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EvangeliO yVida
Ciudad de México
e+v inicio marzo~abril 2019_evangelio y vida 02/01/19 22:21 Página 2
EvangeliO yVida
Cuadernos bimestrales
con reflexiones sobre el evangelio de cada día
La moneda falsa
(reflexión para la Cuaresma)
P. Silviano C. c.m.
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L D
“ o que ios unió, que no lo separe el hombre”
Sir 6, 5-17; Sal 118; Mc 10, 1-12.
marzo
superioridad, porque el proyecto original de
Dios fue crear al hombre y a la mujer para que
fueran “una sola carne”. Los dos están llamados
a compartir el amor, la intimidad y la vida entera,
con igual dignidad y en comunión total.
Si la primera lectura nos da pistas sobre
• vierne • 2019
cómo generar, valorar y conservar a nuestros amigos
–para hacerlos invaluables–, recordándonos que “las
palabras dulces y un lenguaje
amable favorecen las buenas
relaciones”, el mensaje de
Jesús está dirigido a atacar la
“dureza del corazón” que
atenta contra la mujer,
aunque las leyes de los
hombres lo permitan.
Por eso es necesario decir con el salmista: “Señor,
guíame por la senda de tu ley”, porque las leyes de
los hombres son imperfectas.
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E
l relato del Evangelio está narrado con
intensidad especial. Jesús se pone en
camino hacia Jerusalén, pero antes de
que se aleje de aquel lugar, llega
“corriendo” un desconocido que “cae
de rodillas” ante Él para retenerlo. Lo necesita
urgentemente. No es un enfermo que pide
curación, no es un leproso que implora
compasión. Su petición es otra, necesita
orientar su vida: “¿Qué haré para heredar la vida
eterna?”. No es una cuestión teórica, sino
existencial. No habla en general; quiere saber
qué ha de hacer él personalmente. Ha cumplido
desde pequeño los mandamientos pero aun así
se siente incompleto.
Jesús entiende su insatisfacción y le invita a
orientar su vida desde una lógica nueva: “Una
cosa te falta”. Lo primero es no vivir agarrado a
los bienes materiales –“vende lo que tienes”–,
lo segundo ayudar a los pobres –“dales tu
dinero”– y por último “ven y sígueme”. El
hombre “frunce el ceño y se marcha pesaroso,
porque era muy rico”.
Tal vez nosotros tengamos poco o mucho
dinero, pero ¿no será también nuestra experiencia?
¿No nos faltará el amor práctico a los pobres?
¿No nos faltará la alegría y la libertad de los
seguidores de Jesús?
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E
n la continuación del relato evangélico
del hombre rico al que le cuesta
desprenderse de sus bienes, los
discípulos han quedado con un serio
cuestionamiento: ¿entonces quién podrá
salvarse? La respuesta de Jesús es que para
Dios no hay imposibles, Pedro inmediatamente
trata de asegurar los pasajes para el Reino:
“Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo
y te hemos seguido”. No es un curarse en
salud, no es un reclamo, es el Pedro humano
que espera recibir su recompensa por el
trabajo. Jesús es contundente, el que trabaja
por el Reino, tendrá fruto en esta vida y en la
otra.
“El que guarda los mandamientos ofrece un
sacrificio de acción de gracias” dirá la
primera lectura y “recibirá el ciento por uno
en esta vida, junto con persecuciones; –que
las cosas no son de gratis– y en el otro mundo
la vida eterna” completará el Evangelio.
Definitivamente, cuando nos encargamos de
las cosas de Dios, Él se encarga de las nuestras;
cuando trabajamos por el Reino, Él reina en
cuanto trabajamos. Desentendámonos entonces
un poco de las seguridades materiales para
así poder cantar con el salmista: “Dios salva
al que cumple su voluntad”.
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d
esde el Miércoles de Ceniza, que abrió la
puerta de la Cuaresma, las lecturas nos han
invitado a pensar éste como un tiempo
propicio para una práctica efectiva de la
misericordia.
