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Las ideas

detrás de la etnicidad
Una selección de textos para el debate

Manuela Camus
Coordinación
e introducciones

Colección
¿Por qué estamos como estamos?
Antigua Guatemala
2006
1
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A. L. EPSTEIN:
Etnicidad e identidad
I
I
(1978)* 'l
I

Mi análisis ha sido construido hasta ahora en torno a la presentación de tres l


perfiles "etnográficos". Estos perfiles revelan una serie de situaciones que difie-
ren considerablemente en su estructura interna. También varian en la forma en I
la que son presentados, puesto que cada uno procede de una perspcctiva diferen-
te y cnfatiza rasgos muy distintos. Por ello, al examinar el material sobre cl
Cinturón del Cobre me concentré principalmentc en las relaciones entre catego- ¡ ',I,
I
rias "tribales";' en Nueva Guinea examiné una situación de cambio principal-
mente desde la posición de ventaja de un grupo determinado; mientras que en el
caso de los judios estadounidcnses la perspectiva predominante ha sido
intragrupal. En los dos primeros casos mi enfoque estuvo influenciado por las
condiciones y el medio en el que desarrollé mi trabajo de campo y, obviamente,
por el hecho de que pude utilizar mis propias observaciones; en el tercer caso
tuve que trabajar con los Iimitcs impuestos por la literatura en la que decidí
concentrarme. No obstante, mí interés principal a lo largo de todo el proceso no
ha sido subrayar las diferencias entre las tres situaciones, sino prescntarlas como
l.
variaciones de un mismo tema, expresiones diversas de etnicidad e identidad, I

susceptibles de ser analizadas en términos de un mismo cucrpo dc conceptos e


ideas. En este punto, por lo tanto, resulta necesario someter mi uso de los térmi-
nos etnicidad e identidad a un escrutinio más detallado.
La expresión etnicidad parece haber irrumpido en la literatura hace relativa-
mente poco tiempo y, como han observado Glazer y Moynihan (1974:33), "uno
tiene la sensación que el término todavia está evolucionando". Deriva, por su-
puesto, del uso original del concepto de grupo étnico; por lo tanto podemos
identificar, al menos retrospectivamente, una serie de posiciones teóricas que

* Epstein, A. L. 1978. "Elhnicity and ldentity". en E/has un Identity. Three S/udies in E/hnicity.
Tavistock Publications, London.
Traducido por Sara Martínez.
1 Nota de edición: El Cinturón del Cobre o Copperbelt es una región minera de África Central
que fue un lugar privilegiado para las investigaciones de los antropólogos sociales británicos
a finales de la era colonial pertenecientes al Instituto Rhodes-Livingstone, entonces en Rodcsia
del Norte, ahora Zambia. Su objeto de estudio se centró en el proceso de urbanización y el
cambio sociocultural. Algunos de los antropólogos de este grupo son Max Gluckman, Clyde
Mitchell, Víctor Turner o Epstein mismo.
84 Las ideas detrás de la etnicidad

los antropólogos y sociólogos han adoptado en relación a la etnicidad. Hasta


hace relativamente poco tiempo el punto de vista dominante de los cientificos
sociales estadounidenses era que los grupos étnicos debían ser considerados como
grupos culturales. Esta fue la perspectiva que informó el enfoque de Warner y
Srole para el estudio de los grupos étnicos en Yankee City, y aunque más tarde
los antropólogos habrían de desarrollar y refinar las técnicas y metodologias de
investigación iniciadas por Warner y sus asociados, sus nociones básicas conti-
nuaron ejerciendo una gran influencia en el creciente númcro de estudios empi-
ricos que se estaban llcvando a cabo por toda la Unión Americana.' Definiendo
los grupos étnicos como grupos culturales, una conclusión casi inevitablc es que
se debería desarrollar el concepto de asimilación como instrumento central de
análisis en la interpretación del cambio étnico. Algunas de las objeciones lógi-
cas y metodológicas a las que está expuesto este enfoque han sido convincente-
mente explicadas por Barth (1969). Aquí, por lo tanto, sólo necesito añadir cómo
la preocupación por una "costumbre" o "cultura" tiende a ocultar los factores
estructurales sociales. Un buen ejemplo de esto se encuentra en el argumento de
Warner y Srole (1945: 283) que tanto la socíedad inmigrante como la anfitriona
sabían que la llamada "vieja cultura estadounidense" era por sí misma nueva y
en última instancia "inmigrante", este sentimiento creó una "cierta tolerancia en
la actitud de la sociedad anfitriona". Frente a dichos argumentos es dificil resis-
tirse a la conclusión de que los análisis y la ideología se han vuelto profunda-
mente interpenetrados, generando la expectativa de que los rasgos culturales
que distinguían a un grupo étnico de otro perderían inevitablemente su fuerza en
una sociedad moderna o modernizante, y que habría un creciente énfasis en los
logros en vez de la atribución para la definición de estatus social. Dado, asimis-
mo, el impacto de la educación y la comunicación a través de los medios masi-
vos de comunicación, así como las disposiciones de los sistemas políticos y
económicos nacionales, parecería inevitable la rápida extinción de los grupos
étnicos como un principio importante de la organización social.
Ha sido necesario que transcurra el tiempo para que resulte manifiesta la
inconsístencia del "modelo de asimilación". No obstante, al final, como los cien-
tíficos sociales han tenido que enfrentar cada vez más "los persistentes hechos
de la etnicidad" se han visto obligados a revisar las premisas metodológícas y a
buscar nuevos modelos.
En Estados Unidos, el estudio de Glazer y Moynihan, Beyond the Melting
Pot (1963), representó una ruptura importante de los enfoques anteriores cuan-
do, al examinar el estatus contemporáneo de los grupos étnicos en la ciudad de
2 Nota de edición: Yankee City es el seudónimo de una pequeña ciudad de Nueva Inglaterra
estudiada por Lloyd Warner y otros colegas a partir de 1930, analizando su desarrollo indus-
trial, sus cambios demográficos y su diversidad étnica.
i':

"

Epstein: Etnicidad e identidad 85

Nueva York, empezaron a hablar de ellos como de grupos de interés, Tratando


de conceptual izar sus datos sobre África Occidental, Abner Cohen (1969, l 974b)
ha desarrollado un enfoque similar, para este autor la etnicidad es esencialmente
un fenómeno político, que implica una lucha de poder entre grupos étnicos por
el desarrollo y la defensa de sus intereses colectivos, No hay duda de que aqui
estamos tratando con una dimensión importante de la etnicidad, y el elemento
competitivo ciertamente emerge con mucha claridad en el material que presenté
anteriormente en este mismo ensayo sobre el Cinturón del Cobre y Nueva Gui-
nea, Hasta aquí, el análisis de los grupos étnicos como grupos de interés supone
un avance con respecto a análisis anteriores, pero también presenta complica-
ciones propias, Ni Glazer y Moynihan ni Cohen han ofrecido un análisis sobre el
concepto de grupos de interés; se da por sentado que su significado es evidente,
En el caso de Cohen puede dar la impresión de que esto se justifica por la natu-
raleza de los datos etnográficos, En su estudio de los hausa de ¡badan, Cohen se
centró en un grupo de personas residentes en una determinada parte de la ciu-
dad, que formaban una unidad política y religiosa como sujetos del jefe hausa y,
más tarde, como miembros del orden tijaniyya, Su análisis muestra cómo esta '/
forma de organización étnica, desarrollada en ¡badan, permitió a los hausa tener i
I
el control de los rentables comercios de ganado y nuez de cola, y al mismo
tiempo frenar las incursiones de miembros de otros grupos que podrían poner en
peligro esta hegemonía, Puesto que muchos de los residentes en la región hausa,
o de sus visitantes, estaban vinculados, de diferente manera, al comercio del
ganado y la nuez de cola, no es difícil ver cómo llega Cohen a la conclusión de
que el grupo está unido por intereses económicos y políticos corporados, No
obstante, se podría cuestionar en qué medida esto proporciona un modelo ade-
cuado para situaciones más complejas donde la heterogeneidad y la diversidad
figuran entre las principales caracteristicas de la población, En dichas circuns-
tancias la naturaleza del grupo de interés puede que no sea nada evidente; en
efecto, si Charsley (1974:349) está en lo correcto en su interpretación en Kigumba,
la cuestión interés puede ser muy conflictiva, como también parece ser el caso
en ciertas comunidades rurales estadounidense donde grupos de diferente ori-
gen nacional viven juntos desde hace años pero ponen un gran énfasis en mante-
ner las fronteras que separan a unos de otros (véase, por ejemplo, Nair 1969),
Pero aun donde se pueden identificar una serie de intereses específicos, siguen
planteándose cuestiones peculiares, En una situación poliétnica, es muy proba-
ble que los miembros de un grupo étnico desarrollen diversos intereses, algunos
de los cuales pueden entrar en conflicto en determinados contextos, La clase
aporta un ejemplo obvio, Y aunque sea cierto, como han observado Cohen y
[,
otros, que en la situación contemporánea los ejes de división étnica coinciden a
,!"¡
menudo con nuevas divisiones de clase, el problema sigue siendo por qué, si el ,·1
d
86 Las ideas detrás de la etnicidad

