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FUNDACIÓN SAGARDOY

SEMINARIO SOBRE LA RESPONSABILIDAD PENAL Y CIVIL


DEL EMPRESARIO EN CASOS DE ACCIDENTES DE TRABAJO
O ENFERMEDADES PROFESIONALES

RESPONSABILIDAD PENAL DEL EMPRESARIO


EN ACCIDENTES DE TRABAJO

12 de Junio de 2.008
Agustín Tornos
RESPONSABILIDAD PENAL EMPRESARIAL
EN ACCIDENTES DE TRABAJO

I.- EL PRINCIPIO “SOCIETAS DELINQUERE NON POTEST”


(“LAS SOCIEDADES NO PUEDEN DELINQUIR”).

Desde un punto de vista teórico, suelen señalarse tres problemas


fundamentales para atribuir responsabilidad penal directa a las
personas jurídicas: en primer lugar, no tienen capacidad de obrar en
sentido estricto; en segundo lugar, carecen de responsabilidad
sobre sus actos; finalmente, resulta materialmente imposible
aplicarles la privación de libertad, que es la pena por antonomasia.

Estas dificultades se advirtieron con claridad ya en el Siglo III A.C., y


así fue como el Derecho Romano acuño un aforismo que logró
rápida aceptación: “societas delinquere non potest”. Si las personas
jurídicas no tienen conciencia ni voluntad, la conclusión inevitable
es que sencillamente no pueden ser culpables de la comisión de
ningún delito, y además, la imposición de castigos colectivos
resultaría profundamente injusta.

El principio “societas delinquere non potest” ha pervivido hasta


nuestros días desde el Derecho Romano, manteniendo intacta casi
toda su vigencia, aunque no han faltado épocas de crisis o revisión
profunda. En el Derecho Comparado reciente (Código Penal
Portugués de 1.982, Código Penal Francés de 1.994) se advierten
tímidos indicios de apertura, y en nuestro propio Código Penal de
1.995 (artículo 129.1) ya se incluye un catálogo de “consecuencias”
para las personas jurídicas que se vean envueltas en la comisión de
determinados delitos, mencionándose expresamente la clausura
temporal o definitiva de la empresa, la disolución de la sociedad,
asociación o fundación, la suspensión de las actividades sociales
por plazo no superior a cinco años, la prohibición temporal o
definitiva de realizar en lo sucesivo aquellas actividades en cuyo
ejercicio se haya cometido, favorecido o encubierto el delito, o la
misma intervención de la compañía por plazo no superior a cinco
años. Sin embargo, pese a todo, el legislador evita hablar de penas
para las personas jurídicas, y al decir de la doctrina y de la
Jurisprudencia mayoritaria, estas medidas o “consecuencias” sólo
constituyen simples sanciones administrativas impuestas
judicialmente que en nada desvirtúan la hipótesis general sobre la
irresponsabilidad penal de las personas jurídicas. Y además, ni
siquiera son de aplicación general, sino en casos muy tasados y
excepcionales.

Obviamente, la subsistencia del principio “societas delinquere non


potest” no implica en modo alguno que los responsables de la
persona jurídica carezcan de capacidad para delinquir y ser
condenados cuando actúan en nombre de aquélla. Tal cuestión, de
diferente naturaleza, se abordará sucintamente en el siguiente
apartado.

II.- LA RESPONSABILIDAD PENAL DE LOS


ADMINISTRADORES: EL ARTÍCULO 31 DEL CÓDIGO PENAL DE
1.995.

La combinación del principio “societas delinquere non potest” con el


incremento geométrico de los delitos de “cuello blanco” que se
produjo en España durante la década 1.970-1.980 provocó la
natural consternación en las instancias correspondientes, al
comprobarse que la legislación criminal de nuestro país no ofrecía
una respuesta adecuada a esta clase de delincuencia, toda vez que
los administradores de sociedades mercantiles se prevalían de la
persona jurídica, parapetándose tras ella para llevar a cabo ciertos
crímenes sin llegar a recibir castigo alguno por mor del sacrosanto
principio de legalidad penal, en virtud del cual no puede ser
castigada ninguna acción u omisión que no esté expresamente
prevista de modo literal como delito o falta por ley anterior a su
perpetración.

