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Héctor Ariel Olmos trabaja en A pesar del poco interés de casi todos los gobiernos de América Latina por la cultu-
diferentes áreas de la gestión en el
Instituto Cultural de la Provincia ra (interés que se enuncia y se declama, es verdad, pero que no se ve reflejado en los
de Buenos Aires y es profesor en presupuestos), y quizás a causa de ello, se registra una creciente complejización en el
universidades de Argentina, México
y Colombia. sector, que requiere gestores calificados no sólo en las técnicas de gerencia cultural
(tan caras al mundo anglosajón) sino también en aspectos clave del pluralismo cultural
y el desarrollo humano, sin los cuales ninguna acción tendría sentido. Justamente las
técnicas gerenciales se orientan a la política cultural a causa de la disminución de los
presupuestos públicos.1
No se trata sólo de técnicas y habilidades, lo cual implicaría construir una tec-
nocracia cultural cuya actuación estará destinada a los más que probables resultados
nefastos en consonancia con los producidos por las diversas tecnocracias que asolaron
nuestros países en economía, salud, educación y obras públicas; tampoco se trata de un
catálogo de contenidos supuestamente universales que se aplican tanto a un roto como
1
Brigitte Remer, “Formación en
gestión cultural”, en AA.VV.,
a un descosido por profesionales en apariencia impolutos, incontaminados. La elección
Formación artística y cultural, de los contenidos implica contaminarse.
Ministerio de Cultura, Bogotá, 2000,
Vale la pena insistir una vez más en el concepto de cultura a partir del cual se
pp. 92-99.
profesionaliza la gestión. Con Ricardo Santillán Güemes2 hemos acuñado el término
Héctor Ariel Olmos y Ricardo
“culturar” para señalar que todo lo que el ser humano hace está signado por la cultura en
2
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VIENTOS DE CAMBIO
Esto es más una expresión de deseos que una realidad total en Argentina. Quizá resulte
más preciso decir: brisas de cambio, aunque “una gota con ser poco, con dos se hace
aguacero”. Dos de esas gotas:
• Por una parte, la sociedad civil se ha percatado, quizá con mayor rapidez y refle-
jos que las directivas, que la cultura es un sector relevante para el desarrollo del
país, en el sentido de que genera empleo y “esto es a mi juicio lo más trascenden-
te” confiere sentido a todo el hacer de la sociedad.
• Por otra, la exigencia de que el área se profesionalice de una vez resulta compro-
bable por la gran cantidad de demandas de formación que por ahora no tienen
un eje que las articule.
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carga de la planta estable (se puede trabajar con contratos a término), y monitoreo y
control constante de calidad.
EL GESTOR MOVILIZADOR
Sobre la banda del río Huasamayo, al final —o al principio— de la calle Ambrosetti,
en Tilcara, está instalado el mojón7 del Carnaval de la comparsa Pocos pero locos. Son
aproximadamente las 3 de la tarde. Hay poca gente, sentada en piedras alrededor. Los
Anateros del Huasamayo tocan sus instrumentos8 y cantan su ritmo emblemático ho-
menajeando a la Pachamama. Ellos son doce y algunos otros —no músicos— van com-
pletando el adorno del sitio con serpentinas, talco, bebida: parece cierto el lema de la
comparsa en cuanto a la cantidad. Pero, resulta clave el pero, locos, o sea, fuera del lugar
común, lo cual multiplica sus capacidades y potencias. Al conjuro de la música, que
completa una banda de bronces, irá llegando más gente, completarán la ceremonia, apa-
recerán los diablos y a la nochecita, cuando recorran el pueblo, dando “la vuelta al mun-
do”, serán una multitud cantando y bailando.
Creo que la referencia puede leerse como una metáfora encarnada del papel de
los gestores culturales dentro de las comunidades. Movilizadores, por eso su acción se
multiplica. Quizá no se requieran muchos gestores si los que actúan lo hacen compro-
metidos con la cultura en la que están trabajando. Pocos ¡pero locos!, “Locura” que sólo
da el compromiso, que es la base ética de la acción. La gestión cultural sin ética puede
transformarse en manipulación o destrucción.
Habrá que retomar la opción de hierro que plantea Paulo Freire cuando se refiere
a la educación: o trabajamos a favor del desarrollo cultural de la comunidad o lo hace-
mos en su contra. Si actuamos con un criterio restringido de cultura cercenamos las
posibilidades de expresión y creación de sentidos de vastos sectores de la sociedad.
Y aquí nadie puede mirar para el costado: en gran parte de nuestros países (en
Argentina al menos es así) la acción de las administraciones culturales llega apenas a
10 % de la población y no se puede achacar esta carencia a la exigüidad de los presu-
puestos. Si no apuntamos a ampliar esa cifra, a interesar, a generar participación, la
profesionalización no hará más que optimizar la brecha, afianzar el elitismo que ya
caracteriza a las gestiones (y más si se aumentan los presupuestos). Las opciones no son
inocentes, no, por más que se apele a posmodernas neutralidades inconsistentes.
La gestión cultural es —sigo con Celaya— un arma cargada de futuro porque su 7
El “mojón” es un montículo de
piedras que se erige en un lugar
carga es la utopía, la que se echa al monte, la imposible de vencer. No importan los gesto- estratégico para indicar el sitio
res sin utopías porque —derrotados de antemano— trabajan sin alma y sin destino o, lo en donde se ha de desenterrar el
Carnaval. Es el lugar en donde
que es peor, inmovilizan, congelan, desvitalizan. Los Anateros del Huasamayo vuelven se depositan las ofrendas a la
desde atrás de la loma siguiendo a la pandilla de diablos que instauran la fiesta y ya nadie Pachamama, la Madre Tierra.
habrá de quedarse quieto porque la alegría es ineludible. Pocos... pero locos, con el poder 8
“Anatras” es una especie de flauta
en forma de paralelepípedo que
que confiere el sentido profundo de lo que se gesta, con “el aire que exigimos 13 veces
emite un sonido reconocido como
por minuto, para ser, y en tanto somos dar un sí que glorifica”. característico del Carnaval.
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