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Atoyac 1906-1909
El Ingeniero Carlos Mastretta Magnani llegó a Puebla en 1906, luego de la exitosa
construcción de la planta para la Compañía Hidroeléctrica Queretana, contratado por los
señores Rivero Quijano, propietarios del complejo textil de Atoyac, para la construcción
de un sistema hidráulico para la generación de energía eléctrica con la fuerza de las
aguas del río Atoyac. Esta historia quedó registrada por Jesús Rivero Quijano en el libro
La revolución industrial y la Industria Textil en México, publicado por la Editorial Porrúa
en 1990, del cual presentamos un extracto relativo a la construcción de la llamada
“Planta Carmela”. Carlos Mastretta Magnani se establecería así en Puebla, para
convertirse finalmente en el apoderado de las empresas de la familia Quijano hasta su
retiro en 1945.
Planta Carmelita
Ese mismo año se empezó a construir la presa y la planta que se llamó Carmelita a cinco
kilómetros río abajo de la presa (5,600 Mts.) de El Mayorazgo, para aprovechar los 10,000
litros por segundo en una caída de 10.5 metros para producir 430 (KiloVolt-Amperes)
K.V.A. en cada una de las 2 turbinas que se pidieron al efecto, o sea 860 K.V.A. igual a
1,100 Caballos.
Pero, ¿traería el Río Atoyac regularmente los 20,000 litros por segundo de la concesión?
En un estudio que hizo cuando ya la energía de las plantas no se destinaba
exclusivamente para la fábrica El Mayorazgo sino que se extendía a las otras fábricas de
la empresa como se explicará después, se dice, a propósito de la irregularidad del caudal
del Río Atoyac lo siguiente:
"La falta de reglamentación del río, la protección política a los agraristas quienes, río
arriba, cortaban o interceptaban las aguas del río para riegos o enlames, la despoblación
de los bosques de las faldas de los volcanes y de la sierra donde nacen el río Atoyac y sus
afluencias, y, por último, la actividad del volcán Popocatépetl y de la exagerada
irregularidad en el fluir de las aguas del río, lo cual hacía con frecuencia saltar nuestros
interruptores automáticos en las plantas y fábricas e interrumpían, con grave daño de la
producción, nuestros trabajos".
Es evidente que hablaba el industrial dolido por los trastornos y mermas en su
producción.
Planta Carmela
Pero volvamos a la planta Carmela que fue la unidad mayor y de la que se esperaba el
equilibrio permanente entre la generación de la energía y el consumo en las unidades
industriales que continuaban creciendo.
Se había extendido la red de transmisión llevando el fluido eléctrico; sobre postes de
hierro hasta la garita de Puebla en donde, con transformadores y aparta-rayos y mutas,
se cambió en línea subterránea con cables altamente protegidos que cruzaron por debajo
de las banquetas la ciudad de Puebla de sur a norte, hasta llegar a las fábricas de La
Esperanza (de estampados y acabados) y San Juan de Amandi así como también hasta la
planta Balbucar para sincronizar con aquella planta Diesel que actuaba de reguladora en
toda la red eléctrica de la empresa. Se extendía también al edificio de las oficinas
centrales y residencia, calle Independencia 10. Trabajo fue este arduo y costoso pero
también el único medio de no detener la expansión industrial iniciada y librar a ésta de
las irregularidades e intermitencias a que nos condenaban entonces los medios crudos e
ineficientes, cuando no primitivos con que contábamos para progresar. Algo parecido le
pasó a Henry Ford en sus humildes comienzos.
En la planta Carmela se aprovecharon 10,000 litros por segundo con una caída de 18.6
metros que entraban a través de una reja a la boca del túnel de 3 kilómetros de largo en
varios tramos, con un claro de 4 metros de ancho por 3 de alto y un tanque final de
distribución de 211 metros de largo por 7 de ancho. Con ello se movían 2 turbinas Voigt,
tipo Francis, pero fabricadas en Alemania para 5000 litros por segundo cada una; con un
rendimiento de 914 H.P. efectivos, 450 revoluciones por minuto, acopladas a sendos
generadores para convertir la fuerza hidráulica en eléctrica, de 845 KVA, 675 KV 60 ciclos
con capacidad de 1,000 caballos cada una.