El profeta Isaías sigue dando pistas: “Si ofreces
tu pan al hambriento y sacias al que vive en la
penuria, tu oscuridad será como el mediodía”.
En un momento en el que nuestra vida está tan
llena de oscuridades, tan necesitada de la luz que
se alza sobre las tinieblas, el tiempo de Cuaresma
es una buena propuesta de oración y acción.
En el Evangelio encontramos a un Jesús
categórico que con un “Sígueme”, se le presenta a
Mateo (un pecador público) como opción para su
vida. La posición social de Leví era equivalente a
un ladrón, que roba el dinero de los pobres a través
de los impuestos y de sobornos. Cuando los
fariseos reprochan la actitud de Jesús, de reunirse
con este tipo de gente, salta la alegoría del médico
(del que tienen necesidad los enfermos), del Dios
que busca al pecador para llevarlo de las tinieblas
a la luz.
Es tiempo de pedir a Dios que ilumine las
oscuridades de mi historia, que lleve mi oración a
la acción y que me conceda, como canta el salmista,
“Seguir fielmente sus caminos”.
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go
10 • marzo • 1 domin de cuaresma • 2019
er
‘‘P
“Todo el que pide, recibe”
idan y se les dará”, dice Jesús en el
Evangelio, porque “todo el que pide
recibe”. Parece sencillo solo pedir. El
asunto no es pedir, sino “qué” pedir y
“cómo” pedirlo.
Escribe Santiago (4, 2-3): “En realidad, ustedes
no tienen porque no piden. Y si piden algo, no
lo consiguen porque piden con la mala intención
de derrocharlo después en sus placeres”. Tiene
razón Santiago, antes de hacer nuestras
peticiones a Dios, hemos de revisar si lo que
estamos pidiendo es para gloria de Dios,
crecimiento nuestro y ayuda a los demás, o
solo responde a un interés egoísta. Pensemos
¿Qué fue lo último que le pedí a Dios?
Si revisamos el “qué”, vayamos ahora al
“cómo”. Escuchamos en la primera lectura la
oración de Esther, luego de tres días de ayuno
junto con su pueblo –por el que va a abogar
ante Asuero–, sabiendo que lo que va a hacer
es jugarse el todo por el todo, porque va a
presentarse ante el rey sin su permiso, y esto
estaba penado con la muerte. Pensemos ¿Cómo
fue mi última petición a Dios?
Cuando hemos tenido la capacidad de revisar
la motivación de nuestras peticiones y confiamos
en el Padre Bueno, podemos decir con el salmista:
“De todo corazón te damos gracias, Señor”.
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17 • marzo • 2° do
mingo de cuaresma • 2019
Gen 15, 5-12. 17-18; Sal 26; Flp 3, 17-4, 1; Lc 9, 28-36.
“Este es mi hijo amado. Escúchenlo”
En la cumbre de una “montaña alta”, los
discípulos más cercanos tienen la experiencia de un
Jesús “transfigurado”. Le acompañan dos personajes
legendarios de la historia de Israel: Moisés, el gran
legislador y Elías, el profeta de fuego. Los dos
personajes, que representan la ley y los profetas, no
emiten mensaje alguno. Solo vienen a “conversar”
con Jesús: solo éste tiene la última palabra.
Pedro no ha entendido. Propone
hacer “tres chozas”, una para
cada uno. Pone a los tres en el
mismo plano. No ha captado la
novedad de Jesús. La voz surgida
de la nube, aclara las cosas: “Este
es mi hijo amado. Escúchenlo”.
Vivir escuchando a Jesús es una
experiencia única y es la que
funda nuestra fe. Por fin escuchamos
a alguien que dice la verdad,
porque es la verdad.
Una comunidad se va haciendo cristiana cuando
va poniendo en su centro el Evangelio. Ahí se juega
nuestra identidad. Es un hecho social humanizador
que un grupo de creyentes escuchen juntos el “relato
de Jesús”. Cada domingo podemos sentir su llamada
a mirar la vida con ojos diferentes, más misericordiosos,
y a vivirla con responsabilidad de forma que logremos
un mundo diferente, más vivible.
