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CÀTEDRA ETHOS
19 y 20 de junio Ética, emociones y economía:
XXII Congreso anual EBEN-España la gestión actual de las organizaciones
Es importante recordar, en primer lugar, que los pensadores liberales han sido los
que han atacado de manera más viva la idea de dominación política. John Stuart
Mill señala en particular desde las primeras líneas de Sobre la libertad que la teoría
de la libertad civil que va a desarrollar se opone a la dominación: “El sujeto de este
ensayo no es el llamado libre albedrío [...], sino la libertad social o civil, es decir,
la naturaleza y los límites del poder que puede ejercer legítimamente la sociedad
sobre el individuo”.25 Pero, sobre todo, Mill distingue entre dos formas de domi-
nación, la que yo he descrito más arriba como arcaica, y otra, moderna, ligada a
las sociedades democráticas. En efecto, tradicionalmente, la lucha entre libertad y
dominación adquirió la forma de una resistencia contra el poder de los gobernantes
que, aunque se sentía como “algo necesario, esto no impedía que se lo considerase
como algo sumamente peligroso también, como un arma utilizable contra los
propios gobernados, equiparados, llegado el caso, a cualquier agresor del exterior.
Para evitar que los miembros más débiles de la comunidad fueran pasto de innu-
merables buitres, era preciso que hubiera un animal de presa, más fuerte que los
demás y dispuesto a contenerlos. Pero como el rey de los buitres no estaría menos
dispuesto que cualquiera de sus arpías menores a hincar el diente en la manada,
se hizo indispensable mantener de forma permanente una actitud defensiva frente
al pico y las garras de aquel”.26 Se trata de la dominación relacional de un amo
personal interferente o no interferente, injusto y cruel o afable (por lo menos
provisionalmente). Mill apunta a los efectos de una dominación como tal, sea actual
o posible. Ahora bien, frente a esta dominación, se hizo lugar a la libertad a través
de limitar el poder de los gobernantes. Esta limitación se obtuvo de dos maneras:
1. el reconocimiento de inmunidades, es decir, de derechos y de libertades que los
gobernantes no podían transgredir sin desencadenar oposición o una revuelta;
2. el establecimiento de frenos constitucionales que exigían un consentimiento de
la comunidad o de un cuerpo determinado de representantes como condición de los
actos más decisivos del poder. Sin embargo, la situación cambia con la instauración
de un régimen democrático: “Lo que ahora se pretendía era que los gobernantes se
identificasen con el pueblo, que sus intereses y su voluntad fueran coincidentes con
los de la nación que, de este modo, no tendría necesidad alguna de ser protegida
contra sí misma. No existía ningún riesgo de que, en un contexto así, la nación se
tiranizara a ella misma.”27 Pero Mill añade: “la idea de que no hay necesidad de que
los pueblos limiten su poder sobre sí mismos podría parecer un axioma, cuando la
noción de un gobierno del pueblo no era más que un sueño y de cuya existencia,
en remotas épocas del pasado, solo se tenía noticia por los libros”.28 La Revo-
lución francesa nos hizo salir de los sueños y de los libros de historia para mostrar
12 cómo el poder de un pueblo sobre sí mismo podía ser usurpado: “El ‘pueblo’ que
detenta el ejercicio del poder no siempre coincide con el mismo pueblo sobre el
que este es ejercido, ni el ‘autogobierno’ mencionado es el gobierno de cada uno
por sí mismo, sino el gobierno de cada uno por parte de todos los demás. Es más,
en la práctica, la voluntad del pueblo sólo representa la voluntad de aquella porción
más numerosa y activa de ese mismo pueblo, es decir, de la mayoría o de quienes
consiguen ser aceptados como tal mayoría”.29 Vemos, pues, cómo la cuestión de
la dominación cambia. No se trata del poder de un amo personal, sino del de una
mayoría que se presenta como representante del poder de la nación. Para evitar que
se instale una nueva forma de tiranía, una tiranía impersonal y anónima, la de la
mayoría, conviene retomar la cuestión de la limitación del poder de los gobernantes
sobre los individuos incluso “cuando quienes detentan dicho poder han de rendir
cuentas, de forma habitual, ante una comunidad, es decir, ante el partido más
fuerte de los existentes en su seno”.30 Con el concepto de tiranía de la mayoría se
instaura una nueva forma de dominación, de un tipo muy diferente que la domi-
nación de un amo personal: “Por ello no basta la protección contra la tiranía de las
autoridades. Preciso es defenderse también contra la tiranía de las opiniones y los
sentimientos dominantes; contra la tendencia de la sociedad a imponer, por otros
medios que sanciones civiles, sus propias ideas y prácticas como norma de conducta
para quienes disientan de ella, así como a estorbar el desarrollo y, si fuera posible,
impedir la aparición de cualquier individualidad que no esté en armonía con ella
para, de este modo, moldear los caracteres según el modelo por ella preconizado”.31
En este punto, Mill sigue las posiciones de Benjamin Constant y de Tocqueville:
1. no basta con que la dominación de un amo personal desaparezca, para que
no haya más dominación. La sociedad democrática engendra una nueva forma
de dominación, que es la de un amo impersonal y anónimo, se la llame tiranía de
la mayoría o nuevo despotismo político. 2. Esta nueva forma de dominación no se
ejerce de la misma manera que la antigua; esta nueva forma opera a través de las
opiniones y las costumbres de cara a suscitar una homogeneización de la sociedad.