Vista general de la planta hidroeléctrica “La Carmelita”, donde se aprecia la casa

de máquinas adosada a la obra de toma, 1908. AHA, FDAS, Caja 4211, Exp. 56704, f. 126
(Fotografía tomada del texto de Luis Antonio Ibáñez González “Arquitectura del sector
eléctrico en el valle de Puebla: las plantas hidroeléctricas Carmelita y Carmela (1906-
1912)”
Cómo se hacían las plantas hidráulicas

¡Cuántos problemas para sojuzgar aquel río bronco y mutable para arrancarle los 3,000
caballos de fuerza que traía en su torrente, ¡Cuán escasos los medios para conseguirlo si
los comparamos con los que hoy tenemos!.

Para construir la Presa se eligió una gran roca que, labrada cenvenientemente hasta fijar
un punto en que corrieran las aristas, constituyó el punto de referencia para toda la
obra. En tiempo de secas, pues la obra comenzó el 24 de Noviembre de 1906 para
terminar el 10 de Marzo de 1909, se iniciaron las excavaciones en el lecho del Río que
previamente había sido virado con un túnel de desviación. ¡Quien hubiera contado con
estas palas mecánicas gigantescas! En su lugar, cientos de indios de los próximos pueblos
de Tlaxcalancingo, Santa Clara, San Baltasar y otros, distribuidos convenientemente, lle-
vaban a cabo la obra. Cien de ellos en fila india circulante, tomando cada dos de ellos la
parihuela, se la hacían llenar por lo que trabajaban con las palas en el lecho del río y
marchaban a descargar de otro lado de la represa. Así hasta que llegaron las primeras
avenidas que se llevaron la represa, pudimos cimentar con piedras los fundamentos de
esa presa que 60 años después se yergue orgullosa deteniendo al río.

Dos humildes locomóviles que quemaban leña de los alrededores movían las bombas
centrífugas que reducían las filtraciones para que la gente pudiera trabajar
convenientemente.

Por fin se logró, en la siguiente temporada de secas, cerrar el río con la cortina de la
presa, y cuya parábola, así como toda ella, fue una obra de arte del Ingeniero Italiano
Don Carlos Mastretta quién fue director de toda la obra.

Don Carlos, a cuyas órdenes trabajé yo, fue un interesante personaje en el desarrollo de
la industria textil en México. La historia de su venida es romántica.

Ingeniero militar del ejército italiano llevaba a su cargo una sección de comunicaciones
(telégrafos) en la batalla de Adua en que el Rey Menelik de Abisinia derrotó al general
Italiano Barattieri en 1897. Quedó su sección corta del cuerpo del ejército y con órdenes
de marchar hacia la costa a pedir auxilio a la flota italiana. Diezmada su tropa y por todo
alimento, el que pudieron obtener sacrificando sus mulos lograron ser rescatados los
supervivientes entre los que se hallaba D. Carlos. Al llegar a Italia fue recibido, entre
otros por un tío suyo que era director de un periódico italiano. A él le refirió sus
andanzas que el tío publicó por lo que exigieron las autoridades militares
responsabilidades a Don Carlos por haber revelado a la prensa detalles espantosos del
fracaso militar.

Su tío hubo de tomar sobre sí la responsabilidad que le correspondía; pero Don Carlos
para no verse envuelto en la campaña política que se desató, vino recomendado a Nueva
York en donde le dieron un empleo en la construcción del Ferrocarril Nacional de México
con asiento en Querétaro. Allí trabajó en la construcción del puente de Tequisquiapan y
después se encargó de la construcción de la planta Hidroeléctrica de Querétaro. De allí,
ante el éxito de esa obra por su eficiencia y bajo costo, fue recomendado por Schondube
y Neugebeuer a Don Manuel Rivero Collada para construir la presa y plantas Carmelita y
Carmela con su túnel; terminados los cuales, entró como gerente en las unidades textiles
de Atoyac Textil, S.A. propietaria de las plantas.

