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ANTHONY BURGESS
MÁS INFORMACIÓN
James Joyce, la accidentada biografía de un genio del siglo
Un trozo de pastel
Arte y basura
"Fácil lectura"
Hubo una época en que Joyce levantó iras por hacer que su estilo
de prosa se interpusiera en la narración. Actualmente, nos
sentimos más inclinados a disfrutar con la forma en que convierte,
por medio del mito y de los símbolos, a gente normal en héroes
épicos, incluso aunque la exaltación suponga elevarles al
escenario de un music-hall y hacerles realizar un número cómico.
Al verdadero Ulises, de Homero, le lanza una roca un gigante
caníbal de un solo ojo. A Bloom, el nuevo Ulises, le ataca un
ciudadano patriotero irlandés, borracho, que no puede ver lo
suficientemente claro para darle con una caja de galletas Jacob.
Bloom, vilipendiado por judío y ridiculizado por cornudo, acaba, a
pesar de todo, como rey de Itaca, situada en el 7 de la calle de
Eccles. El nos representa a todos nosotros, y también nosotros
nos colocamos la corona de una gloria absurda.
Un pecado de incesto
Debe haber mucha gente, incluso entre los más cultos, que al
abrir el libro hayan protestado, poco complacidos de lo que veían
sus ojos:
Llamarle canalla
Es obvio que Joyce, a pesar de ser un hombre del pueblo, no se
marcó el objetivo de ser un escritor popular. Y, sin embargo, se
está celebrando su centenario con bastante más entusiasmo del
que, en 1970, el mundillo literario puso en el de Charles Dickens,
que sí quiso ser popular. La conmemoración alcanzará su
momento de mayor intensidad en Dublín, donde todavía hay
gente que sigue llamando canalla a Joyce y que venera a su
padre como un gran caballero (compárese la situación con la de
Lawrence, padre e hijo, en Eastwood, Inglaterra). Resulta difícil
no conmemorar a Joyce en Dublín, en cualquier año o en
cualquier día del año, porque, al igual que el mismo Earwicker-
Finnegan, Joyce ha creado a Dublín. Lo ha convertido en un lugar
tan mítico como el infierno, el paraíso y el purgatorio de Dante,
todos en uno. Al mismo tiempo ha resaltado su aspecto fisico y
les ha dado a sus calles, bares e iglesias el sello de una realidad
realzada. Cuando se bebe Guinnes en el Bailey o en el bar de
Davy Byrne se emplean las papilas gustatorias de Joyce, y
cuando se camina por la playa de Sandymount se hace con sus
viejas playeras. Joyce no podía vivir en Dublín, pero tampoco
podía olvidarse de ella. Su obsesión con detalles minuciosos de
su vida y de su peculiar forma de expresarse les obliga a los
lectores a convertirse en dublineses. Ningún otro escritor ha
conseguido hasta tal punto que sea necesario empaparse del
ambiente de un lugar como prerrequisito para entender su obra.
El Ulises comienza en una torre de Martelo que aún sigue en pie.
La odisea de Bloom puede rastrearse en un mapa y controlarse
con un cronómetro. Incluso Finnegans Wake, el libro más
recóndito y con un ambiente más enrarecido que se haya escrito,
tiene una puesta en escena precisa: Chapelizod, al sur del
hipódromo del Phoenix Park, donde es posible reconocer el bar
de Earwicker en el de El Muerto, llamado así porque a los clientes
que, borrachos, salían tambaleándose los atropella ban los
tranvías.
Novelista de novelistas
"Under theirdropped lids his eyes found the tiny bow of the leather
headband inside his high grade ha". ("Bajo los párpados caídos,
sus ojos encontraron el diminuto lazo de la badana de dentro de
su sombrero. Alta Cal".)
"Loud, heap miseries upon us yet entwine our arts with laughters
low". ("Sonoro, cólmanos de miserias, más adorna nuestras artes
con risas suaves".)