A fin de calibrar debidamente este problema puede traerse a


colación un ejemplo clásico: el artículo 519 del Código Penal de
1.973 sancionaba con diversas penas al que “se alzare con sus
bienes en perjuicio de sus acreedores”. Supongamos que el
Administrador Único de una sociedad anónima procediese a ocultar
fraudulentamente los bienes sociales para eludir un pago cierto de
la mercantil, consumando así, en teoría, el tipo correspondiente al
alzamiento de bienes. ¿Quién responderá de dicho ilícito en
concepto de autor? “El Administrador Único”, se dirá; sin embargo,
lo cierto es que el citado Administrador no alza “sus bienes” (sino
los de la sociedad), ni lo hace en perjuicio de “sus acreedores” (sino
en perjuicio de los acreedores sociales), y por tanto, una estricta
aplicación del precitado artículo 519 del Código Penal de 1.973 sólo
podría conducir a su absolución desde la perspectiva del principio
de legalidad penal. Siendo así, los Juzgados y Tribunales de la
época se veían obligados a efectuar complicados malabarismos
hermenéuticos para evitar la impunidad de los casos más
sangrantes, pero las decisiones condenatorias no tenían un
respaldo positivo adecuado y suficiente en el Código Penal vigente
en aquellos tiempos. En esta tesitura, y para cubrir la laguna legal,
con la Ley Orgánica 8/1.983 vino a introducirse un nuevo artículo 15
bis en la citada Ley Sustantiva con la siguiente redacción literal:

“El que actuare como directivo u órgano de una persona jurídica o en


representación legal o voluntaria de la misma, responderá personalmente,
aunque no concurran en él y sí en la entidad en cuyo nombre obrare, las
condiciones, cualidades o relaciones que la correspondiente figura de delito
requiera para poder ser sujeto activo del mismo”.

Con tal disposición se rellenaba un vacío normativo considerable,


mereciendo un aplauso notable por parte de la doctrina y la
Jurisprudencia, que vino a reconocer en algunas resoluciones
posteriores la precariedad en la que se habían movido hasta
entonces los órganos jurisdiccionales al enjuiciar tales supuestos;
en este sentido apuntado puede citarse la S.T.S. de 24 de Julio de
1.989, según la cual “a partir de la sanción del art. 15 bis CP ha
quedado claro que la jurisprudencia de esta Sala, que con
anterioridad al mismo extendía la responsabilidad penal a los
representantes de personas jurídicas que carecían de los
elementos de la autoría exigidos por el tipo, sólo dados en la
persona jurídica representada, tenía un débil respaldo legal y era
susceptible de ser puesta en duda en relación al principio de
legalidad”. En el Administrador Único del ejemplo propuesto,
concurriendo la ocultación fraudulenta, no se apreciaba ni la
titularidad dominical de los bienes alzados, ni la condición de
deudor; pero pudiendo apreciarse ambas circunstancias en la
sociedad anónima en cuyo nombre actuaba, ya se cerraba el círculo
incriminatorio que permitía la condena por el expresado delito de
alzamiento de bienes.

Sin perjuicio de lo anterior, no faltaron voces críticas que formularon


dos objeciones fundamentales al precepto más arriba transcrito: de
un lado, se obviaba la representación legal o voluntaria de una
persona física; de otro, se olvidaba igualmente reseñar a las faltas
junto a los delitos que pudieran cometerse así. Ambas carencias
quedaron superadas en el vigente Código Penal de 1.995, cuyo
artículo 31 tiene el siguiente tenor literal:

“El que actúe como administrador de hecho o de derecho de una persona


jurídica, o en nombre o representación legal o voluntaria de otro, responderá
personalmente, aunque no concurran en él las condiciones, cualidades o
relaciones que la correspondiente figura de delito o falta requiera para poder ser
sujeto activo del mismo, si tales circunstancias se dan en la entidad o persona
en cuyo nombre o representación obre”.

Naturalmente, la responsabilidad penal de los Administradores de


una persona jurídica no excluye ni mitiga la responsabilidad penal
clásica del autor directo de los hechos controvertidos (según el
artículo 14 del vigente Código Penal, “son autores quienes realizan
el hecho por sí solos, conjuntamente o por medio de otro del que se
sirven como instrumento”, y también “los que inducen directamente
a otro u otros a ejecutarlo” y “los que cooperan a su ejecución con
un acto sin el cual no se habría efectuado”); sin embargo, en la
práctica suele ser difícil determinar esta clase de responsabilidades
directas en delitos corporativos.

III.- DELITOS CONTRA LA SALUD Y LA SEGURIDAD DE LOS


TRABAJADORES.

