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Universidad del Valle de México (Sede Sur, Campus Tlalpan).

Jesús Sebastián Calvo Villalva. – 040035040.

Ética profesional.

Padres Tóxicos.

Lo que realmente causa una ideología un tanto extraña en cuanto a una vida tóxica es fácil
de dar a conocer o identificar pero a la vez es una cuestión difícil de mantenerte o salir
adelante y poder superar. Nuestros padres son las personas principales en nuestras vidas
y más que nada las encargadas de dejar esas grandes o pequeñas marcas emocionales
en nosotros, ya sea para bien o mal. En algunos casos familias, éstas son de respeto, amor
e independencia, pero en otras, se puede decir que es todo lo contrario, hablamos de
soledad, de miedo, tristeza culpa y autocastigo. Obviamente es muy fácil saber a qué grupo
de los dos perteneces pero difícil de asimilar si tu situación es del segundo tipo, Si te
identificas con el segundo grupo, necesitas entender el legado nocivo de tus padres y
ayudarte a ti mismo a cambiar los pensamientos dañinos que te están dejando huella y
marcándote con el tiempo, tienes que dejar ir las emociones y pensamientos negativos que
rigen tu vida y saber que, mientras no te liberes de todo tu pasado, así como las
enredaderas que marcaron tu infancia, vivirás un ciclo autodestructivo, es decir no podrás
superarte ni salir adelante como persona. Todos los padres emocionalmente sanos se
equivocan al tratar de inculcarnos los valores; el problema es cuando lo hacen
intencionalmente y de manera repetitiva, en vez de ayudarte causa conflictos en ti, pero es
normal que pierdan el control por momentos o que tengan ciertas conductas abusivas con
los hijos, sin embargo, lo que realmente los identifica o los convierte en tóxicos es el patrón
de daño constante, es decir, los hijos de padres tóxicos tienden a relacionar el amor con
sufrimiento, a caer en relaciones de dependencia, a vivir con culpa y, más importante aún,
a repetir los patrones destructivos que sufrieron en su infancia. Recuerda que no eres
culpable de lo que ha sucedido o viviste en la infancia pero sí eres responsable de tu
adultez. Algo muy importante que cabe resaltar es que el primer paso para tener una vida
plena es romper los patrones perjudiciales que viviste y criar una familia sana.

Hoy en día , para algunas personas compartirán un buen momento celebrando el día del
padre junto a personas queridas, para otros, porque les gustaría que dicha festividad no
existiera.
Son muchas las personas que sufren tras haber vivido toda su infancia y juventud buscando
a un padre del que no llegó a disfrutar porque le abandonó antes de su nacimiento.
Son muchas las personas que sufren porque su padre le maltrataba insultándole,
pegándole, haciéndole chantaje emocional, manipulándole para conseguir que hiciese lo
que él deseaba.

Son muchas las personas que sufren por la frialdad de los gestos percibidos en sus padres,
por esa continua falta de atención que, en realidad es una señal de falta de amor, y se
intenta camuflar bajo la excusa del trabajo, de la necesidad de traer dinero a casa para
mantener la familia.

Los padres tóxicos, así llamados por la psicóloga estadounidense Susan Forward, existen,
aunque nos pese; aunque nos parezca totalmente increíble y contranatural, hay padres
egoístas, narcisistas, que sólo piensan en ellos mismos, que incluso envidian los logros de
sus propios hijos e intentan ningunearles, rebajarles, humillarles minimizando sus éxitos,
con tal de quedar ellos siempre por encima.

Hay padres que abusan psicológica y sexualmente de sus hijos e hijas, que los utilizan sólo
para alcanzar sus fines.

