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Versión española
de Juan Signes Codoñer
Alianza
Editorial
© De la preparación, introducción y capítulo de Guglielmo Cavallo:
1975 Gius, Latería & Fígli Spa, Roma-Bari
© Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A,, Madrid, 1995 ,
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 393 88 88
ISBN: 84-206-2815-8
Depósito legal: M. 14.606-1995
Compuesto en Fernández Ciudad, S. L.
Catalina Suárez, 19. 28007 Madrid
Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Polígono Igarsa
Paracuellos de Jarama (Madrid)
Printed in Spain
INDICE
L ib r o s, e d it o r e s y p ú b l i c o e n e l M undo A n t ig u o
G u g l ie l m o C a v a l l o
1 Me limito a remitir a E. Eisenstein, The Printing Press as an Agent of Chan-
ge. Communications and Gutural Transformations in Early Modem Europe, Cambridge,
1979.
2 La expresión es de Gius. Billanovich, introducción a la ed. it. de L. D. Rey-
nolds-N. G, Wilson, Copisti efilologi. La tradizione dei classici daU'antichitd ai tempi mo-
derni, Padua, 19 8 7 3, p. IX.
3 Sobre esta cuestión, véase en general W .J. Ong, Orality and Literacy, The Techno-
logizing o f the 'Wordy Londres-Nueva York, 1982.
4 Me limito a remitir a E. A. Havelock, Preface to Plato, Cambridge (Mass.), 1963,
sobre todo pp. 36-60, y a B. Gentili, Poesía epubblico nella Grecia antica, Roma Bari,
1984.
5 R. Pfeiffer, History of Classical Scholarship. From the Beginnings to the End o f the
Hellenistic Age, Oxford, 1968, p. 24 (trad. esp.: Historia de la Filología Clásica. Desde los
comienzos hasta el final de la época helenística, Madrid-Gredos, 1981).
6 Baste remitir a W. V. Harris, Ancient Literacy, Cambridge (Mas.)-Londres, 1989,
pp. 65-115.
7 Sobre estas complejas cuestiones, véase el reciente trabajo de R. Tilomas, Lite
racy and Orality in Ancient Greece, Cambridge, 1992.
8 Esta es la tesis fundamental de J. Svenbro, Phrasikelia. Anthropologie de la lecture
en Gréce antienne, París, 1988.
9 G. F, Nieddu, «Testo, scrittura, libro nella Grecia arcaica e classica: note e os-
servazioni sulla prosa scientifico-filosófica», Scritíura e civilta, VIII (1984), pp. 213-61;
G. Cerrí, «II signifícate di ‘sphregis’ in Teognide e la salvaguardia dell’autenticitá tes-
tuale nel mondo antico», Quaderni di storia, XXXIII (1991), pp. 21-40.
10 E. Posner, Archives in the Ancient World’ Cambridge (Mass.), 1972, pp. 91-110.
La conservación en los archivos de estado se limita, con todo, en una edad más anti
gua, a los textos no literarios; sólo en el siglo iv se cuenta además con testimonios de
conservación de textos literarios.
11 Puede ser significativo establecer una comparación con lo que ocurrió en épo
cas bastante más recientes en Tan ití y las islas circundantes — donde hasta ese mo
mento se había conservado una organización meramente oral de la cultura— una vez
que se introdujo la tipografía: «On constate dcux types d’imprimeries, celles des
missionaires pour la christianisation et celles des autorités coloniales dont la produc-
tion la plus caractéristique est celle de textes legislatifs» (G. Duverdíer, «La pénétra-
tion du livre dans une société órale; le cas de Tahiti», Revue frangaise d'histoire du livre,
N.S. I [1971], p. 41).
12 La interpretación del pasaje es discutida; pero ni el propio Turner excluye que
el tono pueda ser sarcástico.