Se trata de una dominación contra la que el neorrepublicanismo no nos da ningún
medio de resistencia. Sin embargo, se entromete tanto en las libertades civiles como
la dominación arcaica, y quizás incluso más, porque es imperceptible, suave, incluso
está ligada al sentimiento de la libertad. Las nuevas servidumbres tienen que ver
con este tipo de dominación.
Antes de Sobre la libertad, Mill había consagrado capítulos enteros al estudio
de la formación del nuevo tipo de dominación en las sociedades contemporáneas.
No solo examina en el plano político la posible deriva tiránica del principio mismo
de la democracia, la soberanía del pueblo, sino que describe las modalidades de
instauración de una dominación de opinión y de costumbres. Tocqueville señala
muy claramente que las formas democráticas de dominación tienen una natura-
leza distinta de la dominación política tradicional: “Pienso, pues, que el tipo de
opresión que amenaza a los pueblos democráticos no se parecerá en nada a cuanto
les ha precedido en el mundo; nuestros contemporáneos no podrían encontrar
en sus recuerdos la imagen de ella. En vano busco en mí mismo una expresión
que produzca exactamente y comprenda la idea que me he formado de ella. Las
13 antiguas palabras tiranía y despotismo no le convienen. La cosa es nueva y resulta
preciso intentar definirla dado que no puedo darle un nombre”.32 Esta especifi-
cidad de la dominación en un régimen democrático tiene de particular que lejos
de oponerse a los sentimientos más extendidos entre la población, los abraza, los
refuerza y los generaliza. La formación de la opinión es en ese sentido particular-
mente significativa, puesto que está ligada a la instauración de una nueva censura
más eficaz que todas las censuras que, en las sociedades anteriores, se ejercieron
para la prohibición y la persecución: “la opinión común aparece cada vez más como
el primero y más irresistible de los poderes: fuera de ella no existe un apoyo tan fuerte
que permita resistir sus golpes por mucho tiempo”.33 El poder de la opinión se debe
a que no actúa desde el exterior, no ordena obedecer, sino que suscita la creencia,
es decir, una adhesión del espíritu vivida bajo el modo de la libertad y la indepen-
dencia. La dominación de la opinión se produce en todos los ámbitos, se trate de
la religión, de las costumbres o de la literatura. Si la Inquisición nunca consiguió
impedir por la fuerza la publicación de libros prohibidos, la opinión ejerce una
censura mucho más eficaz, puesto que elimina la idea misma de hacer libros prohi-
bidos. La dominación democrática que describe Tocqueville, que tiene otros vectores
más allá de la opinión, aun es la que conocemos hoy día, pero muy reforzada como
consecuencia del incremento considerable de medios de comunicación y de la hege-
monía que estos han instaurado sobre las formas de vivir y de pensar de la población.
Ahora bien, a la par que esta nueva forma de dominación se instaura un nuevo
régimen de servidumbre voluntaria. El concepto de servidumbre voluntaria introdu-
cido por Etienne de la Boétie corresponde a la dominación tradicional, la del amo
personal, y es por otra parte el motivo por el que su obra se titula “Contra uno”,
contra el tirano que obtiene su poder de la sumisión del pueblo: “Sin embargo [...]
el tirano se desmoronaría por sí solo, sin que haya que luchar contra él, ni defenderse
de él. La cuestión no reside en quitarle nada, sino tan sólo en no darle nada [...].
Son, pues, los propios pueblos los que se dejan, o, mejor dicho, se hacen encadenar, ya
que con sólo dejar de servir, romperían sus cadenas”.34 Al principio, esta servidumbre
se imponía por la violencia, pero el hábito ha hecho que se acepte y la resignación la
ha perpetuado. Pero no puede decirse que esta servidumbre se viva como libertad.
Este es precisamente lo que diferencia esta concepción de la libertad del régimen
de la servidumbre en las sociedades democráticas. Aquí, no solo la servidumbre es
producida por los que están sometidos, sino que, además, la viven como una libertad,
como su libertad. La servidumbre propia de la dominación de un amo impersonal
y anónimo de las democracias es más profunda porque es imperceptible y suave,
se presenta como libertad individual. Es a través de ese proceso que se instaura
y se refuerza la homogeneidad social y mental de las democracias, mientras que,
aparentemente, se persigue la diversidad y la heterogeneidad.
Habría que continuar el análisis de este fenómeno en cinco direcciones: la intro-
ducción de los sistemas de información, donde lo que se vive como un incremento
de la libertad o de la seguridad (teléfono móvil, tarjeta sanitaria, seguimiento
bancario, etc.) en realidad es el instrumento del establecimiento de una sociedad de
hipercontrol. El refuerzo de la dominación de la opinión a través de la hegemonía
de los grandes medios de comunicación: se elaboran los criterios de legitimidad y de
14 valor de las cosas, de las personas o de las obras. La formación de castas mediático-
políticas que forman nuevas oligarquías que dominan la vida pública. La formación
de un individuo replegado sobre la esfera privada, sobre lo que le gusta y lo que
le da hastío, influenciable, frágil y por ende fácilmente manipulable. En definitiva,
la mercantilización generalizada de todas las formas culturales que se traduce en la
destrucción de la lógica de las obras y el reino de la lógica de los productos. Bajo
las innovaciones tecnológicas, que en sí mismas son indiferentes al conflicto de la
libertad y de la servidumbre, se deslizan vectores de nuevas servidumbres.
*
Son nuevas servidumbres, más poderosas que las antiguas porque son menos mani-
fiestas, que hay que conocer y desmontar, es decir, contra las que hay que resistir.
Este es el precio de la conservación de la libertad en las sociedades democráticas.
Es pues sobre nosotros mismos y quizás contra nosotros que debemos actuar para
conservar nuestra libertad civil.