Por llamativo que nos resulte a día de hoy, hasta la Ley Orgánica
8/1.983 no existía en nuestro ordenamiento criminal ninguna
disposición penal específicamente atinente a los delitos contra la
seguridad de los trabajadores; como decimos, fue en 1.983 cuando
se introdujo en el Código Penal de 1.973 la primera disposición
sobre la materia (el artículo 348 bis a), evolucionando desde
entonces hasta la regulación actual, que se contiene en los
siguientes preceptos del vigente Código Penal de 1.995:

Artículo 316: “Los que con infracción de las normas de prevención de riesgos
laborales y estando legalmente obligados, no faciliten los medios necesarios
para que los trabajadores desempeñen su actividad con las medidas de
seguridad e higiene adecuadas, de forma que pongan así en peligro grave su
vida, salud o integridad física, serán castigados con las penas de prisión de seis
meses a tres años y multa de seis a doce meses.”

Artículo 317: “Cuando el delito a que se refiere el artículo anterior se cometa por
imprudencia grave, será castigado con la pena inferior en grado.”

Artículo 318: “Cuando los hechos previstos en los artículos de este título se
atribuyeran a personas jurídicas, se impondrá la pena señalada a los
administradores o encargados del servicio que hayan sido responsables de los
mismos y a quienes, conociéndolos y pudiendo remediarlo, no hubieran
adoptado medidas para ello. En estos supuestos la autoridad judicial podrá
decretar, además, alguna o algunas de las medidas previstas en el artículo 129
de este Código.”

Se protege en estos supuestos la seguridad en el trabajo, definida


jurisprudencialmente como “la ausencia de riesgos para la vida y la
salud del trabajador dimanantes de las condiciones materiales de
prestación del trabajo”, y dicha protección se realiza tanto frente a
incumplimientos dolosos (artículo 316) como culposos (artículo
317). La previsión final del artículo 318 en materia de autoría resulta
redundante y no aporta nada nuevo sobre lo dispuesto en los
artículos 28 y 31 del Código Penal, ya examinados mas arriba.

 Desde el punto de vista subjetivo, el sujeto activo del delito se


corresponde con la persona legalmente obligada a facilitar los
medios necesarios para que los trabajadores desempeñen su
actividad con las adecuadas medidas de seguridad e higiene.
Esta claro que esa responsabilidad corresponde en abstracto al
empresario, pero, como veremos mas adelante, no siempre es
sencillo determinar concretamente la identidad del responsable
exacto, si es que existe.

 Desde el punto de vista objetivo, la conducta punible consiste


en infringir normas de prevención de riesgos laborales de modo
que, con dicha infracción, dolosa o gravemente culposa, se
ponga en grave peligro la vida, la salud o la integridad física de
los trabajadores. Consecuentemente, estos delitos constituyen
un ejemplo paradigmático de lo que se denomina “ley penal en
blanco”, es decir, preceptos criminales que, para ser colmados
y entendidos, se remiten a normativa extrapenal diversa
(singularmente, la Ley de Prevención de Riesgos Laborales,
pero también cualquier otra disposición sobre la materia, sea
cual sea su rango).

 Y desde el punto de vista finalístico o de resultado, debe


destacarse, como cuestión trascendental, que se trata de un
delito de riesgo que alcanza su consumación por la existencia
del peligro en sí mismo, sin necesidad de que se produzca un
resultado lesivo en relación de causalidad. En otras palabras:
para que el delito se entienda cometido basta con que se
produzca una situación de peligro potencial para el trabajador
en el desempeño de sus tareas.
De producirse adicionalmente el evento dañoso, nos
encontraríamos ante el característico accidente de trabajo, que se
examinará en el apartado siguiente.

IV.- EL ACCIDENTE DE TRABAJO DESDE LA ÓPTICA CRIMINAL.

A efectos penales, se considera accidente de trabajo toda lesión


corporal (incluso el fallecimiento o determinadas enfermedades
profesionales) sufrida por el trabajador con ocasión o como
consecuencia de las tareas que desarrolla por cuenta ajena.

Curiosamente, nuestro Código Penal no contiene un delito


específico relativo al accidente de trabajo, permitiendo insertarlo en
varias opciones distintas y genéricas según el resultado y la
gravedad del incumplimiento empresarial:

 Si se produce el fallecimiento del trabajador, como delito de


homicidio imprudente (artículo 142.1 del Código Penal,
castigado con penas de uno a cuatro años) o como falta de
imprudencia con resultado de muerte (artículo 621.2 del Código
Penal, castigada con multa pecuniaria):

Artículo 142.1: “El que por imprudencia grave causare la muerte de otro, será
castigado, como reo de homicidio imprudente, con la pena de prisión de uno a
cuatro años”.

Artículo 621.2: “Los que por imprudencia leve causaren la muerte de otra
persona, serán castigados con la pena de multa de uno a dos meses”.

