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Congregación de Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas

Pastoral Educativa

PROYECTO DE FORMACIÓN PERMANENTE PARA DOCENTES

Formación en el Carisma y la Espiritualidad

MODULO 1

CONOCIENDO A FRANCISCO Y A MADRE MARÍA DEL TRÁNSITO

La Congregación de Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas fue fundada el 8 de


diciembre de 1878 en Córdoba Argentina, bajo la protección de María Inmaculada.
Su fundadora, Tránsito Cabanillas de Jesús Sacramentado, pertenecía a la Tercera Orden de
San Francisco de Asís.
Por lo tanto, las figuras de San Francisco y Madre Tránsito son dos pilares fundamentales
de nuestros colegios, aquellos docentes que forman parte de la Comunidad Educativa,
están llamados a conocer el espíritu y las virtudes que ellos nos legaron como modelo de
vida.
En consecuencia, el ejemplo viviente que nos brindaron, adquiere una gran significatividad
para los hermanos y hermanas laicos que se incorporan a nuestro Instituto, donde la
educación y la formación impartidas, encuentra en ellos su sentido más profundo.
En los comienzos del movimiento franciscano, se acuñó la expresión “forma minorum”.
De acuerdo con esta máxima, Francisco mismo se constituye en un elemento de formación
que actúa como modelo en la configuración de la persona.
De la misma manera nuestra Madre, también se constituye en ejemplo de vida y figura-
paradigma para todos los que pertenecemos a sus colegios.
Para que ellos puedan ser para nosotros modelos es necesario conocer y saber como
vivieron su vida de Santidad, centrados en el amor y la unión con Cristo Jesús.

ESE HOMBRE SIMPLE.

Juan de Bernardone.
Juan nace en 1182, en la parte inferior de la ciudad, en una de las familias más ricas e
influyentes.
Su padre Pedro, pertenece a la poderosa corporación de los “comerciantes”. Produce una
particular tela manufacturada de lana. Su mayor éxito en el comercio, está en unas finas
telas de lujo que trae de “las grandes Ferias” del sur de Francia, donde asiste
frecuentemente. Es probable, que, como todos los comerciantes, sea prestamista, lo que
implicaba ser “usurero”.
Es, por lo tanto, una familia de considerable solvencia económica. Poseen en los
alrededores de Asís, cinco casas y varios terrenos. Además de dos propiedades en la
ciudad, la casa habitación y la casa taller de manufacturas.
De su madre se sabe muy poco. Algunas fuentes la presentan como originaria de Luca.
Fuentes muy tardías la hacen proveniente de Francia y de sobre nombre Pica. Juan nace en
1182, en torno a la fiesta de San Juan Bautista, que se celebraba el 24 de junio, por lo que
se lo llamará en su bautismo: Juan. Su padre está ausente, probablemente en la feria de
Francia y a su regreso decidió llamarlo Francisco, que significa pequeño francesito, ya que
Pedro era un gran admirador de ese país.

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Con el tiempo tendrá un hermano menor llamado Ángel. Pedro prepara a su hijo mayor en
la profesión de comerciante. Destinado a seguir sus pasos y sus triunfos. Lo envía a la
escuela parroquial de San Jorge. Allí se codea con los hijos de las familias más ricas e
influyentes de la ciudad. Le enseñan a leer, escribir, hacer cuentas, sobre todo el manejo
esencial del latín, ya que los balances anuales, los contratos, las compras y ventas se hacían
en esta lengua. En el latín medieval se redactaban, además, los acuerdos comerciales
internacionales.
Es fácil que haya aprendido el provenzal, francés del sur, de su padre, habituado a viajar a
Francia y mantener allí contactos de negocios, es fácil también, que en alguna
circunstancia haya acompañado a Pedro.
Aprende, asimismo, las canciones de amor provenzal, que los comerciantes italianos
admiraban y gustaban. Escuchó ciertamente las historias populares de Arturo y sus
caballeros de la mesa redonda, así como los cantares de Iselda. Junto al arte del negocio y
del comercio ha asimilado el ideal de la nobleza y caballería, así como el arte de los
trovadores. Su formación era adecuada a las necesidades de la clase dirigente de la ciudad.
En 1196, a los catorce años, tiene la obligación de “jurar fidelidad” al Imperio en la Roca
ante la nobleza. El Conde alemán preside la ceremonia. Simultáneamente ingresa como
profesional en la corporación de comerciantes, donde su padre es uno de los más
importantes miembros.
Desde ese momento se convierte en un hábil comerciante. En el taller de manufacturas
aprende los secretos de las telas. Bajo las enseñanzas e indicaciones de Pedro Bernardone
se va consolidando exitosamente, en el rol de gestor y organizador.
Se demuestra tan ambicioso y orgulloso como su padre, pero con fuertes matices
diferenciales en lo vanidosos, alegre y generoso. Su alegría lo va a caracterizar. Gustaba
divertirse. Organizar fiestas. Recorrer la ciudad como trovador, cantando en provenzal.
Siempre rodeado de un grupo de amigos. Intensamente derrochón en las fiestas y jolgorios.
Vanidoso y extravagante en su vestir. Gentil, y cortés, lejos de vulgaridades o palabras
inadecuadas. Marcado fuertemente por su “finesa” y “generosidad”, sobre todo frente a los
pobres y los débiles de la ciudad, modales que caracterizaban la cortesía caballeresca.
Su alegría y capacidad lo encuentran intentando tomar parte de una corporación de danzas
religiosas y populares. Festejaba la primavera en las fiestas asisanas de la vendimia.
Su alegría, su júbilo, su entusiasmo, lo convertirán en el rey de la fiesta, así como en el
líder natural de sus jóvenes coetáneos.

