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Sin el amor que encanta

la soledad de un ermitaño espanta.

¡Pero es más espantosa todavía

la soledad de dos en compañía!

Ramón de Campoamor.

Esta glosa poética de Campoamor sintetiza con precisión el estado final que con
frecuencia suele alcanzarse en el proceso de deterioro de una pareja: “la soledad
de dos en compañía”.

“De novios mieles, de casados hieles” rezar otro dicho, esta vez popular y más
prosaico, para describir igualmente el proceso seguido por muchas parejas cuya
relación, como suele ocurrir en general, está lleno de agasajos y de cumplidos en
su comienzo y de desafectos e incomunicación en su final, cuando termina.

Merece la pena caer en la cuenta de este proceso prácticamente universal, al


menos en la moderna sociedad occidental, con su pretendida libertad de
vinculación y su canto al amor romántico y a la elección libre de pareja, donde la
relación suele tener abundantes cosas positivas en sus comienzos, rayando con
frecuencia en la exuberancia, para entrar, con no menos exuberante frecuencia, en
un proceso, normalmente gradual, de deterioro hasta desembocar, en el mejor de
los casos, en la ruptura más o menos aliviadora; y en el peor, aunque no el menos
frecuente, en la institucionalización de la incomunicación o el ataque sutil o
mordaz en la fingida tolerancia cotidiana.
Ambas situaciones, la idílica del comienzo y la trágica de la ruptura, son de sobra
conocidas de todos, aunque sólo sea por su frecuencia; lo que no resulta tan
asequible, sin embargo, es el proceso que lleva de una situación a otra.

En este afán tan humano de buscar expresiones abstractas incluso para las
realidades más cotidianas y concretas, en el tema de la pareja siempre se lleva la
culpa el “amor”. El amor fue el responsable de juntar a la pareja, y el mismo amor
(o su desaparición, que viene a dar igual) la separa. Y así, después de encontrada
la explicación, todos tan contentos.

Otra constante humana, bastante retorcida por cierto, es la asociación entre


causalidad y culpabilidad. Ante la disolución de una pareja es frecuente
preguntarse, personalizando: ¿quién es el causante?, ¿quién es el culpable? Entre
las respuestas, como es sabido, las hay para todos los gustos: él, ella, los amigos,
el divorcio, el progreso, la crisis de valores... y hasta las mismas suegras. Así, en
resumen, el amor se va porque algo o alguien le echa.

En la mitificación del sexo —lo que suele ocurrir cuando éste se disfruta de forma
deficiente— es aquél el que suele llevarse con frecuencia la culpa. Y casi siempre
aparece la infidelidad o el adulterio como la hipotética causa más o menos remota
(el culpable) de la desavenencia.

Pero las cosas no son tan simples en los humanos, y aunque lo complejo no tiene
que ver con lo abstracto, ni mucho menos con idealizaciones más o menos
afortunadas. siempre es posible, sin embargo, hacer un análisis de la pareja,
especialmente de su relación y de las circunstancias que la rodean, y llegar a
formulaciones más pragmáticas y operativas respecto de las causas de su
deterioro; y lo que es más importante, de las posibles vías de su recuperación,
siempre que ello sea, no sólo posible, sino también deseado por los propios
interesados.

En cualquier caso, es importante destacar que una pareja es ante todo relación,
interacción, intercambio, dar y recibir, y es en este dinamismo donde se encuentra
la raíz del “amor” y donde fundamentalmente se han de buscar las causas tanto de
la armonía como del deterioro de una pareja.

Aunque sea accidentalmente, pues no es éste el lugar para extenderse sobre ello,
podemos decir algo sobre el omnipresente “amor”. El contenido semántico del
término, como es bien sabido, es desbordante e inespecífico, tiñendo
prácticamente cualquier forma de relación humana. En esta excesiva vaguedad y
sobreinclusión del término “amor” radica, precisamente, su mayor debilidad y
hasta el peligro de un uso indiscriminado del mismo, como puede verse en el caso
de la relación de pareja, donde el término es utilizado para explicar todo y,
lógicamente, acaba por no explicar nada.
El “amor romántico”, por otro lado, no parece ser sino una invención moderna,
acorde con el desarrollo y la materialización de la ideología liberal-burguesa y su
mentalidad individualista, base de la economía de mercado de la revolución
industrial. Esta revolución en los sentimientos (como la califican algunos autores),
que descansa en el deseo de ser libre emocional y sexualmente, se plasmó en el
hecho básico de asumir el derecho a la elección de pareja sobre la base del amor
romántico y la atracción sexual, Este importante factor del surgimiento del
sentimiento romántico fue, por otro lado y con bastante probabilidad, el
responsable del desarrollo de la familia nuclear moderna y del concepto de hogar
como retiro emocional y base de la felicidad de la pareja, todo lo cual pareció
acentuar el sentimiento de domesticidad, con, al menos, la importante
consecuencia del retiro de la mujer al hogar la perpetuación de su
correspondiente segregación de la vida pública.

La consideración de todos estos factores puede como se verá, ser importante,


sobre todo si se tiene en cuenta que buena parte de los problemas de pareja
arrancan o son simple expresión de una crisis más amplia en unos roles
convencionales socialmente asignados a la mujer y al hombre que aquélla se
empeña, en parte, en cuestionar y modificar.