 Si se produce cualquier menoscabo personal del trabajador


(incluyendo lesiones o enfermedades profesionales en algunos
supuestos), como delito de lesiones imprudentes (artículo 152
del Código Penal y concordantes, castigado con penas
privativas de libertad que, según el resultado y las
circunstancias concurrentes, varían desde el arresto de tres
fines de semana a tres años de prisión) o como falta de
imprudencia con resultado de lesiones (artículos 621.1 y 621.3
del Código Penal, castigada con multa pecuniaria):

Artículo 152: “1. El que por imprudencia grave causare alguna de las
lesiones previstas en los artículos anteriores será castigado:
1º Con la pena de arresto de siete a veinticuatro fines de semana si se
tratare de las lesiones del artículo 147.1 [lesiones que requieran
tratamiento médico o quirúrgico].
2º Con la pena de prisión de uno a tres años si se tratare de las lesiones
del artículo 149 [pérdida o inutilidad de un órgano, un miembro principal o
un sentido; impotencia, esterilidad; una grave deformidad, una grave
enfermedad somática o psíquica; mutilación genital].
3º Con la pena de prisión de seis meses a dos años si se tratare de las
lesiones del artículo 150 [pérdida o inutilidad de un órgano o miembro no
principal, o su deformidad]”.

Artículo 621.1: “Los que por imprudencia grave causaren alguna de las
lesiones previstas en el apartado 2 del artículo 147 [cuando las lesiones
del apartado 1 sean de menor gravedad], serán castigados con la pena
de multa de uno a dos meses”.

Artículo 621.3: “Los que por imprudencia leve causaren lesión constitutiva
de delito, serán castigados con pena de multa de uno a dos meses”.

La problemática de los accidentes de trabajo en vía criminal admite


múltiples matices y variantes, es una materia en pleno proceso de
evolución, y presenta muchos problemas doctrinales y
jurisprudenciales que no están resueltos satisfactoriamente,
hallando soluciones distintas según se someta la cuestión a unos u
otros Juzgados y Tribunales. En todo caso, y a efectos expositivos,
pueden avanzarse las siguientes consideraciones:

 La ocurrencia de un accidente de trabajo no sólo determina la


aplicación del precepto penal que corresponda al resultado
efectivo del accidente (homicidio o lesiones), sino que conlleva
igualmente la imputación adicional del ya citado delito contra la
seguridad de los trabajadores, ya sea en versión dolosa o
culposa (artículos 316 y 317 del Código Penal,
respectivamente), al estimarse presuntivamente que cualquier
resultado dañoso para el trabajador proviene, “per se”, de un
incumplimiento empresarial previo en materia de prevención. El
razonamiento en este sentido arranca de la S.T.S. de 12 de
Noviembre de 1.998 (Anexo nº 1), confirmándose y
consolidándose desde entonces a través de muchos
pronunciamientos posteriores: se dice que entre el delito de
resultado y el de riesgo se dará una relación de concurso ideal
(y por tanto, procederá la condena por ambos) cuando el
resultado dañoso lo hayan sufrido efectivamente uno o varios
trabajadores (que serán sujetos pasivos del delito de
resultado), pero uno o varios trabajadores adicionales hayan
estado correlativamente expuestos a la posibilidad de haber
sufrido idéntico evento dañoso por el incumplimiento o la
omisión de la medida preventiva eludida por el empresario
(siendo estos trabajadores, consecuentemente, sujetos pasivos
del delito de riesgo). Un ejemplo práctico puede clarificar esta
teoría jurisprudencial: si un empresario de la construcción deja
de facilitar el casco de protección a todos los miembros de la
cuadrilla, falleciendo uno de los operarios por el impacto de una
teja en su cabeza, nos encontraremos ante la presunta
comisión de sendos delitos de homicidio imprudente (sujeto
pasivo, el empleado fallecido) y contra la seguridad de los
trabajadores (sujetos pasivos, los restantes miembros de la
cuadrilla); por el contrario, si sólo deja de facilitar el casco de
protección al operario efectivamente fallecido, riesgo y
resultado se conjugan en un único sujeto pasivo, y por tanto,
únicamente corresponde la imputación y eventual condena por
el delito de resultado (el homicidio imprudente), que absorbe y
agota al de riesgo (el delito contra la seguridad de los
trabajadores), consumido según lo dispuesto en el artículo 8.3
del vigente Código Penal.