interés sirve como el principal determinante de la conducta, la afiliación étnica


habría de tener prioridad sobre los vínculos de clase, como sucede con frecuen-
cia. Además, está la cuestión de en qué medida está vinculado un grupo a una
definición temporal de sus intereses. Parece evidente que los intereses de un
grupo pueden cambiar durante periodos considerables de tiempo, sin embargo
el grupo persiste. Por lo tanto el interés se convierte en variable, y el grupo es
una constante, sugiriendo inmediatamente que debe existir algún factor previo
en referencia al cual se puede definir al grupo -a menos que sea la propia super-
vivencia del grupo la que esté considerada un interés. Esto requeriría expandir
el concepto hasta el extremo en que deja de tener sentido para fines de análisis;
se habrá convertido en simple tautología. Finalmente, vale la pena mencionar
que integrada en esta perspectiva de etnicidad parece haber una idea no exterio-
rizada de que el comportamiento étnico se rige por el cálculo racional: como lo
expresan Glazer y Moynihan (1974:33), el interés es lo que guía a los hombres
racionales a la acción socia!.' Éste es, en el mejor de los casos, un punto de vista
muy parcial, el cual, a mi juicio, sólo se puede sostener a expensas de ignorar lo
que a menudo resulta tan notable en gran parte del comportamiento étnico: que
es la expresión de un grado de afecto extraordinariamente poderoso porque está
arraigado en el inconsciente.
El análisis de Glazer y Moynihan sobre los judíos de Nueva York me parece
que ilustra bien algunas de las dificultades recién mencionadas que surgen al
adoptar una definición de etnicidad en términos de grupos de interés; también
me da la impresión de que revela la propia incomodidad de los autores al apli-
carla en este contexto. Así observan (1963: 140-2) que no hay ninguna organiza-
ción en la ciudad que incluya únicamente judíos. Ni tampoco existe una organi-
zación religiosa central que sirva para unificar a las diferentes congregaciones
allí presentes; en cualquier caso, la mayoría de los judíos de Nueva York no
pertenecen a una sinagoga o templo, y muchos son no religiosos o incluso anti-
religiosos. Estamos estudiando un grupo, nos dicen Glazer y Moynihan, que tal
vez nunca actúen juntos y quizás nunca se sientan unidos, pero sin embargo
saben que son uno; compuesto por minorías traslapadas que juntas crean "una
comunidad con una auto-conciencia y un carácter definido". La discriminación
puede haber sido un factor potente para forjar dicha auto-conciencia en el pasa-
do, pero, según Glazer y Moynihan, ya no puede ser identificada como una
fuerza importante en ningún lugar de Estados Unidos. En mi opinión, el argu-

3 Yo creo que en el caso de Cahen, por 10 menos, esta deducción es muy consistente con su
explícito sesgo anti-sicológico y su negativa a tener algo con ver con una motivación incons-
ciente. No es necesario decir, como ha observado Erikson (1958:35) de esos biógrafos con-
trarios a la interpretación sicológica que sin embargo se permiten hacer los más extensos
psicoanálisis, que siempre hay implícita una sicología detrás de toda anti-sicología explícita.
/1,

Epstein: Etnicidad e identidad 87

mento para definir a los grupos étnicos como grupos de interés pierde gran parte
de su fuerza cuando Glazer y Moynihan llegan a la conclusión, con cierta impa-
ciencia, de que buena parte de la cohesión de los judios es simplemente temero-
sa y falta de imaginación, y que su único objetivo es mantener la segregación. A
mi me parece que este sentido de segregación más bien forma el meollo de la
cuestión, y que tiene que ser explicado, no descartado.
Haciendo justicia a Glazer y Moynihan se debería decir que no parecen estar
absolutamente satisfechos con un enfoque monofactorial para la etnicidad, ya
que también acentúan de vez en cuando la importancia del componente afectivo
en el comportamiento étnico. Su insatisfacción se refleja en su estudio más re-
ciente sobre la cuestión, el cual parece indicar cierto cambio de campo con res-
pecto a su posición anterior. Para poder entender por qué la etnicidad se ha vuel-
i
to una base tan fuerte para la movilización de grupos en la sociedad moderna, I
ahora dicen (1974:37) que es necesario:
1'1
"modificar la afirmación somera de que la etnicidad sirve como medio para
impulsar intereses de grupo -cosa que hace- al reiterar que no es únicamente un
medio [cursivas en el original] para promover intereses. Es cierto que uno de los
motivos por los que la etnicidad se ha convertido en un instrumento tan eficaz
para promover intereses es porque implica mucho más que intereses. Como lo
expresa Daniel Bell: 'La etnicidad ha despuntado más [que la clase] porque puede
combinar interés con vínculo afectivo.'"
En una palabra, una cosa es describir que un grupo étnico tiene intereses,
otra muy diferente es definirlo en estos términos. Por lo tanto, considerar la
etnicidad como un fenómeno esencialmente político es cometer el mismo tipo
de error metodológico que quienes anteriormente la definieron en términos de
cultura; es confundir un aspecto del fenómeno con el propio fenómeno. La con-
secuencia de esto no sólo es que uno tiene muchas posibilidades de malinterpre-
tar diversos aspectos del comportamiento étnico, sino que también puede llevar-
nos a excluir del campo de investigación muchos de los fascinantes problemas
que plantea este comportamiento étnico.
Barth (1969) ha adoptado un enfoque muy diferente que trata de evitar algu-
nas de estas trampas. El punto de partida para el análisis de Barth es el énfasis
primario que él pone en los grupos étnicos como categorías de atribución e iden-
tificación por los propios actores. De esta perspectiva surgen dos implicaciones
importantes. Primera, no hace conjeturas acerca del "contenido" de la etnicidad:
los grupos étnicos forman una nave organizacional a la que se le puede otorgar
diferente cantidad y variedad de contenidos en diferentes sistemas socioculturales.
Pueden ser de gran relevancia para el comportamiento, pero no necesitan serlo;
pueden impregnar toda la vida social o pueden ser relevantes sólo en sectores
limitados de actividad. De este modo se abre un amplio campo a la investiga-
ción. Scgunda, el foco critico de la investigación desde este punto de vista son
88 Las ideas detrás de la etnicidad