¿Cómo era la sociedad en esos tiempos?

Desde hacía unos siglos, se iba abriendo paso a una sociedad burguesa, comerciante y
urbana que iba adquiriendo determinadas características. La vida empezó a girar en torno a
las ciudades; por eso el control de la ciudad pasó a ser algo de gran importancia política.

Las ciudades con nuevas técnicas pasan de la construcción en madera a la de piedra, se da


una mejor alimentación y el desarrollo social con el emerger de nuevas artes y servicios,
que van a constituir los crecientes “artesanos” intercambios económicos. Se organizan,
aumentan los viajes comerciales ampliando los horizontes de intercambio cultural y de
ideas nuevas. Este creciente intercambio económico hace resurgir la economía monetaria y
la necesidad de ir acuñando monedas y valores.

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Los señores feudales que antes gestionaban la economía, son ahora empujados por la
creciente y poderosa nueva burguesía a una nueva participación en el poder que es
proporcional ya no a la sangre o a las tierras, sino a la capacidad económica de gestión.

Esta “nueva concentración de poder” en las pequeñas y florecientes urbanidades


conduce a la cultura ciudadana que surge en medio del mundo feudal y el mundo rural.
La ciudad hace libre a sus ciudadanos. Rompe los vínculos de dependencia y fidelidad
al Señor Feudal. Libera a los campesinos de la esclavitud de la tierra y les permite
organizarse en corporaciones. Saca a los del encierro a los pequeños burgos
integrándolos en una nueva estructura social orientados a una comunidad en la que
todos participan de un mismo proyecto y un mismo destino.

El comercio, que configura el ambiente de esta sociedad, trae la movilidad de bienes, la


nueva clase de los comerciantes y, sobre todo, el dinero.

Se respira en la sociedad todo un ambiente caballeresco. Llegar a ser caballero era como
legitimar la nobleza de la persona. Los nuevos ricos aspiraban a ella y las pretensiones de
los jóvenes como Francisco estaban dirigidas a la posibilidad de ser aceptados como
caballeros y así servir a los grandes señores, creyendo que luchaban por la justicia y el
derecho.

¿Qué papel desempeñaba la Iglesia en su tiempo?

Estaba sometida a los señores feudales que nombraban y deponían los cargos eclesiásticos
a su antojo.

El clero sufría una gran decadencia cultural, espiritual y moral. Era una Iglesia en reforma.
Desde el papa Gregorio VII, hasta Inocencio III, papa en tiempo de Francisco, el esfuerzo
de la reforma fue grande, aunque los resultados no tanto.

La vida religiosa que había girado hasta entonces en torno a los monasterios benedictinos,
cistercienses y premonstratenses; desde donde se apoyó Roma para la reforma de la Iglesia.

Van apareciendo unos movimientos espirituales de seglares, que se caracterizaban por la


pobreza colectiva, la vida itinerante entre la gente sencilla y el anuncio del Evangelio;
estos grupos propugnaron y vivieron una notable reforma espiritual y moral.

Cuando Juan llega a los dieciséis, en 1198, participará con todos los hijos de los homines
populi, en la poblada contra la Roca Imperial, así como en el posterior asalto de las casas
torres de los Boni homines de la ciudad alta.

Lo encontraremos nuevamente en el enfrentamiento entre maiores y minores, en la


batalla de Collestrada, donde en el desastre militar terminará prisionero.

La prisión duró un año, tiempo que él aprovechó para meditar y pensar seriamente en la
vida. Al salir de la prisión se incorporó otra vez en el ejército de su ciudad, y se fue a
combatir a los enemigos. Se compró una armadura sumamente elegante y el mejor
caballo que encontró. Pero por el camino se le presentó un pobre militar que no tenía con
qué comprar armadura ni caballería, y Francisco, conmovido, le regaló todo su lujoso
equipo militar.

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Esa noche en sueños sintió que le presentaban unas armaduras mejores para enfrentarse a
los enemigos del espíritu. Francisco no llegó al campo de batalla porque se enfermó y en
plena enfermedad oyó que una voz del cielo le decía: “¿Por qué dedicarse a servir a los
jornaleros, en vez de consagrarse a servir al Jefe Supremo de todos?”.

Entonces se volvió a su ciudad, pero ya no a divertirse sino a meditar en serio acerca de


su futuro. La gente al verlo tan silencioso y meditabundo comentaba que Francisco
probablemente estaba enamorado. Él les decía: “Sí, estoy enamorado y es de la novia
más fiel y más pura y santificadora que existe”.

Los demás no sabían de quién se trataba, pero él sí sabía muy bien que se estaba
enamorando de la pobreza, o sea de una manera de vivir que fuera lo más parecida
posible al modo totalmente pobre como vivió Jesús.