 No es nada extraño que en la ocurrencia de un accidente de


trabajo coexista la responsabilidad empresarial con la
imprudencia del propio trabajador afectado, dando lugar al
problema doctrinal de la “autopuesta en peligro” o la
concurrencia de culpas. La postura jurisprudencial mas extrema
y antigua descartaba por completo la relevancia o influencia de
cualquier conducta imprudente del operario en los sucesos, al
afirmar, como se hacía en la lejana S.T.S. de 21 de Febrero de
1.979, que “el trabajador debe ser protegido [hasta] de su
propia imprudencia profesional”. Aunque este punto de vista
(que supone la inversión de la carga de la prueba, otorgando
presunción de culpabilidad al empresario) no ha quedado
superado del todo, lo cierto es que últimamente abundan las
Sentencias (por todas, cfr. S.T.S. de 26 de Julio de 2.000,
Anexo nº 2) que mantienen una teoría mas conciliadora,
valorando la interferencia culpable o negligente del empleado
de tres formas distintas: en casos extremos y muy aislados,
descargando por completo de responsabilidad al empleador
para atribuir en exclusiva toda la culpa al trabajador;
frecuentemente, moderando el “quantum” indemnizatorio; y
singularmente, degradando la índole de la responsabilidad del
empresario para rebajar la tipificación de delito a falta,
consideración que tiene una importancia capital por
elementales razones penológicas (como ya se ha visto, las
faltas sólo se castigan con multas pecuniarias, y además, no
constituyen antecedente penal). En este último sentido, pueden
traerse a colación tres ejemplos muy expresivos:

- Sentencia de la Sección 1ª de la Audiencia Provincial de


Guadalajara, de 17 de Enero de 2.003:

“Aunque es cierto que el fallecido incidió en imprudencia al colocarse


debajo de la carga y anudar una de las eslingas (...), tal circunstancia no
basta para entender rota la cadena causal y eximir totalmente de su
responsabilidad a los condenados, sino únicamente para calificar la
negligencia de estos en relación con el resultado como leve, y,
consecuentemente, constitutiva de falta y no como delito de Imprudencia”.

- Sentencia de la Sección 1ª de la Audiencia Provincial de


Madrid, de 18 de Junio de 2.002:
“El perjudicado contribuyó eficazmente a la producción del resultado, al
omitir la adopción de medidas de seguridad elementales y tan evidentes
que a cualquiera se le hubieran ocurrido (no esperar la carga de la grúa
justo debajo de la carga). Esta conducta observada por la víctima no
excluye la responsabilidad del gruísta (...) pero sí que degrada la culpa en
que incurrió, siendo correcta su subsunción a la falta de Lesiones
imprudentes prevista en el artículo 621.3 del Código Penal”.

- Sentencia de la Sección 6ª de la Audiencia Provincial de


Madrid, de 11 de Enero de 2.002:

“La víctima cometió una acción imprudente al intentar desatascar la


máquina estando la misma en funcionamiento (...), lo que permitió, según
se recoge en el Informe de la Inspección de Trabajo, su funcionamiento en
régimen automático, atrapando así al trabajador, quien contribuyó
causalmente al accidente (...). La contribución de la víctima al accidente ha
de degradar el delito de Homicidio imprudente (...) a la de una falta de
Imprudencia del artículo 621.2 del Código Penal”.

 Desgraciadamente, cabe resaltar que nuestros Juzgados y


Tribunales no acaban de fijar unos criterios mínimamente
objetivos para establecer la diferencia entre los delitos y las
faltas de homicidio o lesiones imprudentes. Pese a ser una
cuestión capital, la inseguridad jurídica al respecto es
manifiesta, y la casuística resulta interminable. De un lado,
como apuntábamos líneas arriba, la concurrencia de culpas
entre empresario y trabajador puede determinar la degradación
de delito a falta, pero no es una consecuencia automática; de
otro lado, y desde un punto de vista diferente, la mayor o menor
relevancia del incumplimiento empresarial también puede servir
para determinar si nos encontramos ante un delito o una falta,
pero los contornos son todavía menos nítidos. A efectos
orientativos, y con todas las reservas, sirvan
ejemplificativamente los siguientes pronunciamientos
jurisprudenciales:

- Según la S.T.S. de 19 de Diciembre de 2.001, en orden a


la distinción entre delito y falta (imprudencia grave e
imprudencia leve) “habrá de atenderse a la mayor o menor
falta de diligencia mostrada en la acción u omisión, a la
mayor o menor previsibilidad del evento que sea el
resultado, y a la mayor o menor gravedad de la infracción
del deber de cuidado”, de suerte que concurrirá la
imprudencia grave sólo cuando “en la conducta del
acusado se aprecie la ausencia de las más elementales
medidas de cuidado”.

