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Jesús Salvador Aquinez Cázares

Profesor Federico Fernández

Literatura del siglo XIX

13 febrero de 2019

Werther como obra paradigmática del período romántico

El Romanticismo es el movimiento cultural originado en Alemania e Inglaterra cuya


dimensión temporal abarca desde finales del siglo XVIII hasta la primera mitad del XIX. Este
movimiento surge en oposición a las ideas de la Ilustración, dando importancia al individuo
y su cosmovisión del mundo antes que a su papel en la sociedad, oponiéndose así a las normas
de sencillez y equilibrio heredadas por el pensamiento Neoclásico, resaltando los
sentimientos del hombre, sus frustraciones y padecimientos.

La filosofía romántica se esparció por todos los rincones del continente europeo,
caracterizada por oponerse a las formas neoclásicas, obsesión por la muerte, exaltación de la
naturaleza y visión pesimista frente al mundo, permeó las diferentes manifestaciones
artísticas: Beethoven, Weber y Mendelssohn en música; Goya y Delacroix en pintura;
Goethe, Schiller y Poe en literatura, son sólo algunos de los nombres que resaltan por su
importancia dentro de este período. Dicha ideología no influyó únicamente en las expresiones
estéticas, sino en la vida del hombre ordinario. Carmen Bravo en su prólogo a Werther, de
Goethe, habla del hastío de la vida, el tedio y la desesperación que aquejan al personaje de la
novela, las cuales no corresponden solamente a los sentimientos de un amante no
correspondido sino a un descontento general de la juventud alemana de la época (11).

Siguiendo los preceptos de la ideología romántica, los autores abandonan la intención


moralizadora propia del Neoclásico y emprenden un viaje de exploración y profundización
de la psique del ser humano. Si bien en la estética neoclásica, se encuentran retratados los
vicios de la sociedad en un personaje o componente estructural de la obra –en Los viajes de
Gulliver de Jonathan Swift se critica satíricamente la condición humana del inglés del siglo
XVIII, en Latinoamérica, El Periquillo Sarniento de Joaquín Fernández de Lizardi aborda el
problema de la educación, preocupación general de la sociedad de la Ilustración– en el
Romanticismo predomina la exaltación del “yo”, se abandona la utilización del personaje
como símbolo social para dar paso a la elevación del ego. Los refinados Nocturnos de
Fryedryk Chopin reflejando la melancolía de su vida corroída por la tuberculosis, la
preocupación por el porvenir plasmada en el lienzo de El desesperado de Gustav Courbet y
por supuesto, las desventuras del joven enamorado Werther, son claros ejemplos de esta
nueva inclinación estética.

Específicamente en el ámbito literario, la novela de Goethe resulta trascendental para


entender la filosofía del Romanticismo, no sólo por su calidad artística sino por la influencia
que tuvo en la sociedad de la época, inspirando creaciones como la ópera Werther (1880) a
cargo de Jules Massenet y Édouard Blau u obras pictóricas como Leyendo Werther de Goethe
(1870) de Wilheim Amberg. Tal fue su influencia que la novela llegó a prohibirse en varios
lugares de Europa al desencadenarse una ola de suicidios cuando los lectores intentaron
imitar el destino del personaje. Dicho de otro modo, la novela de Goethe es una obra
paradigmática de la estética romántica: el ideal del amor, el papel de la mujer, la ruptura con
las formas tradicionales, la exaltación de la naturaleza, entre tantas otras características
propias de la estética decimonónica se desenvuelven e interconectan en una estructura cuya
finalidad es poner de manifiesto el imaginario colectivo de la época. Para sostener este
argumento es necesario recuperar las diferentes características del Romanticismo y cómo se
manifiestan en la novela de Goethe.

