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CAPÍTULO VII
DE LA SOBERANÍA
Las leyes del príncipe soberano, por más que se fundamenten en buenas y
vivas razones, sólo dependen de su pura y verdadera voluntad.
El príncipe no está sujeto a sus leyes, ni a las leyes de sus predecesores, sino
a sus convenciones justas y razonables, y en cuya observancia los súbditos, en
general o en particular, están interesados.
La ley depende de quién tiene la soberanía, quien puede obligar a todos los
súbditos, pero no puede obligarse a sí mismo. La convención es mutua entre
el príncipe y los súbditos, obliga a las dos partes recíprocamente y ninguna de
ellas puede contravenirla en perjuicio y sin consentimiento de la otra.