las demarcaciones étnicas que define al grupo, no el contenido cultural. Por


consiguiente, en el fondo del análisis de Barth subyacen de tal modo los concep-
tos de la identidad y las fronteras que, de hecho, él se centra principalmente en
la cuestión de la conservación de las fronteras. Es más, su principal interés se
refirió a la cuestión más general de la interacción de los grupos étnicos en diver-
sas regiones del mundo en condiciones de relativa estabilidad, y sólo trata
marginalmente aquellas circunstancias en las que la etnicidad ha surgido como
respuesta a unas condiciones sociales cambiantes. Barth observa que hay implí-
citas en la conservación de las fronteras étnicas unas situaciones de contacto
social entre personas de diferente cultura, y los grupos étnicos sólo persisten
como unidades significantes, añade, si tienen difcrencias marcadas de compor-
tamiento. Todas las situaciones que analizo en estc ensayo se caracterizan por
un alto grado de erosión cultural, y por lo tanto no sólo plantean sutilmente
cómo siguen operando los mecanismos para la conservación de las fronteras,
sino también por qué deberían conservarse dichas divisiones en primer lugar.
Para buscar las respuestas a estas preguntas creo que es necesario observar con
más detalle la naturaleza de la identidad étnica; hay que examinar, que definir,
cómo se genera y transmite el sentido dc la identidad étnica, cómo subsiste y
cómo se transforma o desaparece, produciendo otras formas de identidad. Para
abordar estas cuestiones quizá sea instructivo empezar por situar el problema en
una perspectiva más amplia dando una breve ojeada a la forma en la que emerge
una nueva categoría social, y su identidad asociada, en un contexto no étnico.
En su libro Death in Lije (1967), Robert Jay Lifton ha intentado penetrar la
naturaleza de la experiencia, y sus consecuencias, de aquellos que estuvieron
expuestos al lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima. Entre los supervi-
vientes de ese holocausto surgió una categoria propia en la actual población de
Hiroshima llamada hikabusha. Hikabusha son las victimas permanentes de la
exposición a la radiación nuclear, sobrevivientes que han seguido sufriendo,
física y siquicamente, sus persistentes efectos secundarios y cuyo sino ha llega-
do a estar simbolizado por el irradicable queloide, una zona extensa de tejido
marcado por las cicatrices: el estigma de la condición de hikabusha, las marcas
de "la escasez, la enfermedad y la desgracia". El propio término es un neologis-
mo, eon una definición oficial que expresa instantáneamente el reconocimiento
social (o público) de la diferencia que separa a los afectados de los no afectados.
Sin embargo, algo que también es evidente es que el mismo hikabusha tiene una
considerable necesidad de mantener esta separación de "los diferentes". Lifton
observa que él divide el mundo entre los que son como él -los que han pasado
por todo el penoso tormento- y los que no lo son. "La naturaleza apocalíptica de
la experiencia, junto con la lacra de su identidad resultante, crean una cualidad
semi mística que no se puede esperar que la perciba el no iniciado". Este sentido
Epstein: Etnicidad e idcntidad 89

de exclusividad, a su vez, "cumple además la función sicológica de prestar cier-


to valor al estatus de hikabusha, sea cual fuere su lacra; y de crear una postura
de grupo desde la que se puede expresar un sentimiento de necesidades especia-
les, sea cual fuere su ambivalencia" (Lifton 1967: 196).
La "postura de grupo" toma forma de diversas maneras. Lifton no discute
los patrones de interacción personal dc los hikabusha o entre los mismos, pero
está claro que se construyen relaciones rápidamente sobre la base de lo que Barth
ha llamado "experiencias compartidas". Una de las entrevistadas de Lifton re-
porta: "Una vez conocí a un hombre que me dijo: 'Yo vivi la bomba atómica'. y
desde ese momento, la conversación cambió. Ambos entendimos los sentimien-
tos del otro. No era necesario decir nada ... " Se han desarrollado programas de
asistencia social para tratar los problemas sociales, económicos y médicos de
índole especial de los hikabusha, y ellos también han organizado sus propios
grupos para promover sus intereses obteniendo mejor tratamiento médico y be-
neficios médicos más completos. Uno de estos grupos, bajo el liderazgo de un
destacado hikabusha, ha ido aún más lejos, abriéndose paso en una arena políti-
ca más amplia al aliarse con fuerzas militantes del movimiento de paz para pro-
testar en contra de las pruebas con armas nucleares.
El problema de la identidad de los hikabusha, sin embargo, no termina con
mostrar cómo una categoría social atribuida ha llegado a convertirse o desarro-
llarse en un grupo de interés. Si dejáramos este asunto aquí, no habríamos men-
cionado los elementos que contribuyen a la formación de esa identidad; habría-
mos dejado indemnes cuestiones tales como qué es lo que otorga su característi-
ca propia a la percepción que el hikabusha tiene de si mismo, cuáles son los
procesos, sicológicos y sociológicos, que operan para producir este resultado, y
las poderosas fuerzas afectivas que lo nutren y que ayudan a mantenerlo. Lifton
dedica gran parte de su análisis a cuestiones como éstas. En este espacio no
puedo pretender hacer justicia a la riqueza y profundidad de su estudio; en cual-
quier caso, para los propósitos actuales no es preciso seguir dicho análisis en
detalle, y sólo lo cito con objeto de ilustrar una serie de características que con-
tribuyen a la formación de la identidad hikabusha.
Una de las respuestas que Lifton (1969:13) encontró frecuentemente entre
los sobrevivientes de Hiroshima fue el sentido de estar "como si estuvieran
muertos". Él construye así la secuencia interna que se oculta tras esta imagen de
ellos mismos: "Casi muero; debería haber muerto; morí o por lo menos no estoy
verdaderamente vivo; o si estoy vivo, es impuro por mi parte estarlo, y todo
aquello que haga que afirme la vida también es impuro y es un insulto para los
muertos, que son los únicos puros". Lifton sugiere que es posible ver una expre-
sión de este sentimiento en el estilo de vida de muchos hikabusha; una vida de
notable constricción y auto abnegación, basada en la idea de que cualquier muestra
90 Las ideas detrás de la etnicidad

de vitalidad es de algún modo inapropiada para ellos, internamente prohibida.


Los hikabusha conservan un sentimiento infinito de culpa, de culpabilidad y
responsabilidad por la propia catástrofe, aun a pesar de haber sido sus víctimas
y no sus perpetradores.
Una tal "identidad de los mucrtos" aunque no sea única, cuanto menos es
rara 4 Otros elementos que contribuyen a la identidad hikabusha sc dan con mucha
frecuencia. Los hikabusha, por ejemplo, revelan cicrtas afinidades con otros
grupos victimizados, y al igual que ellos, tienen un considerable conflicto en
cuanto a qué magnitud de su identidad "victimizada" han de conscrvar. Una
forma de manejar conflictos de este tipo es a través de mecanismos de negación;
de modo que nos encontramos con hikabusha que tratan de vivir sus vidas como
si no hubieran sabido de la bomba. De csta suerte, algunos se han alejado de
Hiroshima y han elegido un lugar para vivir donde pueden ocultar su identidad
aun renunciando a poseer, o hacer uso de, sus carnés médicos hikabusha, y guar-
dando las distancias entre ellos y otros hikabusha. No obstante, en dichos casos
la negación tiende a traicionarse por la intensidad dc su reiteración y, más im-
portantc aún, por brotes repentinos de ansiedad que resultan incontrolables ~a
menudo en forma de temores fisicos espantosos que se empeñan en recordarle a
uno que, después de todo, es hikabusha. Otro componente más que contribuye
en gran medida a la identidad hikabusha es lo que Lifton llama la sospccha de
falsas compensaciones. Esto deriva de la sensación de compartir una necesidad
especial que es virtualmente imposible de satisfacer; y del hecho de que uno
está perpetuamente sujeto a "resarcimientos" no auténticos por parte de los otros.
Es decir, el hikabusha implora y al mismo tiempo resiente una atención espe-
cial. Si sus peticiones son denegadas, le queda una sensación de que su singular
encuentro con la muerte está siendo ignorado y se siente abandonado; pero si
sus necesidades especiales obtienen respuesta, considera que el resarcimiento
que se le ofrece no es auténtico porque parece confirmar sus propias debilida-
des, humillación y lacra mortal; "se siente 'abandonado' ante estas odiadas ma-
nifestaciones de su identidad hikabusha".
A la hora de analizar negación y falsa compensación es obvio que nos esta-
mos inmiscuyendo en procesos intra-psíquicos, pero esto no quiere decir que las
características que contribuyen a la formación de la identidad hikabusha hayan
de ser explicadas simplemente en términos endógamos. La identidad hikabusha
es una expresión de segregación que es producto de cada paso de la compleja
interacción entre necesidades sicológicas intcrnas y percepciones y respuestas
sociales externas. En términos de Erikson, la identidad siempre es psicosocial.
4 Los sobrevivientes de los "campos de la muerte" nazis sugieren un paralelismo obvio, pero
es muy posible encontrar indicios de esta formación entre cualquier grupo de sobrevivientes
de algún desastre importante.
~~----"--'"