Werther y sus características románticas

La relación individuo-sociedad, adquiere en este período una dimensión distinta a la


del período Neoclásico, los ideales de la Ilustración, motor principal de esta ideología –bajo
los preceptos de libertad, igualdad y fraternidad– se ven debilitados ante la exaltación del
“yo” –uno de los pilares ideológicos del Romanticismo– reaccionando contra el despotismo
ilustrado del siglo XVIII que impulsaba el desarrollo político, económico y social de las
naciones sin la intervención y protagonismo de las masas no ilustradas. Esta revalorización
del individuo repercutió activamente en la creación artística, desterrando la visión del hombre
como engrane social. Bajo este estandarte se generan diversas innovaciones dentro de las
estructuras formales del arte.
En el ámbito pictórico del período Neoclásico se reflejaban los sentimientos de
igualdad, otorgando especial atención al individuo como componente social, de esta manera
los elementos estructurales figuraban en una organización que se oponía a la configuración
jerárquica en el cuadro, compartiendo el espacio pictórico personajes de clases, naturaleza y
formación diversa como puede observarse en La muerte de Sócrates de Jacques-Louis David.
El artista romántico por su parte ejerce su fuerza creadora enfatizando la conciencia del “yo”
como entidad autónoma –El caminante sobre mar de nubes de Caspar David Friedrich, por
ejemplo. Por otro lado, la estética musical clásica1 se basaba en el conjunto y amalgama de
sonidos coherentes entre sí, preceptiva que se ve reflejada en el paradigma de la orquesta
pues, dentro de este período, la organización espacial de los músicos en el escenario reflejaba
simetría, homogeneidad y principalmente equidad. Al entrar el siglo XIX nace la figura del
músico solista y el director. Focos de atención escénica dentro de esta nueva visión artística,
el concertino2 y el director, se desprenden del espacio concebido para la orquesta como
conjunto y adquieren un protagonismo sin precedentes en la historia de la música. La
literatura romántica transitó por el mismo camino.

La actitud aleccionadora de la filosofía neoclásica y su afán de revivir los modelos


clásicos se refleja en la literatura mediante la utilización de la estructura moralizadora por
excelencia: la fábula. Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte cultivaron esta forma como
el género didáctico por antonomasia. Las diferencias entre el estilo romántico y neoclásico
saltan a la vista al contrastarlas. La Fábula 1 de Iriarte representa los ideales y preceptos de
la filosofía neoclásica: “Allá, en tiempo de entonces/y en tierras muy remotas/cuando
hablaban los brutos/su cierta jerigonza/notó el sabio Elefante/que entre ellos era
moda/incurrir en abusos/dignos de gran reforma” (9). Al no dar una ubicación espacio-
temporal específica, Iriarte expresa la intención de crear un discurso universal. El animal que
representa la sabiduría no es sino el más grande de todos: el “Elefante”, resaltando la
principalía de la razón. Por último, los abusos y la recurrencia en ellos por parte de “los
brutos”, merecen una reforma, haciendo énfasis en el aleccionamiento de los individuos. En
Werther no podía ser sino su antípoda, el egocentrismo:

1
Corresponde al Neoclásico en las demás artes.
2
Solista
“Reina en mi espíritu una alegría admirable, muy parecida a las dulces
alboradas de primavera, de que gozo con delicia. Estoy solo y me felicito de
vivir en esta comarca, la más a propósito para almas como la mía; soy tan
dichoso, mi querido amigo, estoy tan sumergido en el sentimiento de una
existencia tranquila, que no me ocupo de mi arte.” (Goethe 23).

El aleccionamiento y la visión social del hombre frente al mundo no existen en la


estética del Romanticismo, el ego y la subjetividad representan los principales elementos para
la creación artística.

Otra característica romántica latente en la novela de Goethe es la melancolía y el


desencanto. Existe un desgarramiento emocional en la psicología del individuo, lamentando
la injusticia del mundo y la fugacidad de la vida anhelando una ventana de escape hacia la
felicidad por medio de la locura –“¡Entonces eras feliz! […]. Pero Señor, ¿estará escrito en
el destino del hombre que sólo pueda ser feliz antes de tener razón o después de haberla
perdido?” (Goethe 129)–, la inocencia –“Amigo mío: de este modo, con esta felicidad,
vivieron los venerables padres del género humano: tan infantiles fueron sus impresiones y su
poesía” (106), la ignorancia –“Si algunas veces me entrego con ella a los placeres que aún
quedan a los hombres […] con tal de que no se me ocurra entonces la idea de que hay en mí
otra porción de facultades que debo ocultar cuidadosamente¨ (27), o la muerte –“No veo para
esta mísera existencia otro fin que el sepulcro” (81).

