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La mariposa caprichosa...

La Mariposita tenía un lindo color amarillo. Un día, mientras volaba entre las
flores vio una mariposa azul; regresó donde estaba su mamá y le dijo:
Mami, mami, he visto una mariposa azul. ¿Y qué? preguntó mamá mariposa.
"Que yo quiero ser azul", dijo Mariposita.

La mamá pintó las alas de su hijita de un lindo color azul, que enseguida
salió a lucir al jardín. Ah! Pero entonces vio una mariposa color naranja, y la
historia se repitió. Mariposita quiso tener alas de color naranja; la mamá la
complació de nuevo, pintando sus alas de color naranja.

Al otro día temprano, mariposita voló y voló, luciendo nuevo color en sus
alas. Y de esta vez más allá del jardín. Y se encontró con un grupo de
mariposas blancas. De inmediato voló a casa. "Mami, mami. Ya no quiero este color, quiero ser blanca, como
unas mariposas que he visto hoy", rogó la mariposita.

Y la mamá, de inmediato, lavó las alas de la pequeña y las pintó de un blanco reluciente. Pero sucedió que
mariposita estaba tan oronda con su nuevo color, que no se dio cuenta de que llegaba una fuerte lluvia. Se
refugió en un árbol, porque las mariposas nunca dejan que la lluvia las moje.

Pero el viento era muy fuerte, y la pequeña mariposita no pudo evitar que le cayeran unas cuantas gotas
desprendidas de las hojas del árbol. ¿Saben lo que pasó entonces? Que las alas de mariposita empezaron a
desteñirse, a tomar todos los colores que su mamá le había pintado, aunque no aparecía su lindo color amarillo.

Cuando regresó a su casa, mariposita estaba muy fea. Su mamá casi no la conoció. "Ves, hijita. Esto te ha
pasado por caprichosa. Debiste estar feliz, contenta con tu color y no andar queriendo parecerte a otras
mariposas." La pobre mariposita lloró un montón. Estaba arrepentida. Creyó que nunca volvería a lucir el lindo
color amarillo de sus alas.
La mamá la dejó llorar, hasta que fue a ayudarla, le limpió las alas hasta que se vio aquel amarillo que parecía
oro. Desde entonces, mariposita no volvió a tener caprichos tan tontos, y aprendió a quererse a ella misma, fuera
como fuera.

La tetera...

Había una vez una tetera muy orgullosa; tan orgullosa estaba de
sus formas y de todos los elementos que la formaban, que no
paraba de presumir de su hermosura. De todos menos de su tapa
encolada y rota a causa de un mal golpe. Una tapa que ella admitía
como su más terrible secreto y que pensaba que era usada por los
demás para reírse de ella.

-Mira esas tazas tan perfectas y relucientes-pensaba para sí


misma- se creen tan bonitas, que no ven todos los fallos que tiene
su decoración. Menos mal que yo sé diferenciar entre mis
cualidades y mis defectos, admitiendo estos últimos con
humildad.En todas estas cavilaciones estaba la tetera durante su dorada juventud. Un mal día, mientras cumplía
su misión en la mesa, una mano bastante torpe, la hizo caer al suelo y perder su preciosa asa y su extraordinario
pitón. Mientras el contenido se escapaba por las grietas, todos sus compañeros se reían de su lastimosa
apariencia.

-Que ingrato recuerdo-exclamaba la tetera al recordar aquel episodio-.Ese fue mi fin, ya nunca volvieron a
usarme y a los pocos días, abandone mi hogar en las manos de una mujer que vino buscando algo de comida.
Me deprimí enormemente, pues había perdido toda mi categoría, pero un tiempo después, descubrí que podía
seguir siendo útil. Rellenaron mi cuerpo de tierra y enterraron en ella un pequeño bulbo, que comenzó a crecer
en mi interior, descubriéndome una vida nueva llena de luz y color, en la que lo que más me importaba era mi
precioso compañero.

Tan bonito era, que alguien pensó en que yo no era la mejor maceta y que para encontrarle un hogar más
adecuado, había que partirme por la mitad. Eso sí que fue doloroso, sobretodo, porque a mí me lanzaron al patio
trasero, donde ya solo soy un puñado de trozos viejo. A pesar de todo, lo recuerdo con cariño y eso es algo que
nadie podrá arrebatarme.