Epstein: Etnicidad e identidad 91

El surgimiento de una identidad hikabusha fue la respuesta a una situación


de un horror tan indecible, que nuestro vocabulario no tiene términos adecuados
para expresarlo que no sirvan al mismo tiempo para "desintoxicarlo". En parte
por estos motivos, cn parte porque es una identidad que quienes la portan ac-
tualmente no desean verla perpetuada a través de las generaciones, la experien-
cia hikabusha no puede proporcionar un modelo general para la formación-iden-
tidad psicosocial. Por otra parte, precisamente por su cualidad extraordinaria,
ofrece ciertos indicios esclarecedores que sirven para identificar los elementos
que se integran en nuevas identidades sociales generadas en circunstancias me-
nos traumáticas.
En primer lugar, hay cierta perturbación del medio social y/o natural, que
provoca el deterioro de una serie de relaciones sociales establecidas. Hablando
en términos generales, en una comunidad aislada, homogénea y relativamente
autónoma, la cuestión de la identidad de grupo normalmente no suscita proble-
mas. En dichas sociedades, como lo expone Margaret Mead (197ü:x), un hom-
bre era quien era -inalienable, cobijado y alimentado dentro del capullo de la
costumbre hasta que se percibia en todo su ser. Ni tampoco es la cuestión de
máxima importancia en esas situaciones descritas por Barth y sus asociados donde
convenciones establecidas desde años atrás proveen la base para una interacción
estable entre divisiones étnicas bien definidas, a pesar de que hasta en dichas
circunstancias surgen en ocasiones cuestiones interesantes acerca del cambio de
identidad. Sin embargo, el asunto cobra importancia, y asume una complejidad
muy diferente, cuando las personas son arrojadas, como sucede en un proceso
de migración, a un medio extraño y desconocido marcado por la heterogeneidad
étnica, por la diversidad cultural y por nuevas opciones. Los individuos y los
grupos son impelidos de este modo a nuevas confrontaciones con ellos mismos,
que llevan al fortalecimiento de formas establecidas de inclusión o a la apari-
ción de nuevas expresiones de exclusión y separación.
La etnicidad cn estas circunstancias encuentra su expresión más palpable en
la aparición de nuevas categorias sociales. Es decir, en su sentido más inmedia-
to, la etnicidad es una cuestión de clasificación, la separación y reunión de la
población en una serie de categorias definidas en términos de "nosotros" y "ellos".
Aquí hay que observar un punto prel iminar de cierta importancia, aunque sólo
sea porque es tan obvio que se podría pasar por alto. Leach (1967:34) se refiere
al mismo cuando observa que debido a la forma en la que está organizado nues-
tro lenguaje y a cómo hemos sido educados, cada uno de nosotros se encuentra
constantemente en una posición de contraste: "Yo me identifico con un nosotros
colectivo que contrasta, en tal caso, con algún otro ... Lo que nosotros somos, o
lo que sea el otro dependerá del contexto". Si bien, en mi opinión, el asunto es
más complejo que como lo plantea Leach, el punto clave para los fines actuales
92 Las ideas detrás de la etnicidad

es que ninguno de nosotros tiene únicamente una sola identidad; como miem-
bros de una sociedad cada uno de nosotros tiene simultáneamente una serie de
identidades del mismo modo que cada uno de nosotros ocupa diferentes estatus
e interpreta diversos roles. Es cierto que hay un parecido cercano entre el con-
cepto de identidad y los conceptos gemelos de estatus y rol, y en este momento
puedc que resulte útil identificar algunos de sus puntos de diferencia. Para em-
pezar, es obvio que en algunas circunstancias los tres conceptos se superponen:
se puede hablar, por ejemplo, de la categoria de "trabajador" en términos de
estatus, rol o identidad. Lo que diferencia estos usos es que cuando hablamos de
un trabajador en términos de estatus y rol lo hacemos sobre la base de reglas y
expectativas quc están definidas socialmente; la identidad introduce la nucva
dimensión de su percepción de sí mismo. No obstante, la coincidencia que aca-
bo de observar no siempre es necesaria, y en otras circunstancias reconocemos
que aunque el estatus y el rol pueden ser contribuciones importantes para la
identidad, no constituyen por sí mismas una identidad. Mientras que mi estatus
de padre, y la forma en la que cumplo este papel, puede ser muy importante para
mi sentido de identidad personal, es poco probable que yo lo formule simple-
mente en términos de paternidad. Esto se relaciona con otro argumento más, que
al hablar de estatus y rol estamos refiriéndonos al proceso por el cual la persona
se fragmenta en una serie de elementos sociales constitutivos; la identidad, en
contraste, es esencialmentc un concepto de sintesis. Representa el proceso por
el que la persona trata de integrar sus diferentes estatus y roles, asi como sus
diversas experiencias, en una imagen coherente de sí misma. El significado so-
ciológico contemporáneo de la identidad étnica es lo que tan a menudo se con-
vierte en eso que ha sido llamado una identidad terminal, una que abraza e inte-
gra toda una serie de estatus, roles e identidades menores. Finalmente, se puede
observar que puesto que la identidad roza el núcleo de uno mismo, es muy pro-
bable que también esté vinculada por afectos poderosos; cognoscitiva en uno de
sus aspectos, también se nutre en las raíces del inconsciente. Por lo tanto, cuan-
to más inclusiva sea una identidad, más profunda serán sus raíces inconscientes
y más potencialmente intensa su carga afectiva.
La etnicidad comienza, entonces, como observa Barth, con categorias socia-
les atribuidas; la representación está en el núcleo del asunto. Pero, ¿cómo se
moldean estas representaciones? Una posibilidad es la que indican las observa-
ciones del Rabino Mendel de Kotzk citadas como epígrafe de este ensayo.' Ésta,

5 Nota de Edición: el epígrafe a que hace referencia es el siguiente, "Si yo soy simplemente
porque soy, y si tú eres simplemente porque eres, entonces yo soy yo y tú eres tú. Pero si yo
soy yo porque tú eres tú, y tú eres tú porque yo soy yo, entonces yo no soy yo y tú no eres tú",
Rabino Mende1 de Kotzk (citado en Leslie 1971: 145).
Epstein: Etnicidad e identidad 93

