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Autoras:
Alejandra Guevara
Alejandra Vargas
Diana Vásquez1
Los defensores de la fe neoliberal pretenden enraizar aquella ideología depredadora del ser
humano y de la naturaleza, que se difunde desde los centros del poder; una ideología que ha
hecho del consumo su objetivo final; del mercado, el único instrumento regulador de las
relaciones socioeconómicas; y de la explotación dominación, su razón de ser.
Durante la historia, las ideas de progreso y desarrollo se han vinculado al aparato estatal, llevando a que
las políticas democráticas se vean altamente vinculadas y afectadas por el ejercicio económico y
productivo de un capitalismo globalizado. Este medio contiene como sustrato un sistema de consumo,
garantizando que el ejercicio de producción sea constante y permanente. Nuestro mundo actual pretende
ser un mundo democrático y globalizado; tenemos Estados liberales que se relacionan entre ellos
mediante procesos de internacionalización que implican algo más que el mercado económico neoliberal,
puesto que este se ha mezclado junto con el de ideas políticas, generando una cultura clientelista y
paternalista en el desarrollo de la autonomía y la soberanía (Souza, 2003: 124).
Desde los años 80, los países generaron dinámicas de comunicación que superaban el juego de la
legitimidad, al igual que las guerras de fronteras y territorios en un pacto de colaboración comercial que
permitiera el crecimiento de las economías y el auge de los sistemas mundiales de comercio. Con este
cambio los ámbitos de desarrollo de la vida humana que se veían permeados por el ejercicio político,
ahora dependen de un interés económico. Se han privatizado y despolitizado espacios que en primera
instancia eran de carácter político y democrático. Debido a la instauración de un poder hegemónico que
ha trascendido en el campo de las decisiones y la soberanía de los Estados, se inició una gran influencia
en las políticas públicas y se volvieron mercantiles espacios que eran de orden público. “Hoy en día el
Estado es un agente de interacciones mercantiles. Las privatizaciones de los servicios públicos son
1
Estudiantes de grado Undécimo del Colegio Americano De Bogotá.
exactamente esto, relaciones que no eran mercantiles y ahora se están mercantilizando: la educación, la
seguridad social” (Souza, 2003: 122). Estos sucesos han hecho que la línea que se demarcaba entre
política y economía deje de ser clara y que la tensión que la democracia ejercía sobre el capitalismo se
considere banal debido al uso hegemónico de los discursos que la hacen ver como un tras pie para el
progreso, el desarrollo y la pérdida de oportunidades para que los Estados pobres lleguen a ser ricos.
Promesa que en el contexto de la globalización alimenta la acumulación de capital para las
trasnacionales y debilita los procesos de construcción de ciudadanía y comunidad.
En este contexto es contradictorio hablar de democracia, puesto que esta es “para nosotros una cosa muy
sencilla: es todo el proceso de transformación de relaciones de poder en relaciones de autoridad
compartida” (Souza, 2003: 127), es decir, la democracia representativa, que es la forma como los
gobiernos de la mayoría del mundo se han desarrollado actualmente, ha anulado a los sujetos políticos al
restringir su capacidad de actuar. En ella los hombres renuncian a su capacidad de decidir y participar a
través del voto, “los ciudadanos en la democracia representativa no hacen decisiones políticas, sino que
eligen los decisores políticos, el voto tiene esta característica ambigua y muy intrigante, que es un acto
de participación política que significa una renuncia a la participación política y por eso hay que
analizarlo muy bien” (Souza, 2003: 125).