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‘‘P
erdónanos Señor, hemos pecado”,
confiesa Daniel en la primera lectura.
“Perdona nuestras ofensas”, suplicamos
nosotros en la oración del “Padre
Nuestro”. Queremos compasión y
misericordia para nuestras faltas, pero para el que
las comete contra nosotros, pedimos el castigo
cruel. Conociendo nuestra condición humana,
Jesús recomendará: “No condenen y no serán
condenados, perdonen y serán perdonados”. ¡Qué
difícil es el perdón!
La primera decisión del que perdona es no
vengarse. La venganza es la respuesta casi instintiva
que nos nace cuando nos sentimos heridos o
humillados. Buscamos compensar nuestro
sufrimiento haciendo sufrir a quien nos ha hecho
daño. Para perdonar, es importante no gastar
energías en imaginar nuestra revancha, no alimentar
el resentimiento, no permitir que el odio se instale
en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se
nos haga justicia; el que perdona no renuncia a sus
derechos, pero también tenemos la obligación de
irnos curando del daño hecho. Para perdonar es
necesario compartir nuestros sentimientos y orar
con el salmista: “No nos trates Señor como merecen
nuestros pecados”.
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E
n las lecturas de hoy predominan las
intenciones de asesinato contra hombres
inocentes. El Génesis nos descubre las
intenciones de los hermanos de José:
“Ahí viene ese soñador. Démosle
muerte”. Su pecado es ser el favorito de su
padre, lo que provoca el odio de sus hermanos.
Al grado de ni siquiera dirigirle el saludo.
En el Evangelio se nos presenta la parábola
de los “viñadores asesinos”, que puede ser la
más dura crítica lanzada por Jesús contra los
líderes religiosos de su pueblo. Los trabajadores
llegan a sentirse dueños del campo y están
dispuestos a matar a quien se oponga, así sean
otros siervos o el mismo hijo del dueño.
Aunque pensemos que esta parábola tan
amenazadora vale para el pueblo del Antiguo
Testamento, la parábola también habla de
nosotros. De las veces en que como hombres y
mujeres de iglesia nos hemos sentido dueños
de la viña. De las veces en que como pastor,
como líder de grupo eclesial o simplemente
como creyente, he tenido la soberbia de creer que
el Evangelio es solo mío y veo como amenaza
a todo aquel que vive más intensamente que yo
la novedad de la Palabra, simplemente porque
no es de los míos.
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er omingo de cuare
24 • marzo • 3 d sma • 2019
Ex 3, 1-8. 13-15; Sal 102; 1 Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9.
“Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?”
El relato de la higuera es breve y claro. Un
propietario tiene plantada en medio de su viña una
higuera. Durante tres años ha buscado su fruto.
Año con año, la higuera lo defrauda, sigue estéril.
La decisión es sensata. Si la higuera no produce
fruto y está absorbiendo inútilmente las energías
del terreno, lo más razonable es cortarla. “¿Para qué
va a ocupar un terreno en balde?”. Con todo, el
viñador propone hacer todo lo posible por salvarla,
aboga por otra oportunidad para la higuera.
La parábola ha sido contada para hacer reaccionar
nuestras conciencias. ¿Para que una higuera sin fruto?
¿Para que una vida estéril sin
creatividad? ¿Para que una fe
sin el seguimiento práctico de
Jesús? ¿Para qué preocuparnos
de “ocupar” un lugar importante
en la sociedad o en la iglesia si
no la transformamos con nuestra
vida? ¿Para qué se va a ocupar un terreno baldío?
¿Qué sentido tiene participar de la creación si no
contribuimos a construir un mundo mejor? Criar a
un hijo, cuidar a los padres ancianos, cultivar la
amistad, apoyar a una persona necesitada, no es
“desaprovechar la vida”, es vivirla plenamente.