El mismo hecho de la elección de pareja en el acto de enamorarse viene dado por


factores psicológicos mucho más concretos que las esotéricas y misteriosas
razones a las que suelen atribuirse estos sucesos. Los propios psicólogos
dedicados actualmente a la investigación de este campo están logrando notables
progresos en el desvelamiento de estas áreas tradicionalmente consideradas
irreductibles y enigmáticas.

Todas estas reflexiones en torno al espinoso tema del amor no tienen en última
instancia otra finalidad, al menos en nuestra intención actual, que la de llamar la
atención sobre la posibilidad y la necesidad de abordar las relaciones de pareja y
sus problemas sobre una base operativa y científica, en lugar de refugiarse en el
tópico inoperante de la simple sustitución de palabras. Y esto es precisamente lo
que intenta el libro que aquí prologamos, no limitarse a las grandes palabras sino
descender a los hechos y a la realidad concreta de la pareja y operativizar su
relación y sus problemas, para desde ahí no sólo vislumbrarlos sino poder
superarlos. Como dijo o debió decir alguien, “lo importante no es definir la
felicidad, sino lograr que los hombres sean felices”.

Esta concepción de la Psicología como servicio público y ayuda práctica en la


solución de problemas es lo único que puede sacar a nuestra profesión del
dominio de la simple especulación teórica, o del ámbito de lo esotérico e incluso
místico en que con demasiada frecuencia ha estado sumida. En el campo concreto
de los problemas de pareja, esta proyección práctica de la Psicología científica
actual se está revelando de gran utilidad, como lo muestra el mismo libro objeto
de este prólogo, hasta el extremo de que yo me atrevería a proponer para nuestro
país, ahora que ya existe una regulación sobre el divorcio, la posibilidad de
disponer de la asesoría de psicólogos previa a la tramitación del divorcio, con
objeto de que las parejas tengan la oportunidad, si lo desean, de replantearse su
relación agotando las nuevas posibilidades que la Psicología ofrece para resolver
los conflictos de pareja.

Un aspecto adicional a tener en cuenta en la terapia de parejas es el de la base


teórica en que se fundamenta. En la actualidad distintos enfoques teóricos ofrecen
estrategias terapéuticas diferentes para abordar estos problemas. Entre ellos cabe
mencionar el enfoque psicoanalítico, el estructural, el de la teoría de sistemas y el
conductual Salvando méritos específicos de cada uno de los enfoques, y sin ánimo
de polemizar sobre los mismos, sí nos atrevemos al menos a afirmar, en base a las
necesidades y demandas prácticas de la psicología actual que antes
comentábamos, que el enfoque conductual, además de sintetizar en cierta medida
algunas de las características de los demás enfoques, reúne en sí las
fundamentales ventajas de ser operativo, funcional y orientado a la resolución
práctica de los problemas. Pero, sobre todo, tiene el mérito de ofrecer unos
resultados prácticos no igualados por ninguno de los enfoques alternativos.

El libro objeto de este prólogo, “Terapia de parejas” (el primero que sobre el tema
se escribe en español) está centrado en el enfoque conductual, y como tal reúne
todas las características antes mencionadas. No obstante, a estas ventajas
generales del enfoque cabe añadir otras específicas del libro en sí. Ante todo, es
de destacar el enfoque práctico del libro, cuyo centro de atención está puesto en
transmitir al lector cómo enfrentar de forma constructiva los problemas de parejas,
a través, primero, de una formulación y una intervención operativa y
fundamentalmente constructiva sobre los problemas.

Aunque el enfoque teórico del libro, como destacan sus autores en el título, es el
conductual, éste es entendido de forma abierta y actual, como es propio del
enfoque en nuestros días, y no del modo simplista y reduccionista censurado por
muchos y realmente adoptado por el conductismo en algún tiempo pretérito de
su historia. Quizás sean obvias estas aclaraciones y no mereciera abundar en ellas,
pues evidentemente los conductistas han avanzado con el conductismo y el
conductismo con los conductistas hasta incluir, explicar y resolver problemas cada
vez más complejos, y lógicamente su estructura teórica ha evolucionado en el
mismo sentido haciéndose más flexible e incluyente. No obstante, nos permitimos
hacerlas como una llamada de atención para aquellos que sigan aferrados de
forma inflexible a la evocación de cierto contenido semántico del término
conductismo e incluso a la fantasía futurista de cierta praxis política y
humanamente objetable. En definitiva, nos dirigimos a todos aquellos que recelan
del enfoque conductista más sobre la base de prejuicios (en el sentido propio del
término de juicios previos) que sobre el conocimiento profundo y la reflexión
desapasionada y sincera sobre el mismo. Á todos ellos les pediríamos que lean
detenidamente el libro y que después de leído reflexionen sobre sus juicios
previos en tono al conductismo y traten de evaluar si los conceptos y la praxis
vertidos en este libro, básicamente conductista, responden a esos juicios que se
habían formado sobre ellos.

En cuanto a las características estructurales del libro en sí, todas ellas, tanto la
distribución del contenido como el propio contenido (nada simple y de gran
amplitud, por cierto) igualmente su forma de presentación, todas ellas, repito,
abundan en la preocupación básica de los autores de hacer un libro práctico y útil
para cualquier persona que pudiera leerlo, pero especialmente para el profesional
de la psicología enfrentado con los problemas de la pareja.

