Vous êtes sur la page 1sur 3

Los placeres de la imaginación, Addison

En primer lugar, los placeres de la imaginación primarios, es decir, aquellos que nos
proporciona la visión directa de los objetos dimanarían, afirma Addison, de alguna cosa
grande, singular o bella (p. 137). Es decir, que los placeres de la imaginación primarios
surgen de la contemplación de algo que tiene que tener las cualidades de la grandeza, la
singularidad o la belleza. Pero empecemos aclarando ahora un poco todo esto comentando la
primera de las cualidades mencionadas por Addison: la grandeza. Por grandeza no entiende
Addison solamente el tamaño de un objeto concreto, sino también, nos dice, la anchura de
una perspectiva entera considerada como una sola pieza (p. 138.), es decir, por ejemplo, la
vista de un campo abierto, un gran desierto inculto, o las grandes masas de montañas, riscos,
y precipicios elevados, o una vasta extensión de aguas (p. 138). Es decir, la grandeza sería
esa especie de magnificencia que se descubre en estos portentos de la naturaleza. Según
Addison, a La imaginación (le) apetece llenarse de un objeto y apoderarse de alguna cosa
que sea demasiado grande para su capacidad. Caemos en un asombro agradable al ver tales
cosas sin término, y sentimos interiormente una deliciosa inquietud y espanto (p. 139). Sin
embargo, y como buen empirista, y como veremos más delante, Addison considera imposible
saber realmente la causa eficiente de esta relación entre lo grande y esa deliciosa inquietud y
espanto, pero sí que nos ofrece algunas pistas. En su opinión, extensas e ilimitadas vistas son
tan agradables a la imaginación, como lo son al entendimiento las especulaciones de la
eternidad y del infinito. Hablemos ahora de la segunda cualidad de los objetos que suscitan
placeres de la imaginación primarios, es decir, la singularidad, que Addison relaciona con la
novedad: Todo lo que es nuevo o singular da placer a la imaginación; porque llena el ánimo
de una sorpresa agradable; lisonjea su curiosidad, y le da idea de cosas que antes no había
poseído. Estaríamos tan familiarizados con cierta especie de objetos, y tan cansados por la
repetición de las mismas 3 cosas, que todo cuanto sea nuevo o singular contribuye no poco a
diversificar la vida (p. 140). Es decir, para Addison lo que es singular, extraño o novedoso,
alivia el tedio del que nos quejamos en nuestra vida ordinaria. El ser humano, pues,
necesitaría variedad, novedad, extrañeza y ello le produciría placer. Pasemos ahora a ver qué
comenta Addison de la tercera de las cualidades que han de tener los objetos para que susciten
en nosotros placeres de la imaginación primarios. Esa cualidad es la belleza: Basta
descubrirla para que el ánimo se llene de una alegría interior, y para que se esparza un agrado
y deleite por todas sus facultades (p. 141). En relación a la belleza, Addison afirma que la
experiencia nos dice que hay ciertas modificaciones de la materia, las cuales sin examen
alguno previo las pronunciamos a primera vista bellas o deformes.

Por otro lado, dentro del concepto de belleza podríamos hablar, en su opinión,
de varios subtipos diferenciados. Habría un tipo de belleza que sería la de
nuestra propia especie, es decir, la que tendría que ver con nuestros cuerpos, y
cuyo efecto sería la atracción sexual. Pero también habría para Addison otra
belleza que radicaría en diversas producciones del arte y de la naturaleza, y que
aunque no obren en nuestra imaginación con el ardor y la violencia que la
belleza de nuestra especie, excitan en nosotros un deleite secreto (p. 144). Esta
belleza consiste en la alegría o variedad de los colores, en la simetría y
proporción de las partes, en la ordenación y disposición de los cuerpos, o en la
adecuada concurrencia de todas estas cualidades (p. 144). En definitiva, como
vemos, la belleza de los objetos artísticos y de la naturaleza está para Addison
basada en consideraciones completamente clásicas, como son la simetría, la
proporción, el orden, etc.

Por tanto, los placeres de la imaginación primarios dimanan, en opinión de


Addison, de alguna cosa grande, singular o bella (p. 137). Y como resulta
lógico, y dado que estas cualidades pueden aparecer combinadas, tanto mayor
será el placer suscitado cuantas más de estas cualidades se descubran en un
mismo objeto. Y lo mismo sucedería si otro sentido se sumase a lo que
recibimos por la vista. Así, por ejemplo, si se percibe la fragrancia de algunos
olores o aromas, realzan éstos los placeres de la imaginación, y hacen más
agradables los colores y verdor de un paisaje, porque las ideas excitadas por las
impresiones de ambos sentidos se ayudan mutuamente, y son más deliciosas
cuando van juntas, que dirigiéndose al ánimo separadamente (p. 145)

Por otro lado, y como acabo de señalar, Addison considera que se puede
comprobar en la experiencia que da placer a la imaginación todo lo que sea
grande, nuevo, o bello (p. 147). Sin embargo, no puede dejar de advertirnos a
continuación de la imposibilidad de señalar la causa eficiente de este placer (p.
147). Es decir, no podríamos bosquejar o señalar las diversas causas necesarias
y eficientes de que dimana nuestro placer o disgusto (p. 147). Pero por qué no
podemos señalar esas causas? Pues porque, en su opinión, no comprendemos ni
la naturaleza de una idea, ni la esencia del alma humana (Ibid.) y eso es lo que
necesitaríamos para poder descubrir las causas de las relaciones entre esas
cualidades y el placer que nos producen. Es decir, para él lo que está claro es
que la alegría o variedad de los colores, la simetría y proporción de las partes
de un objeto nos producen placer al observarlas, pero no sería posible averiguar
la causa eficiente de ese placer, es decir, qué es lo que, en última instancia,
explicaría esta correspondencia entre esas cualidades y el placer que nos suscita
(p. 144).

Vous aimerez peut-être aussi