Vous êtes sur la page 1sur 7

SOBRE LA ESENCIA DE LA POLÍTICA

(Arendt lee a Lessing)


MARIANO IRIART
UNMDP…….

I
En una de las escasas visitas a Alemania luego de su exilio, Hannah Arendt viaja a
Hamburgo para recibir el distinguido premio Lessing a la paz, que desde el bicentenario
del nacimiento del homenajeado, entrega el Senado de la ciudad a quienes por su labor
han realizado un aporte significativo a la cultura alemana y procedido de acuerdo a su
elevado standard de valores. En el discurso de agradecimiento por el reconocimiento
otorgado, Arendt comienza señalando las dificultades que tuvo para aceptarlo. Dejando
de lado el merecimiento, pues no es quién para juzgar sobre lo que los demás piensan
que merece, la cuestión problemática reside en lo que cualquier reconocimiento ante el
público conlleva, a saber: una responsabilidad por el mundo. Precisamente para ese
problema, el Senado halló una solución “similar al huevo de Colón” al vincular el premio
con el nombre de Lessing. Porque Lessing nunca se sintió a gusto en el mundo, y sin
embargo siempre permaneció comprometido con él. Esa actitud de Lessing ante el
mundo representa, a criterio de Arendt, el modo correcto de relacionarse con él. Y en
ese sentido destaca su valor para la actualidad. “Es urgente aprender de Lessing esta
actitud”.
La actitud de Lessing respecto al mundo fue completamente crítica y revolucionaria
para su época. El aspecto revolucionario provenía de una curiosa falta de objetividad,
pues no suponía ninguna subjetividad, sino que se basaba en la relación del hombre con
el mundo, en términos de sus opiniones y posiciones sobre él. La crítica, por condición
del autor, era temperamental y polémica. Atacaba o defendía los juicios del público, con
indiferencia a la verdad o falsedad de sus opiniones, adoptando siempre una postura a
favor del mundo. Allí reside, a juicio de aquel, la superioridad del sabio respecto al genio.

1
El genio, el hombre de “gusto oportuno” porque coincide con el gusto del mundo, se
define por una armonía natural y alegre con el público, que lo habita. Lessing, consciente
de la carencia de ese don que combina talento con buena suerte, y debido a las
circunstancias particulares del mundo que le tocó vivir, inclinó su preferencia por los
sabios, quienes “hacen temblar los pilares de las verdades más conocidas cada vez que
bajan los párpados”.
Apasionado, experimentó el mundo con ira y risa. La crítica, tal como la ha ejercido,
toma distancia del mundo mediante la ira, distancia que le permite revelarlo y
exponerlo; y mediante la risa intenta reconciliarse con él –saltando así de una franqueza
casi pedante, costosa en términos de armonía, a un intenso amor por el mundo, a la vez
que trágico. Lessing jamás logró hacer las paces con el mundo en el que vivía, y de ese
modo quedó en deuda con él.

II
La profundidad de la sabiduría de Lessing se define por el Selbstdenken, la capacidad
de pensar libremente por uno mismo, el coraje para ejercer dicha capacidad. Por ser
libre, es inmune a las ideologías y a las explicaciones que obsesionan a los historiadores.
La característica distintiva de este modo de pensar, componente de su grandeza, reside
en que no privilegia la verdad, ni la búsqueda de la verdad; solo esparce “ideas en la que
los lectores hallarán material que los lleve a pensar por sí mismos”. Su exclusiva finalidad
es recrear el inagotable diálogo entre pensadores cuyas opiniones conforman y
sostienen la trama de los asuntos humanos.
Lessing era, además, un hombre público y completamente político. Según él, la
acción (en el sentido de actuar juntos) y el Selbstdenken se encuentran relacionados. La
condición que tienen en común es la libertad de movimiento que es la experiencia básica
para cualquier tipo de libertad. En su caso, también los vincula el hecho de no llegar
nunca a resultados definitivos. Dicho de otro modo, sus resultados siempre son
provisorios, sujeto a variaciones que lo vuelven irremediablemente inestable; por