Hay padres que machacan a sus hijos imponiéndoles un ritmo de estudio que ellos no
desean o para el que no está preparados o capacitados. Anteponen la satisfacción de su
necesidad de sentirse superiores a los demás a través de la proyección exitosa de sus hijos.
Necesitan que el hijo o la hija triunfen para sentirse ellos ganadores. Tienen que ser
números uno en la escuela, en el fútbol, en la universidad. Tienen que ser mejores que sus
primos, que sus amigos, que sus compañeros de clase.

Hay padres que destrozan la vida a sus hijos y a los que, sin embargo, sus descendientes
adoran. ¿Cómo es posible?
Es tanta la necesidad de amor que uno prefiere tener un mal padre a no tenerlo, es tanta la
necesidad de aceptación y reconocimiento que uno vuelve al hogar una y otra vez, con 30,
con 40, con 50 años con el anhelo de encontrar al fin a ese padre que nunca tuvo.
En la consulta, cuando trabajo, me encuentro ante personas incapaces de hablar mal de
sus progenitores. Ante mis preguntas acerca del entorno familiar y de las relaciones
existentes, las respuestas iniciales surgen rápidas, escuetas y contundentes: no hay ningún
problema, todo bien. Pero, tras unas cuantas sesiones de terapia, el nivel de censura
desciende, aumenta la confianza, el cliente se relaja y la verdad o su verdad comienzan a
aflorar. Las lágrimas no se hacen esperar, es duro extraer los recuerdos, las experiencias
de dolor, la frustración ante la imposibilidad de concebir o comprender que un padre trate
así a su hijo, incluso la rabia, es difícil exteriorizar la rabia contra una figura que se supone
debe ser encarnada en una persona que te ama y cuyo principal objetivo en la vida es cuidar
a sus descendientes.

Por supuesto, surgen también los sentimientos de culpa: ¿Cómo es posible hablar mal de
tu padre a un extraño, sin sentirte malvado?
Uno no se cree con el derecho a sentir odio hacia la figura paterna, prefiere dirigirlo contra
sí mismo, apareciendo así las consecuencias de esta vuelta de la agresividad o la rabia
contra uno: depresión, crisis de angustia, obsesiones, autolesiones, ideas o intentos de
suicidio.

Es cierto, que los padres arrastran su propio dolor, sus historias de vida, seguramente nada
fáciles. Podríamos asegurar antes de escuchar el relato de nuestro cliente que su padre fue
un niño maltratado física o psicológicamente que vivió asustado, sumiso, obedeciendo con
temor (no con respeto) todas las demandas paternas. Las historias se repiten. El ser
humano aprende por modelado, hacemos lo que vemos, realizamos conductas, utilizamos
expresiones que escuchamos por vez primera a nuestros padres. Es por ello, que aunque,
a veces, como padres intentemos rebelarnos contra esa forma de comportarnos, aunque
deseemos hacerlo mejor con nuestros hijos, de una forma más sana y constructiva de la
que lo hicieron nuestros padres con nosotros, repitamos conductas inapropiadas, dañinas
hacia esos niños que hemos traído al mundo con tanto amor.

Hoy, quizás no desees felicitar a tu padre, no te culpes por ello. Respeta tu necesidad de
poner distancia física o emocional con tus progenitores. Quizás, un día puedas perdonarles,
y desde el perdón y el amor establecer una nueva y distinta relación con ellos, en la que tú
seas el que dirija, exprese y ponga por delante sus necesidades y sus deseos. Quizás,
aunque los perdones, no sea sano volver a contactar con ellos, concédete permiso para
esa ausencia de relación con aquellos que te trajeron al mundo y no supieron o pudieron
estar a la altura de sus responsabilidades, de sus compromisos, de establecer esos lazos
afectivos positivos contigo.

Si, por el contrario, estás orgulloso de tu padre, dale ese abrazo que se merece como
reconocimiento a ese amor que, día tras día y salvando las circunstancias que nos limitan
o nos plantean dificultades y obstáculos en el camino, te ha ido dando y enriqueciendo,
ayudándote a crecer a lo largo de tu vida.

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