El problema más difícil consistía en cerrar el túnel de desviación para que volviendo el
río a su cauce se llenase la presa y el agua entrara por las bocatomas a las turbinas. Una
enorme plataforma se improvisó con vigas de madera y rieles de hierro encima de la boca
de entrada del citado túnel; sacos de arena y de cemento atados entre sí se colocaron
encima. Se cortaron los amarres de la plataforma y ésta cayó en el canal, las cuadrillas y
todos nosotros empezamos a arrojar ramas y piedras y más sacos de arena y cemento. En
dos horas subió 3 metros el agua en la presa con una cola en el río que iba creciendo a
medida que subía el agua, hasta derramar por la corona a la vez que formaba una laguna
en la cuenca de unos 7 kilómetros. La presa se bendijo el día De San José 19 de Marzo de
1909 con una gran fiesta a la que concurrieron más de doscientos peones de los pueblos
próximos, así como los rancheros vecinos y las autoridades y se sacrificaron más de cien
borregos para la barbacoa que se irrigó por las gargantas con el sabroso neutle de la
región, pulques curados y cervezas para los más catrines.

Ocioso es ponderar las dificultades para el transporte, en carros especiales con 12 mulas,
de aquellos tubos de dos metros de claro que conectarían las turbinas de la planta
Carmela con el tanque de reposo que les abastecería de agua. Y aquellas pesadas y
enormes piezas de maquinaria, turbinas, generadores, transformadores (que insistió la
casa fabricante que deberíamos llevarlos y ya llenos de aceite) en fin, todo lo que supone
esas plantas hidroeléctricas desarmadas, que cuando las vemos trabajando parece que se
levantaron solas.

Todo esto referido a las plantas de la Casa se repitió en todas aquellas cien fábricas que
se montaron dispersas por la República; unas más cerca del mar y otras como la fábrica
de Xía en la sierra de Oaxaca, que tuvo que transportar su maquinaria a lomo de mula;
lamentamos no tener a la mano datos semejantes de otras fábricas textiles que pueden
ostentar historias similares.

Ya hemos encarecido los problemas que nos producían aquellas violentas y torrenciales
avenidas del Río Atoyac que arrastraban las tierras, piedras y árboles, animales y a las
veces, gentes de las faldas de los volcanes y de las zonas limítrofes del Río y sus
afluentes como el Zahuapan y otros. Impedir que las ramas y otros objetos tapasen las
rejas con peligro de que se vecinaran y, ya sin estorbo, entraran en las turbinas, era la
tarea de 2 rejeros que, particularmente en tiempo de agua, les ofrecía bastante trabajo.
En un invierno, el trabajo era menos duro porque el agua era menos sucia. En la fiesta de
San Baltasar pidieron permiso los dos rejeros y se fueron a la feria con sus respectivas
mujeres, En la noche, y cuando el alcohol había hecho efecto pernicioso en las mentes de
estos pobres hombres, descubrieron llevar a cabo un trágico pacto: se trocarían las
mujeres entre sí y el afortunado que recibiera la más joven indemnizaría al otro con la
suma de dos pesos. A la madrugada llegaron las mujeres a contar esta historia epilogada
por la riña entre ambos porque el beneficiario se negó a pagar la suma de los dos pesos
por lo cual recibió feroz puñalada que no le impidió corresponderla el herido de suerte
que la guardia rural encontró uno de los cadáveres a la entrada de una milpa y del otro a
la salida. Con esta clase de gente teníamos que habérnoslas.

Pero en 1914, uno de nuestros albañiles se remontó a la sierra y se unió al Zapatismo que
asolaba aquellas regiones. Se llamaba Juan Ubera y nos dejó a su compadre, Atenógenes
Sánchez a quien Don Carlos había adiestrado como capataz y el Ingeniero Froilich que nos
había prestado la casa Siemens lo instruyó y capacitó para el mantenimiento de la ma-
quinaria de la Planta.

La casa Siemens tenía dada una garantía de dos años en la operación de su maquinaria
con la condición de que ellos nos proporcionarían durante ese tiempo un ingeniero
electricista que vigilara el mantenimiento.
Vista de las ruinas de la planta La Carmela. Foto tomada del texto de Luis Antonio
Ibáñez González “Arquitectura del sector eléctrico en el valle de Puebla: las plantas
hidroeléctricas Carmelita y Carmela (1906-1912)” .