Así, se fue convenciendo que debía vender todos sus bienes y darlos a los pobres. Por
eso renunció a todas sus riquezas, abandonó su casa y aprovechó las ausencias de su
padre para recoger las mejores ropas y distribuirlas entre los pobres.

Michel Hubaut, refiriéndose a esta etapa de la vida de Francisco nos dice: “Tenía 25
años. Era rico, hábil en los negocios, de compañía y conversación agradables, poseía
todo lo necesario para seducir, triunfar y deslumbrar.
Fácilmente excéntrico, le gustaba hacerse notar. Los honores militares, la gloria y la
celebridad asediaban su mente.

Pero algunos fracasos, un año de cárcel, un año de enfermedad lo golpearon duramente, y


lo hacen chocar con la realidad. Un gran vacío se apodera de él. Tiene sed de otra cosa.
Pero, ¿de qué? La carrera militar y el negocio pierden atractivo. Toma distancias. Su
ambición se interioriza. Y empieza el combate de la Fe, que le marcará de por vida. «Lleno
de un nuevo y singular espíritu, oraba en lo íntimo a su Padre... Sostenía en su alma
tremenda lucha... uno tras otro se sucedían en su mente los más varios pensamientos» (1
Cel 6).” ¡Pasar de las ambiciones personales al Proyecto de Dios... no es cosa fácil!

En el momento de la ruptura. Francisco sale de Asís y se dirige a las cuevas del Monte
Subasio, en los alrededores de la ciudad. Entra en una orden (La de los Penitentes), una de
las muchas que existían por aquella época. Allí, se coloca el traje, que consistía en un
manto rústico, toma un cayado y vive en las cuevas, entre oraciones y penitencias. Es
cuando sus amigos van a visitarlo y quieren disuadirlo de sus propósitos, pero él sigue
buscando, sin saber todavía lo que ha de hacer. Francisco siente que Dios lo invita a
cambiar su vida.

A partir de ese momento, inicia un proceso de búsqueda personal adoptando, como otras
muchas personas de la época, el estado de penitente voluntario.

El estado penitencial contaba con siglos de existencia y con una amplia difusión dentro
de la Iglesia, al principio, englobaba a los pecadores públicos que tenían que cumplir una
penitencia forzosa para ser recibidos de nuevo en la comunidad. Pero, con el paso del
tiempo, junto a éstos comenzaron a aparecer otros penitentes de carácter voluntario, que
buscaban en los rigores y privaciones penitenciales un camino de perfección cristiana.

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Algunos de los que adoptaban la vida penitencial vivían como ermitaños, como oblatos
en los monasterios o como reclusos en los núcleos urbanos. También los había que
ayudaban en trabajos para edificar o reconstruir iglesias.

Un momento muy importante en la vida del joven Francisco fue el encuentro con un
leproso. Fue así que un día, cuando paseaba a caballo cerca de Asís, encontró a un
leproso lleno de llagas, que le hizo sentir un gran asco, pero al mismo tiempo, sintió una
inspiración divina que le decía que, si no obramos contra nuestros instintos nunca
seremos santos. Entonces se acercó al leproso, y venciendo la espantosa repugnancia
que sentía, le besó las manos, así logró conseguir una gran fuerza para dominar sus
instintos y poder sacrificarse siempre a favor de los demás. Desde aquel día empezó a
visitar a los enfermos en los hospitales y a los pobres.

En aquella época el leproso era considerado como una persona a la que el pecado se le
revelaba exteriormente, en su propia piel. En los alrededores de Asís había tres
leproserías. Cuando alguien contraía la lepra, la familia se reunía para una misa de
réquiem, en la que el sacerdote celebraba su muerte para la sociedad. Luego lo llevaban
a una de esas leproserías, verdaderos infiernos, y lo abandonaban allí. Desde entonces,
una campanilla que llevaba en el cuello anunciaba a los demás dónde estaba, para que
todos se apartasen de él. La lepra era símbolo del pecado, del pecado original y de la
repulsa, y los leprosos eran considerados como pecadores públicos.

Cuando San Francisco abrazó al leproso, descubrió que en él estaba Jesucristo. Fue en
ese contexto donde lo abrazó. El Testamento que escribió antes de morir dice: «Como
yo estaba en pecado, me parecía de veras insoportable mirar a los leprosos. El Señor
mismo me condujo en medio de ellos, y sentí compasión y misericordia. Lo que antes
me parecía amargo se convirtió en dulzura de alma y cuerpo. Desde entonces estuve
solo poco tiempo y abandoné este tipo de mundo”

A finales del 1205 y encontrándose rezando ante un crucifijo en la iglesia de San


Damián, le pareció oír que Cristo le decía tres veces: “Francisco, tienes que reparar mi
casa, porque está en ruinas”.

Él creyó que Jesús le mandaba arreglar las paredes de la iglesia de San Damián, que
estaban muy deterioradas, y se fue a su casa y vendió su caballo y una buena cantidad
de telas del almacén de su padre y le trajo dinero al Padre Capellán de San Damián. Le
pidió que lo dejara quedarse allí ayudarlo a reparar esa construcción que estaba en
ruinas. El sacerdote le dijo que el dinero no se lo aceptaba ya que le tenía temor a la
dura reacción que iba a tener su padre, Pedro Bernardone.