El denominado héroe romántico es sin lugar a dudas una de las particularidades de


este período, oponiéndose a la figura del héroe universal del siglo XVIII el cual evocaba las
hazañas de los personajes en la épica grecolatina. En Werther, el personaje encarna las
virtudes y los vicios del hombre ordinario, el individuo no destaca por su valentía, coraje o
superación ante condiciones adversas, pero posee una personalidad y psicología bien
definidas. Dejando de lado las proezas épicas, el héroe romántico se enfrenta a problemas
comunes acordes a su naturaleza: “El embajador me hace pasar muy malos ratos, cosa que
ya tenía yo prevista. Es el tonto más puntilloso de la tierra; camina paso a paso y es
meticuloso como una solterona; nunca está satisfecho de sí mismo ni hay medio de
contentarle” (Goethe 90).
La problemática por la que atraviesa el personaje corresponde a una situación
ordinaria de la interacción social humana, es la psicología del personaje la que lleva las
situaciones al extremo, pareciéndole insufrible: “No ha de faltar una conjunción; es enemigo
mortal de las inversiones gramaticales que a veces se me escapan; no comprende más período
que el que se escribe con la cadencia del ritmo tradicional. Es un suplicio tener que entenderse
con semejante hombre” (90). Esta polarización encerrada en el marco de un incidente laboral
es llevada al extremo cuando se aborda la condición sentimental del personaje, la
imposibilidad de poseer a Carlota detona en él los pensamientos más oscuros:

“Mal he pagado tu amistad, Alberto; pero sé que me perdonas. He turbado la


paz de tu hogar; he introducido la desconfianza entre vosotros…Adiós; ahora
voy a subsanar estas faltas. Quiera el cielo que mi muerte os devuelva la dicha.
¡Alberto! ¡Alberto!, haz feliz a ese ángel, para que la bendición de Dios
descienda sobre ti” (170).

La emoción y el arrebato sentimental que caracteriza al período romántico surge en


oposición a la racionalidad propia de la filosofía neoclasicista. Werther no actúa lógicamente
ante las circunstancias, por el contrario, se deja llevar por la melancolía y el sufrimiento:

“Cuando leas estas líneas, mi adorada Carlota, yacerán en la tumba los


despojos del desgraciado que, en los últimos instantes de su vida, no
encuentra placer más dulce que el de conversar mentalmente contigo. He
pasado una noche terrible; así y todo, ha sido benéfica, porque ha fijado mi
resolución. ¡Quiero morir!” (148).

La visión de Werther frente a la vida, contrasta ampliamente con la visión lógica de


Alberto –en mayor medida– y Carlota: “– ¿Por qué Werther? Podéis y hasta debéis venir a
vernos; pero también debéis procurar ser más dueño de vos.” (146).

La carta del 21 de agosto ejemplifica claramente una de las características enunciadas


por Isaiah Berlin en Las Raíces del Romanticismo, el autor hace énfasis en los valores
románticos donde, sin importar cual fuere, existe la “propensión a sacrificar la vida propia
por alguna iluminación interior, empeño o ideal por el que sería válido sacrificarlo todo”
(27). En dicha carta, Werther contempla la muerte de Alberto: “¿Pues qué?; si Alberto
muriese, ¡no podrías tú ser…, no podría ella ser?... Y así continúo corriendo tras esa vaga
sombra hasta que me conduce al borde del abismo, donde me detengo con espanto” (Goethe
110). Ese “abismo” está asociado a la muerte, pensando “con espanto” ya sea en el suicidio
o el homicidio.

