta describiendo cada detalle arquitectónico y cada pieza que se encuentran en
el sitio. Asimismo, esa pasión por la pintura lo llevará a difundir en Estados Unidos el
trabajo de artistas como Rivera, Siqueiros y otros, gracias a la organización de múltiples
exposiciones.
Con sus descripciones prolíficas, su pluma rebuscada y su tono testimonial, Tablada
ofrece pues un viaje al lector mexicano de los principios del siglo pasado a través de las
calles de París, Tokio o Nueva York para satisfacer los gustos cosmopolitas de aquella
época.

Conclusión
Si ya hemos dicho que la crónica es un género híbrido, es menester subrayar que esta
ambivalencia permitió a los autores modernistas encontrar a través de ese material un
lugar para desarrollar y afirmar un estilo propio. La crónica modernista embarca
entonces, tantos géneros, temáticas y sensibilidades como autores que contribuyen a su
evolución. Es de notar, sin embargo, que la crónica tal como la hemos tratado
anteriormente (una manifestación literaria dentro de publicaciones periodísticas)
desaparece paulatinamente con el final del modernismo. Efectivamente, la
profesionalización del periodista excluye la literatura del mundo de la prensa a medida
que los gustos de los lectores van buscando cada vez más información concisa y objetiva.
De la misma forma, en la literatura lo real deja lugar a lo imaginario con la llegada de las
vanguardias latinoamericanas y de los « ismos »: con esas corrientes los poetas rechazan
las normas literarias impuestas a través de la historia literaria y buscan a alejarse de la
realidad mortífera que les rodea (primera guerra mundial, guerra civil española, etc.).
Paralelamente, la crónica deja espacio a otra forma en prosa reconocida por su brevedad:
el cuento. Este género se considera, hoy en día, como una singularidad de la literatura
latinoamericana y fue manejado por grandes figuras del siglo XX como Borges, Cortázar
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