sin embargo, observa Lichtenstein (1963: 174), es un tipo de auto percepción


común a todas las místicas; para poder ser uno mismo no tiene que haber ningún
otro punto de referencia, tal como el mundo social en el que vivimos. En ese
mundo las cosas están ordenadas diferentemente y la percepción de uno mismo
siempre implica una relación de oposición o por lo menos de contraste, tal como
se indica en el pasaje de Leach antes citado. Lo que esto implica es que somos lo
que somos en virtud de algún atributo o propiedad común que vemos y compar-
timos en oposición a aquellos que vemos que no la poseen. Es decir, la percep-
ción brota del interior. Sin embargo, esta perspectiva representa demasiado
inadecuadamente la complejidad del asunto, ya que pasa por alto la forma en la
que se moldea la percepción de uno mismo en respuesta a la presencia y las
reacciones de los otros. Como lo expresa Paul Schilder (citado en Young
1971: 136), "ego" no tiene sentido sin "tú". En una situación poliétnica lo que
esto significa es que el sentido de identidad étnica siempre es, en cierto modo,
producto de la interacción de la percepción interna y la respuesta externa, de
fuerzas que operan en el individuo y el grupo desde dentro, y de las que les
afectan desde afuera. Algunas de las implicaciones que emanan de esta perspec-
tiva ya han sido mencionadas anteriormente en el análisis del material del Cin-
turón del Cobre, y otras serán revisadas más adelante. Lo que parece que vale la
pena mencionar de inmediato es la forma en la que dicho enfoque nos permite JI
concebir las diferentes expresiones de identidad étnica como si estuvieran situa-
das en un continuo marcado por polos negativos y positivo. En el polo positivo
la identidad étnica depende más de conceptos internos de exclusión, y de fuer-
zas y recursos internos; en el otro extremo, la identidad se apoya en una defini-
ción que no es interna, o es mínimamente interna, y que está esencialmente im-
puesta desde afuera.
Un buen ejemplo de esto último es la categoría social conocida en Estados
Unidos como mischlings. Los mischlings son los hijos de los matrimonios entre
judíos y gentiles que por lo general han sido criados en una tradición que no es
ni cristiana ni judia, yen la que el ambiente familiar ha puesto poco énfasis en
los orígenes étnicos. En dichas circunstancias muy probablemente será una do-
lorosa sorpresa para el mischling descubrir más adelante en su vida, sean cuales
sean sus puntos de vista sobre el asunto, que la comunidad estadounidense ge-
neral tiende a considerarles miembros de la comunidad judía (véase Berman
1968:211). Aquí la identidad está completamente impuesta desde afuera y no
guarda relación con la imagen central individual de ellos mismos; al igual que el
hikabusha, el mischling parece portar una lacra, pero a diferencia del hikabusha,
no goza de ninguna de las compensaciones que derivan del sentido de exclusión
que tiene el segundo, y que aporta las bases para una identidad más positiva. El
caso del mischling es, una vez más, otro ejemplo extremo; pero, en efecto, casi
94 Las ideas detrás de la etnicidad

siempre hay elementos de identidad negativa presentes cuando los grupos étnicos
ocupan una posición de inferioridad o marginalidad dentro de lajerarquia domi-
nante. En las situaciones coloniales abundan las evidencias sobre esto, pero no
son menos características, aunque en difcrente grado, dc los grupos minoritarios
en los estados modernos: ha contribuido de forma importante a la identidad de
los negros americanos" mientras que la dcscripción de Paul Jacob sobre su pro-
pia búsqueda dc identidad ilustra cómo puede ayudar a moldear la auto percep-
ción judía.
Existe una identidad negativa donde la imagen de uno mismo se basa princi-
palmente en evaluaciones internalizadas de los otros, y donde, consecuentemen-
te, gran parte del comportamiento propio está impulsado por el deseo de evitar
desaires anticipados o censura. La identidad positiva, en contraste, está cons-
truida sobre la autoestima, un sentido del valor de las formas y valores dcl
grupo propio, que se manifiesta en el apego a las mismas. Sin embargo, incluso
en este último caso es necesario subrayar cómo ciertas costumbres o prácticas
que han llegado a ser consideradas, tanto dentro del grupo como afuera, diacríticas
de ese grupo, muchas veces, luego de una investigación más profunda, resulta
que reflejan las relaciones del grupo con la sociedad más general. La experien-
cia judía ofrece varios de estos ejemplos. Por ello el novelista estadounidense
Herbert Gold, discutiendo en una ocasión el futuro de los judíos estadouniden-
ses, observó: "La sopa de pollo y los chistes de judios acaso subsistan aún por
un tiempo, pero de ahora en adelante la historia de los judíos será la misma
historia que la de todos los demás". Podemos dejar de lado la substancia de este
comentario, lo que resulta importante aqui es la idea comúnmente sostenida por
judíos y no judios por igual, de que, como lo expresa Guttman (1971: J O), las
formas folklóricas de la Mitleleuropa o del shlell ruso son esenciales del judaís-
mo. No puedo dar garantías sobre la sopa de pollo, pero resulta evidente que
muchas de las costumbres y preferencias alimenticias que habitualmente se con-
sideran características de los judios estadounidenses, y que para muchos son
unas de las principales vías por las que continúan reconociendo y expresando su
lealtad étnica, fueron adoptadas hace mucho tiempo de sus vecinos gentiles de
Europa. Sin embargo, centrar la atención simplemente en estos aspectos exter-
nos del comportamiento sería eludir un argumento mucho más sólido. Hay mu-
cho campo para el estudio del papel que tienen las preferencias gastronómicas
étnicas a la hora de mantener la cohesión del grupo, y las diversas funciones

6 Véase, por ejemplo, Eldridge Cleaver (1968: 100-101) que se refiere a la presencia de un
auto odio étnico entre los negros estadounidenses que con frecuencia "adopta la forma extra-
ña de un deseo de muerte racial, con muchas y elusivas manifestaciones". Cf. Erikson
( 1968:300).
Epstein: Etnicidad e identidad 95

sociales a las que puedcn scrvir las mismas,' pcro una gran lealtad a la comida
"étnica" también sugiere una continua influencia que surge del vinculo primor-
dial preliminar madrc-hijo. Esta relación a menudo revela sus propias notas
étnicas características. La madre judía, por ejemplo, ha pasado a servir en la
literatura moderna estadounidense y el folklore como prototipo de indulgencia
oral y sobreprotccción, pero lo que no se reconoce siempre es cómo cste rasgo
puede ser en si mismo una respuesta a factores externos, desarrollado como un
intento de compensar las incertidumbres y hostilidades del entorno proporcio-
nando una forma de seguridad más intcnsa dentro del hogar. Por estos medios el
mundo externo contribuye a la formación de la identidad desde sus propias rai-
ces.
El mischling, al carccer de bases para la formación de una idcntidad mischling
positiva, sigue estando socialmente aislado; los hikahusha, cn contraste, fueron
capaces de sacar provecho a su sentimiento de haber compartido una experien-
I
cia exclusiva a fin de encauzar sus interacciones sociales y formar sus propias
asociaciones. La identidad étnica proporciona, de un modo similar, un medio
para organizar el comportamiento social. Esta fue la perspectiva que nos llevó a
Mitchell y a mi a ver que el "tribalismo" en el Cinturón del Cobre había aporta-
do un marco de relaciones categóricas que allí regian buena parte de la interacción
social entre los africanos. Cohen (1969: 193) ha refutado esta formulación; el
"tribalismo" en el Cinturón del Cobre, señala él, es una cuestión política y eco- ,
I
nómica activa, no se trata únicamente de una categorización que sirve para que
el migrante africano afronte la desconcertante complejidad de la sociedad urba-
na o que regula para el mismo aspectos "domésticos" tales como el matrimonio,
las amistades, los enterramientos y la ayuda mutua. Uno podría replicar que ni
Mitchell ni yo hemos afirmado nunca que el "tribalismo" sea simplemente un
método de catcgorización, pero eso es una cuestión mcnor. El punto más impor-
tante, creo, cs que al negar la importancia de los grupos étnicos en la regulación
de las relaciones personales informales uno pasa por alto las raíces afectivas de
la etnicidad, las bases sobre las que se pueden construir otras formas de organi-
zación y asociación. A título aclaratorio: las comunidades judías dc Estados Uni-
dos en las que me he concentrado en este ensayo son todas muy organizadas;
tienen sus propias instituciones comunitarias, ya su vez éstas están vinculadas

7 Por ejemplo, Hannerz (1974:56), discutiendo la cuestión de la actividad empresarial en con-


textos étnicos, plantea el interesante argumento de que la cultura de los negros estadouniden-
ses tiene pocas especializaciones que puedan aportar bases sobre las cuales fundar una em-
presa en la que los recién llegados estarían más descalificados por falta de experiencia. En
contraste, los hábitos alimenticios de italianos y judíos pudieron convertirse en las bases de
pequeñas empresas en las que la experiencia cultural era cuanto menos tan importante como
la solidaridad étnica.
96 Las ideas detrás de la etnieidad

