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Universidad Autónoma de Bucaramanga

Grupo de investigación: "Violencia, lenguaje y estudios socioculturales"


Semillero de investigación "Sujeto y psicoanálisis"
Relatoría: La ejemplaridad- Séptimo apartado del texto Los abusos de la memoria (2000)
de Tzvetan Todorov.
Elaborada por Iris Aleida Pinzón Arteaga.

“Es superfluo, lo hemos visto, preguntarse si es o no necesario conocer la verdad sobre el


pasado: la respuesta es siempre afirmativa. Sin embargo, no son coincidentes los
objetivos a los que se intenta servir con la ayuda de la evocación del pasado; nuestro
juicio al respecto procede de una selección de valores (…)”

En el séptimo apartado de Los abusos de la memoria, titulado La ejemplaridad, Todorov


retoma el uso ejemplar de la memoria, aquel que “permite utilizar el pasado con vistas al
presente”, pues, en lugar de inscribir lo acontecido en la dimensión de lo insuperable, lo
que supone un sometimiento del presente al pasado, se orienta en la vía de hacer de
aquello que pasó una lección que sirva a la vida. El autor parte del cuestionamiento de
cualquier iniciativa que pretenda jerarquizar diferentes sucesos violentos de carácter
histórico, estableciendo una suerte de martirologio, ya que, una vez superado cierto umbral,
aquello que se pone en evidencia es “el horror sin matices” que producen y la condena
absoluta que merecen los mismos. Entonces, ¿para qué la ejemplaridad?, ¿de qué sirve
permitirse un ejercicio comparativo entre el pasado y el presente? Todorov introduce estos
interrogantes destacando que no existe mérito alguno en ponerse de un bando o del otro,
una vez el consenso social ha trazado juicios de carácter moral, estableciendo dónde está
el bien y dónde está el mal respecto a lo acaecido; aquello que constituye una verdadera
prueba de virtud es la posibilidad de dar el paso desde la propia desdicha o la del semejante
a la de otros, sin reclamar para sí el estatuto exclusivo de víctima.

Con el fin de ilustrar su posición a favor de la ejemplaridad, el autor retoma algunos


personajes que, trascendiendo la categoría de víctima, le apostaron a luchar contra otras
injusticias de su tiempo. Primeramente, alude a David Rousset, escritor y activista francés,
prisionero político en el campo de concentración de Buchenwald en tiempos de la Alemania
nazi, quien en noviembre de 1949 hace un llamado público a los deportados de los campos
de concentración para que se impliquen en una investigación sobre el sistema soviético de
campos de trabajo, aun en funcionamiento para la época. Se trata de una acción política
que causa revuelo en el país, considerando que muchos de los antiguos deportados
pertenecían a partidos comunistas, lo que suponía elegir entre dos lealtades en conflicto.
En adición a lo anterior, Todorov destaca que, en lugar de inclinarse por la memoria literal,
alimentando su resentimiento, la apuesta de Rousset se orienta en la vía de la memoria
ejemplar, al permitirse usar las lecciones del pasado para actuar en el presente, incluso en
relación a una situación que sólo conocía por analogía. En lugar de cargar con el peso de
un pasado que no quiere pasar, emerge una inquietud ética en el activista francés, la de
interrogar el deber de quienes habían sido antiguos deportados, en relación a los campos
de concentración existentes.

Seguidamente, el autor advierte sobre los riesgos que comporta la operación comparativa
implicada en el uso ejemplar de la memoria, ya que la generalización excesiva puede hacer
que toda injusticia se diluya en la analogía universal, condenando a la parálisis, a la
inhibición ante “la enormidad de la tarea”. En consecuencia, la generalización ha de ser
regulada, pues, más que hacer desaparecer la identidad de los hechos, la tarea de la
ejemplaridad es la de establecer relaciones, destacando semejanzas y diferencias que
permitan una reflexión en torno a un suceso presente. Con el fin de ilustrar este punto,
Todorov menciona otros cuatro personajes: el funcionario francés Paul Teitgen, quien
renuncia a su puesto como secretario de la prefectura de Argel, tras denunciar el parecido
entre las señales de tortura de los cuerpos de prisioneros argelinos y las de los malos tratos
que él mismo recibió por parte de la Gestapo; el escritor judío-soviético Vassily Grossman,
quien en su novela Vida y destino describe la abominación de los campos de concentración
alemanes y soviéticos, destacando puntos comunes y diferencias; André Schwartz-Bart,
escritor francés de origen judío, quien se interesa por el mundo de los esclavos negros en
su obra literaria y, finalmente, el polaco Marek Edelman, líder del levantamiento del gueto
en Varsovia, conocido por su comentario en relación a la posterior guerra en Bosnia-
Herzegovina, la cual calificó como <<una victoria póstuma de Hitler>>, nexo común que le
permitió actuar respecto de la limpieza étnica que estaba ocurriendo.

A manera de conclusión, el autor retoma la diferencia entre la recuperación del pasado y su


utilización, ¿cuáles son los objetivos a los que se intenta servir con ayuda de la evocación
del pasado?, se trata de un interrogante cuya respuesta comporta un juicio, una selección
de valores en torno a los pretendidos beneficios de cada utilización particular de lo evocado.
A la luz de lo anterior, Todorov introduce una crítica respecto de algunos antiguos
deportados comunistas, quienes, en razón de sus principios ideológicos, se transformaron
en personajes sumamente peligrosos, verdaderos negacionistas de los campos de
concentración de la Unión Soviética, pues tomar posición y denunciar públicamente la
existencia de dichos lugares en ese momento histórico era la única forma de combatirlos.
Finalmente, Todorov advierte que la ciencia también debe interrogar los intereses en juego
en su búsqueda de la verdad; más que ocultarse tras una pretendida neutralidad política,
los investigadores deben reflexionar en torno al uso que se hará de sus descubrimientos.
Esto último también compete al historiador, cuya labor implica los procesos de selección y
comparación de los hechos que ha establecido; procesos que se espera estén orientados,
no exclusivamente por la búsqueda de la verdad, sino también del bien. Así, la pregunta
por el quehacer del historiador se desplaza de la ilusoria oposición entre ciencia e ideología,
para inscribirse en la inquietud ética por una toma de posición, posición que es siempre de
carácter político.

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