Este problema comenzó desde que se implantó la democracia liberal (Jáuregui, 2000: 33) como el único
sistema posible y viable mundialmente, anulando así cualquier posibilidad de crear alternativas, de
producir una tensión política en pro de algo nuevo. Nos encontramos en un punto en el que generar
tensión en el sistema político (y económico) no es visto como algo legítimo. Con la caída del muro de
Berlín las ideas de revolución y reformismo también mueren, todo intento de cambio es tildado de
comunismo o socialismo. Ahora, debido a los discursos hegemónicos se configura una visión negativa
alrededor de este tipo de prácticas, “en la modernidad occidental no había reformismo, ni Estado de
bienestar sin revolución, y tampoco había revolución sin reformismo. Los dos entraron en crisis
simultánea, y nuestra situación hoy es compleja porque vivimos un tiempo demasiado tardío para ser
post revolucionarios, y demasiado prematuro para ser pre revolucionarios” (Souza, 2003: 123). La
economía global, los discursos políticos y los medios de comunicación se reúnen como entes comunes
que giran bajo un mismo interés y manipulan desde la fragmentación de las opiniones los ejercicios de
ciudadanía, desintegrando desde una visión negativa cualquier ejercicio de resistencia ante este sistema
global que se ha impuesto.
La democracia liberal, al principio, se instauró en el poder político con el fin de no volver a caer nunca
más en sistemas autoritarios y totalitarios; era la manera de asegurar que esto no volvería a suceder. Se
necesitaba que crímenes políticos como el genocidio por parte de la Alemania nazi no ocurrieran de
nuevo. Junto con este sistema surgieron también las instituciones internacionales que serían las grandes
reguladoras de los Estados. Instituciones como la ONU, el Banco Mundial, el FMI y la Alta Corte de la
Haya, incluso contando con la instauración de los Derechos Humanos, confiaron en que el sistema
democrático interno de estas instituciones no fuera corrompido. Confiaron en que cada Estado
representaría un solo voto en las decisiones, pero se equivocaron. Estas instituciones se convirtieron en
un lugar propicio para la corrupción, los Estados menos desarrollados no contaban como entes
individuales de poder, sino que eran anulados por los Estados más fuertes económicamente.
(Klein,2007:420). Las organizaciones se convirtieron en instituciones de poder hegemónico, e
irónicamente, crearon el ambiente perfecto para instaurar un régimen democrático que no dista mucho
de un régimen totalitario. Un orden globalizado que pretendía la defensa y control de ciertos derechos en
pro del desarrollo, pero que llevó a que el capitalismo se instaurara con sus doctrinas comerciales de
consumo y producción incluso allí donde todavía no habitaba. La guerra de intereses económicos llevó a
que los grandes Estados influyeran en las políticas de Estados ajenos, adoptando una postura paternalista
que solo vela por consolidar el aparato capitalista, cayendo incluso en discursos de intervencionismo por
el bien global.
Es claro que este tipo de democracia, necesita un cambio, necesita alternativas. No podemos dejar que el
poder se concentre en un ejercicio económico que anule la soberanía y participación ciudadana, como si
este fuera una summa potestas, necesitamos que las relaciones de poder se concentren en localidades.
Necesitamos que los espacios de desarrollo permitan políticas de inclusión en la que no haya
marginalidad, ni se creen círculos de pobreza en torno a los puntos de crecimiento urbano. Dice Souza:
“Pensemos en el ideal de Rousseau: él dice que sólo es democrática una sociedad donde ninguna
persona es tan pobre que tiene que venderse a otra, ni ninguna persona es tan rica que puede comprar a
otra” (2003: 124).
La ciudadanía tiene que hacer parte de un proceso democrático que vele por la igualdad social, política,
económica y buscando el cumplimiento y respeto por los Derechos Humanos; sin embargo, la
globalización ha funcionado como un modelo en el que los pueblos están inmersos en una desmedida
practica de extracción, transformación y producción de recursos naturales que los despoja de los estados
mínimos para considerar que tienen una vida digna. Obligando a entrar a las personas en dinámicas
laborales que no les permitan un bienestar real.
La economía neoliberal global se centra en la ruptura del pacto social entre capital y trabajo; esto
significa, que el trabajo se fundamenta en una economía de producción, que permite que las grandes
empresas operen mediante la fuerza de trabajo proveniente de los países tercermundistas, y que
aprovechen del mismo modo sus recursos, ya que estos países suelen ser ricos en suelos. La
globalización también trajo consigo procesos a gran escala como la transnacionalización de mercados y
la unión en masa de la producción, distribución y consumo de productos, una “economía de casino”
como lo menciona Souza. Una rueda que circula por el mundo y se acomoda según los intereses que
están compitiendo en el libre mercado de la cual estas empresas transnacionales tienen una gran
influencia. “El Estado, en este sentido, ha perdido capacidad efectiva para generar los cuatro grandes
bienes públicos que tradicionalmente había asumido: la legitimidad de gobierno, el bienestar social y
económico, la seguridad y la identidad cultural”. (Souza, 2005, p. 342).