- Para la S.T.S. de 15 de Marzo de 2.001, debe atenderse “a


la inobservancia, mayor o menor, de deberes elementales
de cuidado que han de ser exigidos al hombre menos
diligente”, siendo procedente estimar como grave la
imprudencia “cuando se ha actuado con un olvido total o
absoluto de las más elementales normas de previsión y
cuidado”.

- A tenor de la S.T.S. de 5 de Octubre de 2.000, “la


diferencia entre imprudencia grave y leve (...) se encuentra
en la mayor o menor peligrosidad de la conducta, en la
omisión de más o menos deberes de cuidado, en
definitiva, en la mayor o menor probabilidad de que, con
independencia de lo efectivamente producido, de la
conducta seguida derive un resultado lesivo”.

- Y finalmente, según la S.T.S. de 12 de Julio de 1.999, en la


doctrina “siempre existió un elemento común como
configurador de la más grave de las imprudencias, en los
casos en los que se faltaba a las más elementales normas
de precaución y cautela”, de modo que el artículo 142 del
Código Penal queda reservado “para las más graves
infracciones de las normas de cuidado”, para la “falta de
adopción de las precauciones más elementales y
rudimentarias” y para la “ausencia absoluta de cautela”.
V.- EL PROCEDIMIENTO CRIMINAL POR ACCIDENTE DE
TRABAJO.

En esta materia existe un antes y un después marcado por la


Instrucción nº 1/2.001, de 9 de Mayo, de la Fiscalía General del
Estado, “Sobre la actuación del Ministerio Fiscal en torno a la
siniestralidad laboral” (Anexo nº 3). Hasta entonces, la tramitación
de causas criminales atinentes a accidentes de trabajo era
prácticamente inexistente, quedando reservada a los supuestos de
notoria gravedad; desde la reseñada Instrucción nº 1/2.001, bien
puede decirse que no existe accidente de trabajo, por nimio que
sea, que no se siga de un procedimiento penal en toda regla.

La iniciación del procedimiento penal por accidente de trabajo


puede producirse de oficio (a impulsos del Juzgado de Guardia
correspondiente, que recibe la noticia del accidente por vía policial),
o bien por la interposición de Denuncia o Querella Criminal a
instancias del Ministerio Fiscal (tras recibir la documentación
pertinente de la Inspección de Trabajo), del trabajador accidentado
o sus herederos (como acusación particular), o de los
correspondientes representantes sindicales (como acusación
popular).

En la práctica, la tramitación laboral o administrativa de los


accidentes de trabajo (las actas de infracción, aunque no los
procesos de recargo de prestaciones) queda suspendida y
paralizada tan pronto como se inicia la investigación criminal, sin
reanudarse hasta que no se produzca un pronunciamiento firme en
esta jurisdicción. Sea cual sea el pronunciamiento firme en sede
penal (condenatorio, absolutorio o de archivo), queda expedita la
posibilidad de que recaiga adicional o alternativamente una sanción
administrativa; y en el caso de que aquél pronunciamiento sea
absolutorio o de archivo, también queda a salvo la posibilidad de
que el trabajador o sus herederos obtengan una indemnización
pecuniaria de la empresa por vía laboral o civil.

A) La fase inicial del procedimiento (que puede extenderse


durante dos o tres años) se desarrolla en un Juzgado de
Instrucción, acomodándose a las reglas del Procedimiento
Abreviado (artículos 757 y siguientes de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal), y tiene un triple orden de objetivos:
identificar a los sujetos responsables, perfilar las circunstancias
del accidente y concretar, en su caso, la imputación delictiva
que ha de ventilarse en el posterior Juicio Oral.

 La identificación de los imputados se realiza en ocasiones


de manera prospectiva y exageradamente amplia, de
suerte que puede llegar a incluir acumulativamente:

- Como responsables directos, a profesionales técnicos


(v. gr., Arquitectos y Aparejadores en accidentes del
sector de la construcción), al inmediato superior del
trabajador accidentado, al Director o Responsable del
Área correspondiente, al Director de Recursos
Humanos, al Jefe de Personal o Encargado de
Seguridad e Higiene (si lo hay), al Director General, y
en casos extremos de enorme gravedad, a los propios
Administradores de la empresa afectada, lo que
sucede siempre en empresas pequeñas sin mandos
intermedios;

- Muy frecuentemente, la responsabilidad directa


alcanza también a los directivos o representantes
legales de compañías con participación indirecta o
periférica (fabricantes de equipos o maquinaria,
receptores finales del servicio, empresas de trabajo
temporal, contratistas-subcontratistas, etc.);

- Y como responsables civiles subsidiarios, a las


propias empresas afectadas y sus respectivas
compañías de seguros, en caso de existir.