I
muchas veces en diferentes modos a entidades nacionales e internacionales. Sin
embargo, ninguna de estas entidades tiene una serie formal de sanciones a su
, disposición; en última instancia todas ellas dependen de la disposición de sus
miembros para pagar lo que, de hecho, son tributos auto-impuestos. Desde lue-
go, aquí operan poderosas sanciones informales, pero esto sólo es para subrayar
la importancia de las divisiones étnicas que los judíos suburbanos eligcn mante-
ner en sus vidas personales. Me he referido anteriormente a las organizaciones y
asociaciones que se han originado para promover y defender los intereses de los
judios, pero que han entrado en escena hace relativamente poco tiempo; su apa-
rición presupone un sentido de identidad que crece en estrecho contacto con los
que son como uno, y que está constantemente reforzado por el mismo. Un argu-
mento similar se aplica, acaso con más fuerza aún, al Cinturón del Cobre donde
las "tribus" se han mantenido unidas a través de redes superpuestas de relacio-
nes personales, y no de una estructura institucional. Incluso los ancianos de la
tribu, habrá que recordar, derivaron principalmente la autoridad que poseían de
las posiciones que disfrutaban anteriormente en puntos nodales dentro de redes
de jóvenes organizadas según local o residencia. Por lo tanto, cuando al hablar
de la rivalidad por las posiciones de liderazgo en un sindicato del Cinturón del
Cobre, Cohen observa que el líder de un grupo étnico hará todo lo posible para
enfatizar la distinción étnica y movilizar relaciones de poder dentro del grupo
para lograr su apoyo, en cierto modo está cometiendo un error. Al contrario, era
talla complejidad de las políticas internas de los Sindicatos Africanos de Traba-
jadores de las Minas que es bien plausible que un secretario de la rama bemba
"fragüe" la elección de un nyasa como director de la rama a fin de fortalecer la
posición de la rama local, y la suya propia, frente a la sede central del sindicato
y su presidente, un congénere bemba, a cuyas políticas y credo político se opone
enérgicamente (véasc Epstein 1964). En efecto, parece muy claro que en la si-
tuación poliétnica que se dio en el Cinturón del Cobre en la década de los cin-
cuenta hubiera sido una torpeza táctica para cualquier líder sindical del Sindi-
cato hacer campaña en busca de votos de apoyo sobre bases étnicas. En la expo-
sición detallada que he presentado (1958: 135-144) acerca de una elección en el
Síndicato es evidente que los votantes concedían más importancia a otros crite-
rios aparte de la tribu de los candidatos; pero incluso en aquellas ocasiones en
las que el "tribalismo" parecía tener una participación importante en el resulta-
do, este resultado no se producía por medio del redoble organizado de los tam-
bores de apoyo "tribal" sino por un ejercicio de elección por parte de los votan-
tes, influenciados por la familia y los amigos que formaban sus redes persona-
les.
Con esto no se quiere negar que los grupos étnicos tienen un rol político o
que el apoyo de su propia tribu para un líder del Sindicato no puede aportar
----,..-""--__...._ ..........._="'011"',,,,··=.

Epstein: Etnicidad e identidad 97

beneficios futuros; dicha reclamación seria absurda. Mi argumento es más bien


que la etnicidad política ratifica una estructuración determinada del medio so-
cial, y se desarrolla a partir de la misma. Una consecuencia importantc de esto
es la forma en la que se trazan unas líneas divisorias invisibles que marcan las
esferas de interacción personal. A través de cste proceso de encapsulación, adop-
tando el término de Mayer, no sólo se fortalece el sentimiento de identidad, sino
que también se concede una poderosa carga afectiva a estos vínculos persona-
les, aportando la fuerza para esas sanciones informales que el grupo puede co-
mandar. Es debido a que estos vínculos son tan fuertes por lo que las personas
llegan a percibir en seguida que comparten intereses de un tipo político o econó-
mico, y los lleva a movilizarse para fines políticos. La aparición de grupos de
interés nutre e identifica de este modo el sentido de identidad étnica.
Entre los africanos del Cinturón del Cobre resulta visible de inmediato el
aspecto afectivo de la identidad cuando los amigos se encuentran y se saludan
con cumplidos mutuos y un alegre teatro. Subraya también, aunque no tan
ilustrativamente, la preferencia por los quc son como uno para beber una cerve-
za o cuando participan en otras actividades informales. En dicha compañía, ex-
plicará un africano, puede hablar fácilmente en su propia lengua, puede chis-
mear libremente, puede bailar y cantar sus cantos "tribales". Los entrevistados
en el estudio de Lakeville proporcionaron respuestas esencialmente similares
para explicar por qué sus círculos de amistad eran tan predominantemente ju-
dios. Por ello es particularmente interesante la respuesta de una mujer entre el
7% que no tenía un círculo de amigos predominante o exclusivamente judío.
Totalmente alejada de las organizaciones judías y de la vida religiosa y con la
más tenue conexión grupal confesó, sin embargo, que: "Me siento menos cómo-
da con no judios porque pienso que me están viendo corno ajudía. Los judíos no
te ven como a judía" (Sklare y Greenblum 1967:289). Dichas declaraciones es-
tán resumidas de forma adecuada en la referencia de Paul Jacob (1965:330) a la
profunda íncertidumbre de muchos judíos estadounídenses que piensan que to-
davía están en la tregua de un pogrom. Donde el medio que nos rodea se percibe
ajeno e incierto, si es que no activamente hostil, no es difícil ver cómo, trátese
de africanos del Cinturón del Cobre, de tolai alejados de la Península Gazelle y
dispersos por diferentes lugares de Papua Nucva Guinea, o de judíos estadouni-
denses de los suburbios acomodados, la agrupación con los propios congéneres
brínda calma y cicrto sentido de seguridad porque estas relaciones adoptan un
valor de mutua confianza. Las relaciones íntimas también son importantes para
el bienestar en otro aspecto, ya que los parientes y amigos de confianza le con-
ceden a uno una audiencia de la que se puede esperar aprobación y la reafirrnación
de lo que uno vale.
98 Las ideas detrás de la etnicidad

De este modo, el apego a los parientes, la participación en redes superpues-


tas de jóvenes identificados con el espacio de residencia y la participación en
círculos estrechos de amigos no sólo sirven para definir los límites del grupo
con los que se identifica uno, también proporcionan un mecanismo importante
para conservar esos límites. Sin embargo, si la identidad ha de ser trasmitida
con éxito, y conservados los límites a lo largo del tiempo, otros mecanismos
tienen que entrar en acción. El matrimonio puede resultar una cuestión de im-
portancia crucial en este contexto, puesto quc una unión mixta no sólo puede
significar la pérdida de un miembro del grupo, sino también la pérdida de los
hijos. Cohen (1963:53), por ejemplo, en su análisis de los hausa de Ibadan, ob-
serva que el matrimonio entre hombres sabo y mujeres yoruba podría llegar a
revolucionar la singularidad étnica sabo, y ser fatal para los intereses económi-
cos hausa; muestra también cómo ciertas creencias acerca de los peligros místi-
cos que pueden afligir al varón hausa que participa en una unión mixta sirven
para controlar la situación. Aquí Cohen está recortando su propia línea de análi-
sis, pero está siguiendo asimismo una tradición antropológica respetable y fruc-
tífera al concentrarse en el aspecto político del matrimonio. La sabo es, no obs-
tante, una comunidad relativamente reducida con un elevado grado de organiza-
ción interna y una ideología de grupo coherente de modo que se pueden ejercer
presiones de grupo contra aquellos que amenacen con romper el código, y posi-
blemente éstas son bastante efectivas. No obstante, en otros lugares, la situación
puede ser diferente en lo que respecta a la ideología, al grado de presión que
puede ejercerse, o a ambas cosas. En la Península Gazelle, por ejemplo, la in-
mensa mayoría de los matrimonios tolai son intraétnicos y, aun a pesar de que
hoy día se oyen muchas cosas acerca de la libertad de los individuos para elegir
sus propias parejas, la mayor parte de las uniones siguen siendo locales y con-
sistentes con los patrones de alianza establecidos (Epstein 1969:208-15). Hayal
mismo tiempo un número reducido pero creciente de tolais que han encontrado
pareja en otros grupos de Papua o Nueva Guinea. En Matupit no encontré ani-
madversión hacia estos matrimonios, 8 tal vez porque en casi todos los casos el
cónyuge extranjero se estableció en la isla y fue absorbido en la comunidad, de
modo que los matrimonios mixtos no se percibían como una amenaza. En el
Cinturón del Cobre la situación con respecto al matrimonio hace tiempo que es
confusa debido a la dificultad para diferenciar los matrimonios "correctos" de
los irregulares, dada la naturaleza no permanente de muchas uniones, "correc-
tas" o de las otras, y la relativa facilidad con la que las partes se trasladan de un
tipo de consorcio a otro (véase Epstein 1953). Aunque se considera que los

