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1
Sábato, Ernesto, Antes del fin, Editorial Seix Barral, Barcelona , 2002, 51 pp.
2
Martínez, Tomás Eloy, Réquiem por un país perdido, Editorial Aguilar, Buenos Aires, 2003, 62
pp.
Porque es, en la medida en que la aristocracia y la oligarquía
adheridas al poder argentino no van a tener reparos en imponer su ley de
hierro para defender sus intereses como Sábato comienza a identificarse
con la estirpe cainita del pueblo argentino, con los desfavorecidos, los
maltratados por la cruel e inamovible llama de su gobierno y comienza a
sentir que ese dolor y lucha es también el suyo. Nos dice Sábato: “A los
obreros se les hablaba de libertad pero eran encarcelados por participar en
las huelgas; se les hablaba de justicia pero eran reprimidos y bárbaramente
torturados; el hábeas corpus y otros recursos constitucionales se burlaban
cínicamente en la práctica de todos los días”.3
3
Sábato, Ernesto, Antes del fin, op.cit, 55 pp.
las causas que pudieron generar en América, en su patria una desazón y una
situación como la que se vivía desde principios de la década de los 30.
4
Martínez, Tomás Eloy, Réquiem por un país perdido, op.cit, 246 pp.
causa a la inmensa desolación vivida en su patria y al estéril desierto,
abrumado por las llamas de fuego del Apocalipsis, en que se estaba
convirtiendo Occidente.
Es por ello por lo que Sábato no tendría problemas para conectar con
el surrealismo. Porque, desde el principio, el movimiento replanteaba la
posibilidad de que la línea recta y ascendente del progreso técnico y
¿humano? fijado por la modernidad, pudiera desdoblarse, hacerse curva,
espiral, ayudando a construir un signo abierto, mítico, vivo que permitiera
-como lo quisiera Deleuze, lo soñase Artaud y lo desease Octavio Paz-
volver a repensar Occidente desde sus cimientos, que abriese las puertas
para la llegada de un hombre nuevo que pudiera realizar la obra espiritual
prometida por Cristo en este mundo gracias al acto de su resurrección.
Intentaba acabar de una vez con el ciclo de muerte, violencia y odio que
lleva consigo la lucha circular y eternamente repetida entre las fuerzas
tantas veces cegadas del bien y del mal por hacerse con ese trono de poder
que los pueblos que pretenden conocer el nombre de Dios, sus secretos
designios y su historia sagrada han querido siempre usurpar.
Y, al mismo tiempo, siendo oriundo Sábato de un país donde la
imposibilidad para conectar con el compañero, con el “otro”, era un ritual
establecido, cotidiano hasta permitir que de Buenos Aires se pudiera decir
que era la ciudad donde más difícil era observar a un grupo de hombres
caminando unido por la calle, resulta claro que para él leer la obra de
Sartre, Ionesco o Beckett, significaría entrar en un espacio familiar. Tan
familiar como contemplar aquel hombre abstraído, solo y en constante
conversación insustancial consigo mismo o con los otros que poblaba su
país. Como, a la vez, no resulta extraño que Sábato simpatizara
rápidamente con la obra de Camus, pues en la misma encontraría ese
humanismo irredento capaz todavía de -aun en las peores circunstancias,
como ponía de manifiesto su Carta a un amigo alemán- encontrar una
mirada que pudiera romper el absurdo ciclo de violencia en el que la
humanidad hubiera caído, y del que, más tarde, se alimentaría en tantas
situaciones críticas para intentar conceder un sustento espiritual a los
ciudadanos de su patria.
Tarea esta que será la primera que realice Sábato cuando, con el
corazón destrozado tras los sucesos que se produjeron en el transcurso de la
segunda guerra mundial pero aún esperanzado en el hombre tras comprobar
que el mundo aún seguía en pie, decida abandonar para siempre su relación
con la física y dedicarse a la escritura plenamente.
5
Bach, Caleb. Ernesto Sábato, palabras de la conciencia. Un existencialista argentino sondea la
tenebrosidad de la naturaleza humana, en Revista Iberoamericana. Homenaje a Ernesto Sábato
de sus colegas y amigos dirigido por Alfredo A. Roggiano. University of Pitspurgh, Vol. LVIII.
Enero-marzo 1992, Núm. 158, 48 pp.
6
En El argentino angustiado dentro de Medio siglo con Sábato. Entrevistas. Prólogo, recopilación y notas
de Julia Constenla, Ediciones B Argentina , Buenos Aires, 2000. 43 pp.
con la prensa de la época, hacerles entender que “la patria la hacemos
todos, no la hacen solamente los militares”, vislumbrar que “la Patria (…)
es un conjunto de valores espirituales” y que el problema de su nación es
básicamente “un problema espiritual”.7 En definitiva, como destacara Jorge
Montes, sacudir “las almas de los argentinos para que de una vez por todas
despierten y traten de alcanzar la grandeza que nuestra tierra nos permite
poseer”.8 Conseguir, en la medida en que sus ciudadanos integren –como él
hiciera desde su nacimiento- un rincón de aquella patria en sus corazones,
trascender su propia desgracia, aventurándose a vivir perpetuamente en
aquella tierra, desterrando aquella incomodidad descrita por Eloy Martínez
ante ella, aquel “perpetuo” deseo de “regresar y marcharse”, 9que jamás
puede permitir que el hombre se religue con la tierra, como apuntase
Héctor Murena, y sea uno con ella.