Finalmente, cuando éste se enteró, demandó a su hijo Francisco ante el obispo


declarando que lo desheredaba y que tenía que devolverle el dinero conseguido con las
telas que había vendido. El prelado devolvió el dinero al airado papá, y Francisco,
despojándose de su camisa, de su saco y de su manto, los entregó a su padre diciéndole:
“Hasta ahora he sido el hijo de Pedro Bernardone. De hoy en adelante podré decir:
Padrenuestro que estás en los cielos”.

Ante el hecho y al ver a Francisco sin ropas, el Obispo le regaló el vestido de uno de sus
trabajadores del campo: una sencilla tunica, de tela ordinaria, amarrada en la cintura con
un cordón.

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Francisco trazó una cruz con tiza, sobre su nueva túnica, y con ésta vestiría el resto de
su vida. Ese será el hábito de sus religiosos después: el vestido de un campesino pobre,
de un sencillo obrero.

De esta manera se fue por los campos orando y cantando: – Yo soy el heraldo o
mensajero del gran Rey”.

Después volvió a Asís a dedicarse a levantar y reconstruir la iglesita de San Damián. Y


para ello empezó a recorrer las calles pidiendo limosna. La gente que antes lo había
visto rico y elegante y ahora lo encontraba pidiendo limosna y vestido tan pobremente,
se burlaba de él.
“Repara mi casa” es un mensaje espiritual, pero Francisco lo entiende al pie de la letra y
empieza a reconstruir las iglesias en ruinas de la región. Y construye con sus propias
manos la capillita de la Porciúncula, de no más de tres metros de largo por dos de
ancho.
Levantó y reconstruyó varias iglesias, hasta que se dio cuenta de que la petición de
Cristo no se refería a la construcción de iglesias, sino a la reconstrucción espiritual de su
Iglesia
La Porciúncula, nombre queridísimo para los franciscanos de todo el mundo, fue donde
Francisco empezó su comunidad. Porciúncula significa “pequeño terreno”. Era una
finquita chiquita con una capillita en ruinas. Estaba a 4 kilómetros de Asís. Los padres
Benedictinos le dieron permiso de irse a vivir allá, y al santo le agradaba el sitio por lo
pacífico y solitario y porque la capilla estaba dedicada a la Santísima Virgen.

El cielo le mostró lo que esperaba de él. Y fue durante la misa de la fiesta de San Matías
cuando por medio del evangelio recibió el mandato: “Vayan a proclamar que el Reino
de los cielos está cerca. No lleven dinero ni sandalias, ni doble vestido para cambiarse.
Gratis han recibido, den también gratuitamente”. Francisco tomó esto a la letra y se
propuso dedicarse al apostolado, pero en medio de la más estricta pobreza.

El primer Hermano que se le unió en su vida de apostolado fue Bernardo de


Quintavalle, un rico comerciante de Asís, el cual invitaba con frecuencia a Francisco a
su casa y por la noche se hacía el dormido y veía que el santo se levantaba y empleaba
muchas horas dedicado a la oración repitiendo: “Mi Dios y mi todo”.

Entonces, le pidió que lo admitiera como su discípulo, vendió todos sus bienes y los dio
a los pobres y se fue a acompañarlo a la Porciúncula. El segundo compañero fue Pedro
de Cattaneo, canónigo de la catedral de Asís. El tercero, fue Fray Gil, célebre por su
sencillez.

Cuando ya Francisco tenía 12 compañeros se fueron a Roma a pedirle al Papa que


aprobara su comunidad. Viajaron a pie, cantando y rezando, llenos de felicidad, y
viviendo de las limosnas que la gente les daba.

En Roma no querían aprobar esta comunidad porque les parecía demasiado rígida en
cuanto a pobreza, pero al fin un cardenal dijo: “No les podemos prohibir que vivan
como lo mandó Cristo en el evangelio”.

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Recibieron la aprobación, y se volvieron a Asís a vivir en pobreza, en oración, en santa
alegría y gran fraternidad, junto a la iglesia de la Porciúncula. Entonces Francisco siguió
ese camino de salir por el mundo anunciando el Evangelio.

Clara, una joven muy santa de Asís, se entusiasmó por esa vida de pobreza, oración y
santa alegría que llevaban los seguidores de Francisco, y abandonando su familia huyó a
hacerse monja según su sabia dirección. Con santa Clara fundó él las hermanas Clarisas,
que tienen hoy conventos en todo el mundo.

Francisco tenía la rara cualidad de hacerse querer de los animales. Las golondrinas le
seguían en bandadas y formaban una cruz, por encima de donde él predicaba. Cuando
estaba solo en el monte una mirla venía a despertarlo con su canto cuando era la hora de
la oración de la medianoche. Pero si el santo estaba enfermo, el animalito no lo
despertaba. Un conejito lo siguió por algún tiempo, con gran cariño. Dicen que un lobo
feroz le obedeció cuando el santo le pidió que dejara de atacar a la gente.

Los seguidores de San Francisco llegaron a ser tan numerosos, que, en el año 1219, en
una reunión general llamado “El Capítulo de las esteras”, se reunieron en Asís más de
cinco mil franciscanos.