8 Sin embargo, el matrimonio de un varón tolai con una joven australiana fue recibido de forma
muy diferente, y llevó a una polarización de actitudes en la comunidad (Epstein 1969:207).
Epstein: Etnicidad e identidad 99

parientes cercanos tienen un estatus formal en los matrimonios de sus allegados,


es evidente que el control del matrimonio en el Cinturón del Cobre es débil, y
que la elección de pareja es sobre todo una cuestión de preferencia personal. No
obstante, es interesante observar que las opciones se aplican dentro de ciertos I
1,
limites; se siguen contrayendo una amplia proporción de matrimonios dentro
del grupo étnico (Mitehell 1957). Otro nuevo argumento interesante que surge
de los exámenes preliminares de Mitchell es que el patrón de matrimonios inter-
nos y externos varía considerablemente de un grupo a otro. Es obvio, como se
sugirió anteriormente, que etnicidad en el Cinturón del Cobre puede significar
cosas diferentes para grupos diferentes.
También se debe mencionar aquí que el hijo de una unión intra-étnica en el
Cinturón del Cobre no deja de tener una identidad "tribal". Durante mi trabajo
de campo sólo encontré a un hombre que, debido a su ascendencia muy variada,
era genuinamente incapaz de decir a qué tribu pertenecía. Similarmente, el caso
de los mischlings en Estados Unidos indica que allí también puede ser difícil
escapar a la red de etnicidad; como Glazer y Moynihan (1963: 16) lo expresan,
ni los judíos ni los no judíos les permiten quedarse en la ambigüedad. Aunque
escapar sea difícil, las oportunidades que ofrece la sociedad estadounidense para
la movilidad social y espacial garantizan que sea posible una escapatoria, y en
una escala considerable. Es esta posibilidad la que sustenta la preocupación de
los padres judios, que a veces raya en el desasosiego, con la cuestión del matri-
I
monio mixto. Esta cuestión está documentada en el estudio de Lakeville así
)

como en otros estudios. Berman (1968:236), por ejemplo, plantea el problema
citando la experiencia de un rabino: "¿Qué impulsa a los padres judíos a oponer-
se a los matrimonios mixtos?", se pregunta el rabino.
"Raras veces vienen a la sinagoga, salvo una vez al año. No observan las leyes
dietéticas judias ni uinguno de los rituales de la vida judía. Su relación con la
comunidad judía sólo es nominal ... ¿Por qué se altcran tanto ante la posibilidad
de que su hijo o su hija se casen con un no judío? Se sientan frente a mí con
lágrimas en los ojos y suplican literalmente: 'Rabino, tiene que salvar a mi hijo"'.

El propio Berman brinda una explicación para este tipo de conducta cuando
en un contexto posterior (pág. 309) señala que lo quc a primcra vista parece
extraño, irrazonable y nada liberal, resulta bastante comprensiblc cuando se con-
sidera como un subproducto de la más conocida de las normas judías: la solida-
ridad de grupo. Del mismo modo, al analizar la actitud hacia el matrimonio
mixto adoptada por los líderes de la Reformajudaica, los cualcs han demostrado
que no son capaces de aceptar la lógica dc su propia ideología integracionista,
Glazer (1972:55) explica la anomalia por medio dc lo que él llama un simple
apego irreflexivo al pueblo judío, una insistencia subconsciente de que los ju-
díos deben mantenersc como pueblo.
100 Las ideas detrás de la etnicidad

Dichas respuestas a la amenaza que suponen los matrimonios mixtos reve-


lan desde un punto de vista el poder afectivo de la etnicidad al desnudo. Sin
embargo, desde otra perspectiva, también apuntan a la influencia no menos po-
derosa de otras fuerzas presentes en el entorno, y a las dificultades para conser-
var delimitaciones en una sociedad en la que las relaciones entre grupos étnicos
no están formalmente definidas dentro de la estructura social. Ya que en estos
casos la crisis surge precisamente porque los padres no lograron transmitir a sus
hijos su propio apego al grupo, expresado principalmente en términos afectivos.
Decir esto por supuesto no implica anular el afecto como un componente impor-
tante de la etnicidad. Es simplemente reconocer que la fuerza que 10 vincula a
uno con un grupo particular no se transmite por los genes; tiene que ser recreada
de nuevo con cada generación sucesiva. Lo que se está analizando aqui, por lo
tanto, es la manera en la que se perpetúa el sentido de identidad étnica.
Erikson (1968:41) ha acuñado el término pseudo-especies para expresar el
modo en el que a lo largo de la historia humana han surgido diferentes tipos de
grupos que han creado vinculas de lealtad entre sus miembros desarrollando, en
un marco territorial, su propio conjunto de costumbres, mitos, ritos e historia.
De ahí que, cuando grupos étnicos vecinos mantienen interacciones estables a 10
largo del tiempo, sus diferencias culturales, independientemente de cuán sutiles
puedan parecer al forastero, les sirven como demarcadores efectivos de límites.
No obstante, en las situaciones de las que me ocupo aquí, el problema es muy
diferente, puesto que todas están característicamente marcadas por un nivel alto
de erosión cultural y por la desaparición de muchas expresiones de diferencia-
ción. Tratamos aquí lo que es, a mi juicio, una de las cuestiones más cruciales
del debate sobre etnicidad, pero también la menos estudiada y la menos com-
prendida. El problema me parece que tiene dos aspectos importantes, y trataré
de explorarlos más profundamente en los ensayos que siguen a continuación 9
Aquí me limitaré a hacer unos comentarios preliminares.
Al abordar el primer aspecto -el categórico- tal vez sea útil que nos recorde-
mos a nosotros mismos la dualidad adherida a la etnicidad, que la identidad
étnica, como he argüido, es el producto de la interacción de factores internos y
externos. Por lo tanto, cada situación en la que encontremos etnicidad variará
según la naturaleza del punto de equilibrio entre estos factores. Utilízando el
material del Cinturón del Cobre y de Nueva Guinea, he intentado mostrar cómo
se pueden llegar a crear nuevas categorías étnicas. Pero 10 que también surge de
ese material, que discutiré de nuevo más detalladamente en el siguiente ensayo,
es cómo la etnicidad en seguida se entreteje intrínsecamente con cuestiones de

9 Nota de edición: Se refiere a los siguientes capitulos de su libro "Ethas and Identity", del
que fonna parte este extracto.
Epstein: Etnicidad e identidad 101

jerarquía, estratificación y búsqueda de intereses políticos. En estas circunstan-


cias las categorías se convierten rápidamente en "hechos sociales" en el sentido
de Durkheim, adoptando una vida cada vez más propia, de la que puede ser muy
difícil escapar para el individuo. La identidad, como he sugerido, siempre im-
plica un nivel de elección, pero aquí opera con severas limitaciones, aunque
éstas pueden variar de intensidad en los diferentes grupos. En dichos contextos,
entonces, la persistencia de la etnieidad se debe más a las presiones del exterior;
en tanto que las personas interactúen y compitan unas con otras en términos de
categorías étnicas su nivel de adhesión a las creencias y prácticas tradicionales
se vuelve irrelevante; la respuesta de uno mismo ante los del otro grupo es sus-
ceptible de estar regida por estereotipos negativos. La movilización en defensa
de los intereses étnicos no siempre puede llevar a un proceso de "retribalización"
tal como el que Cohen (1969) ha descrito para los hausa de Sabo. Al mismo
tiempo, el hecho de que un conjunto de categorias "externas" esté siendo em-
pleado constantemente es muy posible que incite una respuesta interna, que lle-
ve a enfatizar, o adoptar, ciertas formas de comportamiento que acabarán siendo f
!
consideradas símbolos de la exclusividad; éstas a su vez intensifican y refuer- '1
zan el sentido de identidad. De este modo, entre los tolai, es posible que el ,1
observador externo se asombre ante la notable continuidad del uso de conchas ,

