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PREGUNTAS FUNDAMENTALES
DE LA FILOSOFÍA
1
PARTE PRINCIPAL
LO FUNDAMENTAL SOBRE LA PREGUNTA POR LA VERDAD
PRIMER CAPÍTULO
La pregunta fundamental por la esencia de la verdad como meditación
histórica
§ 10. El doble sentido de la pregunta por la verdad: la búsqueda
de lo verdadero – el meditar en la esencia de lo verdadero………..21
§ 11. La pregunta por la verdad como pregunta por la esencia de
lo verdadero: ningún preguntar por el concepto general de
lo verdadero………………………………………………………... 22
§ 12. La pregunta por la legitimidad de la determinación corriente
de la verdad como punto de partida para el regreso al fondo
de la posibilidad de la rectitud……………………………...…....... 24
§ 13. La fundamentación de la comprensión tradicional de la verdad
en el retorno a su proveniencia ……………………………………. 25
§ 14. El regreso a la enseñanza aristotélica acerca de la verdad
del enunciado como meditación histórica………………………….. 33
§ 15. La pregunta por la fundamentación aristotélica de la rectitud
del enunciado como la esencia de la verdad……………………….. 34
§ 16. El vuelco de la pregunta por la esencia de lo verdadero
en la pregunta por la verdad (esencialidad) de la esencia.
La pregunta por la comprensión aristotélica de la esencialidad
de la esencia…….…………………………………………...…...… 35
SEGUNDO CAPÍTULO
La pregunta por la verdad (esencialidad) de la esencia
§ 17. Meditación histórica en la determinación aristotélico‐platónica
de la esencialidad de la esencia …………………………………… 44
§ 18. La determinación griega de la esencia (ser‐qué) en el horizonte
del entendimiento de ser como presencia estable …………………. 51
§ 19. La falta de una fundamentación de la determinación de la esencia
de lo verdadero como rectitud del enunciado en Aristóteles.
La pregunta por el significado de fundamentación............................ 54
2
TERCER CAPÍTULO
Fundación del fondo como fundamentación de la concepción esencial
§ 20. Contrasentido de una fundamentación de la proposición
esencial sobre la verdad como rectitud a través del regreso
a una proposición de hechos……………………………………….. 59
§ 21. Concebir como pro‐ducción de la esencia.
Primera indicación…..……………………………………………... 61
§ 22. El inquirir por el fondo del asentamiento esencial. Lo corriente de
la noción esencial – lo enigmático del conocimiento esencial
(concepción esencial) y su fundamentación………………. 62
§ 23. El poner de antemano la esencia a la vista (concepción esencial)
como pro‐ducción de la esencia desde el ocultamiento a la luz. El ver‐
originario [Er‐sehen] de la esencia………………………… 63
§ 24. El ver‐originario de la esencia como fundación del fondo.
Ὑπόθεσις como θέσις del ὑποίμενον………………………….. 66
§ 25. El no‐ocultamiento del ser‐qué de lo ente como la verdad
perteneciente a la concepción esencial. El fundarse de la rectitud del
enunciado en el no‐ocultamiento (ἀλήθεια)….... 72
§ 26. El no‐ocultamiento y la apertura de lo ente. El proceso de la
sepultación de la esencia originaria de la verdad experimentada por lo
griegos como no‐ocultamiento de lo
ente…………………………………………………………… 75
CUARTO CAPÍTULO
La necesidad de la pregunta por la esencia de la verdad desde el inicio
de la historia de la verdad
§ 27. El adentrarse del preguntar crítico por la verdad en el inicio de la
historia de la verdad como el adelantarse en el futuro. La ἀλήθεια como
lo experimentado por los griegos, pero no
cuestionado…………………………………………..……. 82
§ 28. El señorío de la verdad como rectitud sobre su fondo como
consecuencia esencial de la ausencia de la pro‐fundización del fondo. El
preguntar por la apertura como el preguntar por la ἀλήθεια
misma……………………………………………………... 85
§ 29. La experiencia griega del no‐ocultamiento como carácter
fundamental de lo ente como tal y el no‐preguntar por la ἀλήθεια como
tal …………………………………………………………… 88
§ 30. El persistir en el destino impuesto a los griegos como fondo para
3
su no‐preguntar por la ἀλήθεια. El no‐acontecer como lo
necesariamente retenido en el inicio y por él……………………... 92
§ 31. El fin del primer inicio y la preparación del otro inicio………....... 93
§ 32. El destino encomendado a los griegos: iniciar el pensar como
pregunta por lo ente como tal y como experiencia del no‐ocultamiento
como carácter fundamental de lo ente (ἀλήθεια,
φύσις)………………………………………………...... 96
§ 33. El inicio del pensar y la determinación esencial del hombre…....103
§ 34. La urgencia y necesidad de nuestro preguntar por el no‐
ocultamiento mismo a partir de un originario comprender del primer
inicio…………………………………………..……… 106
QUINTO CAPÍTULO
La urgencia y necesidad del primer inicio y la urgencia y necesidad de
otro preguntar e iniciar
§ 35. La urgencia del no‐saber‐salir‐ni‐entrar como un modo del Ser.
El intransitado espacio‐temporal del Entre…………...………….. 113
§ 36. La urgencia del pensar inicial y su urgimiento que templa al
hombre en el temple fundamental del asombro‐originario
(θαυµάζειν)……….. 115
§ 37. El concepto corriente del asombro como hilo conductor para
la meditación en el θαυµάζειν como temple fundamental…..…...117
§ 38. La esencia del asombro‐originario como el temple fundamental
que urge a la necesidad del pensar inicial…………………...…... 124
§ 39. La urgencia de la inurgencia. Verdad como rectitud y la filosofía
(la pregunta por la verdad) sin urgencia ni necesidad………….... 136
§ 40. El abandono del ser a lo ente como el velado fondo del aún velado
temple fundamental. El urgir de este temple fundamental a otra
necesidad de otro preguntar e iniciar……………………………. 138
§ 41. La necesidad reservada a nosotros: llevar a su fondo la apertura
como claro del ocultarse – el preguntar por la esencia del
hombre como el vigilante de la verdad del Ser…………………… 140
1
Cfr., Ser y Tiempo, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1997. Páginas 158 ss.
Traducción, prólogo y notas de Jorge Eduardo Rivera Cruchaga. Esta obra ha sido re-
editada por la Editorial Trotta de Madrid.
2
Gesamtausgabe (Edición integral), Vol. 27: Einleitung in die Philosophie [1928 / 29].
Vittorio Klostermann, Frankfurt am Main, 1996. Edición de Otto Saame † y Ina Saame -
Speidel. Introducción a la Filosofía, Ed. Cátedra / Universidad de Valencia, Madrid,
1999. Trad. de Manuel Jiménez Redondo.
3
“Vom Wesen der Wahrheit” (1930); en la Edición integral, Vol. 9: Wegmarken, 1976.
Edición de Friedrich-Wilhelm von Herrmann. “De la esencia de la verdad”; en Hitos, Ed.
Alianza, Madrid, 2000. Trad. de Helena Cortés y Arturo Leyte. Más adelante me refiero a
otra versión de esta conferencia, realizada en el contexto del proyecto de investigación
del que soy investigador responsable.
4
“Platons Lehre von der Wahrheit” (1931/32, 1940); en la Edición integral, Vol. 9: Weg-
marken. “La doctrina platónica de la verdad”; en Hitos.
I
La obra que ahora presentamos a los lectores de habla castellana es tam-
bién un importante aporte acerca del tema de la verdad. “Preguntas funda-
mentales de la Filosofía. ‘Problemas’ escogidos de la ‘Lógica’ ” (1937 / 38)
corresponde al volumen 45 de la Edición integral (GA)5.
Para comprender qué entiende Heidegger por verdad nunca estarán de más
las diferentes interpretaciones que ponen a nuestro alcance las diversas tra-
ducciones. Pero también es necesario o conveniente tener ante la vista al
menos otros escritos del filósofo que versen directamente sobre la esencia de
la verdad. Entre ellos, los que indico a continuación:
5
Grundfragen der Philosophie. Ausgewälhte »Probleme« der »Logik«; GA, 45 (II. Ab-
teilung: Vorlesungen 1923-1944). Freiburger Vorlesung Wintersemester 1937-1938. Edi-
ción de Friedrich-Wilhelm von Herrmann. V. Klostermann, Frankfurt a. M., primera edi-
ción,1984. 233 páginas. Incluye un Epílogo del Editor entre las páginas 229 y 233. [Hay
una segunda edición, de 1992]. La versión que el lector tiene en sus manos vierte la parte
principal del libro señalado (GA, 45), que va desde la página 1 hasta la 190. Deja fuera,
por tanto, el “Apéndice” —que está entre las páginas 191 y 227—, y el “Epílogo del Edi-
tor”, contenido entre las páginas 229 y 233.
II
3. Introducción a la Filosofía, Ed. Cátedra / Universidad de Valencia, Ma-
drid, 1999. Trad. de Manuel Jiménez Redondo. [Gesamtausgabe (Edición
integral), Vol. 27: Einleitung in die Philosophie. Freiburger Vorlesung Win-
tersemester 1928-1929. Edición de Otto Saame † y Ina Saame–Speidel. Vit-
torio Klostermann, Frankfurt am Main, 1996]6.
4. “La doctrina platónica de la verdad”7; en Hitos [“Platons Lehre von der
Wahrheit” (1931/32, 1940); en la Edición integral, Vol. 9: Wegmarken. Edi-
ción de Friedrich-Wilhelm von Herrmann].
5. “De la esencia de la verdad”8, Ediciones del Departamento de Filosofía
de la Universidad de Chile (Colección Publicaciones Especiales), Santiago
de Chile, 2005. Trad. de Francisco Abalo. Edición de Jorge Acevedo Guerra.
6. Parménides, Ediciones Akal, Madrid, 2005. Traducción de Carlos
Másmela [ Parmenides; GA, 54. Freiburger Vorlesung Wintersemester
1942-1943. Edición de Manfred S. Frings. V. Klostermann, Frankfurt a. M.,
1982].
6
Al respecto, remito a mi escrito “Verdad originaria como apertura en Heidegger. Una
aproximación a sus doce tesis acerca de la verdad”, que forma parte del Proyecto de In-
vestigación 1040379, auspiciado por el Fondecyt de Chile. En Revista de Ciencias So-
ciales 49/50, Valparaíso (Chile), 2005; pp. 249-277.
7
Otra versión al castellano: “Doctrina de la verdad según Platón”, Ediciones del Instituto
de Investigaciones Histórico-Culturales de la Universidad de Chile, Colección Tradición
y Tarea —dirigida por Ernesto Grassi—, Santiago de Chile, 1953. Traducción de Juan
David García Bacca. Una versión distinta: “La doctrina de Platón acerca de la verdad”.
Traducción de Norberto V. Silvetti, supervisada y publicada por el Instituto de Filosofía
de la Universidad de Buenos Aires, Cuadernos de Filosofía, Fascículo VII, Buenos Aires,
Año V-VI, Marzo 1952-Sep. 1952 – Marzo 1953 – Octubre 1953, Números: 10-11-12,
1953. Accesible en el sitio Heidegger en castellano, creado y mantenido por Horacio
Potel. Una cuarta traducción se debe a Pablo Sandoval y a Francisco Abalo: “La doctrina
de Platón acerca de la verdad”, en tesis dirigida por Héctor Carvallo, Universidad de Chi-
le, Santiago, 2000. Accesible en línea en el lugar Cybertesis del sitio electrónico de la
Universidad de Chile.
8
La información que se da de la conferencia en el libro en que ahora está inserta, Hitos
(Wegmarken), es la siguiente: “De la esencia de la verdad. La primera edición apareció en
1943 en Vittorio Klostermann, Fráncfort del Meno. Contiene el texto varias veces en-
mendado de una conferencia pública que fue pensada en 1930 y fue sostenida varias ve-
ces con el mismo título (en el otoño e invierno de 1930 en Bremen, en Marburgo del
Lahn, en Friburgo de Brisgovia y en el verano de 1932 en Dresden). En la segunda edi-
ción de 1949 se añadió el primer párrafo de la Nota final. Quinta edición, 1967” (Hitos.
Editorial Alianza, Madrid, 2001. Pág. 391 [Gesamtausgabe (GA), —Edición integral—,
Vol. 9: Wegmarken, Vittorio Klostermann, Frankfurt am Main, 1976, p. 483]).
III
Por cierto, también habría que considerar obras aún no traducidas al caste-
llano. Entre ellas:
1. Platon: Sophistes, GA, 19, 1992. Marburger Vorlesung Wintersemester
1924-1925. Edición de Ingeborg Schüßler.
2. Grundbegriffe der antiken Philosophie; GA, 22, 1993. Marburger Vor-
lesung Sommersemester 1926. Edición de Franz-Karl Blust.
3. “Die Grundbegriffe der Metaphysik. Welt-Endlichkeit-Einsamkeit”,
GA, 29/30, 1983. Freiburger Vorlesung Wintersemester 1929-1930. Edición
de Friedrich-Wilhelm von Herrmann. Segunda Parte, Capítulo VI. En espe-
cial, §§ 72 ss.
4. “Vom Wesen der Wahrheit. Zu Platons Höhlengleichnis und Theätet”.
GA, 34, 1988, 21997. Freiburger Vorlesung Wintersemester 1931-1932. Edi-
ción de Herrmann Mörchen9.
9
Hay versiones al francés de las obras señaladas, publicadas por la Editorial Gallimard
de París. 1) « Platon: “Le Sophiste” », 2001. Trad. de Jean-François Courtine, Pascal Da-
vid, Dominique Pradelle, Philippe Quesne, bajo la responsabilidad de Jean-François
Courtine y Pascal David. 2) Concepts fondamentaux de la philosophie antique, 2001.
Trad. de Alain Boutot. 3) « Les concepts fondamentaux de la métaphysique. Monde-fini-
tude-solitude », 1992. Trad. de Daniel Panis. 4) « De l’essence de la vérité. Approche de
l’«allegorie de la caverne» et du Théétète de Platon », 2001. Trad. de Alain Boutot. Hay
versiones al inglés de tres de las obras indicadas: 1) Plato's Sophist (GA, 19). Trad. de
Richard Rojcewicz y Andre Schuwer, Bloomington, Indiana University Press, 1997. 2)
« The Fundamental Concepts of Metaphysics. World, Finitude, Solitude » (GA, 29/30).