13 Pfeiffer, Jíistory ofClassical Scholarship, op, cit,, pp. 27 s.
14 Havelock, Preface to Plato, op. cit., pp. 40 s.
15 Duverdíer, La pénétrstion du livre, op. cit., pp. 27-49.
16 Sobre las vicisitudes de la biblioteca de Aristóteles me limito a remitir a L.
Canfora, La biblioteca scomparsa, Palermo, 1986, pp. 34-7 y 59-66.
17 Pfeiffer,' History o f classical Scholarship, op. cit., p. 17.
ls Para toda esta parte, relativa al público culto en la época imperial, véase E.
Auerbach, Litemtursprache und Publikum in der lateinischen Spátantike und im Mittelalter,
Berna, 1958, pp, 177-79.
19 Harris, Ancient Lüeracy, op, cit., pp. 125-27.
20 Sobre las bibliotecas en el mundo romano, véase recientemente H. Blanck,
DasBuch in der Antike, Munich, 1992, pp. 152-78.
21 Es la tesis de C. H. Roberts - T. C. Skeat, The Birth of the Codex, Oxford, 1983.
Pero véanse las fundadas objeciones de J. van Haelst, «Les origines du codex», en A.
Blanchard (ed.), Les débuts du codex, Turnhout, 1989, pp. 13-35.
22 Sobre estas causas insiste W. V. Harris, «Why Díd the Codex Suplant the
Book-Roll?», en Renaissance Society and Culture. Essays in Honor of Eugene F. Rice, Jr.,
J. Monfasani y R. G. Musto (eds.), Nueva York, 1991, pp. 71-85.
23 Sobre esta cuestión, remito a mi trabajo «Libro e cultura scritta», en Storta di
Roma, Einaudi, IV, Caratterie morfologie, Turín, 1989, pp. 693-734.
24 Auerbach, Litemtursprache, op. cit., pp. 191 s.
25 A. Petrucci, «Scrittura e libro neUTtalía altomedievale. I. £1 sest.o secolo», Studi
medievali, ser. III, X (1969), pp. 185 s.
26 Es obligado remitir a la obra clásica de L. Febvre - H.-J. Martin, L ’appantion
du livre, París, 1958.
27 Véase cuanto escribe al respecto E. Morin, L ’espritdu temps, París, 1962.
28 Sobre el problema en general, véase G. Nunberg, «The Place of Books in the
Age o f Electronic Reproductíon», Representations, XLII (primavera 1993), pp. 33-37.
2- Son palabras de R. Chartíer, «Dal codex alio schermo», La rivista dei libn\ junio
1994, p. 5.
30 Plinio el Viejo, Nat. hist., XIII, 68 .
EN EL MUNDO ANTIGUO
Los libros en la Atenas
de los siglos v y iv a.C.
por Ene G. Turner
[E. G. Turner, Athenians Books in the Fifi!: and Fourth Centuries B.C., Uni-
versity College Publications, Londres, 1952. Contribución revisada y actuali
zada por el autor.]
En el curso de esta charla pretendo pedirles que me acompañen
en primer lugar en un estudio preciso de la estructura material del li
bro en Atenas. Con este propósito vamos a interrogar a los más anti
guos libros que se han conservado (ninguno de los cuales, sin embar
go, se remonta al periodo indicado en el título), los métodos de
escritura y las pinturas cerámicas, con la esperanza de poder configu
rar así un cuadro que espero resulte de un cierto interés tanto para el
crítico textual como para el profano. Después ampliaré el campo de
estudio: partiendo de una investigación técnica sobre la actividad
editorial, les plantearé algunas ideas acerca del modo en que los li
bros llegaron a usarse en la Atenas del siglo V a.C. y acerca de su in
fluencia en la vida intelectual de la ciudad. Una auténtica aventura
para un paleógrafo. No obstante, quizá nadie mejor que un paleógra
fo esté capacitado para emprender una indagación de este tipo. En lo
que se refiere al convencimiento de que la paleografía se ocupa de
algo más que de la simple forma de las letras y el ductus calami, coin
cido con el prof. Francis Wormald, el primer docente de la materia
en la Universidad de Londres; por otra parte, habría sido reacio a ha
cer frente a este tema, si no hubiese contado con el apoyo y el conse
jo experto de algunos colegas. El prof. T. B. L. Webster y el prof. C.