Puebla ha perdido con la


destrucción de Atoyac Textil: la
historia de la Planta Carmela Destacado
publicado por Mundo Nuestro

17/04/2018

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Mundo Nuestro. Este texto escrito por Jesús Rivero Quijano,
industrial poblano cuya familia fue la propietaria de la fábrica San
José El Mayorazgo, como la conocían en el siglo XIX, entre 1864 y
1946. Es el relato del proceso de construcción del sistema
hidroeléctrico que le dio vida a la fábrica a lo largo de buena parte
del siglo XX. Tomado del libro "Memoria y acantilado", lo
presentamos nuevamente en Mundo Nuestro para valorar en su
profundidad el significado de la destrucción de una fábrica en
operación desde el año de 1842, en cuyos terrenos se edificará un
conjunto residencial más en esta etapa de la voracidad inmobiliaria
que caracteriza a la ciudad de Puebla.
Atoyac 1906-1909
El Ingeniero Carlos Mastretta Magnani llegó a Puebla en 1906, luego
de la exitosa construcción de la planta para la Compañía
Hidroeléctrica Queretana, contratado por los señores Rivero
Quijano, propietarios del complejo textil de Atoyac, para la
construcción de un sistema hidráulico para la generación de energía
eléctrica con la fuerza de las aguas del río Atoyac. Esta historia
quedó registrada por Jesús Rivero Quijano en el libro La revolución
industrial y la Industria Textil en México, publicado por la Editorial
Porrúa en 1990, del cual presentamos un extracto relativo a la
construcción de la llamada “Planta Carmela”. Carlos Mastretta
Magnani se establecería así en Puebla, para convertirse finalmente en
el apoderado de las empresas de la familia Quijano hasta su retiro en
1945.

Planta Carmelita
Ese mismo año se empezó a construir la presa y la planta que se llamó
Carmelita a cinco kilómetros río abajo de la presa (5,600 Mts.) de El
Mayorazgo, para aprovechar los 10,000 litros por segundo en una
caída de 10.5 metros para producir 430 (KiloVolt-Amperes) K.V.A.
en cada una de las 2 turbinas que se pidieron al efecto, o sea 860
K.V.A. igual a 1,100 Caballos.
Pero, ¿traería el Río Atoyac regularmente los 20,000 litros por
segundo de la concesión?
En un estudio que hizo cuando ya la energía de las plantas no se
destinaba exclusivamente para la fábrica El Mayorazgo sino que se
extendía a las otras fábricas de la empresa como se explicará después,
se dice, a propósito de la irregularidad del caudal del Río Atoyac lo
siguiente:
"La falta de reglamentación del río, la protección política a los
agraristas quienes, río arriba, cortaban o interceptaban las aguas del
río para riegos o enlames, la despoblación de los bosques de las faldas
de los volcanes y de la sierra donde nacen el río Atoyac y sus
afluencias, y, por último, la actividad del volcán Popocatépetl y de la
exagerada irregularidad en el fluir de las aguas del río, lo cual hacía
con frecuencia saltar nuestros interruptores automáticos en las plantas
y fábricas e interrumpían, con grave daño de la producción, nuestros
trabajos".
Es evidente que hablaba el industrial dolido por los trastornos y
mermas en su producción.
Planta Carmela
Pero volvamos a la planta Carmela que fue la unidad mayor y de la
que se esperaba el equilibrio permanente entre la generación de la
energía y el consumo en las unidades industriales que continuaban
creciendo.
Se había extendido la red de transmisión llevando el fluido eléctrico;
sobre postes de hierro hasta la garita de Puebla en donde, con
transformadores y aparta-rayos y mutas, se cambió en línea subterrá-
nea con cables altamente protegidos que cruzaron por debajo de las
banquetas la ciudad de Puebla de sur a norte, hasta llegar a las fábricas
de La Esperanza (de estampados y acabados) y San Juan de Amandi
así como también hasta la planta Balbucar para sincronizar con
aquella planta Diesel que actuaba de reguladora en toda la red
eléctrica de la empresa. Se extendía también al edificio de las oficinas
centrales y residencia, calle Independencia 10. Trabajo fue este arduo
y costoso pero también el único medio de no detener la expansión
industrial iniciada y librar a ésta de las irregularidades e intermitencias
a que nos condenaban entonces los medios crudos e ineficientes,
cuando no primitivos con que contábamos para progresar. Algo
parecido le pasó a Henry Ford en sus humildes comienzos.
En la planta Carmela se aprovecharon 10,000 litros por segundo con
una caída de 18.6 metros que entraban a través de una reja a la boca
del túnel de 3 kilómetros de largo en varios tramos, con un claro de 4
metros de ancho por 3 de alto y un tanque final de distribución de 211
metros de largo por 7 de ancho. Con ello se movían 2 turbinas Voigt,
tipo Francis, pero fabricadas en Alemania para 5000 litros por
segundo cada una; con un rendimiento de 914 H.P. efectivos, 450
revoluciones por minuto, acopladas a sendos generadores para
convertir la fuerza hidráulica en eléctrica, de 845 KVA, 675 KV 60
ciclos con capacidad de 1,000 caballos cada una.