Trad. de William McNeill y Nicholas Walker, Bloomington, Indiana University Press,
1995. 3) « The Essence of Truth: On Plato's Cave Allegory and Theaetetus » (GA, 34).
Trad. de Ted Sadler, London, Continuum, 2002.
10
Tiempo y Ser, Ed. Tecnos, Madrid, 1999. Trad. de Manuel Garrido, José Luis Moli-
nuevo y Félix Duque. He reseñado este libro en la Revista de Filosofía Vol. LV-LVI,
Santiago de Chile, 2000.
IV
Jorge Acevedo Guerra
Profesor Titular de Filosofía
Director
Departamento de Filosofía
Universidad de Chile
Nota:
En el último tiempo han aparecido las siguientes traducciones al castellano
de libros indicados en el Prólogo:
Octubre de 2007
PRIMER CAPÍTULO
La tarea de la lección queda indicada de un modo doble, sin que por ello se
vuelva claro qué contenido encierra lo que se va a examinar. Para saber esto,
partimos desde el subtítulo. Según éste, se trata de la “lógica”. Según la
tradición, la “lógica” es una “disciplina”, una “especialidad” de la filosofía,
supuesto que se tome la filosofía misma como una “disciplina” y se la divida
según el modo escolar en disciplinas particulares y aisladas: lógica, ética,
estética, etc., que a su vez abarcan en cada caso una serie de “problemas” que
les pertenecen. “Problemas” – la palabra entre comillas nos sirve como
denominación de aquellas preguntas que ya no se preguntan más. Ya están
establecidas como preguntas y ahora sólo importa hallar la respuesta o, antes
bien, modificar respuestas ya halladas, recopilar las opiniones precedentes
sobre ellas y reconciliar estas opiniones entre sí. Tales “problemas” son por
ello particularmente apropiados para velar genuinas preguntas, para rechazar
de antemano como extrañas preguntas jamás planteadas, incluso para
malinterpretar ante todo la esencia del preguntar. Por eso los así llamados
“problemas” pueden tomar fácilmente el lugar de preguntas fundamentales de
la filosofía. Tales “problemas” de la erudición filosófica tienen entonces,
vistos desde la filosofía, su peculiar distinción en que bajo una apariencia que
produce gran impresión, impiden de antemano y de modo definitivo el
preguntar efectivo.
Un tal “problema” de la “lógica” ha de ser dilucidado aquí. Esto quiere
decir: nosotros nos esforzamos de inmediato, pasando por sobre el
“problema”, la pregunta encallada, y asimismo por sobre la “lógica” como una
disciplina de la estéril erudición filosófica al modo escolar, por ingresar en un
preguntar filosófico hacia el fondo y desde el fondo. Ahora bien, el que
nosotros partamos desde “problemas”, es necesario, porque sólo así se nos
vuelve visible la figura tradicional, y por eso también aún dominante para
nosotros mismos, de la pregunta que tenemos que preguntar. Porque lo
tradicional tiene la mayoría de las veces un pasado muy largo tras sí, ello no es
nada arbitrario, sino que aún lleva consigo la huella de una necesidad que una
vez fue genuina. Mas tales huellas se vuelven visibles sólo cuando se lleva lo
tradicional de vuelta a su fondo.
Extraemos un “problema de la lógica”, tras el cual yace oculta una
“pregunta fundamental de la filosofía” aún no preguntada. “Lógica” es la
expresión abreviada de logikh> e1pisth’mh. Esto significa: saber acerca del
lo’goç, y éste entendido como el enunciado. ¿En qué medida es el enunciado
el “tema” de la lógica y cómo resulta de aquí la estructura de esta “disciplina”
de la filosofía? Esto se dilucidará brevemente para que el nombre “lógica”
deje de ser un mero título.
¿Desde dónde obtiene el enunciado – una proposición del tipo: “la
piedra es dura”, “el cielo es azul” – un tal rango, de modo que se haga de él
propiamente el objeto de una ciencia, la lógica? El enunciado enuncia sobre lo
ente, qué es y cómo es. Diciendo así, el enunciado está dirigido hacia lo ente,
y si el enunciado se rige en el decir según lo ente y su dicho mantiene esta
dirección y re-presenta [vor-stellt] desde ella lo ente, entonces el enunciado es
correcto. La rectitud del enunciado – esto significa para nosotros y desde
antiguo, la verdad. El enunciado es así el asiento y el lugar de la verdad – pero
también de la no-verdad, de la falsedad y la mentira. El enunciado es la forma
fundamental de aquel decir que puede ser o bien verdadero o bien falso. No
como un modo del decir ni como una frase cualquiera, sino como asiento y
lugar de la rectitud, esto es, de la “verdad”, el enunciado, el lo’goç, es un
sobresaliente “objeto” del saber. Como este lugar de la verdad, él reclama a su
vez una atención particular sólo porque la “verdad” y la posesión de la verdad
atraen hacia sí un “interés” destacado. El hombre busca la verdad; se habla de
la “voluntad de verdad”; uno se cree en posesión de la verdad; se aprecia el
“valor” de la verdad. Sólo porque la verdad y su posesión, y a la vez, su no-
posesión, es lo que inquieta, alegra y defrauda, sólo por eso se da en el fondo
algo así como “lógica”. Decimos con cuidado “en el fondo”. Pues desde largo
tiempo ya es de otro modo y precisamente a la inversa. Desde largo tiempo se
da la lógica como una disciplina de la filosofía escolar, y de hecho desde los
inicios de la escuela de Platón – pero también sólo desde entonces. Porque la
lógica se da como una elucidación del lo’goç, se da también el “problema” de
la “verdad” como la propiedad distinguida del lo’goç. El “problema de la
verdad” es por ello un problema de la “lógica” o, como se dice en los tiempos
más recientes, de la “teoría del conocimiento”. La verdad es aquel “valor” por
el cual un conocimiento primeramente vale como conocimiento. Pero como
forma fundamental del conocimiento, vale el juicio, la proposición, el
enunciado – el lo’goç. Teoría del conocimiento es por ello siempre “lógica”
en el mencionado sentido esencial.
Pero aun cuando pueda sonar exagerado decir: el “problema” de la
verdad se “da” como “problema”, porque se da la “lógica” y porque de cuando
en cuando se trata nuevamente esta disciplina y se la ofrece en una nueva
presentación, aun así empero esto sigue siendo indiscutible: desde los tiempos
de Platón y Aristóteles la pregunta por la verdad es una pregunta de la lógica.
Esto quiere decir: la búsqueda de aquello que la verdad es, se mueve sobre las
vías y en las perspectivas que quedan establecidas con la puesta en marcha y
el círculo de tareas de la lógica y de sus presupuestos. Esta situación se deja
probar fácilmente – para nombrar sólo pensadores modernos – a partir de las
obras de Kant, de Hegel, de Nietzsche. Pero así como ciertamente para estos
filósofos, y en suma para toda la tradición de la filosofía occidental, la
pregunta por la verdad sigue siendo una meditación en el pensar y en el
lo’goç, por tanto una pregunta de la “lógica”, así también sería superficial y
falseador afirmar que estos pensadores habrían planteado la pregunta por la
verdad, es decir, le habrían buscado una respuesta, sólo porque se da una
lógica y porque ésta exige el tratamiento de una tal pregunta. Pues
presumiblemente fue otra preocupación que sólo aquélla por una mejora o una
reforma de la “lógica”, la que condujo a estos pensadores hacia la pregunta
por la verdad – precisamente aquel “interés” que el hombre tiene en la verdad,
el hombre como el expuesto a lo ente y de tal modo él mismo ente.
Pero quizás este “interés” en la verdad, que puede estar despierto aun
ahí donde no hay ningún “interés” por la “lógica”, a través del señorío de la
lógica ha sido empujado con el tiempo en una dirección completamente
determinada y así también ha sido acuñado en una figura completamente
determinada. Así es de hecho. Aun ahí donde la pregunta por la verdad no
surge del interés en la lógica, el tratamiento de la pregunta empero se mueve
en las vías de la lógica.
Dicho brevemente: la verdad es desde antiguo un “problema de la
lógica”, pero no una pregunta fundamental de la filosofía.
Este hecho repercute del modo más agudo aun ahí y precisamente ahí
donde al final de la filosofía occidental se pregunta del modo más apasionado
por la verdad, en Nietzsche. Pues Nietzsche en primer lugar parte de esto, que
nosotros no tenemos la “verdad”, lo que manifiestamente convierte la
pregunta por la verdad en lo más apremiante; en segundo lugar, él pregunta
qué “valor” tiene la verdad; en tercer lugar, él pregunta por el origen de la
“voluntad de verdad”. Y no obstante – pese a este “radicalismo” del preguntar
aparentemente insuperable, aun en Nietzsche la pregunta por la verdad queda
presa en las cadenas de la “lógica”.
¿Pero es esto acaso un mal? Podría ser que el horizonte de toda lógica
como lógica precisamente obstruyese la mirada hacia la esencia de la verdad.
Podría ser que aun los presupuestos de toda lógica no permitiesen una
pregunta originaria por la verdad. Podría ser que la lógica ni siquiera llegase al
umbral de la pregunta por la verdad.
Con estas indicaciones ahora sólo queremos señalar que el “problema
de la verdad” se halla en una larga tradición, la que finalmente ha arrancado
cada vez más la pregunta por la verdad del suelo en que está arraigada,
incluso que la pregunta por la verdad ante todo no ha sido aún planteada de
modo originario. En tanto que el pensar moderno y el actual se mueven por
completo en los horizontes de esta tradición, un preguntar originario por la
verdad les será sólo difícilmente accesible, más aún extraño, si no tendrá que
aparecerles incluso como algo desquiciado.
Repetición
verdad
rectitud
rectitudo
adaequatio
assimilatio
convenientia
omoiwsi~
concordancia
Por supuesto que con el tiempo se anunciaron reparos contra esta comprensión
de la verdad, y por cierto en tanto que se empezó a dudar si acaso nuestro
representar alcanza lo ente mismo y en sí, y no queda más bien encerrado en el
ámbito del “alma”, del “espíritu”, de la “conciencia”, del “yo”. Cediendo a
esta duda, se dice: lo que nosotros alcanzamos en nuestro representar, es
siempre sólo lo re-presentado por nosotros, y así ello mismo una
“representación”. Por consiguiente, el conocimiento y el enunciado consisten
en la representación de una representación, y con ello en un enlace de
representaciones. Este enlazar es una actividad y un proceso que sucede
únicamente “en nuestra conciencia”. Con esta doctrina se cree haber depurado
“críticamente” y superado aquella determinación corriente de la verdad. Sólo
que esta “creencia” es un error. Esta doctrina, según la cual el conocer se
refiere sólo a representaciones (lo representado), únicamente restringe el
alcance del representar, pero reclama también, para el representar así
restringido, que se rija según lo representado y sólo según lo representado.
También aquí se supone algo que da la medida, según lo cual el representar se
rige – también aquí la verdad está comprendida como rectitud.
Se nombra esta doctrina, según la cual nuestro representar se refiere
sólo a lo representado, al perceptum, a la idea, idealismo. La opinión
contraria, según la cual el representar alcanza las cosas mismas (res) y lo que
les pertenece (realia), se llama desde la expansión del idealismo, realismo.
Pero estos hermanos enemigos, entre los cuales el uno gustosamente se figura
ser superior al otro, están, sin saberlo claramente, completamente de acuerdo
en lo esencial, esto es, en aquello que da el presupuesto y la posibilidad de su
lucha: que el vínculo con lo ente es el representar del mismo y la verdad del
representar consiste en su rectitud. Un pensador como Kant, quien pensó,
fundamentó y retuvo del modo más profundo el idealismo, admite de
antemano que la comprensión de la verdad como rectitud del representar –
como concordancia con el objeto – tiene que permanecer intacta. Ciertamente
el realismo por otro lado queda preso en un gran error, cuando cree que según
esto aun Kant, el más profundo “idealista”, es un testigo principal para el
realismo. No – a partir del atenerse de Kant a la determinación tradicional de
la verdad como rectitud se sigue sólo, y a la inversa, que el realismo, en la
determinación de la verdad como rectitud del representar, está sobre el mismo
suelo que el idealismo, e incluso, según un concepto más estricto y más
originario de “idealismo”, sigue siendo él mismo idealismo. Pues aun según la
doctrina del realismo – del crítico y del ingenuo – la res, lo ente, se alcanza
por el camino del representar, de la idea. El idealismo y el realismo
circunscriben por ello las dos extremas posiciones fundamentales en la
doctrina del vínculo del hombre con lo ente. Todas las doctrinas precedentes
sobre este vínculo y su carácter – la verdad como rectitud – son o bien
deformaciones unilaterales de las posiciones extremas o bien algunas variantes
de las numerosas mezclas y formas mixtas de ambas doctrinas. La lucha de
todas estas opiniones puede proseguir aún hasta el infinito, sin jamás conducir
a una meditación y a una intelección, porque lo que distingue esta infructuosa
disputa es el renunciar de antemano al preguntar por el suelo sobre el cual se
mueven los contendientes. En otras palabras: por doquier se tiene por
comprensible de suyo la comprensión de la verdad como rectitud del
representar, tanto en la filosofía como en el opinar no-filosófico.
Cuanto más evidente e incuestionable siga siendo la determinación
corriente de la verdad, tanto más simple tendrá que ser lo digno de cuestión en
esta determinación, supuesto que algo tal se oculte en ella. Cuanto más simple
sea esto digno de cuestión, tanto más arduo se volverá el asir simplemente esto
simple en su plenitud interna, mantenerlo unitariamente como digno de
cuestión y, esto es, como extraño, para desplegarlo en su propia esencia y así
volver a fundarlo en su fondo oculto.
§ 8. El campo de juego de la apertura cuádruple y unitaria. Primera
indicación hacia lo digno de cuestión en la determinación tradicional de la
verdad
Ahora tenemos que intentar una primera indicación hacia esto digno de
cuestión, para asegurar ante todo, aunque sea sólo provisionalmente, la
legitimidad del planteamiento de la pregunta. Reflexionemos: si nuestro
representar y enunciar – por ejemplo, en la proposición “la piedra es dura” –
ha de regirse según el objeto, entonces este ente – la piedra misma – tiene que
ser accesible desde antes, para poder ofrecerse abiertamente para el regirse
según él como lo que da la medida. Brevemente: lo ente, en este caso la cosa,
tiene que estar abierto. Y aún más: tiene que estar abierta – para permanecer
en el ejemplo – no sólo la piedra misma, sino también la región que el regirse
según la cosa tiene que atravesar, para recoger de este modo re-presentador
aquello que caracteriza a lo ente en su ser así y así. Además, tiene que estar
abierto también el hombre que re-presenta y que, representando, se rige según
la cosa. Él tiene que ser abierto para aquello que le sale al encuentro, a fin de
que le salga al encuentro. Finalmente, el hombre también tiene que ser abierto
para el hombre, a fin de que él, representando conjuntamente lo que se le
comunica en el enunciado, pueda regirse según la misma cosa con los otros
hombres y a partir del ser conjuntamente con ellos, y pueda entenderse y estar
de acuerdo con ellos sobre la rectitud del representar.