M. Robertson se han prestado a responder a mis preguntas y a discu
tir mis propuestas. En su lección inaugural de hace cerca de cuatro
años, titulada Paper and Books in Ancient Egypt, el prof. Cerny apuntó
algunas líneas de investigación dentro de las que he intentado traba
jar. Finalmente, me complace señalar el gran número de aclaraciones
que me ha reportado con frecuencia la discusión con C. H. Roberts,
del St. John’s College de Oxford.
De tal manera que, aun sin haber atravesado la extensión del océano,
uno, quedándose en casa, puede llegar a conocer lo que sucede allí 57.
Pero, para que no tengas que dar vueltas sin objeto por las calles,
sin saber a dónde ir, toma nota de esta dirección:
vete al negocio de Segundo, justamente detrás del templo de la diosa
de la Paz, cerca de la plaza de Nerva. Allí puedes comprar mi libro 10S.
Pero los códices latinos, como los que nos son conocidos (mem
branáceos, en capital o en uncial) sobre todo en el siglo rv, pero tam
bién en el v y en el vi, no debieron de ser los únicos que circularon
por Occidente; junto a ellos había sin duda una producción de códi
ces en papiro. Las elites cultas, aristocracia y círculos de la enseñan
za, no eran de hecho más que el público tradicional del rollo papirá
ceo, que no pudo prescindir del material escriptorio antiguo de una
manera repentina y traumática (al igual que tampoco lo hizo, por otra
parte, de la escritura antigua, la capital), de forma que no es arriesga
do suponer, a pesar de la falta casi absoluta de testimonios directos,
que una parte de los códices que circulaban en aquellos ambientes
fueron —como en el Oriente griego— de papiro: de ese material
eran con toda probabilidad los códices “de autor”, las copias que el
interesado se procuraba a partir de los libros recibidos en préstamo
(probablemente de códices “de autor” como los que se intercambia
ban Símaco y Naucelio) 118 o más en general los códices “de trabajo”,
entendido éste, si se quiere, en un sentido filológico o didáctico. Por
lo demás, dado que es del todo seguro que el papiro se usaba
todavía en el Occidente tardoantíguo con fines librarios (hay testimo
nios de ello en Símaco 119, en autores de su círculo 120, en Auso-
nio 121y en Casiodoro 122 y en los escritores cristianos l23), es más que
probable que, además de los últimos rollos, se confeccionaran códi
ces con él, aunque este uso, ya sea declarado o se sobreentienda, está
siempre reservado al manuscrito de segunda clase, probablemente al
borrador de autor o al libro de uso escolar.
Difícil es, sin embargo, decir de qué modo estaba estructurado
desde una perspectiva técnico-libraria semejante tipo de códice. El
fragmento de las Catilinarias de Cicerón de la Duke University, atri
buido por Lowe a ios siglos IV-V y a Italia 124, y el Flavio Josefo de la
Ambrosiana de aproximadamente un siglo después y escrito quizá
en Milán 125, son por sí solos del todo insuficientes para sacar conclu
siones de alguna plausibilidad. En lo que se refiere a los hallazgos li
terarios egipcios, aunque en realidad forman parte de la producción
de manuscritos latinos del área greco-oriental m , pueden dar, no obs
tante, al menos alguna indicación general sobre la tipología del códi
ce papiráceo occidental que con seguridad seguía existiendo en la
edad tardoantigua. Los hallazgos latinos de Egipto prueban la exis
tencia de un códice de papiro algunas veces de pequeño formato
(como el códice misceláneo de Barcelona que contiene dos Catilina-
rias de Cicerón y otros textos profanos y sacros) 12/, pero en otras
ocasiones de grandes dimensiones y con amplios márgenes, adecua
dos para escribir en ellos anotaciones (como el P. Ant. I 29 que con
tiene las Geórgicas de Virgilio). La escritura utilizada es con frecuen
cia más bien informal o directamente cursiva.