La ruptura de la filosofía romántica con los preceptos del Neoclásico se ve reflejada


en las formas. Así como en las demás artes, en la literatura se utilizan estructuras de menor
rigor. La novela epistolar es un claro ejemplo de ello, refuerza el ideal romántico del hombre
ordinario moviendo al lector a la empatía y organizando el discurso de la manera más cercana
al habla del individuo corriente, abordando temas ordinarios y dejando de lado la estilización
de las formas del dieciocho. Las cartas sin corregir en Werther dejan claro esta característica,
reafirmando la valorización de “vivir el momento […] en el presente fugaz” (Berlin 37) y a
la vez, rechazando el rigor formal: “Tengo que irme. Está de nuevo en la ciudad, en casa de
una amiga; y Alberto.., y … Tengo que irme” (Goethe 81). Tal desprecio por la severidad
estructural se hace notar cuando Werther escribe a Guillermo sobre el príncipe de Z:

“…no es extraño al arte, y aún lo sería menos si no estuviese forrado de


fastidiosas fórmulas científicas y de una hueca terminología. Más de una vez,
arrastrándole mi loca imaginación por los dominios del arte y de la naturaleza,
me muerdo los labios al ver que, convencido de que hace algo muy notable,
me interrumpe a tontas y a locas para encajar en la conversación algún término
técnico.” (108).

El tema del suicidio está ligado al de la evasión, representa la puerta de salida para el
hombre incapaz de vivir en la hostilidad del mundo, inmerso en su propia visión del entorno,
el individuo romántico no encuentra opción más idónea para terminar con los sufrimientos
que le causa la vida:

“Pero el hombre humilde que comprende a dónde va todo a parar; el que


observa con cuanta facilidad convierte su huerto cualquiera en un paraíso, y
con cuánto tesón el infeliz, bajo el fardo de la miseria, prosigue casi exánime
su camino, aspirando, como todos, a ver un minuto más la luz del sol, está
tranquilo, se crea un mundo que saca de sí mismo, y también es feliz, porque
es hombre. Podrá agitarse en una esfera muy limitada, pero siempre llevará en
su corazón el dulce sentimiento de la libertad y el convencimiento de que
puede salir de esta prisión cuando quiera.” (29).

Cada elemento estilístico en Werther está íntimamente relacionado con la concepción


filosófica del hombre. La revalorización del individuo en este período lo fusiona con el
entorno, exaltando la naturaleza y creando con ello la metáfora del clima como presagio del
destino o extensión de las emociones: “En una palabra, me turbé […], los relámpagos, que
desde mucho antes esclarecían el horizonte y que yo achacaba sin cesar a ráfagas de calor, se
hicieron más intensos, y el ruido del trueno apagó el de la música” (44). La naturaleza se
vuelve parte del tono discursivo para denotar emociones ya sea alegría, tristeza o melancolía
“Al mismo tiempo que la naturaleza anuncia la proximidad del otoño, siento el otoño dentro
de mí y en torno mío” (111).

Por último, el motor principal de la estética romántica y la más importante, consiste


en el ideal de que el amor sólo es posible en la vida después de la muerte. Según este
pensamiento, las distracciones económicas y sociales de la vida no permiten el desarrollo
natural del amor en los individuos, para lo cual se buscó incansablemente la libertad última:
la muerte por medio del suicidio. Esta acción era concebida como la liberación del hombre,
en Werther, mientras más imposible se vuelve la relación con Carlota, más fuertemente
acuden los pensamientos suicidas: “Dicen que hay una noble raza de caballos que, cuando
están enardecidos y cansados con exceso, se muerden por instinto una vena para respirar con
más libertad. Muchas veces me encuentro en este caso: querría abrirme una vena que me
proporcionase la libertad eterna.” (102).

Conclusión

La obra de Goethe cimentó los parámetros que llevarían a estructurar el movimiento


romántico posterior, las características mencionadas en este trabajo muestran la coherencia
de la novela con los preceptos del Romanticismo y los contrapone con los principios de la
estética neoclásica, predominante en el siglo XVIII, proporcionando así un panorama general
que permita vislumbrar la evolución estética dentro de estos períodos.
Bibliografía

Berlin, Isaiah. Las Raíces del Romanticismo. Washington D. C.: Taurus, 1965. Impreso.

Goethe, Wolfgang Von. Werther. Navarra: Salvat, 1971. Impreso.

Iriarte, Tomás de. Fábulas literarias de Tomás de Iriarte. Ciudad de México: La Guillotina,
2010. Digital.

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