El libro, en síntesis, como la propia trayectoria de los autores del mismo, tiene,
sobre todas, las virtudes de su practicidad y su amplitud de enfoque y sirve
adecuadamente al ideal que debe guiar nuestra profesión y que anteriormente
expresábamos al afirmar que “lo importante no es describir la felicidad, sino hacer
que los hombres sean felices”.
Madrid, octubre de 1981
José Antonio l. Carrobles
Universidad Autónoma de Madrid

Nuestro agradecimiento más sincero a todas las personas que han colaborado en
la creación de este libro. A Isabel Pellicer y al equipo Luria por sus aportaciones y
sugerencias inestimables, a Blanca Serrat por su ayuda mecanográfica y a Ernesto
López por su apoyo entusiasta.

Vaya también nuestro agradecimiento a Emilio Ruiz y Rosaura García por sus
dibujos, de indudable valor didáctico, y a Miguel Paredes, quien nos “tentó” y
animó para escribir este libro.
Introducción

La aplicación de la aproximación conductual al tratamiento de los problemas de


pareja es de reciente y creciente desarrollo. Aunque probablemente este
fenómeno se deba, en parte, al auge que la Ciencia de Comportamiento viene
experimentando en los últimos. años, no podemos por menos que recurrir a otro
tipo de factores para explicar el que la terapia de pareja haya llegado a ser una
modalidad de tratamiento cada vez más popular.

Un factor muy relevante, casi con toda seguridad, es el cambio experimentado en


las últimas décadas por la estructura familiar. En efecto, la creciente
industrialización de la sociedad, la liberalización de las costumbres, el desarrollo
de las reivindicaciones feministas..., han alterado los papeles de los miembros de
la pareja y facilitado la manifestación de sus conflictos. La mujer comienza a tener
acceso a la educación, al mundo del trabajo, se cuestiona su papel de madre
“sacrificada” y esposa “sumisa”, y exige condiciones de igualdad y hombre, por
otra parte, en la medida que su papel empieza también a ser cuestionado, sufre
de algún modo esta situación.

La sociedad industrial que conocemos conlleva otros factores que condicionan


hábitos de vida y de relación interpersonal poco adecuados para lograr una
comunicación efectiva. El rápido crecimiento incontrolado de ja vida urbana, y las
tasas de sobreexplotación, con exceso de número de horas de trabajo y
transporte, vienen a ser algunos de los más representativos. Estas condiciones de
vida restringen considerablemente lo que en términos conductuales
denominamos las redes de reforzamiento social. Es decir, no existe tiempo para
visitar a los amigos, vecinos y miembros de la familia. La red de individuos que
proporcionan refuerzos sociales (elogio, afecto, relación) se reduce a su mínima
expresión: al otro miembro de la pareja, y cada uno de los "componentes de la
misma pasan a ser casi exclusivamente dependientes del reforzamiento social del
otro.

De este modo, se están sentando las bases sociológicas necesarias para la


insatisfacción en la vida de pareja como una parte más de la insatisfacción
individual y colectiva en el seno de una sociedad que genera estas condiciones de
vida. En la pareja, en particular, esta “dependencia” a que aludimos determina a
menudo demandas recíprocas de afecto y de atención tan apremiantes que
ambos encuentran difícil de satisfacer. Por otra parte, el tiempo de ocio y recreo,
ya de por sí limitado, lo ocupa de manera abusiva la televisión, que introduce en
los hogares el “silencio del espectador” y reduce al mínimo las oportunidades de
intercambio conversacional y de cuantas actividades placenteras pudieran
planearse.

Existen también, sin duda, otros elementos sociológicos que introducen


probablemente factores explicativos adicionales para entender esa demanda
creciente de ayuda profesional a la pareja. Uno de estos elementos es la debilidad
de uno de los miembros de la pareja respecto del otro. A pesar de las
reivindicaciones feministas y del desarrollo social persiste en la mujer una
situación de discriminación en los campos de la educación, laboral y social en
general con respecto al hombre. Si las oportunidades de contacto y refuerzo Social
se restringen considerablemente para éste, en un amplio sector de mujeres llegan
a alcanzar cotas que raya, en el auténtico aislamiento social. La mujer se con. vierte
así en un ser aún más dependiente del refuerzo social proporcionado por el otro.
No es raro ver en nuestras consultas mujeres con cuadros depresivos que se
resuelven con relativa facilidad tras conseguir un incremento de contactos sociales
y oportunidades de ser reforzada por su pareja.

En otros casos, cuando la mujer tiene la oportunidad de trabajar fuera de casa, no


es raro que se vea sometida a dobles jornadas de trabajo, ya que las tareas
domésticas suelen recaer en ella.

Todas estas condiciones presionan y facilitan el conflicto en la pareja. Unas veces


vendrá manifestado a través de una sintomatología depresiva en uno de ellos,
generalmente la mujer, o en ambos; y otras a través de enfrentamientos, conflictos
o de una declaración directa del tipo “¡Así no podemos seguir!”