Vista general de la planta hidroeléctrica “La Carmelita”, donde se


aprecia la casa
de máquinas adosada a la obra de toma, 1908. AHA, FDAS, Caja
4211, Exp. 56704, f. 126 (Fotografía tomada del texto de Luis Antonio
Ibáñez González “Arquitectura del sector eléctrico en el valle de
Puebla: las plantas hidroeléctricas Carmelita y Carmela (1906-
1912)”

Cómo se hacían las plantas hidráulicas


¡Cuántos problemas para sojuzgar aquel río bronco y mutable para
arrancarle los 3,000 caballos de fuerza que traía en su torrente, ¡Cuán
escasos los medios para conseguirlo si los comparamos con los que
hoy tenemos!.
Para construir la Presa se eligió una gran roca que, labrada
cenvenientemente hasta fijar un punto en que corrieran las aristas,
constituyó el punto de referencia para toda la obra. En tiempo de
secas, pues la obra comenzó el 24 de Noviembre de 1906 para
terminar el 10 de Marzo de 1909, se iniciaron las excavaciones en el
lecho del Río que previamente había sido virado con un túnel de
desviación. ¡Quien hubiera contado con estas palas mecánicas gigan-
tescas! En su lugar, cientos de indios de los próximos pueblos de
Tlaxcalancingo, Santa Clara, San Baltasar y otros, distribuidos
convenientemente, llevaban a cabo la obra. Cien de ellos en fila india
circulante, tomando cada dos de ellos la parihuela, se la hacían llenar
por lo que trabajaban con las palas en el lecho del río y marchaban a
descargar de otro lado de la represa. Así hasta que llegaron las prime-
ras avenidas que se llevaron la represa, pudimos cimentar con piedras
los fundamentos de esa presa que 60 años después se yergue orgullosa
deteniendo al río.
Dos humildes locomóviles que quemaban leña de los alrededores
movían las bombas centrífugas que reducían las filtraciones para que
la gente pudiera trabajar convenientemente.
Por fin se logró, en la siguiente temporada de secas, cerrar el río con la
cortina de la presa, y cuya parábola, así como toda ella, fue una obra
de arte del Ingeniero Italiano Don Carlos Mastretta quién fue director
de toda la obra.
Don Carlos, a cuyas órdenes trabajé yo, fue un interesante personaje
en el desarrollo de la industria textil en México. La historia de su
venida es romántica.
Ingeniero militar del ejército italiano llevaba a su cargo una sección de
comunicaciones (telégrafos) en la batalla de Adua en que el Rey
Menelik de Abisinia derrotó al general Italiano Barattieri en 1897.
Quedó su sección corta del cuerpo del ejército y con órdenes de
marchar hacia la costa a pedir auxilio a la flota italiana. Diezmada su
tropa y por todo alimento, el que pudieron obtener sacrificando sus
mulos lograron ser rescatados los supervivientes entre los que se
hallaba D. Carlos. Al llegar a Italia fue recibido, entre otros por un tío
suyo que era director de un periódico italiano. A él le refirió sus
andanzas que el tío publicó por lo que exigieron las autoridades mili-
tares responsabilidades a Don Carlos por haber revelado a la prensa
detalles espantosos del fracaso militar.
Su tío hubo de tomar sobre sí la responsabilidad que le correspondía;
pero Don Carlos para no verse envuelto en la campaña política que se
desató, vino recomendado a Nueva York en donde le dieron un
empleo en la construcción del Ferrocarril Nacional de México con
asiento en Querétaro. Allí trabajó en la construcción del puente de
Tequisquiapan y después se encargó de la construcción de la planta
Hidroeléctrica de Querétaro. De allí, ante el éxito de esa obra por su
eficiencia y bajo costo, fue recomendado por Schondube y
Neugebeuer a Don Manuel Rivero Collada para construir la presa y
plantas Carmelita y Carmela con su túnel; terminados los cuales, entró
como gerente en las unidades textiles de Atoyac Textil, S.A.
propietaria de las plantas.
El problema más difícil consistía en cerrar el túnel de desviación para
que volviendo el río a su cauce se llenase la presa y el agua entrara por
las bocatomas a las turbinas. Una enorme plataforma se improvisó con
vigas de madera y rieles de hierro encima de la boca de entrada del