La democracia, en ese sentido funciona por consumo-elección, ya que el voto que se realiza se dirige a
una competencia de libre mercado; la antropología del homo economicus se sostiene bajo las ideas de
Adam Smith sobre la conducta humana, en el que el hombre económico funciona como agente que se
entiende sobre la competencia del libre mercado, con tal de disfrutar de los beneficios y disminuir el
número de perdidas; que funciona de una forma individual. Es por esto, que la democracia pierde su
valor al dejar la libertad, igualdad y dignidad humana en un proceso que queda en el vacío.
El capitalismo globalizado funciona así como un destructor de la tierra, de los recursos hídricos y de la
biodiversidad. Todo lo que existe en el mundo es ahora una mercancía. Es lo que se llama la
mercantilización de los seres humanos y de lo no humano.
Todos los derechos humanos y ambientales que solían buscar el bienestar de la humanidad se han
quedado en el olvido. La cloaca jamás se había evidenciado tanto, la pobreza y la muerte son ahora la
fuente de vida principalmente en los países más pobres del mundo. Es la entrada al fracaso, un estado de
exclusión y violencia; vivimos en un mundo que se cree y se hace llamar democrático, pero que con la
adopción del neoliberalismo la acumulación y reconfiguración espacial se caracterizan por:
“(1)expropiación del ingreso de los trabajadores en detrimento de la capacidad de consumo de la
sociedad; (2) financiación incremental de toda relación social y del Estado mismo; (3) surgimiento y
desarrollo de formas ilegales de acumulación; (4) despliegue de una geografía regional de la
acumulación, tendiente a la explotación de recursos naturales y energéticos; (5) movilización política del
capital transnacional y sus instituciones, a través de creciente flujos de capital, en la forma de inversión
extranjera, de recursos de crédito y de ayuda militar” (Caraballo, 2015: 77).
Es necesario que existan cambios en la política fiscal para brindar la participación directa de los
ciudadanos en los presupuestos públicos en búsqueda de la participación local, para la democracia en
relación al género, la etnia y la ecología. De Sousa Santos plantea que es necesario que el Estado se
convierta en un “novísimo movimiento social”, esto quiere decir, vincular al Estado con la sociedad
civil; una organización que relacione entes de cualquier tipo y propone el “Estado experimental” “que es
la experimentación democrática constante donde coexisten en disputa o en concordancia diferentes
soluciones burocráticas e institucionales” (2003:132). Es una búsqueda por la transparencia y
mecanismos de control democrático, que toma procesos públicos de discusión, negociación y toma de
decisiones. Se necesita una democracia inclusiva, una con impacto significante; de la unión de un pueblo
que existe para sí. No necesita la entrada de transnacionales que roben aquello que le pertenece a una
sociedad que desea proteger lo que es importante en esta época de profunda crisis. Son las relaciones de
poder las que deben ser transformadas. El ejercicio democrático debe tener un sentido de pertenencia,
protección de derechos y un amplio eje de participación que reivindique en la escena pública al
ciudadano, como un actor político. Además de instaurar una política local que legitime la soberanía del
Estado a partir de ejercicios democráticos de participación y resistencia, ejerciendo un poderío que esté
en cabeza de una decisión colectiva y comunitaria que restablezca la comunicación y las relaciones
humanas, llevándonos a restaurar las grandes brechas sociales, que el individualismo y el olvido por el
otro en medio del capitalismo globalizado, han generado.
BIBLIOGRAFIA
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_ (2005). “El milenio huérfano”. En Ensayos para una nueva cultura política. Madrid: Trota/ILSA.