En la rectitud del representar enunciativo reina así una apertura
cuádruple: 1. de la cosa, 2. de la región entre la cosa y el hombre, 3. del
hombre mismo para la cosa, 4. del hombre al hombre.
Pero esta cuádruple apertura no sería lo que es y tiene que ser, si cada
una de estas aperturas estuviera en cada caso encapsulada separadamente de
las otras. Esta apertura cuádruple reina más bien como una y unitaria, en
donde, como en su campo de juego, entra y se mantiene en juego todo regirse
según ... y cada rectitud y no-rectitud del representar. Si ponemos la mirada en
esta apertura múltiple y, no obstante, unitaria, entonces de golpe nos hallamos
remitidos, por sobre la rectitud y la actividad representadora que le es
inherente, hacia Otra cosa.
Esta apertura múltiple y unitaria reina en la rectitud. La apertura no es
creada primeramente por la rectitud del representar, sino que a la inversa sólo
es asumida siempre como lo ya reinante. La rectitud del representar sólo es
posible cuando ella se puede asentar cada vez en esta apertura como en lo que
la soporta y la circunda. La apertura es el fondo, suelo y campo de juego de
toda rectitud. Ahora bien, mientras la verdad se comprenda como rectitud y
mientras la rectitud misma se tome como algo incuestionable y, esto es, como
algo último y primero, esta comprensión de la verdad – ella puede confirmarse
una y otra vez por una muy larga tradición – seguirá careciendo de suelo. Sin
embargo, tan pronto como se muestra esta apertura, aunque sea a una mirada
que sólo vislumbra, como posibilitación y fondo de la rectitud, la verdad,
comprendida como rectitud, se vuelve digna de cuestión.
Repetición
Sólo que también se puede y se tiene que preguntar en esta hora del mundo,
¿adónde ha llegado finalmente este Occidente con su comprensión de la
verdad? ¿Dónde estamos nosotros hoy? ¿Qué y dónde es la verdad? ¿Hemos
perdido acaso, por sobre todas las rectitudes, la verdad? ¿No ha llegado el
Occidente a una situación para la cual todas las metas están encubiertas y toda
ocupación e impulso sólo tienden a hallar una salida de esta situación? ¿Cómo
podríamos comprender metafísicamente de otro modo el que el hombre
occidental empuja o bien a la total destrucción de lo precedente o bien empero
a la defensa contra esta destrucción?
Mas salidas no son decisiones. Decisiones en lo extremo, sin embargo,
exigen la posición de aquellas metas que sobrepujan toda utilidad y todo fin, y
sólo así son suficientemente poderosas para ofrecer el urgimiento a un nuevo
crear y fundar. Decisiones como tales posiciones de metas – sobre todo en la
situación caracterizada – requieren de la fundación del suelo y de la
instauración del horizonte sobre el cual y en el cual ellas se han de tomar.
¿Somos nosotros acaso – y esto es lo decisivo para aquella decisión
misma – somos nosotros acaso de tal voluntad y de tal saber, para aun sólo en
lo más próximo preparar esta decisión?
¿Es la pregunta por la verdad, vista a la luz de esta tarea, sólo un
“problema de la lógica”? ¿O bien es la pregunta por la verdad lo más
cuestionable de nuestra historia precedente y lo más digno de cuestión de
nuestra historia venidera? Para todo aquel que tiene ojos para ver, y además y
ante todo, para todo aquel que se ha arrancado a sí mismo de la comodidad del
sentirse en posesión del remedio aferrándose estérilmente a algo precedente –
como el Cristianismo –, para todo aquel que no quiere retroceder, sino
avanzar, no hacia un “progreso”, sino hacia el velado futuro, para todo aquél,
la tarea ya está decidida. Ella exige como lo primero, lo más constante y lo
último, la meditación. Con la pregunta por la verdad – preguntada
previamente, por así decir, en una lección “académica” – intentamos algunos
pasos de tal meditación.
Ahora bien, porque ya el más provisional preguntar por la verdad desde
largo tiempo está enredado, arrojado fuera del camino y ha perdido toda
dirección, se requiere en primer lugar de una meditación en lo fundamental
respecto a la pregunta por la verdad.
PARTE PRINCIPAL
PRIMER CAPÍTULO
El que nosotros no nos entregamos a una vacía disputa por la mera definición
del concepto de la verdad, sino que queremos dar con algo esencial, se
muestra en que nosotros al punto abandonamos la comprensión corriente de la
verdad e intentamos llegar a un fondo, en el cual está fundada la
determinación de la verdad como rectitud. A través de tal regreso al fondo – a
lo digno para la pregunta – ponemos en cuestión la determinación precedente
de la verdad y así nos liberamos de ella.
Pero – ¿nos liberamos realmente? ¿No nos ligamos así aun más a esta
delimitación esencial, y tanto, que la convertimos en lo obligatorio para
nosotros? Mas no nos engañemos. En el regreso a aquella apertura, por la
cual primeramente se vuelve posible toda rectitud, nosotros presuponemos
pues que la determinación de la verdad como rectitud está en regla y que tiene
así ella misma su propia rectitud. ¿Está esto acaso ya demostrado? La
caracterización de la verdad como rectitud ciertamente podría ser un error. En
todo caso hasta aquí no se ha mostrado que esta caracterización no sea un
error. Pero si la comprensión de la verdad como rectitud es un error, ¿para qué
entonces la exposición del fondo de la posibilidad de la rectitud? Una tal
exposición, pues, no puede al menos tener la pretensión de comprender de un
modo más hondo la esencia de la verdad. Al contrario, ella tiene que admitir
que aquello que soporta y funda un error, es precisamente también algo
erróneo.
¿Para qué el regreso a la apertura cuádruple y unitaria, si no se ha
demostrado anteriormente que aquello que tomamos como punto de partida
del regreso, la determinación corriente de la verdad como rectitud, por su parte
es legítimo?
Ahora bien, la comprensión de la verdad como rectitud de hecho está
confirmada por una larga tradición. Sólo que el apelar a lo tradicional no es
aún una fundamentación ni una garantía de la verdad de una intuición.
Durante siglos también fue mantenida, transmitida y aun confirmada por la
apariencia, la creencia de que el sol giraba alrededor de la tierra. No obstante,
esta creencia pudo ser conmovida. Quizás lo tradicional de una opinión es
incluso una objeción contra su rectitud. ¿No puede lo que en sí quizás es un
error, porque se cree en ello durante un tiempo suficientemente largo,
convertirse en una “verdad”? Como sea la cosa aquí, la mera larga duración y
la antigüedad de su tradición no son aún – tomadas por sí – un fundamento
confiable para probar la verdad de una determinación esencial.
¿Pero tenemos que apelar acaso al opinar tradicional para asegurar la
legitimidad de la determinación de la verdad como rectitud? Finalmente
podemos formarnos nosotros mismos un juicio sobre esta legitimidad. Esto
tampoco cuesta ningún esfuerzo, pues esta caracterización de la verdad como
concordancia del representar con el objeto se comprende por sí misma. Lo
comprensible de suyo tiene su ventaja en que está dispensado de una
fundamentación ulterior. Nosotros nombramos lo comprensible de suyo
aquello que es evidente desde sí y sin meditación ulterior. Ahora bien, se
mostró en efecto de un modo suficientemente claro que cuando tomamos la
verdad como rectitud del representar, nosotros de hecho no meditamos
ulteriormente; que aquí algo nos es evidente, porque renunciamos a
dilucidarlo más de cerca y de un modo propio. ¿Pero qué pasa con una
autocomprensibilidad que vive del cercenar todo querer comprender y del
evitar todo preguntar por el fondo? ¿Puede una tal autocomprensibilidad valer
como substituto de una fundamentación? No. Pues comprensible de suyo en
sentido auténtico es sólo aquello que desde sí rechaza como imposible un
cuestionar ulterior, en la medida en que aquí reina claridad sobre el tipo de
comprensión de la comprensibilidad.
Así, sólo queda aún un camino por el cual llegamos a una fundamentación de
la comprensión tradicional de la verdad como rectitud. Examinaremos de
dónde procede esta tradición y observaremos cómo se fundamentó esta
determinación de la verdad en su primer establecimiento. Esto aconteció en la
filosofía de Aristóteles. Cuando nosotros retornamos ahí, nuestra meditación
obtiene también la ventaja de poder poner ante nuestro ojo interno la
comprensión de la verdad, que es válida desde entonces, en su originariedad y
pureza iniciales. Estamos así ahora imprevistamente ante la tarea de una
observación historiográfica de la enseñanza de la verdad y el juicio de
Aristóteles, quien creó su filosofía en el siglo IV antes de Cristo.
Si nosotros vemos esta tarea historiográfica, empero, en el horizonte
propio y más amplio de nuestra pregunta, entonces tenemos que quedar
perplejos. Pues la mira decisiva de nuestro preguntar es en efecto liberarnos de
lo precedente, no porque sea algo precedente, sino porque carece de suelo. Lo
que importa es preguntar desde las necesidades propias del hoy y del futuro.
En lugar de eso, nos perdemos ahora en una observación historiográfica de lo
pasado. Esto significa por cierto un apartamiento y una huida de aquello y ante
aquello que es necesario, a saber, preguntar uno mismo, en lugar de sólo
relatar lo que las eras pasadas han pensado. Con una tal observación
historiográfica parece que contravenimos nuestra propia mira. Por ello se
requiere aquí de una aclaración fundamental – sobre todo en vista de la
marcha posterior de la lección.
Repetición
Repetición
‘esencia’
to> kaqo’lou
to> ge’noç
to> ti’ h3n ei3nai (a priori)
to> u2pokei’menon (subjectum)
to> koino’n
to> ti’ e1stin (quidditas)
to> ei3doç
i1de’a
ou1si’a (essentia)
Repetición
Aquí se tiene que acentuar una vez más para el aseguramiento del recto
entendimiento y, esto es, del entendimiento griego de la i1de’a: la i1de’a –
ei3doç – es el aspecto que algo ofrece en su qué, el aspecto que expone desde
sí a la vista. ¿Por qué acentuamos esto?
De inmediato se podría objetar – sobre todo a partir del modo habitual
de pensar moderno – que la caracterización del ser-qué como i1de’a
precisamente no cumple lo que nosotros exigíamos – determinar el ser-qué en
él mismo. Pues, si se caracteriza el ser-qué como lo avistado, entonces sólo se
lo determina con respecto al modo como nosotros lo encontramos y lo
comprendemos – con respecto al modo como él nos hace frente, y no como él
es en sí mismo. Esta posible objeción desconoce lo griego, que ser
precisamente significa: presentarse que surge y se muestra. Sin duda en el
concepto de la i1de’a está el vínculo con el i1dei<n como el modo del percibir.
Pero el percibir lo ente como tal es un i1dei<n sólo porque lo ente como tal es lo
que se muestra – i1de’a.
No obstante, aquí a la vez hay que notar lo siguiente: tan pronto como
se perdió la comprensión griega de lo ente como tal, esto es, tan pronto como
se volvió indeterminada, habitual y desgastada – sobre todo por la “tra-
ducción” a lo romano –, a la inversa, el vínculo de la i1de’a con el i1dei<n se
impuso en el primer plano. La i1de’a ya no se comprendió más desde lo ente y
su carácter fundamental de la presencia, sino como la contraparte y, en cierto
modo, el resultado de un determinado comprender y representar. La idea es
una mera representación (percipere – perceptio – i1de’a); a la vez el volverse
común a lo singular (Descartes, nominalismo).
Sólo sobre esta interpretación griega de lo ente como lo presente de
modo estable, reposa también el que para los griegos la entidad de lo ente se
determine en primer lugar por aquello que algo es. Pues aquello que la mesa
es como mesa, eso le pertenece a cada mesa, esté ella realmente ahí delante o
bien sólo se la piense y se la desee. El ser-qué es lo estable. Aquello, empero,
el que una mesa singular, como decimos hoy, “exista”, el que sea real y esté
ahí delante, esto, su realidad y existencia, no le pertenece de ningún modo a su
esencia. Pensado de modo estrictamente platónico, la esencia de un ente
precisamente se menoscaba a través de su realización, ella pierde su pureza y
así en cierto sentido su generalidad. Por ejemplo, en tanto que se realiza la
esencia mesa aquí y ahora en esta madera determinada, con este tamaño y esta
disposición, es “real” aquí sólo una mesa determinada, y la esencia mesa, a
través de esta mesa singular, precisamente no es real por completo en todas
sus posibilidades y variaciones, sino que se la restringe. Pensado y visto de
modo griego-platónico, la mesa singular aquí y ahora no es ciertamente nada,
por lo tanto, un ente (o5n), pero un ente que, medido en la esencia, se queda en
una parcialización y por eso propiamente no debería ser – mh’ –, un mh> o5n.
Para los griegos, en las cosas singulares que nos circundan y en sus relaciones,
precisamente no está siendo el ‘aquí y ahora, así y así’, el esto particular de
cada caso, sino, a la inversa, aquello que en cada caso lo particular singular es
y lo que se avista de antemano, la idea. También Aristóteles piensa en este
sentido – pese a ciertas divergencias – platónico-griego.
Ahora bien, cuando una mesa en tanto ésta es real aquí y ahora,
entonces, decimos hoy, ella es, ella “existe”, mientras que para nosotros la
“idea” sólo se representa y se piensa, ella es algo sólo pensado y que
precisamente no es lo propiamente real. Por eso a nosotros los de hoy las
“ideas” no nos sirven para nada si no se realizan. Para nosotros, todo reside en
la realización y en el efecto, y tanto, que finalmente, yendo a la caza del
efecto, las ideas se pierden. Pero el efecto como tal sólo puede incrementarse
por el más y más en el efecto, y así por el número y la dimensión. Por eso un
más en la velocidad es un efecto, mientras que la idea ‘velocidad’ permanece
la misma y a lo sumo se vuelve desgastada y más vacía.