como moneda de pago en circunstancias en las que las presiones que operan en '1
"

i
su contra desde hace muchos años podrían hacerle pensar a uno que habría des-
aparecido tiempo atrás. Jóvenes con empleos de tiempo completo siguen ha- .,
ciendo extenuantes esfuerzos para adquirir tambu con el que puedan pagar dotes ,1
nupciales, observar las ofrendas apropiadas en el fallecimiento de los progenito-
res u otros familiares: sin tambu, dicen, como se observó anteriormente, "no
seríamos tolai, seríamos otro pueblo". De este modo el tambu ha llegado a ser el
principal símbolo de identidad tolai; que en años recientes también se haya con-
vertido para algunos en el foco de una ambivalencia feroz apunta con no menos
claridad a la crisis de identidad tolai que ya ha sido descrita. 10 En ausencia de
una investigación sistemática, la situación en el Cinturón del Cobre es más com-
plicada de describir; lo que parece claro es que las percepciones y respuestas
interiores difieren entre un grupo étnico y otro, así como entre ellos mismos,
reflejando la naturaleza de la estructura total y la posición de los diferentes gru-
pos en la misma. El escenario estadounidense difiere de estos dos en muchos
aspectos importantes. Desde luego, en Estados Unidos la etnicidad también está

10 He explorado esta cuestión detalladamente en una publicación aparte. En particular, he trata-


do de explicar las raíces inconscientes del apego de los totaí al tambu, y, por ende, la razón
por la que proporciona una expresión tan apropiada del dilema tolai con respecto a su iden-
tidad étnica. Sondeamos aquÍ, creo, unos problemas fascinantes a los que todavía les falta
recibir la atención sistemática que se merecen.
102 Las ideas detrás de la etnicidad

íntimamente vinculada a la estratificación social y el acceso diferenciado a los


recursos, pero aun a pesar de que las categorías tienen una fuerza propia inde-
pendiente, el sistema social proporciona mayores oportunidades para que los
individuos supriman su identidad étnica y cmerjan en las filas de la clase media
blanca dominante. En dichas circunstancias, almenas para ciertas categorías, la
identidad de uno se vuelve más una cuestión de elección personal, y la perpetua-
ción de la identidad étnica debe llegar a depender cada vez más de la fuerza de
los recursos internos, de la contribución interior.
La pregunta qué forma puede tomar esta contribución me lleva al segundo
aspecto del problema: el rol de la costumbre o el símbolo en la trasmisión de
identidad. Por supuesto es verdad que las prácticas desechadas por una genera-
ción pueden ser revividas por la siguiente, y de hecho esto ocurre con cierta
frecuencia. No obstante, la idea que me preocupa es bastante diferente. He ha-
blado alguna vez de erosión cultural, y aunque la evidencia para este proceso es
abundantemente clara, se me ocurre también que puede ser importante diferen-
ciar entre lo que yo llamo cultura "pública" y cultura "íntima". He observado
anteriormente que la mayoría de los estudios sobre etnicidad en Estados Unidos
con los que estoy familiarizado fueron llevados a cabo a través de entrevistas a
una muestra de informantes y no por observación participativa. Al evaluar la
fuerza de la adhesión étnica, por lo tanto, los investigadores tienden a centrarse
en la magnitud con la que se continúan siguiendo o no unas costumbres particu-
lares; dichos patrones pueden ser fácilmente particularizados y cuantificados.
Lo que dichos estudios muestran con frecuencia, entonces, es qué número de
prácticas que en una época fucron reconocidas como elementos importantes de
la forma de vida "tradicional" del grupo, su cultura "pública", han pasado a ser
relegadas en mayor o menor medida. Hay que observar aquí dos puntos
interconectados. Primero, existe la presunción que cimienta estos procedímien-
tos de investigación de que la persistencia de la costumbre es la clave para la
persistencia de la identidad. Dicha perspectiva está sujeta a ciertas reservas, ya
que como ha observado Blau (1965: 111) para la ortodoxia judía, "un apego es-
tricto a cada detalle del ritual y de la práctica personal puede ser una expresión
de profunda piedad y de un intenso sentimiento espiritual de la santidad de cada
experiencia de la vida cotidiana. Puede ser igualmente la cáscara que permaneee
cuando se pudre la nuez". Lo que parecería ser importante en la trasmisión de
identidad no es la práctica en sí, sino el sentido que se le adhiere; y el modo en
el que está conectado. Dichas cuestiones raras veces han sido tema de la in-
vestigación sociológica sobre etnicidad. Esto lleva directamente al segundo punto.
Ya que, siguiendo la misma línea de pensamiento, uno llega a sospechar que
muchas de las expresiones más sutiles del comportamiento étnico que se reve-
lan en la vida diaria del hogar, en la compañía de los amigos, o en reuniones
- -:.:~-~-

Epstein: Etnicidad e identidad 103

étnicas, las expresiones de lo que yo llamo cultura "intima", se escapan


similarmcnte a la red del sociólogo. El temor de que esto sea asi está realzado
por el hecho, por ejemplo, de que los judíos estadounidenses han exhibido
consistentemente ciertas caracteristicas sociales que les diferencian de otros gru-
pos étnicos dentro de la población: la importancia adjudicada a los estudios y la
educación superior, la reducida incidencia de alcoholismo o delincuencia, o la
estabilidad de la vida familiar, y demás (véase, por ejemplo, Glazer 1965). Inde-
pendientemente de cómo se expliquen estos hechos, lo que revelan es que los
judíos estadounidenses continúan exhibiendo en su comportamiento ciertos va-
lores y actitudes a pesar de que han abandonado una gran parte de su cultura
"pública". También sugieren que dichos valores son cultivados y transmitidos
como parte de la cultura "íntima". En vez de centrarnos en la costumbre como
tal, estamos incitados de este modo a buscar los valores y actitudes que se mani-
fiestan cn las situaciones "íntimas". Al estudiar cómo se transmitcn a los jóve-
nes, y cómo los experimentan ellos, podemos albergar esperanzas de descubrir
cómo son reforzados los aspectos cognoscitivos de la identidad a través de aso-
ciaciones e identificaciones inconscientes, y obtener de este modo una com-
prensión más profunda del componente afectivo de la identidad étnica.
Al llamar la atención sobre la importancia de la experiencia de la infancia en
la formación de la identidad étnica no estoy arguyendo a favor de un simple
modelo psicológico para explicar la etnicidad, tal como espero que haya queda-
do claro en mi anterior referencia al vínculo madre-hijo. En un análisis titulado
"¿Por qué etnicidad?" Glazer y Moynihan (1974) observan dos polos de análisis
en los recientes enfoques de la problemática: el "primordialista" y el
"circunstancialista". El primero acentúa el componente afectivo en la formación
de la identidad, el segundo adopta una postura sociológica y se concentra en la
forma en la que las circunstancias sociales influyen en los niveles de adhesión,
movilización y conflicto étnico. Los autores observan que las explicaciones para
la persistencia, el renacimiento o la creación de identidades étnicas -incluidas
las suyas- tienden a oscilar entre estos dos polos. En este ensayo espero haber
evitado este dilema al considerar "afecto" y "circunstancia", no como variables
para examinar por separado sino para ser consideradas en su compleja interacción.
Para ciertos fines puede que sea válido, e incluso útil, subrayar un aspecto a
expensas del otro. Pero si hemos de lograr un conocimiento más profundo dc
muchos de los problemas que plantea la etnicidad, necesitaremos desarrollar
métodos y enfoques más tamizados que los adoptados hasta ahora que tengan
totalmente en cuenta la interacción de lo externo y lo interno, de lo objetivo y lo
subjetivo, y de los elementos sociológicos y sicológicos que están presentes siem-
pre en la formación de la identidad étnica.
104 Las ideas detrás de la etnicidad

Bibliografía

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