Hasta fechas recientes, y aún hoy día en que la profesión del psicólogo se
introduce tímidamente en nuestro país, el conflicto se ha venido abordando desde
posturas muy simplistas e impregnadas de un gran misticismo e ideologismo. El
que fuera canónigo de Vitoria, E. Enciso, se preguntaba (Ferrándiz y Verdú, 1974):
“¿Por qué hay tantos matrimonios desgraciados y tantos otros que, sin llegar
precisamente al nivel de desgracia, no son felices?” Él mismo se respondía...
“porque abundan mucho las mujeres casadas que no saben callar, ceder, sonreír...
la culpable es la mujer... Dios ha dado al hombre la fuerza de los puños y, en
compensación, ha entregado a la mujer la fuerza de la sonrisa”. En otra parte
(Ferrándiz y Verdú, 1974) aconseja “técnicas” muy concretas como método de
superar los problemas de la pareja: “...ya lo sabes: cuando estés cansada, jamás te
enfrentarás con él, ni opondrás a su genio, tu genio, y a su intransigencia la tuya.
Cuando se enfade, callarás, cuando grite, bajarás la cabeza sin replicar; cuando
exija, cederás, a no ser que tu conciencia cristiana te lo impida. En este caso no
cederás, pero tampoco te opondrás directamente: esquivarás el golpe, te harás a
un lado y dejarás que pase el tiempo. Soportar [el subrayado es nuestro], esa es la
fórmula... Amar es soportar”.

A través de estos consejos del canónigo E. Enciso queda reflejada con claridad lo
que ha sido la actitud de ciertos sectores de la Iglesia Católica que, de modo
generalizado y prepotente, han impregnado en nuestro país la vida de pareja y
familiar durante muchos años. Esta mistificación e ideologización, aparte de
plantear como única alternativa la resignación, se ha convertido, en no pocos
casos, en fuente de inadaptaciones. Por poner algún ejemplo, aún no faltan
mujeres en nuestra consulta, con problemas de inadecuación sexual, que han
tenido una historia de aprendizaje muy mediatizada por su “director espiritual” y
con pautas del tipo “cuando hagas uso del matrimonio trata de no disfrutar...
piensa en otra cosa...”. El consejero espiritual es quien ha asumido durante muchos
años, y aún hoy día, la función de asesor o terapeuta familiar y de pareja; podía,
evidentemente, tener una gran voluntad e interés por solucionar cuantos
problemas le llegaban, pero generalmente carecía de planteamientos científicos
para afrontar con rigor una tarea tan compleja como es la relación interpersonal y
la comunicación en la pareja.

La gran resistencia cultural a asimilar planteamientos científicos en los temas


relacionados con el comportamiento humano ha sido una constante de nuestra
civilización. Los medios de comunicación de masas y la “prensa del corazón”
suelen ser exponentes representativos de “culturización” idealista en estos temas.
Por otra parte, la crisis profunda y sin precedentes por la que atraviesa nuestra
civilización, sometida a riesgos de catástrofes nucleares o ecológicas antes
inimaginables, tiende a poner en cuestión los valores positivistas del desarrollo
científico y tecnológico. Argumentaciones simplistas identifican a éste como la
fuente de todos los males. Existe una vuelta al idealismo o una reactivación del
mismo y, en medio de este clima emocional, el planteamiento científico, en su
aplicación a la pareja y al hombre en general, no está exento de críticas poco
argumentadas y generalmente apoyadas en meros juicios de valor. Los defensores
de estas posturas parecen olvidar que el desarrollo científico ha contribuido, con
aportaciones específicas, a aliviar gran parte del sufrimiento humano, El problema
no reside tanto en la naturaleza de la ciencia en sí misma como en los criterios de
su aplicación, en la utilización que el hombre hace del desarrollo científico y
tecnológico. Falla, en definitiva, el hombre y la estructura social que lo conforma,
Cuando Skinner (1969, pág. 35) comenta: “los métodos de la ciencia han sido
extraordinariamente eficaces dondequiera que se han ensayado, ¿por qué no lo
aplicamos entonces a los asuntos humanos?”, parece querer significar que una
alternativa para mejorar el mundo social de hoy debe pasar, si bien no
exclusivamente, por una profundización en el conocimiento científico del
comportamiento humano.

El saber popular, fiel reflejo del contexto cultural, y cuantos tímidos intentos se
hicieron desde una perspectiva algo más profesional han estado impregnados
también de cierto idealismo. El “estar o no estar enamorados” viene a ser el factor
causal relevante. Cuando una pareja “está enamorada” transcurren sus relaciones
con normalidad; en cambio los problemas comienzan cuando uno u otro “deja de
estar enamorado”. El amor se convierte así en el elemento explicativo por
excelencia: “el amor lo vencerá todo”. Claro está, “amor” es una palabra que no se
sabe qué define, cómo se adquiere ni cómo se pierde, y ante la que, por su falta
de concreción y operatividad, no sabremos qué hacer. El planteamiento derrotista
de la resignación no es ni más ni menos que una consecuencia lógica del
planteamiento idealista, vago e inconcreto del amor: “o se está o no se está
enamorado, y si no… ¡qué le vamos a hacer! ¡Resignación!