Al santo le emocionaba mucho ver que en todas partes aparecían vocaciones y que de
las más diversas regiones le pedían que les enviara sus discípulos tan fervorosos a que
predicaran. Él les insistía en que amaran muchísimo a Jesucristo y a la Santa Iglesia
Católica, y que vivieran con el mayor desprendimiento posible hacia los bienes
materiales, y no se cansaba de recomendarles que cumplieran lo más exactamente
posible todo lo que manda el santo evangelio.

Francisco recorría campos y pueblos invitando a la gente a amar más a Jesús, y repetía
siempre: “El Amor no es amado”. La gente lo escuchaba con especial cariño y se
admiraba de lo mucho que sus palabras influían en los corazones para entusiasmarlos
por Cristo.

En el año 1219 dispuso ir a Egipto a evangelizar al sultán y a los mahometanos. Si bien


no logró la conversión del mismo, si logró su amistad. Posteriormente se fue a Tierra
Santa a visitar en devota peregrinación los Santos Lugares donde Jesús nació, vivió y
murió: Belén, Nazaret, Jerusalén. En recuerdo de esta piadosa visita suya los
franciscanos están encargados desde hace siglos de custodiar los Santos Lugares de
Tierra Santa.

Fue durante su ausencia que los dos Vicarios que habían quedado en su lugar se
excedieron en sus atribuciones, convocando un capítulo con la sola participación de los
Ministros y de algunos frailes "más ancianos" o expertos, cuando la norma era la
asistencia de todos los religiosos. También se atrevieron a introducir enmiendas en la
regla, como la relativa al ayuno de los frailes. Tales novedades introducidas durante su
ausencia fueron motivo de polémicas y disgustos, y muchos se resistieron a acatarlas, lo
que les valió severos castigos, mientras otros desertaban.

A su regreso, en 1220, fue en busca de aquellos que “con su mal ejemplo fueron motivo
para que la gente hablase mal de la orden" y casi logran destruir lo que el Señor había
edificado.

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Sumado al problema de la Orden y por no cuidarse bien de las calientísimas arenas del
desierto de Egipto se enfermó de los ojos, a tal punto que cuando murió estaba casi
completamente ciego. También contrajo malaria. Un sufrimiento más que el Señor le
permitía para que ganara más premios para el cielo.

En 1224 Francisco se retiró por 40 días al Monte Alvernia a meditar, y tanto pensó en
las heridas de Cristo, que a él también se le formaron las mismas heridas en las manos,
en los pies y en el costado (Estigmas).

San Francisco, que era un verdadero poeta y le encantaba recorrer los campos cantando
bellas canciones, compuso un himno a las criaturas, en el cual alaba a Dios por el sol, y
la luna, la tierra y las estrellas, el fuego y el viento, el agua y la vegetación: “Alabado
sea mi Señor por el hermano sol y la madre tierra, y por los que saben perdonar”. Le
agradaba mucho cantarlo y hacerlo aprender a los demás y poco antes de morir hizo que
sus amigos lo cantaran en su presencia.

Cuando sólo tenía 44 años sintió que le llegaba la hora de partir a la eternidad. Dejaba
fundada la comunidad de Franciscanos, y la de hermanas Clarisas.

Con esto contribuyó enormemente a enfervorizar la Iglesia Católica y a extender la


religión de Cristo por todos los países del mundo. Los seguidores de San Francisco
(Franciscanos, Capuchinos, Clarisas, etc.) son el grupo religioso más numeroso que
existe en la Iglesia Católica.

Cuentan sus biógrafos que se convirtió a los 23 años aproximadamente y que murió a
los 44 años. En el momento de morir tenía cerca de 20.000 seguidores. Estaban en toda
Italia, Alemania, Francia, España, Marruecos, Hungría e Inglaterra, en un movimiento
que se extendió por toda Europa.

Al final de su vida, dos años antes de morir, entró en una crisis terrible. Veía el enorme
crecimiento de su Orden; había que construir conventos para albergar a los frailes y para
educar a los jóvenes que acudían a ellos.
Él no quería fundar conventos, lo que quería era ir por las calles y por los caminos,
predicando el Evangelio.

Un poco antes de su muerte, fue albergado en una cabaña para poder cuidarlo, ya que
estaba ciego y sufría terribles dolores en los huesos frágiles y carcomidos. Francisco no
podía dormir durante la noche, por los dolores que sufría y por la cantidad de ratones y
cucarachas que rondaban por allí.
El sufrimiento se hizo tan insoportable que le rezó a Dios: «No me quites el sufrimiento,
pero dame fuerzas para que consiga soportarlo».
El 3 de octubre de 1226, acostado en el duro suelo, cubierto con un hábito que le habían
prestado de limosna, y pidiendo a sus seguidores que se amen siempre como Cristo los
ha amado, murió como había vivido: lleno de alegría, de paz y de amor a Dios.
Los relatos sobre la muerte de Francisco son pasajes de verdadera unción franciscana.

Una vez muerto en la Porciúncula, lo llevaron a Asís y lo entraron a San Damián. Clara
y sus hermanas vieron por última vez a Francisco y lloraron ante él. Aquel llanto no era
sólo signo de un afecto, sino también el sello de la fidelidad. Ellas mantuvieron el ideal
que Francisco les mostró con la fuerza y la pureza del primer día.