Pensado griegamente, por tanto, esta realidad de lo singular no
pertenece a la esencia propia y primera de lo ente, en tanto que en ella se
comprende sólo el ser-qué. Para la pregunta por la esencia solamente es
decisivo qué sea algo, y no, empero, que y si ello está ahí delante como algo
singular. Pues este ser como estar-ahí-delante, el aparecer realmente, vale,
visto desde el ser-qué como i1de’a, como aquello que sólo le adviene
casualmente a la idea, como aquello que es accidental y no perdura. Una mesa
singular se puede destruir; antes de su fabricación ella no era en absoluto.
Ahora bien, en tanto que para los griegos ser significa presencia estable, la
entidad de lo ente (ou1si’a del o5n) sólo es determinable como el ser-qué en el
sentido de la i1de’a.
De aquí resulta eso completamente extraño para nuestro pensar, el que
para los griegos la “existencia” y la realidad de un ente, y por lo tanto, aquello
que nosotros pues solemos designar precisamente como el “ser” de lo ente, no
pertenece en absoluto a la entidad de lo ente. Así pues, tiene que haberse
cumplido desde los griegos, en el transcurso de la historia occidental, un
vuelco total en la comprensión del “ser”, cuyo alcance y vastedad nosotros
seguimos aún sin vislumbrar ni dimensionar, porque continuamos vacilando
de un modo completamente irreflexivo sólo en las consecuencias de este
vuelco. Este vuelco en la comprensión del ser es tanto más enigmático, cuanto
que se cumple aún por completo y sólo en el marco y sobre el fondo de la
interpretación del Ser que fue conquistada por primera vez por los griegos.
Ahora bien, en tanto que también hoy se pregunta por la esencia aún en
el sentido de la tradición, se pregunta por el ser-qué con exclusión del estar-
ahí-delante, con exclusión de la realidad de lo ente singular de cada caso – se
pregunta por la i1de’a y, esto es, por lo koino’n, por lo general.
En la comprensión de la esencia hay por ello un apartar la mirada de los
“entes” singulares de aquí y ahora.
§ 19. La falta de una fundamentación de la determinación de la esencia de lo
verdadero como rectitud del enunciado en Aristóteles. La pregunta por el
significado de fundamentación
Desde ahora estamos ya mejor preparados para la pregunta que nos impulsó a
estas reflexiones sobre la esencia como tal. Se ha preguntado: ¿cómo
fundamenta Aristóteles la determinación de la esencia de lo verdadero en el
sentido de la rectitud del enunciado? ¿Por qué el ser-qué de lo verdadero
reside en la rectitud del enunciado? ¿En qué medida es la rectitud del
enunciado la “idea” de lo verdadero y, por consiguiente, lo general, lo que
corresponde a cada cosa verdadera como tal?
Lo primero será que nosotros busquemos en Aristóteles mismo e
indaguemos cómo fundamenta él esta esencia de lo verdadero y su fijación.
Ahí damos con algo digno de atención: no se halla ninguna fundamentación.
La determinación de la esencia de lo verdadero simplemente se enuncia.
Verdadero es aquel representar, opinar y decir, que es o7moion, semejante,
correspondiente a los pra’gmata, y falso es lo que es e1nanti’wç h6 ta>
pra’gmata (cf. Met. Q 10). Aquello que puede ser verdadero o falso, aquello
que se da como el asiento de esta posibilidad y así como el lugar de la verdad
como adecuación, es el lo’goç, el enunciar, el pensar enunciativo: ou1 ga’r
e1sti to> yeu<doç kai> to> a1lhqe>ç e1n toi<ç pra’gmasin, [. . .] a1ll’ e1n
dianoi’j1. Que se diga aquí expresamente de lo a1lhqe’ç: ou1k e1n toi<ç
pra’gmasin, indica que ello, empero, en cierto modo y quizás de manera más
originaria, pertenece ahí.
En vista del hecho que la determinación de la esencia de lo verdadero
como rectitud del enunciado no está fundamentada, sino sólo enunciada,
podría uno querer sacarse de apuro refugiándose en lo siguiente, que tal vez
los tratados en los cuales se halla la fundamentación se han perdido. Pues uno
no puede aceptar que un pensador del rango de Aristóteles sólo afirme
directamente, sin fundamentación, una determinación tan decisiva como la de
la esencia de lo verdadero. Y no obstante: en ningún lugar se halla una alusión
a tales tratados, en los cuales se debiera retomar la fundamentación. Mas, por
otro lado, la fundamentación buscada tendría que encontrarse entonces
precisamente ahí, si en algún lugar, donde Aristóteles trata sobre la verdad
como propiedad del enunciado (Met. E 4, Met. Q 10, De anima G, De
interpretatione), y precisamente aquí buscamos en vano.
Sin embargo, sólo se piensa y se sabe en toda su amplitud el hecho que
falte una auténtica fundamentación de esta fijación de la esencia de lo
1
Aristotelis Metaphysica. a.a.O. E 4, 1027 b 25 ss.
verdadero como rectitud del enunciado, cuando nosotros consideramos que en
este caso, ante todo, la comprensión tradicional de la verdad no está
fundamentada, y que, por consiguiente, con todo lo verdadero que se buscó, se
halló y se retuvo a la luz de esta determinación de la esencia de lo verdadero,
la cosa tiene que estar dispuesta de un modo muy peculiar. Todo esto es
verdadero y correcto – sobre el fondo de una opinión infundamentada sobre la
verdad; verdadero sobre un fondo que no es ningún fondo y que un día,
aunque visible sólo muy lentamente y para muy pocos, tiene que salir a la luz
en su ausencia de suelo.
No obstante, antes de decidirnos por una tal conclusión, tenemos que
examinar nuevamente la pregunta que está en cuestión. La fijación de la
esencia de lo verdadero como rectitud del enunciado es manifiestamente una
determinación esencial entre otras. Pues en la filosofía de Platón y en la de
Aristóteles también se determina en su esencia – entre otros – el alma, el
movimiento, el lugar, el tiempo, la amistad, la justicia, el estado, el hombre.
Por doquier se trata aquí, dicho platónicamente, de la fijación de ideas, y por
doquier falta propiamente la fundamentación. Pero quizás buscamos bajo el
título “fundamentación” algo que, en la fijación de la esencia, no es lícito
buscar ni exigir. ¿Entonces lo esencial en el conocer y el comportarse respecto
a lo ente, aquella vista previa hacia la “idea”, la fijación de la esencia, sería
algo infundado y arbitrario?
Ya es tiempo de preguntar qué entendemos pues por “fundamentación”.
Fundamentación del enunciado significa: dar el fundamento, exhibir aquello
sobre lo cual reposa lo dicho en su legitimidad (rectitud). Por consiguiente, la
auténtica fundamentación consiste en exponer y mostrar aquello sobre lo cual
el enunciado dice algo. En ello se tiene que medir si lo dicho es conforme al
asunto (correcto). El enunciado: “El auditorio 5 del pabellón de clases de la
Universidad de Friburgo está ocupado”, se fundamenta sólo en tanto que
nosotros demostramos lo dicho a través de la apariencia visible inmediata. El
hecho del estar ocupado el auditorio se nos pone ante los ojos y,
respectivamente, nosotros nos llevamos a nosotros mismos ante él – como
ante aquello en donde el enunciado tiene su apoyo. No puede haber un tipo de
fundamentación con un mayor grado de seguridad, por el cual toda prueba de
hechos le hace impresión a cualquiera. Se comprueba entonces en su rectitud
el enunciado: “Hay nieve ahora sobre la ladera”, en tanto que nosotros nos
trasladamos hacia arriba e inspeccionamos el hecho. Pero también podemos
obtener el informe del tiempo del observatorio meteorológico. Esta
fundamentación ya es mediata, no sólo porque nosotros mismos no podemos
demostrar lo afirmado a través de una exhibición, sino porque nosotros aquí
tenemos que presuponer que el observatorio meteorológico da un informe
correcto, que nosotros mismos oímos correctamente, que en fin la trasmisión
telefónica está en orden. Todos estos siguen siendo presupuestos, que de
ningún modo son comprensibles de suyo, pero que nosotros tácitamente
suponemos como legítimos en nuestro saber de hechos. Aquí nosotros
sabemos, por cierto, que la demostración inmediata en el objeto que está ahí
delante merece la primacía.
Ahora bien, como resultó, la noción de la esencia en cierto modo
antecede a todo otro conocer, reconocer, constatar y fundamentar. El
deambular en una casa – para nombrar una vez más esto simple –, los modos
singulares de comportamiento del habitar la casa, de ningún modo serían
posibles si no nos guiara la noción de lo cásico, de aquello que casa es. Según
esto, empero, eso que porta y guía todo conocimiento y comportamiento
singular, la noción esencial, conforme a su obra portadora y guía, tiene que
estar tanto más fundamentada. Nosotros, en correspondencia a su rango,
haremos reclamo para su fundamentación de la más alta forma posible de
fundamentación.
Repetición
¿Cómo se fundamenta, así preguntamos ahora, entre los griegos y, esto es,
también dentro del pensar posterior, la fijación de la esencia de algo? Dicho de
modo más preciso y con relación a nuestra pregunta: ¿cómo fundamenta
Aristóteles la caracterización dada por él de la esencia de lo verdadero como
rectitud del enunciado? Buscamos en vano una fundamentación. Ya que
asimismo otros enunciados esenciales tampoco están fundamentados, la falta
de una fundamentación de la definición de la verdad no puede residir en que la
investigación respectiva quizás no nos fue transmitida.
¿Pero qué perspectiva se abre ahí? ¿La esencia de la verdad y el
asentamiento de la esencia han de ser algo infundamentado, y así todo
esfuerzo por lo verdadero, en el fondo, algo sin suelo? ¿Falta la
fundamentación de la determinación esencial de lo verdadero casualmente, o
bien una fundamentación es aquí imposible? ¿Qué significa aquí y qué
significa en suma “fundamentación”? Lo que de inmediato se mienta con ello,
nos lo aclaramos en un enunciado sobre algo dado aquí y ahora. “Este
auditorio ahora está iluminado” – este enunciado se fundamenta a través de la
apariencia visible, a través de la sencilla remisión al “hecho”. Este tipo de
demostración a través de la exhibición de lo dicho mismo en su presencia, es
manifiestamente el modo más seguro e inmediato por el cual le procuramos al
enunciado el fundamento sobre el que reposa lo dicho por él, en la medida en
que esto dicho coincide con lo ofrecido. Ahora bien, como ya vimos, en tanto
que la vista previa hacia la esencia y el “saber” de la esencia guían y
sobrepujan toda experiencia y todo comportamiento respecto a lo ente, esta
decisiva noción de la esencia, según su rango, tiene que exigir también el más
alto tipo posible de demostración. Sin embargo, no se puede hallar un tipo más
alto de demostración que la remisión inmediata a lo dado correspondiente.
TERCER CAPÍTULO
Repetición
2) La sucesión de los pasos dados hasta aquí desde la verdad como rectitud del
enunciado hasta el asentamiento esencial como ver-originario y asentamiento-
fundamental
1
Tomás de Aquino, Summa Theologica. Tomo 1. Quaest. XVI. Art. I. En: Opera Omnia. Parma 1852, v. 72 s.
veritas como rectitud del enunciado del entendimiento judicativo. Esta
determinación más tardía de la esencia de la a1lh’qeia, en tanto la únicamente
válida, se buscó dentro de la filosofía griega aun ahí donde la comprensión de
la verdad como rectitud todavía era extraña a los griegos, donde más bien la
experiencia originaria de la verdad como no-ocultamiento estaba en vigor. Eso
indujo entonces a la absurda constatación que los pensadores tempranos de los
griegos eran aún torpes y no estaban en condiciones de comprender con
suficiente claridad la esencia de la verdad, el “problema” del conocimiento y
del juicio, y que primeramente Platón y Aristóteles llegaron a conocerlo.
Así todo se puso de cabeza. Esta inversión domina aún hoy la
exposición corriente y erudita de la filosofía de los griegos. Pero lo que es más
esencial que esta erudición invertida, sigue siendo el hecho que de este modo
el acceso a la esencia originaria de la verdad nos está obstruido. ¿Cómo
obstruido? Según lo dicho, pues, sólo necesitamos habituarnos nuevamente a
traducir la palabra griega a1lh’qeia, en lugar de por “verdad” en el sentido de
rectitud, por la palabra alemana “Unverborgenheit” [no-ocultamiento]. Éste es
– se dice con benevolencia – el mérito del tratado “Ser y Tiempo”, a saber,
que a través de él esta traducción literal de a1lh’qeia nuevamente se puso en
circulación. Desde entonces se traduce ahora a1lh’qeia por no-ocultamiento y
– todo queda igual que antes. Pues con el mero cambio del uso idiomático no
se ha ganado absolutamente nada; tampoco con que aparte de la mera
traducción literal de a1lh’qeia, uno muestre ahora, además, que los griegos ya
conocían el no-ocultamiento de lo ente como esencia de la verdad.
Esta mejora así asequible de la exposición historiográfica de la
comprensión griega de la verdad está muy alejada de una meditación histórica
en la pregunta por la verdad – tan alejada, que la mejora del uso idiomático
incluso impide tanto más en su necesidad una tal meditación. Pues desde
ahora, por cierto, ya se sabe que los griegos ya llamaron verdad a la apertura
de lo ente. Pero – permaneciendo en la filosofía moderna y actual – se sabe
ahora también, y ante todo, que en el progreso del pensar filosófico aquella
temprana comprensión griega de la verdad fue superada por Platón y
Aristóteles, y que la doctrina: verdad es rectitud del entendimiento judicativo
(intellectus), en el transcurso del pensar moderno se ha transformado en algo a
tal punto comprensible de suyo, que aun el máximo adversario de este pensar,
Nietzsche, no vacila en ella en lo más mínimo, sino que la convierte en la base
de su doctrina de la verdad. En tanto que Nietzsche procede así, va sin saberlo
en un perfecto acuerdo con Tomás de Aquino, quien, sobre el fondo de una
determinada interpretación de Aristóteles, dice: veritas principaliter est in
intellectu: la verdad tiene su lugar en primer término y originariamente en el
entendimiento judicativo. Toda adhesión a la comprensión temprana de la
verdad de los griegos – verdad como no-ocultamiento de lo ente – vale por
ello como una recaída en un punto de vista ya sido y hace largo tiempo
superado, que aun sólo fue determinante en los primeros “inicios” del pensar
occidental.