Otras tímidas alternativas desde el campo profesional, como decíamos más arriba,
se formulan en términos vagos e inespecíficos que resultan a la postre tan
inoperantes como el planteamiento simplista y causal del amor. Desde esta
perspectiva suelen ser “la pérdida de individualidad” o “la capacidad de sentir” los
elementos explicativos del desastre en la pareja. Aquí estamos, igual que antes,
ante expresiones verbales que no sabemos qué encierran y de las que caben
cuantas interpretaciones quieran hacerse.

No será hasta las dos últimas décadas y coincidiendo con el arraigo del psicólogo
clínico como profesional, cuando comienzan a irrumpir, de la mano de éste,
alternativas surgidas en la Psicología, entendida como disciplina científica que
estudia el comportamiento humano. Surge la Terapia del Comportamiento que,
lejos de los planteamientos vagos e inconcretos, realiza un intentó riguroso, y al
parecer efectivo, de aplicar una metodología científica al estudio, prevención y
tratamiento de cuantos problemas de comportamiento presenta el hombre en su
vida personal y de relación.

La aproximación de la Terapia del Comportamiento a la problemática de pareja es


altamente estructurada y explícitamente didáctica. Enfatiza los principios del
Aprendizaje y se orienta no sólo hacia el cambio de conducta sino también, y sobre
todo, hacia el entrenamiento en habilidades de cambio de conducta. En este
enfoque las parejas aprenden a realizar análisis funcionales de sus propias
conductas y de las de su compañero y a utilizar procedimientos específicos tales
como el reforzamiento positivo, el moldeamiento, etcétera.

El objetivo básico de este enfoque es el entrenamiento en habilidades de


comunicación y de solución de problemas con el fin de que la pareja resuelva, de
modo autónomo, no sólo sus problemas actuales sino también aquellos que en
un futuro pudieran plantearse. El terapeuta conductual de pareja no se centra en
la resolución de problemas específicos sino más bien en el proceso por el que las
parejas adquieren una serie de habilidades para llegar a solucionarlos.

El papel del terapeuta se parece al de un Maestro de habilidades de comunicación


que intenta que la pareja adquiera la competencia necesaria para funcionar con
independencia de él (Jacobson 1979). En este sentido constituye una
aproximación preventiva, en tanto en cuanto las parejas abandonan la terapia con
los medios suficientes para resolver sus problemas en el futuro, Este libro pretende
ofrecer una aproximación modesta al tema del conflicto de pareja y su tratamiento
desde esta perspectiva conductual. Está dirigido especialmente a cuantos
psicólogos salen de la Universidad sin una experiencia clínica suficiente y a los
profesionales que de algún modo tocan la problemática de la pareja. Por esta
razón, hemos tratado de exponerlo del modo más didáctico posible y atender a
los aspectos prácticos que un tratamiento de esta índole comporta.

El libro consta de cuatro partes diferenciadas. En el capítulo 1 se ofrece un


planteamiento teórico que está lejos de los modelos lineales simplistas del
condicionamiento clásico y operante. Basándose en el modelo mediacional
introduce elementos teóricos de la Teoría de la Comunicación y del Modelo de
Campo (Kantor 1978, Ribes 1980, Bayés 1980), con las matizaciones que el medio
de contacto normativo-social comporta en el intercambio conductual de una
pareja. El capítulo 2 ofrece una aproximación a los medios básicos de evaluación,
con una relación breve de cuestionarios muy utilizados en la misma. El capítulo 3
desarrolla algunas estrategias de intervención encaminadas a que la pareja
adquiera una serie de habilidades necesarias para resolver sus problemas de
relación. El Apéndice es la cuarta parte diferenciada del libro. En él se ofrecen
materiales (Cuestionarios, Guía de Trabajo, Guía de Sesiones...) de cierta utilidad
clínica para orientar el trabajo de aquellos profesionales que están iniciándose en
el campo de las relaciones de pareja.

En el libro utilizamos indistintamente términos como “marido / mujer”, “esposo /


esposa”, “compañero / compañera” para referirnos a los dos integrantes de la
pareja. La razón de ello es la gran relevancia psicológica de los mismos. Sin
embargo, no es nuestra intención prejuzgar la naturaleza sexual de una relación
de pareja. Consideramos que los principios que se exponen en este libro son tan
válidos, si bien con matizaciones, para una pareja heterosexual como homosexual.
Por otra parte, queremos llamar la atención del lector sobre el hecho de que,
aunque el contenido de este libro se desarrolla fundamentalmente desde una
perspectiva de tratamiento individual, sus presupuestos básicos no excluyen un
marco de intervención grupal o la inclusión de coterapeutas. Al contrario: puede
que estas modalidades sean las más idóneas.

Finalmente, deseamos que esta publicación sirva de estímulo a otros muchos


colegas que en nuestro país ya están aportando experiencias y trabajos muy
interesantes. Somos muchos, incluidos los autores de este libro, los que
necesitamos aprender de esa joven profesión que es la del psicólogo.
l. Aspectos teóricos

1.1. Conceptos básicos

El comportamiento humano no es aleatorio ni imprevisible, no ocurre “porque sí”


o porque haya algo intrínseco en el individuo que le comportarse como lo hace. Si
observamos con detalle, tenemos necesariamente que constatar un hecho: la
conducta de un individuo mantiene una regularidad en la interacción con su
ambiente. Éste hecho es precisamente el elemento empírico nuclear que nos
permite construir una ciencia del comportamiento y fundamentar la Psicología
como tal.

