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“Hemos conseguido que los niños odien

leer”
El estadounidense Michael Apple, uno de los filósofos de la educación
más importantes del mundo, advierte sobre los modelos educativos que
está mirando Chile en su reforma, y sobre el peligro de los test. “Uno
no es un número”, sentencia.
Por Paula Molina // Fotos:Marcelo Segura Junio 24, 2016

“Me preocupa Chile”, dice Michael Apple.

Se trata de uno de los principales filósofos de la educación en el mundo.


Académico estadounidense, profesor de la Universidad de Wisconsin-
Madison, Apple es uno de los principales teóricos de la pedagogía crítica de
Paulo Freire, y la suya es una mirada inquisitiva sobre la educación en su
país y en el mundo, similar a la que plantea Noam Chomsky en política.
El profesor recibe a Qué Pasa en la capital chilena, hasta donde viajó para
ser investido como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Santiago.
—¿Qué le preocupa de Chile?
—Chile ha liderado un tipo particular de reforma durante las últimas
décadas, basada en los vouchers, la privatización, la profesionalización de
los profesores, la selección de los alumnos. Bachelet está tratando de
moderar y cambiar esas reformas. Es un paquete, pero algunos de sus
elementos me preocupan. Uno de ellos es el de los vouchers. Está
ampliamente probado que los vouchers no reducen la desigualdad y que, en
el mejor de los casos, la mantienen. En Estados Unidos han tenido efectos
muy perversos.

—¿Qué otro aspecto le inquieta?


—Lo que se llama la profesionalización de los profesores. Daré un ejemplo
estadounidense, ya que Chile ha tomado mucho de allá, desde los Chicago
Boys hasta su armamento. Allí Obama, a quien respeto, propuso que el
salario de los profesores dependiera en parte de los resultados de las
pruebas a los estudiantes. Pero ya sabemos, ampliamente, que si miro
dónde vives y en qué trabajan tus padres, voy a ser capaz de predecir, con
una pequeña variación estadística, cómo te va a ir en cualquier prueba que
te tome. Aún así, el sistema hace que a los profesores sólo les preocupen
las pruebas, y a los niños sólo se los prepare para contestarlas. Los
profesores son menos profesionales, menos autónomos y la mayoría de los
niños recibe una educación poco robusta, donde no se les enseña ciencia,
ni arte, no leen nada importante, porque sólo los evaluamos según sus
habilidades básicas en lectura y matemáticas. Miro a Chile con los ojos de
muchos países, respeto las luchas por la democracia que aquí se han dado,
pero me preocupa que en la reforma se incorporen ideas que vienen de
EE.UU. o Inglaterra, cuando allá están en el debate.

—¿Hacia dónde miraría usted, en cambio?


—Si Chile va a mirar a otros países, tiene que saber qué está pasando en
ellos. En Inglaterra se está planteando convertir los colegios en
“academias”, que dependan a nivel local, que compitan entre ellas en un
sistema muy similar al que se impuso en Chile. Eso reduce el presupuesto
público para educación, y favorece a los colegios privados y a las familias
que pueden pagarlos. Sabemos que los barrios determinarán los resultados
de los colegios. Sabemos que los colegios seleccionan a los alumnos,
aunque el Estado lo prohíba. La idea del sistema es que los padres eligen,
pero eso no pasa en ningún lugar del mundo. Los colegios eligen a los niños
y a los padres.

—Descartamos Inglaterra entonces...


—Y claro, hay una nación que, se supone, valdría la pena mirar: Finlandia.
He pasado mucho tiempo en Finlandia, y me parecería perfecto seguir su
ejemplo, si Chile o Estados Unidos, que también ama a Finlandia, como casi
todos los países, hicieran lo que ellos hacen: doblar o triplicar el sueldo de
los profesores, pagar sus estudios de posgrado, permitir sindicatos
poderosos. Y necesitaríamos además un sistema de seguridad social muy
fuerte, para que la diferencia entre ricos y pobres sea pequeña. En Chile es
enorme, igual que en Estados Unidos, donde además va en aumento. En
Finlandia, si un padre queda sin trabajo, su hijo recibirá ropa de calidad,
para que nadie sea marginado porque no tiene qué ponerse. Si quiero
seguir el camino de un país, no sólo miraría su educación, sino todo lo
demás.

—¿Miraría a otros países con buenos resultados?


