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¿Qué es el teatro como disciplina de conocimiento?

Los estudios teatrales han insistido en la especificidad del conocimiento que


produce la experiencia teatral. Hans Thies-Lehmann, por ejemplo, señala que la
tragedia, propiamente, no existe fuera del teatro, no es una experiencia real que el
teatro imite, sino una experiencia creada por y para el teatro que transforma nuestra
percepción: crea la percepción trágica, que requiere necesariamente del hecho
teatral, un cuerpo que se expone al escrutinio público en un acto de hybris (el actor
frente al público) para presentar su caída. Esto es posible describirlo, es posible
imaginárselo, es posible narrar diferentes versiones de esta historia, pero para que
sea verdaderamente trágico tiene que suceder, se tienen que enfrentar los actores
y los espectadores. No es lo mismo reflexionar sobre la condición trágica de la vida
leyendo a Schopenhauer o a Nietzsche que escuchar en vivo los lamentos del
macho cabrío al ser degollado por el sacerdote de Dionisio, oler su sangre y sentir
la respiración de los otros, con los que uno se ha reunido para celebrar el ritual;
ambas experiencias generan un tipo distinto de conocimiento, una relación diferente
con las ideas y las emociones. El ritual dio origen al teatro, y del ritual conserva el
teatro una relación con el conocimiento que involucra al cuerpo y a los otros, con su
presencia física. En nuestra soledad estamos habituados a leer noticias de muertes
y desapariciones que inundan las redes sociales; a veces podemos realmente
conectar con una de esas noticias y estallar, frente la pantalla, en rabia, indignación,
dolor. Es posible que una de esas noticias se haga viral y muchas personas sientan
algo parecido, y que compartan la noticia, comenten enojadas y llenas de dolor,
suban una imagen de luto, etc. Podemos hablar de una reacción colectiva. Pero no
se está compartiendo un mismo espacio, un mismo tiempo, una misma respiración.
De cualquier modo, son situaciones que, al margen de lo que digan Aristóteles y
Bentle y Lehmann y Luisa Josefina Hernández llamamos “trágicas”. Pero esa forma
de experimentar el dolor es muy diferente a la que aporta el teatro, y me basta
recordar como ejemplo el impactante momento de Mendoza cuando, después del
asesinato del niño, los actores se detienen y en un momento de franca comunión
con el público, cuentan en voz alta hasta 43.
Este tipo de experiencia no tiene nada que ver con otras formas de
experimentar algo en colectivo, no existe fuera del teatro. Evidentemente no es lo
mismo que la experiencia “colectiva” de las redes sociales, pero tampoco es lo
mismo que se presenta en otras experiencias donde se comparten un espacio y un
tiempo de manera presencial, no estamos todavía frente a la especificidad de la
experiencia teatral: imaginemos, por ejemplo, una marcha donde, en determinado
momento, frente a Palacio Nacional, se cuente hasta el 43. Falta el salto ontológico
de la realidad al terreno de la poíesis, falta el artificio estético, aunque en el ejemplo
de Mendoza este artificio implica un momento de clara ruptura, de evidente
referencia a la realidad. Pero este artificio, esta poíesis, cambia radicalmente la
experiencia, abre la perspectiva a otros modos de sentir y articular el pensamiento:
lo esencial en el teatro es, además de sentir, ver y pensar en colectivo, que se trata
de una creación estética, ahí radica su posibilidad de generar otra cosa, distinta a
lo que conocemos, de encarnar un espacio de alteridad. El teatro es el lugar donde
se mira, y como disciplina del conocimiento, se dedica a poner en la mira, a poner
en escena, al ser humano, y eso implica una construcción. No sólo se pone al actor
frente a los ojos del espectador, también al espectador frente a los ojos desafiantes
del actor, al espectador frente al otro espectador, espejo sobre espejo, colectividad
desnuda frente a la mirada de sus dioses, de sus muertos, que son reales, claro que
son reales, pero sólo pueden ser invocados mediante la estética, mediante una
forma de ritual, que puede consistir en dar tercera llamada y apagar las luces de la
platea y prender las del escenario o en que unos tipos raros se paran en actitud
desafiante frente a los demás y empiezan a ladrar los textos de Camus para
amedrentarlos.
Y en esta forma de mirar, el teatro teatra: la forma en que podemos sentir
algo se transforma al sentirse en colectivo y a través de un dispositivo estético…
surgen así, por ejemplo, la experiencia trágica y la experiencia cómica, que son
modos creados por el teatro, modos que aportan a los distintos temas que
concierten a la humanidad una perspectiva única, tan específica como la que puede
aportar cualquier disciplina. La reflexión que podemos tener sobre los problemas de
la modernidad en una puesta en escena de Chéjov es muy diferente a la que
podríamos tener leyendo a un filósofo sobre el mismo tema. El tema no es, en
realidad, tan importante: el teatro toma cuestiones psicológicas, sociológicas,
históricas, filosóficas, etc. Pero el teatro se ocupa de otra dimensión. El teatro es la
disciplina de mirar juntos y respirar y sentir al mismo ritmo mientras se construyen
entre la escena y la platea intricados laberintos del pensamiento.

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