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San Francisco de Asís, no es sólo de los franciscanos, no es sólo de la Iglesia, no es sólo
de Occidente.
Es un arquetipo de la humanidad. Como todo arquetipo, renace continuamente, vive
siempre, adquiere nuevas representaciones. Se transformó en el arquetipo del hombre
cordial que abraza a todos los seres y se identifica con ellos.

En la biografía de san Francisco escrita por san Buenaventura hay una frase que dice:
«Francisco era tan inocente que en él renació el homo matinalis, el hombre matinal de la
primera mañana de la creación». El hombre ecológico, el hermano universal que
confraterniza con todo, que vincula todas las cosas, que liga a las más lejanas con las
más próximas y hace una síntesis, de las más fascinantes y generosas de la humanidad, a
partir del interior.

UNA MUJER DE DIOS.

La Madre María del Tránsito Cabanillas es sin lugar a dudas un alma consagrada a Dios,
que vivió y enseñó el Evangelio y que dio testimonio del mismo.
María del Tránsito Eugenia de los Dolores, nació en la Villa San Roque (Actualmente
Villa Carlos Paz), el 15 de agosto de 1821, dentro de la Estancia Santa Leocadia,
propiedad en ese momento de los Cabanillas. La bautizaron con el nombre de María del
Tránsito Eugenia de los Dolores. Posteriormente ella por su devoción eucarística le
agregaría a su apellido el calificativo de Jesús Sacramentado. Era la tercera de once
hermanos.
Sus padres constituían una familia de abolengo Cordobés y de una gran vivencia
cristiana que trasmitieron a sus hijos.
Mostraban gran sentido de hospitalidad, de la caridad y vivían dedicados a la oración y
al trabajo.
Los hermanos varones cuidaban las chacras y las mujeres se dedicaban a la cocina, al
jardín y a los tejidos.
Su vida de fe se manifestaba a diario con las oraciones y el Santo Rosario que estaba
siempre presente en el hogar.
En las fiestas religiosas y novenas acudían en familia a la Capilla de San Roque, que
había sido levantada por su primo Don Lucas quien dirigía los rezos y cantos, por falta
de sacerdotes en la zona.
En el seno familiar la madre de Tránsito, Doña Francisca, era la maestra catequista y de
primeras letras de sus hijos.
A los 12 años María del Tránsito, tomó la Comunión en una capilla del campo y a los 15
recibió la Confirmación.
Tránsito siempre colaboraba con su mamá en la crianza de sus hermanos menores, a tal
punto que cuando muere se hace cargo de cobijarlos.
Tanto la familia paterna como la materna estaban impregnadas de una gran
espiritualidad y entregaron a la Iglesia numerosas vocaciones al servicio de Dios.
De los once hijos de los Cabanillas, tres murieron prematuramente, cuatro contrajeron
matrimonio y el resto se consagró a Dios uno como sacerdote y tres religiosas en
distintos Institutos
Su hermano Emiliano, cursó estudios en la Universidad y se graduó en Teología.
Este reconocido Presbítero y Doctor en Teología se destacó en su época por su
personalidad ilustrada y caritativa.

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¿Cómo era el tiempo en el que le tocó vivir?

Entre 1820 y 1850 (Niñez y juventud)


Eran tiempos políticamente difíciles donde se daban luchas fraticidas y odios profundos
que la mayoría de las veces se resolvían con sangre.
La nación argentina a partir de 1820 se debatía en la anarquía.
En Córdoba el ambiente político es turbulento.
Las luchas entre Unitarios y Federales se reflejaban en la situación política y social de
esa época.
El gobernador Bustos es derrotado por J.M Paz, quien gobierna hasta 1831 en que se
inicia una violenta campaña en su contra, a manos de los federales, y a partir de allí
sobreviene el gobierno de los Reinafé, hasta que estos caen a manos del Gral. López.
Cuando las huestes federales saquearon la estancia y arrasaron con toda la familia se
quedó de la noche a la mañana en la mayor sencillez y el padre Don Felipe no pudo
hacerse cargo de una deuda contraída con anterioridad al pedir un préstamo; motivo por
el cual fue demandado judicialmente.
López se pone al frente de la provincia hasta 1840 en que los ejércitos unitarios lo
alejaron del poder.

Entre 1850 y 1885 (Vida adulta)


Estalla la guerra entre la Confederación y el Estado de Buenos Aires.
Se inicia el período de la Organización Nacional y la redacción de la Constitución.
Las guerras civiles se instalan en las provincias de La Rioja, Catamarca y Córdoba,
donde las luchas políticas se resolvían a balazos.

¿Cómo era la vida en la sociedad de la época?

Durante su niñez y juventud existe una marcada diferencia entre la vida en las ciudades
y en el campo.
En la ciudad, la familia de la alta sociedad se reúne en las tertulias y realizan bailes de
salón, mientras en los suburbios los negros bailan el candombe en lugares llamados
tambos.
En la campiña, la pulpería es el lugar de reunión, donde los hombres juegan, beben y
realizan guitarreadas. Se bailan las danzas típicas criollas.
La vida familiar es sencilla y se desarrolla en torno a las tareas del campo y la reunión
familiar junto al fogón.
Las mujeres se ocupan de las tareas hogareñas y el cuidado de los niños.

En esa época sobresalen algunos actores sociales relevantes tales como:

 Los gauchos que vivían en ranchos dispersos en la campiña.