 La concreción del accidente de trabajo se lleva a cabo


tomando declaraciones sucesivas a los imputados, los
testigos presenciales y los testigos referenciales, así como
realizando cualesquiera otras diligencias probatorias que
se consideren pertinentes por el correspondiente Juzgado
de Instrucción (inspección ocular del lugar del accidente,
careos, práctica de periciales, etc.). El informe de la
Inspección de Trabajo suele tener una importancia decisiva
en esta fase del procedimiento, pero se encuentra
sometido a la lógica contradicción.
Esta fase de instrucción concluye con una resolución judicial
(un Auto) en el sentido excepcional de archivar las actuaciones
y poner fin al procedimiento penal (si se aprecia que no existe
responsabilidad delictiva), o en el más previsible de constatar la
existencia de indicios racionales de criminalidad en relación con
algún delito o falta concreta; en este sentido, y como ya
decíamos, el Código Penal de 1.995 permite insertar la
persecución de los accidentes de trabajo en varias opciones
distintas, siendo característica alguna de las siguientes
calificaciones:

 Delito de homicidio imprudente o falta de imprudencia con


resultado de muerte, si ha sido ese el desenlace;

 Alternativamente, delito de lesiones imprudentes o falta de


imprudencia con resultado de lesiones.

 Con suma frecuencia, delito contra la seguridad de los


trabajadores en relación concursal con alguna de las
imputaciones anteriores, siempre y cuando la situación de
riesgo creada con el posible incumplimiento de normas en
materia de prevención haya afectado, según vimos, a otros
trabajadores distintos del accidentado.

B) A continuación se desarrolla la fase intermedia del


procedimiento: es el turno de las acusaciones (Ministerio Fiscal,
representantes del trabajador afectado, representantes
sindicales) para manifestar concretamente contra qué personas
y por qué delitos o faltas han de seguirse las actuaciones. Este
pronunciamiento de las acusaciones provoca el consiguiente
Auto de apertura de Juicio Oral, en el que se determinan
indiciariamente (i) los hechos controvertidos, (ii) los imputados,
que se transforman en acusados, (iii) los delitos objeto de
acusación, (iv) las penas que pueden llegar a corresponderles,
(v) las posibles circunstancias modificativas de la
responsabilidad criminal, y (vi) la responsabilidad civil
dimanante, con exigencia de fianza por su importe y amenaza
de embargo en caso de impago.

C) Finalmente, y tras la formalidad de que los acusados se


opongan a los pedimentos de las acusaciones en sus escritos
de defensa, las actuaciones se trasladan físicamente al órgano
encargado de su enjuiciamiento (el propio Juzgado de
Instrucción, si se trata sólo de una falta; el Juzgado de lo Penal
-un Magistrado-, si se ventila un delito y las penas solicitadas
son inferiores a cinco años; o la Audiencia Provincial -tres
Magistrados-, si las penas solicitadas son superiores a cinco
años, lo cual sucede sólo excepcionalmente). El Tribunal
enjuiciador señala fecha para Juicio Oral, desarrollándolo en
una o varias sesiones concentradas para emitir acto seguido la
correspondiente Sentencia.

D) La Sentencia es revisable en Apelación (ante la Audiencia


Provincial, si el enjuiciamiento correspondió a un Juzgado de
Instrucción o de lo Penal) o Casación (ante el Tribunal
Supremo, si el enjuiciamiento correspondió a la Audiencia
Provincial); teóricamente, tanto el trámite de Apelación como el
de Casación prevén la posibilidad de celebrar Vista, pero lo
mas frecuente es que ambos recursos se tramiten
íntegramente por escrito, y desde luego, sin intervención física
de los acusados o condenados.

E) La segunda Sentencia de Apelación o Casación agota la


tramitación ordinaria del procedimiento, sea cual sea su signo,
y tras esta segunda Sentencia sólo persiste la posibilidad
extraordinaria del recurso de Amparo ante el Tribunal
Constitucional, siempre con mal pronóstico por la particular
idiosincrasia de tal instancia, y en último término, la petición de
indulto.

Cuanto queda expuesto responde al patrón procesal característico


de los procedimientos penales seguidos en relación con la
ocurrencia de un accidente de trabajo con resultado de muerte o
lesiones, pero existen infinitas variables prácticas que dependen, en
buena medida, del ánimo inquisitorial del Juez Instructor, de la
combatividad de las acusaciones, de la repercusión social del
accidente y de la relevancia corporativa de la empleadora, por
paradójico e injusto que suene.