¿Qué ha resultado ahora? ¿Adónde hemos llegado desde que
aparentemente tuvimos que desviarnos, por un camino lateral, del curso de
nuestro preguntar, el cual simplemente pusimos en marcha? Nosotros, a partir
de la comprensión corriente de la verdad (verdad como rectitud del
enunciado), hemos preguntado de regreso a aquello que nombramos la
apertura – y que fijamos como lo propiamente digno de preguntar. La apertura
empero sólo puede constituir la esencia más originaria de la verdad, si aquello
de lo cual ella es fondo, a saber, la rectitud en general, por su lado alcanza de
algún modo – aunque no originariamente – la esencia de la verdad. ¿Alcanza
ella la esencia, esto es, está fundamentada, y cómo, la comprensión corriente
de la verdad? De ello resultó lo siguiente: la comprensión y determinación de
la esencia de la verdad ciertamente no está fundamentada, porque, en tanto
asentamiento esencial, ella de ningún modo es fundamentable en el sentido
usual; pero ella no es por eso infundada, sino que se reclama la a1lh’qeia
como fondo de la posibilidad de la rectitud, y eso es para los griegos la esencia
de la verdad. El no-ocultamiento de lo ente como tal es el fondo de la
posibilidad de la rectitud. El no-ocultamiento (a1lh’qeia) como esencia de la
verdad es para los griegos, incluso en un sentido eminente, el fondo de la
posibilidad de la rectitud (o2moi’wsiç). Pues meditemos en lo siguiente: los
griegos ciertamente no fijaron de ningún modo primero la esencia de la verdad
como rectitud del enunciado, para luego retroceder al no-ocultamiento como
su fondo, sino que ellos, a la inversa, en primer lugar experimentaron el no-
ocultamiento de lo ente y sobre el fondo de esta experiencia determinaron
luego la verdad también como rectitud del enunciado, en tanto que ellos – a la
vista de la a1lh’qeia – veían-originariamente la posibilidad y la necesidad de la
o2moi’wsiç. Por lo tanto, esta comprensión posterior de la esencia de la verdad
como rectitud, con la cual nosotros nos pusimos en marcha, está muy bien
fundada y, por cierto, fundada precisamente en aquello en donde se movía de
antemano el pensar y el saber griegos acerca de lo ente – en el no-
ocultamiento de lo ente, y fundada en el mismo fondo hacia el cual nuestra
meditación crítica fue remitida, a saber, en la – como nosotros la nombramos
– apertura de lo ente. Así pues, la puesta en marcha de nuestra meditación
crítica – con la comprensión corriente de la verdad como rectitud – está
legitimada. Pero a la vez resulta de ello lo siguiente: esta meditación crítica
ahora es también superflua, porque ciertamente aquello con lo que ella da – el
no-ocultamiento de lo ente – ya fue experimentado por los griegos y fue
reclamado de antemano como fondo de la posibilidad de la rectitud. Lo que
nosotros, en la reflexión crítica, expusimos al comienzo como lo digno de
cuestión – aquella apertura, eso ya lo dignificaron los griegos, y tanto, que este
no-ocultamiento de lo ente se volvió para ellos la determinación inicial de la
esencia de la verdad. Así, con los griegos ya se efectuó precisamente aquello
que estábamos tentados a reclamar como la tarea más originaria y más
necesaria del preguntar filosófico venidero.
Repetición
El asentamiento de algo como fondo para otra cosa, la fundación del fondo, no
es aún auténtica fundación en el sentido de la pro-fundización del fondo. ¿Y
qué si este acontecimiento, el que los griegos ciertamente experimentaran la
a1lh’qeia como esencia de la verdad y la reclamaran como el fondo de la
rectitud, mas no pro-fundizaran propiamente esta esencia misma, qué si a
través de ello se hubiese efectuado que, en adelante, la verdad como rectitud
obtuviera el señorío sobre aquello en donde ella está arraigada? ¿Qué si este
acontecimiento, el que los griegos no dominaran pensamentalmente la
a1lh’qeia, hubiera conducido a que este inicio se sepultara en el tiempo
posterior y hasta hoy permaneciera sepultado? ¿Qué si por eso este
acontecimiento no fuera nada pasado, sino que aconteciera aún ahora, en tanto
que nosotros nos movemos en la autocomprensibilidad, carente de suelo, del
concepto tradicional de verdad?
De hecho así acontece y así es. El saber esencial acerca de la a1lh’qeia
no se perdió por el hecho que después a1lh’qeia se tradujera por veritas,
rectitudo y Wahrheit [verdad] y se interpretara como rectitud del enunciado,
sino que, a la inversa, esta tra-ducción y esta reinterpretación sólo pudieron
empezar y obtener el predominio, porque la esencia de la a1lh’qeia no estaba
desplegada de un modo suficientemente originario ni estaba fundada en su
despliegue de un modo suficientemente potente. Este acontecimiento de la
sepultación de la esencia inicial de la verdad como no-ocultamiento
(a1lh’qeia) no es nada pasado, sino algo inmediatamente presente y eficaz en
el hecho fundamental del inconmovido señorío del concepto tradicional de
verdad, hecho que está determinado por este acontecimiento mismo.
En la región de la historia de lo esencial acontece algo sólo muy rara
vez. Lo que ahí acontece, acontece muy lenta y silenciosamente, su
repercusión inmediata sobrepasa el espacio de tiempo de siglos. Ello no
requiere las muletas de la continua conexión de causa y efecto, efecto que a su
vez se vuelve causa del efecto subsiguiente. Si se quisiera fijarles a los
historiadores como tarea la exposición de esto esencial, entonces ellos se
verían en el mayor apuro, no porque tendrían demasiado, sino porque tendrían
demasiado poco ante sí. ¿Dónde quedaría todo el manejo de archivos y el
quehacer bibliográfico, dónde el ajetreo de revistas y de tesis, si de golpe lo
inesencial se volviera inasible? Pero aquello no se vuelve esto porque lo
inesencial sea, en figuras completamente diversas, la vasta sombra que arroja
lo esencial, para ser eclipsado por ella la mayoría de las veces. Aquel
acontecimiento de la sepultación de la a1lh’qeia inicial es aún y acontece
dondequiera que la verdad como rectitud está en vigor.
Sólo cuando nos damos a saber esto, estamos en el camino de la
meditación histórica. Sólo así regresamos históricamente – no
historiográficamente – al inicio de la meditación occidental en la verdad, a
aquello que aconteció inicialmente y que aún acontece. Sólo a través de una
tal meditación nos ponemos en estado de iniciar con el inicio y, esto es, de ser
venideros en sentido originario, en lugar de sólo reevaluar
historiográficamente lo anterior y lo más antiguo, y de representárnoslo en su
diversidad o aun en su atraso frente a lo actual.
Por consiguiente, nuestra pregunta por el fondo de la posibilidad de la
rectitud, y así el regreso a la apertura, y ante todo el preguntar por la apertura
misma como lo más digno de cuestión, no es algo superfluo – es tan poco
superfluo, que más bien este preguntar se convierte ahora en el reparar una
omisión, en el recuperar la pregunta, qué sea pues la a1lh’qeia misma,
pregunta que los griegos nunca preguntaron.
Ahora bien, nosotros acentuamos empero una y otra vez que el inicio es
lo más grande, lo cual sobrepuja todo lo que viene después de él, aun cuando
ello se vuelva contra el inicio, lo que sólo puede porque él es y posibilita lo
que viene después. ¿No caemos ahí en la pura pedantería, cuando decimos que
los griegos habrían omitido aquí una pregunta? ¿No es esto una muy arrogante
degradación de la grandeza de su pensar, el decir que ellos no habrían
dominado la pregunta por la verdad? Por cierto. Pero entonces tampoco la
meditación que se intenta ahora en el inicio del pensar griego sobre la esencia
de la verdad es aún suficientemente meditativa, esto quiere decir, aún no se
alcanza el inicio de un modo suficientemente histórico, siempre que esta
“meditación” culmina con la soberbia de un saber más y mejor de los
posteriores frente a los fundadores. Mientras parezca así, nosotros tampoco
estamos aún en el estado apropiado para iniciar con este inicio, esto es, para
ser venideros, para asir y preparar nuestro futuro en el pensar y el preguntar.
Por eso tenemos que meditar en esto, si este acontecimiento, el que los
griegos ciertamente experimentaran la esencia de la verdad como no-
ocultamiento e hicieran reclamo de él y lo tuvieran continuamente a
disposición, mas no lo convirtieran propiamente en pregunta ni lo pro-
fundizaran, si este acontecimiento fue acaso una omisión y la consecuencia de
una impotencia para el preguntar, o bien si precisamente en ello consiste y se
cumple la auténtica grandeza del pensar griego. La decisión sobre esto no es el
intento de aclaración y salvación de un proceso pasado – los pensadores
griegos no tienen necesidad de ello –, sino antes bien la delimitación del modo
y manera como nosotros estamos respecto a la verdad y en la verdad. Pues
aquello que aconteció en el inicio de la historia de la fundación esencial de la
verdad, está para nosotros siempre aún ante nosotros por decidir – como
decisión sobre aquello que para nosotros y los venideros puede convertirse en
verdadero y puede ser lo verdadero.
Los griegos experimentaron inicialmente la esencia de la verdad como
a1lh’qeia, como el no-ocultamiento de lo ente. Ahora bien, esta esencia de la
verdad no se capturó primero en una “definición” y luego se transmitió al
saber. “Definiciones” son en la filosofía – no así en la ciencia – siempre lo
posterior y la mayoría de las veces el fin. El saber de la esencia de la verdad
como no-ocultamiento de lo ente tuvo inicialmente, esto es, en su gran tiempo,
la figura de que todo actuar y crear, todo pensar y decir, todo fundar y
proceder, estaba determinado y armonizado por el no-ocultamiento de lo ente
como algo no conceptuado. Quien no ve ni sabe esto ni aprende a verlo y a
saberlo, jamás vislumbrará algo del originario acontecer del inicio de la
historia occidental, de aquel inicio que efectivamente fue su inicio, en tanto
que nosotros aludimos a la historia del Occidente y no a la mera biología de
sus pueblos – de la cual encima no sabemos nada, y esto no sólo porque las
fuentes sean escasas, sino porque el presupuesto para su interpretación – el
saber de la “vida” – es tan precario y tan confuso.
El que los griegos pensamentalmente, poéticamente, estatalmente
fueron el inicio, eso se muestra del modo más agudo en que el fin, en el cual
nosotros estamos hoy, no es otra cosa que el abandono, decaimiento y residuo
[Abfall] de aquel inicio, el creciente no-estar-más-a-la-altura, lo cual no
excluye un propio crear y efectuar en el ámbito de la descendencia y tradición
de este inicio. Pues el estar-a-la-altura [Gewachsensein] exige un sobre-pasar
[Über-wachsen]. ¿Mas dónde se da tal cosa, cuando a duras penas se logra el
más lastimoso remedo? Se compara los gigantescos clasicismos en el arte, los
cuales vienen del vacío y se hunden en el vacío. El sobre-pasar del inicio sólo
acontece en un otro inicio, el cual reconoce que su sobre-pasar sólo sobre-pasa
la descendencia y lo tradicional del inicio, y con éste mismo “sólo” puede
llegar a equipararse, lo que queda como lo más alto por alcanzar.
§ 29. La experiencia griega del no-ocultamiento como carácter fundamental
de lo ente como tal y el no-preguntar por la a1lh’qeia como tal
1
Cf. Platón, Politeia VI.
Repetición
La pregunta por la “verdad”, aun sin una reflexión particular, aparece como
suficientemente significativa. Sólo que aun si el hombre tiene un “interés”
destacado por la “verdad”, esto es, por lo verdadero y por la posesión del
mismo, entonces esto, sin embargo, no basta para valer como fondo suficiente
para la necesidad de la pregunta por la esencia de lo verdadero. Pues la
historia de la esencia de la verdad y la autocomprensibilidad, aún hoy
inquebrantada, del concepto tradicional de verdad atestiguan de un modo
suficientemente claro que no se experimenta ni se ve de ningún modo la
necesidad de esta pregunta esencial. Ahora bien, la necesidad de una pregunta
filosófica es tan esencial como ella misma. Pues una pregunta filosófica –
según el carácter predominante de la filosofía – tiene que llevar su necesidad
en sí misma, es decir: tiene que remitir hacia ésta. Por eso no nos era lícito
comenzar con la meditación en la necesidad de la pregunta por la verdad, sino
que se trataba de desarrollar primero esta pregunta en sus rasgos
fundamentales inmediatamente asibles, para dar con la necesidad de la
pregunta en este desarrollo mismo.
Aquí se abre una mirada en la esencia de la filosofía, que ahora no se ha
de seguir más allá, pero que se ha de considerar brevemente, y esto sólo
porque desde ahí se vuelve más clara, en su fondo, aquella pertenencia de la
meditación histórica al preguntar fundamental. La región de la filosofía en
tanto el preguntar por lo ente como tal por entero, y con ello la filosofía
misma, no se deja fabricar ni determinar a través de las maquinaciones,
arreglos y pretensiones humanas. Qué sea la filosofía, eso nunca se deja hacer
visible en aquello que cada vez se puede hallar en cualquier figura, bajo el
nombre “filosofía”, en los resultados y “obras” humanas. Pues la filosofía
pertenece a la verdad del Ser mismo. La filosofía es y tiene que ser cuando
quiera y como quiera que el Ser mismo apremia a su verdad, cuando acontece
la apertura de lo ente mismo, cuando historia es. La filosofía, cuando ella es,
no es ni porque hay filósofos ni hay filósofos porque se trata la filosofía, sino
que filosofía y filósofos son entonces, según cuándo y según cómo la verdad
del Ser mismo se acontece [sich ereignet], historia que se sustrae a toda
organización y planificación humanas, porque ella misma es primeramente el
fondo para la posibilidad del Ser-histórico humano. Con ello queda indicado
desde qué fondo nosotros tenemos que experimentar la necesidad de la
pregunta por la esencia de la verdad, supuesto que nosotros queramos y
podamos experimentarla.
2) La a1lh’qeia como lo inicial e incuestionado de los griegos
§ 30. El persistir en el destino impuesto a los griegos como fondo para su no-
preguntar por la a1lh’qeia. El no-acontecer como lo necesariamente retenido
en el inicio y por él
No. Más bien los griegos aquí no preguntaron más, porque este preguntar
hubiera estado en contra de su misión más propia, y porque por eso no pudo
de ningún modo acceder a su horizonte. No fue a consecuencia de una
impotencia que ellos no preguntaron, sino a partir de la originaria fuerza para
el persistir en el destino impuesto a ellos.