 Los aborígenes que habitaban el “desierto” y vivían de los recursos naturales.
Durante largo tiempo mantuvieron luchas permanentes con el blanco.
 Los estancieros dueños de grandes hectáreas, sobre todo en la región Pampeana.
 Los caudillos que eran los jefes locales y asumieron el mando político y militar
en cada provincia.

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Durante su vida adulta se producen algunos cambios sociales, sobre todo en las ciudades
donde se ponen de manifiesto costumbres europeizantes tanto en la moda como en el
arte, la arquitectura y las ideas políticas.
Se produce la llegada de los primeros inmigrantes y colonos para impulsar la agricultura
en algunas provincias.
Para luchar contra la despoblación y vencer a las enormes distancias se construyen los
primeros ferrocarriles (Ferrocarril del Oeste, del Sur y Central), lo que permite que las
provincias estén más conectadas con Buenos Aires.

¿Qué papel desempeñaba la Iglesia?

A partir de 1820 las turbulencias políticas repercutieron en la vida cristiana y el


gobierno de la Iglesia.
Se sucedían cambios en los Obispos y Vicarios según asumían los unitarios o los
federales.
Se dio un período en el cual la represión y las persecuciones dejaban vacantes las sedes
diocesanas.
En los años del gobernador López, se restauró la presencia de la Compañía de Jesús, los
conventos de frailes Franciscanos reverdecían y toma impulso la Tercera Orden
Franciscana a la que Tránsito se acoge en 1858.
Entre 1863 y 1866 a pesar de los numerosos motines militares, revoluciones, la Iglesia
proseguía su acción a través de actos de culto y obras de caridad.
Así nacen las “Conferencias Vicentinas” a las cuales Tránsito adhiere, ya que allí
canalizaba su hondo sentido social bajo la forma de caridad organizada.
A parir de 1878 las relaciones entre el Gobierno de Córdoba y la Iglesia desmejoran, a
pesar de ello en casi diez años se fundaron en Córdoba seis monasterios de religiosas de
diferentes órdenes.
A nivel nacional, el ministro de educación a cargo (Pizarro), es relevado de su cargo por
defender los puntos de vista de la Iglesia.
Entre 1883 y 1884 los cristianos se movilizan contra la Ley de Educación Común y el
epicentro de la resistencia fue Córdoba.

Fueron años en los que el laicismo ganaba terreno y se inicia un proceso de


secularización que se manifiesta de distintas maneras según la provincia y que se hacen
más notorios en los círculos políticos y de intelectuales de Buenos Aires.
Para contra restar los efectos de la Ley 1420 de enseñanza laica, se fundan escuelas
cristianas para educar a los hijos de las familias cristianas, entre ellas figuran los
colegios de la Congregación de Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas que
fundara la Madre María del Tránsito Cabanillas

Tránsito, era una joven piadosa y excelente catequista que entusiasmaba a los niños del
lugar.
Durante las vacaciones ayudaba a su hermano Emiliano, quien llevaba a estudiantes
necesitados a vacacionar en Caroya, donde ella con cariño, paciencia y abnegación
cuidaba de los jóvenes y niños.
A lo largo de su vida, siempre llena de gran espiritualidad se dedicó a enriquecer su
espíritu con lecturas de Santa Teresa de Jesús y el Padre Rodriguez.

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Pero Tránsito que aspiraba a una entrega mayor, se encontró con Francisco de Asís a
quien se había acercado desde niña atraída por su visión fraterna y por su vida
evangélica.
Muchos familiares de Tránsito eran terciarios y por lo tanto un clima franciscano
reinaba entre los Cabanillas.
En el año 1850 muere su padre y pocos años después lo hace su madre (1858).
Al poco tiempo inicia su noviciado en la Tercera Orden Franciscana, allí Tránsito
buscaba un proyecto de vida con plena consagración al Señor, por lo cual se
comprometió a guardar los ideales franciscanos.
En 1864, muere su hermana Eufemia dejando huérfanas a sus cinco hijas, motivo por el
cual, cada una de las hermanas que quedaron se hizo cargo de una de ellas.
Así fue que Tránsito quedó a cargo de su sobrina Rosario Luján, de seis años de edad,
con quién ejerció “los oficios de la más tierna y solícita madre”, según esta nos lo
cuenta en sus relatos.

Durante el año del cólera, 1867, junto a sus hermanas va rancho por rancho ayudando a
los enfermos.
Un año más tarde, en 1868 ingresa en la Conferencia Vicentina (Recién fundada en
Córdoba) donde trabajó con las familias pobres y desamparadas de los barrios.
Durante la semana recorría las casas dejando allí ropas, remedios, bonos de leche y pan
y por sobre todas las cosas una palabra de aliente que tanto necesitaban.
En sus giras caritativas llevaba con ella a Rosario Lujan, la huérfana que ella había
adoptado, para ponerla en contacto con las realidades de la vida.
Tránsito llevó siempre una vida serena, laboriosa, iluminada por la fe y en varias
oportunidades se sintió llamada a unirse al Señor.
En el año 1870 y en plena madurez (Tenía ya 50 años), siente la necesidad de fundar
una casa de Religiosas. Respecto a ese momento nos dice:
“En el año del Señor de 1870, en el mes de setiembre, me inspiró el Señor el deseo
de fundar una casa de Religiosas Terciarias Franciscanas de penitencia de Nuestro
Padre San Francisco de Asís”.
“……y le pedía al Señor que me concediera la gracia de hacer esta casa donde
muchas almas se consagrarían a Él y lo alabaríamos en el silencio y el retiro del
mundo”
Pero se encontró con un obstáculo ya que no disponía de los medios económicos para
tal fin, y como terciaria pensó en pedir ayuda mediante la limosna, sin embargo le
resultó muy difícil y desistió.
Dado que su espíritu tenía necesidad de una intensa vida religiosa, en setiembre de
1872, ingresa al monasterio de las Carmelitas de Buenos Aires, pero su salud se resintió
y muy a su pesar debió abandonar el monasterio.
El relato que hace al respecto dice: “Me causó mucha pena la repulsa y pasé días y
noches llorando y ofreciendo esta amargura….”