El burrito descontento...
Había una vez, en un frío día de invierno, un Burrito al que tanto la estación,
como la comida que su dueño le daba, desagradaban profundamente. Cansado
de comer insípida y seca paja, anhelaba con todas sus fuerzas, la llegada de la
primavera para poder comer la hierba fresca que crecía en el prado.

Entre suspiros y deseos, llegó la tan esperada primavera para el Burrito, en la


que poco pudo disfrutar de la hierba, ya que su dueño comenzó a segarla y
recolectarla para alimentar a sus animales. ¿Quién cargo con ella? El risueño
burro, al que tanto trabajo hizo comenzar a odiar la primavera y esperar con
ansia al verano.

Pero, el verano tampoco mejoró su suerte, ya que le tocó cargar con las mieses y
los frutos de la cosecha hasta casa, sudando terriblemente y abrasando su piel
con el sol. Algo que le hizo volver a contar los días para la llegada del otoño, que
esperaba que fuera más relajado.

Llegó al fin el otoño y con él, mucho más trabajo para el Burrito, ya que en esta época del año, toca recolectar la
uva y otros muchos frutos del huerto, que tuvo que cargar sin descanso hasta su hogar.

Cuando por fin llegó el invierno, descubrió que era la mejor estación del año, puesto que no debía trabajar y
podía comer y dormir tanto como quisieran, sin que nadie le molestara. Así fue, como recordando lo tonto que
había sido, se dio cuenta de que para ser feliz, tan solo es necesario conformarse con lo que uno tiene.

La estrella diminuta...

Había una vez en una galaxia muy lejana, una pequeña y simpática estrellita, a
la que encantaba descubrir el mundo que la rodeaba. Un buen día, a pesar de
las advertencias de sus padres, decidió salir a explorar por su cuenta, ese
precioso planeta de color azul que veía desde su morada. Tan emocionada
estaba por su visión, que no tomó ninguna referencia para volver a casa.

Resignada a su suerte, decidió inspeccionar detenidamente el planeta e


intentar disfrutar todo lo posible de su aventura. Allí, dado su gran brillo, todos
la tomaron por una extraña luciérnaga, a la que deseaban atrapar. Volando todo
lo rápido que pudo, se encontró con una gran sábana, tras la que se ocultó. Al
ver que la sábana se movía sola, la gente creyó que se trataba de un fantasma,
huyendo del lugar. Tan divertida escena, sirvió a la estrella para olvidarse que
estaba perdida y divertirse de lo lindo.

Una diversión, que se terminó, cuando fue a visitar al dragón de la montaña e intento asustarle con su disfraz. Lo
que no sabía, es que el dragón no le tenía miedo a nada y que su osadía, la iba a llevar a las llamas que salían de
la boca del animal.

Pasado este mal trago, dio con la solución para conseguir encontrar el camino de vuelta: cuando llego la noche,
se subió en una gran piedra y comenzó a lanzar señales luminosas al cielo. Tras un rato intentándolo, sus
padres descubrieron su familiar brillo y la ayudaron a volver a casa.

Toby y sus amigos


Hace muchos, muchos años, vivía un precioso perro llamado Toby que vivía una vida tranquila y feliz con su
familia. Un buen día, cuando el animal esperaba impaciente su ración de comida habitual, se dio cuenta de que
esta era mucho más pequeña. Cada día que pasaba, su plato iba vaciando cada vez más y las cosas parecían
estar bastante lejos de mejorar.

Esta terrible situación, llevo a Toby a buscar comida fuera de casa. Una
tarea que no resultaba nada sencilla para un perro como él, acostumbrado a
que sus amos le alimentaran. Pasadas unas semanas, en las que su aspecto
era cada vez más triste, la señora Watterson, pensó que se trataba de un
perro abandonado y comenzó a dejarle una bolsa con comida, delante de su
casa.

Cada mañana, al salir de casa, Emma Watterson, comprobaba si su peludo


amigo se había comido lo que ella le dejaba la noche anterior. Tras unos
cuantos días, Emma se quedó bastante sorprendida, al ver que el animal, no
solo no dejaba ningún resto de comida, sino que además se llevaba las
bolsas que ella le ponía. Intrigada por este comportamiento, decidió esperar
su llegada y seguirle, para descubrir lo que estaba pasando.