Hagámoslo antes que vuelva el dueño de la viña. Y
en tanto cantemos: “El Señor es compasivo y
misericordioso”.
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E
n el Evangelio de hoy, Pedro se acerca a
Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace
representando al grupo de seguidores:
“Si mi hermano me ofende, ¿Cuántas
veces le tengo que perdonar?, ¿hasta
siete veces?”. Pedro ha escuchado a Jesús
hablar sobre la misericordia de Dios, conoce su
capacidad de comprender, disculpar, perdonar.
También él está dispuesto a perdonar “muchas
veces”, pero ¿no hay un límite?
La respuesta es contundente: “No te digo
siete veces, sino hasta setenta veces siete”; has
de perdonar siempre, en todo momento, de
manera incondicional.
¿Qué está sugiriendo Jesús? A veces
pensamos ingenuamente que el mundo sería
más humano si todo estuviera regido por el
orden, la estricta justicia y el castigo a los que
actúan mal. Pero, ¿no construiríamos así un
mundo más tenebroso? ¿Qué sería de nosotros
si Dios no supiera perdonar?
La negación del perdón nos parece a veces la
reacción más normal y hasta la más digna ante
la ofensa. Sin embargo, esto no nos humaniza.
Una pareja sin mutuo perdón se destruye, una
familia sin perdón es un infierno, una sociedad
sin compasión es inhumana.
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31 • marzo • 4° do
mingo de cuaresma • 2019
Jos 5, 9. 10-12; Sal 33; 2 Cor 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32,
c
“Dame la parte que me toca de la herencia”
omo en ninguna otra parábola, en ésta,
Jesús nos hace profundizar en el misterio
de Dios y en el misterio de la condición
humana. La parábola del “padre bueno o
padre providente”.
En el relato, el hijo menor dice a su padre:
“Dame la parte que me toca de la herencia”. Al
reclamarla, está pidiendo de alguna manera la
muerte de su padre. Quiere ser libre, romper
ataduras. El padre accede a su deseo sin decir
palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.
¿No es también ésta nuestra situación actual?
Muchos en nuestra sociedad quieren verse
libres de Dios, ser felices sin la presencia de un
Padre eterno en el horizonte. Hemos pugnado
en los gobiernos y en las escuelas para que Dios
desaparezca de la sociedad y de las conciencias.
Nos molesta su presencia. Y lo mismo que en la
parábola, el Padre guarda silencio. No coacciona
a nadie.
Y como consecuencia del “respetuoso
alejamiento” que le hemos solicitado a Dios, se
nos desencadena el vacío interior y el hambre
de amor. Algo nos falta, nuestro corazón está
insatisfecho. Cuando caemos en cuenta, nos
arrepentimos, volvemos a Dios y cantamos con
el salmista: “Haz la prueba y verás qué bueno es
el Señor”.
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E
“ l hombre creyó y se puso en camino”
Is 65, 17-21; Sal 29; Jn 4, 43-54.
En el evangelio de hoy Jesús cura a un muchacho,
hijo de un funcionario. Quien aparece es el papá,
pidiendo a Jesús un milagro; él y su fe son los
protagonistas, porque lo que se nos cuenta es
el proceso de fe de este hombre:
–Primero, es alguien que pide un milagro
abril
para creer, no hay fe, hay necesidad de creer.
–Luego, hay un inicio, cuando Jesús le dice que su
hijo está curado, cree y se pone en camino hacia
su casa. Hay un deseo de que sea verdad lo
que Jesús le ha dicho; cree, pero todavía tiene
que convencerse de que la palabra de Jesús es eficaz.
• lunes • 2019
–Finalmente se nos dice que, viendo ya a su hijo
sano y salvo, “cree él con toda su familia”, aquí está
la fe verdadera como confianza, alegría, certeza de
la vida que hay en Jesús. Y su fe se contagia a los
suyos, convoca a los otros a adherirse también a
Jesucristo. Es entonces cuando de verdad “se pone
en camino”; para seguir a Jesús
y buscar rumbos nuevos para
su vida.