En el año 1874, alentada por su confesor el Padre Felix María del Val, ingresa al
monasterio de las Salesas de Montevideo como postulante y nos dice: “No sé con que
voces expresar debidamente el gusto y el consuelo que sentía de hallarme entre
Religiosas, y sobre todo de hallarme en la casa de Dios”.
Sin embargo la alegría duró poco tiempo y en la Navidad de 1874 su salud volvió a
desmejorar debiendo dejar nuevamente los claustros.

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Se fue del monasterio en marzo de 1875 con profunda tristeza, pero apoyada por las
palabras del Padre Martos superior de los Jesuitas quien le dijo: “¡Vaya y no se
desanime! ¡No llore! Dios la quiere para cosas mayores.”
Durante el mismo año regresa a Córdoba y en ese año muere su hermano Emiliano, que
en su testamento deja en manos de Tránsito un pequeño capital, esto fue la chispa que
reavivó el llamado de Dios y la impulsó a la fundación de su propio Instituto: ”El Señor
me hizo comprender que era su voluntad que hiciera esta casa “.

Inicialmente ella pensó que su misión se agotaría en la fundación de una casa religiosa y
no parece que pensara en un nuevo Instituto.
Más adelante las circunstancias le harán comprender que la inspiración recibida tenía un
sentido más amplio.
Lo mismo le pasó a San Francisco, al reparar la Capilla de San Damián, solo más tarde
comprendió que el Señor lo invitaba a trabajar por la reforma de la Iglesia cuando le
dijo: “Repara mi casa”.
El 8 de diciembre de 1878, día de la Inmaculada Concepción, surge el Instituto de
Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas, en el barrio de San Vicente, (Cuyo acta
de fundación está fechada el 19 de junio de 1870, siendo su fundador el Sr. Agustín
Garzón).

La Dirección del nuevo Instituto queda a cargo de del R.P Fray Quirico Porreca,
Superior de Convento de los Franciscanos en Río Cuarto, a quien el señor Garzón pidió
colaboración. Fue así que a fines de 1877 se entrevista con la Madre quien le comunicó
los pasos dados hasta el momento y su deseo de contactarse con un grupo de religiosas
españolas.
Por su parte el padre Quírico, le expresó su disposición para ayudarla a conectarse con
las Hermanas Estigmatinas y traerlas al país.
El intento no tuvo éxito, pero éstas remitieron un ejemplar de sus estatutos, que el padre
Quírico se ocupó de revisar, y así elaboró los estatutos del nuevo Instituto y nombra al
Sr. Agustín Garzón como síndico.
Es importante ver como ambos se transformaron en jefes de la obra de la Madre y
llevados por sus propios intereses, comenzaron a discutir la misión de la Fundadora.
De allí que ya en el primer año surgen dificultades entre Tránsito y el Director, que se
van salvando gracias a la buena disponibilidad de ésta, que se deja marginar.
En muchas oportunidades debió soportar ser humillada y reprendida en público. Fue
destituida de su cargo de Superiora Mayor y de Superiora Local.
Pero ella puso de manifiesto el testimonio de su ejemplo y fidelidad a su proyecto de
vida.
A esta situación de menosprecio, hasta de algunas de sus mismas Hermanas, se sumó la
enfermedad que hizo que la Madre transcurriera sus días entre la celda y la capilla.
Con el pasar del tiempo su salud cada vez desmejoraba más y más y ella se daba cuenta
que pronto llegaría el final y fue entonces cuando les dijo a sus Hermanas:
“Yo ya no les hago falta, porque no puedo hacer nada. Pero cuando muera, desde el
cielo les haré mucho bien”

Finalmente el 25 de agosto de 1885, muere a los 64 años y luego de seis años y siete
meses de la Fundación.
Al quedar marginada, la Madre demostró el valor de la interioridad del Carisma.

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Ella fue religiosa más que nunca, al padecer sufrimientos y menosprecio. Demostró en
todo momento la fortaleza de su consagración, la trascendencia de las obras y que en
los momentos difíciles el carisma prevaleció por encima de todo.

PARA LA REFLEXIÓN

1.- ¿Qué aspectos de la vida de estos Santos llamaron más su atención?


2.- Realizar un paralelo entre la vida de ambos en la etapa de la niñez, juventud y
al término de sus vidas.

4) RESPONDER

a) ¿Cuáles fueron los sueños de San Francisco y de Madre María del Tránsito?

b) ¿Cuáles son mis sueños?

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