citado túnel; sacos de arena y de cemento atados entre sí se colocaron
encima. Se cortaron los amarres de la plataforma y ésta cayó en el
canal, las cuadrillas y todos nosotros empezamos a arrojar ramas y
piedras y más sacos de arena y cemento. En dos horas subió 3 metros
el agua en la presa con una cola en el río que iba creciendo a medida
que subía el agua, hasta derramar por la corona a la vez que formaba
una laguna en la cuenca de unos 7 kilómetros. La presa se bendijo el
día De San José 19 de Marzo de 1909 con una gran fiesta a la que
concurrieron más de doscientos peones de los pueblos próximos, así
como los rancheros vecinos y las autoridades y se sacrificaron más de
cien borregos para la barbacoa que se irrigó por las gargantas con el
sabroso neutle de la región, pulques curados y cervezas para los más
catrines.
Ocioso es ponderar las dificultades para el transporte, en carros
especiales con 12 mulas, de aquellos tubos de dos metros de claro que
conectarían las turbinas de la planta Carmela con el tanque de reposo
que les abastecería de agua. Y aquellas pesadas y enormes piezas de
maquinaria, turbinas, generadores, transformadores (que insistió la
casa fabricante que deberíamos llevarlos y ya llenos de aceite) en fin,
todo lo que supone esas plantas hidroeléctricas desarmadas, que
cuando las vemos trabajando parece que se levantaron solas.
Todo esto referido a las plantas de la Casa se repitió en todas aquellas
cien fábricas que se montaron dispersas por la República; unas más
cerca del mar y otras como la fábrica de Xía en la sierra de Oaxaca,
que tuvo que transportar su maquinaria a lomo de mula; lamentamos
no tener a la mano datos semejantes de otras fábricas textiles que
pueden ostentar historias similares.
Ya hemos encarecido los problemas que nos producían aquellas
violentas y torrenciales avenidas del Río Atoyac que arrastraban las
tierras, piedras y árboles, animales y a las veces, gentes de las faldas
de los volcanes y de las zonas limítrofes del Río y sus afluentes como
el Zahuapan y otros. Impedir que las ramas y otros objetos tapasen las
rejas con peligro de que se vecinaran y, ya sin estorbo, entraran en las
turbinas, era la tarea de 2 rejeros que, particularmente en tiempo de
agua, les ofrecía bastante trabajo. En un invierno, el trabajo era menos
duro porque el agua era menos sucia. En la fiesta de San Baltasar
pidieron permiso los dos rejeros y se fueron a la feria con sus
respectivas mujeres, En la noche, y cuando el alcohol había hecho
efecto pernicioso en las mentes de estos pobres hombres, descubrieron
llevar a cabo un trágico pacto: se trocarían las mujeres entre sí y el
afortunado que recibiera la más joven indemnizaría al otro con la
suma de dos pesos. A la madrugada llegaron las mujeres a contar esta
historia epilogada por la riña entre ambos porque el beneficiario se
negó a pagar la suma de los dos pesos por lo cual recibió feroz
puñalada que no le impidió corresponderla el herido de suerte que la
guardia rural encontró uno de los cadáveres a la entrada de una milpa
y del otro a la salida. Con esta clase de gente teníamos que
habérnoslas.
Pero en 1914, uno de nuestros albañiles se remontó a la sierra y se
unió al Zapatismo que asolaba aquellas regiones. Se llamaba Juan
Ubera y nos dejó a su compadre, Atenógenes Sánchez a quien Don
Carlos había adiestrado como capataz y el Ingeniero Froilich que nos
había prestado la casa Siemens lo instruyó y capacitó para el
mantenimiento de la maquinaria de la Planta.
La casa Siemens tenía dada una garantía de dos años en la operación
de su maquinaria con la condición de que ellos nos proporcionarían
durante ese tiempo un ingeniero electricista que vigilara el man-
tenimiento.

Vista de las ruinas de la planta La Carmela. Foto tomada del texto de


Luis Antonio Ibáñez González “Arquitectura del sector eléctrico en el
valle de Puebla: las plantas hidroeléctricas Carmelita y Carmela
(1906-1912)” .

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