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Universidad Icesi

Facultad de Derecho y ciencias sociales

Maestría en Estudios sociales y políticos

Clase: Ética, Estado y sociedad

Christian Erazo

Nicolás Ulloa

23 de febrero 2019

Taller 01

1. Grosso modo, podríamos decir que el caso de las chuzadas del DAS comporta dos dimensiones
de un problema ético. En primer lugar, el problema ético visto desde la acción que lleva a cabo
el político, en este caso el presidente de la república. Por otro lado, el problema ético abordado
desde la acción que lleva a cabo el funcionario del DAS al que se le ordena llevar a cabo las
chuzadas y las investigaciones a los miembros de las Altas Cortes, magistrados, periodistas y
demás.

En cuanto a lo que concierne al problema visto desde la primera óptica, se puede analizar desde la
mirada maquiavélica, es decir, desde una lógica en la que la esfera política y la esfera ética se
encuentran desligadas entre sí y, en consecuencia, sus parámetros de lo bueno y lo malo difieren el
uno del otro. Desde la esfera política Uribe, el presidente de momento, aparece como un buen político
en la medida en que sabe acaparar el descontento de una buena parte de la población. Después del
fracaso de los diálogos de paz en el Caguán que buscaba el fin del conflicto armado por vías pacíficas,
Uribe logra leer los sentires, las frustraciones y las percepciones posteriores de las masas. La gente
quería acabar el conflicto a como de lugar, aunque ello significara encrudecer la guerra. Bajo ese
panorama es que Uribe logra captar dichos ánimos y multiplicarlos a través de su carisma y su manera
de interpelar a las emociones de la población. Dicho de otro modo, Uribe promete a las masas que lo
ponen en el poder lo que ellas le exigen; aunque ello implicase métodos por fuera de la ley y que, en
últimas, trasgredían la estabilidad de la estructura burocrática estatal. El caso de las chuzadas, viene
a ser uno de esos ejemplos concretos. Bajo esta lectura maquiavélica, Uribe aparece como un buen
político, puesto que sabe capturar las necesidades de la gente y cumplir con sus demandas; mientras
que, al mismo tiempo, logra su verdadero cometido, esto es, mantenerse en el poder. Aunque, para
lograr dicha empresa tuviese que hacer cosas que desde la esfera ética son concebidas como malas.

Ahora bien, el problema toma otro rumbo cuando se mira desde la óptica de la acción llevada a cabo
por los funcionarios del DAS. Después de que salió a la luz que el DAS había interceptado teléfonos
y correos electrónicos de diferentes figuras públicas del país, se evidenció que altos funcionarios del
Estado le solicitaban al DAS que realizara esas interceptaciones. Consideramos que, por parte de los
detectives del DAS, aceptar esa peticiones involucra un problema ético que da cuenta de la oposición
de dos formas de racionalidad ética. En primer lugar, las que se derivan de los textos del Critón de
Platón y, en segundo, El político y el científico de Max Weber. El primer texto plantea un modelo de
ética clásico, el cual enfatiza que la ética pública requiere, más que conocer y aplicar una norma,
discernir, reflexionar, saber relacionarse con el bien y el mal, o saber cuándo y cómo acatar una regla.
El segundo, en cambio, describe un modelo en el que la ética pública implica un sacrificio de dicho
razonamiento crítico, pues consiste, sobre todo, en obedecer principios o normas derivados de una
organización burocrática racional-legal. Desde la perspectiva weberiana, los funcionarios del DAS
sacrifican su postura crítica, o la capacidad de disentir ante las solicitudes de realizar interceptaciones
a figuras públicas, porque la estructura burocrática los ha llevado a creer que lo correcto es tomar
decisiones basadas en leyes u órdenes de otros. En este caso, el conflicto ético es entre la libertad
ética individual y los imperativos éticos institucionales: un funcionario podía no estar de acuerdo con
las chuzadas, pero no podía dejar de realizarlas porque eso significaba ir en contra de representantes
de la institucionalidad y, por lo tanto, de la estructura burocrática estatal misma. Los funcionarios
podían considerar que las chuzadas se realizaban para proteger el Estado del clientelismo y el
narcotráfico. Aunque las chuzadas son ilegales, el marco ético para realizarlas y validarlas fue
provisto o apoyado por el Estado.

2. El caso de las chuzadas del DAS refleja un típico caso de manos sucias o de ethics for adversaries
si se mira bajo la óptica weberiana y su modo de analizar la estructura formal estatal y el papel del
funcionario público. En términos éticos, como se mencionó líneas arriba, Weber descubre que para
que la forma de dominación moderna (a través de la ley, the rule of law) prime sobre las formas
premodernas de dominación (caudillistas y basadas en la tradición) es necesario no solo que la
estructura burocrática no sea regida por personalismos e intereses privados sino que todos aquellos
operarios que articulan y ponen a andar la maquinaria estatal obedezcan la ley. En otras palabras, para
que la organización burocrática del Estado no sea dirigida por los intereses de aquellos que lo manejan
periódicamente, es necesario que existan unos principios universales bajo los cuales estos se rijan. A
esto se le concibe como la ética del funcionario público. En este sentido, la ética pierde una de sus
razones de ser, esto es, su carácter reflexivo y crítico. Solo en la ética concebida bajo esta definición
tiene cabida el caso de las chuzadas bajo la óptica de la ética para adversarios; puesto que es el único
escenario posible en el que realmente se puede justificar este tipo de actos que, en su esencia ética,
son actos malos que, a su vez, conllevan a efectos negativos pero que son ejecutados con el fin de
mantener la estructura burocrática moderna y lo que algunos politólogos llaman the rule of law o el
imperio de la ley. En últimas, se podría justificar el caso de las chuzadas del DAS como un acto bueno
en términos políticos, puesto que busca preservar y mantener el orden y la ley que salvaguarda la
estructura burocrática moderna a pesar de que conlleve a acciones éticamente malas.

3. El funcionario público posee una estructura moral personal, un carácter que logra ser influenciado
por la organización burocrática en la que trabaja, es decir, la burocracia legal-racional influye en las
formas de pensar y actuar de los funcionarios: produce disposiciones corporales y mentales. En este
sentido, el límite ético del funcionario público está dado por la tensión entre sus convicciones y el
orden formal de la burocracia: para seguir las normas establecidas, debe sacrificar su postura crítica;
para seguir su postura crítica, debe sacrificar las normatividad burocrática. Ahora bien, los dos marcos
de acción pueden llevar a realizar el mal. Para pensar en una ética pública que restrinja la realización
del mal –y que nos incumbe a todos, no solo a los funcionarios–, consideramos que es necesario
concebir la ética como una práctica reflexiva, deliberativa, que implica reevaluar modos de vida,
ideas, prejuicios y formas establecidas de relacionarnos con otros, y que además se puede enseñar y
aprender. Una ética así nos conduce a no perder de vista el razonamiento crítico; a examinar cómo
actuamos y también las justificaciones de nuestros actos, y a pensar en la responsabilidad de lo que
hacemos, pero sin desconocer que los resultados de nuestras acciones dependen, hasta cierto punto,
de la contingencia.

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