2
naturaleza en el caso de la acción, por su ánimo y decisión en el caso del pensamiento.
Al carácter definitivo de la acción se oponen su inherente impredecibilidad e
imprevisibilidad. A la pretensión de hallar una solución definitiva para los problemas que
el pensamiento suscita, se anticipaba el imbatible deseo de estimular el incesante
diálogo entre librepensadores, para el que cualquier verdad absoluta pondría fin a toda
discusión y, en consecuencia, el movimiento del pensamiento se detendría.
Sin embargo, aunque están relacionados, no son lo mismo. En particular, lo que
sabía Lessing es que el pensamiento no puede suplantar la falta de acción: ningún
diálogo entre pensadores arreglará el mundo que yace entre las personas, habilitándolas
a aparecer ante los demás para iniciar algo. De eso no se sigue que el pensamiento sea
insignificante, solo que su existencia política es muy limitada. Incluso para esos casos,
manifiestos en la historia, en que, según los regímenes, actuar deviene imposible para
algunos individuos o grupos, el pensamiento no constituye siquiera un refugio ante la
falta de acción. Frente a tales situaciones desesperadas, puede ser una tentación huir
del mundo y refugiarse en el pensamiento para preservar, durante un tiempo al menos,
cierta forma de humanidad. Pero por reveladora que parezca dicha humanidad, nunca
debería considerarse una preferencia, sino al contrario una elección que mejor sería
evitar. Salvarse en el pensamiento no expresa una elección a favor del mundo. Puede
aceptarse siempre y cuando no se ignore la realidad, en la conciencia de que la realidad
impone la huida. Así y todo y a pesar de todo, cuando las cosas marchan bien y con
muchísima buena suerte, es posible el desarrollo de una forma alternativa de
humanidad.

III
Esta específica humanidad fue teorizada en el siglo XVIII; su principal referente fue
J.J. Rousseau. Para él, la “naturaleza humana”, básica y común a la especie, se expresa
mejor que en la razón, por el sentimiento de compasión. La Revolución Francesa, que
prolongó sus ideas, intentó darle un contenido político, introduciendo al lado de las

3
tradicionales categorías políticas de “libertad” e “igualdad”, a la “fraternidad” como
motivo central de la gesta revolucionaria. Se creía hallar en la fraternidad el medio de
realizar esa humanidad: a través de la compasión, que afecta involuntariamente a cada
persona normal al ver sufrir a un semejante, el humanitario de mente revolucionaria del
siglo XVIII intentó establecer un vínculo de solidaridad entre los explotados, humillados y
perseguidos de todas partes y de todas las épocas, uniéndose a quienes han sufrido la
más radical pérdida del mundo.
Por conmovedora que resulte esta humanidad, que representa una hermandad
entre los seres humanos, solo puede surgir de la oscuridad, cuando la luz de lo público se
ha extinguido. No se transmite por herencia, ni se propaga con una educación
sentimental. Cuando el espacio intermedio entre los individuos desaparece, es posible
que se produzca un acercamiento tan estrecho del que irradia un calor peculiar,
sustituto de la luz, que no puede extenderse a quienes, por su posición en el mundo,
conservan una responsabilidad por él. Constituye un privilegio que detentan los parias
del mundo, que ya no tienen que soportar esa responsabilidad. Liberarse de esa
preocupación, les permite transmitir una afabilidad y un bienestar que no es posible
bajo otras circunstancias. A menudo es también la fuente de una alegría inmensa por el
solo hecho de seguir vivo.
Pero se produce a un precio demasiado alto: quedar aislados del mundo y, por ende,
privados de la facultad de actuar. A menudo la acompaña una atrofia de todos los
sentidos con los que nos vinculamos al mundo: desde el sentido común, con el que nos
orientamos en él, hasta el gusto y lo bello, con el que lo amamos. Por indeseable,
estúpida y hasta inhumana, que se revele muchas veces la escena pública, es preciso
resistir y no ceder a la tentación de abandonar el mundo. Por vergonzosa que se sienta y
pese a la fascinación que puede causar ese calor humano, la huida del mundo
conllevará, indefectiblemente, el abandono de la realidad junto a la pérdida de
humanidad.

4
Por eso, Lessing, aunque tenía en alta estima, como el mejor hombre, al hombre
compasivo, desconfiaba de la compasión para contener lo propio del ser humano. Por un
lado, siendo la compasión un fenómeno natural independiente de la voluntad, lo propio
de la humanidad se encontraría ya contenido en la naturaleza. Por lo tanto, no existiría
una esfera de humanidad creada por sí mismos, desde sí mismos, en su autonomía y en
beneficio de su estadía en el mundo, extraño en definitiva, salvo que los hombres se
ocupen de él, convirtiéndolo en objeto de sus discursos. Por otro lado, considera Lessing
que la compasión entabla una relación igualadora entre los individuos, en la medida que
un sentimiento de repulsión análogo se experimenta ante el sufrimiento de quien ha
cometido una injusticia. Esa característica de la compasión no le preocupaba a Rousseau,
pero inquietaba a Lessing. Frente al carácter igualador de la compasión, la posición de
Lessing respecto a la humanidad se fundamentaba en la relación de amistad entre los
individuos, que es por naturaleza y en excelencia un vínculo selectivo. Esta capacidad de
amistad entre los hombres y la alegría de compartir el espacio del mundo con los otros,
que se halla a la base del concepto, representa el fenómeno principal en el cual la
verdadera humanidad encuentra la forma de ponerse a prueba a sí misma.

