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Sesión de Compartir la Fe 1:
Bienvenida: El animador ofrece una cálida bienvenida a los participantes y anima al grupo para
que este encuentro sea un tiempo de reflexión y oración sobre la vocación de María de Nazaret.
Invita a los participantes a comenzar con unos minutos de silencio para rememorar este encuentro
sagrado entre Dios y María. Como Moisés ante la zarza ardiente, nos quitamos las sandalias y
nos postramos ante una maravilla tan grande.
Oración Inicial:
¡Oh Dios de Gracia y de Amor! Tu Hijo se hizo carne en el seno de la Virgen María.
Tu deseo de estar con nosotros y cerca de nosotros, y de ser en todo como nosotros menos en el
pecado, nos llena de agradecimiento por tu gran amor por la humanidad. Tú deseas ser nuestro
Dios y nos invitas a ser tu pueblo, unidos a ti por el vínculo de la Alianza. Las maravillas que un
día realizaste en María, sigues deseando realizarlas en la humanidad.
Que tu Espíritu nos ilumine para que podamos contemplar la vocación de la Virgen María y abrir
nuestros corazones para recibir a Cristo y así compartirlo con el mundo, del que es su única
esperanza. Que al meditar la vocación de María, podamos descubrir el misterio de la verdadera
libertad y obediencia evangélicas a tu Voluntad. Te lo pedimos en el nombre de tu amado Hijo,
Jesucristo, y por intercesión de María, ahora y por siempre. Amén.
Antífona del Aleluya: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.”
Evangelio: Lucas 1, 26-38 – El evangelio puede ser leído por tres personas: un narrador; las
palabras de María; y las palabras de Gabriel. Debería ser leído a modo de meditación, quizás
con música suave de fondo.
Texto Oblato – posibles opciones:
- “He aquí la esclava del Señor.” Recuerda a algunos oblatos que han ejemplificado
estas palabras de María.
- Comparte lo que te llama la atención, lo que resuena en ti y te interpela sobre la
vocación de María.
- La vocación de María consistió en hacer suya la llamada de Dios. En su seno el Verbo
se hizo carne. En tu vida misionera, ¿de qué forma has hecho carne la Palabra de
Dios? ¿De qué forma has “dado a luz” a Cristo a lo largo de tu vida misionera?
- La libertad de María, fruto de su santidad: la capacitó para responder completamente
obediente a la solicitud de Dios. La respuesta vocacional se basa en la libertad del
Evangelio. ¿De qué forma has presenciado en otros y vivido en tu propia vida esta
paradoja evangélica de la libertad y de la obediencia que encontramos en el origen de
la vocación de María y de toda vocación?
Oración: debe ser leída a dos coros, o por personas, de forma individual.
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PAPA FRANCISCO
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para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Canto
CCyRR, C. 10:
María Inmaculada es la patrona de la Congregación. Dócil al Espíritu, se consagró
enteramente, como sierva humilde, a la persona y a la obra del Salvador. En la Virgen que recibe
a Cristo para darlo al mundo del que es única esperanza, los Oblatos reconocen el modelo de la
fe de la Iglesia y de la suya propia.
La tienen siempre por Madre. Viven sus alegrías y sufrimientos de misioneros en íntima
unión con ella, Madre de misericordia. Y dondequiera que los lleve su ministerio, tratan de
promover una devoción auténtica a la Virgen Inmaculada, que prefigura la victoria definitiva de
Dios sobre el mal.
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Muy querido y muy buen hermano: Acaba de terminar la ceremonia; reina en la casa el
silencio, solamente interrumpido por la voz de la campana lejana que anuncia la salida de la
procesión. Satisfecho de los homenajes sinceros que hemos rendido a nuestra Madre querida al
pie de su bella imagen que hemos levantado en su memoria en medio de la Iglesia, dejo a otros
el cuidado de honrarla con la pompa exterior de un cortejo que no ofrecería nada edificante a mi
piedad, tal vez demasiado exigente.
Debo emplear este tiempo para comunicarme contigo, mi querido amigo, en la suave
efusión de nuestros corazones. ¡Lástima que no pueda comunicarte todo el consuelo que he
experimentado en este hermoso día consagrado a nuestra Reina! Hacía tiempo que no sentía tanta
felicidad al hablar de sus grandezas y al mover a los cristianos a poner en ella toda su confianza,
como esta mañana en el sermón sobre la Congregación. Espero que me hayan comprendido bien;
esta tarde me ha parecido que todos los fieles que frecuentan nuestra iglesia han compartido el
fervor que nos inspiraba la presencia de la imagen de la santísima Virgen, y sobre todo, las gracias
que nos ha obtenido de su divino Hijo mientras la invocábamos con tanto amor, me atrevo a decir,
porque es nuestra Madre.
Creo que la debo un sentimiento particular que he experimentado hoy, no digo que mayor
que nunca, pero ciertamente mayor que de ordinario. No lo expresaré bien, porque comprende
varias cosas; sin embargo, todas apuntan a un único objetivo: nuestra querida Sociedad. Me
parecía estar viendo palpablemente que llevaba el germen de muy grandes virtudes, que podría
realizar un bien infinito; la encontraba buena; todo me gustaba en ella, amaba sus Reglas, sus
estatutos; me parecía sublime su ministerio, como lo es, en efecto. Veía en su seno unos medios
de salvación seguros, incluso infalibles, tal como aparecían ante mí.