Creer es ponerse en camino
para encontrar la vida verdadera
en Jesús. Somos caminantes, no nos
conformamos, no nos detenemos,
caminamos siempre hacia lo
nuevo, hacia lo profundo, hacia
lo comprometido de una vida
guiada por Jesucristo.
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e+v abril 2019_evangelio y vida 04/01/19 16:45 Página 40
J
esús va a Jerusalén para la Fiesta de las
Chozas. Ya no volverá a Galilea, hasta
después de la resurrección. Hay mucha
gente, es una fiesta importante. Algunos
entre los visitantes lo van reconociendo:
“¿Será el Mesías?... No, a éste lo conocemos” –¿Me
conocen?, les dice Jesús.
¿Lo conocemos?
Pienso en el poco interés que muchos tenemos
por profundizar el conocimiento de Jesús, la
historia de su pueblo, la vida de su tiempo, el
sentido de sus palabras y de sus gestos. ¡Cuánta
resistencia para asistir a las charlas de preparación
a los sacramentos! ¡Qué pocos nos comprometemos
en un grupo de reflexión o de trabajo en la
parroquia!
Y no sólo se trata del conocimiento intelectual,
está el “conocimiento desde el corazón”, que
significa sintonizar mi vida con la suya, escuchar
desde el corazón, desarrollar esa intimidad de vida
con Jesús que sólo da la oración, la escucha
atenta.
¿Qué hacemos para conocerlo más y mejor?
¿Cómo profundizamos en nuestra intimidad con
su corazón, con sus pensamientos, con sus sueños?
¿Qué hacemos para saber lo que tiene para
nosotros, lo que desea de nosotros, lo que espera
de nuestra vida?
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7 • abril • 5° dom
ingo de cuaresma • 2019
Is 43, 16-21; Sal 125; Fil 3, 8-14; Jn 8, 1-11.
U
“Tampoco yo te condeno”
na mujer sorprendida en adulterio tenía que
morir apedreada, según la Ley. ¿Se atreverá
Jesús a contradecir tal práctica?
Para ponerlo en un dilema y desacreditarlo
ante los cumplidores de la ley, los fariseos y
escribas le ponen delante a una mujer adúltera. La
llevan arrastrando, como si fuera una cosa, sólo un
pretexto, un palo para golpear con él la fama de Jesús.
Jesús tiene delante la turba acusadora, a sus pies, en
el piso a la mujer. ¿Qué hace, qué responde?
–Primero se postra él mismo en el suelo, a la altura
de la mujer, una postura de cercanía, de protección;
le dice que esté tranquila, que hay por lo menos uno
que la defenderá, que la cuidará, que no está sola.
–Luego, dirigiéndose a los acusadores, les recuerda
que el único juez es Dios, porque él es el único santo
y fiel, porqué él se mueve sólo por amor. Quien esté
libre de pecado, de infidelidad, y quien esté lleno sólo
de amor, como Dios… que comience la lapidación.
Nadie es capaz de tirar ni una piedra. ¡Por lo menos
en eso son sinceros!
–Finalmente Jesús despide a la mujer, libre, perdonada,
salvada, dignificada. Pero con una recomendación:
“no vuelvas a pecar”. Jesús no niega el pecado de la
mujer, lo que quiere es que entendamos la profundidad
de la misericordia de Dios.
“Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta
y viva” (Ez 18, 23).
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‘‘E
“Yo hago siempre lo que le agrada a mi Padre”
l que me envió está siempre conmigo y
no me deja solo”, “mi Padre dice la
verdad, y lo que escuché de él, es lo que
digo al mundo…” También dice Jesús
estas frases en el texto de hoy. Todas
ellas nos descubren una verdad fundamental:
Jesús es el rostro humano de Dios, su verdad
definitiva, su palabra encarnada en el mundo
para dar fecundidad a la vida del hombre,
posibilidades reales y eficaces de encontrar
dicha en este mundo, y la salvación eterna.