La moderna teoría del aprendizaje social, construida a partir de observaciones y


medidas cuidadosas, es uno de los soportes teóricos más importantes de esta
ciencia. Esta teoría sostiene que la mayor parte de los determinantes de la
conducta humana pueden localizarse en la relación dialéctica y continua que
existe entre el individuo y su entorno. Analizando aquellas circunstancias del
entorno que sistemáticamente covarían con las respuestas —conductas— de un
individuo, es posible establecer predicciones específicas sobre la recurrencia de la
conducta subsiguiente. Al decir “determinantes” no pretendemos inferir una
relación causal entre fenómenos, sino simplemente describir la relación funcional
entre algunas propiedades de un fenómeno determinado (frecuencia, latencia,
intensidad) y las de ciertos fenómenos antecedentes (Ribes, 1980).
1.1.1. Determinantes ambientales

Toda conducta tiene lugar en un contexto ambiental en el que hay circunstancias


y sucesos que la preceden y la siguen. El concepto básico que utilizamos para
describir estas circunstancias y sucesos que influyen en la conducta es el de
estímulo. Los estímulos pueden ser antecedentes y consecuentes, según que
precedan o siguen a la conducta en cuestión. Ambos tienen una influencia
controladora sobre la conducta. Por ejemplo, los ladridos de un perro, pueden
señalar o indicar que un desconocido se aproxima a la casa; el ambiente agradable
(música, comida preferida, velas, verbalizaciones del tipo “te he preparado algo
estupendo” …) que se encuentra la señora X al llegar a casa, puede indicar que con
toda probabilidad ocurrirá una relación de intimidad afectiva o sexual. Los
“ladridos” en el primer caso y el “ambiente agradable” en el segundo, son
estímulos antecedentes que señalan la probabilidad de que ocurran las conductas
de “acercarse un extraño” e “iniciación sexual” respectivamente. Por el contrario, si
el perro comienza a “menear la cola” o la señora X encuentra a su pareja con
“verbalizaciones exigentes y gestos de mal humor”, lo que ocurrirá probablemente
es que se aproxime un desconocido en el primer caso y que se inicie una discusión,
en el segundo.

Estos estímulos que preceden a una conducta adquieren el valor de señales


discriminativas, porque en el pasado estuvieron asociados repetitivamente con la
conducta a la que precede. Y ésta tiende a ser fomentada por dichas señales. Sin
duda la mayoría de nosotros hemos podido comprobar cómo determinados
lugares despiertan ciertas emociones positivas porque en el pasado los hemos
frecuentado realizando alguna actividad o tratando con personas que nos
resultaban muy placenteras. Por el efecto de estas señales discriminativas, puede
ocurrir también, que una pareja que trata de dialogar para alcanzar una solución
a algún problema planteado termine discutiendo, si lo hace en un contexto
estimular (cocina, casa...) donde habitualmente discute. Por el contrario, si eligen
otro lugar donde esto NO suele ocurrir (comiendo en un restaurante, dando un
paseo, etc.) es probable que la discusión no aparezca y se facilite así el diálogo.
Estímulos “aparentemente” inocuos pueden proporcionar mucha discriminación
estimular para la conducta de cada día, y pueden fomentar conductas-problema
o conductas alternativas, según sea la historia de aprendizaje. Por esta razón, la
preparación y cambio de los estímulos antecedentes debe ser una estrategia a
tener en cuenta en todo programa de terapia de parejas. Algunos autores
(Goldiamond, 1965) llegan incluso a recomendar un reajuste completo de la
situación estimular donde vive una pareja con conflicto, llegando hasta el cambio
de -muebles y del esquema de los cuartos de la casa; o bien, en algunos casos en
que el marido tiene dificultad para discutir con su mujer sin llegar a gritarla, que lo
haga en lugares semipúblicos, donde el gritar es menos probable que ocurra.
Los estímulos consecuentes pueden tener un doble efecto sobre la conducta que
les precede. En primer lugar, pueden incrementar la probabilidad de que la
conducta en cuestión se presente en el futuro. A estos estímulos se los denomina
reforzadores positivos, y reforzamiento es el proceso por el cual la conducta se
incrementa. Pueden ser reforzadores conductas tales como la intimidad física o
sexual, hacer regalos, detalles, caricias, salir a cenar, intercambio de afirmaciones
verbales positivas: elogio, agradecimiento, piropos, etc. Escuchar, abrazar, sonreír,
hablar y prestar atención son en general una clase de reforzadores que los seres
humanos estamos utilizando miles de veces cada día en nuestros contactos
sociales y como no en la relación interpersonal con nuestra pareja. Si alguien nos
escucha y nos atiende cuando hablamos, es probable que intentaremos de nuevo,
en el futuro, ese tipo de contactos sociales. Si la conducta de llegar temprano a
casa, por parte de uno de los miembros de la pareja, va seguida de consecuencias
agradables, es probable que en el futuro también repita ese comportamiento.