Pasados unos minutos de persecución, en los que Toby parecía saber muy
bien a donde dirigirse, la señora Watterson descubrió por fin su gran
secreto: el perro no se estaba llevando las bolsas de comida para disfrutar
de su banquete en solitario, lo hacía porque quería compartir esa comida,
con el resto de los animales de su familia.

La cigarra y la hormiga...

Había una vez, una alegre y despreocupada cigarra, a la que


le encantaba pasar el verano cantando, sin pensar en nada
más. En el lado contrario, se encontraba su vecina, una
trabajadora hormiga, que tan solo vivía para trabajar y
recolectar comida.

Cansada de ver a la hormiga trabajar, la cigarra le dijo:

-Querida hormiguita ¿Por qué trabajas sin descansar un


momento? Siéntate conmigo un rato y disfruta del verano.

-Cigarra imprudente, más te valdría dejar tu pereza a un lado


y empezar a acumular comida para el largo invierno que se avecina.

Una advertencia, que la cigarra se tomó a broma y a la que no hizo el menor caso.

Cuando el invierno, hizo acto de presencia, la cigarra se encontró con que nada había previsto para calentarse,
ni alimentarse durante esta gélida estación. Muerta de hambre y de frío, recordó a aquella pequeña hormiguita,
que siempre pasaba por su casa, cargada de comida, a la que decidió pedir ayuda, para aliviar su penosa
situación.

Pequeña hormiguita, tu que tanta comida tienes guardada desde el verano ¿podrías darme algo para que mi
estómago deje de rugir?

Me gustaría ayudarte cigarra, pero ¿no te reías de mí, mientras trabajaba en el verano? ¿Qué te impedía
imitarme?

Cantar y disfrutar del verano.


-Pues en lugar de hacer tanto el vago, mejor te hubiera valido dedicar un poco de tu tiempo a guardar para el
invierno.

Tras decir estas palabras, cerró la puerta de un portazo, dejando a la cigarra, lamentándose por su mala
conducta.

El cumpleaños de toño...

Había una vez, un niño llamado Toño, al que sus padres


prepararon una gran fiesta por su décimo cumpleaños. Al ser el
más pequeño de la casa, su madre preparó una gran cantidad
de cosas, para que fuera un momento inolvidable. Terminados
todos los preparativos, llegó el gran día que todos estaban
esperando. A la fiesta, estaban invitados todos los amigos del
pequeño, del colegio y del barrio, lo cuales quedaron muy
impresionados con todo lo que encontraban a su llegada.

Como todavía faltaban algunos amigos por llegar, Toño se distrajo mirando por la ventana a un niño como él y a
la que parecía su madre, hablando de forma muy animada. Pasados unos minutos, Toño escuchó al niño decir
entre sollozos: Mamá ¿puedo tener una fiesta de cumpleaños como la de esta casa? Parece que va a ser muy
divertida. Conmovido ante esta escena, salió corriendo en busca de ese niño, para invitarlo a su fiesta.

Tras hablar un rato sobre lo que más le gustaba hacer, comenzaron a jugar juntos, hasta que todo el mundo
llegó hasta su casa y comenzó el cumpleaños de Toño, en el que ambos se lo pasaron tan bien juntos, que
terminaron haciéndose amigos.

Ese día, en el que todos lo pasaron de maravilla, Toño lo recordará como aquel en el que Felipe se hizo su
amigo, pero sobre todo por la felicidad que vio en su rostro, cuando le regaló su mejor juguete.

La nuez de oro...

Un día, mientras la pequeña María daba un agradable paseo por el


bosque, descubrió una preciosa nuez de oro, a un lado del camino.

Justo cuando se disponía a guardarla en su bolsillo, alguien dijo a su


espalda:

-Siento comunicarte, que esa nuez que portas en tu mano es mía.

Al escuchar estas palabras, María se dio la vuelta para conocer, al que


decía ser el dueño de la nuez. Cuando lo hizo, se topó con un personaje
bastante extraño, de un tamaño bastante más pequeño que el suyo, que
iba vestido con unos llamativos ropajes de color rojo y un gorro con
forma apuntada.