11
Sábato, Ernesto. España en los diarios de mi vejez. Seix Barral, Buenos Aires, 2004, 36 pp.
12
Defectos y Virtudes de los argentinos en Medio siglo con Sábato. Entrevistas. op.cit, 157 pp.
Además, observando que a pesar de la matanza racial cometida en
Argentina, aún quedaban rasgos autóctonos de indigenismo, tanto en el
norte como en el sur y que la emigración variada podía, debía ayudar a
enriquecer su patria, Sábato, como ya hicieran anteriormente Alberdi, José
Hernández, no podría más que preguntarse ante el intento de construir el
reino único y total en Argentina: “¿Es fatal esta diversidad para la nación?
¿Es cierto que impide o complica nuestra unidad y la formación de un
carácter nacional bien definido?”. 13
13
Ibídem.
raíces del Apocalipsis de su patria desde su juventud, partiendo de las
condiciones que lo generan en Occidente.
15
Murena, H.A, El pecado original de América, Editorial Sur, Buenos Aires, 1954, 173 pp.
sur del continente hispanoamericano. Permitir que entre el vacío legado por
la cultura occidental tras el asesinato de la cultura indígena y la necesidad
de resurrección de ésta, desde su foso poroso en que como un obsceno
pájaro de la noche se revuelve desde su tumba para atacar a sus asesinos,
pueda ir forjándose una conversación extrañificada pero veraz que permita
aventurar cuáles son los signos de la americaneidad real, de vida auténtica
que quedan en sus respectivos países, a pesar de la violencia con que el
tentáculo occidental se implantara en los mismos. Y de esta manera
conseguir ofertar un repertorio cabal, lúcido, a partir de su recorrido
trasnochado, nocturno, de las distintas voces (unas en extinción y otras
emergentes, unas asfixiadas y otras dominantes), que han venido a
cruzarse, conformando un país donde, como en el caso argentino, la
voracidad congénita que lo engendró y el talante orgulloso y airado de sus
gobernantes, no le permite disfrutar aquella ansiada libertad de su
independencia (esclavizándole a sí mismo con una actitud intensamente
nihilista). Y, por tanto, mostrándose tan cercano en sus actitudes a aquella
trepidante figura espiritual que visualizase Nietzsche, siempre dispuesto a
rebelarse y soltar su rugido ahuyentador, cuando se le quiere apresar: el
león.
Por tanto, vendría a ser una figura emblemática, uno de los disfraces
a través de los que el diablo pretendería engañar a los pueblos bajo su
dominio, prometiéndoles una libertad basada en la fuerza de su pasión, sus
gritos y su lucha que, en realidad, sería irreal pues estaría sustentada detrás
del rugido carnívoro, bestial y temible, con los que los obligaría a buscar la
libertad, asustados, por el camino equivocado. Esto es, por un lado, a través
del miedo a ser devorados por él que llevaría a estos pueblos a intentar
derrocar al poder por la fuerza y, por tanto, igualándose a él, cayendo en la
trama tendida por el diablo, al convertirse en el segundo demonio que
Sábato quisiera observar en la lucha comunista o en la de los grupos
terroristas peronistas. Y, por otro lado, conduciendo a los pueblos a dejarse
gobernar por la barbarie con que el león impone con sus rugidos continuos,
con su figura monstruosa gracias a la que muestra cuál es el camino para
llegar al poder, la constitución real de los ciudadanos que domina,
obligándolos a buscar la libertad a través de un neopaganismo que implanta
en la sociedad que domina la impiedad, la ley del más fuerte o, en la pasión
circense, que en el caso argentino vendría representada por el cariz mítico–
simbólico que cobra en esta sociedad el sano ejercicio futbolístico. Pues el
16
Canetti, Elias, Masa y poder, Alianza Editorial, Madrid, 1997, 202 y 203 pp.
león -diablo camuflado, nuevo disfraz de Yahvé- sabe cuál es el punto
sensible de los pueblos gobernados bajo sus garras. Conoce que el miedo
que su figura engendra y el deseo de ocupar el trono de su poder, lleva a los
hombres a un ejercicio desatado de la palabra y las pasiones que devienen
en ejercicio inane en el sentido en que permiten espolear aún más su porte
de egregio animal que ruge contento cuando observa a su pueblo
consumirse en gritos estériles que no permiten que nada cambie y que le
permiten acrecentar su poder, ayudan a consolidar el estado tiránico
establecido aparentemente a perpetuidad.
17
Murena, H.A, El pecado original de América, op.cit, 173 y 174 pp.
18
Arlt, Roberto, Los siete locos. Ediciones Losada, Buenos Aires, 2001, 74 pp.
nombre secreto de Dios, no han permitido entender con claridad que, tal y
como señalaba Murena:
Y comprender que todo individuo, todo país que se rebele ante este
hecho, está condenado a la perdición. A perderse en el rugido fiero,
poderoso y mortal del león que no le permite tomar conciencia ni de la
fragilidad ni de la hermosura y la belleza del mundo que le rodea, cegado
como está por su necesidad de mostrar su fuerza, su poder juvenil al
mundo.