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BRIDGEMAN / INDEX
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El arrianismo de Valente
El óleo reproducido sobre estas líneas, obra de Pierre Subleyras, muestra una escena legendaria en la que el emperador Valente se desmaya
en presencia del obispo Basilio, que le había instado a abjurar del arrianismo.
E. LESSING / ALBUM
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Tras nombrar emperador de Oriente a su hermano Valente, Valentiniano se dirigió a Tréveris para combatir desde allí a los bárbaros y
reforzar el limes.
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Cuando su ejército huyó en desbandada, Valente se refugió entre las unidades de los veteranos lanciarii y matiarii. Estos guerreros
presentaron una dura resistencia, pero fueron barridos por la furia del ataque godo.
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Este sarcófago del siglo III muestra una batalla entre romanos y bárbaros, que son claramente vencidos. Algo que no ocurrió en
Adrianópolis, donde los romanos sufrieron una de las peores derrotas de su historia. Museo Nacional Romano, Roma.
SCALA, FIRENZE
Tras su elección como emperador, en 364 asoció a su hermano Flavio Julio Valente al gobierno de Oriente. Ambos dedicaron todos sus esfuerzos a
reorganizar la defensa en las fronteras frente a la creciente presión de los pueblos «bárbaros» que vivían más allá del Danubio; una presión que, a ojos
de muchos romanos, estaba poniendo en riesgo la supervivencia misma del Imperio.
En el año 375, Valentiniano se encontraba en el Danubio luchando contra los cuados, el mismo pueblo que décadas atrás había desafiado a Trajano.
Poco antes uno de los jefes cuados, Gabinio, había sido asesinado en un banquete por los romanos, con lo que sus compañeros enviaron una embajada
a la colonia militar romana de Brigetio (la actual Snözy, en Hungría), donde se encontraba el emperador. Allí plantearon una serie de exigencias que
resultaron intolerables para los romanos. De naturaleza irascible, Valentiniano montó en cólera y, según el historiador Zósimo, «al subirle a la boca un
flujo de sangre que le oprimió los conductos de la voz, falleció».
Más información
Fotografías
La muerte de Valentiniano dio un nuevo empuje a otros pueblos del Danubio. De ellos, el más importante era el de los godos, llamados gutones, géticos
o getas por los romanos. Originarios del norte de Europa, según el historiador Jordanes habían emigrado hacia el mar Negro, donde colonizaron
antiguos territorios escitas. A lo largo de los siglos III y IV, los godos protagonizaron constantes incursiones violentas en las provincias romanas,
hasta que en el año 369 el hermano de Valentiniano, Valente, llegó a un pacto de no agresión con Atanarico, rey de una rama de los godos, los
llamados tervingios. Muy poco después, sin embargo, la situación se volvió de nuevo inestable a causa de la presión ejercida por los hunos, un
nuevo pueblo procedente de las estepas que los historiadores romanos definieron como salvaje y de gentes deformes. Los hunos sometieron amplios
territorios y desencadenaron la huida de otros pueblos bárbaros –sármatas, alanos, godos greutungos…–, que fueron aproximándose al limes
(frontera) romano.
Promesas incumplidas
En el año 376, grupos de godos tervingios al mando de los caudillos Alavivo y Fritigerno –distintos de los dirigidos por Atanarico– solicitaron al
emperador instalarse dentro del Imperio como pueblos «federados», esto es, comprometidos a suministrar tropas para la defensa de la frontera a
cambio de un stipendium o salario. El historiador Amiano Marcelino habla de «multitudes innumerables de gentes», aunque no puede determinarse la
cifra exacta.
En todo caso, eran formaciones de guerreros que viajaban con sus familias, sus caballos, ganados, enseres y carretas de madera, y vivían de aquello que
podían comprar o depredar entre las poblaciones por donde pasaban.
Las autoridades romanas no cumplieron con el compromiso de garantizar su abastecimiento e incluso se aprovecharon de la situación
desesperada en que cayeron los godos
Sin embargo, el traslado de los godos a sus nuevas tierras estuvo rodeado de toda clase de penalidades. Durante varios días con sus noches, los godos
trataron de pasar el río Danubio, apiñados en naves, barcas y troncos de árboles, pero muchos se ahogaron. Además, las autoridades romanas no
cumplieron con el compromiso de garantizar su abastecimiento e incluso se aprovecharon de la situación desesperada en que cayeron los
godos. Como cuenta Zósimo: «Cuando los bárbaros que habían sido conducidos a esas regiones lo estaban pasando mal por la falta de alimento, estos
abominables generales planearon comerciar del siguiente modo: reunieron todos los perros que su ambición pudo hallar por cualquier parte y se los
entregaron a cambio de obtener un esclavo por cada perro, dándose incluso el caso de que, entre éstos, figuraban hijos de los nobles bárbaros». En fin,
los mismos oficiales romanos que debían escoltarlos por las fronteras hasta su destino final se dedicaron a elegir mujeres hermosas, capturar a
muchachos y procurarse siervos. Al actuar así descuidaron comprobar que los godos entregaban todas sus armas, una de las condiciones que el
emperador Valente les había puesto para admitirlos en el Imperio.
Los godos se asentaron cerca de Marcianópolis (la actual Devnja, en Bulgaria), centro militar del dux Máximo y el comes Lupicino. Allí el
descontento prendió pronto entre los recién llegados, a lo que se sumó la entrada de otro contingente de godos greutungos que habían sido excluidos
del pacto con Valente y que lograron traspasar el limes aprovechando que las tropas romanas estaban concentradas en el traslado de sus compañeros.
Ante una situación cada vez más tensa, Lupicino invitó a un banquete a Alavivo y Fritigerno, con la intención de utilizarlos como rehenes. Fue
entonces cuando los godos que estaban fuera de la ciudad se rebelaron, matando a un buen número de romanos. Fritigerno se ofreció a apaciguar a sus
compatriotas, y así logró salvar la vida; Alavivo, en cambio, fue asesinado. A partir de este momento, las huestes godas se lanzaron a saquear Tracia y
asesinar a los habitantes de sus aldeas.
Llegado a Nicea, a Valente le informaron de que los godos que se encontraban en los alrededores de Adrianópolis y en las cercanas Beroea y Nicópolis
habían huido ante el empuje del ejército imperial. El emperador se dirigió entonces hacia Adrianópolis, dispuesto a buscar una batalla decisiva contra
las huestes godas. Impaciente por lograr una victoria que creía fácil, no quiso esperar la llegada de los refuerzos enviados por Graciano ni de las
legiones de Marcianópolis y Durustorum (la actual Silistra, en Rumanía), y rechazó la oferta de paz que el caudillo godo Fritigerno le transmitió a
través de un sacerdote cristiano. Se dispuso así a enfrentarse a la gran confederación de godos, hunos, sármatas, alanos y desertores romanos que se les