-Siento haberte asustado pequeña humana. Soy el Duendecillo de la


Floresta y en cuanto me devuelvas lo que me pertenece, dejaré de
molestarte.

-Si es tuya, segura que sabrás cuantos son los pliegues de su corteza. Solo te la devolveré si aciertas el número
exacto, si fallas aunque sea por uno solo, me la quedaré para mí y la usaré para comprarles ropas a los niños
pobres del pueblo.

-No hay problema, la nuez tiene mil ciento un pliegues.

Cuando la niña vio que estaba en lo cierto, le devolvió con mucha pena la nuez.

Puedes quedártela-dijo el duendecillo-ya que tus propósitos con ella son nobles. De ahora en adelante, pídele a
la nuez lo que desees y ella te lo concederá.
Sin saber cómo, la pequeña nuez de oro, se encargaba de darles ropas y comida a todo el que lo necesitaba.
Desde entonces, la niña fue conocida en todos los contornos como María la Nuez de Oro.

El flautista de hamelin...
Hace muchos años, en una rica ciudad llamada Hamelín, ocurrió uno de
los sucesos más extraños que se recuerdan en todo el país: una
mañana, cuando todo el mundo se encontraba inmerso en sus
preocupaciones, comenzaron a llegar desde un lugar desconocido, miles
de
ratas y ratones, que invadieron las calles de la ciudad, comiéndose todos
los alimentos que encontraban a su paso.

Todas las medidas que se tomaron para eliminar esta dañina amenaza,
se mostraron totalmente ineficaces. Cansados de tener que convivir con
semejante plaga, acordaron dar una recompensa a la persona que fuera
capaz de suprimir a tal cantidad de roedores.

Pasados unos días, entró en el pueblo un elegante flautista, que prometió terminar con la plaga a cambio de la
recompensa. Fue así, como comenzó a entonar una bonita melodía, con la que fue trasladándose por todas las
calles del pueblo, atrayendo tras de sí a los miles de roedores que infectaban el pueblo.

A tal punto llegaba el encanto de su canción, que los ratones se introdujeron sin darse cuenta, en un caudaloso
río, cuya fuerte corriente los hizo desaparecer para siempre. Al día siguiente, cuando todo había vuelto a la
normalidad, el flautista volvió al pueblo para cobrar la recompensa prometida. Para su sorpresa, los
desagradecidos habitantes de Hamelín, no solo se negaron a pagarle, sino que lo echaron del lugar con muy
malos modales.

Enfurecido por el mal trato al que había sido sometido, decidió vengarse de la comunidad, arrebatándole, al igual
que hizo con los roedores, a su bien más preciado: los niños, a los que se llevó tan lejos, que nunca más
pudieron encontrarlos.

Es por eso que en Hamelín, nunca más hubo niños, ni ratones.

La zorra y el leñador...

Hace mucho tiempo, una pobre zorra huía despavorida de un grupo de


cazadores, que pretendían darle caza. En su frenética carrera, se
encontró con uno de los leñadores que había por la zona, al que le pidió
que la escondiera en su cabaña mientras pasaba el peligro.

Cuando los cazadores llegaron hasta el lugar en el que se encontraba el


leñador, le preguntaron si conocía la dirección que había tomado el
animal. Este, les contesto que no sabía por dónde había podido irse, a la
vez que con una de sus manos les hacía sutiles gestos, con los que les
indicaba que su deseada presa, se encontraba en la cabaña.

Afortunadamente para la zorra, los cazadores no se dieron cuenta de lo que les quería indicar el pérfido leñador
y continuaron su camino, olvidándose de ella.

Al ver como sus perseguidores se marchaban del lugar, la zorra se deslizó fuera de la caballa, para marcharse a
su casa. Cuando ya llevaba un trecho andado, el malvado leñador le gritó desde la cabaña, que le había salvado
de una muerte segura y no se lo había agradecido.
Dándose la vuelta la zorra, le dijo:

Te estaría agradecida, si no hubieras dicho una cosa con la boca y otra con tus manos.

Moraleja: no se debe negar con nuestros actos, lo que expresamos con las palabras.

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