En estos ejemplos la conducta del otro de “escuchar”, “sonreír”, “preparar un


ambiente agradable” han actuado como reforzador es para incrementar las
conductas de reanudar el contacto social y volver temprano a casa. Por el
contrario, si cuando hablamos con una persona no nos escucha ni nos presta
atención, es muy probable que nuestra conducta de reiniciar el contacto social con
dicha persona se debilite y termine por desaparecer. Es decir, cuando una
conducta determinada no es seguida de reforzador es acaba por debilitarse. A este
proceso se le denomina extinción y suele jugar un importante papel en el
deterioro de muchas relaciones de pareja. Uno o ambos componentes de la misma
pierden, por su modo de comportarse, ese valor reforzante necesario para
mantener la relación. En otros casos puede ocurrir que nos resulte más gratificante
la relación con otra persona y que, por problemas de tiempo, ideológicos, etc.; se
cree cierta incompatibilidad con la primera, extinguiéndose así también nuestra
primitiva amistad.

Por esa razón, si se pretende conseguir el objetivo de que el niño lea el Quijote,
tendremos que ir poco a poco, gradualmente, reforzando todas aquellas
conductas previas que conducen a la meta final. A este proceso lo denominamos
moldeamiento, y a través del aprendemos conductas tan complejas como la de
vivir en pareja. A este proceso se denomina contracondicionamiento y suele ser
habitual en el deterioro de relación cuando existe un amante que se manifiesta
como alternativa a la pareja actual. También el fenómeno de hartazgo o saciación
tiene un efecto controlador en el comportamiento de ambos miembros dela
pareja. El valor reforzante de la relación puede perderse e incluso tornarse aversivo
por este fenómeno.

EI reforzamiento positivo es una consecuencia necesaria pero no suficiente para


el aprendizaje de una conducta. Es preciso que existan además unos requisitos
previos sin los cuales no puede aprenderse tal o cual comportamiento. Por
ejemplo, por muchos refuerzos positivos que demos y por grandes esfuerzos
que hagamos para intentar que un niño lea el Quijote, no lo conseguiremos si no
sabe leer. La conducta de leer es previa y requisito básico para leer el Quijote. La
discriminación verbal de las letras, el aprendizaje de la asociación de un sonido
con un signo escrito, etc., son a su vez requisitos básicos para aprender a leer.
Por esa razón, si se pretende conseguir el objetivo de que el niño lea el Quijote,
tendremos que ir poco a poco, gradualmente, reforzando todas aquellas
conductas previas que conducen a la meta final. Á este proceso lo denominamos
moldeamiento, y a través de él aprendemos conductas tan complejas como la de
vivir en pareja. Ni que decir tiene que una relación interpersonal gratificante y
compleja no llega a establecerse en toda su profundidad de modo repentino y
por refuerzos contingentes más o menos ocasionales. Desde el primer contacto
visual e intercambio de palabras entre dos desconocidos, hasta el
mantenimiento estable de relaciones íntimas y personales que pueden contraer
esas dos mismas personas, existe un proceso más o menos largo de mutuos
intercambios de refuerzos y gratificaciones. Este intercambio, para ser efectivo y
llegar al objetivo final: vivir en pareja, ha tenido que ir centrándose en aquellas
conductas que gradualmente han ido adquiriendo y han servido de soporte
básico de las siguientes.

Tanto en el aprendizaje de conductas adecuadas como en el cambio de


comportamientos que interfieren en una relación afectiva suele ser necesario
seguir este proceso de moldeamiento.

En segundo lugar, las consecuencias o estímulos que siguen a una conducta


pueden ser aversivos o no deseados. Lo más probable entonces es que tratemos
de escapar o evitar dichos estímulos. Cuando esto ocurre se experimenta un
cierto alivio por la eliminación de la estimulación dolorosa o no deseada, lo cual
refuerza la conducta de evitación o de escape y, por tanto, la probabilidad de
que ocurra dicha conducta en el futuro. Por ejemplo, la conducta de “llegar
temprano a casa” puede estar seguida de consecuencias no deseadas tales como
riñas, gritos... En este caso la conducta de evitación de “no llegar temprano a
casa” o, en casos extremos, “abandonar la relación de pareja” puede ser un
medio eficaz para eliminar consecuencias aversivas. Se aprende así a escapar de
la presencia de su pareja. Este proceso de aprendizaje mediante el cual aumenta
la probabilidad de que se produzca o se repita en el futuro la conducta de
evitación a determinados estímulos se denomina reforzamiento negativo. En las
parejas con relaciones deterioradas suele ser habitual, como veremos más
adelante, el uso frecuente de la estimulación aversiva. En ocasiones uno o ambos
miembros de la pareja utilizan el castigo como medio de eliminar conductas no
deseadas en el otro. El marido que insulta y grita a su mujer por haber llegado
tarde a casa está utilizando el castigo (gritos, insultos, amenazas...) como sistema
de control para que esta conducta no se vuelva a repetir en el futuro. El castigo
es una técnica de control que no parece ser eficaz a largo plazo, amén de que
suele tener serios inconvenientes (fomenta la agresividad y las emociones
negativas...).

Con estos sencillos ejemplos vemos que para comprender una conducta
debemos mirar más allá del simple acto y preguntarnos sobre las condiciones en
que se produce. En general una descripción de cualquier conducta nos plantea
una serie de interrogantes acerca del contexto (Antecedentes) en que tiene lugar
(¿cuándo?, ¿dónde?...) y de lo que sigue a su práctica (Consecuencias). El
conocimiento de los antecedentes y de las consecuencias, así como de sus
efectos combinados sobre el comportamiento, nos permite establecer cierto
control y predicción sobre el mismo.