¿Qué les fue encomendado? ¿Podemos nosotros saber esto? Nosotros no
podemos reevaluarlo. Si intentamos evaluar y calcular, entonces sólo llegamos
a la constatación de aquello que opinaron los pensadores iniciales, llegamos al
relato sobre las opiniones que ellos “tuvieron”. Pero las “opiniones” de un
“filósofo”, por cierto, son siempre lo único apetecido por la curiosidad y el
conocimiento ansiado de su “punto de vista” – para una filosofía, sin embargo,
son lo completamente indiferente. Lo que les fue encomendado a los
pensadores iniciales se nos abre sólo en la meditación sobre su preguntar
inicial. Lo pasado no vale nada, el inicio todo. Por eso este siempre más
penetrante preguntar de regreso al inicio. Por eso incluso la meditación en el
fondo de aquello que inicialmente no aconteció. Pues aquello que en la
historia, en instantes esenciales, no aconteció – y qué sería más esencial que
un inicio –, esto no-acontecido, pues, aún tiene que acontecer algún día, no
como una mera recuperación, sino en el sentido de aquellas colisiones, fisuras
y derrumbes, de aquello instantáneo y simple, en lo cual nosotros nos
serenamos y para lo cual tenemos que estar preparados, si por otro lado
nosotros esperamos algo esencial de la historia venidera.
Lo no-acontecido en el reino de lo esencial es incluso más esencial que
lo acontecido, porque ello jamás puede volverse indiferente, sino que está
siempre aún y siempre más en la posibilidad de volverse más necesario y más
urgente. El acontecer de lo esencial, en cambio, tiene casi inevitablemente
como consecuencia el quedar cubierto y sepultado por lo inesencial suyo
propio. Con ello ya queda dicho que esto no-acontecido no mienta de ningún
modo algo meramente imaginable de modo arbitrario, desligado de toda
necesidad. Lo no-acontecido mienta aquí más bien lo necesariamente
reservado y retenido en el inicio y por éste, por lo cual el inicio permanece
siendo lo insondable, lo que la meditación en él perfora una y otra vez – tanto
más fuertemente, cuanto más ha prosperado el decaimiento.
Pero pese a esta breve aclaración, la exigencia que se manifiesta ahora de una
meditación en el inicio sería pura arbitrariedad y temeridad, si nosotros no
supiéramos – o expresado con más precaución – si nosotros no pudiéramos
saber –, que aquellos dos que experimentaron del modo más hondo el fin del
Occidente en el doble sentido (no la “decadencia”), Hölderlin y Nietzsche,
sólo pudieron sostener esta experiencia en su crear y transformarla en éste, a
partir de su simultánea meditación en el inicio de la historia occidental, en
aquello que fue necesidad para los griegos. Si no estuvieran – por cierto,
completamente aún no dominados ni asumidos – Hölderlin y Nietzsche en el
curso de nuestra historia, entonces nosotros no tendríamos ningún derecho a la
exigencia de iniciar con el inicio.
El que ambos reconocieran el inicio griego más originariamente que
toda época anterior a ellos, eso tiene su fondo únicamente en que ellos por
primera vez experimentaron el fin del Occidente, más claramente: ellos
mismos en su existencia [Dasein] y obra se convirtieron en fin, y por cierto
cada uno de modo diverso. Pero, a la inversa, también hay que decir lo
siguiente: ellos sólo experimentaron el fin y se convirtieron en fin, porque
estaban dominados y fueron elevados a la grandeza por el inicio. Ambos,
meditación en el primer inicio y fundación de su fin conforme a él y a su
grandeza, se copertenecen en la vuelta [Kehre].
Ahora bien, el que ambos, Hölderlin y Nietzsche, se vuelvan en una
medida intensificada una moda, no es por cierto ninguna prueba de que
nosotros hemos comprendido qué significa que Hölderlin y Nietzsche estén en
nuestra historia como fin de su primer inicio y que por eso abarquen más allá
de nosotros. Al contrario: todos los signos, sobre todo la creciente pila de
libros y tesis sobre ellos, indican que hoy en día se está en la situación de
explicarse a Hölderlin y Nietzsche historiográficamente y de volverlos así
históricamente ineficaces.
Para mencionar sólo el maltrato a Hölderlin – la mayoría de las veces se
hace con buena intención, como todo lo que hacemos –: se pone la obra de
Hölderlin o bien en la cuenta de lo “patriótico”, y se lo extracta en los lugares
en que aparecen, por ejemplo, las palabras “pueblo” y “héroe”. O bien se lo
traslada abierta o encubiertamente a lo “cristiano”, y se hace de él parte
constitutiva de una muy dudosa “apologética”. O bien se lo “dignifica” como
el mediador entre clasicismo y romanticismo. Cada vez se coloca al poeta en
algún lugar como un autor más de poemas, dramas y novelas, junto a otros
autores como Klopstock, Herder, Goethe, Schiller y Kleist – en vez de que lo
dejemos convertirse en la decisión que él es – en una decisión cuya enormidad
nunca van a vislumbrar los honrados escritores – ¡y no, ya sólo porque ellos
no quieren ser tocados por ella! Es la decisión sobre la huida definitiva o la
nueva venida de los dioses, decisión que, como toda, incluye en sí la decisión
previa sobre nuestro apresto o no-apresto para tal decisión.
¿Para qué esta indicación? Ella sólo ha de recalcar una vez más esto uno
y mismo, a saber, que con relación a nuestra exigencia de iniciar con el inicio,
tampoco Hölderlin y Nietzsche nos ofrecen ninguna legitimación ni ninguna
ayuda, mientras los tomemos historiográficamente, aunque sea según
parámetros tan altos como “patria” y “Cristianismo”. También Hölderlin y
Nietzsche, esto es, su obra, primeramente tienen que volvérsenos historia, a
fin de que nosotros experimentemos históricamente su restitución histórica del
inicio. Todo esto sólo dice a su vez esto único: ellos no se nos vuelven
históricos, si nosotros mismos no nos volvemos creadores en las regiones
correspondientes o, más modestamente, preparadores y cuestionadores. Con
relación a la exigencia de iniciar con el inicio para superar el fin, el nombrar
ambos nombres no puede valer como una invocación de autoridades, sino sólo
como indicación hacia las tareas no dominadas ni de ningún modo aún
reconocidas, y así también, por cierto, como signos de que nosotros estamos
muy lejos de exponer “dogmáticamente” una “historia privada de la filosofía”.
Repetición
Ahí nosotros entendemos fin en un doble sentido: el fin, en tanto que él reúne
en sí todas las posibilidades esenciales de la historia de un inicio – no es un
cese ni un mero ya-no-más, sino a la inversa: la afirmación del inicio en el
modo de la culminación de sus posibilidades, las cuales se originaron desde
aquello que siguió al inicio. Este fin del primer inicio de la historia de la
filosofía occidental es Nietzsche; desde aquí y sólo desde aquí tiene que
abrirse su obra en lo venidero, si ella ha de volverse eso que, como aquel fin, a
la vez ella tiene que ser – el tránsito. Todo enjuiciamiento o evaluación de
Nietzsche que esté orientada de otro modo puede tener su utilidad determinada
y condicionada – pero siempre seguirá siendo filosóficamente inesencial y
desencaminadora. De la explotación y aun saqueo de Nietzsche que por lo
demás es usual, no es preciso hablar en absoluto en este contexto. Nietzsche
es, en sentido esencial, el fin de la filosofía occidental.
Pero a la vez y ante todo nosotros estamos por ahora en la atmósfera del
fin del pensar occidental en un segundo sentido, según el cual fin significa: el
término, derrame y dispersión de la fusión de las diversas posiciones,
valoraciones, conceptos y “sistemas” que se han preparado y desarrollado
durante siglos. Este fin – la repercusión de la tradición de los modos de pensar
solidificados, tradición que está desarraigada ella misma y ya de ningún modo
es reconocible –, este fin tiene su propia duración y presumiblemente una muy
larga aún; él puede aún dominar y subsistir, cuando ya desde largo tiempo ha
iniciado otro inicio; en el largo derrame del fin presumiblemente se asumirán
una y otra vez “modos de pensar” anteriores, y el fin será de modo
característico una sucesión de “renacimientos”.
El que el auténtico fin, esto es, el gran eco de la grandeza del inicio,
pueda quedar ahí apartado y sin efecto, de esto la obra de Hölderlin es ahora
ya hace más de un siglo la prueba histórica.
De aquí desprendemos que la historia misma no sólo tiene muchas
capas, de modo que en ella no sólo se entrecruzan eras sucesivas, sino que,
además, nosotros casi no sabemos nada de su auténtica efectividad, y esto ante
todo porque nuestra exigencia de saber sigue siendo aquí insuficiente y se
vuelve más y más insuficiente, porque las comunicaciones informativas – una
aparición del presente aún apenas comprendida – nos indica de antemano qué
queremos saber y cómo podemos saberlo – las comunicaciones informativas,
aquello que, en una forma cambiada y aumentada hasta lo gigantesco del
alcance y la rapidez, efectúa eso que antiguamente llevaba a cabo el
i2storei<n, el investigar las curiosidades y rarezas.
Nosotros los de hoy estamos más bien – la mayoría de las veces sin
saberlo –, incluso casi exclusivamente sólo en la atmósfera de este fin terminal
del pensar occidental y aún no en el territorio del fin en el primer sentido. Pues
si se llegara a ello, al punto nos moveríamos hacia el tránsito; pero yo no veo
en la región del pensar, en la medida en que hay que hablar de ello, en ningún
lugar un signo de que se llevara a cabo pensamentalmente un paso en el vasto
arco del puente hacia el futuro, e incluso que este paso tan sólo se quisiera.
Tampoco esto ha de sorprendernos – mientras Hölderlin y Nietzsche
sean bien intencionados y muy citados nombres y rótulos. Nosotros apenas
podríamos saber algo hoy sobre el modo y la necesidad de la meditación en el
primer inicio, si no estuvieran ambos – ambos a la vez, poeta y pensador, en
cada caso distintos – en el curso de nuestra historia y, a su vez, en un lugar
histórico distinto en cada caso. Porque ambos, cada uno de otro modo que el
otro, son fin y tránsito, por eso tuvo que abrírseles a ellos inicialmente el
inicio y ahí despertar el saber del fin. En ello Hölderlin es, aunque el más
lejano para nosotros calculado de modo historiográfico, no obstante, el más
venidero, esto es, que él alcanza hasta más allá de Nietzsche; no porque
Nietzsche mismo reconoció a Hölderlin desde su madura juventud, sino
porque Hölderlin, el poeta, está arrojado hacia delante más lejos que
Nietzsche, el pensador, quien pese a todo no pudo reconocer ni desplegar
originariamente la pregunta inicial de los griegos. Precisamente en este
respecto él quedó, más fuertemente que en otros, bajo el señorío de su época
pensamentalmente enredada y ante todo grosera y de mal gusto.
Nosotros nombramos y entendemos a Hölderlin, aquí y en otros lugares,
sólo a partir del ámbito de esta única tarea de la meditación pensamental en el
primer y, esto es, en el otro inicio venidero del pensar occidental. Por lo tanto,
no se trata de una cierta predilección “estética” por este poeta frente a algún
otro, ni tampoco de una cierta valoración literaria, y así en apariencia muy
unilateral, de Hölderlin frente a otros poetas. Sólo hacia esto hay que indicar
una vez más, que el respecto en que nosotros nombramos a Hölderlin y la
esencia de la poesía, es de un carácter único – único precisamente porque él,
en este respecto mismo, se pone afuera de toda comparabilidad. La esencia de
la poesía, así como Hölderlin la asienta a través de su obra, no está puesta a la
vista para “mejorar” o alterar el concepto de la poesía, a fin de que esté a
disposición una nueva norma con cuya ayuda se estudie ahora también a los
otros poetas. En esta ocupación se hallaría a lo sumo que este concepto de la
poesía no les cuadra a los otros poetas. Hölderlin y su obra, y esto en su total
carácter fragmentario, sólo se ponen a la vista en nuestra región de tareas
como una – como la pregunta, aún no asida, hacia el futuro de nuestra historia,
y esto a su vez sólo bajo el presupuesto de que, para la preparación de esta
historia, la pregunta por la esencia de la verdad es una pregunta esencial. Todo
esto está completamente fuera de toda competencia con la historia de la
literatura o con la historia del espíritu, y por eso tampoco se puede asumir en
ellas.
Sólo cuando nosotros persistimos en la obra de Hölderlin, sólo cuando
nosotros resistimos la obra de Nietzsche, en lugar de dar vueltas alrededor de
ellas y de eludirlas, sólo entonces nuestro preguntar está en su vía asignada,
sólo entonces, empero, nosotros comprendemos también la meditación en el
primer inicio y a la vez en aquello que en él no aconteció.
Nosotros afirmamos: porque los griegos resistieron su misión, por eso ellos no
preguntaron por la a1lh’qeia como tal. Su misión fue la pregunta: ¿qué es lo
ente? A partir del modo como ellos preguntaron esta pregunta y, esto es, la
respondieron, tiene que volverse visible por qué este preguntar les impidió la
pregunta por la a1lh’qeia, por qué este impedir no fue ninguna restricción de
su preguntar, sino su consumación, esto es, la resistencia del primer inicio.
Los griegos experimentaron lo ente como fu’siç. Qué resuena en esta
denominación de lo ente como tal y qué llega unitariamente a concepto en las
diversas direcciones de la interpretación griega de lo ente, eso es lo que
intentamos caracterizar formalmente y en una mera ordenación en serie. Una
exposición efectiva y suficiente tendría que hacer nada menos que elucidar la
historia de la pregunta griega por lo ente, así como ella nos fue transmitida,
según las fuentes, ya tempranamente en el dicho de Anaximandro y por último
en la “Física” y “Metafísica” de Aristóteles.
Lo ente – como tal cosa experimentaron y pensaron los griegos lo
constante, tanto en el sentido de lo que está firme y erguido en sí como en el
significado de lo que perdura. Lo ente es para ellos lo presente, pareo’n, en
contraposición a lo ausente, a1peo’n. Siendo – nombran ellos la forma frente a
lo informe. Siendo – es para ellos lo que se delimita en contraposición a lo
ilimitado y pasajero. En estas determinaciones subyace, cada vez de modo
diverso y a menudo apenas destacado, el carácter fundamental del ser
prominente y sobresalir, del surgente exponerse adelante y estar erguido “ahí”,
del resaltar, envolver y resguardar. El carácter fundamental de lo ente como tal
es esto que surge, se abre, se despliega, sale a reinar, lo no-oculto. El carácter
fundamental de la fu’siç es la a1lh’qeia, y fu’siç, si se ha de comprender
griegamente y no malinterpretar a través de los modos de pensar posteriores,
tiene que obtener su determinación desde la a1lh’qeia.