En otra ocasión Jesús dijo: “Yo soy la puerta”.
En eso pienso al escucharlo hoy. Jesús es puerta
que, al abrirse, nos introduce a un horizonte
infinito de amor y acogida que son los brazos del
Padre.
¿No has experimentado volver a la casa
paterna después de algún tiempo y, apenas cruzar
la puerta, sientes que ahí hay parte de ti? Una
atmósfera familiar que te transporta a tus raíces:
los olores, los muebles, las fotos en la pared…
Sientes como un vientre que te acoge y unos brazos
que te reciben y quisieras no dejarlos nunca.
En Jesús, en su vida y su evangelio, vuelves a
la casa paterna, esa atmósfera acogedora donde
te sientes libre, amado, dignificado. Te sientes
verdaderamente hijo.
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espués de que Jesús resucitó a su amigo
Lázaro se desató una gran persecución
en su contra, pues se temía una revuelta
por tantos seguidores que se unían a
Jesús, y temían una represión por parte
de Roma. Deciden darle muerte animados por
Caifás, sumo sacerdote, quien dijo aquello de
que “es mejor que uno muera y no toda la nación”.
Y el mismo evangelio amplía lo dicho por Caifás:
Jesús moriría “no sólo por la nación, sino para
reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos”.
Ya no son las doce tribus de Israel las que son
rescatadas y congregadas en un camino de
salvación, son (somos) “todos los hijos de Dios”,
todos los que acogemos a Dios como Padre
nuestro y a Jesucristo como hermano y Señor.
¿Conocen ustedes la fábula del burro que tocó
la flauta por accidente? Pues siempre la recuerdo
cuando pienso en Caifás (con perdón de los señores
burros). Exactamente describe el significado de
la vida y la muerte de Jesús, en quien Dios tiende
la mano a todos sus hijos para congregarlos en
torno a la mesa de la vida plena, de la salvación,
como lo hacen un padre y una madre con los
suyos al final de la jornada. Un mundo como
una gran mesa fraterna y solidaria, en torno al
pan que da la vida.
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o
14 • abril • Doming de Ramos • 2019
Is 50, 4-7; Sal 21; Fil 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56.
“Tienen a Moisés y a los profetas. Que los escuchen”
Hoy se lee en la liturgia la pasión de nuestro
Señor según san Lucas. Quisiera fijarme más en el
acontecimiento que celebramos, la entrada de
Jesús a Jerusalén, narrada en Lc 19, 29-40; Mt 21, 1-11
y Mc 11, 1-11.
Con esta llegada a Jerusalén Jesús inicia la última
etapa de su vida terrena. Y nosotros comenzamos
la Semana Santa.
Jesús va montado en un burrito, como un Rey
humilde y bondadoso. La tradición lo imagina
montado en un burrito antes de nacer, en el vientre
de María, camino de Belén. Ahora, en el momento
de enfrentar su destino final, también aparece
montando un burro,
camino del nacimiento
de un nuevo mundo,
del nuevo destino del
hombre, que se abrirá
definitivamente con su
muerte y resurrección.
El pueblo lo recibe como mesías, Hijo de David.
Y no se imaginan el camino que este Siervo de Dios
seguirá para restablecer el reinado de Dios.
Le gritan ¡Hosana!, que significa “sálvanos, por
favor”. Y en ello se unen a las voces de todas las
generaciones anteriores y de todos los desposeídos
de los siglos que han gritado y gritan: ¡Sálvanos,
por favor!
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e+v abril 2019_evangelio y vida 04/01/19 16:56 Página 53
E
n un momento de la Última Cena, Jesús
anunció la traición de uno de los Doce.
Está conmovido, dice el evangelio que “se
estremeció por dentro” al decirlo.
¿Cómo no te va a estremecer la traición
de uno de tus amigos, a quien llamaste con amor e
instruiste con paciencia? ¿Cómo no te va a doler en el
alma el abandono de uno de tus más queridos amigos?