Restan por mencionar dos aspectos importantes de interés:

 En nuestra experiencia, las condenas penales por la ocurrencia


de un accidente de trabajo, cuando se producen, suelen quedar
por debajo del umbral de los dos años de prisión, aunque esta
tendencia ha quedado pulverizada con la reciente Sentencia de
la Sección 2ª de la Audiencia Provincial de Madrid de 20 de
Julio de 2.007 (Anexo nº 4); la consecuencia fundamental de
ello es que, a tenor de lo previsto en el artículo 81 del Código
Penal, la ejecución de la pena queda en suspenso (siempre
que el condenado sea delincuente primario –sin antecedentes
penales- y se hayan satisfecho las responsabilidades civiles
originadas, salvo imposibilidad material de hacer frente a las
mismas), de manera que no hay ingreso efectivo en prisión. Sin
embargo, también debe hacerse notar que cualquier condena
privativa de libertad conlleva como pena accesoria la
inhabilitación especial durante el mismo tiempo para ejercer el
cargo u oficio en el que se hubiera cometido la imprudencia, y
esta pena aneja no es susceptible de suspensión (aunque sí de
diversos malabarismos para evitar legalmente su eficacia
práctica).

 Un pronunciamiento condenatorio en cualquier extensión


conlleva la imposición de la correspondiente responsabilidad
civil delictual, que suele conformarse con arreglo a las
directrices marcadas por la Ley 30/1.995, de 8 de Noviembre
(actualizada de tanto en tanto), conocida vulgarmente como “el
baremo”. Esta Ley ofrece una tabla indemnizatoria tasada, pero
sujeta a múltiples variables y factores de corrección (edad y
estado civil de la víctima, ingresos anuales, existencia de
ascendientes y descendientes, etc.). Al hilo de esta
consideración, no puede desdeñarse la opción evidente de
llegar a un acuerdo extrajudicial anterior a la celebración de
juicio oral con la representación del trabajador accidentado (y
por extensión, con las representaciones sindicales) en relación
a las citadas cuestiones económicas. La posibilidad puede
llegar a ser muy sugerente en casos de notoria dificultad por
dos razones distintas:

- La reparación del daño causado opera en todo caso como


atenuante de la pena correspondiente, que puede
rebajarse hasta en un grado según lo previsto en el
artículo 21.5 del vigente Código Penal (“Son
circunstancias atenuantes (…) la de haber procedido el
culpable a reparar el daño ocasionado a la víctima, o
disminuir sus efectos, en cualquier momento del
procedimiento y con anterioridad a la celebración del juicio
oral”); no obstante, si la reparación del daño se efectúa por
la aseguradora involucrada (lo que sucede en la mayoría
de ocasiones), el acusado corre el riesgo de no obtener la
rebaja punitiva apuntada. Así se señala tajantemente, por
ejemplo, en la S.T.S. de 20 de Noviembre de 2.000, que
expresamente advierte que “la reparación que se produce
como consecuencia del cumplimiento de sus deberes
contractuales por parte de las compañías aseguradoras
(…) no puede configurar la atenuante 5ª del artículo 21,
por mas que efectivamente se haya producido en definitiva
una reparación a las víctimas, porque no es el culpable el
que repara, sino un tercero, la empresa de seguros,
aunque ésta lo haga como contraprestación a las primas
que pagó el acusado”.

- La culminación de un acuerdo extrajudicial debe ligarse a


la retirada de la acusación particular (y en su caso, la
popular), lo cual siempre es positivo, no sólo porque
supone evitar los escollos y dificultades que puedan
plantear en el Juicio Oral, sino también por el mensaje
implícito que se envía al Tribunal, que ya no queda
compelido a facilitar una resolución reparadora para la
víctima en aras de una justicia material basada en la
protección del desfavorecido. Mas aún: en el supuesto de
que la acusación haya quedado concretada en una falta de
homicidio o lesiones imprudentes (y no en los
correspondientes delitos y/o el delito contra la seguridad
de los trabajadores), la eventual retirada del trabajador
afectado y los representantes sindicales conlleva el archivo
de las actuaciones, puesto que el Ministerio Fiscal carece
de legitimación para proseguir la tramitación por sí mismo.

Madrid, 12 de Junio de 2.008.

Agustín Tornos
Abogado
BUFETE TORNOS
www.bufetetornos.es

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