Los griegos preguntan por lo ente, qué sea ello como tal, y responden:
no-ocultamiento. Esta respuesta, empero, es una respuesta filosófica. Esto
quiere decir: ella no pone término a la pregunta, sino que, al contrario, exige
de ella y la empuja a su despliegue – a saber, la pregunta: qué sea lo ente.
Pero los griegos en su gran inicio, con el cual iniciaron el pensar, esto es, la
interpretación de lo ente como tal, habrían renunciado a su cometido más
propio si ellos hubieran preguntado aún y a su vez por la a1lh’qeia misma. ¿En
qué medida? Entonces, ellos precisamente ya no habrían preguntado más, esto
es, ya no se habrían mantenido más en la vía de su pregunta, la cual se
consuma con aquella respuesta y sólo así se lleva plenamente a su
cumplimiento. Pues para mantenerse en la pregunta qué sea lo ente, ellos
tuvieron que permanecer en el ámbito de aquello que consuma este preguntar,
en la respuesta o5n, a1lh’qeia – pues sólo así lo ente como tal estuvo siendo,
fue no-oculto para ellos en su constancia, presencia, forma y límite. Sólo así
ellos se preservaron el espacio libre dentro del cual pudo desplegarse toda la
riqueza del pensar griego y, con ello, las determinaciones de lo ente.
Preguntar más allá de la a1lh’qeia, poner en cuestión la a1lh’qeia misma
en el ámbito y en la dirección de la pregunta iniciada, significaría estremecer
la respuesta y con ello el preguntar. Pero – por más extraño que pueda sonar –
el máximo estremecimiento del preguntar esencial no consiste en que se lo
recoja en algo más originario, sino en que se solidifique en aquello que tiene
de corriente y habitual, se vuelva rígido y se lo rebaje a una fórmula, en la cual
se pueda transmitir de cualquiera a cualquiera. Y de hecho, primeramente en
el instante en que la a1lh’qeia comenzó a abandonar su esencia inicial, el no-
ocultamiento, en favor de la rectitud fundada en él, en este instante decisivo,
cuya preparación acontece en el pensar de Platón, también la gran filosofía de
los griegos llega a su fin.
El no-preguntar por la a1lh’qeia como tal no es ninguna negligencia,
sino que, a la inversa, es la segura insistencia de los griegos en la misión
encomendada a ellos. Este no-preguntar – el no-acontecer de esta pregunta,
qué sea pues ahora, por su lado, la a1lh’qeia – es lo más grande. ¿Por qué?
Ello exige la perseverancia en una necesidad, a saber, la de traer lo ente como
tal por primera vez y en suma al reconocimiento y así a su interpretación más
simple. Escaparse en seguida de algo apenas comprendido hacia lo más
cercano y excitante, es fácil; apartarse de lo simple hacia la multitud que
dispersa y distrae y hacia lo siempre novedoso, es cómodo y tentador. Pero
resistir aquel primer reconocimiento de lo ente como tal en su entidad, el cual
los griegos soportaron, es lo más arduo y lo más difícil y, en su simplicidad, lo
más inhóspito e inquietante que tuvo que acontecer para que, en lo venidero,
surgiera para el Occidente un inicio de su pensar y el hombre mismo como
ente pudiera saberse siendo en medio de lo ente.
¿Pues qué demanda el reconocimiento de lo ente como tal en su carácter
fundamental de fu’siç y a1lh’qeia? Nada menos que la actitud fundamental
del simple acoger lo ente en su entidad, por lo tanto, en aquello uno que
determina lo ente como tal. Así pues, desde esta posición fundamental del
hombre respecto a lo ente como tal, tuvo que determinarse a la vez la esencia
del hombre como aquel ente que, en medio de lo ente, lo deja a éste venir ante
sí por entero, para percibirlo y resguardarlo en su constancia, presencia, forma
y límite, en su no-ocultamiento. Por eso el hombre, a una con este inicio del
pensar, fue determinado él mismo como aquel ente que tiene su distinción en
ser el perceptor de lo ente como tal.
Este percibir se llama en griego noei<n – nou<ç, y este originario tomar
en conjunto y reunir lo ente desde aquello que es previamente en lo uno, e7n, se
llama en griego le’gein, recolectar, y lo’goç. Este percibir es lo contrario de
un mero acoger sólo pasivo, él es más bien el constante dejar salir adelante y
estar en la presencia, a través del cual lo ente mismo precisamente es repuesto
sobre sí mismo. El percibir, noei<n, es el dejar reinar a la fu’siç o, como
decimos también, el dejar ser a lo ente en aquello que es. El hombre es el
perceptor de lo ente, el custodio de su entidad y, esto es, de su verdad. El
tomar en conjunto y reunir lo ente en aquello uno que ello es – ente –, el
lo’goç, no es ninguna posterior y adicional yuxtaposición de los entes
singulares, sino que es la originaria y anticipadora reunión de todo lo que sale
al encuentro en lo uno, ser ente, a través de la cual, entonces, primeramente lo
ente singular se vuelve visible como tal.
b) La transformación de la determinación inicial de la esencia del hombre, ser
el perceptor de lo ente, en la determinación de la esencia del hombre como el
ser vivo racional
El perseverar de los griegos en el inicio, el preguntar por lo ente como tal y así
el perseverar en la primera respuesta, en el despliegue de lo abierto por ella,
por consiguiente, el no-preguntar por la verdad, no es ninguna omisión ni
ningún fracaso, sino el testimonio de la fuerza para estar a la altura frente a
una necesidad. Ahora bien, cuando nosotros preguntamos, y quizás tenemos
que preguntar, qué sea pues aquel no-ocultamiento mismo, entonces este
preguntar tampoco puede ser el reparar algo omitido. ¿Qué tiene que ser, si
ello es la preparación del acontecer de algo aún no acontecido? ¿Qué tiene que
ser nuestro preguntar por lo menos y en primer lugar, y por cierto de modo
necesario? Él tiene que ser nuevamente una necesidad e incluso nuevamente
un inicio, pero un otro inicio.
¿Por qué nosotros preguntamos la pregunta por la esencia de la verdad?
¿Acaso sólo porque hay algo que “criticar” en la comprensión precedente de la
verdad? Ésta sería una razón demasiado lamentable y pequeña. ¿Mas dónde
está la necesidad y, esto es, según lo anterior, dónde la urgencia? Ambas son
de un carácter tan único, y único precisamente porque en lo inmediato nos
quedan ocultas, de modo que parece que pensamentalmente no estuviéramos
en absoluto en una urgencia y que pudiéramos y debiéramos seguir
murmurando alegremente en la filosofía precedente, esto es, que abusemos de
ella sin el menor reparo, haciendo un buen revoltijo de todo cuando ahora sólo
añadimos lo racial y le damos al todo un aspecto bien político – no como si
ambas no fueran esenciales para la meditación en nosotros mismos; pero sigue
siendo aún más esencial el que sepamos y aprendamos a saber que grandes
tareas demandan un gran apresto y una preparación aún mayor, si ellas se han
de resguardar en su dignidad.
Nosotros, en primer lugar, tenemos que procurar entrar propiamente en
nuestra necesidad, y esto sólo lo podemos en tanto que primeramente nos
ponemos de nuevo a la vista de una urgencia esencial y de su necesidad, y
para ello primeramente le proporcionamos de nuevo a nuestra propia vista una
mirada de largo alcance [Augenmass]. Si no lo conseguimos desde nosotros
mismos, tenemos que buscarlo y lo podemos hallar sólo ahí donde por primera
y única vez hasta ahora inició un inicio. Nosotros tenemos que tratar de
comprender en este respecto aún más originariamente el inicio del pensar
occidental.
La historia inicial de la esencia de la verdad produce la verdad como
esencia de lo ente mismo, como no-ocultamiento. Este inicial asentamiento
esencial, que le fue encomendado al iniciar del inicio, incluye el que no se
haya preguntado por la a1lh’qeia misma. El no-preguntar se ha vuelto claro
ahora como habiendo surgido de la necesidad de poner, resguardar y desplegar
por primera vez y por largo tiempo lo ente en su entidad. Esta necesidad – ¿de
qué urgencia surgió? En cualquier caso se alzó así ante los griegos algo
necesario, que no concernió a algún comportamiento de algún individuo ni
tampoco de una comunidad, sino que encendió el inicio de una historia, aun de
la historia, en la cual nosotros estamos aún.
Sin embargo, sería errado y a la vez infantil querer opinar que aquellos
que tuvieron que iniciar este inicio habrían sabido por ello del mismo modo
posterior que nosotros, la posteridad. Pues supuesto que este saber hubiese
cobrado vida, aun cuando sólo en vislumbres indeterminados, aun entonces la
necesidad de lo encomendado ya habría sacrificado su grandeza y su
esencialidad. Pues todo lo necesario que se apoya en la meta reconocida, ya
está violado con ello en su autonomía y su pureza. Lo necesario, en su figura
suprema, es siempre sin las muletas del porqué y el por eso, y sin los apoyos
del para qué y el para eso. En tal necesidad, entonces, también tiene que urgir
una urgencia eminente, para que lo necesario se experimente y se sobrelleve.
Repetición
Si nosotros aquí en esta lección decimos tan poco sobre la esencia de la verdad
misma y no formulamos ninguna teoría sobre ella, entonces parece también
que tratamos más de la “vivencia” de la pregunta por la verdad que de la
esencia de la verdad. Y no obstante – esta marcha de nuestro proceder no es ni
una sistematicidad del problema de la verdad ni una psicología de su
problemática, sino – ¿qué? Una designación para ello no efectúa nada, si
nosotros no comprendemos qué es lo que sucede aquí.
La breve elucidación crítica del concepto tradicional de verdad se
convierte en una meditación histórica en el inicio del pensar occidental. Esta
meditación se ve ahora conducida a lo siguiente: pensar a cabalidad la
necesidad del preguntar en cuya ejecución por primera vez la a1lh’qeia, el no-
ocultamiento de lo ente, la verdad, llegó al saber, sin convertirse ella misma en
pregunta. Nuestra meditación histórica tiene que meditar en la necesidad de la
pregunta por la verdad. Esta necesidad es cualquier otra cosa que un objeto de
elucidaciones psicológicas. La necesidad de la pregunta por la verdad es más
bien aquello que decide sobre qué “contenido” ha de tener en lo venidero la
determinación esencial de la verdad. Nuestra meditación se demora, de un
modo completamente distinto que toda sistematicidad, en el asunto de la
pregunta por la verdad.
La meditación en la necesidad de la pregunta por la verdad decide sobre
su originariedad y su esencialidad, sobre si una vez más, y cómo, aquello que
inicialmente resplandeció como a1lh’qeia, para al punto apagarse de nuevo,
podrá convertirse algún día en la ardiente lumbre [Herdfeuer] de nuestra
existencia [Dasein]. La condición previa para ello es que nosotros primero
seamos capaces de concebir la esencia de la a1lh’qeia. Por eso nuestra
meditación histórica ha indicado hacia algo cuyo alcance nosotros no
dimensionamos aún: que inicialmente la verdad fue el carácter fundamental de
lo ente mismo. Esto significa a la vez: la verdad se supo y se pensó en el
contexto de la pregunta por lo ente como tal. Esta pregunta, empero, es el
inicio del pensar occidental. En esto subyace lo siguiente: la necesidad del
saber acerca de la verdad va en conjunto con la necesidad de este inicio. Sólo
en la meditación sobre ella nosotros obtenemos los parámetros suficientes para
la necesidad que tiene que determinar nuestro preguntar por la verdad, si este
preguntar no ha de degenerar al punto en un análisis indiferente del concepto
de verdad, en una mera sustitución de la doctrina tradicional por una doctrina
modificada, sin haber preparado lo más ineludible: la madura transformación
del estilo de pensar y de preguntar.
Por último, se mostró ahora lo siguiente: la pregunta inicial de los
griegos por lo ente es de tal tipo, que ella impide el preguntar por la a1lh’qeia
como tal. Pues el no-ocultamiento es aquella determinación de lo ente que
constituye, en suma y de antemano, el campo visual dentro del cual se vuelve
posible la exposición de los caracteres nombrados de lo ente y así la
consumación de la pregunta por lo ente. Para poner ante la vista aquello que
hay en un campo visual, el campo visual mismo precisamente tiene que relucir
desde antes, a fin de que ilumine aquello que está dentro de él; pero él mismo
no puede ni debe volverse lo propiamente visto. El campo visual, la a1lh’qeia,
en cierto modo tiene que quedar desatendido.
Pero ahora se trataba de aprehender y de retener por primera vez lo ente
como ente, de instaurar el puro reconocimiento de lo ente como tal y nada
más. Esto, sin embargo, fue bastante, si nosotros consideramos lo que a la vez
se fundó así: la determinación inicial del hombre como aquel ente que, en
medio de lo ente por entero, lo deja a éste reinar en su no-ocultamiento. El
dejar-reinar se consuma en tanto que expone lo ente en sus formas y
presencias y lo custodia en éstas – un acontecer en el cual primeramente
reciben su esencia la poesía y el arte figurativo, el acto fundador de estados y
la veneración de los dioses, para hacerla histórica y llevarla a ser como
historia en sus palabras y obras, actos y arrebatos, arremetidas y ocasos.
3) Origen de la comprensión del hombre como el ser vivo racional a partir del
no-poder-resistir el primer inicio
1
Sobre la esencia del temple cf.: Sein und Zeit. Gesamtausgabe Bd. 2. Hg. F. – W. von Herrmann, Frankfurt
a. M. 1977; y ante todo la lección sobre Hölderlin: Hölderlins Hymnen “Germanien” und “Der Rhein”.
Gesamtausgabe Bd. 39. Hg. Ziegler, Frankfurt a. M. 1980.
abierto y ya interpretado en su entidad, sino que ella primeramente urge-
originariamente [ernötigt] aquel Entre y En-medio, en cuyo campo-espacio-
temporal [Zeit-Spiel-Raum] lo ente por entero se puede determinar en su
entidad. Aquella urgencia del pensar inicial, a la que aquí se alude, sólo puede
urgir templando en un temple esencial o, como decimos, en un temple
fundamental.