También en Occidente numerosos códices de trabajo debían de
ser del tipo que se ha mencionado: papiráceo, de formato alargado,
algunas veces de grandes dimensiones y con márgenes generosos, en
úna época en la que de los comentarios a los autores latinos antiguos
se hacían extractos compuestos bajo la forma de escolios de acuerdo
con modelos seguramente tomados de los usos griegos (material que,
sacado de varios comentarios separados y reunido en un conjunto,
comenzaba ya a consignarse en los márgenes de los textos); y en
cuanto a la escritura, tales códices estaban redactados sin duda en
minúscula antigua o semiuncial cursiva (de ello constituyen un testi
monio directo significativo los ya citados fragmentos Duke University
y el Flavio Josefo Ambrosiano), en aquellas formas gráficas, si se pue
de decir, que generalmente los manuales y estudios dicen que se usa
ban para notas marginales o comentarios, pero que los descubrimien
tos latino-egipcios nos demuestran se usaban también en gran
medida para la redacción de códices enteros. Entre los manuscritos
latinos membranáceos, los de trabajo llegados hasta nosotros, con
una calidad modesta, son bastante escasos. Pero el número de códi
ces de uso corriente debía de ser considerable, probablemente más
elevado que el de los manuscritos de lujo en escrituras caligráficas,
en capital o en uncial: su desaparición casi total se debe sin duda al
hecho de que, al ser de apariencia modesta, precisamente porque en
gran parte estaban escritos sobre papiro, una vez copiados y recopia-
dos en el curso de los siglos, probablemente en un determinado mo
mento fueron considerados inservibles y por ello abandonados o des
traídos m . Por otra parte, como se sabe, sólo en determinados terri
torios de Egipto, Palestina y Mesopotamia existían las condiciones
climáticas adecuadas para que se conservaran los papiros.
Se sobreentiende que la producción papirácea tardorromana,
aunque su existencia no se ponga en duda, fue sin embargo, con mu-
chó, inferior a la griega de aquella misma época; por esta razón en
Occidente el códice papiráceo se hallaba ya en la práctica fuera del
círculo de producción corriente, teniendo en cuenta que la tradición
misma del libro de papiro, por toda una serie de motivos político-so
cíales, permanecía ligada a un público disperso y particular.' por esta
causa, su sustitución en gran medida (y casi por completo) por el có
dice de pergamino estaba destinada a efectuarse en breve plazo o, si
acaso, en plazo más breve que en Oriente. Hay que subrayar también
especialmente que en la producción del códice tardorromano —al
igual que en la praxis griega, en la que el fenómeno presenta una
evolución diferente— el papiro, que no-era ya como antaño el mate
rial librario por excelencia, sfe utilizaba para escribir sobre él anota
ciones provisionales 129 o incluso para códices de calidad modesta, al
menos desde una perspectiva del libro y no del contenido (puesto
que algunos de ellos contenían sin duda autores clásicos). A su vez, el
pergamino, libre ya de su antiguo papel de cuadernito de apuntes o a
lo más de libro de viaje (como parecen ser los códices de los que nos
informa Marcial) ;í ', se había convertido en el material "propio” para
ios libros.
Los siglos IV-vi marcaron así en todo el mundo romano-bizantino,
aunque con un cierto desajuste diacrónico entre Oriente y Occiden
te, el”paso a una nueva' “cultura del libro” y las razones deben bus
carse en la otra estructura que era soporte He la producción libraría
de la Antigüedad ''tardía: la cristiana. .
F ig u ra 3. Parte de una columna de escritura del papiro de los P ersas de Timoteo\ siglo
va. C. (Berlín, StaatlicheMuseen, P. Berol. Inv. 9875).
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