IV
Para captar la relevancia política de la relación de amistad en la comprensión de
Lessing, Arendt recomienda leer con ojos actuales la obra Natán, el Sabio. Su eje
temático es cierta idea de humanidad, la concepción de Lessing sobre la humanidad, en
definitiva, cuya esencia se revela en la respuesta que Natán dirige al templario, y en
realidad a todos los que encuentra: “se mi amigo”.
Este concepto de humanidad basado en la amistad tal vez parezca una idea
soñadora y complaciente; pero no lo es. Hay que otorgarle un sentido crítico y, conforme
al estilo del autor, una finalidad polémica, a fin de interpretar la profundidad y
complejidad que reviste este valor, que no es sentimental ni surge de la educación, sino
que brota del incesante intercambio de ideas entre los individuos acerca de los diversos

5
aspectos del mundo en común, frente a los cuales albergan múltiples y divergentes
opiniones. Por su carácter, la idea de la amistad a la que se refiere Lessing, resulta
extraña al mundo moderno, en el que se la encuentra integrando la esfera privada,
donde únicamente en la intimidad se reconocen los amigos y mutuamente abren sus
corazones, sin consideración del mundo y sus demandas. Y menos conciliable parece con
las actuales sociedades de masa y de gestión hiperespecializada de los asuntos públicos.
Este sentido de la amistad se aproxima, en cambio, a la concepción antigua, cuya esencia
residía en el discurso, y a la manera en la que los griegos usaban la noción de
philantropía, por la que Aristóteles destaca el “amor a los hombres” como elemento
fundamental de la constitución política de la ciudad. Natán el Sabio representa, por
moderno que haya sido el poeta, el drama clásico de la amistad. Y a juicio de Lessing, allí
reside el hecho fundamental en el que se define en su autonomía la humanidad: la
amistad con el mundo, que es el resultado de la philia y el criterio decisivo para aceptar
o rechazar las opiniones o creencias.
El asunto general que aborda la obra es el mundo de los hombres, donde los
hombres aprenden a vivir humanamente. Mientras que los designios de Dios son
inescrutables y sus vías de realización muchas veces incomparables al curso de acciones
que propondría un hombre sensato.
En una escena crucial, Natán es tentado por el Sultán, quien le tiende una trampa,
poniendo a prueba su sabiduría. Necesitaba su “dinero judío” y para obtenerlo pensó en
mellar su fama de sabio. Constituía una prueba y una tentación, pues interrogaba sobre
aquello que está más allá de los límites de la sabiduría humana. Pero Natán, realmente
sabio, ofreció al Sultán una parábola de la revelación de la Verdad en el mundo humano
que resultó de su entera satisfacción. Se trata de la fábula del anillo de la virtud. Un
anillo magnífico que protegía a su dueño y era entregado por sucesivas generaciones al
predilecto entre los hijos; hasta que uno de sus poseedores legítimos, que tenía tres
hijos igualmente amorosos, se los prometió por separado a cada uno y les dio en su

6
lecho de muerte un anillo completamente idéntico a los tres. No hubo manera de
distinguirlos, de modo que el anillo original se perdió…
El drama que no llega a convertirse en tragedia, se instaura a partir de la oposición
entre esta humanidad y el respeto que infunde la verdad. Sucede a menudo en el mundo
que la humanidad colisiona con el deber de verdad. La sabiduría de Natán y la grandeza
de Lessing estriban en su disposición a sacrificar la verdad, en beneficio de la amistad. En
contra de la opinión corriente que no reconoce nada superior que estar en la verdad y
no se dispone bajo ningún concepto a sacrificar la posesión de la verdad, la perspectiva,
polémica y parcial que enseña Lessing, no vacila en tomar partido a favor de la
humanidad, rechazando cualquier doctrina, por imponente que sea, que contenga
incluso la posibilidad de tener que sacrificar la amistad entre dos seres humanos. Él se
alegraba por el hecho de que, en cuanto la verdad es pronunciada, inmediatamente se
transforma en una opinión entre las demás que se discuten y reformulan, reduciéndola a
un sujeto de discurso entre otros. Y allí reside muy específicamente la ofrenda de Lessing
en tanto sabio: en la inmensa alegría de que exista el interminable diálogo entre los
hombres, que no cesará jamás mientras los hombres sigan existiendo.

Vous aimerez peut-être aussi