Pero ahora, pues, haremos notar finalmente que lo elucidado acerca de
la urgencia y el temple precisamente son sólo “fantasías” actuales y en
definitiva, pese a todo, sólo opiniones sobre la psicología de los pensadores
griegos tempranos, la cual nos es totalmente desconocida. Hoy en día, de
hecho, no hay aún ninguna defensa suficiente contra esta malinterpretación, y
tampoco la habrá en lo venidero, porque estas malinterpretaciones, siempre
posibles, sólo se vuelven imposibles sobre el fondo de una transformación
esencial del pensar y del preguntar, hacia cuya necesaria consumación
nosotros estamos en camino.
Pero quizás nuestra meditación en la necesidad y urgencia del inicio del
pensar occidental parecerá pues un poco menos “fantástica”, si podemos
recordar que los pensadores griegos mismos dicen que el origen de la filosofía
– por tanto, de eso que ellos iniciaron – es el qauma’zein, nosotros
traducimos: el asombro-originario [Er-staunen]. ma’la ga>r filoso’fou
tou<to to> pa’qoç, to> qauma’zein: ou1 ga>r a5llh a1rch> filosofi’aç h6
au7th1. dia> ga>r to> qauma’zein oi2 a5nqrwpoi kai> nu<n kai> to> prw<ton
h5rxanto filosofei<n2. (filosofi’a e1pisth’mh tw<n prw<twn a1rcw<n kai>
ai1tiw<n qewrhtikh’)3. Así pues, ¿un temple fundamental? ¿Pero en qué
medida el asombro-originario es lo templador y determinante, por lo tanto, el
modo del urgimiento de aquella urgencia nombrada y, según ello, la manera
como esta urgencia en tanto ella misma es e incluye en sí al hombre, para, a
través de esta inclusión, transponerlo en una posición fundamental, en aquel
no-saber-salir-ni-entrar? (Esto se convirtió posteriormente, al final de la gran
filosofía griega, con Aristóteles, en parte constitutiva del procedimiento
mismo, y hoy en día se ha hecho a partir de ello una vacía técnica del
pedantismo.) Si nosotros queremos comprender el qauma’zein como este
asombro-originario, entonces de antemano tenemos que retener lo siguiente:
se trata de esclarecer el temple fundamental del inicio pensamental. Por eso no
puede bastar, y puede incluso desencaminarnos, el que nosotros nos formemos
sólo una representación corriente de aquello que mienta la palabra
qauma’zein.
1
Platón, Teetetos. Platonis Opera. Hg. J. Burnet.Tomo 1. Oxford 1900. 155 d 2 ss.
2
Aristotelis Metaphysica. Op. cit. A 2, 982 b 11 ss.
3
Cf. op. cit. A 2, 982 b 8 ss.
Hace largo tiempo es bien conocido el hecho que los griegos conocen el
qauma’zein como el “inicio” de la filosofía. Pero es igualmente cierto también
que se tiene este qauma’zein por algo corriente y comprensible de suyo, por
algo que se puede ejecutar sin esfuerzo y que, además, se puede explicar aun
sin mayor reflexión. Las exposiciones usuales de la procedencia de la filosofía
a partir del qauma’zein dicen las más de las veces así: nace la opinión de que
la filosofía surge de la curiosidad, una pobre y lastimosa determinación de su
origen, que sólo es posible ahí donde jamás se ha meditado en aquello que
aquí se ha de determinar en su “origen”. Más aún, uno se tiene por dispensado
de una tal meditación precisamente porque, a través de la derivación de la
filosofía desde la curiosidad, se cree haber determinado también su esencia.
No se considera cuán definitivamente se anuncia, a través de la indicación al
qauma’zein como el origen de la filosofía, precisamente la inexplicabilidad de
la filosofía, la inexplicabilidad en el sentido de que aquí, en suma, el explicar
y el querer-explicar se convierten en un desacierto.
Pero una razón principal de la malinterpretación corriente del
qauma’zein es a su vez el procedimiento acostumbrado de convertir el
entendimiento usual de cada cual sobre aquello que mienta la palabra
qauma’zein en norma de la interpretación. Pues también esta palabra, así
como toda palabra esencial de toda lengua creadora de historia, siempre piensa
a la vez un significado y asunto común y uno eminente – aquí un temple y una
actitud. Nosotros preguntamos: ¿en qué medida es el qauma’zein, el asombro,
un temple fundamental – algo tal, que transpone en el inicio del pensar
pensamental y que lo armoniza a éste? Haremos bien si, para tener ante todo
un hilo conductor de la meditación en el qauma’zein como temple
fundamental, partimos del concepto corriente. Pero aquí no se van a
diferenciar y yuxtaponer léxicamente distintos significados de la palabra
qauma’zein, sino que nosotros queremos ver algo de la multiplicidad interna
del temple nombrado.
a) El maravillarse y la maravilla
1
El encontrarse – cf. “Ser y Tiempo”.
nos engañemos: por el hecho que nosotros, por ejemplo, hagamos una tesis
doctrinal a partir de las frases “el temple nos tiene, no somos nosotros los que
tenemos el temple”, no se ha ganado nada. Si aquí se ha entendido o no, sólo
se muestra en el actuar, el crear y el ser del hombre, mas no en tanto que uno
se hace pasar por representante y defensor de una nueva opinión sobre la
esencia del temple.
Los griegos nombran como origen de la filosofía el qauma’zein.
Nosotros traducimos: el asombro-originario. Se suele aducir a menudo y
gustosamente esta caracterización del origen de la filosofía a partir de la
maravilla – como también se dice – para explicarse psicológicamente la
procedencia de la filosofía y quitarle así a la filosofía precisamente lo
asombroso. Toda psicología tiene esta importunidad del desencanto y de la
rebajación. Ahora bien, sólo se trata de remover la filosofía – así como todo
poder esencial y creador – hacia su inexplicabilidad y resguardarla únicamente
ahí de la vulgarización como posible posesión. La filosofía surge del asombro-
originario, esto quiere decir: ella es algo asombroso en su esencia y se vuelve
tanto más asombrosa, cuanto más se vuelve eso que ella es.
Ahora bien, para comprender el qauma’zein como el temple
fundamental del inicio de la filosofía occidental, nosotros partimos
intencionalmente de las experiencias e interpretaciones corrientes de aquello
que designamos con asombro y asombrarse, para luego, en la meditación en el
qauma’zein, poder mantener expresamente a distancia esto corriente.
Lo asombroso es en primer lugar lo sorprendente, curioso, lo que se sale
de lo habitual. Nosotros lo nombramos lo maravilloso. El maravillarse es un
encontrarse ante lo inexplicable, por cierto de modo que en tal temple se
retiene lo inexplicable. Donde el maravillarse templa al hombre, el hombre
queda absorto en lo maravilloso, en tanto que él se dedica a la permanencia y
continuidad del mismo y, esto es, aquí al cambio incesante, la variedad y la
exageración. Pues esto es lo distintivo de lo maravilloso: como un esto
determinado y particular salirse de un ámbito determinado y particular de lo
bien conocido. Así pues, lo maravilloso es algo inhabitual determinado y
particular, contrastado con algo habitual determinado. El maravillarse,
empero, es el estar fascinado y absorto por aquello inhabitual determinado y
es así un abandono de lo habitual, el cual, en su ámbito, también está
determinado.
b) El admirar
c) El pasmo y la estupefacción
El asombro-originario, para el cual cada uno como cada uno y todo como todo
se convierte en lo más inhabitual, va así a lo extremo, ya no se atiene más a
esto o aquello, desde donde aún podría explicar la inhabitualidad de lo
habitual y con ello, pues, podría quitarle nuevamente su inhabitualidad y
reducirla a algo habitual. Pero en este avanzar hacia lo extremo de la
inhabitualidad, el asombro-originario ya no halla tampoco nada más que le
ofreciera aún una salida, ya no sabe salir, sino que se sabe remitido
únicamente a lo inhabitual de lo más habitual en todo y cada uno: ente como
siendo.
Con todo esto, sin embargo, queda dada una seña hacia ahí donde nosotros
tenemos que buscar la necesidad de la actitud pensamental inicial. El temple
fundamental del qauma’zein urge al puro reconocimiento de la inhabitualidad
de lo habitual. El más puro reconocimiento de lo más inhabitual, empero, lleva
a cabo aquel preguntar que pregunta qué es pues lo más habitual mismo, de
modo que se abre así como lo más inhabitual.
¿Mas no es precisamente el preguntar el entrometimiento y la
curiosidad misma, por consiguiente, aquello que máximamente y ante todo
aparta de sí el puro reconocimiento? Por cierto, y de hecho es así cuando
nosotros aquí convertimos nuevamente el preguntar, como comportamiento
del trato cotidiano y como afán del querer-explicar, en medida para la
determinación del carácter esencial del preguntar pensamental. Sólo que este
preguntar pensamental no es la entrometida y precipitada curiosidad del
querer-explicar, sino el soportar y el resistir lo inexplicable como tal, los
cuales están sobrecogidos [überdrängt] por el apremio de lo que se devela. El
resistir ante lo inexplicable busca percibir sólo aquello que lo no-oculto
muestra en su no-ocultamiento: el venir a presencia, la estabilidad, el
exponerse y erguirse en la forma, el delimitarse en el semblante. El resistir del
temple fundamental no es ningún vago y vacío disiparse y languidecer en
“sentimientos”, sino consumación de la necesidad del preguntar por lo ente
como ello mismo en su comarca.
Repetición
1
Hölderlin, fragmentos y esbozos Nr. 14. En: Hölderlin, Sämtliche Werke. Hg. N. v. Hellingrath. Tomo IV. 2.
Edición Berlín 1923. Pág. 247 s., verso 18-27.
2
Hölderlin, A partir del motivo de los Titanes, op. cit., pág. 215-218.
3
Para “padecer” y “padecer del Dios”, cf. Final de “Como cuando en día de fiesta . . .”. Op. cit., pág. 151 ss.
El aprehender acontece sólo de acuerdo al padecer. En ello subyace para
Hölderlin ante todo: la libertad frente a todo lo forzado y frente a todo forzar y
calcular, frente a todo desconocimiento del tiempo, del instante cuando es
tiempo. Pues de qué otro modo que en el sentido de aquel padecer esencial
podría alguien vislumbrar de lejos al Dios, cuando del Dios empero vale lo
siguiente:
Pues odia
El Dios meditante
Crecimiento intempestivo1.
1
Op. cit., pág. 218.
anticipador –, y cuando Parménides enseña: lo ente es lo percibido en el
noei<n – en el percibir –, así queda indicado en la anticipación perceptiva de la
reunión: el aprehender, el cual es un padecer en tanto un ser transformado del
hombre.
Por eso el conformarse originario precisamente no es una adecuación en
el sentido de que el hombre simplemente sea fu’siç, sino que es, al contrario,
un diferenciarse, pero uno conforme, esto es, uno tal, que retiene su forma y su
medida, la fu’siç, y se comporta conforme a ella y acomoda así su
comportamiento. Si, por otro lado, el hombre precisamente no es lo ente por
entero mismo, sino antes bien el transpuesto en el En-medio de lo ente como
el guardián de su no-ocultamiento, entonces este percibir y resguardar no
pueden determinarse a su vez como fu’siç, sino que tiene que ser lo
conforme a la fu’siç, lo que la deja en libertad y que, aprehendiéndola,
empero, es lo diferente.
¿Y qué es eso? ¿Cuál es el temple fundamental en el que se despliega,
pero a la vez también se establece el resguardo de lo originariamente-
asombroso, la entidad de lo ente? Nosotros tenemos que buscarlo en aquello
que los griegos nombran la te’cnh. Pero tenemos que mantener a distancia de
esta palabra griega, la palabra hoy en uso y que idiomáticamente se deriva de
ella, “técnica”, y todos los nexos semánticos que piensa el nombre “técnica”.
Ciertamente – que se pudiera y se tuviera que llegar a la técnica actual y
moderna, está fundado en el inicio y está fundamentado a través del inevitable
no-poder-retener el inicio. Con ello queda dicho lo siguiente: la técnica actual
– a saber, como una forma de la “movilización total” (Ernst Jünger) – sólo se
ha de comprender a partir del inicio de la posición occidental fundamental
respecto a lo ente como tal por entero, supuesto que nosotros aspiremos a un
comprender metafísico y no nos contentemos con encasillar la técnica en la
posición de las metas políticas.
te’cnh no quiere decir “técnica” en el sentido de la organización
maquinal de lo ente, tampoco quiere decir arte en el sentido de la mera
destreza y habilidad en un procedimiento o actividad cualquiera. te’cnh mienta
un conocer – el saber orientarse en el avance contra lo ente (y en el encuentro
con lo ente), esto es, contra la fu’siç. Aquí ciertamente no es posible ni
tampoco necesario entrar en las fluctuaciones semánticas de la palabra te’cnh,
que no son casuales. Sólo tenemos que considerar que esta palabra aún y
precisamente en Platón asume a veces el rol de designar el conocimiento sin
más, y esto quiere decir el vínculo perceptivo con lo ente como tal. Pero ahí se
pone de manifiesto que ahora este percibir lo ente en su no-ocultamiento no es
un mero mirar boquiabierto, que el asombro-originario se consuma más bien
en un avanzar contra lo ente, pero de tal modo que éste mismo precisamente
haga aparición. Pues eso significa te’cnh: aprehender lo ente que surge desde
sí, en aquello como lo cual ello se muestra, en su semblante, ei3doç, i1de’a,
para, conforme a éste, cuidar y dejar crecer lo ente mismo y, respectivamente,
instalarse dentro de lo ente por entero a través del producir y poner en pie algo
correspondiente. La te’cnh es el modo del avance contra la fu’siç, pero aquí
aún no para sojuzgarla y explotarla, y ante todo no para convertir usufructo y
cálculo en principio fundamental, sino a la inversa para mantener el reinar de
la fu’siç en el no-ocultamiento. Por ello tenemos que decir lo siguiente:
porque en el temple fundamental del asombro-originario, el puro
reconocimiento de lo ente como tal, el percibir la fu’siç en su a1lh’qeia, es la
urgencia templadora, por eso la te’cnh y su consumación como lo
completamente diferente de la fu’siç se convierten en necesidad – lo
completamente diferente, lo cual le pertenece a la fu’siç del modo más
esencial.
§ 40. El abandono de lo ente por el ser como el velado fondo del aún velado
temple fundamental. El urgir de este temple fundamental a otra necesidad de
otro preguntar e iniciar