—Primero, insistiría: los buenos alumnos y los buenos profesores no se
miden en las pruebas. Yo nací muy pobre. Fui la primera generación de mi
familia que terminó la educación secundaria. Y aquí estoy, soy un profesor.
Así que yo sé que, a veces, las escuelas pueden compensar la pobreza.
Pero también sé que la mayor parte del tiempo no pueden, a menos que la
educación se vincule a otras reformas sociales.

“La educación no debería tratarse sólo de pruebas, debería dar a los


niños las habilidades para reflexionar sobre su vida, para pensar en
su futuro y el de su nación. Si no, la educación sería una fábrica. Es
en el colegio donde aprendemos a ser solidarios”.
—¿Qué piensa del caso de Singapur?
—En el caso de Singapur hay escuelas de élite, donde los alumnos reciben
una educación creativa, interesante, orientada a formar doctores, políticos,
abogados. El resto de la población es educado para responder las pruebas.
Y luego tienes un enorme grupo de inmigrantes provenientes de China,
India, Filipinas a cuyos hijos, simplemente, no se les toma la prueba.
Shanghái es aun más interesante. Yo hice clases en Shanghái, que es una
ciudad impresionante. Imagina una ciudad donde todos los edificios son
como el que ustedes tienen en Santiago (la torre del Costanera Center). Se
ve muy rico. Pero en China unos 300 millones de personas han migrado del
campo a la ciudad. Y China desarrolló un sistema de pases de residencia
para moverse de un lado hacia otro. Con los trabajadores hace vista ciega,
porque necesita mano de obra, pero que no les permite traer a sus hijos a la
ciudad. Los niños entran igual, pero quedan sin acceso a la educación. Los
educan de forma ilegal, en fábricas viejas, en garajes sin calefacción. O los
incorporan a programas de “educación especial”, pero en ningún caso
rinden las pruebas. Sólo los niños que tienen permiso de residencia van a
las escuelas públicas y dan las pruebas. Mi punto es que las mediciones
pueden ser muy engañosas. Chile debe entender que si toma una idea de
Singapur, o de cómo se enseña matemáticas en Shanghái, tiene que
preguntarse cuánto sabe de esa sociedad.

—¿Cuál es la alternativa a las pruebas estandarizadas para medir la


educación?
—Tenemos que encontrar formas distintas de evaluación. En Maine,
Estados Unidos, sólo el 25% de la evaluación de niños y profesores se basa
en sus resultados en las pruebas. El resto es observación, participación, se
contempla el portafolio de los estudiantes, su desempeño en arte, poesía,
su capacidad para escribir ensayos. Son evaluaciones que toman tiempo y
trabajo. Pero los profesores sienten que se les trata como a profesionales, y
no sienten que tienen una prueba sobre su cabeza cada día.

—¿No hay nada que podamos aprender de los resultados de las


pruebas?
—Parte de la realidad se puede evaluar a través de números. En educación,
los números son los test. Pero si usted le pide a alguien que evalúe su día,
esa persona no le dará un número, le va a contar una historia. Uno no es un
número, uno tiene un relato mucho más rico. No me opongo a la evidencia,
pero los profesores y la comunidad deben debatir qué evidencia necesitan.
Por qué resultados van a juzgar a los profesores. La educación no debería
tratarse sólo de pruebas, debería dar a los niños las habilidades para
reflexionar sobre su vida, para pensar en su futuro y el de su nación. Si no,
la educación sería una fábrica. Es en el colegio donde aprendemos a
cooperar, a compartir, a ser solidarios.

—¿Qué pasa con los alumnos frente a las pruebas?


—Incluso en los colegios donde les va bien, cuando les preguntan a los
niños si les gusta leer, responden cosas como “no, lo odio”. El foco en los
test genera una disposición negativa hacia el aprendizaje. Eso es lo que
llamamos el “currículo oculto”. Los colegios harán cualquier cosa para
mejorar su resultado en las pruebas, porque ellos y los profesores
dependen de esos resultados y se ha convencido a los padres de que eso
es lo único que importa. Pasa en Chile, Estados Unidos, Francia, Alemania.
Lo que hemos conseguido es que los niños odian leer. Y luego nos
preguntamos por qué, cuando tratamos de conversar con ellos, prefieren
jugar Angry Birds. Porque les han dicho que leer no es algo valioso para
ellos, que sólo vale para tomar una prueba.

—¿Cuánto hay de política en la educación?


—La educación siempre es política. Yo uso el concepto de “conocimiento
legítimo u oficial”. De cientos y miles de cosas posibles, sólo elegimos
algunas para enseñar a los niños. Esa elección es un acto político.

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