Existe finalmente otra fuente de aprendizajes o de influencias con poder de


control sobre el comportamiento humano. Esta fuente no es otra que la que
proviene de observar lo que los otros hacen, piensan y sienten. Aprendemos a
comportarnos a través de modelos significativos de nuestra vida, como son los
padres, amigos, profesores, hermanos e incluso nuestra propia pareja. Basta
echar un vistazo a los juegos de los niños para darnos cuenta de que hablan y se
comportan con sus muñecos del mismo modo que sus padres reaccionan con
ellos. Una gran parte de los aprendizajes que hacemos a lo largo de nuestra vida
proviene de la observación e imitación de lo que hacer los otros. Aprendemos a
hablar, a realizar una operación quirúrgica, etc. por imitación.

Existen importantes experiencias acerca de los efectos de la observación sobre el


comportamiento del que observa, que han demostrado que muchas conductas
verbales, emocionales y motoras se aprenden, Conservan, evocan, inhiben y
modifican, por lo menos en parte, debido a sugerencias del modelo observado
(Bandura y Walters, 1974).

El aprendizaje por modelos, como ya veremos más adelante, nos facilita


increíbles recursos a la hora de intervenir en el tratamiento de la pareja.

En la relación interpersonal y, en concreto, en la relación de pareja, la conducta


de cada uno de los miembros de la misma tiene efectos mutuamente
controladores. Este control ocurre por la presencia o ausencia sistemática de
conductas de ambos miembros de la pareja, gratificantes o aversivas. Se
establece un proceso de influencia y control mutuo, recíproco y circular de
conductas y consecuencias (Jacobson 1979).

Veamos de un modo más matizado algunos aspectos de este proceso de


influencia.

1.1.1.1. Intercambio de reforzamiento

Lejos de la explicación vaga y simplista del amor, éste es un término que, en


nuestro marco conceptual, describe un comportamiento complejo, susceptible
de ser practicado mediante conductas específicas de tipo cognitivo, emocional y
motor. Decimos que una pareja “está enamorada” cuando el intercambio de
conductas que se establece entre ambos es reforzante o gratificante en algún
nivel.

La Ciencia del Comportamiento mantiene que el desacuerdo o conflicto en la


pareja está en función directa del bajo nivel de reforzadores positivos
intercambiados entre las partes. Sin embargo, esta hipótesis no prejuzga
necesariamente una explicación de tipo etiológico. Es decir, se puede afirmar que
las parejas con problemas intercambian menos gratificaciones que las parejas sin
problemas, sin implicación alguna acerca de cómo se desarrollaron esas
diferencias (Jacobson, 1979).

Estudios de observación interaccional, tanto en un marco de laboratorio como


en la vida real (Birchler, Weiss y Vincent, 1975; Vincent, Weiss y Birchler, 1975;
Klier y Rothberg, 1977; Robinson y Price, 1976; Gottman y al. 1977), dan apoyo a
esta hipótesis conductual. En los primeros se han encontrado consistentemente
tasas más altas de conductas castigadoras o aversivas en parejas con rencillas o
en conflicto que en las parejas sin conflicto. En los estudios realizados en base a
observaciones de los miembros de la pareja en el mundo real (Birchler y al. 1975;
Robinson y Price, 1976) se encontró que las parejas en conflicto registraron
menos “gratificaciones” y más “castigos” que las parejas sin conflicto. Estas
últimas suelen registrar, significativamente, conductas de comunicación más
positivas y menos negativas que los miembros de una pareja en conflicto
(Gottman, Notarius, Markman, Bauk, Yoppi y Rubin, 1976).
En estos trabajos (Wills, Weiss y Patterson, 1974; Jacobson, 1978) se
descubrieron también correlaciones entre conducta gratificadora o castigadora y
nivel de satisfacción de la pareja, es decir, que las parejas con problemas exhiben
interacciones menos gratificantes y más castigadoras que las parejas sin
problemas. Esta correlación significativa entre tasas de conductas aversivas y
conflicto en la pareja puede ser objeto de diferentes explicaciones alternativas
(Jacobson, 1979). O bien la deficiente interacción puede causar la aflicción en la
pareja, o ésta puede ser la causa de aquélla, o bien, ambas, interacción deficiente
y aflicción de la pareja, pueden ser efectos correlacionados de alguna tercera
variable causal no identificada.

1.1.1.2. Habilidad de comunicación y de resolución de problemas

Otro componente importante de la hipótesis comportamental es que las parejas


en conflicto son deficientes en habilidades de comunicación y de resolución de
problemas (Weiss, 1978). Estas parejas difieren de las no conflictivas en su
relativa inhabilidad para manejar sus problemas de un modo efectivo y originar
cambios en la conducta del otro miembro dela pareja cuando tales cambios son
deseables (Jacobson, 1979). Al parecer, suelen utilizar tácticas de control basadas
en el castigo y el reforzamiento negativo (Jacobson, 1979), es decir, intentan
influir en el otro mediante la coerción y la estimulación aversiva del tipo “críticas”,
“amenazas”, “regañinas”, “chantajes”..., para obtener el cambio que desean. Lo
cual, como es lógico, crea insatisfacción, interacciones tensas y evitación mutua.

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