Y te duele no sólo por ti, sino sobre todo por él, por
Judas, quien sale del cenáculo a consumar la entrega y
es envuelto por la oscuridad: “Después de recibir el
bocado, Judas salió. Era de noche”. Es intrigante esta
referencia a la noche, como si el evangelista nos
indicara que deja la luz y el calor de la comunión
contigo para entregarse al poder de las tinieblas y
entrar en lo incierto, en lo confuso, en el reino del
desamor.
Es esto lo que te estremece, Jesús. La ceguera del
discípulo que vive ante la claridad de tu vida y tu
mensaje y no lo mira; su sometimiento a la traición, a
la ambición; o su derrota ante la desilusión porque no
entiende ni acoge tu mensaje de amor.
Y todavía hoy te sigue estremeciendo y doliendo la
ceguera nuestra y la facilidad con que nos dejamos
envolver por la oscuridad de nuestra ambición y
resentimientos, de nuestro egoísmo e injusticias, de
nuestra falta de adhesión a tu evangelio de amor.
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21 • abril • Dom
ingo de Pascua • 2019
Hech 10, 34. 37-43; Sal 117; 1 Cor 5, 6-8; Jn 20, 1-9.
“Entonces entró el otro discípulo; vio y creyó”
Es la mañana de resurrección. El mundo se
despierta nuevo, como en el primer día de la
creación. El sol rompe la telaraña que la noche
había tejido, manto de oscuridad y de muerte,
de desesperanza y soledad.
¡La tumba está vacía!
Jesucristo fue levantado por su Padre, como
el sol se levantó esta mañana, y ahora brilla
como Señor del mundo y de la historia. Ahora
es la Pascua la que dará dinamismo al mundo,
la que lo hará caminar. No será la muerte, ni las
tinieblas del mal, sino la luz, la vida y el amor,
las que tienen la última palabra.
Porque la Pascua es una manera nueva de ver,
abrazar y construir el mundo; una manera
nueva de hacer la historia desde la luz siempre
nueva y recién hecha del día luminoso de la
Resurrección. Hermanos, que el Amor y la Vida
sean la última palabra en el libro de la historia
de todos los pueblos de la tierra; que la luz sea
su único destino;
que la paz y la
fraternidad sean el
camino.
¡Porque no hemos
nacido para el odio! La Pascua de Jesucristo nos
levanta, nos libera, nos capacita para apropiarnos
del destino de luz y de esperanza para el que
vinimos a la vida. ¡Feliz Pascua!
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E
s la mañana de resurrección. Las mujeres
fueron al sepulcro y lo encontraron
abierto y vacío. Un ángel les anuncia que
no van a encontrar ningún cadáver, que
Jesús resucitó. Luego Jesús les sale al
encuentro con una palabra: ¡Alégrense! Ellas no
hablan, lo único que aciertan a hacer es abrazarse
a sus pies, postradas.
Lo tocan, es él, está vivo, el corazón reverdece
después de tanto dolor y desesperanza de los días
anteriores. Los proyectos reviven, el sentimiento de
abandono, de soledad desaparecen. Postradas, a
los pies de Jesús, renacen estas discípulas, y renacen
todos los discípulos, y toda la humanidad.
Una sola palabra para esta Pascua: ¡Alégrense!
Y una sola actitud ante el misterio de la
resurrección: Postrarse a los pies de Jesús y ahí,
tocando la tierra, sentir que nos salen raíces, y
que crecemos, y que nos brotan en el corazón
flores, y de las flores, frutos; y que cantan los
pájaros y la vida se llena de colores.
Abrazados a esos pies encontraremos nuestra
consistencia, la vida resucitada de Jesús nos
inundará. Y florecerá la nuestra, y dará frutos, y
tendrá rumbo, y encontrará su plenitud.
Abrazados a esos pies de Cristo resucitado.
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T
erminamos la Semana de Pascua, que es
una continuación de aquella mañana
luminosa de resurrección. Y lo hacemos
con una síntesis que hace San Marcos de
las apariciones del Resucitado.
