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La viuda de Carvajal erró de la casa, pero en todas la recibieron friamente, sin aventurarse en algunas

a manifestarle la pena que les causaba la muerte de su marido.


el hielo que iba recogiendo en sus visitas. Regresaba a llorar
a mares, sin mas conpañia qye un hijo pequeño,habia salido para que le entregaran el cadaver de su esposo,
pero en ninguna parte se atrevio a hablar por que la recibian de muy mala gana

se le negaba la cara para el saludo, bajo la puerta manecieron dos anonimos.


el primero decia:

«Señora: no es éste el medio más correcto para manifestar a Ud. y a su apesarada


familia la profunda simpatía que me inspira la figura de su esposo, el digno
ciudadano licenciado don Abel Carvajal, pero permítame que lo haga así por
prudencia

el segundo decia:
decidí
comunicar a Ud. todo lo que sé al respecto, por haber sido testigo de la matanza. Delante de su
esposo caminaba un hombre flaco, trigueño, al cual le bañaba la frente espaciosa el pelo casi
blanco.Su marido tuvo la dicha
de morir a la primera descarga. Arriba se veía el cielo azul, inalcanzable, mezclado a un eco
casi imperceptible de campanas, de pájaros, de ríos. Supe que el Auditor de Guerra se
encargó de dar sepultura

El defensor fue cabalmente el que conociendo la opinión del Señor Presidente, reclamó
para Vásquez la pena de muerte, y para vos el máximum de la pena.

podés salir libre, pues el Señor Presidente necesita de uno que, como vos, haya estado
preso un poco por política. Se trata de vigilar a uno de sus amigos, que él tiene sus razones
para creer que lo está traicionando.

¿Conocés a don Miguel Cara de Ángel?


El mismo. Lo reconocerás en seguida, porque es muy guapo: hombre alto, bien hecho,
de ojos negros, cara pálida, cabello sedoso, movimientos muy finos. Una fiera. El Gobierno
necesita saber todo lo que hace, a qué personas visita, a qué personas saluda por la calle, qué
sitios frecuenta por la mañana, por la tarde, por la noche, y lo mismo de su mujer; para todo
eso te daré instrucciones y dinero.

XXIV
Luz para ciegos

Camila se encontró a media habitación, entre el brazo de su marido y el sostén de un


bastoncito.
Pronto estuvo de correr y parar y no por eso menos enferma, enferma no, absorta en la
cuenta de todo lo que le sobraba desde que su marido le posó los labios en la mejilla.
Camila se repone de su estado moribundo, y Cara de Ángel la lleva al campo para que esta se recupere más pronto.
Camila bajó los párpados ruborosa, sorprendida como la planta que en lugar de hojas
parece que le salen ojos por todos lados, pero antes miró a su marido y se desearon con la
mirada, sellando el tácito acuerdo que entre los dos faltaba.
XXXV
Canción de canciones

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