Primero se aparece a María Magdalena, luego
a los discípulos de Emaús y finalmente a los once
Apóstoles (recordemos que Judas ya no está). La
experiencia se va abriendo poco a poco, primero
una persona, luego dos, luego once. Y desde los
Apóstoles, la experiencia de esa vida florecida
de Jesús se ofrecerá a todos los hombres. A ellos
hoy les pide Jesús: “Vayan por todo el mundo”,
compartan su experiencia de vida renovada a
todos, cuéntenles la Buena Nueva, la mejor
noticia jamás escuchada: Dios los ama y en Cristo,
a quien ha resucitado, les ofrece su mano generosa,
tierna y fuerte para sostenerlos, acariciarlos,
conducirlos en el camino de la vida.
Vayan por el mundo y llénenlo de flores y de
perfume con la noticia de la Pascua y con la
presencia de Jesús resucitado. La Vida se ha
enseñoreado del mundo; la muerte y la oscuridad
fueron derrotadas; venció el amor y la luz.
En Jesús nos esperan la claridad y la paz. Es la
noticia que recibimos y que se nos pide compartir.
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28 • abril • 2° do
mingo de pascua • 2019
Hech 15, 12-16; Sal 117; Ap 1, 9-11. 12-19; Jn 20, 19-31.
“A los ocho días estaban de nuevo reunidos”
El evangelio de hoy nos cuenta dos apariciones de
Jesús a los Apóstoles, primero sin Tomás y ocho días
después (un día como hoy), ya con Tomás presente.
La primera de ellas es como un Pentecostés,
porque Jesús, después de saludarlos (“la paz esté con
ustedes”), “sopló sobre ellos y les dijo –Reciban el
Espíritu Santo”.
No podemos dejar de remontarnos al día de la
creación, cuando Dios sopló sobre el hombre inerte
su aliento de vida. Estamos, pues, ante una nueva
creación, la creación del “hombre nuevo”, que surge
del aliento (el Espíritu) de Cristo Resucitado.
El Espíritu “hace nuevas todas las cosas”, ilumina,
calienta, transforma, modela, configura. El Espíritu,
que dará fuerza a esos once hombres llenos de
miedo y tristeza, es el que
a ti y a mí nos impulsa en
la vida, como el viento,
golpeando las velas
suavemente, mueve la
barca en medio del mar. Y
la lleva a puerto seguro, a
su destino.
Que ese Espíritu infundido en nosotros y que
procede del aliento original del Resucitado, nos
impulse en medio de este océano que es la vida, y
nos dirija con suavidad al puerto seguro que es la
vida enriquecida con la presencia viva de Jesús.
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E
s un diálogo hermoso y profundo el de
Jesús con Nicodemo. Jesús le dice que,
para entrar en la dinámica del Reino de
Dios, tiene que nacer de nuevo. Entonces
viene la pregunta de Nicodemo: ¿Cómo
nacer siendo viejo?
¿Cómo creer en el amor si tu corazón está roto,
o endurecido o marchito? ¿Cómo correr y saltar
por la vida si tu esperanza se ha apagado, si tus
planes se han frustrado uno a uno? ¿Cómo creer
que la vida es un regalo precioso si lo único que
valoras es llenarte de cosas, que terminarán
aplastándote? ¿Cómo soñar un futuro dichoso
para todos si sólo miras tu propio provecho y
bienestar?
Si tu corazón está viejo y tus músculos atrofiados;
si tu esperanza no brilla por ningún lado, si no
tienes sueños ni te saltan las lágrimas de gozo
ante el milagro de la vida… entonces estás viejo,
no importa la edad que tengas.
¿Cómo nacer siendo viejo? –Tienes que nacer
del agua y del Espíritu; dejar que el Espíritu Santo
(quien ya vive en ti) te inunde como un tsunami
de luz, de gozo, de vida nueva. Entonces habrás
renacido y el Reino de Dios tendrá en ti a un
aliado, un obrero que trabajará sin cansarse en la
construcción de la civilización del amor.
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